¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 ¡Retomamos la historia! Espero que tengáis ganas de saber cómo continúa. Me lo he pasado genial escribiendo este capítulo, y la verdad es que me ha gustado mucho el resultado final, ¡ojalá a vosotros también! 😍
Como siempre, ¡muchísisisisimas gracias a todos! 😍 Especialmente a los que me lo hacéis saber en comentarios, pero en general a cualquiera que esté leyendo esto. Gracias por vuestras amables palabras, sois un amor 😍. Mil gracias también a los que me escribís desde cuentas de invitado, lamentablemente no puedo responderos al mensaje directamente, pero quiero que sepáis que os leo y os agradezco muchísimo vuestras palabras (Lorena, si estás leyendo esto, GRACIAS, de todo corazón 😘)
Permitidme dedicarle este nuevo capítulo a mvz. a. carrillocelis1991, por su fidelidad a la historia y su apoyo con tan preciosos comentarios, ¡mil gracias, de verdad! 😘
Y, sin más dilación, preparaos para un capítulo movidito…
CAPÍTULO 43
El número 4 de Privet Drive
Hermione estaba empapada. Llevaba días lloviendo de forma continuada, y, al haber estado toda la mañana a resguardo en el interior de El Refugio, al aparecerse en la entrada de Grimmauld Place se había olvidado por completo de generar un Protego. En los segundos que había tardado en reaccionar, y los edificios de los números once y trece en apartarse, la lluvia la había calado por completo.
Había estado en el hogar de Bill y Fleur en compañía de Oliver Wood. Analizando con él algunos mensajes cifrados de los mortífagos que hablaban de un nuevo asilo que parecía ocultar prisioneros. Sin embargo, la información aun era sesgada, y no podían trabajar con ella. Parecía claro que habían encontrado una nueva cárcel encubierta, pero la localización era imprecisa.
Sentía sus pies chapotear mientras ascendía las viejas escaleras que conducían al primer piso desde el vestíbulo, pero no se molestó en secarse todavía. Había una reunión convocada en media hora, y antes tenía que hacer un par de cosas. Intentó no mirar la hilera de cabezas de elfos disecadas que decoraba la pared de la escalera, y se dedicó a palpar el bolsillo interior de su túnica para comprobar que los documentos que traía no se habían estropeado.
Llegó al primer rellano, y se apartó a un lado para dejar pasar a tres personas con las que se cruzó. Un parlanchín Kingsley, que se limitó a saludarla con una cabezada sin dejar de hablar, acompañado de su vieja compañera de Casa, Alicia Spinnet, y otra mujer que Hermione no conocía. Alicia sonrió a Hermione a modo de saludo mientras seguía a Kingsley escaleras abajo. Hermione supuso que estarían hablando de finanzas. Ese era el cometido de Alicia, y posiblemente también el de la otra mujer. La joven había estado trabajando en el Banco Mágico Gringotts durante los dos años siguientes a graduarse en el colegio, antes de que estallase la guerra. Entonces abandonó su puesto y se unió a la Orden a petición de su íntima amiga Angelina Johnson, para encargarse de todo lo relativo a la economía de la organización: préstamos, recolectas, donativos, encargos de víveres, facturas de prendas de ropa, equipos protectores, suministros de los hospitales, ingredientes de pociones…
Hermione intuyó que, a juzgar por el tono apremiante del normalmente relajado Shacklebolt, los balances de la Orden no eran los esperados.
Atravesó finalmente el rellano y llamó con los nudillos a la primera puerta que había a su izquierda. Sin esperar respuesta, la abrió un resquicio y asomó la cabeza. El cabello rojo fuego de su amiga fue lo primero que atrajo su atención. Ginny se encontraba en pie en el centro del salón, junto a la butaca, la cual tenía sobre uno de sus reposabrazos algunos pergaminos precariamente colocados. Se había recogido su larga melena pelirroja en un desenfadado moño, con su propia varita a modo de sujeción. Se encontraba colocada en posición de ataque, realizando complicados movimientos con la mano como si empuñase una varita imaginaria. Y ya estaba mirando en dirección a la puerta, alertada por la llamada de Hermione. Sonreía, entre resuellos.
—Has vuelto temprano —saludó Ginny. Apartó los pergaminos del reposabrazos y se sentó allí, descansando, de cara a su amiga. Su frente brillaba de sudor—. ¿Qué tal con Oliver?
—De momento nada —admitió Hermione, adentrándose con pasos perezosos en la habitación. Un olor picante cuyo origen no supo localizar invadió su nariz. Y también notó que hacía algo de calor allí dentro—. Cree que podrá tener la localización de la prisión dentro de tres semanas, a juzgar por la frecuencia con la que los mortífagos están emitiendo mensajes y la rapidez con que los decodificamos. Pero admite que puede alargarse hasta cuatro semanas.
Ginny arqueó las cejas en un movimiento fugaz.
—Eso es mucho tiempo… —Expresó en voz alta lo que su amiga ya pensaba. Hermione respiró con profundidad, corroborando esa apreciación, y sacó el fajo de pergaminos que guardaba en el bolsillo interior.
—Lo sé… ¿Tú cómo vas? —cuestionó, acercándose más a ella. Revisó los pergaminos que llevaba, separó algunos, y se los tendió—. Remus me ha dicho que llevas aquí toda la mañana. ¿Estás sola?
—Bill ha tenido que hablar con un par de personas antes de la reunión, así que no tenía tiempo de estar aquí —comentó Ginny, comenzando a ojear los documentos—. Pero está Terry, acaba de ir al botiquín a por algún ingrediente, ¿no te lo has cruzado?
—Oh, pues no, no lo he visto —confesó Hermione. Dándose cuenta entonces de que el olor picante provenía de un caldero burbujeante, situado sobre el escritorio, en un rincón. El fogón sobre el cual estaba colocado era lo que subía la temperatura del lugar—. Pero qué bien, tengo algunos documentos también para él… ¿Qué piensas hacer, por cierto? ¿Te da tiempo a bajar a la reunión?
—Sí, creo que al final sí. Es que uno de los hechizos se me está resistiendo —confesó Ginny, dejando más patente el cansancio en su voz—. La Maldición Sanguínea. Según los documentos de la semana pasada, les están enseñando a los alumnos de quinto año a realizarla. Por fin he descubierto cómo ejecutarla —simuló el movimiento de mano, una especie de giro circular con la muñeca que simulaba la silueta de una gota—, y ya puedo empezar a buscar el contrahechizo de defensa. Creo que para la reunión de la semana que viene puedo tenerlo listo. Pero encontrar un hechizo para revertirlo me llevará más tiempo…
—No te fuerces —le recomendó Hermione, con afecto—. Estás trabajando muy duro —observó los pergaminos que había en la butaca, llenos de anotaciones con la casi ininteligible letra de Ginny—. ¿La Maldición Sanguínea no es hereditaria?
—La clásica, sí. Pero la magia, por desgracia, es muy versátil. Han encontrado la forma de utilizarla como si fuese una maldición más. Tarda tiempo en actuar, pero es terriblemente efectiva —Ginny habló con la vista fija en la nada. Posiblemente implorando para no tener que ver sus efectos jamás. Hermione estaba asintiendo discretamente cuando escuchó crujir la puerta a sus espaldas. Se giró a tiempo de ver a un agitado Terry Boot atravesando el umbral. Llevaba varios frascos en las manos y tuvo que cerrar la puerta con el pie. Pero sus ojos captaron a Hermione mientras lo hacía.
—Hermione —saludó el chico, al reconocerla. Pronunciando con dificultad, pues llevaba una rama de regaliz entre los dientes—. Hola, no sabía que estabas aquí.
Mientras hablaba, caminó hasta el escritorio. Sobre éste, además del humeante caldero de peltre, había un par de libros abiertos, otros cerrados, algunos pergaminos desplegados junto a una pluma, una roñosa balanza de latón, un mortero, media docena de frascos y placas de Petri con diferentes ingredientes, y un par de cuchillos de plata.
—Acabo de llegar —confirmó Hermione, señalándose la túnica empapada—. Vengo de El Refugio. Y tengo algunos informes más para ti —comentó, separando un par de pergaminos más para entregárselos. El resto eran para Aberforth, pero no lo vería hasta el día siguiente. Los dejó sobre la mesa del escritorio, al alcance del chico. Él los observó de reojo, mientras iba depositando de forma ordenada todos los frascos que tenía en las manos.
—Estupendo, gracias, necesitaba esa información —Se quitó la rama de regaliz de la boca, y señaló parte de lo escrito en el pergamino con un dedo. Entrecerró los ojos con interés—. Claro, joder, corteza de azarollo, ¿cómo no se me ha ocurrido? —murmuró para sí mismo, cogiendo una pluma y escribiendo algo en un pergamino que estaba sobre la mesa, el cual parecía que fuese un borrador a juzgar por la cantidad de tachaduras y dibujos que tenía.
Hermione sonrió con empatía ante su frustración. Terry Boot, compañero de clase en Hogwarts, de la casa Ravenclaw, estaba resultando de gran ayuda. La Orden lo había reclutado un año atrás, en un principio como apoyo para los sanadores; pero el joven demostró pronto una pasión y habilidad innata para las pociones, de modo que se dedicó a ello de buen grado. Se unió a la división de magos que preparaba cantidades ingentes de todo tipo de pociones curativas y antídotos para utilizar en los hospitales provisionales. Y, siempre que tenía tiempo, examinaba y clasificaba muestras de venenos y pociones tóxicas utilizadas por el enemigo. El muchacho trabajaba muy duro y, a pesar de ser algo reservado y solitario, era amable y una grata compañía.
El rostro de Hermione se volvió más serio y respetuoso al añadir:
—¿Cómo estás, por cierto? El otro día no pude preguntarte, ¿se sabe algo de tu padre? —cuestionó, con toda la delicadeza que pudo reunir. Ginny guardó silencio, observando la espalda del joven. Éste parpadeó dos veces y terminó negando con la cabeza.
—Aún no —admitió con tono neutro, escribiendo algo más en el pergamino—. Es… complicado, al parecer. Me han dicho que en cuanto sepan algo me lo dirán. Pero que no tenga muchas esperanzas —dijo, como si tal cosa, fingiendo una fortaleza que, desde luego, sus ojos no reflejaban—. Pero gracias por preguntar —añadió, sin poder mirarla.
Su padre, muggle, había desaparecido un mes atrás, a pesar de las protecciones y hechizos de ocultación de la Orden. Y nada se sabía de él desde entonces. No podían derivar una gran cantidad de esfuerzo en su búsqueda, pues la Orden no estaba precisamente sobrada de personal, pero seguían buscando. Sin noticias, y, al parecer, sin esperanzas. Su madre había trabajado como redactora del diario El Profeta, y había sido asesinada durante el asalto de los mortífagos al callejón Diagon, durante el último año de Terry en Hogwarts.
El chico podría haber renunciado a seguir ayudándolos después de lo sucedido con su padre. Podría haber sucumbido al miedo de ser el siguiente. De ser un objetivo. De que su identidad hubiera sido revelada. Pero no lo hizo. Seguía junto a ellos, y trabajaba más que nunca.
Hermione no dijo nada ante sus palabras. No tenía sentido. Un "lo siento" no significaba nada a esas alturas de la guerra. Y menos aún un "todo saldrá bien". Nadie quería mentiras. Ni falsas esperanzas. Menos aún palabras huecas. No ayudaba en absoluto.
Perdida en la impotencia de no tener medios para consolar a un amigo, su mirada se desvió hacia la pared que había tras Terry. Un lugar que intentaba no mirar nunca. El tapiz del árbol genealógico de la familia Black ocupaba toda la superficie. Los Black. Los Lestrange. Los Tonks. Los Malfoy.
Sus ojos la traicionaron y miró más de la cuenta. Con demasiado detenimiento. Vio un llamativo y largo cabello rubio hilado sobre el tapiz, antes de reaccionar y apartar la vista a toda velocidad. Posiblemente pertenecía a Lucius, o quizá a Narcisa. Pero no. No quería mirar. No quería ver su retrato.
Ginny, a espaldas de Hermione, la arrancó afortunadamente del embrollo en que se había metido ella misma. Habló con suavidad, rompiendo la triste atmósfera con sutileza.
—Deberías cambiarte de ropa, Hermione. O te resfriarás. Puedo contrarrestar un sinfín de maldiciones, pero no curar un resfriado, te lo advierto —intentó bromear.
Hermione se giró para mirarla, sonriendo, fingiendo naturalidad.
—Sí, es cierto —aceptó, mirándose con desgana. Dedicó a su amiga una mirada algo astuta y lo que hizo fue sacar su varita y agitarla para que un chorro de aire caliente saliese por la punta. Comenzó a pasársela por encima de la túnica, secándola.
—Eso también está bien. Lento pero seguro —concedió su amiga, ladeando la cabeza, sonriente. Terry, más animado y agradecido al ver que la conversación tomaba otros derroteros, rio entre dientes. Pero entonces Ginny frunció el ceño, captando algo—. Aunque tienes rota la manga, ¿te habías fijado?
Se acercó a ella y sujetó entre sus manos la manga izquierda de su túnica, la cual tenía un buen corte que dejaba ver el jersey de debajo. Hermione lo contempló con sorpresa.
—Qué va —admitió, tironeando con cuidado del agujero—. No sé desde cuándo está así. Y… creo con magia no quedará bien, le falta un buen pedazo de tela. Después le coseré un parche.
—Esa túnica ya está muy usada, ¿por qué no coges otra? Hay algunas sin utilizar en el armario de la habitación de reserva del segundo piso —planteó su amiga, con aire práctico—. Ahora no hay nadie instalado, mira a ver.
La indecisión bailó en los ojos de Hermione. El estrés en la expresión de Kingsley, y la frágil sonrisa de Alicia, minutos atrás, flotaban en su mente.
—No sé si… —murmuró. Y trató de insistir con seguridad—: No me hace falta una nueva. Todavía puedo usar esta. Puedo repararla.
—Claro que puedes. Pero también puedes permitirte coger una nueva —le dijo su amiga, mirándola fijamente a los ojos con más seriedad—. Llevas mucho tiempo usando ésta. Date un capricho. A nadie se le ocurriría pensar que estás derrochando suministros —añadió, como si le leyera la mente.
Hermione sonrió con ligera vergüenza. Dejó caer la mirada, pero asintió.
—Luego iré a ver qué encuentro...
—Vete ahora. Antes de la reunión —insistió Ginny, sin permitirle escaquearse—. Te da tiempo. Nos vemos abajo en un rato, y quiero ver que has cogido una bonita —bromeó, con fingida suficiencia. Terry rio entre dientes desde su rincón, mientras echaba agua con ayuda de su varita dentro del caldero.
Hermione, con un profundo suspiro de rendición y una fulminante pero cómplice mirada a su amiga, terminó abandonando la habitación. Viéndose sin escapatoria, cerró la puerta tras ella y comenzó a ascender, rumbo al segundo piso. Los peldaños, a pesar de amortiguarse parte del sonido gracias a la ancestral alfombra, crujían bajo su peso de forma algo irritante.
En el segundo tramo de escalones, apreció que había una figura descendiendo desde el piso superior. Elevó la mirada, queriendo averiguar su posición para estimar si debía apartarse para dejar paso. Descubriendo que era Terence Higgs.
"¡Mira lo que tenemos aquí! ¡Una redacción de la sangre sucia!"
El muchacho clavó los ojos en los suyos al sentir su mirada y sus pies vacilaron en los escalones. Su rostro no se alteró en exceso. Solo osciló entre una despistada serenidad y una contrariedad imposible de disimular. Como si no estuviera seguro de querer establecer contacto visual pero supiese que era inevitable.
"¡Ajá, ahí estás! ¿Haces los honores, Malfoy? Si lo quieres es todo tuyo…"
Higgs, apartó la mirada por inercia, con incomodidad, para después acceder a volver a mirarla, arrepentido. Apretando las mandíbulas, inclinó entonces la cabeza de forma rígida, a modo de frío saludo. Hermione le devolvió la cabezada, serena. Se cruzaron, y cada uno siguió su camino.
"Qué grande eres. Da igual, tío, luego te las puedes lavar. ¡Venga, vamos! ¡Diviértete…!"
Al llegar al rellano superior, Hermione apartó ciertos recuerdos del frente de su memoria y regresó a la realidad. Vacilando. No estaba muy segura de cuál era la habitación a la que su amiga se había referido. Sabía que la primera era la de Harry y Ron, y la siguiente la de los señores Weasley. ¿Sería la primera del lado opuesto o la segunda? Ambas se habían dejado libres a modo de reserva, para que cualquier miembro que lo necesitase se hospedase allí.
Decidió probar la habitación que estaba frente a la de Molly y Arthur. Al accionar el tirador con forma de serpiente, se encontró con una habitación efectivamente desierta, sombría, y de techos altos. Como todas las demás. Se quitó la túnica y la dejó sobre la polvorienta cama. Al hacerlo, se palpó el cabello. Seguía húmedo; únicamente había secado la túnica. Debería secárselo antes de bajar a la reunión, no quería causar una impresión tan desarreglada. Suspirando con pereza, echó a andar hacia el anticuado armario. Mientras lo hacía, aprovechó para ajustarse los protectores hechos con caparazón de escreguto que envolvían su cuerpo. Siempre los llevaba puestos, por precaución, preparada para cualquier imprevisto. Tenían los hechizos necesarios para que no pesasen ni diesen ningún tipo de calor. Eran flexibles y se sujetaban con lazadas. Dos protectores para cada brazo, uno para cada muslo, y uno grande para el tronco a modo de corsé. Fred y George se encontraban trabajando en unas espinilleras, como protección extra, pero de momento solo tenían el prototipo. Los protectores se colocaban por encima de ropa muggle informal, camiseta o jersey y pantalones habitualmente, y bajo una túnica o capa para que no fuesen visibles. Así vestían casi todos los miembros de la Orden. Al menos los que se dedicaban a la defensa, o participaban en enfrentamientos de cualquier tipo contra el enemigo.
Tras terminar de apretarse la lazada lateral del arnés del pecho, se acercó hasta quedar frente al armario y lo abrió. Su ceño se frunció con decepción. No había túnicas allí, solo unas gruesas mantas dobladas en dos pequeños montones. Y una anodina polilla que salió volando del interior. Compuso una mueca. Entonces estarían en la habitación de al lado, se había confundido.
—Granger… —susurró de pronto una voz ahogada tras ella.
El corazón de la chica se saltó un latido. Sufrió un brusco sobresalto, que la hizo sacudirse como si la hubiesen electrocutado. Sacó su varita de la cartuchera que llevaba en el muslo en menos de medio segundo, curtidos sus reflejos tras años de guerra. Se giró en redondo, elevando su arma. Sin embargo, se permitió no atacar de inmediato. Intentando no precipitarse, a pesar de la adrenalina. Estaba en Grimmauld Place. Estaba en el Cuartel General. No podía haber enemigos allí.
Tampoco había escuchado la puerta. Y la habitación estaba vacía cuando entró.
Y por eso, y por muchas razones más, Draco Malfoy no podía estar de pie en el centro de la estancia.
Hermione sintió que todo a su alrededor oscilaba. O quizá fue ella misma. El brazo de su varita perdió fuerza, pero no se permitió bajarlo. Toda ella perdió solidez. Incluso los músculos de su mandíbula, permitiendo que su boca se abriese sin remedio. Que el aire de su interior escapase sin ningún esfuerzo. Floja. Atónita.
El muchacho estaba plantado a dos metros de ella, en pie, vestido con unos pantalones negros y camisa verde botella que ella recordaba que utilizaba. Mirándola con sus ojos grises muy abiertos. ¿Cómo era posible? ¿Qué hacía ahí? ¿Qué le pasaba?
El chico sufrió una manifiesta convulsión y se llevó una mano al estómago. Apretando la zona. Mientras su rostro se contraía. Al volver a separar la mano, ésta estaba manchada de color carmesí. La mancha también se extendía por su camisa. Sus piernas temblaron. Se tambaleó. Y se dejó caer de rodillas pesadamente, el sonido de su cuerpo amortiguándose contra la alfombra desteñida.
Hermione seguía con la varita elevada. Se había olvidado de que podía moverse. De que podía hacer algo. Estaba viendo todo, sin ser partícipe. Una parte de ella necesitaba correr hacia adelante. Acercarse. Pero no podía. Ni siquiera fue consciente de que podía hablar. La mandíbula le temblaba. Solo torpes jadeos escapaban de su boca.
No recordaba la última vez que tuvo tantísimo miedo.
Draco alzó la mirada hacia ella, volviendo a apretarse el estómago. La sangre comenzó a empapar el dorso de su mano. Estaba más pálido de lo que la chica lo había visto jamás. Sus labios eran casi translucidos. Sus ojos estaban desenfocándose. Sus párpados cediendo.
—Por favor… —murmuró él. Sin aliento. Y fue lo último que dijo. Tras dos tenues estertores, cayó de lado sobre la alfombra, de forma lenta, en silencio. Quedando de cara a ella. Dejando de moverse. Con sus ojos grises abiertos, velados.
Muerto.
Muerto.
Hermione dejó caer la varita al suelo. Logró arrastrar un pie por la alfombra y retrocedió. Su espalda chocó contra el armario. No escuchó el ruido. Lanzó una mano hacia atrás, intentando sujetarse al costado del mueble, a la madera pulida. Las piernas no la sostenían. No podía moverse. No podía cerrar la boca. Su mandíbula temblaba en un vano intento de articular alguna palabra. No había aire en la habitación.
¿Qué…? ¿Qué…? ¿Qué acababa de suceder?
Inhaló con brusquedad, hinchando el pecho con fuerza. Sin saber cuándo había respirado por última vez. Notó algo húmedo resbalando por sus mejillas. Sus ojos ardían. Estaba llorando. Y apenas entendía por qué.
Porque Draco no podía estar ahí. Porque Draco no podía estar muerto.
Pero estaba ahí. No desaparecía.
Hermione se dejó caer hasta el suelo, deslizando la espalda por el armario. Quedando encogida en el suelo, de cualquier manera. Le daba igual. Porque el mundo entero acababa de dejar de girar. Y solo veía los ojos de Draco abiertos ante ella.
¿Cómo era posible? ¿Cómo? ¿Estaba muerto? ¿Había muerto frente a ella? ¿Y no había hecho nada? No podía ser. Era simplemente imposible. ¿Cómo era posible que su mayor miedo se hubiese hecho…?
Hermione sintió su estómago contraerse y casi vomitó. Exhaló el poco aliento que había logrado tomar.
Realidad.
Su mayor miedo.
Y entonces comprendió todo. Y sintió que volvía a escuchar el mundo a su alrededor. Su pecho, rígido, comenzó entonces a sacudirse en desesperados sollozos. Liberándose. Dejó de mirar el rostro sin vida de Draco para buscar su varita, tirada a un lado. La tomó, con dedos inestables. Lo apuntó con ella.
—Ri-riddikulus —logró articular. Aunque su voz no pareció suya.
Un sonoro plof se escuchó en la habitación. Y el cuerpo de Draco se transformó. Su cabello dejó de ser rubio para volverse pelirrojo. Su pálido rostro se cubrió de pecas, y se volvió más alargado pero redondeado, menos puntiagudo. Su nariz se prolongó. Sus ojos grises se transformaron en azules.
Y de pronto Ron estaba muerto ante ella.
Hermione no podía tomar aire. Solo podía sollozar. Las lágrimas apenas le dejaban ver. Las notaba gotear por su barbilla.
—¡Ri-riddikulus! —volvió a pronunciar, sin bajar la varita. El rostro de Ron cambió de nuevo. Su cabello se volvió negro como la noche, y las pecas desaparecieron. Unos ojos verdes la miraron sin ver desde el suelo, tras unas viejas gafas redondas, con un cristal roto. La cicatriz en forma de rayo apenas se apreciaba entre el negro cabello.
Hermione cerró los ojos con fuerza por primera vez y echó la cabeza hacia atrás.
Basta. No podía hacer esto. No así.
«Están vivos», se dijo, luchando por tomar aire con mayor normalidad. «Harry y Ron están abajo, en la reunión. Están vivos. Solo es un Boggart, una criatura mágica. Están vivos. Y Draco… también tiene que estar vivo. Me prometió que estaría bien. Si hubiera muerto, lo sabría…»
Esforzándose por aferrarse a esos pensamientos, volvió a alzar la varita, sin abrir los ojos. Sin mirar el cadáver de su mejor amigo.
—¡Riddikulus! —pronunció con más firmeza. Y su voz no tembló esa vez. Tras mentalizarse durante dos segundos, armándose de valor, abrió los ojos. Harry se encontraba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, mirándola con regocijo. Le sacó la lengua, componiendo una mueca divertida, y entonces desapareció con un plop, en medio de volutas de humo.
Hermione dejó caer la varita de nuevo y se encogió sobre sí misma. Se sentó mejor, dobló las piernas contra su pecho y se permitió sollozar con fuerza contra ellas. Desahogándose. El cuerpo sin vida de Draco, y la forma en que la había mirado antes de caer muerto sobre la alfombra, flotaban ante sus ojos cerrados.
Había visto el tapiz de los Black. Había apreciado la imagen de Lucius. Eso había removido algo en ella, estaba segura. Por eso el Boggart se había transformado en Draco. Lo había tenido presente minutos atrás.
Siempre estaba presente. Siempre, en un rincón de su subconsciente. Nunca al frente de sus pensamientos.
Logró volver a respirar. Llorar de forma más controlada. Se separó de sus piernas y alzó el rostro, mirando la soledad de la habitación. Volvía a estar sola. Los sollozos aún la hacían estremecerse. Su boca estaba abierta, tratando de hacerse con más aire para regular su respiración. Se secó los ojos y las mejillas con la manga de su jersey.
Hacía dos años que no lo había visto. Y verlo así era lo último que había esperado.
No sabía nada de él. Ningún tipo de noticia. No sabía si estaba vivo o muerto. Aunque le hizo prometer que estaría bien, con el tiempo llegó a entender lo absurdo de su propia petición. Aun así, su interior le aseguraba que lo estaba. No podía explicarlo, ni siquiera a sí misma, pero tenía la impresión de que, si le hubiera pasado algo, lo sabría. De una forma u otra. Una sensación. Un latido de corazón diferente. Algo.
No se permitía pensar en él. Porque no tenía sentido. Era improductivo. Y lo único que hacía era distraerla de su vida actual. De sus misiones. De su guerra contra la oscuridad. Era una parte de su vida que hacía años que había terminado. Ambos se despidieron sabiendo que no volverían a verse. Ambos comenzaron una relación clandestina en Hogwarts sabiendo que terminarían por no volver a verse. Siempre lo habían sabido. Porque ellos no podían estar juntos.
Habían tenido el regalo, o la condena, de vivir durante meses una vida que no les correspondía. Que no era la que la sociedad les había colocado delante, e instado a vivir. Se habían sorprendido a sí mismos teniendo unos sentimientos que les habían asegurado que no tendrían. Que era imposible que tuviesen. Que no era lo adecuado. Que no era moralmente aceptable. Pero lo habían hecho. Sentían lo mismo. Y todo lo que les habían dicho que estaba mal, de pronto no lo estaba. Era algo increíble. Y quizá hubiera podido ser para siempre, si dependiese de ellos y solo de ellos.
Pero no lo hacía. Y no tenían permitido comprobarlo. Habían tenido que volver a la realidad. Cada uno a su mundo. A su lado del tablero. A su bando en esa guerra.
Casi había logrado que su recuerdo apenas doliese.
Pero aquel Boggart le había recordado que los sentimientos no tenían por qué mermar con el paso del tiempo. Que a las emociones poco les importaban las prohibiciones de la sociedad, por muy poderosa que ésta fuese. ¿Cómo dejar de quererle, sabiendo que él la quería también, que era mutuo? No podían estar juntos. Y nunca lo estarían. Lo entendía. Lo sabía. Pero no iba a dejar de quererle. A su manera. Nunca.
Tomó aire con profundidad y lo dejó escapar lentamente, frunciendo los labios. Sin temblar. Sin sollozar. Logrando tranquilizarse. Se puso en pie con cautela, sintiendo las piernas entumecidas. Cerró el armario por fin, manteniéndose un instante con la frente apoyada en las puertas cerradas. Estaban en guerra. No podía flaquear. No podía permitir que sus sentimientos se impusiesen a su razón.
Se dio la vuelta, con una nueva luz en su mirada. Olvidando a propósito la vieja túnica sobre la cama, salió de la habitación. Tampoco fue a la de al lado a por una nueva. Ya llegaba tarde a la reunión.
Se secó el cabello con el mismo hechizo de aire caliente mientras bajaba las escaleras. Cuando estaba descendiendo las que conducían a la cocina, alcanzó a escuchar la voz de Arthur Weasley, que decía:
—… y lo puedo entender, pero no creo conveniente ir tan pronto a Slug & Jigger de nuevo. No después de lo que sabemos.
Alastor Moody, ante esas palabras, contrajo aún más su cara llena de cicatrices y comenzó a dar nerviosos golpecitos en el suelo con su pierna protésica, terminada en garra. Impaciente, y aparentemente harto de tonterías.
Hermione se adentró en la cocina, en silencio para no interrumpir, y con una mueca de disculpa a modo de tirante sonrisa. Se apresuró a sentarse en su lugar habitual de la mesa, junto a un inquieto Harry. Éste le dedicó una rápida mirada de bienvenida antes de devolver sus ojos a la discusión. Ginny, sentada en la otra punta de la mesa, entre Tonks y su padre, le dirigió una mirada inquisitiva por su retraso, que Hermione devolvió agitando una mano sin querer darle importancia.
Remus miró a Moody con paciente reproche, casi como un padre frustrado, y después se volvió hacia el patriarca de los Weasley.
—Por desgracia, Ojoloco está en lo cierto, Arthur —insistió, con su pausada voz—. Ya has oído las estadísticas de Alicia. Necesitamos el préstamo del boticario. Pronto precisaremos reabastecernos nuevamente. Necesitamos ingredientes para pociones, y antídotos. Necesitamos comida —enfatizó.
—Libros —añadió Ginny, en voz tenue pero firme—. Para poder seguir el ritmo de las clases en Hogwarts. Para poder estar a la altura de ese terrible temario y saber a qué nos enfrentamos.
—Lo entiendo, pero es peligroso —siguió protestando el patriarca de los Weasley, en sus trece—. Están vigilando de cerca a Slug & Jigger. Ya habéis oído a Hestia, la siguieron, saben que vamos ahí. A pesar de tener vigilancia para el boticario, lo estamos poniendo en un grave peligro. No podemos permitirnos perderlo…
—Él sabía a lo que se atenía cuando se ofreció a ayudarnos —protestó Ojoloco, farfullando con su boca torcida.
—Por mucho que lo supiera, si sabemos que ahora existe peligro, lo estamos conduciendo a sabiendas a una muerte segura —comentó Molly, con firmeza, sentada junto a su marido. Bill, a su lado, asintió en conformidad.
—De acuerdo, escuchad, discutiremos la próxima semana sobre el boticario... —propuso Kingsley con su profunda voz, peinándose las cejas con índice y pulgar, estresado—. De momento no es urgente. Hay ahorros para dos meses más aproximadamente. Mantened su seguridad activa, y veré si puedo conseguir un préstamo por otro lado —miró a Ginny antes de añadir—: Después dile a Boot que baje, quiero saber cómo de urgente es conseguir ingredientes para pociones. Si es imprescindible que vayamos pronto a Slug & Jigger o podemos dejarlo tranquilo una temporada. Y, Alicia, quiero también la lista de víveres disponibles —terminó diciendo, mirando a la joven, la cual asintió y tomó nota de ello.
—¿Y Ollivander? —interrumpió Moody, recargándose hacia atrás en su asiento. Casi con altivez—. ¿También pretendes prescindir de Ollivander? ¿No lo están vigilando de igual forma?
—No podemos dejar de visitar a Ollivander —opinó Ron, frunciendo el ceño con incredulidad. Harry, a su lado, sacudió la cabeza con pesadez y corroboró:
—Ollivander es imprescindible. Necesitamos que nuestras varitas sean reparadas después de las batallas, no siempre salen bien paradas. No tenemos muchos fabricantes de varitas dispuestos a ayudarnos. Y él es, sin duda, el mejor.
—Quizá en su caso lo mejor sería traerlo aquí sin más demora —propuso Remus, tamborileando con los dedos sobre la mesa—. Mantenerlo oculto definitivamente... Oliver nos dijo que captaron mensajes codificados del enemigo sobre él. Es posible que pretendan echarle el guante de forma inminente. Si lo capturan, tendrán un arma espectacular.
—En ese caso deberíamos traerlo aquí —corroboró Kingsley—. Su desaparición llamará la atención, pero sospecho que es el proceder más seguro. Ya lidiaremos con eso. En El Refugio podrá quedarse, hay más espacio —miró a Bill en busca de confirmación, el cual movió la cabeza de forma afirmativa—. ¿Estáis de acuerdo?
La gran mayoría asintió con la cabeza, o con un murmullo. Tonks se apresuró a anotarlo en los pergaminos que tenía delante, como una decisión oficial de la reunión. Una vuelapluma de color verde, situada en el centro de la mesa, tomaba nota con precipitación de cada palabra que se decía en la cocina.
—¿Misión de rescate? ¿Se encarga mi división? —preguntó Hermione, alzando una mano, pidiendo paso para hablar. Kingsley reflexionó un momento, pero terminó sacudiendo la cabeza.
—No, un destacamento habitual será suficiente. Hablaré con Aberforth. Él gestiona la división de Diggle, le diré que lo envíe a buscar a Ollivander. Que lo traigan cuanto antes.
—Pero… el regimiento de Dedalus ya tiene una misión establecida —intervino Tonks, dejando de escribir en el pergamino y alzando la mirada. Su apunte fue discreto, pero bastó para que un silencio pesado se instalase en la estancia. Todos sabían a qué se refería.
Kinsgley entrelazó las manos delante de la boca y se permitió suspirar. Sus ojos encontraron los de Remus, al otro lado de la mesa. En una mirada cómplice. Casi pidiéndole ayuda.
Éste captó la mirada y tomó la palabra.
—Mucho me temo que tendremos que empezar a pensar en la posibilidad de terminar con esta guerra sin la ayuda de Albus Dumbledore. Kinsgley y yo lo hemos hablado, y proponemos relevar a la división de Dedalus de su búsqueda. Destinarlo a labores más útiles.
Harry se tensó al lado de Hermione. Enderezándose como un animal que ha detectado una presa. Un fulgor iluminó sus verdes ojos.
—¿Cómo? —espetó, casi sin voz—. ¿Dejar de buscar al profesor Dumbledore? ¿Así, sin más?
—Harry, han pasado dos años y seguimos sin noticias de él. Hemos buscado hasta la saciedad...
—¡Pues tenemos que buscar más! ¡O buscar mejor! —estalló Harry, elevando la voz.
—Dadas las circunstancias, tenemos que empezar a pensar que inevitablemente Dumbledore ya no pueda ayudarnos —insistió Remus, todavía con sosiego—. Hubiera sido el eslabón más fuerte de este grupo, estamos todos de acuerdo, pero tenemos que asumir que...
—¡No! —gritó Harry, poniéndose en pie con tanta brusquedad que la silla en la que estaba sentado se volcó—. ¡Me niego a asumir nada!
—¡Harry! —exclamó Hermione, alarmada, sujetándolo de la túnica.
—¡No, Hermione, no! ¡Estamos hablando del profesor Dumbledore! ¡Albus Dumbledore! —miró a todos los de la mesa con expresión encendida—. ¡El mago más grande de todos los tiempos! ¡Dumbledore creó la Orden del Fénix! ¡Y ahora él está en apuros! ¡No podemos darnos por vencidos tan fácil, tiene que haber...!
La vuelapluma rasgaba sobre el pergamino de forma frenética. Remus levantó una mano para intentar hacerlo enmudecer y alzó la voz al decir:
—Harry, te entiendo. De verdad. Pero más gente está desapareciendo cada día. Dumbledore no hubiera querido que malgastásemos energía y recursos en buscarlo durante años cuando todo indica que...
—¡Nada indica nada! ¡No puedes saber...!
Un repentino estruendo ahogó la voz de Harry y sobresaltó a los presentes. La puerta que conducía a los pisos superiores se había abierto con estrépito, y un pequeño y destartalado Mundungus Fletcher entró en la estancia dando nerviosos tumbos con sus piernas arqueadas. Estaba muy pálido, y tenía los ojos rojizos abiertos de par en par.
—¡Maldita sea, Dung! —exclamó Remus, volviendo a sentarse—. ¡No te presentes aquí así!
—Podía haberte matado, alimaña... —gruñó Moody de mal humor, guardando la varita de vuelta al bolsillo de su gruesa y remendada túnica.
—¡Traigo noticias! ¡Noticias importantes! —exclamó el hombrecillo, apartándose el cabello pelirrojo de la cara y acercándose a la amplia mesa. Todos percibieron, cuando se acercó, el perenne olor a tabaco y alcohol que lo rodeaba. Mundungus era un experto en hablar con las criaturas más rastreras y útiles del mundo mágico. Sus contactos con todo tipo de contrabandistas, piratas y delincuentes lo hacían el miembro perfecto para saber qué se cocía en los bajos fondos. La red de espías de la Orden era efectiva, pero Dung era impecable, y sus soplos solían ser muy valiosos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Arthur, intranquilo. Harry volvió a tomar asiento también, atento a las nuevas, olvidándose momentáneamente de Dumbledore.
—Se va a producir un ataque —explicó Dung—. Ya está todo listo. He conseguido encontrar a Sturgis Podmore y se lo he sonsacado. Está bajo un Imperius, pero lo he puesto a salvo, con el destacamento de Doge… Tengo a todos mis hombres trabajando para intentar conseguir más detalles, pero me he enterado de lo esencial…
—¿Atacar? ¿Cuándo? ¿A quién? —interrumpió Remus con urgencia. Mundungus tomó aire, audiblemente en medio del silencio, y clavó sus pequeños ojillos en Harry Potter, antes de confesar:
—Están planeando atacar Privet Drive. El número cuatro. Esta misma noche.
Seguía lloviendo. Las nubes no daban tregua. El cielo no era más que un impenetrable manto de uniforme color gris, ennegrecido ahora que la noche se acercaba. El sonido de la lluvia se incrementaba por el hecho de que ni un solo coche circulaba en ese momento por la monótona calle Privet Drive. Era bastante tarde, y solo una mujer de mediana edad con un paraguas oscuro recorría la acera con paso tranquilo, posiblemente en dirección a su casa.
La lluvia estaba limpiando todavía más el, ya de por sí, reluciente coche de la familia Dursley. Las ventanas de la casa estaban cerradas, y las cortinas echadas, como era de esperar en una noche semejante. No había luz en la casa. Si un ladrón casual hubiese aparecido por el barrio y hubiese intentado entrar a robar, podría haberlo hecho. Sus inquilinos parecían haber salido, quizá a cenar fuera, quizá a dar un lluvioso paseo aprovechando las últimas horas de luz. El ladrón podría haber metido la costosa televisión de plasma del salón en un saco y haber salido tranquilamente de allí. Porque no era un ladrón corriente lo que estaban esperando los miembros de la Orden del Fénix que se encontraban escondidos en su interior.
Hermione llevaba horas escuchando únicamente su respiración. Comenzaba a encontrarla exasperante. Ya no sabía cómo respirar con normalidad. Hiciera lo que hiciese, sonaba rara a sus oídos. La casa estaba en absoluto silencio. El sonido de la lluvia era cada vez más fuerte, y casi lo agradecía.
Se encontraba oculta en el interior de la alacena bajo las escaleras, pegada a la puerta, escrutando el exterior a través de las diminutas rendijas del respiradero que Tío Vernon colocó allí años atrás para Harry. Hermione no quería ni pensar en lo que su amigo había tenido que sufrir ahí dentro, encerrado día tras día. Había sido inhumano. Y la familia Dursley decía que los magos eran los monstruos…
La mano derecha, sujetando firmemente su varita, se le estaba enfriando. A pesar de llevar un jersey bastante grueso, bajo su túnica y sus protecciones, al estar parada de pie se estaba quedando helada. Se rascó la nuca con la mano que tenía libre, y fue entonces cuando notó el roce de su cabello. Comprendió que se le había olvidado recogérselo. Se levantó un poco su Máscara del Fénix, y sujetó la varita entre sus dientes, sin alejar los ojos del respiradero. Llevó las manos a lo alto de su cabeza, envolviendo su espesa cabellera con la goma que tenía en la muñeca. Toda comodidad era poca.
El primer crack la sobresaltó e hizo que soltase su cabello de golpe, no dándole una última vuelta a la goma. Recuperó su varita al instante y se apretó contra la puerta. Atenta. La adrenalina lanzándose a recorrer sus venas.
Hubo otro crack. Y otro. Y otros cuatro más. «Son siete. Y se han aparecido en el jardín».
Apretó la varita con más fuerza. Movió los hombros en círculos, calentando un poco las articulaciones. Estiró también el cuello, en varias direcciones. Y los tobillos. Palpó los utensilios que llevaba colgando del cinturón, bajo la capa, situándolos. Asegurándose de estar en condiciones para lo que se avecinaba. Pero aún no hizo nada. No lo haría hasta recibir la señal de sus compañeros. Hasta entonces lo único que tenía que hacer era no revelar su posición.
No escuchó la puerta de entrada abriéndose, pero el sonido de la lluvia cayendo en el pavimento se hizo más fuerte. Hermione se mordisqueó el labio. Tampoco oyó sus pasos, pero un instante después una figura encapuchada pasó frente a ella por el pasillo, como un espectro. Hermione se obligó a respirar de forma muy lenta. Inaudible.
Otro mortífago pasó frente a ella. Oyó cómo se abría una puerta a lo lejos. Las escaleras situadas sobre su cabeza crujieron. Estaban inspeccionando la casa.
Una tercera persona apareció en su campo de visión, escaso a través de las rendijas doradas del respiradero. La capucha que ocultaba la cabeza del mortífago se giró en su dirección. Hermione sintió que el corazón se le salía por la boca. Retrocedió de inmediato a la oscuridad de la alacena. Se preguntó si habría jadeado por la impresión. No recordaba haberse escuchado a sí misma, pero, aún así,... ¿La habría oído? A pesar de haberse alejado un poco, veía aún a través de las rendijas. El mortífago miraba fijamente en su dirección. La espeluznante máscara plateada y la sombra de la capucha ocultaban sus facciones. Hermione cerró los ojos un momento y se aseguró de tener su varita bien sujeta. Sintió crujir la madera entre sus dedos. De pronto, la escasa luz que había hasta entonces en la alacena desapareció. El mortífago estaba enfrente de la puerta, cubriendo con su cuerpo la luz que entraba por las rendijas del respiradero.
Y, entonces, un estruendoso sonido invadió la casa hasta los cimientos. Una fuerte sirena, que atravesaba los tímpanos sin piedad. La alarma de incendios.
La señal.
Hermione elevó su varita con decisión. La puerta de la alacena se abrió hacia el exterior con un potente estallido, saliéndose incluso de sus goznes. El cuerpo que había al otro lado salió disparado hacia atrás, golpeándose contra el marco de la puerta que conducía a la cocina y cayendo al suelo de forma destartalada. Hermione atravesó el umbral de la alacena, agachada, pisando los restos de la puerta, todavía rodeada de una gran polvareda. El vestíbulo era estrecho, pues las escaleras ocupaban gran parte del espacio. Miró a ambos lados con rapidez, ideando una estrategia, situando al enemigo en su campo de visión. El que acababa de derribar quedaba a su derecha. Y había otro mortífago encapuchado a su izquierda, en pie frente a la puerta cerrada que conducía a la calle. Su varita apuntándola. Lo vio agitar su muñeca. Y Hermione, prevenida, creó al instante sucesivos Encantamientos Escudo para protegerse de la ráfaga de maldiciones que le lanzó.
Notó por el rabillo del ojo que el mortífago que estaba a su derecha, aún en el suelo, se movía.
Con la mano libre, alcanzó dos de las bombas de Gas Paralizante que tenía colgando del cinturón, junto a su cadera izquierda y las lanzó hacia su derecha, hacia el mortífago tendido en el suelo. Un par de estallidos junto a él y un denso humo plateado lo rodeó. Lo escuchó toser, y vio que lanzaba algún hechizo, a ciegas, que golpeó en la barandilla de la escalera. Arrancando un pedazo de madera. Pero después no se movió más. Y no se movería en un buen rato.
Hermione podía oír más estallidos en el piso de arriba. Y hechizos gritados en el salón.
Lanzó un hechizo de desarme al mortífago oculto tras la nube de humo y se atrevió a darle la espalda. Centrándose en el enmascarado que estaba junto a la puerta de salida. Mortífero. En posición de duelo. La chica interceptó dos de las maldiciones que le lanzó y la última tuvo que desviarla para que golpease la pared, abriendo un ceniciento boquete.
—¡Silencius! —vociferó, apuntándolo con su varita. Intentando impedir que pronunciase hechizos en voz alta, para que perdiesen potencia.
Pero el mortífago bloqueó el hechizo con un rápido movimiento ascendente y después sacudió el brazo de lado a lado, emitiendo un latigazo con la varita. La chica notó como si un hacha sin filo la golpease en el centro del pecho. La dejó sin aliento, pero pudo continuar. La coraza la había protegido.
—¡Levicorpus!—gritó Hermione, pero no dio en el blanco. Su rival pivotó sobre uno de sus pies y giró el cuerpo, esquivando el hechizo y haciendo que golpease la pared tras él con un estallido. Hermione agitó su varita de nuevo y logró lanzarlo hacia atrás, hasta estrellarse con fuerza contra la puerta de entrada. Cayó al suelo, logrando quedar en cuclillas, y volvió a elevar su varita de inmediato en dirección a la chica.
—¡Lumos máxima!—exclamó el encapuchado, generando una brillante bola de luz. Intentando cegarla. Hermione no se lo esperaba, pero fue capaz de reaccionar con rapidez. Se protegió la vista con el antebrazo y lanzó sin pensarlo el paragüero de la familia Dursley contra el mortífago. Un sonido metálico, una exclamación ahogada, y la desaparición de la luz le indicaron que había dado en el blanco.
—¡Obscuro! —clamó ella, intentando también cegar a su adversario. Pero éste lo bloqueó en el último segundo. Había conseguido ponerse en pie de nuevo. Siguió atacándola. Con eficiencia, pero sin poder avanzar. La chica lo mantenía en su posición con continuos encantamientos. Ambos al límite de sus habilidades. Peleando por tener más reflejos que su contrincante. Más ingenio. La luz de los hechizos, los estallidos que se producían cuando chocaban contra sus bloqueos o contrahechizos, cegaban a Hermione, haciéndola parpadear de forma frenética.
—¡Defodio! —gritó entonces el mortífago, apuntando al suelo a sus pies.
El Hechizo Excavador golpeó contra los listones de madera y se arrastró por el centro del pasillo, como si una enorme cuchilla invisible lo dividiese. La chica se apartó a un lado en el último instante, pegándose a la escalera, haciendo que la zanja destrozase el suelo a su lado. Trozos de madera volaron y golpearon su máscara. Pero ni siquiera parpadeó. Apuntó con su varita hacia la puerta de entrada a la casa y los cristales de las ventanas laterales decorativas explotaron con fuerza. Cubriendo al mortífago con enormes trozos de cristal. Éste se encogió sobre sí mismo, girando a un lado y generando un Protego para evitar salir herido.
Hermione se permitió echar un rápido vistazo hacia atrás. El humo de su primera bomba se había desvanecido. Y el primer mortífago que había dejado fuera de combate estaba poniéndose en pie, capaz de moverse de nuevo. Lo vio recuperar su varita.
—¡Arresto Momentum! —gritó, apuntando hacia él. La mano que éste estaba elevando, armada con su varita, se ralentizó. Moviéndose ahora a cámara lenta. Tardando mucho en apuntar hacia ella. Dándole varios segundos más de margen.
Vio entonces un destello de cristal. El mortífago de la entrada había lanzado los afilados restos de vidrio en su dirección, pero la chica logró bloquearlos en el aire y lanzárselos de vuelta. Su rival los apartó a los lados con veloces sacudidas de su varita.
Hermione escuchó pasos que bajaban del piso de arriba, trotando por las escaleras. Vio el bajo de una túnica negra. Se llevó una mano al cinturón, cogió dos bombas más, de la parte trasera, y las lanzó a un lado por encima de su cabeza, esperando que atravesasen la barandilla. La risa casi maníaca que escuchó en las escaleras confirmó que había dado en el blanco. Fuera quien fuese, no podría pelear en un buen rato, mientras los efectos del Gas de la Risa fuesen duraderos.
Sabía que eran demasiadas cosas a tener en cuenta. No podía continuar con ese ritmo durante mucho rato. Y fue consciente de que estaba descuidando al mortífago que estaba frente a la entrada, atacando a los que venían del piso de arriba. Antes de poder hacer nada más, de tener tiempo de ejecutar el movimiento completo del Encantamiento Escudo, sintió que una especie de corriente de aire la lanzaba de súbito contra la pared de su derecha. Chocó de lado contra el mueble del recibidor, con fuerza, destrozándolo. Sintiendo la madera clavarse en su cuerpo. Golpeándose la cabeza. Resbaló hasta el suelo, aterrizando en un montón de cristales, astillas y porcelana rota. Notó que algo suave caía por encima de su cabeza, y comprendió que su cabello se había soltado de la goma. Envolviéndola. Intentó tomar aire, pero sólo inhaló polvo. Tosió, pero no se oyó a sí misma. Notaba un pitido en los oídos y que el suelo bajo su cuerpo oscilaba. Sabía que no podía permitirse parar. Que cada segundo contaba. Trató de moverse con urgencia. Pero no podía reaccionar tan deprisa. Todo a su alrededor se movía.
Alzó la varita por inercia y lanzó la Maldición de Dedos de Gelatina en dirección al mortífago que estaba junto a la puerta de entrada. Intentando desarmarlo, que dejase caer su varita. No supo si dio en el blanco, y tampoco lo pensó. No sintió ningún hechizo mortal. No vio una luz verde. Giró la cabeza, aturdida, intentando distinguir al otro mortífago, al que estaba junto a la cocina. Éste había conseguido alzar la varita por completo, apuntando en su dirección, pero su boca seguramente no se movía todavía con la suficiente rapidez para pronunciar un hechizo completo. Estaría luchando por emitir alguna maldición, articulando lentamente tras la máscara. Los encantamientos no verbales no funcionaban en ese estado.
Hermione logró incorporarse, quedando de rodillas, apoyando la espalda en los restos del mueble para sostenerse. Notó que uno de los platos decorativos que todavía quedaban en pie caía al suelo a su lado, tras golpearlo con el hombro sin querer.
Estaba aturdida. Y en desventaja. Pero tenía que actuar deprisa. No podía enfrentarse en duelo con dos mortífagos a la vez. Y el que reía en la escalera pronto recuperaría la cordura. No sabía si los miembros de la Orden que estaban en el piso de arriba podrían encargarse de él. Podía escuchar detonaciones que indicaban que estaban luchando todavía.
Alzó la varita hacia el encapuchado víctima del Encantamiento Ralentizador. La luz de un hechizo ya brillaba en la punta de la varita de él. Pero Hermione no tuvo tiempo de tomar aliento. Vio un hechizo volar por encima de su cabeza, desde atrás. Atravesando el aire. Una luz color carmesí. Una salpicadura del mismo color ante ella.
Pudo ver el corte horizontal que se había creado en la blanca garganta del mortífago. La sangre brotando. Derramándose por su negra túnica. Rojo contra negro. Los dedos del encapuchado, flácidos, dejaron caer la varita. Intentó llevar sus propias manos al corte, pero el Encantamiento Ralentizador de la joven todavía hacía efecto. La sangre siguió brotando. Se derrumbó sobre sus rodillas y después cayó de lado. Agonizante.
Hermione observó todo sin poder moverse. Olvidándose de respirar. Olvidándose de atacar. Sin necesitar hacerlo. Alguien lo había atacado por ella. Lo había matado por ella.
Giró el rostro al otro lado. Recordando al mortífago de la puerta de entrada. Encontrándoselo sobre ella, oscuridad cerniéndose a su alrededor.
Notó cómo le daba un golpe seco con el antebrazo sobre su muñeca derecha, provocando que dejase caer su varita. Sintió entonces su mano ceñirse alrededor de su garganta, con fuerza, arrancándole todo el aire. Poniéndola de pie de un brusco tirón. La chica trastabilló, intentando sostener su peso sobre sus pies. Se vio empujada hacia atrás antes de que pudiera lograrlo. Retrocediendo torpemente sin encontrar un equilibrio. A través de sus párpados entrecerrados, se vio atravesar un umbral. Se vio sumida en la penumbra.
Notó la pared interior de la alacena chocar contra su espalda. Arrancándole un jadeo, ahogado por no poseer aire que exhalar. El mortífago la había metido de vuelta en la vieja habitación de Harry. Se metió allí con ella y la inmovilizó contra la pared con habilidad. Pisándole los pies. Presionando sus muslos contra los suyos. La chica pataleó, reaccionando de forma instintiva. Su rival no era enorme, pero era más alto que ella. Era un hombre. Parecía joven, pero la superaba en fuerza. Su campo de visión se redujo a la máscara con forma de calavera ante ella, rodeada por la negra capucha. Hermione utilizó sus manos para rodear su antebrazo y tirar de él, desesperada. Arañándolo sin piedad. Necesitando que le soltase la garganta. Lo escuchó sisear de dolor pero no la soltó. Vio entonces su otra mano, sujetando todavía su varita, estirarse hacia ella. Buscando el lateral de su Máscara del Fénix con la yema de los dedos. Tirando hasta arrancársela.
El aire golpeó la piel desnuda de su rostro. Hermione se vio entonces con la cara al descubierto. Sus facciones visibles en la penumbra de la alacena. Con la boca entreabierta, jadeante, luchando por hacer que el aire atravesase su garganta a pesar de los dedos que la aprisionaban. Su anonimato desapareciendo. ¿Por qué había hecho eso? ¿Por qué no asesinarla directamente? ¿Pretendía saber si era valiosa para secuestrarla?
La mente de Hermione era un torbellino, más aún por la falta de oxígeno. Pero entonces los dedos sobre su garganta se aflojaron de golpe. Inhaló con necesidad y tosió de forma débil. Todavía aferrando el antebrazo alzado del mortífago. Sintió que el cuerpo de él se sentía más liviano. Ya no la aplastaba contra la pared con tanta fuerza. Seguía teniendo la mano en su cuello, pero ya no apretaba.
—¿Granger…?
Hermione dejó de respirar en medio de una urgente inhalación. Su boca se quedó abierta. Sus ojos se alzaron. Por inercia. Al escuchar su nombre desde detrás de la máscara de un mortífago.
No tenía por qué haberla sorprendido. Los mortífagos podían saber quién era, a pesar del anonimato de la Orden. Reconocerla del Departamento de Misterios, tantos años atrás. Reconocerla como la amiga de Harry Potter.
Pero no fue eso. Fue la voz. La forma de pronunciar su apellido. La inesperada fluctuación que pudo notar en esa simple palabra. Cómo se arrastró por las sílabas, sin aliento. De forma desfallecida. Casi con incredulidad. Esa voz. Le era familiar.
Intentó ver algo tras los orificios de la máscara, a pesar de la penumbra. Casi con desesperación. Agradeciendo la cercanía. Él a un palmo escaso de ella. Vio un destello plateado. Vio sus pupilas. Sus pestañas. Vio la forma de sus ojos. Podía reconocerlo sin dificultad únicamente por sus ojos. Lo reconocería en cualquier oscuridad. Su mirada.
Y sus uñas se clavaron en el antebrazo del encapuchado. Con mucha fuerza. Apretándolo contra su esternón, contra sí misma. Su boca se abrió y se cerró. Ya sin buscar aire. Perdió la noción de dónde estaba. El resto de la casa había desaparecido. Solo estaban ellos. Esa alacena. Las sombras. Sus ojos.
Tan real. Tan cerca.
La punta de su lengua subió a su paladar. Luchando por articular. Por enunciar algo. Su nombre.
—D-Dra…
Un estallido fuera. Vio el polvo apoderarse del pasillo, por encima del hombro del encapuchado. Éste giró la cabeza para mirar fuera también. Valorando la gravedad de la batalla. Ninguno de los dos se movió. Él no hizo ademán de soltarla. Continuó pegado a ella, y la chica no trató de apartarlo.
Volvió a mirarla. Ignorando el exterior. Ahora podía oírlo respirar. O luchar para hacerlo. Su respiración sonaba trémula tras la máscara. Estaba temblando. Podía notar sus dedos vibrar contra su garganta.
—Draco… —logró susurrar ella. Hacía años que no pronunciaba su nombre en voz alta.
Soltó una de las manos que mantenía en su antebrazo y la alargó. Hacia su pecho. Casi pegado contra el de ella. Apoyándose ahí. Sintiendo su movimiento. Su respiración. La dureza de sus costillas bajo su palma. Notó otro tejido, más duro, como cuero, bajo su suave túnica. Probablemente algún tipo de protección, como la suya.
Los dedos de Draco resbalaron por su garganta. Acariciándola con la yema de los dedos en dirección descendente. El antebrazo entero le temblaba. Ya no lo escuchaba respirar, pero notaba que no podía hacerlo apenas. Su tórax tartamudeando bajo su mano no mentía. Y supo que estaba pensando lo mismo que ella.
Se habían atacado. Habían luchado. A muerte. Podían haberse matado.
"Aquí en Hogwarts, lamentablemente, tengo que soportar tu presencia; pero cuando salgamos, si llegase a verte… Te mataré, sangre sucia…"
Eran enemigos a muerte, enfrentados en bandos opuestos.
Tenía que atacarlo. Atraparlo. Capturarlo. Era un mortífago.
Tenía que matarlo.
La mano de él soltó su garganta del todo y ascendió hasta colocarse en el lateral de su cabeza. Sumergiendo los dedos en su espeso cabello. Despeinándolo. Aferrándolo. Su palma contra su pómulo. Su pulgar barriendo su sien. Su mano. En su cabello. En su rostro.
Él había conseguido reconocerla. Quizá al ver su espeso e identificable cabello, suelto. A pesar de los años que habían pasado, lo reconoció. O quizá eso creyó y había querido comprobarlo. Asesinó al mortífago que estaba a punto de atacarla. Asesinó a uno de los suyos. La introdujo en la alacena, con todas las precauciones necesarias por si no era quien él se esperaba, y le quitó la máscara. Y sus sospechas se vieron confirmadas. ¿Y ahora qué?
Hermione sintió que Draco rompía la cercanía. Apoyó el rostro contra el suyo, o, más bien, la máscara contra su frente. Piel contra metal. La plata estaba helada. Hermione cerró los ojos. Atragantándose con un sollozo. Habían estado tan cerca de…
Una luz centelleó entonces dentro del armario. Emitiendo una iluminación azulada. La punta de la varita de Draco se había encendido. Reflejando destellos en su máscara. Parpadeos intermitentes.
Hermione miró la luz. Preguntándose vagamente qué significaba. Todo iba despacio dentro de ella. Sentía que reaccionaba con lentitud a todo lo que la rodeaba. Él se separó de su piel, lo justo para mirar también la luz de reojo. Durante unos instantes, no se movió. Ella aguardó, escrutándolo. Intuyó que vacilaba. Quizá se sentía tan mareado, tan fuera de su ser, como ella.
Draco giró la cabeza en su dirección de nuevo. Y lo sintió inclinarse hasta que casi quedó oculta bajo su capucha. Su máscara le rozó la oreja derecha.
Y sus palabras lo cambiaron todo.
—Calle Blucher, en Barnsley. Edificio siete. Esta noche.
Hermione no parpadeó durante las indicaciones de Draco. Cuando terminó, lo hizo con rapidez de forma inconsciente. Y entonces él ya no estaba frente a ella. La mano que había estado apoyada en su pecho tanteó el aire. Su cuerpo estaba libre, aunque todavía notaba los restos de su calor ante ella. Pero la atmósfera había cambiado. El olor a magia regresó a sus fosas nasales. Draco se había desaparecido. La luz de su varita debía significar que se retiraban.
La chica ya no oía nada en la casa. Los hechizos habían cesado. Solo silencio.
Se vio arrojada de golpe a la realidad. Su cruel mente no permitiéndole hacerlo poco a poco. Se sujetó a la pared, intentando no resbalar hasta el suelo. ¿Qué habían hecho?
Se cubrió la boca con la palma de la mano. Respirando contra ella. Intentando recomponerse. Se agachó con cautela y recogió su máscara del suelo. Ni siquiera recordaba cuándo Draco la había dejado caer. Se la colocó, manteniendo la mente lo suficientemente cuerda para asimilar que tenía que llevarla puesta. Obligó a sus piernas a moverse, sin permitirse pensar, y se lanzó hacia el pasillo. El cambio de luz la cegó un poco. Todo estaba destrozado, y era vagamente consciente de que era responsable de casi todo. El polvo flotaba en el ambiente. Oteó el suelo del pasillo, levantado en una terrible zanja. Localizó su varita junto a la estantería llena de platos decorativos fragmentados. El mortífago que Draco había degollado seguía en el suelo. Ya no se movía.
Casi corrió por la casa. Saltando por los escombros. Intentando no resbalar con los ladrillos que regaban el lugar. Encontró a los demás miembros de la Orden en la cocina.
La estancia era un desastre. La enorme mesa cuadrada estaba volcada, al igual que las sillas que la rodeaban. El televisor de pantalla grande también había sido arrojado por los aires, y se encontraba en ese momento en la otra punta de la habitación. Varios de los platos que antes reposaban sobre la encimera habían acabado hechos añicos en el suelo. Un Bombarda había abierto un agujero en una pared, destrozando el horno y una cafetera eléctrica. El inmaculado suelo de cuadros negros y blancos estaba cubierto de escombros y gravilla. Hermione estaba segura de que el salón y el piso de arriba estaban en iguales condiciones.
Un rápido vistazo le bastó para constatar que casi todos estaban ahí. Despeinados, sofocados, pero vivos. Hestia se encontraba en un rincón de la estancia, tumbada en el suelo sin conocimiento, con sus constantes vitales siendo tomadas por Fleur, arrodillada a su lado. Generando diagnósticos con su varita. George y Arthur no estaban.
—¿Estáis todos bien? —jadeó Hermione, haciéndoles notar su presencia. Todos se volvieron y tomaron aire, aliviados de verla. Vio la cara de Ron relajarse de inmediato al conseguir enfocarla. Estaba sin máscara, sentado en la única silla en pie, recolocándose una protección del muslo. Al parecer habían conseguido atravesarla, romperla, y lesionarlo. La sangre le empapaba el pantalón.
Hermione se acercó y se arrodilló ante él, examinándolo. Tenía un profundo corte en el lateral del muslo, como si una maldición hubiera pasado rozándolo.
—Le he puesto un ungüento a Gonald para detener l'hémorragie, no lo toques —pidió Fleur, desde el suelo, sin dejar de atender a Hestia. Cuando estaba alterada era cuando más palabras en francés se colaban en su vocabulario—. ¿Estás hegida?
—No, tranquila, estoy bien —aseguró Hermione, no queriendo distraerla de su tarea. Ni siquiera sabía si estaba herida. No sentía nada a excepción de una burbujeante adrenalina. Su mente seguía en esa alacena. En dos superficies plateadas.
Ron le dedicó una aliviada sonrisa, dándole después otro trago a un vial que tenía en la mano. Posiblemente sería una poción calmante del dolor o de reabastecimiento de sangre que Fleur le habría dado a modo de primeros auxilios.
—¿Todo bien, Hermione? —preguntó Remus, escrutándola con sus cansados ojos. Se acercó y le puso una mano tranquilizadora en el hombro. No le estaba viendo el rostro, pero quizá su voz, o sus gestos, le habían hecho sospechar que se encontraba algo descompuesta.
—Sí… —logró articular la joven. Sin saber cómo pudo mentir de forma tan creíble—. Me quedé en el vestíbulo. Eran bastantes. No sé si alguien más necesitaba ayuda, estaba enfrascada… ¿Ha ido todo bien? ¿Estamos todos bien? ¿Y George y el señor Weasley?
—Estamos todos. Mi padre y mi hermano se han llevado ya a los Dursley a la casa segura —informó Fred, acuclillado en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. También estaba sin máscara, para poder beber de un vial similar al de Ron. Estaba algo pálido—. Están bien. Y, por suerte, los Dursley también. Los mortífagos no han descubierto que estaban en la casa, ocultos. Ha sido una buena idea lo del Encantamiento Desilusionador. Si hubieran notado que nos los llevábamos, habrían sospechado de una emboscada…
—¿Hestia está bien? —musitó Hermione, mirando a la mujer inconsciente. Y a Fleur trabajar frenética a su alrededor.
—Una maldición de expulsión de entrañas —informó Remus, en voz baja y preocupada—. Pero mal realizada. El mortífago estaba silenciado y además Hestia logró protegerse. Solo le ha debido causar un daño interno…
—Sí, pego tengo que llevágmela —protestó Fleur, poniéndose en pie con fluidez. Su hermoso rostro lucía grave, casi temible—. No puedo sanagla aquí. Necesito mi equipo. Y necesito que Bill y Ginny la examinen para descagtag otga maldición…
—Entendido, vamos —ofreció Remus con eficacia, acercándose a ella—. Ven Fred, tienen que examinarte a ti también cuanto antes…
—Vamos todos —convino Tonks, bajándose de la encimera polvorienta en la que estaba colocada—. Ya no hacemos nada aquí. Enviaremos un equipo a limpiar, las protecciones anti-muggles ya están colocadas —dijo, mientras Remus, Hestia, Fleur y Fred se desaparecían—. ¿Algún rehén enemigo?
—Ni uno. Y no les ha dado tiempo de llevarse los cadáveres. Se han retirado muy rápido. Hay dos muertos arriba y uno en el salón —informó Kingsley, con tono serio. Luciendo algo decepcionado—. Que yo haya contado…
—Otro en el vestíbulo —susurró Hermione, con la vista fija en el pantalón roto de Ron. Kingsley asintió sin comentar nada al respecto.
—Bien, pues tenemos que llevárnoslos a todos. Hermione, Tonks y yo nos encargamos. Ron, espérame aquí, te desaparecerás conmigo, estás débil. Nos vemos todos en el Cuartel Principal en menos de diez minutos. Si necesitáis ayuda, avisad.
—Tenemos que informar a Harry cuanto antes…Tiene que estar que se muerde las uñas —comentó Ron, poniéndose en pie con cautela. Parecía efectivamente mareado por la pérdida de sangre, y Hermione lo sujetó del brazo, por miedo a que se cayera—. Una parte de mí creía que se escaparía del Cuartel y aparecería aquí para pelear, arruinándolo todo…
—Sabía que esta misión lo comprometía emocionalmente. Le hemos dejado claro que no podía participar —protestó Kingsley. Pero después soltó un gruñido, encaminándose al vestíbulo—. Pero yo también tenía esa posibilidad en mente. Ese chico es incontrolable…
Hermione llevaba casi veinte minutos mirando la pared opuesta de la estancia, sin parpadear apenas. El blando y cómodo sofá de la sala de estar de Grimmauld Place parecía piedra bajo sus cuartos traseros. El aire también parecía más denso. Estaba sola.
El árbol genealógico de la familia Black se extendía por la oscura superficie color verde botella. Ramas y ramas, decoradas con artísticas hojas, se entrelazaban unas con otras. Conectando las imágenes. Los rostros. Generaciones y generaciones de intachables sangre pura.
Podía ver la mancha negra, como una gran quemadura, que correspondía al lugar donde el rostro de Sirius había estado hilado. Y otra gran mancha entre los rostros de Bellatrix y Narcisa, correspondiente a Andrómeda, su hermana. Casada con Ted Tonks, un muggle.
La línea de sucesión de Narcisa se mantenía intachablemente colorida. Los rostros de Draco y Lucius brillaban bajo la luz de la lámpara de araña del techo.
Hermione tuvo que contener el inesperado y oscuro deseo de convertir el rostro bordado de Draco en otra mancha oscura. Para que, por fin, hubiera algo de veracidad en el mundo.
Eran casi las dos de la mañana. Era de noche.
"Calle Blucher, en Barnsley. Edificio siete. Esta noche"
Hermione cerró los ojos. El sonido de su respiración enloqueciéndola.
¿Qué se suponía que debía hacer?
"Por favor, prométeme una cosa..."
"No. Basta. No me hagas esto (…) No puedo. Así que no me lo pidas. No voy a prometerte que volveremos a vernos. Que estaremos juntos. Que tu situación, o la mía, se pueden cambiar. No voy a mentirte en algo así solo porque nos estamos despidiendo."
Las manos de Hermione temblaban. Habían pasado dos años. Y se habían encontrado en el peor escenario posible. Una batalla. Enfrentados a muerte en bandos opuestos, luchando por creencias distintas. Podían haberse matado. Habían cambiado muchísimas cosas desde la última vez que se vieron. Hermione tenía ahora veintiún años y estaba en medio de una guerra, en primera línea de batalla. Pero la sensación de estar a su lado no había cambiado en lo absoluto. Seguía enamorada de él. Por supuesto que lo estaba. Estaba enamorada de Draco Malfoy. De un mortífago. De un enemigo.
Se cubrió la cara con las manos, apoyando los codos en las rodillas.
Podía acabar con todo de inmediato. Podría quitarse un peso de su vida, la carga seguramente más pesada que llevaba en su corazón. Solo tenía que olvidar que lo había visto. Todo lo sucedido. No acudir a la cita.
"Calle Blucher, en Barnsley. Edificio siete. Esta noche"
Estaba loco. ¿Por qué se lo había dicho? Ahora era miembro de la Orden del Fénix y tenía responsabilidades. Una lealtad hacia ellos. ¿Cómo había podido confiar así en ella? ¿Cómo podía estar seguro de que ella no se presentaría allí acompañada de media Orden, para capturarlo?
"Calle Blucher, en Barnsley. Edificio siete. Esta noche"
No conocía ese lugar. Y no entendía por qué la había citado. ¿Qué pretendía? ¿Cómo podían siquiera plantearse verse, en las circunstancias en las que estaban? Ya no eran unos niños. Nunca lo habían sido. Pero ahora estaban en bandos contrarios. En una guerra declarada. Era una absoluta locura. Lo que había sucedido había supuesto un riesgo tremendo. Si alguien hubiera visto algo, en esa alacena…
Había sido una total irresponsabilidad. Pero no había podido contenerse. Era… él. Era Draco. Lo conocía. Lo que le transmitía su presencia no había cambiado. Escondidos en aquella alacena, ocultos del mundo, desafiándolo todo, mientras al otro lado de la puerta se libraba una cruenta batalla...
Hermione se sorprendió estirando los labios. Aunque no quería hacerlo. Pero era la historia de su vida. De su relación. Había sido así todo su último año. Siempre viéndose a escondidas, en secreto, besándose furtivamente en los rincones más oscuros del castillo, en las mismas narices de todo el mundo... Esa era la única forma. Y habían conseguido que funcionase.
Recordó el vacío en el estómago cuando Filch los encontró en su escobero, la sensación de adrenalina de estar hundida en el calor de su boca con los profesores al otro lado de la puerta de un ropero, la emoción de romper tantas normas que poco o nada tenían que ver con la escuela...
La sensación de ir contra el mundo. De estar juntos contra el mundo.
"Calle Blucher, en Barnsley. Edificio siete. Esta noche"
¿Seguiría lloviendo? No iba a arriesgarse. Cogería una túnica. Abrió la puerta del salón sin hacer ruido, y apagó la luz de la lámpara con una rápida sacudida de varita, antes de salir de allí.
Hermione sintió el chaparrón de la lluvia cayendo sobre ella de golpe, ensordeciendo sus oídos y casi aplastándola contra el suelo. Esta vez fue a propósito el no crear un instantáneo Protego al aparecerse. No sabía qué se iba a encontrar. Quizá apareciese delante de un muggle que la viese agitar su varita y detener la lluvia mágicamente. Y eso no podía suceder. Pero sí tenía la varita en la mano, oculta bajo su amplia manga.
Trató de cubrirse mejor con la capucha de su túnica, pero la lluvia inevitablemente mojó su cabello. La tela no era impermeable. Escrutó a su alrededor, tratando de orientarse. Parpadeando para apartar de sus ojos las gotas de lluvia que estaban logrando cegarla a pesar de la Máscara del Fénix que la cubría.
Estaba en un callejón largo, estrecho y oscuro. Y desierto. Había un par de contenedores de basura pegados a una pared. A ambos extremos se veían las calles contiguas, iluminadas con la luz de las farolas. Pero en el callejón no había luz. Lo componían dos edificios de tres pisos, anchos y discretos, de ladrillo, con balcones de hierro y ventanas tapiadas. Parecían abandonados. Logró distinguir a duras penas una placa oxidada en uno de los muros, casi en la esquina.
Calle Blucher.
Tras observar en derredor unos segundos, lo vio. Una figura negra, encapuchada, la observaba unos metros más lejos, pegada a la pared de ladrillo, semi-oculta en las sombras. El corazón de Hermione se aceleró. Y un pensamiento inesperado la sacudió. Esto no era una trampa… ¿verdad?
No había dicho a nadie que iba a ir allí, por obvias razones. Si era una trampa, estaba sentenciada.
Pero no. Claro que no. No era ninguna trampa. Era él. Y estaba solo.
Hermione se cubrió mejor con la túnica y avanzó lentamente hacia la inmóvil figura, chapoteando en el encharcado pavimento. La lluvia rodeándola. Cuando llegó hasta él, hasta estar a apenas dos metros de distancia, se detuvo. Trató de observarlo a la débil luz de las lejanas farolas. La amplia capucha ocultaba su rostro por completo. Y también llevaba su máscara plateada. Aun así, sabía que era él.
Y entonces se movió. Giró sobre sí mismo y echó a andar en silencio hacia una disimulada puerta que había cerca del cartel con el nombre de la calle. Hermione no la había visto antes. Parecía una entrada secundaria al edificio. Lo siguió, captando la muda invitación.
La puerta se abrió por sí sola en cuanto ellos se acercaron, y Hermione sospechó que su acompañante también llevaba su varita en la mano. Se adentraron en la oscuridad del edificio y la puerta se cerró tras ellos. Durante dos segundos, Hermione no fue capaz de ver absolutamente nada, hasta que una luz suave iluminó el lugar. Un Lumos, procedente de la varita de él. Ayudados por la tenue luz, tuvieron que subir unas cuantas escaleras estrechas y desgastadas, sujetándose a un viejo y polvoriento pasamanos, hasta el descansillo de arriba.
Había unas cuatro puertas visibles a la luz de la varita. Avanzaron, Hermione siguiéndolo a ciegas, hacia una puerta que parecía conducir a uno de los hogares abandonados del edificio. Estaba abierta. Cruzaron el umbral, y se encontraron ante una única habitación, amplia, compuesta por una raída alfombra, un sucio y delgado colchón tirado en el suelo, en un rincón, y una estrecha pero alta ventana, con las persianas rotas bajadas, y cubierta con varios tablones. El suelo de madera estaba polvoriento, e incluso algunos listones habían sido arrancados y abandonados en una esquina. No había ninguna otra puerta; no parecía haber ni baño ni cocina. Hermione sospechó que el edificio estaba compuesto únicamente de habitaciones y habría zonas comunes para lavarse y cocinar en alguna parte del bloque.
La chica se adentró la primera en la habitación, retirándose la capucha de la cabeza y examinando el lugar con desconcierto y algo de fascinación. Su cabello mojado comenzó a gotear silenciosamente en el suelo. El resto de su túnica también estaba calada de arriba a abajo.
Oyó la puerta cerrarse a sus espaldas. Se giró, y vio que su acompañante se quitaba por fin la capucha, al igual que ella. También se quitó la máscara plateada.
El corazón de Hermione aumentó de tamaño y se adueñó de todo su pecho. Inclusive hizo un casi exitoso intento de saltar al vacío desde detrás de su esternón.
Él no había cambiado nada. Lo mínimo e indispensable por la edad. Su rostro lucía igual que como lo recordaba. Seguía teniendo las mismas facciones afiladas, el mismo cabello rubio y lacio, quizá algo más largo, en ese momento oscurecido y pegado a la frente por la lluvia. Ni siquiera se había dejado crecer la barba. Sus ojos, reservados, agudos, felinos, tampoco habían cambiado.
Se veía más mayor. Se había desarrollado. Pero seguía siendo él.
La chica no fue capaz de dar ni un solo paso. Pero sí recordó que él no la había visto todavía, embobada como estaba ella, perdida en el análisis de su físico. Alzó una mano y se quitó también la máscara, revelando su rostro. Se merecía asegurarse de que era ella. Los ojos de él recorrieron cada rincón de su fisionomía, en silencio. Vagando por toda ella. Haciendo que la piel de la espalda le quemase cada vez que se detenía en sus ojos. Pero no decía nada. Su rostro lucía serio. Prudente. Estaba completamente rígido, parado todavía cerca de la puerta cerrada.
Hermione se preguntó si él también pensaría que ella lucía igual. O la percibiría distinta. O si estaría comprobando con su insistente mirada que ella estaba sana y salva después de su enfrentamiento, horas atrás.
Tuvo que tragar saliva antes de hablar, dándose cuenta de que tenía la garganta seca.
—¿Qué es este sitio? —cuestionó ella, en un susurro. Rompiendo el denso silencio. Cauta. Él volvió a sus ojos un breve instante antes de apartar la mirada y mirar a su alrededor.
—Un edificio muggle abandonado —respondió Draco. Su voz sonaba igual que la que la había acompañado en sus recuerdos los dos últimos años. ¿Quizá algo más grave? ¿Más adulta? O tal vez simplemente era el tono serio que estaba utilizando. Él dio un par de pasos, y dejó su varita encendida sobre la vieja alfombra, para mantener la habitación iluminada—. Está vacío. Intuyo que, hace muchos años, sería una especie de orfanato o pensión. Pero ya se han llevado casi todos los muebles. Todo son habitaciones, y hay un baño por cada dos pisos. Supongo que habrá una cocina en alguna parte. Realizamos una labor cerca de aquí, hará cosa de dos meses. Necesitábamos un refugio estratégico y nos escondimos aquí.
Hermione observó alrededor otra vez. Perdida en la sobriedad de la estancia desmantelada. Tenía razón, todo a su alrededor necesitaba una buena reforma. Llevaría abandonado treinta años. Se caía a pedazos.
Los mortífagos habían estado ahí escondidos. El bando contrario al de ella. Bando al que él pertenecía.
Lo miró de nuevo. Él no se había movido. Pero parecía que no podía apartar sus ojos de ella.
—Vuestra misión —musitó Hermione. Su voz oyéndose con claridad en medio del silencio—. La de hoy. La de Privet Drive. No… no ha salido bien.
Draco guardó silencio unos segundos. Quizá preguntándose a dónde quería llegar.
—No —confirmó, con voz templada. Hermione se abrazó a sí misma, mientras tragaba saliva. Necesitando tener sus brazos bajo control, teniéndolo a él al alcance de la mano.
—¿Queríais secuestrar a los Dursley para llegar hasta Harry? —cuestionó la chica, con tono neutro. Algo afectado, sin que pudiera evitarlo. Draco no se molestó en responder. Se limitó a alternar la mirada entre sus ojos. Y su silencio era suficiente—. Ya… ¿Y ha habido… consecuencias? Por no lograrlo.
Su voz se convirtió en un hilo. Draco no parpadeó. Hacía rato que apenas lo hacía. Se limitaba a calibrar a la chica con persistencia, desde el metro de distancia que los separaba. Sin acercarse. Seguramente estaba captando cómo ella escrutaba su rostro con atención, y también su cuerpo, incluso por encima de la ropa. Buscando alguna señal de tortura.
—No —repitió él. Con impavidez. Y Hermione tuvo claro que mentía.
—Has asesinado a un mortífago —susurró ella. Con la duda haciendo centellear sus ojos. Él siguió sin inmutarse. Pero sí parpadeó esa vez.
—Nadie lo sabe.
Y eso sí sonó sincero. Hermione se obligó a tomar aire. Aunque lo exhaló de forma trémula. Aliviada, aunque no quería estarlo. Sintió que el peso de lo que estaban haciendo, de lo que estaban desafiando, la invadía hasta hacerla casi hiperventilar. Esa misma mañana había visto su Boggart. Su mayor miedo. El cadáver de Draco. Y ahora estaban allí, traicionando a ambos bandos. Jugándose la vida. ¿Cómo había sido tan insensata?
—No deberíamos estar aquí —balbuceó, llevándose una mano a la boca, cubriéndosela con la palma—. Esto es… Hemos sido…
—Nadie sabe que estamos aquí —aseguró Draco, en voz más baja—. Y no volverán a usar este sitio. Es seguro.
—No, no lo es. Nada de esto es seguro —insistió ella, con más énfasis, sus ojos llenándose repentinamente de inoportunas lágrimas. Retrocedió un paso—. Por Dios, esto ha sido… Ha sido un error. ¿Qué pretendemos viniendo aquí? Si los tuyos te descubren… Si se enteran de que estás haciendo esto...
Él, en cambio, avanzó por primera vez. Hasta quedar frente a ella. Sin tocarla. Había crecido. La diferencia de altura se había hecho unos centímetros más evidente. Sus ojos grises recorrían su rostro. Como si jamás pudiera cansarse de hacerlo.
—No se enterarán —replicó él. De nuevo en ese tono casi áspero—. No me controlan hasta el punto de saber dónde estoy en cada momento. No les importa a dónde voy mientras cumpla mi cometido cuando tengo que hacerlo.
—Te matarán, Draco… —protestó ella, retrocediendo otro paso. Como si, con unas zancadas de distancia, el riesgo fuese menor—. Si se enteran de que te has visto aquí conmigo, si registran tu mente…
—No lo harán —aseguró Draco, volviendo a avanzar. La seguridad que fue patente en su voz aceleró el corazón de la chica. Haciendo que, por un instante, se lo creyese—. El Señor Oscuro no tiene necesidad de entrar en mi mente a no ser que lo traicione, que le falle personalmente de una manera u otra. Y eso no ocurrirá —aseveró. Y su tono fue más suave. Una templada declaración de intenciones, que ella ya se había imaginado de antemano. No estaba traicionando a los suyos. No se estaba pasando a su bando. Haberla citado ahí no significaba que pretendiese desertar, ni conspirar contra Voldemort y ser un espía para la Orden. Ni nada similar.
Seguía luchando junto a los mortífagos. Pero también estaba ahí, con ella. Por iniciativa propia.
Hermione buscó desesperadamente algo para decir. Para protestar. Para enfatizar lo absurdo y peligroso que era. Era una estupidez. Pero tenerlo delante hacía que todos los argumentos que le venían a la mente sonasen superfluos. Lo tenía delante, mirándola. Estaba vivo.
—Estás alistada en la Orden.
La voz de Draco fue un susurro crudo. Hermione notó la furia subyacente. La forma en que paladeó las palabras. Intentando controlarse. Le devolvió la mirada, prudente. Sabiendo lo que él estaba pensando. Por qué estaba enfadado.
"Más te vale huir de todo esto o te juro que volveré del infierno solo para sacarte."
Él había querido mantenerla a salvo. Y ella había hecho oídos sordos.
—Sí, lo estoy —confirmó, en voz baja. Sin arrepentimiento. Calibrando sus ojos. Cómo sus párpados temblaron. Casi podía ver la rabia que vibraba bajo su piel.
—¿Saben algo de esto? —murmuró él entonces. Algo menos irritado. Situándose justo delante de ella, dando un paso casi distraído. Ahora Hermione no retrocedió. Su cercanía...
—Claro que no —aseguró, con calma. Aunque una nueva oleada de pánico le erizó la piel. La Orden. Harry y Ron. Si se enterasen de algo semejante…—. Nadie sabrá nada de esto porque… porque esto no está sucediendo. Esto no puede pasar.
—Pero has venido.
Su voz fue diferente. Más suave. Más propia de él. Con un rastro casi socarrón.
—Por supuesto que he venido —articuló ella con voz tomada. Casi enfadada. Como si lo contrario fuese inconcebible—. Pero eso no es… —cerró los ojos un instante. Intentando poner palabras a sus preocupaciones—. Esto no es ningún juego. Esto está mal —los señaló a ambos, casi con incredulidad. Rabiosa—. Es una locura. Es irresponsable e imprudente. No deberíamos estar haciendo esto. ¿Y ahora qué? ¿Qué pretendemos con esto? ¿Qué va a pasar? ¿Cómo podríamos…?
Se resignó a no poder terminar la frase. Porque él estaba sobre ella. Porque le había apresado el rostro con las manos. Aplastando sus mejillas. Y había golpeado su boca contra la suya. Aplastando sus labios. Sin cuidado. Sin moverse. Con todas sus fuerzas.
Hermione no pudo evitar sollozar por la nariz, exhalando aire tembloroso contra la piel de él. Su varita cayó al suelo con un repiqueteo. Cerró los ojos, apretando los párpados, y elevó sus propias manos. Colocándolas sobre las de él. Palpando su fría piel, sus delgados dedos. Sus manos...
Separaron sus rostros. Lo justo para no comprimir sus bocas. Inhalando a destiempo. Hermione pudo apreciar que los labios de él se habían enrojecido por la presión del largo beso. Draco movió las manos dentro de su agarre. Peinó hacia atrás su cabello castaño; aunque no hiciese falta, pues, pesado por el agua de lluvia, no ocultaba sus facciones. Pero se comprometió a colocárselo tras las orejas. Deslizando las palmas por la poco resbaladiza superficie de cabello mojado. Arañando casi su cuero cabelludo y sus mejillas. Su nuca. Tocándola. Simplemente tocándola. Cada parte de su rostro. Sus ojos intentando escrutar sus facciones, como fuera posible, sin separarse ni un solo centímetro.
Ninguno de los dos parecía ser capaz de volver a alejar el rostro. Hermione estaba notando sus alientos chocar, sus bocas entreabiertas, apenas separadas. Con su nariz aplastada contra la suya, llevó sus manos al rostro de él. Le temblaban, y estaban mojadas; pero él también estaba mojado, así que no importaba. Apenas atinó a recorrerlo de forma fugaz. Sentía que tenía prisa. Siempre tenían prisa. Tenía que tocarlo con rapidez. Todo lo que pudiera. Se estiró hasta su nuca, acariciándole el cabello de esa zona, casi tironeando de los húmedos mechones entre sus dedos temblorosos. Era él.
La chica logró presionar un beso contra su labio inferior. Ahogando un gemido contra él. El corazón le estaba latiendo muy, muy rápido. Tanto que la hacía jadear. Las manos de Draco peinando su cabello de nuevo la hicieron despertar. Continuar. Recordando que podía hacerlo. Que él estaba ahí. Trasladó sus labios para besar después la comisura de su boca. Se movió más hasta su hundida mejilla. Ascendió hasta su duro pómulo. Su fría sien. Su frente, mojándose los labios con su flequillo empapado. Un rápido recorrido hecho de bruscos besos. Entre torpes inhalaciones. Aprovechando que había tenido que ponerse de puntillas para alcanzar su frente, se mantuvo así para rodear su cuello con los brazos, obligándolo a soltar su rostro. Sumergiéndose en la curva de su hombro, intentando respirarlo. Abrazándolo. Dos años…
Notó cómo los brazos de Draco rodeaban su cintura, atrayéndola hacia sí con tanto ímpetu que la mantuvo alzada sin apenas tocar el suelo con los pies. Él también se hundió en su cuello, para dar allí dos largos besos sobre su piel, y otro en su hombro, sobre su túnica mojada. Arrastrando los labios por su cuerpo. Ella le acarició la nuca, apretándolo. Y no lo soltó a pesar de sentir que él aflojaba su agarre a su alrededor, dejándola volver a tocar el suelo con los pies. Pero sí notó que giraba el rostro, buscando sus labios.
El beso fue más profundo esa vez. Más vertiginoso. Más urgente. No fueron solo bocas presionadas una contra la otra. Fue casi febril. Eléctrico. De forma torpe por las prisas, sin casi coordinarse. Sin necesitar hacerlo. Sin importarles lo más mínimo. Se sentía espectacular.
Hermione rompió el beso. Para respirar. Sin lograrlo. Bajó el rostro. Bajó sus manos. Hasta alcanzar la parte delantera de la negra túnica del chico. Estaba empapada, y se le escurrió entre los dedos. Tiró de ella, tratando imperiosamente de arrancársela. De arrancar todo aquello que los separaba. Draco, apreciando sus intenciones, le apartó las manos. Para abrirse él mismo el elegante broche con el cual tenía atada la túnica a la altura del cuello. Después se la quitó, deslizándola rápidamente por sus brazos. Dejándola resbalar hasta el suelo. Revelando los costosos pantalones de pinza de color gris oscuro y el simple jersey negro que vestía debajo. Así como el grueso, pero flexible, peto hecho de piel de dragón, sujeto con hebillas, que cubría su torso, hombros y parte superior de los brazos. Llevaba un cinturón del mismo material, con una cartuchera para la varita.
Hermione recorrió sus protecciones de un rápido vistazo. Sin permitirse detenerse a pensar. Sin querer comprender la realidad. Obligándose a olvidar que eran soldados.
Alargó las manos y lidió con las tres hebillas que mantenían sujeto el arnés alrededor de su pecho. Abriéndolas con considerable facilidad. Vio que la coraza se aflojaba y pudo retirarla. Él hizo ademán de ayudarla con las de los hombros, pero la chica solo tuvo que tirar un poco para deslizarlas por sus brazos y quitárselas.
Y Draco quedó vestido como un hombre corriente.
Y Hermione siguió actuando por instinto. Llevó las manos al borde del jersey del chico, lo sacó de sus pantalones y tiró de él hacia arriba. Revelando pedazos de piel pálida, que brillaban en contraste a la oscura prenda. Su ropa también estaba mojada. Su túnica tampoco era impermeable. Draco, sin decir nada, elevó los brazos y le permitió quitárselo. Arrancándole después el jersey de las manos para arrojarlo él mismo al suelo de un impaciente movimiento. Hermione adelantó sus manos sin titubear para acariciar con las palmas su torso desnudo. Su blanca piel estaba cubierta de una película de agua de lluvia que mojó los labios de la chica cuando ésta comenzó a besar la superficie.
Estaba acariciándolo por segunda vez en su vida. Y se sentía como si hubiera sido ayer.
Logró recorrer su pectoral izquierdo, su clavícula, y los tendones de su garganta, cuando él le impidió continuar. Era su turno. Secuestró sus labios, deteniendo así su camino por su cuerpo, y obligándola a cerrar los ojos. Llevó entonces sus manos a la túnica de la chica. La cual aterrizó en el suelo en dos parpadeos. Y su ropa quedó al descubierto, junto con sus protecciones hechas de caparazón de escreguto. Draco no perdió el tiempo. Sus largos dedos se movieron con rapidez. Como un pianista. No tardó en encontrar, en un costado, las lazadas que sujetaban la coraza del pecho. Las desenredó. Con prisa. Hermione comenzó a sentir mucho calor en el rostro. Contagiada de su avidez. Se le estaba acelerando la respiración. Y se estaba mezclando con la de él, cada vez que le robaba un beso.
Draco logró quitarle la coraza. Pero tuvo problemas con las protecciones en forma de brazaletes de sus antebrazos. Las lazadas estaban atadas de forma más firme. Y sus dedos estaban entumecidos de frío. Y le temblaban. Empapado, con la parte superior del cuerpo al descubierto, Hermione podía ver la piel de su torso erizada.
—Maldita sea… —exhaló Draco, con la boca pegada a la suya. Exhalación que no pudo ocultar una risa resignada, frustrado ante su propia impaciencia y torpeza. Tirando de las cuerdas de su brazalete, sin lograr soltarlo. Hermione dejó escapar también una llorosa carcajada. Liberando algo de adrenalina. Contagiada de la urgencia del chico. De la necesidad que revelaba su agitada respiración. Con un gruñido más impaciente, Draco tiró del protector de forma brusca. Sacándoselo a la fuerza, sin soltar las lazadas. Hermione escuchó el sonido del cuero descosiéndose—. No los necesitarás más… —susurró él en un arrebato. Justificando el destrozo. Aire caliente golpeando sus labios. Tiró del segundo protector, arrancándoselo también. Así como otra risotada impresionada a la joven—. Te voy a proteger yo —afirmó febrilmente, entre dientes. Antes de tirar de su jersey hacia arriba, haciéndola levantar los brazos para poder quitárselo. La boca de Hermione se estiró en una sonrisa conmovida que él atajó con un precipitado beso.
Cuando la tuvo solo con su sostén ante él, Draco comenzó a descender, sin pararse a respirar. Bajó con sus labios por la mandíbula de la chica, recorriendo su garganta, desde su oreja hasta su clavícula. Y más allá de ella. Atravesó su escote, doblando ligeramente las rodillas para poder alcanzarlo. La piel de ella estaba helada y brillaba de humedad, igual que la suya. Besó el área de sus senos que quedaba al descubierto por el borde del sostén. Cayó entonces de rodillas ante ella, apoyando las manos en las caderas de la chica para sostenerse, y para mantenerla frente a él. Continuó descendiendo sin pausa por un abdomen que subía y bajaba visiblemente, mientras ella luchaba por respirar.
Hermione tartamudeó al verlo arrodillado ante ella. Se sostuvo de los hombros del chico. Apretándolos. Pasando a acariciarle el cuello con manos trémulas mientras él la recorría. Sintiendo que podría ponerse a llorar, abrumada por la sensación.
—Draco… —susurró, recuperando la voz. Voz que sonó estrangulada. Cargada de sentimientos.
Sintió al chico detener sus besos, la travesía por su piel. Sus manos se crisparon sobre sus caderas. Su frente se apoyó en el estómago de la chica y sus ojos se cerraron con fuerza. Sintió el aliento del chico contra su fría piel, cuando exhaló de forma temblorosa. Como si luchara para recomponerse. Como si la realidad lo hubiese asolado de pronto.
Hermione dejó escapar un sollozo entrecortado, acariciándole la nuca con las manos. Apretándole el rostro contra su abdomen, en un torpe abrazo. Hubiera estado dispuesta a arrodillarse con él, pero los dedos del chico en sus caderas la instaban a mantenerse en pie.
Seguía escuchándose la lluvia en el exterior, precipitándose sin tregua. El rugido de algunos truenos que se iban acercando. La luz de un rayo colándose entre las rendijas de las persianas.
Las manos del chico se apartaron de sus caderas. Hermione aflojó el agarre en su nuca, permitiéndole moverse si quería hacerlo. Pero apenas lo hizo. Se limitó a llevar las manos al vientre de la chica para desabrochar sus empapados vaqueros. A tientas, con los ojos cerrados todavía y los labios hundidos en su estómago. Hermione lo contempló hacer, sin poder articular palabra. Sus manos reanudaron su recorrido por sus hombros, desnudos y fríos, su cuello, sus orejas y su nuca. Y su empapado cabello rubio, permitiéndose acariciarlo con necesidad, enredando los dedos en los mechones.
Una vez soltado el botón metálico, el chico separó la boca de su abdomen para ver mejor lo que hacía. Soltó las protecciones de sus piernas con más facilidad. También la cartuchera para la varita, sujeta con hebillas a su muslo. Pero peleó un largo e impaciente rato con los pantalones de la chica hasta lograr hacerlos descender por sus piernas mojadas. Estaban pegados a ellas. Le quitó el calzado, las encharcadas zapatillas que llevaba, y también los empapados calcetines. La chica le ayudó, elevando primero una pierna y luego otra, sosteniéndose en sus hombros. Draco, todavía de rodillas, lo dejó todo a un lado, sin mirar dónde aterrizó nada, y volvió a acercarse hacia sus piernas desnudas. Apoyó sus manos sobre ellas, en la parte externa. Ciñéndose a su carne. Demostrando así que, aunque se estuviera tomando su tiempo para recorrerla, la necesidad lo estaba consumiendo. Igual que a ella.
Acercó el rostro hasta que sus labios quedaron apoyados en la parte delantera de su muslo, comenzando a recorrer su superficie en sentido ascendente. Aliento caliente, casi irreal, chocando contra su gélida piel.
—D-Draco… —tartamudeó Hermione, de nuevo. Con voz casi tomada por el deseo. Por el anhelo que sentía por él. Con la estimulante sensación de las yemas de sus dedos hundidas a ambos lados de ella—. Por favor, solo…
Él la ignoró, por supuesto. Y no aceleró el ritmo. Recorrió su muslo al completo, hasta llegar a su ingle. Besó entonces el prominente hueso de su pelvis por encima de su ropa interior, su abdomen de nuevo, y se puso en pie.
Hermione ni siquiera lo pensó. Le echó los brazos al cuello apenas estuvo erguido en toda su estatura, y trató de usarlo como punto de apoyo para encaramarse a él. Draco pareció dispuesto a que ella lo hiciera, pues la chica sintió casi al mismo tiempo cómo sus frías manos sostenían la parte trasera de sus muslos, elevándola. Ella separó las piernas y rodeó su cintura con ellas, apretando sus muslos contra sus caderas para sostenerse. Aunque no era necesario, pues la fuerza de sus brazos siempre había sido suficiente para mantenerla alzada.
La chica se vio de pronto enroscada en su cuerpo, su peso en sus manos, y sus rostros pegados. Sus ojos conectados. Nublados por ambas partes. No pudo evitar jadear contra su boca, besándolo después con tanto ímpetu que su empapado y enmarañado cabello se movió y rodeó a ambos. Casi como una cortina de agua que los ocultaba del mundo. Podía sentir las frías gotas resbalar por su cuerpo desnudo. Y estaba segura de que también estaban cayendo sobre él.
Hermione estaba helada. Draco podía sentirla temblar contra su cuerpo. Su piel gélida y húmeda contra la suya. Como la primera vez que estuvieron juntos.
No. Esta vez no.
—Prepárate —advirtió él en un siseo. Contra su boca, sin aliento, sin pensar—, porque te voy a hacer temblar de verdad.
Ella tuvo que coger aire. Sin ser capaz de contener un jadeo entrecortado que ocultaba una risa ahogada. Sonriendo. Anhelante. Preparada.
Draco, todavía con la joven enredada en su cuerpo, echó a andar casi a tientas en dirección al viejo y desvaído colchón situado en un rincón. Habían dejado un rastro de agua de lluvia por toda la habitación, oscureciendo los listones de madera del suelo. Lograron no tropezar con la ropa y protecciones de batalla que regaban el suelo.
Hermione se dejó llevar de buen grado, y se aseguró de que Draco cayese sobre ella cuando él se arrodilló sobre el colchón y la dejó caer de espaldas sobre la polvorienta superficie.
La lluvia se seguía escuchando con fuerza en el exterior, golpeando el pavimento y las sombrías casas que constituían el vecindario de la Calle Blucher.
Bueno, bueno, bueno… Dejémosles intimidad *guiño, guiño*. ¡AYY, HABEMUS REENCUENTRO! 😍
Ya me conocéis, no puedo mantenerlos separados más de dos capítulos ja, ja, ja 😂 uf, ha sido un capítulo emocionante, ¿no creéis? Primero, el susto que se ha llevado Hermione con el Boggart (pobrecita mía, casi le da algo 🙈). Después la batalla en Privet Drive que, personalmente, me he divertido muchísimo escribiendo, ojalá os haya gustado. Me encanta escribir escenas de acción trepidante ja, ja, ja Y, por último, y no menos importante… reencuentro de nuestros protagonistas a espaldas del mundo (como debe ser) *risa maligna* 😏
¡Espero de verdad que os haya gustado mucho! Escribidme lo que os apetezca en los comentarios, estaré encantada de leeros, ¡gracias de antemano, de verdad! 😊
¡Mil gracias por leer! ¡Un abrazo enorme y hasta el próximo! 😊
