¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 Os traigo un nuevo capítulo que, sinceramente, no veía el momento de traer. 🙈 Estoy MUY nerviosa, y la explicación está en la advertencia, unos párrafos más abajo *risita maligna*. De verdad, de verdad, espero que os guste mucho, es uno de mis favoritos de toda la historia 😍. Me ha costado una barbaridad escribirlo y lo he repasado cientos de veces, espero que el resultado haya merecido la pena ja, ja, ja 😅

Muchísimas gracias por el recibimiento de la doble actualización pasada, sois un amor 😍 Y, por supuesto, gracias como siempre por vuestro apoyo, no puedo estar más agradecida por cada visita, review o alerta. Bienvenidos a los nuevos lectores y gracias a todo el que esté leyendo esto. ¡Os adoro! 😍😍

Permitidme dedicarle este capítulo a Gina-Boom, porque tiene palabras demasiado bonitas sobre la historia, y me encanta saber lo mucho que la está disfrutando ¡gracias, preciosa! 😍😘

Recomendación musical: "She's Like The Wind" de Patrick Swayze ft. Wendy Fraser

ADVERTENCIA: este capítulo contiene una escena de temática sexual. Si no te sientes cómodo leyendo este tipo de contenido, siéntete libre de obviarlo y leer el resto. ¡Gracias!

Y creo que no hace falta añadir nada más *guiño, guiño*… ¡a leer!


CAPÍTULO 40

Secreto

El campo de Quidditch estaba en completo silencio. El atardecer iluminaba el lugar con un tono anaranjado, alargando las sombras correspondientes a los tres altos aros que había en cada esquina. Sin embargo, la luz del sol apenas se introducía en la estructura de madera de las gradas. Algunos rayos se colaban por entre los postes, creando tiras de luz en las cuales las motas de polvo flotaban en calma. La temperatura se mantenía agradable ese atardecer de verano, con el sol todavía brillando al borde de las montañas.

Draco no lo notaba. Para él, el lugar estaba bajo cero.

Se encontraba en un oculto rincón en el interior de las gradas, sentado sobre los listones de madera, con la espalda apoyada en una de las vigas, y con las piernas encogidas. Sus brazos estaban apoyados sobre sus rodillas, cruzados. Sus ojos, abiertos de par en par, contemplaban el suelo de madera ante él. Quería estar solo. Necesitaba estar solo durante un rato. O quizá para siempre. No soportaba verse rodeado de sus compañeros. Felices, ajenos a la realidad. Viviendo sus miserables vidas sin preocupaciones, sin dudas, sin miedo. Eso no era real. La vida real dolía. Mucho.

Aunque posiblemente la vida de muchos de ellos terminaría esa misma noche. Y Draco tampoco encontraba consuelo en ello.

Un trozo de pergamino, muy arrugado, se encontraba a su lado, boca abajo. Oculto su mensaje de su vista. No quería volver a leerlo. Se lo sabía de memoria. Lo había recibido esa mañana.

Mi estimado Draco,

Importante. Aceptaron nuestra oferta.

Cuídese,

Henry.

Esperaré su respuesta.

P.D. Pronto le enviaré los documentos necesarios que deberá rellenar.

Draco sentía su corazón latir con fuerza. Pero muy lento. No conocía a ningún maldito "Henry". La nota no tenía el más mínimo sentido, pero no era su significado en sí lo importante de dicho mensaje; sino lo que ocultaba. Su tía había dicho la verdad. Iban a ser discretos. Draco, al leer el pergamino, no le quedó ninguna duda de que provenía de ellos. En el colegio registraban las lechuzas en busca de magia negra, de cualquier tipo de magia. Intentar enviar un mensaje oculto con un hechizo era prácticamente imposible. No habían utilizado magia para ocultar el mensaje, sino ingenio. No tardó demasiado en resolverlo. Rozaba lo absurdo, si sabías qué buscar. Leyendo la primera letra de cada una de las palabras, el mensaje se revelaba. Sutil. Escueto. Las últimas palabras, y la posdata, solo eran un camuflaje. Paja.

"Medianoche".

Su túnica negra de mortífago reposaba, enrollada cual trapo viejo, a su lado. No quería mirarla.

Casi podía escuchar el fluir de la sangre por sus venas gracias al aplastante silencio del lugar. Suponía que era normal sentirse asustado. Quizá se le permitía estar muerto de miedo. Pero no podía. Era incapaz de sentir nada. Sentía que no se creía la realidad. Que no podía haber llegado el momento. Por fin iba a tener la vida que desde niño había soñado, y no era capaz de sentir ni una pizca de felicidad. No sentía nada en absoluto. Solo un tremendo vacío, como si alguien le hubiese agujereado el estómago. No entendía qué estaba fallando dentro de él. Por qué tenía tantísimas dudas. Por qué no podía, simplemente, hacer lo que tenía que hacer para salvar el pellejo. Sin mayores quebraderos de cabeza. Por qué ahora tenía escrúpulos. Por qué estaba pensando.

Al escuchar un crujido en la madera que lo rodeaba, fue incapaz de mover ni un músculo. El viento. Un pájaro. A saber.

Al escuchar un nuevo golpeteo, mucho más cercano, ni siquiera alzó la mirada. La estructura era vieja. Quizá había más viento fuera del que notaba allí agazapado.

Al escuchar pasos, lentos, sonoros debido al silencio, y los quejidos de madera que los acompañaban, su corazón no se inmutó. Era su imaginación. El viento no andaba. Nadie podía haberlo encontrado allí. Nadie conocía ese lugar.

Pero cuando sintió que una figura se plantaba ante él, fue incapaz de no mirarla. Alzó los ojos. Estaba allí, como una aparición, agachada en la abertura que conducía a ese lugar, tras recorrer un inestable pasillo oculto entre las gradas. Su cuerpo brillando con franjas doradas, cuando rayos de sol se colaban por la estructura y la alcanzaban. Su espeso cabello parecía humo, o algodón, rodeando su rostro. Casi como la aureola de un ángel. ¿Se había quedado dormido? ¿Estaba soñando con ella? ¿Ya no solo lo atormentaba en la realidad, también tenía que encontrársela en sueños? ¿Por qué todo había parecido tan real hasta ese momento?

Hermione miró alrededor. Quizá buscando a alguien más, o intentando adivinar qué estaba haciendo allí. Devolvió la mirada a sus ojos, que no se habían apartado de ella. Ambos se contemplaron durante varios segundos que parecieron una eternidad. La chica se adelantó, entrando por completo en el hueco de la estructura. Draco siguió sin moverse. Sin reaccionar de ninguna forma.

—¿Qué haces aquí? —susurró Hermione, con voz ronca.

Draco guardó silencio unos segundos más, pasando su mirada de un ojo a otro de la chica. Su mente parecía conocer a la joven demasiado bien. Esa parecía una pregunta digna de la verdadera Granger. Semanas sin dirigirse la palabra, y su primera pregunta era una impertinente necesidad de saberlo todo. Cosas que no la atañían.

Siguió respirando. Esperando verla desaparecer tras cada parpadeo. Esfumarse. Pero seguía ahí. Y parecía tan… sólida. ¿Era real? ¿Estaba…? Estaba ahí. Era ella. La tenía delante. ¿Por qué?

—¿Qué haces aquí? —se escuchó susurrando. Su voz áspera. No recordaba la última vez que había hablado en voz alta. Posiblemente esa mañana, cuando le contó a Nott que había recibido un mensaje que indicaba que el ataque de los mortífagos se realizaría esa misma noche.

Hermione dio un paso más y se apoyó en una viga con la mano. Respiraba con dificultad. Draco se preguntó si habría estado corriendo. Si ella también había necesitado correr para no volverse loca.

—Te estaba buscando —respondió la chica, todavía con voz inestable—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Draco sentía que apenas tenía tiempo de asimilar su mirada. Granger lo estaba mirando. Y no lo hacía con odio, sino con preocupación. Como si nunca se hubieran separado. Como si no hubiera pasado el tiempo. Como si él no la hubiera hecho odiarlo.

¿Por qué? Tenía que odiarlo. Se había destrozado a sí mismo para no volver a tenerla delante nunca más. Asegurándose de no volver a oír su voz. No a solas. No con esa suavidad.

Pero estaba ahí. Y apenas fue capaz de asimilar en sus carnes lo mucho que la odiaba en ese momento. Era increíble la abrumadora impotencia que podía hacerle sentir.

—No es asunto tuyo —replicó él. Su voz seguía sonando impávida. Distante.

Hermione no se alteró. Continuó mirándolo.

—No has venido al examen.

Un par de segundos de silencio.

—¿Qué? —replicó él, su voz ahora casi sonando incrédula.

—El examen de Runas Antiguas. No has venido. Y tampoco al de Alquimia. Te encanta la Alquimia, y no has ido al examen —la voz de Hermione flaqueó—. Quería saber si estabas bien.

Draco no alcanzó a pronunciar palabra alguna. No sabía si es que llevaba demasiado tiempo a solas con sus pensamientos, sin apenas relacionarse con nadie, pero ahora le estaba costando lo indecible seguir el hilo de razonamiento de otra persona. Y menos en medio de una conversación que jamás había imaginado que tendría. Que no había preparado en lo absoluto.

Parpadeó. Ella había notado su ausencia. Y había ido a buscarlo. Simple y llanamente. Como si todo lo sucedido fuese agua pasada. Como si no fuera relevante. Como si su bienestar fuese más importante que cualquier ruptura. Como si eso la invalidase.

Pero no lo hacía. Todo era ridículo. Ella no podía estar ahí.

—No es asunto tuyo —repitió, con el mismo tono impasible. Le sostuvo la mirada. Intentando concentrarse en cómo debería sentirse por ella. En alejarla.

Hermione alternó la mirada entre sus ojos. Apretando los labios. Parecía estar viendo algo que no le gustaba. Pero Draco no apartó la mirada. No se permitió dar ninguna muestra de debilidad. Podía demostrarle con la mirada que no la quería en su vida. Podía mirarla sin romperse. Podía hacerlo. Podía hacerlo…

—Tus ojos… ¿por qué me miras así? —susurró de pronto Hermione. Él no se inmutó. No pestañeó.

—¿Así, cómo? —accedió a sisear.

—Como antes. Como si no hubiera pasado nada entre nosotros —su voz se entrecortó. Sus ojos titilaron con angustia—. Odio esa mirada. Esos ojos. ¿Qué te ha pasado…?

Soltó la viga de madera y avanzó dos pasos. Situándose ante él. Se dejó caer de rodillas. Él se limitó a seguir su movimiento con la mirada, dejando a sus ojos descender en caída libre. No movió ni un músculo. Hermione se estiró hacia él. Alzó las manos hasta alcanzar su rostro. Y tiró de él, hacia ella, obligándolo a despegar su espalda de la viga. A apartar los brazos que mantenía apoyados en sus piernas encogidas. Atrajo su cabeza hasta que quedó apoyada en su pecho, lo suficientemente cerca para poder envolver su espalda. Le rodeó los hombros con los brazos, sosteniéndolo contra sí. Estaba muy rígido, su cuerpo al completo en tensión, como si fuese un animal preparado para atacar ante cualquier movimiento brusco.

Pero Hermione no le tenía ningún miedo. Cerró los ojos y lo abrazó con todas sus fuerzas. Sintiendo el conocido contorno de su cuerpo. Familiar. Íntimo. El olor propio de su piel, de su ropa, de su cabello... Ni siquiera ella misma sabía lo que pretendía, pero no podía pensar. Solo necesitaba quitar esos atributos de sus ojos. Poco le importaba su propio corazón, a medio cicatrizar.

Draco se dejó hacer. Tenía que haberla apartado, resistirse a su cercanía, pero llevaba tanto tiempo peleando por no moverse que ahora no fue capaz. Así que se dejó arrastrar hasta hundirse en su cuerpo. No se opuso. No dijo nada. Y entonces la sintió temblar contra él.

Sintió su pecho sacudirse ante su rostro, en forma de afligida respiración. Ella estaba sufriendo. Por él. Estaba preocupada. Quería protegerlo. Estaba en sus brazos. Estaba contra ella. Oyéndola respirar. Respirándola. Cabello castaño ante sus ojos. No se había permitido bajar los párpados. Si lo hacía, si se dejaba llevar…

Sintió que su cuello perdía fuerza. Dejó caer la cabeza, solo un poco. Sintiendo mejor su ropa contra su frente. Sus propios párpados temblaron. Las manos de la chica se movieron sobre él, intentando aferrar su espalda, su ropa, enganchando sus dedos en la tela. Sosteniéndolo.

Y Draco cerró los ojos. Y se dejó llevar.

Sintió que todo lo desbordaba. Todos sus músculos cedieron al mismo tiempo. Despedazando su armazón. Alzó sus propios brazos, con la sensación de no haberlos utilizado en años. Encontró su cuerpo. Y lo rodeó. La sujetó contra sí. Apretó los párpados con todas sus fuerzas, no queriendo abrir los ojos nunca más. Para que nada de eso desapareciese. No podía respirar con la boca pegada a su ropa. Y no lo necesitaba. Ella estaba respirando. La escuchó inhalar de forma breve cuando le devolvió el abrazo. Pero no dijo nada. Ninguno de los dos dijo nada durante largos segundos. No hacía falta. Se estaban abrazando. Era mutuo. Lo que fuera aquello. Era mutuo.

Pero, a pesar de que cada célula de su cuerpo le gritaba que alargase aquello hasta el fin de los tiempos, Draco se obligó a ser él quien lo detuviese.

—Granger… —murmuró contra su pecho. Necesitando pronunciarlo en voz alta. Obligándose a asimilar con quién estaba. Todo lo que ello implicaba. Luchando por volver en sí. Por controlar la situación de nuevo.

—Estoy aquí —susurró ella a su vez. Su voz flotando por encima de su cabeza. Draco volvió a apretar sus ojos cerrados. Lo estaba.

—¿Por qué? —siseó él.

—Porque sabía que no estabas bien —Hermione lo abrazaba contra sí ya sin fuerzas. Simplemente sujetándolo cerca, manteniéndolos pegados—. ¿Qué ha pasado? —volvió a preguntar con prudencia.

Nada.

La voz de Draco sonó repentinamente lapidaria. Fría. Hermione apretó los labios. Y pegó la boca en lo alto de su cabeza.

—No digas tonterías, ¿por qué estás aquí? —preguntó, sus labios moviéndose sobre su fino cabello rubio mientras hablaba.

—Porque quería estar solo. Cosa que siempre pareces pronosticar a tiempo de impedirlo.

Su tono era ahora lacónico. Desganado. Un tono más propio de él. Hermione dejó entonces escapar un pesado resoplido. Discutir mientras se abrazaban. La historia de su vida. Se echó hacia atrás, separándose de él. No rompiendo la unión del todo, manteniendo sus manos en el lateral de sus brazos. Pero quería verle el rostro. Él lo alzó para mirarla. Sus ojos habían cambiado. Ya no eran opacos, insondables. Eran sus ojos. Los que la habían mirado en el invernadero con un brillo desesperado, mientras le decía que no le bastaba con tener una aventura con ella. Los que la contemplaron sin apenas barreras en pie, mientras se besaban en un inestable bote, al lado del Lago Negro.

—Atacaste a Ron —susurró Hermione. Con tono etéreo. Mirándolo a los ojos—. Para que yo te enfrentase. Lo hiciste a propósito para alejarme de ti. Ahora lo entiendo, pero, ¿por qué…? Si querías terminar con lo nuestro, ¿por qué no me lo dijiste claramente? ¿Por qué hacer algo semejante?

Draco permitió que sus ojos parpadearan de forma distraída. Escrutando su rostro al completo. Costándole asimilar sus palabras. Preguntándose cómo podía haberlo descubierto. A pesar de todos sus esfuerzos, sus planes… ¿Cómo podía ser tan inaguantable?

Y supo que había perdido. Porque ella exigía respuestas. Exigía la verdad. Y la verdad era justo aquello que él había tratado de ocultar por todos los medios.

Pero debía haber comprendido que era imposible. Limpiar su nombre con una mentira ruin, aunque no tan ruin como la verdad. Nott le dijo que había sido una cobardía, y posiblemente tenía razón. Pero lo había hecho por ella. No por él. Así iba a ser más fácil para ella, ¿o no? Cuando se odiaban todo era más fácil. Odiarlo de nuevo facilitaría todo. Realmente, realmente, creía estar haciendo las cosas bien. Encauzándolo todo.

Pero, cómo no, con Hermione Granger no había sido suficiente. No lo odiaba como debería hacerlo. Seguía preocupándose por él. Estaba allí. Pero eso podía arreglarlo. Dándole lo que quería. La verdad.

¿Qué podía perder? ¿A ella? Ni siquiera podía perderla a ella, porque no era suya…

Y estaba tan cansado de sufrir por ese hecho, que fue ese pensamiento el que le dio fuerzas para alzar su mano derecha, y acercarla a su muñeca izquierda. Desabrochó el botón del puño de su camisa, por debajo de la manga de la túnica, y, una vez lo logró, levantó ambas telas hasta el codo.

Hermione había seguido los movimientos de sus dedos con la mirada. Callada. Esperando respuestas. No se esperaba eso. No alcanzaba a comprender. Su brazo. ¿Qué tenía que ver su brazo? ¿Por qué su brazo izquierdo? ¿Por qué parecía como si…? No. No, no, no… Su... su antebrazo. No era posible.

La Marca Tenebrosa. Azabache, incomparable, tácita. Reluciendo sobre su nívea piel. Alterando su carne. Y todo lo que Hermione había dado por sentado.

Estaba con la boca abierta. Podía sentir cómo su mandíbula colgaba, inerte. Aprovechó para hinchar el pecho y llenar sus pulmones de aire. Y el frío aire en su garganta se sintió casi irreal. Se escuchó a sí misma respirar. En medio del silencio. Como si estuviese bajo el agua. ¿Quizá lo estaba?

Agitó los párpados. Y los labios. Buscando algo para decir. Buscó sus ojos. No la miraban. Ni siquiera se atrevía a mirarla. Y entonces vio la negra túnica reposando cerca de él, sobre la madera.

Era de los suyos. Servía a Lord Voldemort. Un loco sediento de poder, que defendía la supremacía de su gente. Con solo dieciocho años, lo tenía todo terroríficamente claro. Apoyaba un movimiento que pretendía aniquilar a esa especie inferior que eran los nacidos de muggles. Su especie.

"A pesar de lo que eres."

Todo cuanto habían hecho, la lucha contra el mundo que habían llevado a escondidas dentro de los muros de ese castillo, había sido una estupidez de niños. Una pérdida de tiempo. Se había engañado permitiéndose la idea de que quizá podrían con todo, que podrían contra el mundo. Que todo lo que habían hecho había servido para algo. Que en verdad estaban luchando contra el mundo. Pero no había sido así.

Hermione deslizó las manos por sus brazos hasta soltarlos del todo. Y fue entonces, al perder su último contacto con ella, cuando Draco alzó la mirada. A tiempo de verla ponerse en pie. Hermione lo contempló desde lo alto. Con las manos colgando junto a sus caderas. Draco esperaba verla llorando. Había anestesiado su corazón para ello. Pero no lo estaba. Su rostro estaba serio. Más serio de lo que nunca lo había visto. Sus ojos eran duros. Clavados en los suyos. No había miedo en ella. Solo lo miraba. Como si no lo conociera. Como si acabase de conocerlo.

Draco esperaba que se fuera. De hecho, había esperado una bofetada. Si alguna vez se la había merecido en toda su vida, suponía que era ahora. Pero ya lo hubiera hecho. Solo se había alejado de él. Aunque no se marchaba. No se movía.

—¿Cuándo?

La voz de Hermione rompió el silencio. Pero casi no pareció su voz. Draco no la hubiera reconocido si no hubiera visto sus labios moverse. Era dura. Fría. Ni un asomo de indulgencia.

—En Semana Santa —respondió Draco. Y tampoco reconoció su propia voz. Sonó estable. Seca. Plana.

—¿Cuando ya estábamos juntos? —articuló Hermione, sin poder contenerse. Ligeramente incrédula. Más bien sorprendida—. ¿Lo hiciste a pesar de lo que había entre nosotros?

—Esto estaba planeado mucho antes de lo que ha sucedido entre nosotros —aclaró él, sin parpadear.

—¿Planeado? —repitió ella. En un siseo sin aliento—. ¿Sabías que ibas a formar parte de sus filas, lo tenías claro, y aun así…?

—Sí, Granger, lo hice —espetó a su vez, elevando el tono de voz. Endureciéndolo—. Decidí que también quería estar contigo. Que eras algo increíble, algo que no esperaba, algo que me rompió todos los putos esquemas que regían mi maldita vida.

Ella exhaló aliento entrecortado ante esas palabras. Pero la rabia ganó la batalla de su interior, no permitiéndose ceder.

—Y también decidiste ser parte de los mortífagos —farfulló ella. Se permitió tragar saliva. Respiró de nuevo—. Dime que no querías hacerlo —imploró, en un vibrante susurro. Escuchándose a sí misma engañarse—. Que te obligaron. Que te amenazaron. Necesito que me digas que no quieres hacer esto. Por favor —su voz se entrecortó, viéndolo no inmutarse. No mirarla—. Necesito que me digas que ya no crees en nada de eso.

Draco dejó escapar el aire en un resoplido. Cerró los ojos un instante, y sus labios temblaron en una perezosa sonrisa.

—Se podría decir que la seguridad de mi madre fue un aliciente bastante persuasivo. Pero no te engañes. Siempre he creído en la causa. Es lo que me han enseñado. Es la única realidad que conozco, la única que para mí es válida. Mi deber siempre ha sido proteger la pureza mágica, y la única forma es alistarme en las filas del Señor Oscuro. Es así, te guste o no, y lo sabes.

—No, no lo sé —saltó Hermione, subiendo el tono. Recuperando el resuello—. El Malfoy que he conocido estos meses me ha demostrado lo contrario. Soy hija de muggles, y nunca me hubieras tratado como lo has hecho si no hubieras…

—¿Tratado? ¿Cómo te he tratado, aparte de mentirte abiertamente con lo que soy en realidad? —interrumpió Draco, y sus ojos brillaron al enfrentarla—. Te lo he dicho mil veces, no puedo dudar de que el fuego queme solo por una llama que no lo hace. Deja de escudarte en cada mínima parte de benevolencia que ves en mí para convertirme en lo que quieres que sea.

—No necesito convertirte en nada —replicó Hermione, apretando los puños. Sus ojos, determinados—. No quiero hacerlo. Y sé que no crees lo que me estás diciendo. Que lo repites como un mantra sin creerlo realmente. Ya no. Te conozco. Empiezo a pensar que te conozco mejor que tú mismo.

Draco dejó escapar una seca carcajada. Áspera como la lija.

—¿Incluso después de esta maravillosa sorpresa? —ironizó, elevando su antebrazo con mordacidad.

—Sí —replicó ella, firme—. Y sé que terminarás haciendo lo correcto.

—¿Y qué es lo correcto? —replicó él, borrando el sarcasmo de su expresión—. Siempre me he esforzado en hacer lo que era correcto para mí, y ahora no sé hacer otra cosa. No sé funcionar de otra manera. No sé qué es lo que está bien.

—Desde luego, no atacar a Ron para utilizarme y que yo acabase con lo nuestro —espetó entonces Hermione, con fiereza—. No puedes arriesgar la seguridad de la gente para tus propios fines. No es justo.

—¿No puedo? —repitió Draco, irónico, sin alterarse—. Puedo hacerlo, y lo haré, si eso te protege.

—¿Protegerme? —susurró ella, escéptica, entornando los ojos—. ¿Protegerme de qué?

Tres largos segundos de silencio. Él había apartado la mirada en medio de sus preguntas. Sus ojos fijos en una viga de madera al otro lado del hueco de las gradas.

—De mí —se limitó a sisear finalmente.

—¿Por qué? —espetó Hermione, sin amilanarse. Él dejó caer la cabeza hacia atrás, apoyando la nuca en la madera—. ¿Por qué quieres protegerme de ti? ¿Por qué ahora?

—Porque ahora es inminente que el Señor Oscuro invadirá Hogwarts.

El viento aulló entre la estructura de madera. El sonido de los crujidos se multiplicó en sus oídos. Hermione sintió un terremoto bajo sus pies. Su pie resbaló por la madera y retrocedió medio paso. Sus oídos zumbaban. Toda su sangre zumbaba. Y sus ojos grises eran hielo deslizándose por su columna.

—¿Qué? —se obligó a susurrar. Su cerebro trabajando a toda máquina. En nada. Pensando en mil y un escenarios diferentes. Pero era simplemente imposible. Toda su lógica le gritaba que era imposible. Él se limitaba a mirarla. Al parecer casi curioso de cuál sería su reacción.

—Le he ayudado a planear cómo entrar en el castillo. Vendrán esta noche.

Ningún tipo de defensa hacia sí mismo. Una simple declaración de intenciones. Seguía con la nuca apoyada en la pared, mirándola bajo sus párpados entrecerrados.

—¿Cómo vas a…? —susurró Hermione, sin aliento. Por inercia. Sin pensar—. ¿Cómo has…?

—Te robé. Tu mapa de Hogwarts, el que tenías en la biblioteca —confesó, de nuevo sin inmutarse. Con serenidad. Hermione se sacudió con sorpresa. Sus ojos se abrieron, horrorizada.

—¿El mapa de Harry? ¿El Mapa del Merodeador? —repitió, asombrada, llevándose una mano al pecho—. ¿Lo tienes tú?

—¿Era de Potter? —murmuró Draco, con un leve interés, frunciendo el ceño. Pero Hermione estaba luchando de respirar.

—Él me lo prestó —se obligó a susurrar. Con el corazón ensordeciéndola—. Por favor, dime que…

—Aún lo tengo —reveló él, en un tono curiosamente más suave. Se dio una palmada en el pecho, sobre el bolsillo interior de la túnica. Vio a la chica cerrar los ojos, colmada de alivio—. Pensaba devolvértelo. En realidad solo había planeado tomarlo prestado. Quería revisarlo. Encontré en él un pasadizo que comunicaba la Casa de los Gritos de Hogsmeade con el Sauce Boxeador de los jardines. Les hablé a los mortífagos de su existencia. Lo usarán para entrar. Llegarán a medianoche. Me han mandado un aviso.

Alargó el brazo y cogió el trozo de pergamino que reposaba a su lado. Lo estiró en su dirección, ofreciéndoselo. Ella vaciló un instante, al parecer todavía digiriendo la desaparición de tan valioso mapa y maldiciéndose por no haber sido más cauta. Pero al fin alargó la mano y lo tomó. Con cuidado de no tocar su piel. Draco se obligó a recargar la nuca en la madera de nuevo. Intentando evadirse de ese detalle.

Hermione miró el pergamino y leyó lo que había escrito. Sus veloces ojos recorriendo las escasas palabras. Captando el mensaje en clave en apenas un barrido.

Medianoche.

"Entonces espera a mañana. Por favor. Habla con él mañana."

Nott lo sabía. Maldito bastardo. Había intentado engañarla hasta el último momento para evitar todo aquello. Para evitar que hiciese algo.

Draco la contempló. Ni siquiera necesitó explicarle cómo leer el verdadero mensaje de la nota; sabía que ella lo descubriría en segundos. Era inteligente. La persona más inteligente que había conocido nunca.

—¿Por qué? —balbuceó Hermione, apretando los dedos alrededor del frágil pergamino. Sin levantar la mirada. Draco resopló por la nariz de nuevo.

—Porque quiere hacerse con el castillo, y…

—No. Por qué lo has hecho.

La miró. Sus ojos oscuros clavados ahora en los suyos. Intentando leerlo, descifrarlo, como había hecho con el mensaje del pergamino. Intentando volver a reconocerlo.

—Me dijo que liberaría a mi padre de Azkaban si lo ayudaba —se escuchó revelando.

Hermione arrugó el pergamino en su puño. Enderezando los hombros. Sus ojos brillaban con un fuego que Draco no podía creer que no se hubiera extinguido a esas alturas.

—Voy a avisar de esto —dijo ella con repentina seguridad, voz y labios temblorosos—. A Dumbledore. A los profesores. Voy a hacerlo, y, si quieres impedírmelo, tendrás que matarme.

Draco la contempló con los grises ojos relampagueando. Sin mostrarse sorprendido de sus apasionadas palabras. Como si ya se las esperase.

—Si lo haces, me matarán a mí —articuló él, con calma.

—¡Eso es mentira! —gritó ella de súbito, sin pararse a pensar. Demasiado alterada para darse cuenta de la realidad. "Porque lo vas a poner en peligro de muerte"—. ¡No intentes chantajearme de esa manera! ¡Ni te atrevas a hacer algo tan ruin!

—No intento chantajearte. Es la pura verdad —continuó él. Con exasperante serenidad—. Soy la única persona en el castillo que sabe lo que está por suceder. Si algo sale mal, la culpa será mía. Me matará sin pestañear por haberle fallado. Esta misión es importante para él y tiene que salir bien. Y, si no lo hace, los responsables lo pagarán.

Hermione estaba sacudiendo la cabeza.

—No me creo nada de…

—Oh, olvidaba a Nott —añadió él, casi con cinismo—. Él también lo sabe todo. Lo matará a él también si fallamos. Nuestra vida está en tus manos, Granger.

—¡Basta! —gritó Hermione, su voz resonando en el interior de las gradas. Se estaba ahogando—. ¡No hagas esto! ¡Ni te atrevas, no vas a conseguirlo! ¡No voy a ceder a tu maldita extorsión!

—¿Por qué diablos iba a mentirte? —protestó él, subiendo el tono de voz. Comenzando a molestarse—. Usa la maldita lógica. Tienes de sobra. ¿No ves que te estoy diciendo la verdad?

Hermione estaba jadeando. Negándose a creerlo. Negándose a creer que no podía hacer nada. No así. No jugándose su vida. Tenía que hacerlo. Sabía que tenía que hacerlo. Pero no estaba segura de ser capaz. Él estaba ahí, ante ella. Sentado en el suelo, a sus pies. Y parecía tan joven de pronto… Volvía a parecer el adolescente que era. Y se dio cuenta de lo solo que estaba.

—Quieres que salga bien para que libere a tu padre —acusó, sin amilanarse. Los ojos de él relucieron rabia—. Y no puedo permitirlo. ¡No pienso permitir que inocentes mueran para que un mortífago sea liberado de Azkaban!

—¡Es mi padre! —exclamó Draco, poniéndose en pie de un ágil movimiento. Irguiéndose ante ella.

—¡Son inocentes! —gritó Hermione a su vez—. ¡Lo siento, pero no voy a permitirlo! ¡Hay que avisar de esto! ¡Hay que evacuar a los alumnos, pedir refuerzos…!

Me da igual. No vas a hacer nada de eso —siseó Draco. Se acercó a ella, elevando una mano—. Escúchame…

Pero la joven retrocedió a toda velocidad. Su rostro contorsionado de resentimiento.

—No te acerques —susurró, apartando de él el brazo que parecía haber estado a punto de agarrar—. No me toques.

Draco se congeló al instante, sin alcanzarla. La miró a los ojos, de nuevo a una altura habitual en ellos, varios centímetros por encima de ella. El techo de aquel estrecho lugar casi tocaba la parte superior de la cabeza del chico. Tras dos segundos de expectación, de digerir tal petición, dejó caer la mano. Apretó los labios. Y logró controlar su expresión.

—Quédate aquí —murmuró entonces Draco. Ella parpadeó, confundida—. Ahora que sabes esto, no vuelvas al castillo. Lo asaltará, y tomará prisioneros a todos los nacidos de muggles. Tienes razón, seguramente los matará.

Nos matará —corrigió Hermione con voz seca—. Soy una de ellos. También soy muggle.

—Eres diferente a los otros —protestó él con tono displicente. Como si fuera evidente—. Eres una excepción.

—No, no lo soy —refutó ella, avanzando medio paso hacia él—. Soy muggle. Hija de dos humildes dentistas. Nadie en mi familia ha tenido nunca el más mínimo contacto con la magia. Mi madre casi se desmayó la primera vez que hice levitar una taza, y mi padre creyó que se trataba de una cámara oculta cuando recibí la carta. Yo no soy mejor que ninguno de los otros. Soy una más. Y orgullosa de ser quien soy —tomó aire con entereza y habló más bajo—: Malfoy, podemos hacer algo. Encontrar la manera de evitarlo. Dame tiempo. Solo tenemos que…

Pero Draco estaba sacudiendo la cabeza. Se pasó una mano por el cabello mientras la miraba, a punto de perder la paciencia. Su respiración se estaba acelerando mientras ella hablaba. Sus mandíbulas estaban marcadas, a consecuencia de estar apretando los dientes.

—No tenemos tiempo —interrumpió Draco en un susurro sospechosamente inestable. Sus dedos se crisparon alrededor de la nada, junto a sus caderas, como si necesitase apretar algo—. ¿No entiendes que, incluso si quisiera hacerlo, no puedo impedir esto y protegerte al mismo tiempo? ¿Que cada minuto que estamos hablando, son más y más recuerdos, más putos sentimientos, que él puede utilizar en mi contra si los encuentra en mi cabeza, y lo hará, si lo traiciono?

—¿De qué estás hablando? —susurró Hermione, sin comprender, entornando los ojos.

—Si traiciono al Señor Oscuro, utilizará la Legeremancia contra mí para descubrir el motivo. Y te descubrirá en mi cabeza. Verá todo esto —señaló lo que los rodeaba en un vago gesto. Sin dejar de mirarla a los ojos—. Verá lo que significas para mí. Y estarás en peligro de muerte.

Hermione exhaló con desesperación. Escéptica.

—¿Pretendes a estas alturas que me crea que yo te importo más que tus creencias, que tu propia seguridad? —cuestionó ella a su vez, con un incrédulo hilo de voz—. ¿Que lo haces por mí? ¿Que quieres protegerme? ¿Que te importo a pesar de lo que soy? —ironizó con mordacidad. Draco cerró los ojos un instante, invadido de frustración ante el uso de esa expresión que él mismo había utilizado con el único propósito de hacer que lo odiase. De recordarle con quién estaba tratando.

—Sí, Granger —dejó escapar entre dientes. Y casi sonó a una rendición. El rostro de ella se demudó—. Imagínate. Qué locura. Qué estupidez por mi parte. Importarme a pesar de lo que eres… Pues lo haces. A pesar de eso. Eso, que son mis creencias. Lo que me ha hecho ser quien soy, lo que me han enseñado. Y todavía estoy asimilando que puedo luchar contra ello. Que puedo cambiar mis convicciones. Que podría hacerlo. Pero no puedo. No en mi situación —giró el antebrazo izquierdo, mostrando al mundo su oscura marca—. ¿Entiendes ahora por qué hice lo que hice? ¿Por qué te hice a un lado de esa manera? Porque eres mi puta debilidad. Y no puedo permitirme tener debilidades. Porque si el Señor Oscuro entra en mi cabeza, y te ve, hará lo que quiera conmigo. Me matará, en el mejor de los casos. Te utilizará. Me utilizará. Y no estoy dispuesto a permitirlo. Sin embargo, no entrará en mi cabeza, no descubrirá nada, si no le fallo. Y no voy a hacerlo. Voy a dejarle entrar al castillo. Y que caiga quien tenga que caer.

Hermione apretó las mandíbulas. Temblando en bruscas sacudidas. De rabia. De dolor. De la mayor sensación de impotencia, de desesperación, que había sentido en toda su vida. De escuchar que él sentía algo semejante por ella, y que eso significase permitir un genocidio. Para protegerla.

—No me hagas esto —susurró ahora ella. Con voz quebrada—. No me hagas tomar esta decisión. No puedo ponerte por delante de la escuela. De Dumbledore. De mis amigos. No puedo. No luches por Voldemort, no vayas a sus filas. Quédate aquí y cuéntalo todo. Escóndete. Dumbledore te protegerá. Lo arreglará todo. Estás a tiempo de hacer lo correcto…

—Para mí no es lo correcto —discutió, impasible—. Si le fallo…

—Salvarás a la escuela —sentenció ella, con énfasis—. A todos.

A ti no. El riesgo eres tú —replicó él. En voz baja. Adusta—. Y no estoy dispuesto a correrlo.

Ella se estremeció. Los labios le temblaban.

—Es la opción correcta. Y yo te estoy diciendo que lo hagas —ella subió el tono de voz, contrariada—: ¡No puedes ponerme por delante de todo esto! ¡De la escuela! ¡De todo el mundo!

puedo. Puedo hacerlo, lo estoy haciendo, y lo volvería a hacer —Draco también habló más alto. Se encogió de hombros y elevó los brazos antes de dejarlos caer de nuevo contra sus caderas. Con una desganada mordacidad—. No me importa.

Hermione dejó escapar un gemido entrecortado. De desesperación. De indignación. Elevó las manos, cerradas en puños. Queriendo golpearlo. Queriendo empujarlo. Para hacerle entender que no podía hacer eso. Ponerla a ella por delante del mundo. No era justo.

—¡Tiene que hacerlo! —exclamó, desesperada, avanzando. Pero él la alcanzó primero. Rodeó sus brazos con las manos, clavando sus dedos a su alrededor, manteniéndola quieta. Ella tiró para soltarse de su agarre—. ¡Tiene que importarte! ¿Por qué harías…?

—¡PORQUE ME IMPORTAS TÚ! —bramó Draco, tirando de ella para acercarla. Su fuerte voz reverberando a su alrededor. Retumbando en cada viga—. ¡TÚ, MALDITA SEA! ¡SOLO TÚ! —la zarandeó ligeramente. Sus ojos centelleando. Mucho. Demasiado—. ¡Tú más que… que nadie, joder! ¿No entiendes que, haga lo que haga, le estoy fallando a todo el mundo? ¿Crees que esto es un puto juego para mí? ¡Tengo que formar parte de esta guerra! ¡No puedo echarme atrás, no habiendo llegado hasta aquí! ¡Y menos a costa de jugarme tu vida! ¡Ni siquiera puedo pensar, ni siquiera sé lo que yo quiero a estas alturas! ¡No soporto nada de lo que me está pasando desde que estás en mi vida! —la voz le temblaba, aunque seguía gritando. La luz del anochecer titilaba en sus ojos. Creando estrellas. En una superficie acuosa—. Lo único que soy capaz de hacer es romperme en pedazos y separarme de ti. Porque te he puesto en peligro, y no puedo protegerte. No sé protegerte. Ni a ti, ni a mi madre... No soy…

Se quedó sin voz. Enmudeció, luchando por tomar algo de aire. Sin éxito. Enfurecido consigo mismo, la soltó de golpe, retrocediendo un paso. Hermione había dejado de forcejear, ni siquiera recordaba cuándo. Se quedó quieta, muy quieta, sin saber si estaba apoyada contra algo o no. Draco cerró la mano en un firme puño y se apretó el dorso contra su boca jadeante. Ocultando sus labios temblorosos. La humedad de sus ojos disminuyó cuando una gruesa lágrima resbaló desde su ojo derecho, deslizándose mejilla abajo. Draco, enajenado, sin dejar de resollar, se pasó el dorso de la mano por el rostro, secándola rápidamente.

Hermione no podía hablar. No podía pensar. Solo podía mirarlo. Con la boca abierta. Nunca lo había escuchado gritar así. Pero incluso sus palabras pasaron a un segundo plano. Solo veía sus lágrimas.

Porque Draco estaba llorando. Ante la idea de separarse de ella. De no poder estar con ella.

«No llores», suplicó en su mente con desatinada desesperación. Incapaz de encontrar el aliento para pedírselo en voz alta. «Por favor, no llores…»

—M-Malfoy, no… —trató de articular. De decirle que no llorase. Su propia voz de pronto sonaba quebrada. Hermione se dio cuenta entonces de que ella también estaba llorando. Al intentar hablar notó el nudo de su propia garganta. Sintió las lágrimas abandonar sus ojos y resbalar hasta su barbilla.

Pero Draco seguía tan alterado que parecía que ni siquiera la había escuchado. Y el hecho de estar sucumbiendo al llanto parecía enfurecerlo todavía más. Continuó hablando como si ya no pudiera parar.

—No me digas que haga lo correcto, porque intentar protegerte ha sido lo único correcto que he hecho en toda mi maldita vida, y es también lo más insoportable que he sentido nunca —logró articular, con frenesí, entre rápidas respiraciones. De su ojo izquierdo escapó otra gruesa lágrima que logró interceptar a medio camino de su rostro. Su pecho se convulsionaba con violencia—. Hacer lo correcto no se siente correcto. Y sé que voy a salir de este castillo y no voy a volver a sentirme en toda mi jodida vida como me siento cuando estoy contigo. Y s-soy gilipollas porque aún no sé cómo hacerme a la idea. Y si eso es lo correcto te juro que quiero irme al maldito infierno. Y te odio con toda mi alma, porque no eres tú quien debería poder hacerme esto. Cualquiera menos tú. Y no sabes lo… lo muchísimo que me jode todo esto —trató de tragar saliva. De seguir hablando con rabia. Frenético. Destrozado—. ¡Porque ni siquiera es correcto que tú y yo estemos aquí, hablando! ¡Y no lo soporto! —elevó la voz, enronqueciéndola—. No poder cambiar nada… ¿Crees que me importa el destino de este maldito castillo, de personas que ni siquiera conozco, comparado con perderte para toda mi vida? Pues, lo siento, pero no lo hace. Y puedes pensar de mí lo que te dé la gana. Que soy un cobarde, un egoísta…, me da igual —su voz estaba flaqueando. Ya no podía gritar, por mucho que lo intentaba—. Pero tú... Me importas tú. Solo… Solo tú, maldita seas…

Y se rompió. Su voz se rompió. Todo él se rompió. Su cuerpo se rompió. Un cuerpo que ahora se movía en bruscas y acompasadas sacudidas, envuelto en un profundo y difícilmente controlado llanto. Luchando por tomar aire sin que este se convirtiese en sollozos al abandonar su boca. Draco agachó el rostro y abrió la mano, cubriéndolo con la palma. En un vano intento de ocultarse a sí mismo. Hermione sollozó a la vez que él. Con fuerza. Dejando escapar el aire que había contenido con sus palabras.

Draco era un castillo de arena en ese momento. Un toque por su parte, y se derrumbaría. Ambos lo sabían. Y, a pesar de eso, Hermione lo hizo.

Sin pararse a pensar, olvidándose de todo lo demás, recorrió la escasa distancia que los separaba. Alzó ambas manos y tomó el rostro del chico entre ellas. Él trató de apartarse de un brusco gesto. Como si no soportase que se acercase a él en ese estado. Lejos de estar dominándose a sí mismo. Pero ella no cedió y tiró con decisión, obligándolo a agacharse para poder abrazarlo del cuello con fuerza.

Lo tocó, lo rompió, lo hizo añicos. Él se deshizo en sus brazos.

Las piernas de Draco flaquearon. Cayó de rodillas al suelo de madera, arrastrando a la chica con él. Hermione no lo soltó. Mantuvo su fuerte abrazo, apretando el rostro del chico contra su pecho. Sollozando ella misma contra su hombro. Sin querer asimilar lo que estaba sucediendo.

No había pensado en sus sentimientos. Realmente no lo había hecho. En lo que significaba para un chico de dieciocho años tener la vida de cientos de personas en las manos. En una balanza. Ella a un lado. Los demás al otro. Y la había elegido a ella.

Podía traicionar a Lord Voldemort. Lo hubiera hecho. Las razones que daba para hacer lo que hacía eran la seguridad de Hermione, la suya propia, y la de su madre. Y la liberación de su padre. Eran motivos personales, individuales, alejados de una simple ideología de pureza de sangre. Necesitaba mantener dichas convicciones por la vida que le esperaba más allá de la medianoche. Pero, aunque intentaba convencerse a sí mismo de lo contrario, ya no era una verdad absoluta para él; Hermione había sido capaz de leerlo entre líneas. Pero no haría nada a costa de ponerla en peligro. Ella era su límite. El que no podía cruzar. Su excepción.

Cerró los ojos con fuerza y se apretó contra él. No podía aceptarlo. Ella no podía aceptarlo. Voldemort no podía hacerse con el castillo. Tenía que haber una manera. Tenía que poder hacer algo. Intentó pensar, mientras escuchaba la respiración del chico chocar contra su ropa. Estaba dispuesta a comprometer su vida si era necesario. Pero no la de Draco. Él no podía morir. No podía permitir que lo matasen. No a él. No podía salvar a nadie si eso significaba su muerte. Era una forma de actuar puramente emocional, y lo sabía. Que ignoraba cualquier razonamiento irrefutable que le asediase la cabeza. Pero daba igual. La realidad era que no era capaz.

«Te quiero», pensó Hermione, con todas sus fuerzas. Quedándose sin ellas. Rogando porque él escuchase sus pensamientos. Porque necesitaba que lo supiera, pero sabía que no debía. «Te quiero, te quiero, te quiero…».

Tenía que haber una manera de protegerlo. Voldemort tenía que seguir confiando en Draco. Y en Nott. Necesitaba estar seguro de que ellos no lo habían traicionado. Que, si una parte del plan salía mal, no tendría nada que ver con ellos. Así no registraría sus mentes en busca del motivo de su traición. No la encontraría en la cabeza de Draco.

Los mortífagos tenían que entrar en el castillo. Tenían que llegar al interior, eso era insalvable. Y entonces, quizá, podrían hacerles frente. El castillo se defendería, pero Draco habría cumplido su parte de introducirlos. Quizá esa era la solución… Tenía que ser sutil. No podían tener ninguna duda de que Draco estaba de su lado, que había hecho todo lo posible.

Tenía que avisar al castillo. Pero el momento de hacerlo era importante, no podían estar esperando el ataque o generaría sospechas. Medianoche. Les avisaría entonces. Cuando los mortífagos ya estuviesen allí. Podía fingir que los había visto en los jardines, o en cualquier otra parte. Eso era lo de menos. Tenía que ser rápida. Sería un margen de tiempo peligrosamente escaso. Y quizá todo fuese inútil, y no hubiera forma de defenderse a esas alturas. Quizá perdiesen el castillo. Estaba casi segura de que perderían el castillo. Pero quizá pudiese salvar vidas. Y, solo por eso, tenía que intentarlo.

Sus propias lágrimas se habían secado. Ahora tenía un plan. No iba a dejar de luchar, con todo lo que fuese capaz de hacer.

Pero no haría partícipe a Draco. Si él no lo sabía, no podrían extraer de él tal información. Ni siquiera la buscarían. Porque él no iba a traicionarlos.

Draco respiraba con más normalidad ahora. Hermione podía sentir sus hombros subir y bajar con calma. Lo separó de su pecho con cuidado, pero sostuvo su rostro agachado y hundió los labios en la parte superior de su cabeza. Manteniéndose ahí largos segundos, aplastando su boca contra su cabello. Haciendo todo lo que estaba en su mano para reconfortarlo. La única forma en que podía agradecerle sus palabras sin quebrarse.

"Porque te he puesto en peligro, y no puedo protegerte. No sé protegerte."

"Me importas tú. Solo… Solo tú, maldita seas…"

Rompió el beso y le permitió enderezarse. Se miraron. Los ojos de Draco seguían congestionados, y su rostro tenía manchas rosadas aquí y allá. Pero su expresión era mucho más estable. Más firme. Había conseguido recuperar el control de sí mismo.

Hermione, sabiendo que su propio rostro luciría similar, le acarició una mejilla con la mano. El atardecer había avanzado. La luz del sol había pasado de naranja a rojiza. Las sombras de las vigas eran más largas.

—¿Cuál es el plan? —susurró Hermione. Él parpadeó, sin moverse—. Van a entrar por el Sauce Boxeador, ¿y después?

—Granger… —articuló entre dientes, cerrando los ojos. Con exasperación. Pero ella lo interrumpió.

—No —se apresuró a desmentir, con suavidad—. No voy a evitarlo. Te lo prometo —aseguró, acariciando el lateral de su cabello, alrededor de su oreja—. Solo quiero… saberlo. No lo impediré. De verdad.

Enmudeció, mirándolo con súplica. Él tenía que creer que había ganado la discusión. O Voldemort lo sabría. Draco dejó escapar un lento suspiro por la nariz. Creyéndola.

—A medianoche llegarán a Hogsmeade —informó él, en un seco murmullo. Su voz se había estabilizado—. Entrarán por la Casa de los Gritos. Yo les abriré la entrada del Sauce Boxeador.

—¿Sabes lo del tocón que detiene las ramas? —cuestionó Hermione, con curiosidad. Él asintió con la cabeza, sin preguntarle cómo lo sabía ella—. De acuerdo, y, ¿después?

—Después entrarán al castillo.

—La puerta principal estará cerrada a esas horas —protestó ella, frunciendo el ceño. Como si le molestase que él no hubiera pensado en eso.

—He dejado abierta la puerta que hay tras los invernaderos. Filch no la vigila casi nunca —confesó Draco, con desgana. Hermione cabeceó un poco, asimilando la información. Fingiendo encontrarla interesante, pero no demasiado. Hogsmeade. Si pudiese avisar al castillo cuando todavía estuviesen en Hogsmeade tendrían mucho más margen… ¿Sería demasiado arriesgado? ¿Los mortífagos se creerían que alguien procedente del pueblo habría puesto sobre aviso al castillo?

—¿Y qué harán… dentro? —logró susurrar, controlando un escalofrío. Draco no se alteró.

—Quiere volver a los viejos tiempos. A los anteriores ideales mágicos —explicó sin entusiasmo—. Quiere remodelar el colegio y enseñar solo a quienes considere dignos, y en temas que le parezcan adecuados. Los valores verdaderos de los magos —pero entonces algo brilló en sus ojos y frunció el ceño. Como si hubiera recordado algo—. También habló de un… arma —pronunció lentamente. Parpadeando—. Quiere hacerse con un arma que hay en el castillo.

—¿Un arma? —repitió Hermione. Fieramente interesada—. ¿Qué tipo de arma? ¿Para qué?

Draco dejó escapar un leve resoplido sin fuerzas. Como si le hubiera hecho gracia.

—Ni la menor idea.

Hermione apartó la mirada. Sin tiempo suficiente para darle vueltas a esa nueva revelación. Realmente, no tenían tiempo para nada.

Medianoche. Tenían hasta la medianoche. Y sus caminos se separarían. En direcciones opuestas.

Sintió su corazón hacerse más sonoro. Latir con ímpetu contra sus costillas. Luchando por hacerse a la idea de no volver a ver al joven que tenía delante nunca más. Con un pensamiento muy concreto flotando en su mente, giró su muñeca izquierda y miró su reloj de pulsera. Draco la observó hacer sin decir nada, mirando también el reloj de la chica de forma distraída

—Son las nueve —susurró Hermione. Draco escrutó su expresión al percibir que la voz le había temblado. Ella seguía mirando su muñeca—. Nos quedan… unas horas por delante hasta la medianoche —lo miró a los ojos—. Aprovechémoslas.

Draco no parpadeó. Le sostuvo la mirada, mudo, confundido ante su última sugerencia. Sin alcanzar a entender qué se proponía la chica. La entereza de su mirada. Le parecía que quería decirle algo pero no… no la entendía. ¿Aprovecharlas? ¿Cómo?

Hermione alargó las manos, y las colocó sobre su torso, encima de su túnica. El pecho de él sufrió un estremecimiento de sorpresa. Pero no se movió. La chica pasó sus dedos por el escudo de Slytherin en una caricia curiosa, antes de aferrar ambas solapas y apartarlas a los lados, descubriendo su ropa. Draco intentó hacer contacto visual, sin lograrlo. Ella tenía la mirada fija en su camisa. Parecía tranquila. Y eso, curiosamente, lo preocupó. Se recordó que tenía que respirar cuando sintió que sus pulmones comenzaban a arder sospechosamente.

La chica pasó la túnica por sus hombros y brazos, hasta lograr quitársela. Él se movió lo justo y necesario para que atravesase finalmente sus muñecas. Quedando amontonada alrededor de su cintura y piernas. Hermione volvió a colocar sus manos sobre él. Recorriendo su camisa, ascendiendo por ella, sintiendo el contorno de sus clavículas bajo las palmas, hasta alcanzar su cuello, su nuca. Draco sintió espasmos en sus músculos, su piel erizarse, reaccionando ante el delicado toque. Ella no parpadeó. No lo miraba a los ojos. Estaba siguiendo el recorrido de sus propias manos. Dobló el cuerpo hacia adelante, inclinando el rostro para no chocar con su mandíbula. Y sus labios alcanzaron la piel de su garganta. Draco cerró los ojos, recordándose de nuevo que tenía que respirar si quería seguir con vida.

Las manos del chico abandonaron su propio regazo y rodearon el cuerpo de la joven. Trastabillando a la hora de sujetarla. Debatiéndose entre acariciarla o aferrarla contra sí. Sin ser capaz de pensar, sintiendo su boca, su respiración, sobre su nuez. Sus manos decidieron por cuenta propia acariciar su espalda, por encima de su túnica.

Y cuando las pequeñas manos de ella aferraron el nudo de su corbata, las pocas dudas que el chico podía albergar sobre lo que Hermione se proponía desaparecieron.

Pero… esto… ¿Podía suceder?

Una tenue exhalación escapó de los labios entreabiertos de Draco. Abrió los ojos. Quiso decirle algo, pero no veía su rostro. Los labios de ella seguían bailando en su garganta. Logró soltar la corbata, pero no la quitó del todo. La dejó colgando del cuello del chico, al parecer con prisa por dirigirse al primer botón de su camisa blanca, el más cercano a su garganta. Se separó ligeramente, la distancia suficiente como para mirarlo a los ojos. Su rostro seguía sereno. Draco la miró con fijeza. Intentando leer sus ojos. Leer sus intenciones. Pero éstas estaban claras.

A Draco le estaban temblando las manos. Le temblaba el maldito espíritu.

Hermione continuó desabrochando su camisa. Abrió otro botón. Y otro. Y otro más. Al llegar a la mitad de su abdomen, ignoró los restantes e introdujo su mano entre la tela. Rozando su piel desnuda por primera vez. Y Draco estuvo seguro de que podía notar cómo su corazón saltaba en su interior. ¿Las manos de ella estaban frías o él estaba ardiendo?

—¿Aquí?

Draco escuchó a alguien susurrar esa tontería. Y tardó en comprender que había sido él mismo. Se sentía ligeramente ensordecido. Mareado.

Hermione lo miró con fijeza. Y fue una mirada terriblemente afín a un flujo de aire caliente, que invadió a Draco hasta los huesos. Una mirada que nunca había visto antes en esos francos y redondos ojos oscuros. Que, a pesar de todo, se preguntó si no se estaría imaginando. Una mirada penetrante, llena de seguridad, de... deseo.

—Donde sea.

Y su suave voz pareció un hechizo. Porque el cuerpo de Draco reaccionó al instante, activado por sus palabras. Ladeó el rostro y se inclinó para hundirse en sus labios sin vacilar. Labios nerviosos bajo los suyos. Labios húmedos, labios apresurados. Era su boca. Estaba en su boca. Volvía a estar allí. En ella. Ella lo quería allí. Metió los dedos en su cabello castaño, bordeando su oreja. Atrayéndola más. Pero reduciendo la velocidad. Permitiéndose sentir. No correr. Tenían tiempo. No todo el que quisieran, pero, esa noche, era de ellos. Y se mentirían a sí mismos, comportándose como si en verdad tuviesen todo el tiempo del mundo.

Draco sintió la anticipación colándose en su interior. Así como las manos de la chica desabrochando a tientas los últimos botones de su camisa. Rodó la mandíbula, afianzando el beso, buscando su lengua con la suya. Mordió con fuerza su labio inferior, obteniendo un suspiro. Sintió a la joven estirarse y rodearle el cuello con los brazos, llevándose su corbata por el camino. Tomándola entre sus dedos y dejándola caer tras él. Aterrizó en el suelo de madera con un mudo susurro de seda.


—Fred y George dijeron que el pasadizo se bloqueó mientras ellos estudiaban aquí —decía Harry, mientras Ron y él avanzaban metro a metro por el estrecho lugar—. Creo que dijeron que fue en su tercer curso. Y que por eso no pudieron volver a utilizarlo...

Las paredes de piedra del túnel eran estrechas, pero al menos podían pasar de uno en uno con relativa facilidad. Habían dejado sus mochilas en la entrada, para tener más movilidad. Y se habían asegurado de arreglar el espejo a sus espaldas una vez estuvieron dentro del túnel, para no alertar a ningún alumno que pasase por ese pasillo del cuarto piso.

—Aún no hemos encontrado ningún obstáculo. Y llevamos un montón de tiempo andando. No puede estar lejos —estimó Ron en voz baja, avanzando tras su amigo. Ambos llevaban sus varitas encendidas en alto.

—¡Mira! Creo que ahí está… —saltó Harry, intentando iluminar más lejos para ver mejor.

Efectivamente, el pasadizo se encontraba bloqueado en su totalidad frente a ellos por lo que parecía ser un derrumbamiento de piedras. No podían estar seguros, pero parecía que el techo se hubiera venido abajo. Y daba la impresión de haber estado así durante mucho tiempo. Parecía macizo, e incluso algo de moho se había formado en las piedras más superficiales.

—¿Y ahora qué? —suspiró Ron, contemplándolo con desánimo—. Está… muy bloqueado. ¿Cómo pasamos?

—Habrá que despejar el camino —repuso Harry, examinando las rocas con ayuda de la luz de su varita. Gotas de humedad brillaban ante ellos sobre las azuladas ruinas.

—¿Merece la pena arriesgarnos a que se venga todo abajo? —preguntó Ron, iluminando el techo—. Quiero decir, quizá ni siquiera sea este el pasadizo que nos lleve al dragón...

Harry fue a abrir la boca pero no alcanzó a decir nada. Su cabeza volvió a retumbar. El pasadizo dio vueltas a su alrededor. La voz en su mente sonó fuerte. Como si una radio se hubiera sintonizado de pronto en la frecuencia correcta.

Harry Potter... Adelante… Más cerca...

—Es aquí —resopló Harry. Estiró una mano para sujetarse con ella a la fría pared. Ron hizo ademán de sostenerlo, pero no hizo falta—. El dragón está por aquí.

—¿Y lo sabes porque…? —se sorprendió su amigo, apuntando ahora con la varita a Harry para verlo mejor.

—Él me lo ha dicho —se señaló la cabeza, todavía resollando—. Nos está ayudando. Guiando.

—Joder, ¿ahora nos ayuda? —protestó Ron, nervioso, poniendo los ojos en blanco—. Podría haberlo dicho antes…

—La comunicación es mejor aquí abajo —comentó Harry, con su mente zumbando—. Lo escuchó mejor. Nos estamos acercando —apuntó de nuevo a las rocas—. Tenemos que pasar como sea.


La camisa blanca de Draco reposaba en el suelo, junto a su túnica negra con el escudo de Slytherin bordado. La túnica de Hermione estaba muy cerca, con su león de Gryffindor. Al igual que sus corbatas. Las habían dejado fuera de sus vistas, sin querer ver los colores de las Casas que lo separaban. Esa noche se negaban a ser ellos mismos. No eran Malfoy y Granger. No estaban separados por reglas y normas sociales, no estaban enfrentados por obligación. Solo eran dos personas que querían estar juntas.

La camisa de Hermione todavía estaba sobre su cuerpo, pero no por mucho tiempo más. Los dedos de Draco ya estaban trabajando sobre ella. Cada botón que dejaba el ojal era una nueva barrera que desaparecía, un paso más hacia adelante. Hacia el punto sin retorno que querían alcanzar, peleando contra todo lo que tenían en contra. Enfrentándose obcecadamente al mundo.

Draco se encontraba en la misma posición que ella, de rodillas frente a frente, sentado sobre sus talones en la dura madera del suelo. Abría los botones uno tras otro, ayudado solo de su sentido del tacto. Cada vez que intentaba separarse de su boca para mirar lo que hacía, Hermione volvía a robarle un beso, negándose a dejar escapar sus labios. Haciendo que sus párpados se cerrasen una y otra vez.

Cuando logró desabrocharla por completo, Draco la retiró de su cuerpo, abriéndola y pasándola por sus hombros; dejando su sostén, y su piel, al descubierto. La chica no cerró los ojos ni un instante. Esa noche, no había lugar para la vergüenza. Tampoco para promesas de amor o dulces cumplidos. No era el estilo de ninguno de los dos. El silencio era lo único que necesitaban. Solo silencio. Solo sus miradas.

El chico arrojó la camisa a un lado, en un gesto tan rápido, tan impaciente, que Hermione sintió que su rostro aumentaba de temperatura. Halagada ante el deseo que estaba mostrando por ella. Los ojos de Draco vagaron por su torso, su cuello, sus ojos. Sus blancas manos acariciaron sus brazos. Como si no supiera por dónde empezar. Dónde tocarla. Hermione podía escucharlo pelear por respirar.

La chica devolvió sus propias manos a la parte delantera de su torso. Tocando su piel. Su musculatura. Con más confianza de la que se esperaba tener en una situación así. Las yemas de sus dedos recorrieron los tendones de su cuello, sus clavículas, la línea entre sus pectorales, el relieve de éstos, sus oscuras protuberancias…

Y entonces el pecho de Draco sufrió una sacudida bajo su toque. Alejándose de ella de forma involuntaria. El aliento escapó de entre sus labios, de forma irregular. Vibrante.

Hermione lo miró a los ojos, con la mano en el aire. Él tenía la mirada clavada en un punto cercano a su hombro. Las mandíbulas apretadas. Los labios de Hermione se estiraron, reprimiendo una incrédula sonrisa, y volvió a rozar su pecho. Ninguna hipótesis podía confirmarse si los resultados no eran reproducibles. Y obtuvo los mismos. Él se apartó ligeramente de nuevo, echando el hombro hacia atrás. Había cerrado los ojos y apretado los labios con palpable frustración, pero antes sus comisuras se habían estirado brevemente. En una sonrisa contenida. Su aliento volvió a escapar por su nariz, entrecortado. Hermione no recordaba la última vez que había sentido tantas ganas de sonreír.

—¿Cosquillas? —susurró, enternecida. Draco frunció los labios, sin decir nada. Sin mirarla. Visiblemente irritado consigo mismo. Hermione rio con suavidad, casi sonando como un sollozo. Atesorando semejante información. Que no volvería a necesitar. Dejó de acariciar la zona más sensible de su pecho, dándole un respiro, y llevó las manos a su cuello. Buscó su boca. Queriendo quitarle la vergüenza a base de besos.

El chico pareció recomponerse. Coló sus manos por debajo de sus brazos y las llevó a su espalda desnuda. La acarició en sentido ascendente, dejando un camino de chispas que erizó el vello de su cuerpo. Se encontró a medio camino con el cierre de su sostén. Buscó sus ojos, en medio de la penumbra. Hermione respondió con una sonrisa, apenas una leve elevación de sus comisuras. ¿De verdad creía que lo detendría ahora? Sus manos acariciaban su blanca garganta con los pulgares. Sentía su pulso en la yema. Lo veía latir a pocos centímetros de sus ojos. No podía haber nada más íntimo que eso.

Notó que el chico hurgaba con sus dedos en el enganche, intentando abrir la prenda. Hermione se humedeció los labios y se inclinó para dar un casto beso en su garganta, sobre el aleteo de su pulso, que apenas tuvo tiempo de repetir por segunda vez cuando sintió que la tensión del sujetador alrededor de su torso se aflojaba. Hermione se distanció y separó sus manos de su cuerpo un momento para que pudiese retirarlo del todo, permitiendo que pasase las tiras por sus brazos. El aire crudo de la noche azotó su pecho desnudo, erizándolo casi al instante. La mirada de Draco cayó casi contra su voluntad mientras dejaba la prenda a un lado. Su rostro no varió, pero Hermione lo sintió tomar aire con urgencia por la nariz, sintiendo también que su pecho se inflaba bajo sus manos. Ella sintió una punzada de agradecimiento ante su genuino gesto.

Los ojos claros de Draco volvieron a elevarse, como un fulgor plateado, para mirarla brevemente. Una de sus manos ascendió para acunar su rostro con la palma, y Hermione casi se sacudió ante la sutileza del contacto. Después bajó la mano, cerrando los dedos, utilizando el dorso para recorrer su garganta y su escote. Despertando la electricidad de la columna vertebral de la chica. Sus duros nudillos rozaron la piel de sus pechos, la zona más sensible, erizada por el frío y por él. Con tanta suavidad, que Hermione sintió que su pecho se deshacía. Tembló, estaba segura que de forma visible. Escrutó el rostro de él. Vio su garganta subir y bajar.

Draco se inclinó hasta que sus labios alcanzaron la zona bajo su oreja. Apresándola con lengua y dientes. Sus manos recorrieron de nuevo su espalda desnuda, ahora sin ninguna prenda que interrumpiese. Presión con sus palmas en la zona más baja, y la joven se vio atraída hacia él. Se incorporó de sus tobillos, y él la acercó hasta que quedó sentada a horcajadas en su regazo. La rodeó con los brazos, sosteniéndola de forma segura. Pegando sus torsos desnudos por primera vez. Compartiendo el calor de sus cuerpos, equilibrando sus temperaturas. Hermione cerró los ojos, abrumada, mientras sentía el cálido aliento del chico tras su oído, sus brazos envolviéndola, y el férreo apoyo que eran sus hombros bajo sus propias manos. Rodeó el cuello del chico, queriendo aproximarse a él lo más posible. Dejando que la sensibilidad de sus senos aumentase mientras los presionaba contra su rígido pecho. Podía sentir la áspera tela de su pantalón de uniforme en la piel desnuda de sus muslos, bajo su falda. Y también sintió la lágrima que se desprendió de su ojo.

Rezó para que no hubiera caído sobre el chico. Se secó el rostro de un rápido y discreto movimiento, fuera de su vista. Parpadeando con rapidez. No. Eso no. No ahora.

Hermione descendió el rostro, buscando sus ojos, queriendo volver a centrarse en él y solo en él. Y el chico se lo concedió. Abandonó su cuello para mirarla con el rostro alzado, dos tormentas grises que recorrieron sus facciones. No había arrogancia. No había superioridad. Pero seguía siendo su mirada. Y era la mirada más sincera que le había dedicado jamás. Su lágrima no pareció haber dejado un rastro visible, dado que Draco no dijo nada al respecto. Y Hermione se perdió en él. En sus ojos. En lo que había tras ellos. En la forma en que la aferraba contra sí. En su cercanía. En su piel desnuda. Esa piel que, por una noche, era suya.

Medianoche. Tenían hasta la medianoche.

Hermione dejó de envolver su cuello y arrastró ambas manos para poder arañar su nuca y después tomarle el rostro con ellas. Acarició sus orejas con la punta de los dedos. Le apartó el cabello de la frente, peinándolo hacia atrás. Y pensó que era una sensación maravillosa, el hecho de revolver aquel pulcro y lacio cabello rubio. Quería ver mejor sus ojos. Quería tocar cada parte de él.

Draco la dejó hacer sin dejar de contemplarla. El cabello de la chica había caído a su alrededor por tener la cabeza inclinada, pero ninguno de los dos lo apartó. Cuando Draco sintió los dedos de la chica volver a sus mejillas, y su rostro pegarse al suyo, correspondió su beso sin dudarlo. Afianzó un brazo a su alrededor y se incorporó, dejando de estar sentado sobre sus talones y quedando arrodillado en el suelo. Con la joven bien sujeta contra él, se inclinó hacia adelante, apoyando su peso en su mano libre, y dejándola caer de espaldas de forma controlada.

Hermione esperaba sentir el frío contacto de los tablones de madera, pero en lugar de eso sintió el suave roce de la tela de una túnica. No sabía a quién de los dos pertenecía, y le daba igual. Su falda escolar quedó elevada, arrugada en su cadera por el movimiento. Draco descendió con ella, tumbándose sobre su cuerpo, manteniendo su lugar entre sus piernas abiertas. Hermione captó un discreto movimiento por parte del chico, ajustándose el pantalón antes de apoyar sus codos a los lados de su rostro. Y entonces, al verlo sobre ella, fue plenamente consciente de lo que estaba sucediendo. De lo que iba a suceder. No pensando ni por un instante en detenerlo.

Él buscó su boca. Sus labios pelearon en una batalla que les daba igual perder. La mano de Draco descendió de nuevo por su torso, ahuecando su seno. Utilizando el pulgar para comprobar que sus suspiros no le engañaban. Y entonces la sintió estremecerse bajo su cuerpo. Pudo notar cómo la piel se erizaba bajo sus manos. Y su risa contra su boca.

Draco se separó de sus labios, mirándola con atención. Posiblemente extrañado de que tuvieran cosquillas en la misma zona. Cosquillas que ella antes no había manifestado. Hermione rio con la garganta de nuevo.

—Tienes las manos heladas… —susurró, a modo de disculpa. Sonriendo contra su boca. Y Draco lo notó entonces. Ella estaba temblando. De frío. A pesar de estar al resguardo del viento dentro de las gradas, la temperatura había descendido considerablemente. Y estaban a medio desvestirse. Corroboró que decía la verdad al cerrar el puño y frotar los dedos contra su palma. ¿Cómo podían estar frías cuando el pecho le estaba ardiendo?

—Lo siento… —murmuró. Sin estar seguro de qué hacer a continuación. Cómo tocarla en ese estado sin incomodarla. Pero prometiéndose en un vanidoso arrebato que esa noche haría sudar a la joven que tenía bajo su cuerpo.

Ella desechó su disculpa con otra sonrisa y le atrajo el rostro de nuevo para besarlo. Las manos de la chica se sentían igual de frías que las suyas, y también su nariz contra su pómulo.

Draco bajó más la mano para acariciar con la palma la parte externa de una de sus piernas desnudas, desde la rodilla hasta la cadera. Sintiendo su piel de gallina ante la temperatura de sus dedos. Convencido de que no sería por mucho tiempo. Su mano recorrió la parte trasera de su muslo y lo elevó, sujetándolo a la altura de su propia cadera. Ella dejó escapar un inestable suspiro, superada ante la sensación de sus calientes labios en su boca y sus vientres pegados, aun por encima de su ropa. Draco se balanceó entonces sobre ella. Encajando sus vientres. Presionando. Sintiendo la tela de su falda, y el calor de su ropa interior, deslizándose contra su pantalón. Repitió el movimiento, empujando contra ella. Logrando fricción. En un suave vaivén nunca antes practicado, pero que sintió que era tan natural como respirar. En un anticipo de lo que estaba por suceder. Esperando que a ella le gustase. La chica corroboró ese hecho al dejar escapar un sonido entrecortado. Retorciéndose de pies a cabeza. Y eso no era por el frío. Era por él. Solo por él.

Hermione sintió que su rostro se calentaba ante la sensación. Ante el manifiesto e íntimo movimiento. Una muda pero abierta declaración de intenciones. Para ella hubiera sido suficiente quedarse así. Con la simple cercanía piel con piel en aquel recóndito lugar. Pero él le recordó y demostró que había más. Sabía lo que había que hacer. Y se lo iba a hacer a ella. Tenían carta blanca mutua sobre sus cuerpos esa noche.

Dejó una mano apoyada sobre su rubia nuca, enredándola en el corto cabello de la zona, y llevó la otra más abajo, queriendo sentir la fría piel de su espalda. Sintiendo cómo se endurecían sus músculos cuando se contraían, mientras movía su cuerpo sobre el de ella. Explorando su complexión masculina por primera vez. Alcanzó su glúteo por encima del pantalón. Y lo sintió apretarse cuando movió sus caderas contra ella. Presionó la zona con la palma, solicitándole empujar su vientre contra el suyo de nuevo. Lo hizo. Y sus caderas se alzaron sin poder contenerse, rozándose contra él, devolviéndole la proximidad.

Draco tuvo que detenerse. Respirando entrecortadamente. Aceptando que tenía que bajar la velocidad. No sabía de sí mismo hasta qué punto era capaz de controlarse.

Pero Hermione no se detuvo. Palpó hasta sentir el borde de su pantalón. Bajó entonces la otra mano y siguió con ambas el contorno de su cinturón, hasta llegar a la fría hebilla plateada. Maniobró con dificultad al tenerlo pegado completamente contra su abdomen. Él sintió entonces sus manos hurgando entre ellos y separó un poco sus caderas. Estirando los codos y bajando la mirada para contemplar lo que hacía. Ella misma tuvo que elevar el cuello ligeramente para poder ver. La chica soltó la hebilla, abriendo el cinturón, y el tintineo metálico repicó en los oídos de ambos como una canción. Sus dedos temblorosos lucharon entonces contra el apretado botón de su pantalón. El vientre del chico, bajo el dorso de sus manos, onduló cada vez que su piel lo rozó. Cuando logró soltar el botón, sin estar segura de cómo lo había hecho, tal era su temblor, atrapó la pequeña cremallera entre índice y pulgar. Descendiéndola. Revelando parte de su oscura ropa interior. Y el contorno de lo que se ocultaba bajo ella.

Hermione alzó la mirada, buscando sus ojos y su permiso. Él no la miraba. Parecía petrificado observando sus manos. Sin moverse. Dejándola hacer lo que quisiera. La joven introdujo sus dedos en el reborde de su pantalón, con la intención de descenderlo. El dorso de sus dedos rozó entonces la aterciopelada superficie de su ropa interior. Y su dureza. Vio sus costillas hundirse cuando exhaló con urgencia. También lo vio cerrar los ojos, mientras sus caderas se alejaban unos centímetros. Como si estuviera siendo más difícil de lo que pensaba sobrellevar su contacto y no perder el control.

Hermione lo vio tragar saliva y volver a dejarse caer sobre ella, todavía con el pantalón casi en su lugar. Obligándola a apartar las manos y devolverlas a su espalda. Hermione sintió la mano de Draco pasar bajo su cabello para sostener su nuca, y sus labios bajaron a recorrer su garganta, de lado a lado, por debajo de su mandíbula. Sintió que el chico se tensaba sobre ella, y de pronto se movía como si no se acomodase, apoyando su peso en un codo y después en otro. Sus piernas se movían, pero Hermione no alcanzaba a ver lo que hacía. Entonces escuchó un golpe, y después otro, y comprendió que se estaba quitando los zapatos ayudándose con sus propios pies.

Y entonces comenzó a descender, repartiendo besos con la boca abierta por su escote. Alcanzó el valle de sus senos y lo recorrió sin pausa, con breves pero firmes besos. Sin entretenerse, en una línea recta hacia el sur de su cuerpo. Dejando un rastro ardiente con sus labios a su paso, tan diferente de sus frías manos, que hizo que la boca de Hermione se abriese en un mudo gemido, dominada por la sensación. Tuvo que cerrar los ojos. Seguía temblando. Pero ya no era consciente del frío.

Draco deslizó la boca por su estómago, el cual se contrajo bajo sus labios por la impresión. Hermione dejó escapar una risita con su garganta, las cosquillas apoderándose de tan sensible zona. Draco sonrió satisfecho contra su piel. Ella lo insultó en voz baja cuando se detuvo en esa zona a propósito, haciéndola retorcer las caderas para contener las cosquillas. Accedió a seguir bajando, rodeó su ombligo, y llegó hasta su vientre, cubierto por la falda escolar de talle alto. Lo besó por encima de la tela, deteniéndose varios segundos allí. Y a Hermione le tembló el alma.

—¿Quieres dejarte la ropa?

Hermione bajó la mirada. Draco la observaba, aguardando por su respuesta, con la boca todavía cerca de su falda. La chica era consciente de que su piel seguía erizada. Estaba helada, aunque cada vez era menos consciente de ello. Ni tan pasional situación podría opacar por completo el frío de la noche, pero le daba igual.

—No —murmuró ella. Y entonces se dio cuenta de que le faltaba el aliento—. Quítalo… Quítalo todo.

Los ojos de Draco bailaron sobre los suyos. Sintió su respiración chocar contra su abdomen cuando tomó y exhaló aire con profundidad. Él se incorporó, bajó la mirada, y lo siguiente que Hermione sintió fueron los dedos del chico encontrando la cremallera lateral de su falda. Para después sentir que tiraba del borde de la prenda, la tela de pronto deslizándose por la superficie de sus piernas. Pero se detuvo al llegar a sus rodillas. Aunque no hacía falta para retirarla, Draco se arrastró hasta sus pies, acomodándose mejor, y comenzó a quitarle los zapatos. Peleando con el entumecimiento de sus frías manos. La chica pudo apreciar ese detalle a juzgar por los largos segundos que le tomó abrir la hebilla de sus zapatos del uniforme. Hermione lo contempló, aún tumbada, luchando contra el ahogo en su pecho. Se estaba sacudiendo en discretas convulsiones, y no estaba segura de que fuera por la baja temperatura del ambiente.

Él la estaba desnudando.

Draco terminó con los zapatos, dejándolos caer cerca de los suyos. Y después se entretuvo bajando sus largos calcetines grises reglamentarios. La yema de sus dedos recorriendo la piel de sus piernas, creando círculos en sus tobillos para desenredar los calcetines de la zona, obligó a la chica a cerrar los ojos. No escuchaba la respiración de Draco. Solo la suya. Rompiendo el silencio de la noche.

Terminó entonces de retirar la falda, deslizándola por sus piernas. La dejó a un lado, sobre los tablones, sin mirar dónde aterrizó. Sus ojos fijos en su piel. En su cuerpo desnudo, solo con su prenda más íntima ante él. Un lienzo en blanco, en el cual no sabía qué pintar.

Hermione lo vio parpadear lentamente. Sus ojos vagando sobre ella. Su mente perdida en sus propios pensamientos. La chica se preguntó cuáles serían. Ahora sí veía claramente su pecho hincharse y deshincharse. Esperaba que pensase de ella lo mismo que ella estaba pensando de él.

Todavía con su pantalón desabrochado, al parecer olvidándose de que desnudarse a sí mismo, o permitir que ella lo hiciera, era el paso más lógico a dar, volvió a arrodillarse más cerca, entre sus piernas abiertas. Su mano, y sus ojos, se posaron en el tobillo desnudo de la chica, comenzando a recorrer su pierna flexionada en dirección ascendente. Sus ojos siguiendo su tacto, confirmándolo visualmente. Sin recordar al parecer que ella lo estaba viendo. Como si estuviera solo. A solas con su cuerpo. Y Hermione le confiaría su vida si la cuidaba como estaba cuidando su piel.

Su mano alcanzó su cadera. El elástico de su ropa interior. Y entonces pareció recordar que ella se encontraba ahí. Le devolvió la mirada, sin decir nada. Se inclinó y giró el rostro para besar la tersa piel de la cara interior de sus muslos. Hermione se estremeció por la sensibilidad de la zona y tensó sus piernas. Asimilando entonces que eso no era nada. Que él no había hecho más que empezar. Y se obligó a respirar con más vehemencia.

Estiró sus manos para colocarlas sobre las de él, apoyadas en sus caderas. Queriendo sentirlo. Queriendo tocarlo. Había descendido tan abajo que ahora no llegaba a tocar su cuerpo con las manos. No sabía quién de los dos tenía las manos más frías.

Él alzó la mirada, asegurándose de que su gesto no significaba que quería que se detuviera. Pero no le dio esa impresión. Sus manos acariciaban el dorso de las suyas. Estaba respirando con la boca abierta por lo que él estaba haciendo. Y Draco se sorprendió intentando imitar su ritmo.

Estaba prácticamente desnuda. En todos los sentidos. Le estaba entregando su piel. Se lo estaba entregando todo. A él. Horas antes de separarse para siempre.

No era justo que solo pudiese vivir esto una vez en su vida…

Draco sintió la pesadez de la situación encaramarse a sus hombros. Era la última vez que podría hacerle algo así. Todo terminaría en unas horas. Jamás volvería a ver su desnudez, ni a escuchar su aliento escapar por sus labios con urgencia por él.

Se obligó a apretar los dientes, tragando saliva. Tragándose todo aquello. Tenían esa noche. E iba a hacer que mereciese cada segundo.

Descendió la última prenda que faltaba. Sin mayores ceremonias. Su verdadera desnudez estaba en sus ojos.

Volvió a trepar por su cuerpo a base de firmes besos, más bruscos que al descender. Hasta que sus ojos estuvieron a la misma altura, hasta alcanzar sus labios. Pero una de sus manos no ascendió con él.

—Dime si te gusta… —susurró contra su boca.

Y cuando los dedos de Draco se perdieron entre sus piernas, el primer gemido de Hermione resonó en el interior de las gradas.


—¿Descartado volarlo por los aires? —tanteó Ron, indeciso. Harry, a su lado, daba impacientes vueltas por el pasadizo, sin saber qué hacer.

—Yo no lo haría. Podríamos provocar otro derrumbamiento —se quedó quieto y miró el muro de piedra atentamente—. Quizá nos quedaríamos atrapados. Y nadie sabe que estamos aquí —miró a su amigo con una ceja levantada. Ron compuso una mueca de conformidad.

—¿Un Diffindo podrá cortar estas rocas? —sugirió el joven Weasley, mirándolas más de cerca—. Haríamos un túnel…

Harry vaciló, pensativo.

—Me da miedo romperlas —opinó, en un murmullo—. Quizá todo se desestabilice. ¿Y si, simplemente, las levantamos?

—¿Un Wingardium Leviosa? —quiso aclarar Ron, algo escéptico.

—¿Se te ocurre algo mejor? —repuso Harry, con pesadez, una pizca defensivo. Lucía bastante agobiado y no parecía poder controlar bien su paciencia en ese estado. Ron se mostró inusualmente tolerante.

—Mejor, no sé —Ron dudó, sin alterarse—. Más rápido, seguro. ¿No perderemos mucho tiempo?

—Prefiero tardar un poco más antes que arriesgarnos a morir aplastados —opinó Harry, lacónico. Pero en tono más pacífico. Ron esbozó una sonrisa perezosa.

—Visto así… Me has convencido.

Su amigo le devolvió la sonrisa con dificultad. Con un suspiro. Y le dio una palmada en el hombro, disculpándose así por su brusquedad.

—Veamos qué tal se nos da. Y si no intentamos otra cosa. Vamos...

Se acercó a la barrera de piedras y tanteó algunas con sus propias manos, comprobando si era capaz de levantarlas o si eran un pilar importante para evitar que todo se desmoronase. Ron lo acompañó y buscó también. Poco a poco, minuto a minuto, se atrevieron a mover algunas con ayuda de la magia, que no fuesen muy pesadas y estuviesen algo sueltas. Decidieron intentar abrir un boquete en uno de los lados. Tras retirar varias piedras y verse rodeados de ellas, se les ocurrió transformar algunas en pilares que colocaron a modo de contrafuertes. Ron los sujetó y estabilizó contra el muro, mientras Harry seguía levitando rocas frías y húmedas.

Después de varios pequeños derrumbamientos imprevistos, sonidos que los hicieron contener el aliento, y muchas sacudidas de varita, lograron abrir un diminuto hueco a ras de suelo que, con un poco de suerte, sería suficiente.

—Tú primero, amigo —ofreció Ron con un educado gesto de la mano, tratando de bromear.

Harry tomó aire y se tumbó en el suelo para arrastrarse por el pequeño y sucio agujero, hasta el otro lado del pasadizo. Ron lo empujó de los pies para ayudarle en el último tramo.

—¿Llegas al otro lado? —cuestionó Ron, acuclillado junto al hueco, cuando la totalidad del flaco cuerpo de Harry hubo desaparecido—. ¿O hay que quitar más piedras?

—No —se oyó la voz de Harry al otro lado—. He llegado. Es aquí mismo, el bloqueo no era muy grueso. El pasadizo continúa.

Ron suspiró y se preguntó si se alegraba o no de que lo hubieran conseguido. Miró hacia atrás, hacia la oscuridad, una última vez, y después se arrastró por el agujero tras Harry.


Hermione estaba intentando usar las yemas de sus dedos, pero sus uñas se empeñaban en predominar. Cuando un nuevo escalofrío de placer la sacudió, las arrastró por la nuca de su amante, consciente de que le estaba dejando ardientes rastros rojizos. El gimoteo que emitió contra su boca apenas se escuchó en el silencioso lugar.

La tenue luz del ya casi inexistente crepúsculo, especialmente estando en el interior de las gradas, les impedía apreciar al detalle el cuerpo del otro, pero era suficiente. La chica continuaba tumbada de espaldas. Draco, todavía vestido con sus pantalones desabrochados, y sus calcetines, se había tumbado a su lado, pegado a ella, sosteniendo su peso en un codo y cercando con él su cabeza. Retomó al mismo tiempo, con la otra mano, la tarea que había comenzado entre sus piernas. Ahora en un mejor ángulo. Pretendía quedarse ahí todo el tiempo que ella le permitiese.

Mantenía el rostro sobre el suyo, sus perfiles unidos, no queriendo perderse ni una sola de sus expresiones. Queriendo absorber cada gemido sofocado, cada beso descuidado, cada sonrisa contenida, cada inhalación de sorpresa. Cada mirada.

Los largos dedos de Draco estaban recorriéndola, acariciándola, hundiéndose en ella. Su burlona mano se alejaba en ocasiones de tan preciada zona y acariciaba con ella sus caderas, jugaba con los nudillos en la cara interna de sus muslos, en sus ingles, y recorría con sus uñas cortas su vientre. Explorándola por completo, sabiendo que sería la única vez que podría hacerlo. Aprendiendo todo lo que nunca volvería a hacerle.

Hermione estaba dejando escapar urgentes gemidos sin lograr controlarse. Sin poner mucho empeño en hacerlo. Nunca se había escuchado a sí misma gimiendo en voz alta. Pero con él podía hacerlo. Con él podía hacer cualquier cosa. Estaba sujetando el rostro del chico, manteniéndolo pegado a ella. Necesitando su cercanía para sobrellevar el placer.

Oh, Dios… —balbuceó Hermione contra su boca. Tirando de su rostro para aplastar su frente contra la suya. Draco estuvo a punto de perder el equilibrio sobre su codo.

—¿Ahí? —logró susurrar. El pecho le temblaba. La mano le temblaba. La voz le temblaba.

—Ahí…

Draco intentó tragar saliva, lográndolo a medias. Tuvo que cerrar los ojos. Exhalando contra su rostro acalorado. Intentó complacerla. Más rápido. Más profundo. Ahí.

Hermione intentó cerrar las piernas, empujándose al mismo tiempo contra esos dedos, hundidos en lo más profundo de su interior. Acompañándole en el movimiento. Sin ser apenas consciente de haberlo hecho. Permitió a su cuerpo hacer lo que quisiera con lo que Draco le estaba dando. Estaba en sus brazos. Y confiaba en él.

"Si hay algo que no quieras hacer, solo tienes que decírmelo."


—El pasadizo parece que se acaba —comentó Ron, entornando los ojos y tratando de ver varios metros más allá. Levantó la varita para iluminar más lejos—. ¿O no? ¿Qué hay ahí?

—No veo —admitió Harry, tras él, intentando ver sobre su hombro.

—Ah, no, se… divide.

El túnel llegaba a una encrucijada que comunicaba con dos pasadizos diferentes. Ambos lucían igual de antiguos, toscamente escavados en la roca. El de la izquierda parecía conducir a una curva cerrada unos metros más lejos, y el de la derecha avanzaba hasta donde alcanzaba la iluminación de la varita.

Estupendo —se quejó Ron, apuntando la luz a cada uno de los pasillos. Estaba respirando con algo de esfuerzo. El aire ahí abajo comenzaba a sentirse saturado—. ¿Por dónde vamos? Alguno de estos pasadizos sería el que utilizaban Fred y George para llegar a Hogsmeade. Esperemos no coger ese, o nos retrasaremos volviendo.

—Ya… —murmuró Harry. Se rascó la cabeza y entornó los ojos—. Pero no tiene mucho sentido. Tus hermanos debieron coger en algún momento el otro pasadizo, solo para ver a dónde iba. Si les hubiera conducido al dragón, ellos habrían…

Harry no terminó la frase. Dejó de escucharse a sí mismo. La voz de Guiverno de Wye retumbó en cada célula de su cerebro.

—¡Derecha!

Joder —se quejó el chico en voz alta, con un suspiro cansado. Ron lo apuntó con la varita, extrañado—. El dragón dice que es por la derecha. Podía avisar antes de hablar, maldita sea…

Ron compuso una mueca llena de empatía por su amigo y ambos echaron a andar hacia el pasadizo de la derecha, ya sin vacilar. Pero entontes Harry volvió a dejar escapar un grito ahogado. Se llevó las manos a la cabeza, deteniéndose.

—¡DERECHA! ¡DEPRISA!

—¡Ya estamos yendo por la derecha! —se quejó Harry en voz alta. Ron lo miró sin comprender. El moreno alzó más la varita, examinando el pasadizo. Giró ligeramente, quedando de cara a la pared oscura que había a su derecha—. ¿Es que acaso...?

Se aproximó a ella. Ron lo siguió. Estaba envuelta en sombras, como todo allí abajo. Pero la luz de la varita la iluminó. Era roca sólida. Estiró una mano para palpar la superficie, o incluso golpearla para ver si estaba hueco al otro lado. Pero se encontró con que no había superficie. Su mano no encontró resistencia y se hundió hasta el codo. Solo era una cortina de humo, era magia. Allí no había pared. Era un tercer pasadizo, oculto a ojos de cualquiera que mirase allí. Un efecto óptico perfecto. Miró a Ron por encima del hombro, todavía con el brazo en su interior, y vio que tenía la boca entreabierta. Tras intercambiar una fugaz mirada, Harry avanzó por el recién descubierto pasadizo, atravesando con cuidado el falso muro. Una nube opaca que lo cegó por unos instantes. Sus pies perdieron el equilibrio y sintió que podría caerse hacia delante. La impresión lo dejó sin aliento. Estiró las manos, palpando el aire con desesperación, hasta encontrar una pared a su derecha. Recuperó el equilibrio y soltó un taco. Apuntó con su varita a sus pies.

—¿Qué pasa? —se alarmó Ron a su espalda. Su voz reverberando en el lugar.

—Una escalera, ten cuidado —murmuró Harry, descendiendo otro escalón, dejándole sitio. Ron atravesó el falso muro y, prevenido por su amigo, logró mantener el equilibrio hasta conseguir ver la escalera. Sus varitas iluminaron una empinada escalera de caracol, estrecha y desgastada. A la luz de las varitas, apenas vieron el comienzo, así que no sabían hasta dónde podía descender. Las paredes estaban húmedas, y algas y musgo colgaban del techo. Las telas de araña que cerraban el paso brillaban blancas a la luz y ondeaban casi imperceptiblemente. Escuchó el gemido de Ron.

—¿Seguro que es por aquí? —cuestionó, con pesadez.

—No hay otro sitio —repuso Harry en un murmullo—. O el dragón hubiera vuelto a intentar vapulear mi cerebro…

—¿Por qué tiene que haber telarañas? —se quejó Ron lastimeramente, intentando alejarse de la delgada y negra creadora de una de las telas, a poca distancia de su cabeza.

—Parece que hay algo de corriente —opinó Harry, ignorándolo, observando el ondear de las finas hebras blancas—. Esto debe dar a algún lugar del exterior. El aire llega hasta aquí. Vamos.

Varita iluminada en mano, comenzó a descender por la estrecha escalera de piedra, apartando las telarañas a su paso. Ron gimió de nuevo, pero lo siguió.


La respiración de Draco era demasiado sonora para sus propios oídos. Y no era capaz de ponerle remedio. Había demasiado silencio. Y él no podía respirar sin jadear en ese momento. De ninguna forma que intentase. En cambio, cada temblorosa exhalación que el chico emitía, era un escalofrío de gozo para la joven Hermione. Ahora era él quien se encontraba tumbado boca arriba, sobre la túnica negra sin dueño, habiendo intercambiado lugares. Hermione lo había obligado a ello, y se las había arreglado para retirar en esa posición el grueso pantalón de él, y sus calcetines, y también su ropa interior. Él la ayudó a maniobrar, casi a regañadientes, elevando las caderas. Y, desde ese momento, un rubor de fuego en su pálido rostro los acompañó, apenas visible en la penumbra. Hermione fue consciente de cómo sus ojos sondeaban su expresión, como si pretendiese adivinar qué pensaba de él. Ella se limitó a ponerle las manos encima como respuesta.

La mano de Hermione, trémula, cauta y novata, vagaba sobre el miembro de su amante en largas y lentas caricias. Obedeciendo a sus propios instintos, a las tenues instrucciones proporcionadas por él, y a las reacciones que veía en su cuerpo. Estaba incorporado sobre sus codos, como si pretendiese mirar. Pero sus grises ojos, espejos de lo que estaba sintiendo, estaban ocultos tras sus párpados cerrados. Sus labios sí estaban entreabiertos, emitiendo inestables e incontrolables suspiros bajos. No permitiéndose dejar escapar gemido alguno. Pero, con cada movimiento de su mano, el vientre del chico tiritaba. Revelando la realidad de cómo se sentía. Sus puños estaban apretados con fuerza.

Hermione sostuvo su peso sobre su mano libre para poder inclinarse sobre él. Utilizando, por tanto, sus labios para explorar su cuerpo. Depositó un tentativo beso en el centro de su estómago. En su fría piel. La sintió tensarse bajo el calor de su boca. Quería saber lo que le gustaba. Quería hacerlo temblar. No quería dejar ni una sola barrera a su paso.

Su melena castaña cayó a su alrededor cuando se agachó, acompañando el roce de sus labios. El abdomen de Draco se endureció cuando éste sostuvo su peso en un único codo y alargó el otro brazo, con la intención de apartarle el cabello de la cara, como si temiese que estuviese incómoda. O como si necesitase hacer algo. Distraerse. Intentó sujetarlo tras sus orejas, pero terminó dejándolo sobre su hombro, lo mejor que pudo. Ella le dedicó una sonrisa, con la mejilla casi rozando su piel.

—Túmbate —susurró, mirándolo a los ojos.

Él tardó unos segundos en acceder. Pero terminó apoyando su espalda en la túnica, teniendo que mirar el techo. Hermione lo vio cambiar de posición sus brazos un par de veces. Parpadeando con rapidez. Como si no supiera cómo colocarse. Como si estar ahí tumbado, con las manos quietas a los lados, fuese demasiado embarazoso para él. Parecía sentir la necesidad de devolverle las caricias. De hacer algo. Hermione intentó demostrarle en silencio que no tenía por qué. Que esto era para él.

Sus labios recorrieron la piel de sus pectorales, haciéndolo cerrar los ojos de nuevo. Probó a recorrer la zona que antes le había hecho cosquillas y obtuvo el mismo resultado. Su pecho tembló bajo su toque en una risa contenida. Ella sonrió y recorrió otra zona. Todas las zonas. El centro del pecho, la piel sobre su esternón, parecía ser su punto débil, a juzgar por la forma en que su aliento trastabilló, abandonándolo. Anotando en un íntimo rincón de su mente esa información, aun a sabiendas de que no volvería a necesitarla, descendió otra vez por su cuerpo, llegando a sus costillas. Sin que su mano dejase de moverse sobre su piel más íntima. En diferentes patrones y rincones, según iba aprendiendo lo que le gustaba y perdiendo pudor. Un giro de muñeca para acomodarse, y un incontrolable y ronco gemido escapó súbitamente de la garganta de Draco. Hasta entonces había logrado con éxito no moverse, pero entonces sus caderas se sacudieron brevemente, en dirección al techo, como si rogara por un mayor contacto. Sus dedos se acercaron a los de ella, pero consiguió contenerse antes de interferir en sus caricias. Él mismo dejó escapar un áspero jadeo incrédulo ante los reflejos de su cuerpo. Abrió los ojos con indecisión, buscando la mirada de ella, como si temiese haber hecho algo que no procedía. Como si demostrar que lo que ella hacía le gustaba fuese inapropiado.

Pero Hermione fingió no darse cuenta de su turbación, restándole así importancia, y siguió cubriendo de besos su abdomen. Sintiendo cómo se tensaba bajo su boca, cada vez que su aliento lo abandonaba. Su mano no se detuvo. Se aceleró. Igualando el latido de su corazón. Deseaba volver a escucharlo gemir. Escuchar su petulante voz rompiéndose en un sonido tan humano. Escucharlo perder el control.

Su boca rozó la piel bajo su ombligo. La cual se hundió bajo sus labios, casi huyendo de ellos, y un nuevo gemido los rodeó. Más sonoro que el anterior. Más desesperado. Sus caderas saltaron de nuevo.

El vientre que Hermione tenía delante se contrajo y se elevó. Draco se había incorporado hasta sentarse, invitándola a separarse de él. Hermione lo hizo, buscando su mirada, y la única palabra que le vino a la mente al encontrarse con los ojos del chico fue fuego. La viva confirmación de que el hielo podía quemar. Porque sus ojos plateados siempre habían parecido dos carámbanos. Y en ese momento ardían. Henchido de una nueva fuerza animal que ella no había visto en él con anterioridad. Y sintió que su propio cuerpo se prendía.

Draco no pidió permiso para su próximo movimiento. Le rodeó el cuerpo con un brazo y los giró a ambos de forma brusca, colocándose él de nuevo sobre ella. Esparciendo su espeso cabello sobre la madera de forma desordenada. Cada centímetro de la piel de Hermione se erizó ante el pasional movimiento. Al verse de nuevo a su merced. Los labios de Draco encontraron los de ella, hundiéndose en su boca para besarla con fuerza. Sus dientes chocaron. A Hermione se le escapó una risita. Sintió los labios del chico estirarse en una rápida sonrisa antes de volver a besarla. Jadeando, mordiendo, arrasándola. Hermione dejó de sonreír, sus labios ocupados siguiendo el delirante ritmo de su acompañante. Casi boqueando, lo sujetó del rostro, manteniéndolo contra ella. Para siempre, a ser posible.

Como podía preverse, sin éxito. Draco se soltó de su agarre y trasladó su rostro hasta su pecho. Buscando sus senos con urgencia, dejando el decoro a un lado. Hermione sintió que se le cortaba la respiración al sentir sus dientes en su receptiva piel. Su espalda se separó del suelo, extasiada, encontrándose con el torso del chico sobre ella. Miró el oscuro techo, perdida en sus caricias. Por un momento le pareció ver estrellas propias de una noche despejada sobre el negro fondo. Pero comprendió que no podía ser. No podía estar viendo el cielo, ni siquiera entre las rendijas. Había unos tres pisos de gradas sobre ellos.

Su mano se sujetó a su bíceps, pero no era suficiente. No podía apretarlo tanto como necesitaba. Le haría daño. Estiró la mano a un lado, buscando a tientas algo que aferrar con desesperación. Sus dedos encontraron la tela de la túnica que estaba bajo ella, y no pudo evitar enredarlos allí, aferrándola con tanta fuerza que el puño le tembló. Él, sin embargo, estiró una de sus manos y la entrelazó con la de la chica, obligándola a soltar la túnica. La presionó contra la madera del suelo, manteniéndola quieta, sin descuidar su tarea.

Hermione dejó de contemplar las falsas estrellas que sus ojos estaban plantando sobre la madera de las gradas superiores, para girar el rostro y mirar sus manos entrelazadas. Adivinando sus contornos en medio de la penumbra. Sus largos dedos aferrando los suyos con fuerza. Sus nudillos blancos. Nunca volvería a sujetarla así. Nunca caminarían cogidos de la mano, a la vista de cualquiera. Nunca vería sus manos entrelazadas a la luz del día. Algo más oscuro que la pálida piel del chico atrajo su mirada. En su blanco antebrazo, a pesar de la oscuridad que ya invadía el lugar, logró visualizar la negra sombra de una calavera y una serpiente. Hermione volteó el rostro al otro lado al instante. Cerró los ojos con fuerza. No. No en ese momento. No quería volver a la realidad, no quería romper aún la burbuja que se habían construido a su alrededor. Lo harían en unas horas. Pero no todavía. Solo unas horas más.

La boca del chico abandonó sus saciados pechos y descendió todavía más abajo. Deslizando su cuerpo entre sus piernas. Sin soltarle la mano. Recorriendo de nuevo su abdomen con los labios. Recorriendo su vientre. Abriéndole más las piernas con la mano que tenía libre. Arrastrándose hacia abajo sobre la túnica.

Hermione abrió los ojos e intentó bajar la cabeza. Buscándolo. ¿A dónde iba?

—¿Qué…?

Su voz apenas se escuchó. Pero no tuvo que preguntar de nuevo. Draco había hundido el rostro entre sus piernas flexionadas sin ningún tipo de vacilación. Decidido a recorrerla entera.

Y Hermione no pudo controlar el sonido que salió de ella. Las marcas de media luna que las uñas de la chica le hicieron en el dorso de la mano permanecerían allí el resto de la noche.


—Creo que estamos llegando abajo —comentó Harry, dando cuidadosos pasos en la inestable escalera de piedra. Con la varita en la mano izquierda, y sujetándose a la pared con la derecha para mantener el equilibrio. Las secas pisadas de los grandes pies de Ron tras él le indicaban que su amigo lo seguía de cerca.

—Mierda, menos mal… —dejó escapar Ron con notable alivio en su voz. Harry casi podía notar su aliento jadeante en la nuca—. Me duelen las rodillas. Es interminable esta escalera. ¿Cuánto tiempo llevamos bajando?

—Ni idea —admitió su amigo, sin molestarse en mirar el reloj. No sabía a qué hora habían empezado—. Pero las cavernas ya no pueden estar lejos. Mira, sí, ya se acaba…

Llegaron al final de los escalones y tomaron aire, agradeciendo estar por fin en tierra firme. Ante ellos había un corto pasadizo con paredes de piedra virgen. El frío allí era más intenso. Y el aire más pesado. Duro de respirar. El pasadizo terminaba en una abertura que conducía a otro lugar que no alcanzaban a ver. Apuntaron hacia allí con las varitas mientras avanzaban paso a paso. El suelo era de tierra, salpicado de pequeñas rocas que los hacían torcer los tobillos al pisarlas sin querer. Todo era negro y gris a su alrededor. El silencio era denso. Pero les llegó un leve murmullo de agua. A dos metros de la amplia abertura todavía no eran capaces de ver nada, pero lo oyeron. Un movimiento al otro lado. Donde quiera que esa abertura condujese. Había algo allí. Y el sonido fue muy particular. Como si algo gigantesco, y muy pesado, se moviese lentamente sobre un suelo de roca pura.

Harry y Ron se detuvieron al mismo tiempo. Las varitas todavía en alto. Y entonces lo oyeron de verdad.

Un rugido. Tan pavoroso, tan irrefutable y tan atronador que les hizo taparse los oídos automáticamente, dejando la entrada de nuevo sumida en la oscuridad. La luz de las varitas apuntando en direcciones aleatorias. Cuando el sonido cesó, ambos amigos retiraron las manos con cautela. Muy, muy despacio. Se miraron. Harry leía en los ojos de Ron el mismo pánico que él sentía.

Harry Potter... —la grave voz se escuchaba limpia en su mente. Clara. Como si estuviera justo en su oído—. Entra...

—Está ahí dentro —informó Harry, con voz trémula.


Hermione se retorció, ondulando las caderas, buscando acomodarse. Sentía su vientre quemar, estirándose sin mucho éxito intentando cobijar aquella nueva invasión. Draco se había adueñado por completo de su interior tras un tentativo proceso. Y dolía. El dolor la mantenía tensa, inmóvil e incómoda, pero definitivamente satisfecha. Sentir a Draco tocar fondo en su ser era algo que no cambiaría por nada del mundo en ese momento.

El chico la cubría, pegado a su cuerpo. Sus brazos, a ambos lados de ella, se sentían como una fortaleza. La noche ya había caído y apenas eran capaces de verse. Minutos atrás habían tenido que encender una de sus varitas, dejándola en el suelo a poca distancia.

—Dime cualquier cosa… —murmuró él con voz queda, contra su boca. Hermione asintió con la cabeza al instante, antes de que hubiera terminado de hablar siquiera. Podía sentirlo temblar.

La chica trató de abrir un poco más las piernas, permitiéndole acomodarse mejor sobre ella. Draco lo hizo, y él también creía que reajustando su peso dejaría de tiritar. Pero tampoco fue el caso. Razón de más para no hacer ademán de empezar a moverse todavía. Necesitaba respirar unas cuantas veces más antes siquiera de plantearse tal cosa. De hecho, incluso respirar se sentía temerario. Se sentía anormalmente ingrávido. Preguntándose si de verdad el resto del mundo seguía ahí fuera. Preguntándose para qué. No hacían falta. Ella era más que suficiente. Ella era lo único que percibía. Ella estaba flotando en dondequiera que él también estuviese. Ella estaba ahí, y era sólida. Real. Lo único que en ese momento parecía real. Lo único que quería que fuese real.

Estaba perdido observando su rostro. Sus muecas, sus suspiros casi frustrados mientras apretaba sus músculos con cautela, tratando de acostumbrarse a él. Sus ojos se encontraron en la penumbra. Examinándose mutuamente. Asegurándose de que el otro estaba bien. Y entonces Draco asimiló que el resto del mundo seguía existiendo. Porque acababa de girar a su alrededor, con los ojos de la chica como punto fijo.

Sintió que el nudo de su garganta se apretaba de súbito, ahogándolo. Empezó a costarle respirar. Iba a perderla. No iba a volver a tenerla en sus brazos. Nunca más iba a poder hacer nada de aquello. No volvería a tenerla cerca siquiera. Ese rostro. Esos ojos. Sus ojos. Sintió un picor casi insoportable en la nariz y un reborde cristalino aparecer en su campo visual, en su párpado inferior…

Hermione, sin darse cuenta de que el chico sobre ella amenazaba con derrumbarse, le dedicó una cálida sonrisa. Y una discreta caricia en su espalda. Como si todo estuviera bien. Aunque ambos sabían que no lo estaba. Draco apretó los dientes, y también se apretó contra ella. Le besó la boca con fuerza, al tiempo que empujaba sus caderas hacia ella, explorando su interior. Cerró los ojos con firmeza, y la lágrima que se había formado en ellos resbaló por la gravedad desde el lagrimal hasta el puente de su nariz. Quedándose ahí. Muda. Desapercibida. Hermione se atragantó al respirar cuando lo sintió tantear un primer vaivén.

Necesitando alejar los fantasmas de su cabeza, Draco comenzó a moverse con prudencia. Sin ritmo. Buscando uno. Adaptándose a ella. Peleando contra su inexperiencia. Tragándose el primitivo gemido que recorrió su garganta, queriendo escucharla a ella, y solo a ella. Hermione, por su parte, dejó escapar un bufido entrecortado y echó la cabeza hacia atrás. Sus manos se crisparon en los costados del chico. Dolía. Él podía notar que le dolía.

Intentó cambiar el ritmo. El ángulo. La velocidad. Suplicando que solo fuese cuestión de tiempo que aquello le gustase. Que lo sintiese como, joder, lo estaba sintiendo él. Hermione giró el rostro hasta casi pegar su mejilla en la túnica que cubría el suelo, con los ojos cerrados, luchando por respirar. Retorciendo su espalda. Draco le besó la sien y respiró contra su piel. Le seguía doliendo. Quizá él no lo estaba haciendo bien. No sabía cómo hacerlo mejor. Solo tenían esa oportunidad, pero no pensaba continuar si a ella le dolía. Estaba a punto de decidir si preguntarle qué podía hacer por ella, o directamente detenerlo todo, cuando la chica dejó escapar un urgente gemido que no pareció de dolor. Él la contempló, moviéndose todavía de forma tentativa. Ella volvió a gemir. Tembló y su expresión varió. Sus ojos lo buscaron. Ajena a su preocupación, le dedicó una sonrisa. Casi incrédula. Como si él le estuviese haciendo algo increíble.

Ella estaba bien. Estaba disfrutando. Se estaba agitando de placer. Él la estaba haciendo sentir así.

Draco aprovechó para dejar caer más su torso, pegándolo al suyo. Rozando sus sensibles pieles mientras se balanceaba contra ella. Y para besar su mejilla y su cuello. Intentó pensar qué más hacer. Pero las sensaciones que lo asolaban estaban arrancando lucecitas ante sus ojos y ralentizando su mente. Fricción. Calor. Ella. Llevó una mano al lugar donde sus cuerpos estaban unidos. Haciendo algo que antes le había gustado, verificando que seguía haciéndolo cuando el tórrido interior de la chica se apretó a su alrededor. Arrancándole un juramento. Lo estaba haciendo bien. Quería hacer más. Quería hacer todo lo que pudiera. Quería que disfrutase. Que no se arrepintiese de esto.

Si solo supiera que Hermione en lo último en lo que estaba pensando era en lamentar nada de todo aquello… El dolor era lo de menos. No le importaba. No era el peor dolor que había sentido esa noche. Y sabía que en unas horas sentiría uno mucho peor. Envuelta en la pasión del chico, perdida en él y en la situación, no era capaz de pensar. No quería pensar. No era la Hermione Granger objetiva y analítica de siempre. Solo era una chica entregándose en cuerpo y alma a la persona de la que estaba enamorada. Y se permitió ser así. No había tiempo para la vergüenza, no había lugar para arrepentirse. Solo tenían hasta la medianoche. Así que se permitió a sí misma todo. Dar rienda suelta a sus emociones, a sus deseos. Se permitió no pensar en absoluto. Se permitió sentir. Se permitió amar y ser amada por Draco Malfoy.

Las manos del chico estaban a ambos lados de su rostro, y Hermione sintió que su pulgar acariciaba el cabello de su sien. Llamando su atención. Quizá queriendo asegurarse de que estaba bien. Hermione accedió a enfocar la mirada en sus ojos. Dejó escapar una sonrisa, interrumpida por un gemido cargado de necesidad al sentirlo acelerar el ritmo. Superada por el roce, apretó los dedos en su piel. Él siguió mirándola con insistencia, su aliento abandonando sus pulmones con más fuerza. Su pulgar volvió a rozar el lateral de su cabeza. Su palma apoyándose en su mejilla. Asegurándose de que eso estaba bien. Que ella le permitiría hundirse en su cuerpo de esa manera. Que también se sentía espectacular para ella. Manteniendo la mente lúcida para detenerse o reducir los movimientos ante cualquier gesto de ella. Pero Hermione se limitó a cubrir la mano que el chico mantenía en su mejilla, para que no la apartase, y giró su rostro para poder besar la palma. Draco cometió el error de intentar mirar a otro lado, de bajar la mirada, hacia la unión de sus cuerpos. En el nombre de Merlín... Se sacudió sobre ella, abriendo la boca para dejar escapar una exhalación que golpeó su mandíbula.

Hermione empezó a ser consciente de cómo el ardor que sentía en su vientre dejaba de ser intermitente. Se estaba acumulando y crecía, incontrolable, poderoso, azuzado por las embestidas de su amante. Haciendo temblar la piel bajo su piel, tensando su cuerpo al completo. Notaba los huesos de sus caderas chocar contra sus muslos, y fue una sensación que nunca creyó que pudiera sentirse tan bien. Se dio cuenta de que estaba perdiendo el control de sus extremidades. De que pronto no podría controlar su cuerpo de ninguna manera. Su agarre sobre el chico se volvió más necesitado. Apretó la parte posterior de su cuello, pegándolo contra sí. El eco de sus gemidos irregulares compitiendo con el sonido de sus caderas. Le respiración del chico contra su mandíbula, sus besos rápidos y urgentes, su cuerpo sobre el suyo, dentro suyo, caliente, tensándose, moviéndose sobre ella… Era demasiado.

—¿Bien? —logró susurrar Draco contra su boca, sin respiración, al sentirla sacudirse bajo él.

—Oh, por… Dios, sí… —gimió Hermione, entre jadeos entrecortados. Apretó las rodillas contra sus costados—. S-sigue…

La piel del chico se erizó ante la urgencia de su voz. Su antebrazo se movió hasta que su mano pudo enredarse en su cabello castaño. Cerrando el puño sobre él. Necesitando aferrarla. Aferrar algo. Negándose a alejarse de su rostro lo más mínimo. Los labios de la chica buscaron los suyos con tanta precipitación que casi tuvo que obligarse a recitar en su cabeza la alineación del equipo de Quidditch de Hufflepuff. Precisando urgentemente tener cierto dominio de su propio cuerpo, solo un poco, solo un poco más…

Draco...

Su nombre escapó de los labios de la chica en un gemido sollozante. Mientras temblaba de delirio contra él. Mientras sentía su piel zumbar. Y no obtuvo reacción alguna por parte de él. O, si la hubo, ella no fue consciente. No mientras intentaba no desintegrarse, anclada a su espalda.

Y estalló. El mundo de Hermione estalló, su interior estalló, su ardor estalló, repartiéndose por su cuerpo, extendiéndose más allá de su vientre. Contuvo la respiración durante un instante, en el cual le pareció que el tiempo se detenía. Un grito de desahogo por el exceso de sensaciones nació en su garganta y, más tarde, no estuvo segura de haber sido capaz de silenciarlo. Su espalda se arqueó entre temblores. Su cabeza cayó hacia atrás, lejos del rostro de él. Pero Draco se mantuvo sobre ella, contemplándola desmoronarse bajo él. Sin saber si debería detenerse por ella, pero sin saber tampoco cómo preguntarlo. Recorrió con la mirada su acalorada garganta, esperando a que se sintiese en condiciones de volver a mirarlo a los ojos. Y se preguntó también, con la mandíbula floja ante la inesperada sensación, cómo iba a soportar ver esos ojos oscurecidos hundidos en los suyos mientras la sentía contraerse a su alrededor.

Hermione, como si le hubiera leído la mente, alzó los párpados y clavó sus ojos en los suyos, descendiendo de su cúspide. Asegurándose de que seguía ahí. Lo estaba. Y la estaba mirando. Mientras ella se sentía una intrusa en su propio cuerpo.

—¿Puedo seguir? —consiguió sisear Draco contra su mandíbula, al encontrarse con sus ojos. Con voz ahogada. Ella se apresuró a asentir, incapaz de abrir la boca.

Aún sacudiéndose sin control por el vestigio de lo que acababa de experimentar, Hermione fue capaz de percibir cómo él temblaba con más fuerza, todavía moviéndose contra ella. Sintió su musculatura endurecerse bajo el todavía desesperado agarre de sus manos. Respiraba de forma torpe. Discontinuos gemidos intercalados entre el aliento que abandonaba su boca. Parecía estar intentando silenciar como podía la aproximación a su propia cúspide de placer. La mano que estaba en su cabello castaño la soltó de golpe y aferró la negra túnica sobre la que estaban, cerca de la oreja de ella. Con mucha fuerza.

Se apartó de la chica abruptamente. Saliendo de su interior. Lanzando una mano hacia su propia piel. Hermione, con la mente nublada, tardó un par de segundos en asimilar la pérdida. Y otro par en entender. En adivinar lo que había pasado por la cabeza del chico. Y que no habían mencionado en ningún momento.

Pero nunca más volverían a hacer nada semejante…

Con un chispazo impulsivo, Hermione lo detuvo. Tuvo que sujetarlo con fuerza. Él logró enfocarla y mirarla a los ojos, jadeando, temblando, sin comprender.

—No —susurró ella, con prisa, cerca de su boca—. Sigue. Vuelve. Por favor…

Vio cómo la garganta de él subía y bajaba, luchando por tragar. Lo vio escrutando sus ojos con persistencia. Como si sus palabras no lo convenciesen en lo absoluto.

—No voy a… —murmuró él, con voz entrecortada. Con aspereza.

—Por favor —interrumpió Hermione. En una petición sincera. Determinada—. Hazlo… Hay… hay hechizos. Pondré remedio mañana. Lo haré —le tomó el rostro con ambas manos—. Sigue.

Su voz se quebró. Draco respiró con más profundidad. Todavía mirándola. Esperando verla retractarse. Pero, para no variar, sus ojos eran inflexibles. Y comprendió lo que estaba pensando. No volverían a hacer algo así. No juntos. Y quería vivirlo todo.

Muy lentamente, como si todavía dudase, se adentró en su cuerpo de nuevo. Hermione cerró los ojos ante la sensación. Era como si le hubiera quitado un miembro de su propio cuerpo. Y recuperarlo se sintió genuinamente apropiado. Él lo reanudó todo. Recuperando un ritmo. Recuperando sus labios. Recuperando el punto de no retorno. Apoyó su boca en el pulso de su garganta, respirando de forma irregular contra ella.

—Joder… —lo escuchó farfullar entre dientes—. J-joder…

Hermione se las arregló para girar el rostro hasta entrever el del chico. Estaba decidida a contemplar cómo el éxtasis lo arrollaba por completo, a pesar de la oscuridad. Al encontrarse sus ojos fuertemente cerrados, Hermione se contentó con delinear con la mirada las arrugas que se habían formado en su ceño. Conteniendo sus ganas de besar sus rubias cejas para relajarlas. Podía verlo siendo asediado de placer, pero también podía sentirlo. Y se sintió casi como si volviese a sucederle a ella. Los dedos alrededor de la túnica temblaron. Lo vio contener el aliento. Abrir la boca en un mudo gemido. Y después en un gruñido tras otro, sofocados a duras penas. Ella percibió cómo la sensación en su interior cambiaba. Sus movimientos se volvieron erráticos, cada vez más aleatorios, hasta detenerse casi por completo. Draco dejó caer la cabeza hasta que su frente descansó sobre la túnica, fuera ya de la vista de Hermione. Estremeciéndose, resollando cálido e inestable aliento cerca de su oído. Ella le peinó el cabello de la nuca mientras se dejaba llevar por el impulso de besarle la garganta. En un intento instintivo de que dejase de temblar.

Los dos se quedaron inmóviles, jadeando con fuerza, torpemente enredados el uno en el otro. Incapaces de decir ni media palabra. A medida que todo se detenía, la chica permitió que su cuerpo se ablandase, relajado y plácido tras las intensas sensaciones. Poco a poco fue consciente de lo que la rodeaba, y de sí misma. Sentía el nacimiento de su cabello perlado de sudor. Humedad en su interior. No podía respirar. El rostro le ardía. Le dolían las piernas. Y la espalda. El corazón le latía en la garganta. Y no hubiera cambiado absolutamente nada.

El cuerpo de Draco se había relajado de igual forma sobre ella. Hermione fue consciente entonces del peso del chico y del calor que emitía. Comprendió que era una de las razones por las que no podía respirar. Su pesado torso estaba sobre ella. Si se apartaba, sería capaz de llenar sus pulmones de nuevo. Pero le daba igual. Tenía una vida entera para coger aire. Y solo unas horas para sentirlo a él. Para sentir su pecho hincharse contra el suyo rítmicamente, en una urgente búsqueda de aire. Todavía lo sentía temblar.

Hermione...

La chica sintió su corazón ahuecarse. Si no hubiera sido por el silencio del lugar, no lo hubiera escuchado. La voz de Draco apenas fue un susurro. Un enronquecido murmullo, amortiguado contra la piel de su cuello.

No parecía pretender decirle nada. Solo pronunciar su nombre.

La chica cerró los ojos, intentando controlar el temblor de su mandíbula. Intentó mover las manos pero apenas sentía los dedos. Debía haberlos apretado contra la piel de su amante con mucha fuerza instantes atrás. O quizá estaban helados aunque ella no lo notaba. Pasó la palma por su espalda. Sintiendo la transpiración que la recubría. Su piel estaba tibia.

—Draco —musitó ella, en otro susurro bajo. Paladeando su nombre. Su propia voz no sonaba más estable que la del chico.

Él alzó la cabeza, abandonando el hueco de su cuello, para poder mirarla a los ojos. Se apoyó mejor, intentando no pesarle, aunque sus codos temblaron. Pero Hermione se olvidó de aprovechar para coger aire. Draco respiraba todavía con fuerza, visiblemente sin aliento. Estaba sonrojado hasta el pecho, siendo más notorio a causa de la palidez de su piel. Tenía gotas de sudor en la sien y en el cuello. Su expresión era controlada. Sus ojos claros, oscurecidos por la dilatación de sus pupilas, estaban vidriosos a la luz del hechizo Lumos.

—Hermione.

Apenas lo pronunció en voz alta. Se limitó a sisearlo, con voz queda. La chica prácticamente le leyó los labios. Se sintió tan extraño... Escuchar su nombre de su boca. Comprendió entonces por qué para él había sido tan difícil llegar a ese punto. Nunca pensó que su nombre de pila podría ser algo tan íntimo. Pero lo era. Y sintió que no había vuelta atrás. Con manos temblorosas, le apartó el sudado flequillo, del color del oro mojado, de los ojos. Peinándolo hacia atrás sin ningún éxito; volvió a caer sin remedio sobre su frente por la gravedad. Más despeinado que antes. Desordenado, igual que él mismo.

Draco dejó caer el rostro sobre el suyo y apoyó los labios sobre los de la chica, en un blando y suave beso, apenas una tierna y cansada caricia. Se movió contra ella, solo un poco, balanceando sus caderas muy lentamente, como si quisiera alargar al máximo la sensación de sentirla a su alrededor. Hermione suspiró contra su boca ante el vestigio de placer que la recorrió. Estiró el rostro para besar su pómulo y después su oído, mientras él repetía el movimiento. No se sentía como antes. A ninguno de los dos les quedaban las fuerzas suficientes. Pero se sintió como lo más íntimo que habían hecho en toda la noche. Prorrogar lo improrrogable. Sin ningún objetivo salvo el de sentirse.

Draco descansó su frente en su mandíbula y se mantuvo quieto, intentando regular su respiración. Incapaz de volver a la realidad, todavía no tenía ninguna intención de soltarla. De salir de su interior. Hermione llevó una mano a su húmeda nuca, para acariciarla. Se obligó a concentrarse en los latidos del todavía agitado corazón del chico contra su pecho, y no en el miedo cegador que comenzaba a invadirla.

Unas horas. Eso era lo que faltaba para que toda su vida se viniese abajo.

Unas horas, y lo habrían perdido todo.

Unas horas, y sería el fin de Hogwarts.


AY, QUE NO RESPIRO. ¿Qué os ha parecido? 🙈 Venga, sed sinceros, os habéis saltado las escenas de Harry y Ron para ir a lo que importaba, ¿a que sí? Ja, ja, ja 😂

No, en serio, ¡espero que ambos acontecimientos os hayan gustado mucho! 😊 Estoy realmente nerviosa por este capítulo, porque la escena íntima entre Draco y Hermione es la primera que escribo de este tipo. Mi intención era hacerla detallada pero no explícita, más bien sensual, ¿me explico? ¿Tiene sentido? ¿Lo he conseguido? ja, ja, ja 😂

Primero han tenido una conversación intensa y sincera en la cual han tenido que tomar decisiones importantes. Ambos están con las manos atadas si quieren mantener al otro con vida. ¿Habríais hecho lo mismo si estuvierais en su lugar? Y nuestro Draco ha llorado todo lo que no ha llorado en todo este tiempo, el pobre ya se merecía un poco de desahogo, incluso contra su voluntad... Y después han tenido una especie de reconciliación/despedida, todo en uno *se le cae una lagrimita*. Y Harry y Ron tienen sus propios problemas, entre dragones, rocas y arañitas xD

Espero de corazón que os haya gustado mucho. Un millón de gracias por adelantado si os apetece escribirme algún comentario. 😊😊

¡Mil gracias por leer! ¡Nos vemos en el siguiente! ¡Un abrazo fuerte! 😘