¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Aquí estoy de nuevo je, je, je Nos aguarda un capítulo larguito, y con bastantes cosas de todo tipo. Hay acción, hay amor... ¡Creo que os va a gustar! 😍 Como casi siempre, consta de varias escenas, así que leedlo a vuestro ritmo, cuando os apetezca. Ojalá os guste mucho… 😊
Como siempre, muchísisimas gracias a todos los que me hacéis saber que la historia os está gustando 😍. Gracias por supuesto a todos los que la añadís a alertas o a favoritos (¡qué ilusión me hace! 😍), y, en general, a todo el que esté leyendo esto. ¡Mil gracias a todos! 😍
Permitidme dedicarle este nuevo capítulo a mi querida Thari. Malfoy, por sus alentadores comentarios, y su apoyo dentro y fuera de fanfiction, ¡gracias, preciosa, te adoro! 😘
¡Coged palomitas y pañuelos, que allá vamos…!
CAPÍTULO 44
La Mansión de los Ryddle
Hermione se dio cuenta de que se estaba despertando cuando algo de luz comenzó a colarse entre sus párpados. Intentó elevarlos, pero las pestañas le pesaban. Sus ojos se empeñaban en mantenerse cerrados. Su cerebro iba despacio. Instándola a volver a dormirse. Recordándole que no había sido suficiente descanso. No quería moverse. Estaba cómoda. Estaba tumbada de costado. Lo que la rodeaba estaba tibio. Había un colchón bajo su cuerpo. Una barrera no identificada a su espalda. Algo sólido pero suave bajo su mejilla.
Se obligó a abrir los ojos, con esfuerzo, necesitando varios intentos. Estaba a la altura del suelo. Podía ver la sobria pared y la puerta de entrada al otro lado de la desvencijada habitación. Tímidos rayos de sol se colaban por entre las rendijas de la persiana y de los tablones que cegaban la ventana, restando melancolía a la vacía estancia. Ya no estaba lloviendo, al parecer. Podía notar que el lugar estaba frío, pero ella se sentía bien.
Estaba apoyada sobre piel tersa. Un brazo. La zona del bíceps estaba bajo su mejilla. Veía un codo doblado ante sus ojos. Un antebrazo bordeándola.
No estaba sola.
Se quedó quieta un poco más. Mirando aquella pálida extremidad. Podía ver el rubio vello que lo recubría. Los surcos que delineaban su musculatura. Era real. No había sido ningún sueño. Él estaba ahí.
Estaba desnuda, pero podía sentir capas de tela sobre ella. La lanuda textura de su jersey solo cubriendo su torso, y su túnica por encima de todo su cuerpo. Recordó que se habían tapado una vez que sus ropas se secaron, para resguardarse lo máximo posible del frío de la madrugada.
Sin pensar que quizá despertase a su acompañante al moverse, se giró sobre sí misma. Intentando no destaparse. Pero sí tumbarse sobre su otro hombro. Buscándolo.
Draco estaba acostado boca arriba en el estrecho colchón. Había colocado su brazo izquierdo bajo ella, a modo de almohada, y el derecho lo tenía elevado y flexionado, sosteniendo su propia cabeza. Él también se había puesto por encima su ropa a modo de mantas. Estaba despierto. Sus ojos claros vagaban por el sucio techo. Ensimismado.
Sintió a la chica removerse junto a él y bajó la cabeza en su busca. Sus ojos se encontraron cuando ella logró girarse en su dirección. Y, durante dos lentos ciclos respiratorios, no dijeron nada.
—¿He dormido mucho rato? —quiso saber Hermione, ofuscada, con voz pastosa. Somnolienta. Por suerte, no necesitaba elevar la voz. Tenía la cabeza apoyada en su hombro. Estaba pegada a su tibio cuerpo. Su rostro elevado en su dirección, a menos de un palmo de distancia.
Draco negó con la cabeza de forma casi apática. Volvió a girar el rostro para seguir mirando al techo.
—No más de dos horas —murmuró, con tono neutro. Ella bufó de forma tenue. Y él pareció notar su frustración, porque añadió, casi disculpándola—: Tienes que estar cansada.
No le pareció que lo dijo con burla, pero aun así Hermione no pudo evitar sonreír para sí misma. Azorada. No estaba segura si se refería a la dura batalla en Privet Drive, o a los actos que ambos habían realizado horas atrás sobre ese colchón.
Y qué actos. Se sentía como si no hubiera respirado en todo el proceso. Todavía podía notar su vientre zumbar. Su pulso entre sus piernas. En sus dedos. Su cerebro trabajando más lento que su cuerpo. Sus extremidades endebles. Su cuerpo entero pesado como el plomo.
Definitivamente estaba cansada.
—¿Qué hora es? —cuestionó entonces la chica, sintiendo su corazón acelerarse. Tensando el cuerpo. Si el sol ya había salido…
—Pasadas las siete —contestó él, sin tener que comprobarlo. Al parecer estaba controlando la hora. Ella se relajó contra él, tragando saliva. Menos mal. Era temprano. Pero debería volver pronto. Si podía evitarlo, prefería que nadie notase que había salido esa noche. Sabía que Ginny, con la cual compartía habitación, lo haría; pero no era inusual que una de las dos pasase la noche fuera por un motivo u otro. A veces sus tareas se alargaban y se quedaban a dormir en alguno de los otros refugios. No tenía por qué sospechar la verdad, de ninguna manera.
Se le escapó un largo bostezo que inundó sus ojos de lágrimas. Su ingenuo cuerpo le pedía acurrucarse contra el muchacho que estaba a su lado, cerrar los ojos y rendirse al sueño. Dormir durante horas y horas pegada a ese cuerpo caliente y firme. Pero hizo un esfuerzo por elevar la mirada. Contempló el puntiagudo perfil del chico. El ángulo de su mandíbula, estando él con la vista perdida en el techo. Su cuello, sus músculos marcados; tenso por la, seguramente, incómoda posición. Un pensamiento inesperado sacudió su pecho.
—¿Has dormido algo? —preguntó de nuevo ella. Temiendo la respuesta. Draco volvió a negar con la cabeza, distraído.
—Alguien tenía que asegurarse de que no nos durmiésemos hasta las doce del mediodía.
Hermione suspiró por la nariz. Apretando los labios. Sintiéndose culpable. Estaba segura de que él debía sentirse incluso más extenuado que ella.
—Gracias. Lo siento, no debería haberme dormido…
Él no respondió nada. Pero Hermione sí sintió que el brazo que ahora quedaba en su espalda la presionaba contra sí. Y ella cedió a su discreto gesto. Se acercó más a su cuerpo, pegándose a él. Apoyando mejor la mejilla en su pecho. Acurrucándose. Dejando caer el puño cerrado sobre su pecho desnudo.
Una vez que estuvo lo suficientemente cerca, Hermione sintió un contacto en el nacimiento de su cabello. Los blandos labios de él contra su piel. El aliento que escapaba por su nariz contra la raíz de su cabellera. El corazón se le infló en el pecho. Y la sensación la sorprendió. Se sintió tan emocionante como si fuese el primer beso que le daba en un largo tiempo. Pero la realidad era que habían compartido muchos en las últimas horas. Y se dijo que quizá nunca se acostumbrase a sus labios, por muchos besos que le diese.
Tras acercarla lo suficiente como para lograr darle el breve beso, él volvió a aflojar su agarre en la curva de su espalda. Ella alzó la mirada, buscando sus ojos grises en la cercanía. Él se la devolvió. Y se mantuvieron así. Sin hablar. Sabían que tenían mucho que decirse. O quizá no había nada que pudieran decirse. Quizá él, al igual que ella, no sabía cómo enfrentar la situación.
Hermione pudo ver el momento exacto en que sus ojos captaban algo inusual en su rostro. Vio cómo sus párpados se estrechaban muy levemente. Sus cejas acercándose la una a la otra.
—Te han salido pecas —comentó entonces él, confuso. Sin dejar de mirar su piel. Apenas elevando la voz. Como si expresase un pensamiento en voz alta sin darse cuenta. Hermione parpadeó y sus labios se estiraron.
—¿Qué? —susurró, divertida. Él cerró los ojos al instante. Resentido consigo mismo. Como si maldijese que llevar más de veinticuatro horas sin dormir le estuviese pasando factura. Giró el rostro para mirar el techo de nuevo.
—Nada, tienes… —Se permitió suspirar por la boca con profundidad, irritado. Asimilando que ya no tenía escapatoria. Accedió a volver a mirarla, casi de reojo—. Antes no tenías tantas pecas. No tan marcadas. O lunares, o lo que sean. Aquí —Se quitó el brazo de debajo de la cabeza de forma breve para ilustrar la zona dándole una rápida pasada con la yema del dedo por la parte alta de la mejilla.
Hermione sonrió y pasó sus propios dedos por la zona.
—No lo había notado —admitió. Él emitió un ruido inespecífico con la garganta, mirando al techo. Parecía sentirse muy violento.
—Hacía mucho que no te veía —articuló entre dientes, con sarcasmo, defensivo. Como justificando así que se hubiera fijado en un detalle tan nimio.
Ella lo miró. Sí, en efecto, hacía mucho tiempo. Dos años. Años. En ese momento le parecía increíble. Casi un sueño. ¿De verdad había estado dos años sin él? Parecía que no había pasado el tiempo… ¿Cómo podía sentirse igual a su lado, con todo lo que había cambiado?
—Estuve casi un día entero bajo el sol —comentó Hermione, en voz baja. Draco no la miró, pero sabía que la escuchaba—. Estábamos esperando el momento propicio para… —enmudeció. Vacilante. Pero, ¿qué sentido tenía ocultar algo que ya había pasado? No era una información que el enemigo pudiese utilizar—, un rescate programado que se retrasó. Supongo que por culpa del sol me salieron más pecas. No fue hace mucho. Posiblemente se me quiten pronto.
—¿Qué rescate? —cuestionó él, en un murmullo. Casi como si quisiera desviar un poco el tema. La chica titubeó solo un segundo antes de responder.
—El del polígono industrial de Holywell —confesó ella. Draco emitió un gruñido de comprensión.
—¿En Watford?
—Sí... ¿Estuviste allí? —preguntó Hermione, sin siquiera acertar a contenerse. Sintió su respiración dificultarse. Pero él negó con la cabeza, lentamente, sin mirarla.
—No.
Hermione suspiró para sí misma, bajando la mirada. Sin saber si se sentía aliviada o no. La lógica le decía que debería, pero no era eso lo que sentía. El miedo se estaba imponiendo. Intentó regular los temblores que se estaban apoderando de ella. ¿En cuántas batallas a muerte habrían coincidido durante esos años sin saberlo?
Sintió unos dedos alcanzar y recorrer la piel de su brazo, y comprendió que Draco la había rodeado mejor con la extremidad que tenía apoyada en su espalda. Quizá inquietándose ante su silencio. O por haber captado su temblor.
—¿Todo bien? —murmuró él, entonces. En voz algo más baja—. Creo que antes he sido un poco…
No llegó a terminar la frase. Aunque ella supo adivinar a lo que se refería. Y apenas pudo evitar que su piel sufriese un escalofrío que casi la hizo retorcerse de placer con el simple recuerdo. Cómo había roto sus protecciones de un salvaje tirón, su cuerpo sobre el suyo, pesado, caliente, urgente, sus músculos, la fuerza de sus brazos, de sus movimientos, su áspera respiración en su oído, sus recios dedos aferrando su carne…
Hermione supo captar que, al preguntarle de forma implícita si había sido demasiado brusco, se estaba disculpando al respecto. Le sonrió, tranquilizándolo, y negó con la cabeza.
—Para nada. De hecho, ha sido… —enmudeció, deliberando, pero no logró encontrar un calificativo. Se le escapó un hondo suspiro que no pretendía emitir—. Dios… —terminó exhalando, en broma.
A Draco se le hizo difícil no sonreír abiertamente de forma arrogante. Henchido de complacencia. Hacía tiempo que no se sentía particularmente vanidoso… Y rememorar la vieja sensación fue como una inyección de energía.
—"Dios" es un poco presuntuoso. Puedes llamarme, simplemente, "Draco".
Hermione sonrió de forma más amplia. Y se le escapó una carcajada contra su voluntad. Su sentido del humor no había cambiado. Idiota pedante.
—No empieces… —lo regañó, aún sonriendo.
Él volvió a mirar al techo, con una contenida sonrisa satisfecha. Más tranquilo. Hermione notó entonces que su pecho se inflaba bajo su mejilla cuando un repentino bostezo se apoderó de él. Lo miró mientras se cubría la boca con el dorso de la mano, para después parpadear, eliminando la humedad de sus ojos, y se dio cuenta de que ahora veía mejor su rostro. Sus facciones. La habitación se estaba iluminando cada vez más. Y se obligó a comprender que no podían alargarlo eternamente. Lo cual le borró la sonrisa del rostro.
—Tengo que… irme —murmuró Hermione. Casi ida. Sabiendo que era lo que tenía que decir. Pero no siendo consciente del todo de sus implicaciones. Sintió el pecho de Draco llenarse de aire de nuevo. Esta vez por un suspiro discreto.
—Yo también —corroboró él, serio. Ahora sin burla alguna. Ella aguardó, pero no dijo nada más.
No se movieron. Hermione se obligó a respirar pausadamente. Una opresión angustiosa estaba empujando sus ojos desde atrás. Y engrosando su garganta. Podía notar los dedos del chico recorrer una pequeña zona de su brazo, distraídos patrones sobre su piel desnuda. La opresión de su pecho aumentó. ¿Y ahora qué?
Los mismos problemas de siempre. El mismo dilema. Las mismas opciones. Se jugaban lo mismo. No, se jugaban más que nunca. Si es que eso era posible. Ya no era solo cuestión de reputación. De la opinión de la gente. Se jugaban la vida. Estaban en una guerra.
Apretó los dientes. Aflojó su puño, abriendo la palma sobre su blanco pecho. Sintiendo cómo la piel se le calentaba bajo la suya. Lo escuchaba respirar. Veía su pecho moverse justo ante sus ojos. Estaba vivo. Estaba en sus brazos.
¿Y tenía que renunciar a él otra vez?
Sus dedos se movieron. Rozando apenas su piel. Asegurándose de que era real. ¿Cómo no iba a serlo, si había tocado el cosmos horas atrás, y solo su agarre en aquella piel la había mantenido en la tierra?
Responsabilidad. Compromiso. Obligaciones. Prudencia. Cordura.
Eso era ella. Eso le debía a la Orden.
Y, sin embargo, el corazón le estaba temblando.
Echó el rostro hacia atrás. Queriendo verlo. Buscando sus ojos. Buscando qué hacer. Argumentos. Respuestas. Draco le devolvió la mirada en silencio. Y sus ojos fijos en los suyos fue la mejor razón de todas. Fue todo lo que necesitó.
—Deberíamos traer un par de mantas la próxima vez —propuso Hermione de forma trémula. Dejándose llevar. Posiblemente era por todo el cansancio de la jornada, la falta de sueño, el frenetismo del sexo, sumado a la mágica sensación de despertar a su lado por primera vez en su vida, pero no quería meditarlo más. No más. No quería valorar los pros y los contras. El alcance de su propia traición. No quería volver a preocuparse por la misma razón una y otra vez. No quería volver a calcular los peligros de querer al hombre que estaba a su lado. Solo quería actuar. Solo lo quería a él.
Draco se mantuvo en silencio unos segundos. El pecho bajo ella se movió de forma más discreta. Apenas respiraba.
—¿Estás segura? —murmuró. Y ella supo que no hablaba de las mantas. Asintió, sin apartar la mirada.
—No hacemos daño a nadie —susurró Hermione. Casi como si acabara de darse cuenta. Dejando así clara su postura. Y era verdad. No lo hacían. Solo ellos lo sabrían. Solo ellos saldrían heridos.
Draco parpadeó de forma distraída. Como si él sí estuviese calibrándolo todo por primera vez. Como si la determinación de ella de pronto lo hubiera hecho dudar. Pero la chica bajó el rostro, depositando un beso sobre su pecho. Y su cabello cayó sobre su piel. Y el cerebro de Draco se detuvo.
Se giró, quedando de lado también, en una postura más cómoda, pero manteniendo el brazo bajo la cabeza de la chica. El colchón era tan estrecho que no podían tumbarse boca arriba uno junto al otro. Al menos uno de los dos, o los dos, tenían que estar de lado. Gracias al cambio de posición de Draco, quedaron cara a cara. Arropados por sus capas. Y el mundo para Hermione se redujo a ese diminuto colchón a ras de suelo.
Draco pudo dejar de sostenerse su propia cabeza y utilizó la mano para cubrir la mejilla de la chica, arrastrando el pulgar por su piel en un lento vaivén. Y Hermione se sorprendió respirando al mismo ritmo. Él la estaba mirando con tanta atención como si fuera a desvanecerse en cualquier instante. Como si estuviese esperando que cambiase de opinión. Pero no lo hizo.
Y Hermione no pudo resistir la cercanía. Rompió los centímetros que los separaban y lo besó en los labios. Despacio. Posiblemente el beso más lento que se habían dado nunca.
La chica se separó cuando notó que un mechón de su cabello castaño se había colado entre sus bocas. Sonrió cuando fue Draco quien lo despegó de sus labios por ella, aprovechando la presencia de su mano en su mejilla; aunque no puso demasiado empeño en apartarlo. No merecía la pena intentar controlarlo. El cabello de la chica, habiéndose secado a lo largo de la noche, después de haberse empapado en la lluvia nocturna, era una verdadera calamidad.
—¿Dos semanas? —propuso Draco entonces. Ella tomó aire, perdida en su cercanía. Volviendo al mundo real. Asimilando la decisión que habían tomado. Parpadeó, concentrándose, obligándose a pensar de forma racional. Haciendo cálculos.
—¿Tres? —rebatió, con voz algo apagada—. Por… por si acaso —él asintió en silencio. Conforme—. ¿Qué día es hoy?
—Doce de febrero.
Hermione apartó la mirada, concentrada. Sus labios se movieron de forma muda durante unos segundos. Contando. Draco, observándola, podía apreciar cómo articulaba cosas como "siete… dos… uno, dos, tres… veintiocho…". Sintió sus livianos dedos, apretados entre sus cuerpos por la cercanía, golpetear contra su pecho mientras se ayudaba de ellos para contar mentalmente.
—¿El siete de marzo? Es miércoles —propuso ella al final. Ya en voz alta. Draco se lo pensó apenas unos instantes. Para después asentir.
Se miraron, en silencio. Tumbados frente a frente. Asimilando juntos lo que estaban planeando hacer. La locura que iban a cometer. Volver a verse.
Siete de marzo. El siete de marzo volverían a desafiar al mundo.
Ron soltó una palabrota cuando estuvo a punto de derramar el frasco de tinta que había sobre la mesa, encima de todos los pergaminos. El corazón de Hermione también dio un vuelco al verlo, y tardó en recuperar los latidos normales a pesar de que su amigo tuvo los reflejos necesarios para que no hubiera una catástrofe. Llevaban demasiado tiempo allí. El cansancio les pasaba factura.
—Por los pelos… —farfulló Ron, enderezando el frasco a tiempo y sacando por fin, de debajo, el plano que necesitaba. Lo extendió por encima de los otros y Hermione se inclinó un poco para ver mejor.
Ambos se encontraban sentados en el despacho de Ojoloco, situado en el segundo piso de Grimmauld Place. El veterano ex auror era quien lo utilizaba más a menudo, la mayoría de las veces junto con Ron, cuando planeaban estrategias de combate para los enfrentamientos contra el enemigo. Pero realmente estaba disponible para cualquier miembro que lo necesitase. Esa tarde, eran Ron y Hermione quienes se habían sentado lado a lado en las dos sillas que había para invitados, frente al amplio escritorio.
Esa habitación había sido el dormitorio de Walburga Black, madre de Sirius, pero terminaron trasladando la vieja cama a la sala del hospital, y colocado en su lugar un escritorio, sillas, y decenas de estanterías y armarios, llenos ahora de todo tipo de documentos clasificados de la Orden. Desde facturas de suministros, hasta planos de lugares enemigos.
Hermione señaló con el dedo la línea que rodeaba un rectángulo de color crudo más oscuro que había en el centro del plano urbano.
—¿Éste es el muro exterior?
—Sí, éste es el muro, ésta la verja de entrada, y todo esto son los jardines —confirmó Ron, señalándolo, para después coger una pluma y mojarla en tinta—. Está en lo alto de la colina, pero la pendiente no es muy pronunciada. Aquí está la cabaña del jardinero —hizo varias equis con la pluma. Hermione escrutó el plano con sus despiertos ojos.
—Confirmamos que no hay vigilancia humana…
—Todo indica que no, solo protecciones mágicas —corroboró Ron, acercándole el pergamino que contenía la lista de hechizos protectores que tenían que romper—. Pero convendría Apareceros lo más lejos posible. Ésta es la villa más cercana, la que comentaba Harry —la señaló con la pluma—. Pequeño Hangleton. Sería un buen lugar. Está solo a un kilómetro y medio. Serán unos trece minutos andando a buen ritmo.
—Solemos Aparecernos de tres en tres —le recordó Hermione—. ¿Dónde decía Harry que podíamos reunirnos hasta reagruparnos?
—El cementerio, pero no me convence. Es demasiado abierto…
—¿Cuál?
—El que está al lado de la Mansión de los Ryddle. Está justo fuera de los muros —se lo señaló, y dibujó encima una "C" con la pluma.
Hermione tamborileó con los dedos sobre el plano. Indecisa. Cogió el curvímetro mágico, e intentó medir la distancia entre el cementerio y la mansión. Ron frunció el ceño, observándola valorarlo.
—Según Harry, hay buena visibilidad desde allí —murmuró Hermione, para sí misma—. Él veía la casa…
—Es arriesgado.
—Pero es el mejor lugar, Ronald —suspiró Hermione, resignada. Su amigo la miraba con dureza. Nada convencido—. No podemos estar pululando por el pueblo. El cementerio queda algo apartado. Llamaremos menos la atención.
Ron seguía mirándola con frustración, pero accedió a continuar organizando y resumiendo el plan que llevaban todo el día elaborando. Sacó otro pergamino para colocarlo encima de los otros. Uno que contenía un plano a escala de los terrenos pertenecientes a la casa de campo.
—¿Metros cuadrados de la casa? —preguntó Hermione, escrutando el interior del lugar, empezando a memorizar la localización de las habitaciones.
—Tres plantas, más ático, y unos trescientos cincuenta metros cuadrados —Ron arqueó una ceja con disculpa. Hermione suspiró con frustración—. ¿Cuánta gente tienes al final?
—Somos siete personas en un principio. Tres más en reserva.
—De acuerdo —murmuró Ron. Volvió a acercar la pluma al plano. Sus ojos azules relucían concentración—. Es… complicado. Tenéis que ser muy, muy rápidos. Solo tenéis quince minutos. No podéis entreteneros ni lo más mínimo. Hay una entrada secundaria en la parte trasera, que da a la cocina —señaló con una equis el lugar—. Aquí, aquí y aquí están las ventanas —hizo varias equis negras, más pequeñas, casi hablando para sí mismo—. Las de delante las podéis dejar. Dos vigilando en la puerta trasera… Dos entrando... Necesitarás por lo menos tres o cuatro más para cubrir el terreno.
—Prefiero que entremos tres personas —comentó Hermione, mordisqueándose una uña que ya estaba demasiado corta.
—De acuerdo. Incluso mejor, os podéis dividir más terreno. La cocina puede ser un vistazo rápido, no parece que haya nada subterráneo. Y el salón tampoco. No hay bodegas, ni nada así. Revisad solo las habitaciones. Buscad magia de ocultación.
—Entendido —murmuró Hermione—. ¿Y la huida? ¿Qué zona queda fuera de los hechizos anti-aparición?
—La barrera llega hasta aquí. Fuera de este perímetro podréis Apareceros —hizo un amplio círculo en forma de línea discontinua, rodeando la casa de campo. Ilustrando la barrera. Coincidía con el muro exterior. Hermione cabeceó, asimilándolo.
—Me llevaré diez personas, entonces. Prefiero no manejar a tanta gente, pero no hay otro remedio. Han conseguido un sitio condenadamente estratégico.
—El interior es un problema, Hermione. No hay prácticamente nada con lo que trabajar —un ceñudo Ron sacó otro pergamino anudado con un cordel y lo desenrolló. Planos del interior de la casa—. Solo hemos conseguido estos planos, pero son de los años sesenta. Y no sabemos si alguno de los dueños posteriores ha hecho obras y lo ha modificado. Todo indica que no, pero me parece arriesgado hacer un plan definido solo basándonos en esto… Tonks ha pedido información a Gran Hangleton, pero insistir podría ponerla en riesgo. Oliver me ha dicho antes que podrían tener algo en un par de semanas…
—No podemos esperar tanto —replicó Hermione, sin siquiera pensarlo—. De ninguna manera. Nos las apañaremos una vez dentro. ¿Sabemos al menos cuántos…?
Unos golpes en la puerta los interrumpieron. Ambos amigos miraron hacia allí para encontrarse el envejecido rostro de Aberforth Dumbledore en el umbral.
—¿Puedo hablar un momento contigo, Hermione? —pidió el hombre a modo de saludo. Su boca apenas visible bajo su larga barba gris. La chica abrió la boca pero vaciló, en un conflicto, mirando a Ron. Éste se puso en pie de inmediato, comprendiendo.
—Voy a preguntar si Oliver ha mandado algo más. Subo cuando acabéis —ofreció, encaminándose a la puerta con los labios estirados en una sonrisa tensa.
Estaba nervioso. Muy nervioso. Hermione lo sabía. Horas atrás habían tenido una fuerte discusión al respecto. No le gustaba trabajar con tan poca información. Le gustaba tener más días para planear batallas semejantes. Oliver había informado el día anterior de la localización exacta de la nueva prisión que estaban intentando encontrar desde hacía semanas. Y había resultado estar ubicada en la antigua Mansión de los Ryddle, en Pequeño Hangleton. El viejo hogar de la familia paterna de Lord Voldemort.
Hermione había querido ponerse a trabajar de inmediato. Tenían que salvar a esa gente. Era urgente. Lord Voldemort se abría paso por Reino Unido a toda velocidad. Batalla tras batalla. Y la Orden no estaba saliendo bien parada en las últimas. Los superaban en número, entre otras dificultades. No podían permitir que más inferius engrosasen las filas enemigas.
El hecho de que Hermione fuese la cabecilla de la división encargada de la misión de rescate no facilitaba las cosas. Ron no había dormido en toda la noche anterior, recabando planos y planeando varias estrategias que Hermione y él llevaban ya todo el día discutiendo, aceptando y negociando. Iba a darlo todo por ella.
Aberforth cerró la puerta tras Ron, y fue a sentarse a la dura silla de madera que el muchacho había estado ocupando. Parecía cansado.
—¿Cómo vais? —quiso saber el hombre, con su huraña voz, mirando a la chica con sus penetrantes ojos azules, idénticos a los de su desaparecido hermano. Hermione tomó aire con entereza.
—Ultimando detalles —alcanzó a decir, mirando los planos con aire ausente—. Nos falta información del interior, pero creo que podemos trabajar con lo que tenemos.
—¿Cuándo iréis? ¿Esta noche?
—No, mañana por la noche —corrigió ella. Con el corazón acelerado. El cinco de marzo.
Faltaban tres días para volver a verse con Draco. Habían pasado tres semanas desde su encuentro en la Calle Blucher, horas después del enfrentamiento en Privet Drive. Quiso pensar que las tres semanas se le habían hecho eternas, pero tenía que reconocer que no era cierto. De hecho, habían pasado con considerable rapidez. El día a día era muy rápido en la guerra.
Volver a su vida actual se había sentido casi irreal después de lo sucedido. Inventó una excusa para Ginny, la cual no se mostró en absoluto suspicaz. Y ya no tuvo que ajustar cuentas con nadie. Solo consigo misma. Todo quedó relegado a su conciencia.
Curiosamente, los remordimientos no la asolaron. Aisló a Draco a un rincón de su cerebro, pero era un rincón diferente al que había estado en los dos años pasados. Era un rincón menos hermético. Se permitió pensar en él de vez en cuando. Se permitió emocionarse de saber que solo faltaban unos días para verse de nuevo. Se permitió extrañar su compañía. Podía hacer todo eso sin descuidar su vida. Su día a día. Su concentración en la batalla.
Estaba cansada de pelear contra su corazón. Sí, iban a retomar sus encuentros clandestinos. Sí, en medio de una guerra, en medio de ambos bandos enemigos. Exacto, sin ninguna finalidad concreta. Alargando algo que jamás se haría realidad una vez que la guerra terminase. Daba igual de quién fuese la victoria. Volvieron a engañarse, como cuando estaban en la escuela, pensando que podrían contra el mundo.
Solo que ahora eran adultos. Guerreros. Y sabían perfectamente que nada de eso era para siempre. Y, sin embargo, se negaban a separarse mientras hubiera una mísera manera de seguir en contacto. Eran un par de locos irracionales…
—¿Estarías dispuesta a un cambio de última hora? —quiso saber Aberforth, sin parpadear, examinándola tras sus gafas. Hermione sí parpadeó, indecisa.
—Quizá, pero no son las mejores circunstancias. ¿De qué se trata?
—Vaisey —resumió el anciano, arqueando sus pobladas y canosas cejas. Hermione sufrió un estremecimiento.
—Dios mío, ¿él también está…? —preguntó al instante, espantada.
—No, no, nada similar —aseguró el hombre, agitando una arrugada mano llena de manchas—. Está vivito y coleando. De hecho, nos ha expresado su interés en ser más activo. Le gustaría ser útil a la Orden. Ayudarnos.
Hermione frunció el ceño, asimilando esa información. Vaisey había sido estudiante de Hogwarts, de la Casa Slytherin, unos años mayor que Hermione. Lo conocía de vista. Había sido también cazador del equipo de Quidditch de su Casa durante un par de años. Y había sido un enemigo declarado de los sangre sucias. En algún momento, en el transcurso de la guerra, se unió al bando de Lord Voldemort, para desertar tiempo después. La Orden lo acogió y mantuvo a salvo. Era de los pocos desertores del bando de los mortífagos que continuaba con vida, al igual que Terence Higgs. Y ahora parecía haber cambiado oficialmente de bando. Ahora quería ayudarles a ganar la guerra.
—¿De qué manera? —quiso aclarar Hermione, precavida. Aberforth se recostó en el asiento, reflexivo.
—Nos ha mencionado que posee habilidades en duelo que ofrecernos. Al parecer participó en bastantes escaramuzas cuando todavía estaba en el bando del Señor Oscuro. Le gustaría participar en batallas abiertas.
Hermione entrecerró los ojos. Perdiendo la mirada en el reflector de enemigos de Moody, situado en la pared tras Aberforth. Sombras difusas reflejadas en la superficie.
—Eso es muy arriesgado. Podría traicionarnos —protestó la chica, sin tapujos.
—Lo sabemos. Por eso hemos pensado un punto intermedio —ofreció el hombre, ladeando la cabeza—. Incluirlo en tu división, si estás de acuerdo. En las misiones de rescate, bajo tu mando. En ellas no interactuaría de forma tan directa con el enemigo como en un ataque abierto. En vuestro caso, cuenta más el sigilo. Al menos si todo sale bien. La traición es más improbable. Más complicada de realizar.
—Sigue siendo un asunto delicado —objetó Hermione, cruzándose de brazos. Su cerebro a toda máquina—. ¿Y quieres que participe en la misión de mañana?
—Si estás de acuerdo —repitió, mirándola con fijeza—. Sería una forma de ponerlo a prueba.
La chica parpadeó y terminó asintiendo con la cabeza, todavía pensativa. La redención era posible, no tenía ninguna duda al respecto. Había visto a mortífagos fanáticos abandonar las filas de Lord Voldemort, arrepentidos, y ser asesinados por traición. Y, si hubiera dependido solo de ella y de su propia seguridad, ni siquiera dudaría en que las intenciones de Vaisey eran honradas. Pero no era una persona idealista, y toda precaución era poca. Tenía personas a su cargo, y no pensaba arriesgarlos.
—Además —añadió Aberforth, haciendo que ella lo mirase de nuevo—. Posee la Marca Tenebrosa.
Hermione se enderezó en su asiento. Sus ojos brillaron.
—¿Hablas de la Barrera Marcada?
—Podría atravesarla si os encontraseis con ella —corroboró el hombre—. Y quizá retirarla, y así podríais continuar la misión en lugar de abandonarla. Piénsalo.
Hermione, en efecto, lo pensó. La Barrera Marcada era un campo de protección invisible que los mortífagos utilizaban a menudo para proteger su territorio, y el cual solo alguien que poseyese unas determinadas características establecidas por ellos podía atravesar. Habitualmente, la Marca Tenebrosa. Así, se aseguraban de mantener fuera a la Orden del Fénix. Habían tenido que abortar una considerable cantidad de misiones por ese hecho, dado que aún no habían encontrado la manera de engañar a una barrera de ese tipo.
Ron no iba a aprobar eso de ninguna manera, pero quizá la presencia de Vaisey fuese útil para la división de Hermione.
—No quiero que salga nada mal en esta misión —argumentó la chica, volviendo a mordisquearse la uña—. ¿Vaisey sabe cuántas personas participarán mañana?
—No, aún no sabe nada.
—En ese caso necesito pediros dos más. De cualquier otra división. Que se dediquen exclusivamente a vigilarlo —pidió Hermione, firme—. No pienso poner en riesgo a mi equipo.
—Me parece razonable. Hablaré con Remus, te confirmaré después a quién puede ofrecerte.
—Y quiero hablar con Vaisey —demandó ella también—. Antes de reunirlo con los demás para ponerle al día con el plan. Quiero saber hasta qué punto puede ser un problema que yo sea hija de muggles para que acate mis órdenes.
—También comprensible —Aberforth la miró por encima de las gafas. Sus comisuras se elevaron bajo la barba—. En cuanto hable contigo dos minutos, te seguirá al fin del mundo.
Hermione, dándose cuenta entonces de lo tiesa que estaba, y de la rabiosa decisión de su expresión, relajó su cuerpo. Ser la cabecilla de su división suponía una gran responsabilidad. Tenía personas a sus órdenes. Tenía su vida en sus manos. E iba a protegerlos con su último aliento.
La noche era fría, pero despejada. A Hermione le hubiera gustado que las nubes ocultasen la luz de la luna. Cuanto más densa fuese la oscuridad, menos visibles serían.
Estaba acuclillada en la hierba, con la espalda pegada a un discreto mausoleo de piedra, ennegrecida por el paso del tiempo y cubierta de musgo. El nombre de la familia enterrada allí se había borrado hacía tiempo. La hierba estaba reseca bajo sus pies. Decenas de lápidas se encontraban erigidas a su alrededor, inclinadas en diferentes ángulos y en diversos estados de deterioro. Podía ver otro gran mausoleo a su derecha. Y un gran ángel encapuchado a su izquierda, a unos veinte metros. La tumba de la familia Ryddle.
Hermione podía sentir escalofríos recorriendo su espalda ante la fúnebre atmósfera. Oía su respiración más sonora dentro de la Máscara del Fénix. Y, de momento, no oía nada más. La señorial casa de campo se erigía ante ellos, iluminada por la luna, en lo alto de la colina. No vio ninguna sombra moverse en los alrededores. Ninguna luz en las ventanas de la casa. Ningún rastro de magia a su alrededor. Lo habían comprobado, no había inferius en ese cementerio. No había ni un alma. Era de madrugada, y, por supuesto, cualquier posible visitante, lugareño de Pequeño Hangleton, estaría pacíficamente dormido en su hogar.
—¿Hermione? —susurró una voz a su derecha. La chica apartó la mirada de un rincón entre tumbas, envuelto en sombras, que estaba examinando desde su posición. Lavender Brown estaba acuclillada a su lado, también apoyada en el mausoleo, varita en mano.
—¿Sí?
—Chispas rojas —murmuró su antigua compañera de habitación. Hermione miró en la dirección que le indicaba. En efecto, destellos rojizos rompían la oscuridad a su derecha, en la otra punta del cementerio—. El grupo de Jackson. Miller también debe estar en posición.
Hermione asintió con la cabeza, corroborándolo, y miró al otro lado. Aguardando. Apenas pasaron unos segundos cuando vieron más destellos iluminar la noche en la distancia.
—Chispas azules —indicó efectivamente Roberts, acuclillado más allá de Lavender—. Ahí está Moore.
—Todos preparados —dijo Hermione. Sintiendo su corazón acelerarse en anticipación a lo que se avecinaba—. ¿Estáis listos?
Roberts y Lavender lo confirmaron por lo bajo. Hermione tomó aire y agitó su varita, creando chispas doradas. El rescate comenzaba.
Se pusieron en pie y echaron a correr. Sus pies sigilosos sobre la maleza. Torpes sobre la hierba mal cortada. Siempre en dirección a la casa de campo en la colina. Dejaron atrás el tétrico cementerio, acercándose a una de las tapias de gruesa roca que lo rodeaban. La saltaron, ayudándose unos a otros. Aterrizaron con suavidad en la grava, al otro lado. Escucharon al resto de sus compañeros darles alcance. Corrieron por el sendero, el cual comenzó a convertirse en pendiente cuando la colina comenzó, hasta alcanzar la verja de entrada en el muro que rodeaba la Mansión de los Ryddle.
Roberts se posicionó delante y comenzó a agitar su varita. Hermione se situó con la espalda pegada al muro, a un lado de la verja, y Lavender al otro. Vigilando el sendero. Veía el pueblo a sus pies, la mayoría de las luces apagadas. También veía sombras acercándose que sabía que correspondían a sus compañeros, llegando tras ellos, situándose en sus posiciones. Una sombra que sabía que correspondía a Moore se apoyó a su lado en el muro.
Pasaron varios segundos en los cuales Roberts se dedicó a realizar rápidos hechizos, pronunciados a media voz. Rompiendo todas las barreras y trampas que le habían indicado que la finca poseía. Quitando maldiciones. Escrutando y analizando la magia del lugar para comprobar cómo estaba protegida la propiedad.
—Listo —susurró en un momento dado, deteniendo sus movimientos—. Hechizos contrarrestados. La información era correcta. No detecto nada más. No hay Barrera Marcada esta vez. Tendremos quince minutos, como siempre, hasta que todo vuelva a funcionar. A tu señal, Granger.
La chica asintió, girándose a la figura que estaba a su lado.
—Moore, temporizador —indicó, y la mujer agitó la varita, creando un reloj dorado que se mantuvo flotando junto al mango de madera. Tanto en el suyo, como en el de todos sus compañeros. Hermione levantó un brazo, asegurándose de que era visible para el resto de sus camaradas—. Adelante, Roberts.
—Suerte a todos —murmuró el hombre y agitó la varita en un complejo último movimiento, abriendo la verja con un chirrido metálico—. ¡Ya!
Hermione bajó el brazo a modo de aviso y fue la primera en atravesar la cancela, echando a correr por los jardines. La imponente casa de campo se erigía ante ella. Al tejado le faltaban tejas. Muros de ladrillo antiguamente rojizo, cubiertos ahora de la misma hiedra que se había apoderado del jardín. Altos ventanales, muchos tapiados, uno por cada habitación, cubrían la fachada. Setos por todas partes. Hermione rodeó sin detenerse la cara principal de la casa, dirigiéndose hasta la puerta trasera. No miró atrás. Sabía que sus compañeros se estaban colocando en las posiciones acordadas. Lavender y Jones quedándose en la parte delantera; Jackson y Westenberg, a medio camino, junto al cobertizo del difunto jardinero muggle; el resto siguiéndola hacia la parte trasera. Sin hablar, sabiendo cual era el cometido de cada uno. Sombras sigilosas en la noche. Solo tenían quince minutos antes de que los mortífagos supieran que estaban ahí.
Hermione subió las escaleras del porche y llegó a la puerta trasera, casi cubierta de hiedra en su totalidad. Volvió a hacerse a un lado, vigilando el perímetro. Mientras, Roberts llegó tras ella, jadeando, y repitió el procedimiento de la verja de entrada. Anulando las protecciones y hechizos de la puerta. Vaisey y Miller estaban unos metros más lejos, agazapados junto a los arbustos, escrutando en derredor. Morrison se situó al lado, aguardando también. Moore estaba junto a Hermione.
—Trece minutos —susurró Moore. Hermione asintió, entre resuellos.
—Despejado —dijo Roberts, haciéndose a un lado.
Hermione abrió la puerta de un empujón y se lanzó al interior. Moore la siguió, y también Morrison. Roberts se quedó guardando la puerta, a la espera.
—Homenum Revelio —fue lo primero que pronunció Hermione, al entrar en la sucia y destartalada cocina. El encantamiento no reveló nada, y tampoco esperaba que lo hiciera. Pero siempre había que asegurarse.
Olía a decrepitud allí dentro. No dejó de correr, rodeando una gran mesa de comedor en dirección al pasillo que había ante ella. Moore y Morrison le pisaban los talones. Llegaron a un amplio vestíbulo, cubierto de polvo y hojas secas arrastradas por el viento. Tenuemente iluminado gracias a las ventanas divididas por parteluces que franqueaban la puerta principal. Una lámpara de araña destrozada estaba en el suelo, en el centro de la estancia. Una gran escalera de mármol ascendía en forma de curva hasta el piso superior.
Morrison subió directamente al piso de arriba. Hermione se asomó por una puerta de la planta baja, oteando una habitación completamente vacía. Varita en mano, agitándola continuamente, buscando hechizos. Moore y ella dieron un rodeo por diferentes estancias y se encontraron en un salón abierto. Muebles viejos y destartalados. Un sillón en pie. Una chimenea apagada, rota en una esquina. Pintadas en las paredes perpetradas por grafiteros muggles. Telarañas por todas partes. Polvo flotando en las sombras. Crujidos a su alrededor, causados por sus pasos. No había nadie. No había huellas en el suelo polvoriento.
—Arriba —indicó Hermione a toda prisa, desandando lo andado hasta el vestíbulo y comenzando a subir los sucios escalones de piedra de dos en dos. Encendieron las varitas. Allí arriba las ventanas estaban tapiadas en su mayoría.
—Diez minutos —indicó Moore. Hermione no respondió. Iban tarde. Todavía quedaba un tercer piso. Y el ático. La misión se complicaba. La mansión era más grande de lo que habían calculado que podrían recorrer a pie.
Llegaron al segundo piso. Morrison ya estaba allí; podían ver la luz de su varita paseando por las estancias que había a la derecha. Rompiendo los encantamientos que bloqueaban las puertas. Hermione se lanzó a las habitaciones que había ante ella. Estaba sudando. Tenía mucho calor. Las protecciones en el interior de los refugios solían ser más sencillas y rápidas de contrarrestar que las que protegían el exterior, pero era igualmente frustrante no encontrar nada cada vez que lograban romperlas y ver el interior desierto de las habitaciones. Había protecciones por todos lados. Solo para despistar. Para entretenerlos.
Aposentos vacíos por todas partes. Dormitorios con moho en las paredes de papel despegado y colchones desnudos. Un baño mugriento, con una enorme bañera con patas de bronce y el espejo roto. Una especie de biblioteca en la que no quedaba ni un solo libro, solo estanterías y mesas volcadas.
—¡Aquí!
La voz de Morrison había roto el silencio de la casa. Tanto Moore como Hermione salieron de las habitaciones que estaba examinando y siguieron el aviso del hombre. Había encontrado a cinco personas en una de las estancias. Apoltronadas en el sucio suelo, ignorando la única cama desnuda y los muebles astillados del dormitorio. Vestidas con túnicas que semanas atrás debían estar limpias. Sus rostros sucios y los cabellos grasientos. Ojos que los miraban con asombro. Hermione se preguntó cuánto los habrían alimentado en todo ese tiempo. Pero suspiró aliviada. Los habían encontrado. Ya podían irse.
—Dicen que hay más personas, pero no saben dónde —les dijo Morrison, con urgencia, cuando ambas mujeres entraron en la habitación. Uno de los prisioneros, un hombre joven, asintió con la cabeza, corroborándolo. Sus ojos relucían esperanza.
Hermione, con el corazón en un puño, comprobó el temporizador de su varita. Menos de tres minutos.
—Voy a buscarlos —dijo Moore al momento, jadeando, dirigiéndose hacia la puerta.
—Moore, quedan dos minutos —protestó Morrison, alzando la voz—. Estamos al límite. Tenemos que irnos.
—No podemos dejarlos aquí —replicó la mujer, con voz ahogada, ya en el umbral.
—Ve a los jardines, Moore —ordenó Hermione, con voz firme—. Yo voy a buscarlos. Tú baja.
—Ni hablar. No podrás sola. Voy a registrar el resto de este piso, tú sube al tercero —indicó, yéndose de la habitación con decisión.
—¡Moore! —protestó Hermione con un grito, pero su compañera ya se había ido. Resopló y se giró hacia Morrison, que estaba entretenido levantando a los prisioneros—. Id abajo, deprisa. Llévalos al punto de Aparición y vete con ellos. No tienes tiempo de volver a subir. Evacúa al resto también.
Vio cómo Morrison asentía a regañadientes. Comprendiendo que no tenía otra opción. La chica pretendía ir tras Moore, pero algo la mantuvo quieta en su lugar. Una luz rojiza había iluminado la Máscara del Fénix de Morrison durante un instante. Y otra luz blanquecina lo hizo segundos después. Hermione la miró con fijeza. Confusa. Miró a su alrededor después. La piel de los prisioneros también se iluminaba de forma intermitente. Toda la estancia. Como si estuvieran lanzando fuegos artificiales en algún lugar.
Su corazón se aceleró al comprender que algo no estaba bien.
Los prisioneros comenzaron a salir por la puerta, pero Morrison no los siguió. Había captado lo mismo que la chica. Lucía igualmente preocupado. Miraron a la ventana al mismo tiempo. Cegada con tablones. Destellos colándose entre las rendijas.
Morrison se dirigió primero hacia allí. Arrancando los listones de una sacudida de varita. Los estallidos de luz se hicieron más evidentes. La habitación entera se llenó de reflejos de todos los colores. Se escucharon gritos.
—Nos atacan… —jadeó Morrison, estupefacto, con el rostro pegado al sucio cristal. Viendo luchar a sus compañeros con los ojos como platos tras los orificios de la máscara. Hermione necesitó un instante para asimilarlo. Miró el temporizador. Que estaba a cero. Se quedó sin aliento. Los habían atrapado.
Los últimos prisioneros que estaban abandonando la habitación se habían detenido al ver la iluminación proveniente de la ventana. Paralizados de terror.
—¡RÁPIDO, ABAJO! —vociferó Hermione, arrojándose sobre Morrison y tirando de su túnica para llevarlo hacia la puerta—. ¡Se nos acaba el tiempo! ¡Tenéis que llegar más allá del muro!
—Mierda, joder… ¡Abajo! ¡TODOS ABAJO! —gritó Morrison a su vez, reponiéndose y recuperando la eficiencia. Empujó a los últimos prisioneros por la espalda para que avanzasen más deprisa. Todos corrieron en tropel por el pasillo.
—¡Dile a todos que se retiren! ¡Volved al cuartel como sea! —ordenó Hermione, sin seguirlos escaleras abajo. Echó a correr, en cambio, por el pasillo de esa misma planta—. ¡Moore! ¡Tenemos que irnos! ¡MOORE!
Nadie respondió. Hermione se desplazó por todo el segundo piso, deteniéndose en cada habitación abierta que vio, asomando la cabeza en el interior. Llamándola a gritos sin obtener respuesta. No veía a la mujer por ninguna parte. Y no pensaba irse sin ella.
Volvió sobre sus pasos y se lanzó hacia las escaleras rumbo al tercer piso. Quizá el resto de rehenes, que ella pensaba rescatar sí o sí, estuviesen ahí. Ahora escuchaba más claramente la batalla que se estaba librando en los jardines. La luz de los hechizos se colaba por las rendijas de cada ventana mal tapiada, iluminando las escaleras y el rellano superior.
—¡Granger!
Hermione se giró en redondo al oír la llamada, a medio camino del tercer piso. Una figura enmascarada la llamaba desde el segundo piso. La Máscara del Fénix elevada en su dirección.
—¿Moore? —preguntó al instante, por acto reflejo, llena de esperanza.
—Vaisey —respondió en cambio el enmascarado. Y ella comprendió a duras penas que era cierto. Era una voz masculina. El joven jadeaba, pero su tono era firme—: Te necesitan fuera. Estamos rodeados, no podemos llevar a los prisioneros fuera de los muros para Aparecerlos...
No pudo añadir nada más, pues Hermione había bajado al trote las escaleras hasta su posición. Vaisey podía ver relucir sus ojos oscuros más que la plata de su máscara.
—Voy abajo. Encuentra a Moore y al resto de prisioneros —indicó Hermione con voz firme, señalando escaleras arriba. Sin posibilidad de réplica—. Ayúdala. Vamos a abriros paso para que lleguéis a la verja.
Vaisey la miró. La chica podía ver la incertidumbre en sus ojos. Como si no se esperase en absoluto la confianza que estaba depositando en su persona. En un mortífago desertor. Que además la había despreciado cuando eran adolescentes por su condición de hija de muggles.
—Entendido —susurró él.
Hermione no añadió nada más y se limitó a rodear al muchacho y a echar a correr hacia al piso inferior. Camino al exterior, y, por ende, a la batalla.
Bajó la escalera de mármol, sus pies retumbando en el silencio. Podía oírse jadear. La adrenalina zumbando en sus oídos. Todo había salido mal. Habían cometido un error de novatos, calculando el tiempo de forma pésima. Y ahora tendrían que combatir para salir de allí con vida.
Llegó al vestíbulo. Al final del pasillo, a su izquierda, podía ver a uno de sus compañeros en la cocina. Impidiendo la entrada de un mortífago. La luz de los hechizos demostrando que estaba luchando de forma encarnizada. Hermione agitó su varita y la destrozada lámpara de araña que reposaba en el suelo se elevó por los aires. Varios restos de cristales que estaban sueltos tintinearon y cayeron al suelo. La chica avanzó por el breve pasillo, hacia la cocina, a grandes zancadas, llevando la lámpara flotante consigo. Cuando entró en la estancia, vio la gran mesa de comedor tirada en un rincón, hecha trizas, y además partida por la mitad. Posiblemente usada a modo de barrera provisional. Las ventanas de la estancia también habían estallado.
—¡A un lado! —gritó Hermione a su compañero, al posicionarse tras él. Éste obedeció casi al instante, en cuanto el mortífago le dio un segundo de tregua. Se apartó de un salto, y Hermione se vio ante su desprevenido enemigo. Con un veloz movimiento de varita, arrojó la lámpara sobre él, alcanzándolo de pleno. Éste cayó hacia atrás, con un grito, derrumbándose bajo el peso y el filo de los cristales.
La chica salió de la cocina, pasando por su lado. Su compañero, que adivinó al tenerlo a un lado que era Roberts, inmovilizó al mortífago derribado con un rápido Incarcerous.
El brillo del fuego la cegó en cuanto puso un pie en el exterior. La casa del jardinero estaba en llamas a su derecha. Más adversarios ante ella. Los prisioneros estaban a su izquierda, tratando de ocultarse tras una de las columnas que sujetaban un balcón superior. El habilidoso Morrison estaba delante de ellos, protegiéndolos de dos mortífagos al mismo tiempo con veloces encantamientos. Roberts acudió en su rescate, arrojando una Bomba Desmayo que lo liberó de uno de sus enemigos.
Hermione miró al otro lado. Vio al moreno Miller enfrentándose en solitario a otro mortífago, y, a juzgar por su manera de luchar, reconoció a Westenberg y Jackson, más cerca de la casa de lo que deberían estar, defendiéndose de un puñado de enemigos. No podía distinguir a Lavender ni a Jones. No veía lo que sucedía delante de la casa desde su posición. El humo de las bombas mágicas utilizadas relucía a la luz cegadora de los encantamientos, ascendiendo muy lentamente hacia el cielo. Reflejando luz blanca a medida que se acercaban a la luna. A lo lejos, distorsionadas por la oscuridad, más túnicas y máscaras entremezcladas. Estaban intentando arrinconarlos en la parte trasera. Hacerlos retroceder al interior de la casa. Alejándolos de la verja de salida. No podían Aparecerse dentro del recinto.
Hermione sujetó con fuerza su varita, cogió dos bombas de su cinturón con la mano libre, y avanzó entre los combatientes. Interceptó un hechizo a su izquierda. Otro a su derecha. Sintió que golpeaban su muslo, sus protecciones de caparazón de escreguto, pero no sintió dolor. Bloqueó una maldición, y lanzó un Desmaius que no dio en el blanco. Pero Jackson salió a su encuentro y la cubrió. Lanzó una bomba de Gas Paralizante a su derecha, deteniendo a dos mortífagos que se acercaban. De un rápido movimiento, creó un duradero Encantamiento Escudo a su izquierda. Sabía que aguantaría dos maldiciones. Tres como mucho. Cada segundo contaba. Sin vacilar, apuntó con la varita a la zona del muro que tenía más cerca, a diez metros de distancia.
—¡BOMBARDA MÁXIMA!
Y funcionó. El hechizo surcó el aire y golpeó la piedra con fuerza. Estalló, retumbando en sus tímpanos. Y en la noche. Y, estaba segura, en el pueblo de Pequeño Hangleton. Ladrillos y enemigos volando por los aires. Más polvo, dificultando la poca visibilidad nocturna. Una salida, más cercana que la inalcanzable verja.
Vio una maldición chocar contra su escudo, arrancando chispas. Pero aguantó. Y el mortífago responsable quedó atrapado en una enorme burbuja generada por la chica. Después giró sobre sí misma. Buscando a los prisioneros desde su posición.
Un segundo hechizo golpeó su escudo. Titiló, pero no se deshizo. Vio otro enemigo ante ella. Sacudió la varita en un amplio movimiento, casi como la batuta de un director de orquesta, y arrojó parte de los escombros ardientes de la casa del jardinero sobre él. Una tercera maldición golpeó su escudo. Y esta vez sí despareció.
Lanzó al momento la otra bomba que tenía en la mano. Gas Agarrotador. El mortífago que había terminado por deshacer su escudo protector se retorció sobre sí mismo, cayendo al suelo. Hermione avanzó de nuevo hacia la casa, situando al enemigo. El aire quemaba y olía a ceniza.
—¡RETIRADA! —gritó, con todas sus fuerzas. Desgañitándose la garganta por encima del ruido de hechizos, el fuego y las explosiones—. ¡Retiraos! ¡Salid de aquí!
Vio entonces a los prisioneros. Y a Morrison. Los estaba sacando de detrás de la columna, mientras los protegía del enemigo. Había visto el agujero abierto en el muro y se dirigía hacia allí. Y Hermione se dispuso a cubrir su retirada.
Lanzó un Impedimenta hacia un mortífago que trataba de atacarlos. Consiguió darle en la espalda y arrojarlo por los aires. Morrison tuvo entonces vía libre y logró correr con los prisioneros hacia el agujero del muro. Otros de sus compañeros también retrocedieron hacia allí, sin dejar de pelear. Tenía que ir al frente de la casa a buscar a Lavender y a Jones. No veía a Vaisey, ni a Moore, ni al resto de prisioneros. Sí vio a uno de los suyos caer al suelo. Distinguió a otro tumbado más allá. No sabía quiénes eran. No veía nada. Las llamas ascendían. La maleza comenzaba a prenderse. Solo era cuestión de tiempo que el fuego alcanzase la vieja casa, cubierta de enredaderas.
No vio al mortífago que la atacó. Pero de pronto sintió que tiraban de ella con brusquedad. Como si la hubieran pescado con una caña. Dejó de sentir el suelo bajo sus pies y vio girar todo a su alrededor. El viento silbando en sus oídos. Vio la columna del porche acercarse. Se estrelló contra ella como un muñeco de trapo. Sintió que intentaban arrancarle el hombro izquierdo. No supo si lo consiguieron. Aterrizó desmadejada encima de las escaleras del porche. De costado. Sin respiración. Clavándose los peldaños. Rompiéndose entera, estaba segura. Se quedó quieta. Muy quieta. Luchando contra un cuerpo que no le respondía. Intentó coger aire por la boca, con desesperación. Pero le provocó un dolor que nunca había sentido antes. Una ráfaga aguda y eléctrica que nació de su pecho. Que le quitó el poco aliento que había logrado tomar. Que la hizo gritar. Oía otros gritos. Seguía viendo hechizos. Pero sus párpados se cerraban. Y todo desapareció.
Silencio. Fue lo primero que Hermione percibió. Y después un tenue murmullo continuo. Como si estuviera en un lugar con muchas personas, todas hablando a la vez, en voz baja. Decenas de conversaciones. Fue consciente de su propia respiración. Podía respirar. Pero el cuerpo le pesaba demasiado como para hacerlo. Estaba tumbada. En una superficie blanda. Sintió su corazón acelerarse. ¿Estaba viva? Abrió y cerró los dedos de las manos. Podía moverlos. También intentó mover los pies. Le respondían. Su cuerpo le respondía.
—Hermione, ¿me oyes? ¿Puedes abrir los ojos?
Había alguien hablando de forma tenue a su lado. La chica iba a responder, pero requería demasiado esfuerzo. Prefirió elevar los párpados, demostrando que podía hacerlo. Le llevó varios intentos lograrlo por completo. La luz era sutil, y aun así la cegó.
El murmullo de voces llegó con más claridad a su cerebro. Un techo alto y oscuro sobre ella. Bajó un poco la cabeza, intentando ver algo más cercano al suelo. Estaba, en efecto, en una cama. Podía sentir las sábanas de lino bajo sus manos. La luz de la mesilla estaba encendida. Veía a duras penas que había más camas a su alrededor. Muchas ocupadas, como era lo habitual.
Estaba en la tercera planta de Grimmauld Place. En las instalaciones que correspondían al hospital.
Un rostro se colocó en su campo de visión. Una mano en la piel de su brazo. Reconoció el rostro. Hannah Abbott.
—Estás a salvo —le aseguró la chica, con una cansada sonrisa. Estaba vestida con la túnica gris que usaban las sanadoras de la Orden, y su cabello rubio, corto, estaba recogido en una cómoda coleta—. Puedes estar tranquila. Todo está bien. ¿Cómo te sientes?
A pesar de las sosegadas palabras de su vieja compañera de escuela, Hermione sintió su respiración precipitarse. La Mansión de los Ryddle. El rescate. Sus compañeros. Los prisioneros.
Hizo ademán de incorporarse de golpe, y Hannah, ya preparada para ello, la detuvo con cuidado. Aunque no hizo falta, porque, en cuanto intentó apoyar el peso en su codo izquierdo, su hombro protestó con un casi insoportable pinchazo. Con un gemido entrecortado, se dejó caer de nuevo.
—Hermione, mantente tumbada —suplicó Hannah, con sus expresivos ojos marrones fijos en su rostro—. Te hemos reducido la dosis de pociones sedantes, y también las analgésicas, porque queríamos que nos dijeses cómo te sientes. Pero no te muevas.
—Hannah, ¿qué ha pasado? —preguntó a su vez la chica. Desesperada. Con voz afónica—. Por favor, la misión… necesito…
—Muy bien, lo sé, escúchame —Hannah la cogió de la mano con fuerza. Acercándose un poco más—. Voy a llamar a alguien que te informe. Pero tienes que quedarte quieta y tranquila, ¿de acuerdo? Miriam, está despierta —añadió, dirigiéndose a alguien que estaba a su espalda, y que Hermione no veía.
Hannah se alejó, y perder el contacto con su mano se sintió casi como un abandono. Pero Hermione se encontró mirando otro rostro también conocido. El de la sanadora Miriam Strout.
—¿Cómo te encuentras, querida? —preguntó la mujer de forma maternal, agitando su varita sobre ella. Generando diagnósticos que Hermione no tenía fuerzas para intentar descifrar. Vio runas, cobrizas y brillantes, aparecer sobre ella. Gráficas que ascendían y descendían. Y luces de diferentes colores iluminar la punta de su varita, según sobre qué parte de su cuerpo la mantuviese suspendida. Pero todo le daba igual.
—Señora Strout, ¿qué ha pasado…? —insistió la chica una vez más, sin aliento. Estaba viva, podía pensar, hablar y caminar. Era todo lo que necesitaba saber de sí misma. Pero tenía que saber qué había pasado con los demás.
—Lo que ha pasado es que has tenido una lesión bastante seria —contestó la mujer, lacónica, leyendo las runas con profesionalidad, sin mirarla—. Creíamos que había sido un hechizo, e incluso valoramos una maldición, pero creo que te golpeaste el cuerpo muy fuerte contra algo. Has sufrido una fractura desplazada del cuello anatómico del húmero izquierdo, del tercio externo de la clavícula, y de las tres primeras costillas, la décima y la doceava. Esto te ha provocado un colapso del pulmón, un hemoneumotórax ipsilateral.
Hermione abrió y cerró la boca. Apretando después los labios con frustración. Quería seguir insistiendo para obtener información sobre la misión, pero sabía que no la obtendría de la sanadora Strout.
—¿Qué significa eso? —cuestionó finalmente, con un hilo de voz. La mujer sonrió con calma, al parecer contenta de que por fin se interesase en su propia salud.
—Significa que te has roto el hombro, y la clavícula, y que tus costillas fracturadas han perforado el pulmón. Inspira profundamente, por favor —Hermione, a regañadientes, hizo lo que le decía. Sintió una punzada de dolor en su costado izquierdo, pero eso fue todo. Y así se lo hizo saber a la sanadora cuando se lo preguntó—. ¿Te sientes mareada? ¿Fatigada? ¿Te cuesta respirar?
La chica negó con la cabeza, aunque sentía todas esas cosas. Pero sabía que no era por la lesión. Necesitaba saber qué había pasado. La angustia estaba desbordando su pecho.
—Todo evoluciona bien. Las costillas no tardarán en consolidarse del todo —dijo la sanadora, mientras pasaba su varita por encima muy lentamente, como un escáner de rayos X—. En unos días ni lo notarás. La clavícula luce muy bien, y no ha habido daño vascular, ni nervioso —colocó la varita en un par de puntos de su brazo, y la joven compuso una mueca de dolor en cada uno al notar un Embrujo Punzante—. Sensibilidad correcta. Vamos a comprobar la movilidad del hombro…
Pero una idea acababa de atravesar el aletargado cerebro de la chica. Entrecortando su respiración. Draco.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí? —interrumpió, antes de que la sanadora pudiera hacer nada más que sujetar su brazo por la muñeca y el codo. La mujer la miró con entereza, instándola a calmarse.
—Solo cuatro días, querida —respondió, comenzando a mover su brazo en diferentes direcciones con suavidad, comprobando el rango articular—. Te hemos mantenido sedada con Poción Calmante para que la respiración fuese estable y las costillas consolidaran antes. Tu clavícula ha sido regenerada por completo con Poción Crecehuesos, porque…
Pero Hermione ya no la escuchaba. Cuatro días. Eso significaba que estaban a nueve de marzo. Y que se había saltado su encuentro con Draco. No podía ser posible…
Los músculos de su garganta se engrosaron. Las lágrimas se apoderaron de sus ojos con rapidez. Tuvo que morderse el labio inferior para contener un sollozo. Fue como si toda la tensión acumulada quisiera escapar de ella. Pero no lo permitió. Parpadeó con rapidez y una discreta lágrima escapó por la comisura de su ojo, deslizándose sien abajo.
—Hermione… —jadeó entonces una voz conocida, desde la distancia. Sprout interrumpió la explicación que estaba dando de un tratamiento al que Hermione no estaba prestando atención, y, antes de que la muchacha reaccionase, Ron estaba junto a ella. Rodeando la cama con prisa para alcanzar la orilla donde no estaba trabajando la sanadora. Hannah, que al parecer lo había guiado hasta allí, se alejó en dirección a otra de las camas ocupadas del hospital, a continuar con sus tareas.
—Oh, Ron… —gimió Hermione, hundiéndose en el hombro de su amigo cuando éste se agachó sobre ella para intentar abrazarla. Él pasó un brazo bajo su cuello, intentando abarcarla sin hacerle daño. La chica rodeó su delgada espalda con la mano que Strout no sujetaba. Sintió las lágrimas morder sus pestañas de nuevo, pero respiró con fuerza por la nariz, controlándose.
—¿Cómo te sientes? ¿Estás bien? —preguntó el muchacho, en voz baja, todavía apretándola contra sí. Hermione asintió con la cabeza, sin poder hablar, y permitió que su amigo se incorporase, soltándolo. Se miraron a los ojos, y captó cómo el chico suspiraba con profundidad. Como si acabase de descubrir un tímido brillo en medio de una funesta oscuridad. Ella miró a Strout.
—Por favor, necesito… —comenzó, desesperada. Pero la mujer ya estaba asintiendo con la cabeza.
—Continuaremos después. Voy por una Solución Fortificante para los músculos y una Poción Analgésica que tendrás que tomar, sin excusas —indicó, mirándola con las cejas elevadas con censura, para después alejarse, dejándolos solos—. Y no te levantes —añadió, por encima del hombro.
Hermione se volvió hacia Ron, el cual estaba atrayendo una pequeña banqueta que estaba junto a la cama vacía de al lado para poder sentarse.
—Harry ha tenido que ir a casa de Tía Muriel a ver a sus tíos, pero le acabo de decir que has despertado y me ha dicho que vuelve ahora mismo —empezó a relatar, con nerviosa eficiencia—. Aberforth también subirá enseguida. ¿Cómo estás? —volvió a preguntar, mirándola con atención. Hermione apreció que su piel estaba apagada, y su cabello mal peinado. Como si no hubiera dormido de un tirón, ni prestado atención a sí mismo, en los últimos días.
—Ron, ¿qué pasó en la Mansión de los Ryddle? —inquirió ella a su vez. Diciéndose que, si tenía que volver a preguntarlo, saltaría de la cama y se Aparecería en Pequeño Hangleton—. Por favor, cuéntamelo todo. ¿Están todos bien?
Su amigo respiró hondo de nuevo, cosa que la mantuvo al límite de lo que podía soportar. Después asintió con la cabeza muy despacio. Pero como si no quisiese que ella apreciase el gesto.
—La mansión ha quedado en mal estado. Se justificó ante los muggles del pueblo que oyeron la explosión del muro alegando un escape de gas o algo así. Rescatasteis a siete prisioneros. Cuatro los trajo Morrison. Y otros tres los trajo Moore unos minutos más tarde. Ahora mismo estamos comprobando si había más —comenzó a explicar. Y Hermione, con el corazón galopante, no apreció la frialdad velada de su voz.
—Morrison salvó a cinco —replicó ella, con seguridad. Ron titubeó pero terminó sacudiendo la cabeza.
—No. Perdió a uno. Solo trajo a cuatro.
Hermione se permitió dos segundos de silencio. Le costaba respirar. Y no era por culpa de su pulmón recién sanado.
—Morrison, Moore... ¿y los demás? —añadió después, con el hilo de voz más firme que pudo generar.
Ron parpadeó y tragó saliva. Sus ojos se perdieron en la sábana de la chica.
—Hemos perdido a Jones y a Westenberg. Y a Miller es como… si lo hubiéramos perdido también. No se recuperará.
Hermione no movió ni un solo músculo. No podía separar la lengua de su paladar. Sentía que la abarrotada sala del hospital se había quedado en silencio. Tres personas. Había perdido a tres miembros de su división. A tres compañeros. Tres amigos.
No era la primera vez que perdía gente en batalla. Estaban en guerra. Era inevitable, aunque nunca era fácil de asimilar. Y habían perdido un mayor número de personas en otras batallas más grandes. Pero, ¿tres en una sola noche, en una misión de rescate? Era escalofriante…
Su pecho empezó a temblar de llanto contenido. Apretó los labios, sintiendo su rostro enrojecerse. No podía derrumbarse. No era el momento. Su tarea todavía no había terminado.
—¿Y el resto del equipo? —logró articular, con voz rota—. ¿Lavender? ¿Roberts? ¿Vaisey?
Los ojos azules de Ron relucieron de forma sospechosa.
—Lavender está ingresada —miró por encima de su hombro, una cama que Hermione no podía ver—. Pero se recuperará. Le alcanzaron la cadera izquierda, y tardará un poco en volver a andar y correr. Fue una herida bastante importante, pero estará bien. Roberts te trajo a ti. Los demás están ilesos en mayor o menor grado. Y Vaisey… —se pasó la lengua por los labios—. Comentan que fue de gran ayuda. Ayudó a Moore a sacar a los prisioneros, pero no se fue con ellos. Volvió a ayudar. Fue él quien trajo el cadáver de Westenberg.
Hermione ahora sí apreció la audible irritación de su voz. Pero no comprendió el motivo. Y no tenía tiempo de preocuparse por eso. Tomando aire para recomponerse, intentó ordenar las piezas del rompecabezas.
—El tiempo se nos echó encima. Estamos acostumbrados a trabajar con quince minutos, pero no en prisiones tan grandes. No encontrábamos a nadie. Había hechizos antiapertura para confundirnos por todas partes. El lugar era enorme, y tardamos mucho en localizar solo a cinco prisioneros. Y después nos dijeron que había más, y Moore...
—Os precipitasteis.
Hermione lo miró a los ojos. Ron estaba muy serio. Sus ojos brillaban con un resentimiento imposible de esconder.
—¿Qué? —exhaló ella.
—Te dije que era arriesgado hacer la misión tan pronto —espetó él. Con los hombros rígidos—. Nos faltaba información. Los planos del interior…
—Eran correctos —siseó Hermione, con fiereza—. Apenas había algunos cambios estructurales mínimos. Pero había muchas protecciones interiores que contrarrestar, y…
—Podríamos haber sabido eso con más tiempo. Y esto no hubiera terminado así.
—¿Me estás haciendo responsable de lo sucedido, de sus muertes? —espetó Hermione, con voz temblorosa y el rostro crispado. Ron trastabilló al intentar hablar. Sus ojos se clavaron en los de su amiga. Y ese instante de vacilación hizo trizas el corazón de Hermione.
—Yo jamás… No, por supuesto que no —susurró Ron. Teniendo que bajar la mirada. Turbado—. Solo digo que los prisioneros llevaban semanas ahí dentro. Y posiblemente hubieran aguantado una semana más.
—Eso es inhumano… —farfulló Hermione, consternada.
—Y quizá hayas confiado en quien no deberías. ¿Y si el tal Vaisey sabía dónde estaban ocultos los rehenes? ¿Y si os retrasó a propósito, callándoselo? ¿Cómo podemos estar seguros de que ya no es uno de ellos? ¿Por qué sigue vivo, cuando tantos otros desertores han muerto? —añadió Ron a la carrera. Elevando la voz con cada pregunta. Y se notó que estaba deseando poner esa carta sobre la mesa. Hermione lo miró con pasmo.
—Acabas de decir que fue una gran ayuda… —comenzó, furiosamente incrédula. Temblando de rabia.
—Eso no responde a mis preguntas —murmuró Ron, entre dientes.
—¿Cómo te atreves? —se escandalizó la chica. Casi levantándose de pura indignación—. ¡Lo estás acusando sin ninguna prueba! Crearon esta prisión mucho después de que él pidiese asilo en la Orden. Nada indica que nos haya traicionado, al contrario…
—Quizá Harry no opine así —replicó él con brusquedad.
—Por suerte, en mi división mando yo, y no Harry —espetó Hermione, con voz sofocada de cólera—. Y, dado que no hay ni una sola prueba que lo incrimine, Vaisey se queda.
Ron no añadió nada. Pero la miró durante largos segundos. Visiblemente contrariado. También abochornado.
La sanadora Strout se acercó entonces, con las pociones prometidas en las manos.
—Se acabó, tiene que descansar —espetó la mujer, mirando a Ron con censura mientras dejaba los frascos en la mesilla—. La salud es lo primero. Estará disponible de nuevo después de que duerma un par de horas. Díselo a quien quiera hablar con ella.
El rostro de Ron se suavizó al instante. Como si, al haber estado discutiendo de forma acalorada con su amiga, como era frecuente en ellos, hubiese olvidado que estaba convaleciente. Pasándose la lengua de forma nerviosa por los labios otra vez, alargó la mano y tanteó una rápida caricia en su muñeca.
—Descansa todo lo que puedas. Luego subirá el resto de tu división, estaban preocupados por ti. Y yo te… veo también más tarde.
Hermione asintió con la cabeza de forma rígida. Con las mandíbulas apretadas. Y expresión todavía obstinada.
Ron se alejó con pesados andares, y la chica se obligó a seguir respirando con vehemencia por la nariz, peleando contra la rigidez producida por la angustia. Sin saber si el dolor que le taladraba el pecho eran sus costillas rotas o los remordimientos.
Hermione se agarró al pasamanos para no perder el equilibrio en la oscura escalera. A pesar de estar apuntando su varita encendida a sus pies, los escalones del edificio siete de la Calle Blucher eran estrechos y traicioneros.
Esa tarde le habían dado por fin el alta en el ala del hospital de Grimmauld Place, tras un ingreso de seis días. Era la una de la mañana, ya día doce de marzo, y sabía que Draco no se encontraría allí. Pero tenía que ir a su escondite de la Calle Blucher. Llevaba todo el día pensando qué hacer, cómo arreglar lo sucedido, pero no lograba trazar un plan definido. ¿Cómo podía contactar con él para explicarle el motivo de su ausencia? Valoraba dejar una nota allí explicándoselo todo, pero el miedo de que alguien la interceptase era superior a ella. Ni siquiera estaba segura de si él volvería a ese lugar. Si habría deducido que su ausencia era una declaración velada de que se había arrepentido de la decisión tomada y no quería volver a verlo.
Se le escapó un suspiro, llegando al rellano superior. ¿Y si había perdido la oportunidad de volver a establecer contacto con él? No podía creer que todo acabase así… Se negaba a creerlo. A aceptarlo. Si no era una nota, al menos tenía que dejar algo allí. Algo personal. Un objeto que, si por intervención divina él decidía regresar, al verlo entendiese que ella no se había echado atrás.
Habían prometido traer mantas. Y ella llevaba una estúpida manta bajo el brazo que pretendía dejar allí. ¿Sería suficiente?
Abrió la puerta de la habitación casi vacía que ocuparon la última vez. Y entonces se sobresaltó de tal manera que la varita se le cayó de las manos, apagándose al golpear el suelo. Por suerte la de Draco estaba encendida.
Hermione, paralizada por completo, con la mano todavía apoyada en el picaporte de la puerta, solo pudo contemplar cómo Draco se apoyaba con una mano en el endeble colchón del rincón, donde había estado sentado, para ayudarse a ponerse en pie de un ágil salto. La chica sintió que la manta resbalaba de debajo de su brazo, aterrizando también en el suelo. No tenía fuerzas para sujetar nada.
—¿Q-qué…? ¿Qué…? —trató de balbucear Hermione, sin ton ni son. Pero él se estaba moviendo antes de que ella pudiese reaccionar. Tan deprisa que ni siquiera había alcanzado a ver bien su rostro para poner nombre a su expresión hermética. Vio centellear sus ojos en la penumbra y solo necesitó tres zancadas de sus largas piernas para colocarse ante ella. Sobre ella. Sus brazos envolvieron su cintura con la fuerza de una prensa. También agachó la cabeza para poder presionar su rostro contra su hombro. Hermione se sujetó a sus hombros como buenamente pudo, por inercia, para no desestabilizarse. Mientras él le arrancaba todo el aire al apretarla contra su propio cuerpo.
La chica boqueó a través de una boca que no lograba cerrar. Esta vez no emitiendo ningún intento de palabra. Podía notar cómo él exhalaba aire caliente contra su cuerpo. Sus hombros moviéndose al ritmo de su pesada respiración. Él estaba respirando como si hubiera corrido una larga distancia.
A Hermione le costaba pensar. No podía, teniéndolo de pronto frente a ella, abrazándola con esa necesidad.
—¿Qué haces aquí? —logró preguntar la chica, con voz trémula. Aferrando sus hombros con más fuerza. Cerrando los ojos. Comenzando a digerir la situación—. Dios mío, ¿qué haces aquí? ¿Qué…? —se interrumpió, intentando estabilizar su voz. Habían acordado reunirse cuatro días atrás—. ¿Has… venido todos los días? ¿Desde el miércoles?
Draco no respondió. Hermione se preguntó si la estaba oyendo siquiera. Se limitaba a oprimirla contra sí y a respirar contra ella. La chica trató de respirar a su vez, pasándole una mano por la nuca y dándole un beso en el hombro que tenía ante sí, encima de su túnica reglamentaria de mortífago. Tranquilizándolo.
—¿Estás bien? —murmuró él entonces, hablando por primera vez. Sin suavizar su agarre.
La chica cerró los ojos de nuevo. Había estado preocupado por ella. No había dudado de que quisiera volver allí. Su voz había sido templada, pero la forma en que la tenía apresada contra su cuerpo no dejaba lugar a dudas. Ella no recordaba que nadie la hubiera abrazado nunca con tantísima fuerza. No sabía que se podía recibir un abrazo así.
—Estoy bien. Lo siento muchísimo —susurró Hermione, volviendo a pasar la mano por su nuca, peinando su cabello—. No pude venir, y no pude avisarte. No creí que te encontraría aquí hoy, pensaba dejar…
—¿Qué pasó? —interrumpió él, con más brusquedad. La chica tragó saliva, y, sin tiempo para pensarlo con detenimiento, decidió ser sincera.
—Me… lesionaron. En una misión para la Orden —murmuró con calma—. He estado un par de días siendo tratada por sanadores, pero…
Draco aflojó de pronto su agarre, alejándose lo necesario para mirarla. Su rostro estaba tirante. Controlado. Pero sus ojos eran dos huracanes.
—¿Qué misión? —preguntó sin apenas mover los labios. La chica frunció la boca y apartó la mirada a un lado, indecisa—. Granger, ¿qué misión? —repitió él al instante con más énfasis. Articulando con claridad. Reclamando una respuesta.
Hermione volvió a mirarlo. Algo confundida ante su insistencia. Accediendo a contestar ante la urgencia de su inesperadamente intensa mirada.
—Un rescate en la Mansión de los Ryddle —murmuró, cautelosa.
Draco permaneció inmóvil durante varios segundos. Sus ojos fijos en los suyos. Pero no parecía que la estuviese viendo. La chica casi podía oír su cerebro trabajando a toda pastilla. La mirada de Draco cayó, clavándose en la parte baja del cuerpo de la chica. Y la tormenta en sus ojos se desató.
Alargó ambas manos y soltó el broche de la túnica de ella de un poco cuidadoso tirón. Una vez que cayó a sus espaldas, bajó las manos y comenzó a desabrocharle el cinturón lo más rápido que podía. Sus ojos fijos en su tarea.
Hermione se quedó congelada en su lugar. No hizo ademán de detenerlo. Tenía los ojos clavados en el rostro de él, mientras luchaba por entender a qué venía esa repentina urgencia. ¿Pretendía que ellos…? ¿Ahora? Sus, por lo general, imperturbables ojos estaban discretamente desorbitados. La rapidez y precipitación de sus gestos la descolocó.
—Draco… —susurró, pero él no le hizo caso. Parecía casi en trance mientras se concentraba en desnudarla de cintura para abajo. Ella colocó sus manos en sus antebrazos, intentando hacerlo despertar—. Draco.
El cinturón de ella, con sus útiles de batalla, cayó al suelo encima de su túnica. Y los dedos de Draco buscaron entonces el botón del pantalón. Hermione se limitó a contemplarlo hacer, queriendo ver a dónde pretendía llegar. Postergando el detenerlo. Comprendiendo que algo se le tenía que estar escapando.
Él nunca había sido así. Él solía ser calmado. Apasionado, pero calmado. Y de repente parecía que la necesidad lo estaba consumiendo. Y ella no entendía por qué. No tenía ningún sentido.
Le desabrochó el botón y le bajó la cremallera. Tiró un poco del pantalón hacia abajo, y del borde de la camiseta de la chica hacia arriba. Revelando la piel de su vientre. El borde superior de su ropa interior. Los dedos de Draco tiraron un poco más de su ropa en el lado izquierdo de su cuerpo, revelando más piel de esa zona. Queriendo ver su costado completo. Su cadera.
Se detuvo entonces en seco. Sus ojos clavados en su uniforme piel. Examinando cada centímetro. Varios segundos de silencio. Y entonces pareció despertar. Volvió a respirar. Y se dio cuenta de que las manos de la chica estaban en sus antebrazos.
Elevó la mirada, buscando sus ojos. Ella no movió ni un músculo. Interrogándolo en silencio.
—¿Dónde te hirieron? —preguntó él entonces, en un inestable murmullo. Arrastrando las sílabas más de lo normal. Hermione parpadeó. Comprendiendo de golpe. Su intención no era intimar con ella. Ni mucho menos. Estaba buscando su herida.
—En el hombro izquierdo —confesó, en voz tan baja como la suya, escrutando todavía su rostro.
Draco dejó caer los párpados. Inhalando con fuerza por la nariz y tragando saliva antes de exhalar. Sus manos, ahora lentas, volvieron a bajar la camiseta de la chica y a cerrar su pantalón para abotonarlo. Hermione acercó las suyas para ayudarlo, para volver a abrochárselo ella misma. Aún mirándolo.
Él aprovechó que ella estaba volviendo a vestirse para alejarse un poco, retrocediendo un par de pasos. Se frotó los ojos con índice y pulgar, respirando todavía con dificultad.
—Creía que había sido yo —lo escuchó murmurar, todavía restregándose los ojos. Hermione siguió mirándolo. Su corazón lanzándose a palpitar. ¿Él?
—¿Estuviste allí? ¿En la Mansión de los Ryddle? —cuestionó, con un hilo de voz. Sintiendo el pavor subir por sus piernas hasta su estómago. Él asintió en silencio, ahora rascándose la mandíbula. En apariencia, solo por hacer algo. No la miraba.
—Herí a alguien. En la cadera izquierda. Y, al verla caer al suelo, su pelo… —miró el de la chica de forma breve—. Creí que te había dado a ti. Intenté… acercarme, pero estaba lejos. Había demasiada gente; daba dos pasos y tenía que defenderme. Y uno de los vuestros se llevó a esa persona antes de que lo comprobase.
Hermione estaba temblando. Escuchándolo hablar, con la vista fija en el suelo de madera. Podía ver la batalla brillar en sus ojos grises.
"Lavender está ingresada. Pero se recuperará. Le alcanzaron la cadera izquierda…"
—No fue a mí —murmuró Hermione, casi en trance, recordando el cabello castaño de su compañera—. Heriste a otra persona.
Él la miró a los ojos. Estático. Vislumbrando que sabía de quién le estaba hablando.
—¿La maté? —preguntó en voz baja, en un tono helado. Ella se apresuró a sacudir la cabeza.
—Se pondrá bien.
Draco giró sobre sí mismo, dándole la espalda. Respirando de forma más sonora. Dio varios pasos por el lugar, sin rumbo. Pasándose ambas manos por el cabello.
—Podías haber sido tú —farfulló, sin aliento. Los dedos enganchados en su propio cabello—. Podría haberte matado…
—Draco… —discutió ella, severa, acercándose unos pasos. Pero él no le dejó continuar.
—No puedo hacer esto —declaró, en voz más alta, girándose de súbito para mirarla de lado. Su expresión ahora era impaciente—. No puedo salir ahí fuera a pelear sabiendo que puedes estar debajo de una de esas estúpidas Máscaras del Fénix. No puedo luchar así. No puedo matarte —enfatizó, mirándola con fijeza. Y pareció incapaz de decir ni una palabra más después de eso. Hermione envió fuerzas a sus propias piernas, necesitando que la mantuviesen en pie.
—Yo tampoco quiero hacerte daño a ti —logró responder ella, con dificultad. Casi en un susurro ahogado.
Ni siquiera lo había pensado. Era una idea tan terrible que se había negado a considerarla. Encontrarse en una batalla. Otra vez. Atacarse sin saber que eran ellos. Pero él tenía razón. Probabilísticamente, era difícil. Pero podía suceder. Ya había sucedido. Una vez, que ellos supieran. En Privet Drive. Pero podía repetirse.
Él resopló entre dientes. Exasperado.
—Entonces abandona la Orden —exigió entonces, sin ningún escrúpulo. Hermione frunció el ceño con escepticismo.
—No pienso hacer algo semejante —sentenció, en voz más alta. Ofendida—. Abandona tú las filas del Señor Tenebroso —exhortó en un arrebato.
Ahora fue el turno de Draco de arrugar el ceño y exhalar con arisca incredulidad.
—¿Te burlas de mí? —escupió con desprecio. Hermione desvió la mirada, molesta. Comprendiendo, aunque no admitiendo, que realmente era una tontería. Ella sí podía abandonar su bando. Él no podía hacerlo sin poner precio a su cabeza—. Dime al menos cuáles son tus tareas. En qué misiones participas —demandó, intentando convencerla usando un tono más calmado. Ella volvió a mirarlo. Con expresión defensiva, aunque prudente.
—No puedo —sentenció, con voz templada. La mandíbula de Draco se crispó. Volvió a pasarse las manos por el cabello.
—Pues dime entonces qué hacemos —exigió entre dientes. Sin demasiado éxito conteniendo su impaciencia—. Creí… creí que te había alcanzado en la batalla, después no apareciste aquí, y llevo cuatro putos días convencido de que te había matado. No puedo… —enmudeció a trompicones, tragando saliva de forma rabiosa, y Hermione supo adivinar que la finalización de la frase era "soportar algo así otra vez"—. Después de herir a quien demonios fuese esa otra mujer, no… no fui capaz de atacar a nadie más. No pude seguir peleando.
—¿Qué? —articuló ella. Sin estar segura de comprender.
—Quizá te había matado —repitió él, con rabioso énfasis—. O quizá todavía estuvieses por ahí. No lo sabía. Tenía que hacerlo, pero no pude atacar a nadie más. Podías ser cualquiera de ellos…
Hermione se obligó a respirar. Mil y una consecuencias de algo así atravesando su frenético cerebro. Pero solo le importaba una cosa.
—¿Qué te hicieron? —lo interrumpió, acercándose. Draco la miró, y pareció confundirlo ver que su rostro se había descompuesto.
—¿Hacer? —repitió, en un seco murmullo, sin moverse.
—Estás diciendo que no pudiste pelear contra tus enemigos después de "herirme". No pudiste cumplir tu cometido. Los tuyos tuvieron que darse cuenta. ¿Te hicieron algo como castigo? —volvió a preguntar. Su voz ahogándose más y más con cada frase. Se situó delante de él y escrutó su cuerpo con ojos desesperados. El hecho de no obtener respuesta confirmó que estaba en lo cierto. Se adelantó y le sujetó una mano con la suya y apoyó la otra en su pecho. Lo sintió casi al instante. Su cuerpo al completo sufría etéreos espasmos. Esporádicos. No visibles a simple vista. No lo había notado cuando la abrazó. Daño muscular provocado por una sobre solicitación repetida.
Él se apartó de su contacto, luciendo molesto, sabiendo que lo había notado. Ahora era ella quien temblaba.
—¿Maldición Cruciatus? —susurró, sin aliento. Draco se pasó la lengua por la superficie de los dientes, con la vista fija en la ventana tapiada para no tener que mirarla.
—Terminé convenciéndoles de que estaba bajo un Imperius y por eso no seguí atacando. Se lo creyeron. No fue Él —aclaró, con calma, sabiendo que eso estaba pasando por su cabeza—. El Señor Oscuro no sabe nada. Sigue confiando en mí. Todos lo hacen.
Con la intención de alejarse de la chica y de su preocupada mirada, regresó de vuelta al colchón con pasos lánguidos. Se dejó caer sentado en el borde de la incómodamente delgada y poco mullida superficie, percibiendo el suelo bajo sus cuartos traseros. Con un suspiro de desesperación peleando por salir de su pecho. Sin tener ni la más jodida idea de qué hacer a continuación.
—Misiones de rescate.
Draco elevó la mirada de nuevo, por inercia. Hermione estaba de pie donde la había dejado. Con el rostro girado hacia él. Pálida, pero con una nueva determinación irguiendo sus hombros.
—¿Rescate? —repitió él en un murmullo.
—Es mi cometido. Participo en las misiones de rescate. En las cárceles provisionales encubiertas que instauráis aquí y allá.
Draco consideró esa información en su cabeza. Su entrecejo se arrugó.
—¿Y la misión de Privet Drive?
—Eso fue un… asunto personal. Comprometía a Harry personalmente, así que yo fui en su lugar. Fue una excepción.
Draco no dijo nada. Su cerebro a toda máquina. Hermione vio una nueva luz, fría como la de la luna, iluminar sus ojos.
—Puedo intentar no ir a los rescates —murmuró Draco, casi para sí mismo. Suspiró con profundidad por la nariz, tomando decisiones en su cabeza que escapaban al conocimiento de la chica—. Es una opción. Y creo que sé cómo hacerlo.
—¿Cómo? —musitó Hermione, avanzando unos pasos hacia él.
—Han ofrecido un cambio de rango hace poco. Y sé que no se participa en los rescates; no directamente, al menos. No iba a postularme, pero… lo haré. Tengo méritos suficientes, sé que me lo darán a mí.
—¿Qué clase de puesto? —preguntó ella al instante. Escrutando su rostro como si pudiera leerlo en sus concentradas facciones. Draco tuvo el valor de reír por la nariz.
—No creerás que voy a decírtelo, ¿verdad?
Ella se dejó caer de rodillas en el suelo ante él. Mirándolo con súplica.
—¿Por qué antes no ibas a postularte? ¿Es más peligroso que lo que haces ahora? —quiso saber de nuevo. La comisura del chico se elevó en una sonrisa desganada.
—Mucho más.
—Por favor, hablo en serio…
—Granger, no puedo hacer las cosas así —espetó entonces, articulando con claridad. Impaciente—. No puedo estar en el campo de batalla contigo, eso es lo peligroso. Si veo que estás ahí, si te veo luchando, voy a… —tuvo que inhalar pesadamente antes de seguir, quedándose sin aliento—. Mataré a quien sea. De cualquier bando. Sé que lo haré.
Hermione expulsó su aliento de forma brusca. Como si fuera ridículo.
—No digas tonterías. No puedes protegerme así, y lo sabes. Sería una insensatez absoluta —protestó, con énfasis, y voz entrecortada. Obligándose a hablar de forma racional.
—Sí, créeme, sé que lo sería. Pero también sé que lo voy a hacer. Ya lo he hecho —añadió, con calma, y los ojos clavados en los suyos.
Ahora ella no fue capaz de rebatirle. Ni de articular palabra. Sus palabras, su advertencia, su promesa, estaban rodeando su corazón como sogas apretadas.
Ya lo había hecho. Degolló a uno de los suyos en Privet Drive. Lo hizo.
"No los necesitarás más… Te voy a proteger yo".
—Solo estás haciendo esto por mí. Ese cambio de rango —murmuró Hermione, recuperando la voz. Y una sonrisa resignada volvió a los labios de Draco.
—¿Por quién lo voy a hacer sino? —siseó, apático. Casi mordaz.
—¿Y cómo crees que me siento? —farfulló ella, encendiéndose—. Me estás haciendo responsable de arriesgar tu vida más todavía cuando podrías no hacerlo.
—¿Responsable? —replicó él, y su tono se elevó. Sus ojos se entrecerraron, como si no pudiera creer lo que oía—. ¿Eres consciente de que tú estás en esta puta guerra por mi culpa? ¿Que si el Señor Oscuro no hubiera conquistado Hogwarts gracias a mí nada de esto habría pasado? No me hables de responsabilidades.
—No soy tu responsabilidad —susurró Hermione, sin aliento. Con una opresión en el pecho que la tenía casi sin voz.
—Quiero que lo seas.
Ella jadeó, desalentada. Negando con la cabeza mientras lo miraba. Los ojos de él atravesando los suyos. Mirándola como si realmente lo fuera.
—Por favor, esto no es un juego —susurró Hermione, cerrando los ojos—. Me prometiste que no te pasaría nada.
—Precisamente por eso estoy haciendo esto.
Hermione se dio por vencida. La piel le hormigueaba de desazón. De miedo por él. Por no saber a qué iba a enfrentarse. Pero tenía que confiar en él. Draco era sensato. A diferencia de Harry o Ron, nunca lo había considerado alguien que se dejase llevar por sus emociones. Era una persona astuta y calculadora. Y no necesariamente de una forma negativa. Sabía cómo sobrevivir. Pensaba dos veces antes de actuar. Pero estaba seguro de que no podría contenerse en batalla. No pensaría con claridad. Estaba convencido de que la protegería si la veía en peligro. Jugándoselo todo. Exponiéndolos. Salvándole la vida a expensas de arruinar la suya.
Hermione siempre había pensado que ambos eran similares en ese sentido. Metódicos. Reflexivos. Pero, ¿acaso no era justo al revés cómo se habían comportado todo ese tiempo? ¿Dejándose llevar por las emociones? La lógica nunca les hubiera impulsado a hacer todo lo que habían hecho para estar juntos…
Apoyó una mano encima de su rodilla y la acarició con el pulgar. Instaurando la paz.
—¿Estarás bien? —cuestionó ella una última vez. Mirándolo a los ojos. Necesitando saberlo con seguridad. Él asintió con la cabeza, en silencio. Leyendo los remordimientos de su expresión. Elevó una de sus manos y le pasó el dorso por el contorno de su rostro. Reconfortándola. Logrando arrancarle una sonrisa vacilante.
—¿Te acuerdas de cuando empecé a ir a las clases después de que sonase la campana, en la escuela? Lo hice para evitar estar cerca en público —rememoró Draco, con voz calmada. Hermione asintió lentamente, perdida en su tono sosegado—. Pues esto es lo mismo.
Ella sonrió con desánimo. Cerrando los ojos.
—No es lo mismo…
—Sí que lo es —Draco volvió a pasar la mano por su rostro. Y trató de darle un tono más despreocupado a su voz al intentar cambiar de tema—: Así que rescates, ¿eh? —comentó, en voz baja. Ella frunció los labios en una sonrisa afirmativa—. Hermione Granger, la salvadora.
La chica resopló por la nariz de forma débil ante semejante título.
—No te burles.
—No me estaba burlando. Salvasteis como a unos diez prisioneros, según tengo entendido.
Ella agachó la cabeza. El nudo de su pecho ascendiendo hasta sus cuerdas vocales. Los remordimientos asolándola. La salvadora. No era cierto. No había salvado a todos. Miller… Jones… Westenberg…
—He perdido tres compañeros en el rescate de la Mansión de los Ryddle —murmuró Hermione, su voz entrecortándose sin que pudiera evitarlo—. Y a uno de los prisioneros. Todo salió mal. No tuvimos tiempo suficiente. Calculamos mal, y nos encontrasteis. Creen que… —«Ron cree»— que nos precipitamos. Que yo me precipité. Que hubieran descubierto más información sobre las protecciones del interior con más tiempo. Que nada de esto hubiera pasado si hubiera esperado…
—Eso es una gilipollez —protestó Draco ante ella. Lo miró. Él la observaba con atención, con los ojos entrecerrados con censura—. Con "más tiempo", hubieran surgido otros problemas diferentes. No se puede controlar por completo nada. Dejar pasar el tiempo esperando que los planetas se alineen no me parece una estrategia inteligente en una maldita guerra sin cuartel.
Hermione sabía que él lo pensaba de verdad. Jamás le diría lo que ella quería escuchar, ni siquiera para tranquilizarla. Nunca lo había hecho. Y por eso confiaba en su opinión más que en la de ninguna otra persona.
Aun así, la chica apenas podía controlar el temblor de sus mandíbulas a esas alturas. Un repentino llanto amenazando con devastar todo su autocontrol. Llevaba días sin permitirse llorar por lo sucedido. Y ni siquiera estaba segura de por qué estaba permitiéndoselo ahora. En realidad no lo hacía. Simplemente su cuerpo estaba decidiendo por ella.
—Yo solo quería evitar un mayor mal. Y logré justo lo contrario. Creía de verdad que el plan era lo suficientemente sólido —replicó, sollozando. Unas veloces lágrimas adueñándose de sus ojos—. Pero quizá no lo era. Quizá me precipité. Quizá han muerto por mi culpa… —balbuceó, afectada, cubriéndose la boca con una mano.
—No sigas por ahí —murmuró Draco. Volviendo a pasar la mano por el lateral de su expresión ahora congestionada—. No te hagas eso. No es justo.
—Pero t-tengo que ser consecuente con…
—No te sientas culpable por haber sobrevivido porque otros no lo hayan hecho —discutió Draco, de manera rotunda—. Te he visto pelear contra todo el mundo desde que te conozco. No te sientas culpable por hacer todo lo que has podido y no haberlo logrado.
Ella no encontró palabras para rebatir eso. Lo miró fijamente, sin dejar de sollozar. Su rostro. Su cuerpo. Su presencia. Su apoyo.
—¿Y si hago t-todo lo que puedo y te pierdo a ti también? —dejó escapar ella entonces. Su pecho retumbando en irregulares estremecimientos. Su cuerpo pidiéndole expulsar todo. No dejándole ni tomar aire. Ahogándola. Y ni siquiera supo por qué exteriorizó algo así. Simplemente lo hizo.
Pero él se bajó del colchón de un rápido gesto, quedando sentado en el suelo más cerca de ella. Atrayéndola hacia sí. Hundiéndola en su pecho entre sus piernas abiertas.
—Respira —demandó, contradiciéndose al apretar con fuerza su espalda, dificultándole el tomar aire—. Escúchame, respira. Estoy aquí, ¿vale? —susurró, más bajo—. Estoy aquí.
Lo estaba. Lo estaba. Hermione se obligó a repetirse eso mientras sollozaba y tosía contra su pecho sin control alguno. Sabía que él no iba a mentirle. Que no iba a decirle que jamás lo perdería. Pero ahora estaba ahí. Y estaba haciendo todo lo que podía para seguir ahí. Él estaba luchando. Y ella también iba a seguir luchando.
Con esa convicción retumbando en su mente, el desconsolado llanto de la chica se calmó en poco tiempo. Logró volver a respirar, con algo de dificultad. Apenas hipando. Se secó todas las lágrimas, pero no quiso salir todavía del pecho de Draco. Él se mantuvo en silencio, simplemente sujetándola contra sí. Sin hablar. Ella podía notar sus dedos fijos en su espalda. Y su pulgar hacer distraídos barridos. Ahora que ella misma se estaba tranquilizando, estaba notando de nuevo los sutiles espasmos de su cuerpo, secuelas temporales de la Maldición Cruciatus.
—¿Puedo verte el hombro? —preguntó él de pronto, en un murmullo áspero, cuando notó que ella ya respiraba de forma pausada en sus brazos. Que simplemente se sorbía la nariz de vez en cuando. Hermione parpadeó, asimilando su petición. Se separó a regañadientes de su cuerpo, volviendo a sentarse erguida, para poder mirarlo. Notaba su rostro acalorado y congestionado, pero él no dijo nada al respecto.
—No tengo nada. Está curado casi por completo —aseguró de forma suave, con voz tomada. Secuela también del desesperado llanto. Él le devolvió la mirada y arqueó una ceja con ironía. Indicando que no había preguntado eso.
Hermione sonrió con algo de apuro y se llevó las manos a la camiseta. Tiró de ella hacia arriba, y se la quitó por la cabeza, pero la mantuvo apretada contra su pecho con recato. Aunque sabía que Draco captaría la inusual ausencia de su sostén. En efecto, la interrogó con la mirada, con discreta curiosidad.
—Me rompí el húmero, la clavícula, y algunas costillas, y éstas me perforaron el pulmón —especificó la chica, con una sonrisa tranquilizadora—. Las costillas me duelen todavía, y llevar sujetador es un suplicio. Además, este gesto —ilustró el movimiento de llevar su mano hacia atrás, como si quisiera rascarse la espalda o abrocharse el sostén— aún me cuesta un poco.
Él emitió por la nariz un comedido sonido que indicaba comprensión. Asintiendo de forma distraída con la cabeza. Sus ojos grises escrutaron entonces la superficie desnuda de su hombro. Pasando los dedos por la piel de su brazo. Y por la parte trasera, cercana a su omoplato. Quizá buscando alguna herida o cicatriz mediante el tacto. También recorrió el borde de su clavícula. Buscando irregularidades. Arrancando un escalofrío en la chica ante su sutileza.
—¿Te dedicas a la sanación? —cuestionó ella, en un susurro jocoso. Las comisuras de Draco se elevaron en una discreta sonrisa burlona, sin mirarla.
—En absoluto.
Intentó entonces ver la piel de su costado. Sus costillas. Le separó un poco el brazo, apenas tirando de él por su muñeca para elevarlo, instándola a mantenerlo así. Inclinó el rostro, escrutando la blanca superficie. Acercó una firme mano y ahuecó su seno con cuidado, apoyándose en él por encima de la camiseta que lo cubría. Elevándolo y haciéndolo a un lado, queriendo ver toda la zona lo mejor posible.
Hermione no podía apartar la mirada de su rostro. El corazón se le iba a salir del pecho. Era, con diferencia, lo más privado e íntimo que había vivido nunca. Los ojos de Draco brillaban de concentración. Estudiando su cuerpo palmo a palmo. Asegurándose de que realmente estaba bien. No había deseo sexual en ellos, a pesar de su parcial desnudez. Ni ninguna intención de excitarla o incitar nada mientras sostenía el peso de su seno en su mano. Solo estaba preocupado. Solo la estaba cuidando.
Draco terminó su exploración y buscó sus ojos de nuevo. Al parecer cayendo en la cuenta en ese momento de que ella había estado observando su rostro durante todo el proceso. No hizo ningún comentario al respecto y se limitó a asentir con la cabeza, indicando que había terminado. Ahora sí parecía sentirse algo violento.
Ella, por su parte, sonrió y se puso su camiseta de nuevo. Esta vez sí apreció que los ojos de Draco se extraviaban en sus senos mientras se colocaba la prenda en su lugar. Cuando sus ojos se encontraron, la cómplice sonrisa de la chica se amplió. Y la comisura de la boca de él se elevó para corresponderle. Y Hermione necesitó besar esa sonrisa.
Se estiró hacia él, lo necesario para alcanzar sus labios. Un largo contacto, que apenas necesitaron profundizar. Solo el movimiento necesario para adueñarse, de forma alterna, de la boca del otro.
—¿De verdad has venido todas las noches desde el miércoles? —preguntó Hermione contra su boca, cuando rompieron el beso. Aún con los ojos cerrados. Frente con frente. Percibió que él cabeceaba a regañadientes de forma afirmativa.
—Solo unas pocas horas cada día —especificó, casi defensivo. Ella exhaló por la nariz, conmovida. Sintió la boca de Draco ascender hasta descansar en su frente—. ¿Puedes quedarte esta noche? —preguntó contra su piel.
Hermione sonrió para sí y asintió. Giró un poco el rostro, lo justo para apoyar la sien en su mandíbula. Manteniendo la cercanía. Sus ojos captaron entonces algo de color blanco, resaltando contra la penumbra de la estancia, a un lado del colchón. Con la intensidad de la conversación anterior, ni siquiera le había prestado atención.
—¿Qué es eso? —cuestionó, separándose de nuevo de él para ver mejor. Era una especie de cartulina rectangular. Con números en su superficie que tardó unos segundos en situar—. ¿Has traído un calendario? —preguntó, mirándolo de nuevo, con estupor. Él gruñó de forma afirmativa, mirando el objeto de reojo. Incómodo. Ella sonrió de nuevo—. ¿Para la fecha del siguiente encuentro? ¿Cómo yo lo calculo no te sirve? —protestó, fingiéndose ofendida, cruzando los brazos. Los ojos de él brillaron de petulancia al volver a fijarse en ella.
—No quería humillarte calculándolo mentalmente en la mitad de tiempo que tú. Eres demasiado competitiva, y posiblemente me dejes sin sexo después —argumentó, arqueando una rubia ceja con arrogancia. Mientras ella bufaba con falsa indignación, pero conteniendo la risa, él miró por encima de su hombro—. ¿Has traído una manta?
—Ajá —corroboró la chica, buscándola con la mirada. Todavía seguía tirada junto a la puerta, donde la había dejado caer.
—Yo no he podido —comentó él, con un resoplido, dejándose caer hacia atrás para tumbarse de través en el colchón. Mientras, ella se levantó para ir a buscar la manta.
—No importa. Con una de momento es suficiente —lo miró por encima del hombro cuando se acuclilló para cogerla. Sonreía con reproche—. Pero que no se te olvide el próximo día.
AYY me encantan estos dos tortolitos, ¡en serio! 😍 Bastante acción en este capítulo, bastante dramione también… Demasiadas cosas para comentar, pero no quiero aburriros. En general, nuestros protagonistas han decidido seguir viéndose a escondidas en su escondrijo de la Calle Blucher. Y ambos han participado, sin saber que el otro estaba ahí, en una cruenta batalla que, por supuesto, deja secuelas emocionales 😞. Me encanta cómo se cuidan y amparan mutuamente. Cada uno cuando el otro lo necesita. Creo que entre estos dos las acciones dicen más que las palabras 😊
Espero de verdad que el capítulo os haya gustado mucho. ¡Muchas gracias de antemano si os apetece decirme qué os ha parecido en comentarios! 😍
¡Mil gracias por leer! ¡Hasta el siguiente! ¡Un abrazo enorme!😊
