¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 Ojalá muy bien y con ganas de leer, porque… ¡Continuamos con la historia! Y este capítulo viene con advertencia *risita maligna*. Ay, estoy nerviosa ja, ja, ja 🙊
Como siempre, muchísimas gracias a todos los que estáis leyendo esta historia.😍😍 Significa mucho para mí. Y un abracito especial a todos los que os tomáis el tiempo de dejarme un comentario, ¡os adoro! 😍 Gracias también a las personas que me escribís desde cuenta de invitado, que no os puedo responder directamente, pero que sepáis que os lo agradezco muchíiisimo 😘😘
Permitidme dedicarle este capítulo a la encantadora xdpeach por sus entusiastas comentarios, ¡mil gracias, corazón, de verdad! 😍😘
ADVERTENCIA: este capítulo contiene una escena de temática sexual. Si no te sientes cómodo leyendo este tipo de contenido, siéntete libre de obviarlo y leer el resto. ¡Gracias!
*Guiño guiño* Sin más dilación, ¡a leer!
CAPÍTULO 45
Calle Blucher
El castillo de Nurmengard. Un remoto y lóbrego edificio, íntegramente esculpido en la piedra de un acantilado, situado en la costa del mar Adriático. Una prisión creada por el célebre mago oscuro Gellert Grindelwald en los años treinta, en medio de su reinado del terror. Una prisión mágica en la que encarcelar a cualquiera que osase oponerse a él. Compuesta por cientos de celdas en condiciones infrahumanas, aquellas paredes habían resguardado del sol al mismísimo Grindelwald, después de haber sido derrotado por Albus Dumbledore en la famosa batalla de 1945.
El acantilado en el cual se erigía siempre parecía estar sumido en neblina. Las olas del mar chocaban contra la base de la fortaleza. No se veía ninguna entrada. Nadie podía acceder a pie. En una de las paredes de color azabache, sin que fuese un lugar destacable en aquella simple y desigual fachada, estaba grabada la frase "Por el Bien Mayor". Desgastada y casi borrada por el paso del tiempo, afortunadamente lejos del alcance de las olas, pero no de la salvaje brisa marina.
Aquella prisión se había mantenido en desuso, debido a su deplorable estado, desde la muerte de Grindelwald, su fundador y último prisionero. Nadie le había prestado ninguna atención, hasta que Lord Voldemort había recordado su existencia.
Se había apoderado de ella en secreto, desamparada como estaba, y sin que ningún Estado Mágico la reclamara. Era el emplazamiento perfecto para encarcelar con seguridad a quien realmente precisaba ser encarcelado a largo plazo. Manejaba demasiados prisioneros como para mantenerlos todos en un mismo lugar. Además, hubiera sido arriesgado. Por eso creaba cárceles provisionales en diferentes puntos del mapa. Para presos que solo necesitase retener durante un par de semanas, antes de que le fueran útiles de otra manera. Los miembros de la Orden del Fénix encargados de los rescates no tenían conocimiento de lo que sucedía en Nurmengard.
El Ministerio de Magia tenía Azkaban. Lord Voldemort tenía Nurmengard. Y sus mortífagos, fieles seguidores, custodiaban a los escasos y valiosos prisioneros del lugar.
El mortífago encapuchado se enderezó de súbito, separándose de la pared, al notar que tenía compañía. Llevaba horas junto a los barrotes de esa celda. Comenzaba a encontrar su respiración de lo más molesta. El silencio de ese lugar era inhumano. Enloquecedor.
Aguzó la mirada tras su máscara para ver cómo un compañero, también enmascarado y encapuchado, atravesaba el umbral de piedra que hacía las veces de puerta, a su izquierda. Caminando en dirección a él con decididas zancadas.
—¿Eres el relevo? —preguntó el mortífago al recién llegado, mientras éste se acercaba. Y solo entonces captó un destello. Un broche pequeño, discreto, del tamaño de un sickle, estaba enganchado a su túnica a la altura del pecho. Tenía la espeluznante apariencia de una realista calavera plateada, y una cinta de color verde que simulaba una serpiente salía por su boca. El hombre dejó escapar un gruñido arrepentido—. Sargento… Lo lamento, no le he reconocido… —se disculpó, entre dientes, enderezándose ligeramente. Sin pasársele por la cabeza tutearle de nuevo. El sargento llegó a su lado sin decir nada—. No sabía que hoy estaría aquí… ¿Qué puedo hacer por usted?
—Ve a la planta baja —le ordenó su superior, en voz baja. Una tenue nube de vaho escapó de su boca al hablar, por las rendijas de la máscara. El frío en aquel lugar era horroroso—. Y tráeme a tres hombres. Vamos a trasladar al prisionero a otra celda.
—¿Al…? —su interlocutor frunció el ceño y señaló los barrotes con un gesto de pulgar por encima de su hombro—. ¿Otra vez?
—Órdenes del Señor Oscuro —respondió el sargento. En un tono más frío. El mortífago peleó consigo mismo unos instantes. Parecía decidido a protestar, envalentonado ante la juventud del recién nombrado sargento, pero se contuvo. No iba a menospreciarlo, como habían hecho otros. Sabía de lo que era capaz, y no tenía intención de experimentarlo.
—¿Está el Señor Oscuro aquí? —preguntó entonces, con cautela, aún sin moverse. Su superior lo miró fijamente durante unos segundos. Ojos gélidos taladrando los suyos.
—Si tienes algo que decirle al Señor Oscuro, puedes decírmelo a mí —siseó finalmente. El otro se removió sin poder evitarlo, intentando controlar el escalofrío de su espalda. Apartó la mirada, componiendo una mueca impaciente bajo la máscara. Jodido crío, los tenía bien puestos…
No ganaba nada con esto. Ese párvulo consentido había sabido jugar sus cartas. Había conseguido el puesto de sargento, por encima de muchos otros mucho más curtidos que él. Por encima de mortífagos que ya habían luchado incluso en la Primera Guerra Mágica. Pero Lord Voldemort lo consideraba eficiente. Quizá quería sangre nueva en el frente. De modo que ahora estaba por encima de él. Y podría encerrarlo en una de esas celdas con solo chasquear dos dedos.
—Nada en particular, señor —terminó diciendo. Con miramiento—. Me ha malinterpretado. Solo era curiosidad. Lo preguntaba porque últimamente está mucho por aquí. Apenas va al colegio Hogwarts. Antes siempre estaba allí.
—El Señor Tenebroso está en todas partes —replicó el sargento, sin aflojar su tono seco. El otro hombre intentó emitir una risa cordial.
—Desde luego. Pero, una pregunta, entre usted y yo… —Nada le fastidiaba más que lamerle el trasero a un mocoso, pero él también sabía jugar sus cartas. Bajó la voz y simpatizó su tono al añadir—: ¿Por qué el Señor Oscuro mantiene con vida a este despojo? Ni siquiera entiendo qué lo hace tan peligroso a estas alturas…
—El Señor Oscuro tiene razones más que suficientes —manifestó el sargento, con indiferente presunción. Como si no tuviera necesidad de compartir la información que el Señor Oscuro, y él, sabían de sobra.
El mortífago agradeció llevar la máscara puesta, porque apenas pudo contener una mueca rabiosa.
—Claro, claro, desde luego…
—¿Crees que puedes ir ya a por esos tres compañeros que te he pedido hace diez minutos? —preguntó entonces el sargento, con gélida condescendencia. El mortífago fingió una risotada que sonó forzada.
—Por supuesto, señor. Mis disculpas. Vuelvo enseguida… —Se frotó las manos con fuerza, intentando calentarlas, mientras avanzaba por el pasillo—. Ah, pero, sargento Malfoy… —añadió, dándose la vuelta, caminando ahora de espaldas—. Dígale de mi parte al Señor Tenebroso que renunciaré a mi puesto si no me envía pronto al campo de batalla. Estoy harto de estar metido aquí. No he nacido para ser el niñero de ningún lameculos de esos que fraternizan con sangre sucias.
Soltó una risotada divertida a la que su interlocutor tampoco respondió. Dándose por vencido, al ver que no cosechaba demasiada deferencia, obedeció por fin y se alejó por el corredor.
Draco apoyó la espalda en la pared desnuda junto a los barrotes y dejó caer la nuca hacia atrás. Descansando un instante. Le temblaban las manos. El frío de allí se le estaba metiendo hasta los huesos. Se recordó que debería hacer un Encantamiento Térmico a toda su ropa en cuanto tuviese un minuto libre. Solo el ruido de un viejo candil de metal balanceándose al ritmo del viento, en algún lugar, rompía el silencio. El ambiente no podía ser más siniestro.
Odiaba tener que ir allí. Odiaba aquel lugar.
No podía mirar a ese prisionero a la cara. Había sido responsable de encontrar y atrapar a muchos de los que se encontraban allí. Pero a ese en particular… No soportaba estar en su presencia. No después de lo que le había hecho…
¿Por qué el Señor Oscuro lo mantenía con vida allí? No tenía ni idea. Pero era inhumano. Posiblemente el mayor acto de compasión hacia él sería acabar con su vida de la forma más rápida posible…
Los hechizos de protección anti-magia que rodeaban la celda del prisionero eran tan fuertes que incluso Draco sintió cómo su propia magia flaqueaba. No quería ni imaginar cómo sería estar las veinticuatro horas del día bajo esos encantamientos. De hecho, eran tan fuertes que no eran duraderos, y tampoco renovables; por ello debían trasladarlo continuamente de celda en celda, para volver a colocar los hechizos. No entendía cómo el prisionero podía continuar con vida en esas circunstancias.
Un murmullo lastimero se dejó oír desde dentro de la celda. Draco se sobresaltó y abrió los ojos de golpe. ¿Qué le pasaba? Nunca había emitido ni el más mínimo sonido en su presencia. De hecho, en más de una ocasión había creído que ya no estaba vivo.
Miró a ambos lados del pasillo. Estaba solo. A pesar de que era lo último que deseaba hacer, no tenía otra opción. Giró la cabeza sobre su hombro y escrutó el interior del calabozo.
Era la primera vez que lo miraba a los ojos en dos años. Siempre que le encargaban la tarea de trasladarlo, se aseguraba de hacer llamar a varios compañeros y encargar a otro que lo supervisase. Él no quería ni acercarse. Y ahora ahí estaba. Perdido en sus azules y penetrantes ojos.
No parecía él. Era un esqueleto. Un simple esqueleto, de larguísima barba blanca y túnica gris raída. Su piel estaba tan sucia que casi parecía tan cenicienta como su ropa. Su boca, una mueca torcida. Sus ojos azules, abiertos, destellaban, la única prueba de que en aquel viejo cuerpo aún quedaba algo de vida. Seguían igual de brillantes que siempre, aunque no parecían los mismos si no estaban tras unas gafas de media luna. Lo estaba mirando fijamente.
La reseca boca llena de llagas de Albus Dumbledore volvió a abrirse y emitió un sonido bronco. Áspero. Como si sus cuerdas vocales estuvieran gastadas. Volvió a intentarlo.
—… omi…a…
Draco lo miró con fijeza. El corazón le latía como un tambor.
—¿Qué? —jadeó, antes siquiera de pensar en contenerse.
—… co…ida… —volvió a intentarlo el anciano. El calor subió por el cuello de Draco.
—¿Comida? —repitió, en un susurro. Comprendiendo. Apartó la mirada, volviendo a apoyarse en la pared. Pero solo fue para que el prisionero no lo viese respirar con alivio. Aunque tenía la máscara puesta, intuía que podía ver a través de cualquier disfraz. Solo era eso. Solo estaba pidiendo comida. Carraspeó y trató de que su voz sonase más grave de lo normal—: Hoy no hay comida. Mañana te traerán algo.
Guardó silencio. El anciano no dijo nada más. Pero Draco lo escuchaba respirar. Fatigosamente. Se mordisqueó los labios bajo la máscara. Comida. ¿Desde cuándo no comía?
—Luego… —se escuchó entonces diciendo. Con voz afortunadamente firme. Y su espalda todavía apoyada en la pared—. Les diré que… te traigan algo. Te van a trasladar de celda, viejo. Vete haciendo el equipaje.
Enmudeció. Apretando los dientes. Irguiéndose un poco más. Él era sargento, alguien importante en las filas de Lord Voldemort. Su anciano director de escuela solo era un prisionero, débil e inservible. Él estaba al mando. Y, sin embargo, los nervios le estaban provocando náuseas. Y se odiaba por ello. Porque odiaba sentirse apoderado de esa cobardía que tanto le había costado erradicar. Que tantas batallas a muerte le habían enseñado a controlar.
—… Gra… cias… Gra… Dra… Draco…
La voz de Albus Dumbledore, jadeante y sin vida, pero con la misma frustrante amabilidad de siempre, heló la sangre del muchacho. Cerró los ojos con fuerza y tuvo que contenerse para no agachar la cabeza, abrumado de súbita vergüenza. La temperatura de su rostro aumentó. Lo había reconocido.
Quiso decir algo más, quiso tener la última palabra, pero tenía la garganta atenazada. En un arrebato, se enderezó de golpe y se alejó por el pasillo, en busca de sus tropas. Demostrando así, o eso esperaba, que su bienestar no le importaba en absoluto.
Los pies descalzos de Hermione no hacían ningún ruido sobre los viejos tablones. A pesar de su mal estado, no crujían. Y fue una suerte, porque Draco se había quedado dormido.
Se dio cuenta de ello nada más volver a la habitación que compartían en la Calle Blucher. La frágil luz que se colaba por entre los tablones que cubrían las ventanas le permitió apreciarlo. No sabía qué hora era. Pero sabía que sería noche cerrada. La luz posiblemente proviniese de algunas farolas lejanas. El callejón contiguo no tenía ningún tipo de iluminación.
Pero la lejana luz era suficiente. Podía ver el rostro de Draco casi con claridad en la penumbra. Y vio que estaba durmiendo. En los pocos minutos que Hermione había tardado en ir al baño del piso de arriba, y volver, se había rendido al sueño.
Nada en aquel lugar funcionaba, y eso incluía el baño. Las cañerías evidentemente no estaban operativas. Pero el ser magos tenía sus ventajas. Ambos habían acordado que debían pasar lo más desapercibidos posibles. Que todo el mundo debía seguir creyendo que aquel edificio muggle estaba abandonado. Cuanto menos lo protegiesen, menos llamarían la atención. Por lo tanto, se habían prohibido a sí mismos utilizar la magia a no ser que fuese estrictamente necesario. Algún hechizo menor y puntual. Pero no habían puesto ningún encantamiento repelente de magos, ni muggles. La magia siempre dejaba rastros.
La chica, sujetándose la gruesa manta alrededor del cuerpo, intentando elevarla del suelo para no tropezar con ella, caminó por la habitación de vuelta al colchón. Escrutó sus opciones, y decidió que el chico le había dejado el hueco suficiente para tumbarse. Dejó la varita en el suelo, a un lado, y se sentó con mucho cuidado sobre el destartalado colchón. Era fino, viejo, e incómodo, pero no les importaba. Era lo mejor que tenían. Era suyo. Su escondrijo. Su guarida.
Draco se había dormido en la misma posición en la que había estado charlando con la chica. De costado, de cara a ella, con el rostro apoyado en su propio brazo, flexionado a modo de almohada. Sus ojos estaban ahora cerrados, su hombro y pecho subiendo y bajando acorde a su respiración. Su rubio flequillo cayendo desordenado sobre sus párpados, ocultándolos sin que a él le molestara. Se veía en paz.
Hermione se mantuvo sentada, envuelta en la manta. Mirándolo. No había esperado que verlo dormir fuese una sensación tan mágica. Recordaba haberlo visto sedado en la Enfermería, después del ataque de Crabbe y Goyle durante el partido de Quidditch, pero apenas fue durante un breve periodo de tiempo. Era la primera vez que podía contemplarlo dormir con tranquilidad. Sabiendo que, aunque no dispusiese de todo el tiempo del mundo, tenía toda la noche por delante para hacerlo. Draco nunca dormía. La primera vez que se vieron allí, después del enfrentamiento de sus bandos en Privet Drive, fue Hermione quien durmió un par de horas, pero él se mantuvo despierto para controlar la hora de irse. La segunda vez, fue en ese afortunado encuentro días después de la batalla de la Mansión de los Ryddle. Esa noche, ninguno de los dos durmió. Estuvieron hablando durante horas, tumbados sobre ese colchón. Descubrieron, poco a poco, que podían hablar de sus vidas. De la guerra. Comentar cosas de dominio público. Sin revelar nada sobre sus respectivos bandos que el otro pudiera utilizar. Ninguno de los dos estaba dispuesto a ser un espía. No pretendían eso. Sus encuentros no tenían nada que ver con ganar esa guerra. Solo querían estar juntos.
Su tercer encuentro había sido tres semanas atrás. Una tranquila noche en la cual tampoco durmieron. Charlaron durante horas, intercalando la conversación con íntimas sesiones de pasión. Esa noche, Draco tuvo que irse antes incluso de que amaneciese para cumplir sus obligaciones. Se citaron de nuevo tres semanas después, y habían vuelto a conseguir verse. Tras lo sucedido en la Mansión de los Ryddle, habían acordado que, si uno de los dos no podía acudir a la cita de forma inesperada, al no tener posibilidad de avisar al otro, dejarían una semana de margen, por precaución, y volverían a intentar verse en siete días. Pero esa noche habían podido acudir a la cita sin mayores complicaciones.
Siempre era un misterio, cada vez que se citaban allí, si el otro aparecería. Si estaría con vida y volvería.
Hermione no se tumbó aún. Se quedó mirándolo un poco más. Parándose a apreciar lo guapo que estaba así. Luciendo tan inusualmente inocente. Tan sencillo, cubierta su desnudez únicamente por una vieja manta, enredada en su cuerpo de forma desordenada hasta la mitad del pecho. ¿Siempre había sido tan guapo? Nunca se había parado a apreciarlo con detenimiento. Siempre había pensado que, bueno, lo era. Pero ahora pensó que, realmente, lo era.
Quería tocarlo, pero tenía miedo de despertarlo. Se merecía descansar. Aun así, la tentación pudo con ella. Llevó sus dedos hasta su rostro, acariciando su mejilla con toda la cautela que pudo. Apenas un temeroso roce con el dorso de sus dedos. Tanteando el contacto. Él no se inmutó. Hermione repitió el gesto, acariciándole el pómulo con el pulgar, y sus pestañas temblaron. Se apresuró a retirar sus dedos, pero por suerte no llegó a despertarse. Alentada por eso, aguardó unos precavidos segundos, y llevó sus dedos hacia su cabello, con todo el pulso que pudo reunir. Con la práctica intención de apartarle algunos mechones de los ojos. Peinándolos con suavidad.
Era real. Estaba ahí. Aún le costaba creerlo.
Se preguntó cómo se sentiría hacer eso todas las noches. Verlo dormir cada noche. Despertarse a su lado. Sin miedo. Sin controlar el tiempo.
Cerró los ojos y alejó esos pensamientos a la fuerza. No le hacían ningún bien. Sabía perfectamente que eso nunca sucedería. Debía sentirse agradecida de que, dada su situación, al menos hubieran encontrado la forma de robarse esos efímeros momentos.
Suspiró por la nariz para sí misma y se envolvió mejor con la manta que la rodeaba. Habían logrado traer una manta cada uno, con las cuales se cubrían indistintamente cada noche. Bien ambos con las dos, o uno con cada una, o con ninguna. Aquella noche, cada uno se había adueñado de una.
Hermione se dijo que sería mejor que no se tumbase. Se sentía demasiado relajada. Corría el riesgo de quedarse dormida. Y era conveniente que uno de los dos se quedase despierto, por si acaso. Miró a su alrededor de forma distraída, escrutando la estancia. La fría luz blanca de la luna, mezclada con la amarillenta de las farolas, creaba sombras aquí y allá. Hacía frío. Estaban a finales de abril, pero aquella primavera estaba siendo muy húmeda. Y estar en un lugar sin ningún tipo de aislante, o calefacción, no era precisamente halagüeño. Aquellas mantas que habían conseguido no resultaban de gran consuelo contra el frío nocturno del exterior que se colaba por las deterioradas paredes. Hermione sospechaba que, de no sentirse todavía ligeramente acalorada por las relaciones que Draco y ella habían mantenido hacía ya un buen rato, posiblemente estaría tiritando. Había visto unos frascos pequeños de cristal, polvorientos pero intactos, en la habitación de al lado. Se preguntó si podrían realizar una pequeña fogata con el Encantamiento Incendio, para elevar ligeramente la temperatura, o si sería arriesgado. Si se expondrían demasiado. Cuando se despertase, se lo comentaría a Draco.
Se sentó más cerca del borde inferior del colchón. Agradeció que la ventana quedase a una altura tan baja que podía ver parte de la calle a través de las rendijas de los últimos tablones, aun estando sentada sobre el viejo colchón a ras de suelo. Una neblina nocturna lo inundaba todo. No había nadie atravesando el oscuro callejón, haciendo que su carencia de alumbramiento no resultase un problema.
Hermione sintió entonces una presencia moverse tras ella, cambiando el peso del colchón. Sonrió para sí misma con resignación. Era cabezota hasta para eso. Debería haber dormido un poco más…
Vio sus piernas desaparecer a su lado. Hizo ademán de girar la cabeza, pero sintió un cuerpo pegándose a su espalda, quedando tan cerca que no podría verlo. Un blanco brazo que casi relucía en la penumbra rodeó su cintura, dejando la mano apoyada sobre su estómago, por encima de la manta. Hermione llevó su propia mano a dicho antebrazo, recorriéndolo con la palma, apretándolo de forma afectuosa. Se reclinó ligeramente hacia atrás, encontrándose con un duro pecho sobre el cual dejó apoyada la espalda.
—¿Todo bien? —murmuró Draco con voz ronca, por encima de su cabeza.
—No quería despertarte —respondió la chica, en un susurro acompañado de una sutil sonrisa que él no vio.
—No me he dormido —desmintió, desdeñoso. Como si fuese ridículo. Hermione no respondió, ni tampoco borró su sonrisa. Por supuesto que se había dormido.
Draco odiaba admitirlo en su mente, y nunca lo haría en voz alta, pero los días en que ambos se veían allí, no ceder al sueño era una tarea hercúlea. En su día a día, era todo lo contrario. Desde hacía años, apenas dormía.
Apoyar la causa de los mortífagos era una cosa; ver morir a gente ante tus ojos, conocidos y desconocidos, día tras día, otra muy distinta.
No recordaba lo que era dormir del tirón, durante varias horas seguidas. Había noches en las que conseguía entrar en una desconcertante duermevela, y después se levantaba más cansado de lo que se había acostado. Y otras noches veía pasar las horas del reloj una por una, hasta que los rayos del sol lo hacían finalmente incorporarse. Meterse en la cama por las noches se había convertido más en una costumbre que en una necesidad.
Sin embargo, las noches en las que se veía con Hermione, podía quedarse dormido junto a ella en cuestión de minutos si se despistaba y se relajaba. Y acababa de descubrir por accidente que podría ser un sueño profundo y reparador. Pero no pensaba averiguarlo con más detenimiento si podía evitarlo. Se veían una vez al mes. No pensaba desperdiciar ese tiempo durmiendo.
Sospechaba que el simple hecho de tenerla a su lado lo llenaba de una serenidad tan reconstituyente que su cuerpo se permitía descansar. Como si todo estuviese en el lugar correcto. Pero se sentía más cómodo pensando que el agotamiento posterior a las relaciones sexuales que solían mantener lograba agotarlo físicamente, o relajarlo mentalmente, lo suficiente como para apelar a su somnolencia.
—No hay nadie en la calle —comentó la chica, todavía mirando por la ventana. Y se imaginó, porque no lo veía, que él también estaba mirando el lóbrego callejón.
—Ten cuidado con las sombras —murmuró entonces Draco, con seriedad. Hermione rio con la garganta.
—Qué poético —bromeó, juguetona. El pecho de él también se sacudió en una risa resignada.
—Lo digo en serio —replicó él, con aspereza. Señaló con su mano libre a través de la rendija que tenían más a mano—. Lo decía de forma literal. Las sombras. Los rincones oscuros. Han utilizado magia para hechizarlas.
Hermione tragó saliva. Mordisqueándose el labio. Ahora preocupada. No se esperaba una información así. No era especialmente trascendental, ni delimitaría el transcurso de la guerra, pero él le estaba contando algo referente a su bando. Una pequeña traición. La Orden no tenía esa información.
—¿Qué clase de magia? —se atrevió a preguntar. Sin saber si él iba a decírselo. En efecto, vaciló unos instantes. Como si estuviese calibrando sus palabras. Pero terminó añadiendo:
—El Señor Tenebroso ha utilizado magia negra, muy antigua, para encantarlas y que devoren a todo el que se oculte en ellas. Matan de verdad. El cuerpo desaparece. Nunca te ocultes en las sombras a partir de ahora. Lleva siempre tu varita encendida en lugares oscuros y aléjate de aquellas sombras que no desaparecen con la luz. Ya las está utilizando en muchos lugares —explicó, con voz queda. Hermione estaba conteniendo el aliento. Valorando qué responder.
—¿Puedo decírselo a los míos? —terminó cuestionando. Práctica. Le pareció que el chico suspiraba por encima de su cabeza.
—Contaba con que lo harías. Me dan igual. Quiero que te cuides tú.
Hermione sonrió con melancolía. Dejó de acariciar su antebrazo y buscó sus dedos, entrelazando su mano con la de él y apretándola.
—Gracias —susurró, acariciando su fría piel con el pulgar. Él no respondió nada. En cambio, se acomodó mejor, dejando el cuerpo de la joven entre sus piernas abiertas y soltando su mano para poder recargar su peso hacia atrás en las suyas. Como si acabase de ser demasiado afectuoso y necesitase poner algo de distancia para recomponerse. Solía ocurrirle.
Ella se giró un poco en su lugar, colocándose de lado para poder verlo. Contempló su rostro, sus ojos perdidos en la ventana tapiada. La chica escrutó un detalle que llevaba toda la noche viendo. Elevó una mano y le rozó los labios con la yema del pulgar, pellizcando su barbilla. Tuvo cuidado de no tocar directamente la pequeña herida, casi cicatrizada, que el joven tenía en el inferior.
—¿Cómo te has hecho eso? —se atrevió a preguntar por fin, en un susurro, observando la pequeña costra de color carmesí.
—Has sido tú… —siseó él, con presunción, todavía con el pulgar de la chica contra su boca.
—Eso no es verdad —replicó ella, resignada, con tono amenazador.
—Oh, claro que sí. Eres una fiera…
—Malfoy.
Él dejó escapar una risotada por la nariz, demostrándole que hablaba en broma. Frunció los labios para besarle el pulgar antes de apartar un poco el rostro, queriendo que le soltase la barbilla. Accediendo a responder.
—Ayer me metí en medio de una pelea. Tenía que restablecer el orden entre mis hombres —accedió a explicar, sereno, volviendo a mirar la ventana—. Y digamos que se les fue de las manos. Han… castigado al responsable.
Hermione lo contempló con atención. Asimilando tal información. Sus hombres. Se preguntó qué decir. Cuánto podía decir al respecto. Qué podía preguntar.
—¿Tienes hombres a tus órdenes? —cuestionó finalmente, en voz baja. Suponiendo que era algo que podía responder. Él, en efecto, asintió con la cabeza con desgana—. ¿Por el cambio de rango? ¿Qué tal… lo llevas?
—Fantástico —siseó él con ironía, pasándose los nudillos por la herida de su labio—. Dos ascensos más, y el mundo mágico será mío.
Hermione no sonrió. Lucía preocupada. Había tantas cosas que quería preguntarle, y que él no podía decirle. Pero estaba bien. Estaba vivo. Lo había conseguido.
Alargó una mano y le acarició la rodilla desnuda que estaba a su lado. Casi distraída.
—¿Debo llamarte Ministro Malfoy a partir de ahora? —accedió a seguirle la broma, queriendo hacerlo sonreír. La expresión de él se había tornado distante a pesar de sus comentarios sarcásticos. Él accedió a elevar una comisura ante su burla. Sus ojos siguiendo los movimientos de sus dedos sobre su rodilla. Pero parecía pensativo.
—Sargento —murmuró entonces, sin apenas mover los labios. Ella lo miró a los ojos, sorprendida. Él le devolvió la mirada. Sus rasgos serios—. Soy sargento.
Hermione intentó que su rostro no demostrase que el alma se le había caído a los pies. Sabía que él estaba escrutando su reacción. Intentando averiguar cuánto le afectaba.
La chica conocía el orden en la jerarquía del ejército de Lord Voldemort. La que pretendía imponer en todo el mundo mágico, en lugar de los actuales aurores. Todos lo conocían. En el escalafón más bajo, estaban los llamados Soldados de Walpurgis, en honor al nombre original de los propios mortífagos. Eran el grueso de su infantería. Por encima de estos, los Sargentos Negros, dirigentes de escuadrones orientados a diferentes misiones. Después, los Generales de Las Sombras, patrones a su vez de los sargentos. Y, por último, los Capitanes de la Brigada Mágica, los más cercanos al Lord. Todos tenían como objetivo instaurar la paz entre la gente de a pie del mundo mágico. La paz que favorecía a Voldemort.
A pesar de conocer la jerarquía, muy pocas veces la Orden había descubierto la identidad de ninguno de los dirigentes importantes. Y ahora Hermione conocía la de uno de los Sargentos Negros.
Draco acababa de revelarle información que el bando de la chica podría utilizar contra el suyo. Información que, por supuesto, Hermione jamás utilizaría.
Apretó su rodilla con más fuerza. Todavía asimilando que el joven estaba escalando posiciones en el ejército enemigo. Había tenido los méritos suficientes para lograrlo. Él mismo se lo había dicho. Draco estaba siendo útil al Señor Oscuro.
Y la estaba mirando con un velo de incertidumbre en sus defensivos ojos. Con miedo de lo que pudiera pensar de él.
¿Qué iba a pensar? ¿Que había accedido a un puesto de mayor responsabilidad que realmente no quería, por ella, para no encontrársela en batalla?
Subió un poco con la mano por la piel de su muslo desnudo. Casi por instinto. Sintió su musculatura tensarse ligeramente ante su toque. Buscó sus ojos y vio que él ya la estaba mirando. Dos orbes color mercurio que la atravesaban sin parpadear. Y la chica sintió que sus propias piernas hormigueaban.
—¿El Encantamiento Incendio es detectable? —preguntó entonces, en voz baja. Él sabía más que ella en cuanto a rastreo de hechizos, y confiaba en su criterio. El chico solo dudó un segundo, por el cambio de tema.
—No es de los más evidentes, pero un mago hábil puede detectar su rastro si sabe lo que busca…
—He visto unos frascos vacíos en la habitación de al lado —se explicó ella—. ¿Sería peligroso si encendemos un fuego? Para caldear un poco esto.
Él la miró sin verla, mientras emitía un largo gruñido, valorando la propuesta.
—Es un riesgo cons….
—¡Ah, espera! —interrumpió la joven, con el rostro iluminado—. Tengo un mechero —dijo, para sí misma, mirando alrededor. Buscando algo.
—¿Un qué?
—Mechero. Un artilugio muggle. Sirve para encender fuego, aunque hace falta una superficie inflamable. Pero quizá no haga falta recurrir al Incendio —explicó sin muchos detalles. Rebuscando entre las ropas que rodeaban el colchón—. ¿Lo intentamos?
Draco emitió un resignado sonido de conformidad. Aunque seguía sin saber, en absoluto, de lo que le hablaba la chica. Se separó de ella y lidió con la incómoda postura en la que estaba sentado para ponerse en pie, quitándose su manta en el proceso.
—¿Dónde has visto los frascos? —cuestionó, localizando su ropa interior en el suelo, a un lado del colchón, y colocándosela.
—En la de al lado. Al salir, la de la derecha —indicó ella, señalando la pared que tenía enfrente con el índice. Le sonrió con gratitud mientras él seguía sus indicaciones y salía descalzo de la habitación. Contempló su espalda desnuda mientras se iba. Aún sonriendo sin darse cuenta. Y se permitió bromear consigo misma pensando que, contra todo pronóstico, quizá no acabasen matándose mutuamente si algún día llegasen a vivir juntos…
Apartando una tontería así de su cabeza, se estiró, localizando por fin su bolsito de cuentas, debajo de sus pantalones. Desde lo sucedido en la Mansión de los Ryddle, Hermione se dijo a sí misma que necesitaba un cambio. Sentirse más preparada. Esforzarse más. Así que, además del cinturón reglamentario con varios útiles de batalla que todos los miembros llevaban consigo, había creado su propio arsenal. Realizó un Hechizo de Extensión Indetectable en un viejo bolsito de cuentas que sus padres le regalaron años atrás, y lo llenó de todo tipo de objetos que podrían serle útiles en una emergencia. Llevaba algunos libros de consulta sobre primeros auxilios y encantamientos varios. También algunas pociones curativas, muy básicas, que sabía utilizar a pesar de sus escasos conocimientos en sanación, y que Terry Boot había tenido la amabilidad de fabricarle por petición directa de la joven. Un par de mudas limpias, e incluso una varita vieja que habían encontrado una vez en una misión, y que podría utilizar en caso de vida o muerte, a pesar de que su vínculo con ella no fuese como si la varita la hubiese elegido. Y, también, entre otros objetos no mágicos, una linterna y un mechero.
Mientras aguardaba, mechero en mano, a que el chico regresase, volvió a mirar por las rendijas de la ventana. Pensando en lo que le había contado sobre las sombras hechizadas por Voldemort. Tenía que informar a la Orden lo antes posible. Realmente parecía contar con, cada vez, más y más magia oscura. Ellos no podían competir con eso. Así no trabajaba la Orden. Y Hermione empezaba a dudar de que fuese una estrategia inteligente. ¿Serían capaces de ganar así?
Draco volvió a entrar en la habitación. Llevaba dos frascos en las manos, de dos tamaños diferentes. Hermione buscó una tela a su alrededor para poder prender. Se planteó romper un trozo de su manta, pero descubrió que no era necesario. Él se acuclilló a su lado y le acercó uno de los frascos. La chica vio que había venido preparado y ya había metido un par de trozos de tela en el interior. Posiblemente restos de una cortina raída de la otra habitación.
La chica introdujo el mechero en el interior del frasco y accionó la rueda un par de veces con el pulgar. La llama apareció y la tela se prendió al momento. El calor de las llamas acarició sus rostros. La luz anaranjada confirió de un tono hogareño al lugar al instante. Era increíble lo que el fuego podía hacer. Él arqueó ambas cejas, intentando disimular su asombro con una expresión condescendiente. Como si no estuviera mal, para ser algo muggle. Apartó el frasco y le acercó el otro, más grande. Ella repitió el mismo proceso. Draco volvió a ponerse de pie y se alejó unos pasos para colocarlos en la otra esquina del colchón, de forma que no quedasen frente a la ventana.
Ambos observaron el efecto y vieron que la luz de las llamas se reflejaba en las paredes. La oscuridad de la noche amplificaba cualquier tenue iluminación. Miraron a la ventana al mismo tiempo.
—Se ve demasiado —objetó Draco. Sin lucir convencido—. Podrían verlo desde fuera.
—No pasa nadie por aquí a estas horas. Y quizá incluso piensen que es algún vagabundo —comentó Hermione, práctica. Aunque también lucía insegura.
Él seguía oteando la estancia, con ojos agudos. Una idea pareció surcar su mente y sus facciones brillaron. Se agachó para coger la manta que había dejado sobre el colchón y se acercó a la ventana. Utilizó el antepié de su pie descalzo para apoyar su peso sobre uno de los tablones más bajos, tomar impulso y estirarse para enganchar la manta en los tablones superiores. A modo de cortina.
Hermione hizo ademán de levantarse a ayudarlo, pero no fue necesario. Le llevó un par de fatigosos intentos lograrlo, pero lo hizo. Después se separó un poco para ver el efecto. La manta era opaca. Nadie del exterior vería nada.
La chica se preguntó cómo no se le había ocurrido a ella.
Draco la miró con abierta presunción. Captando su sorpresa.
—¿Impresionada de mi avanzado intelecto?
Hermione le sonrió apretando los labios. Maliciosa.
—De hecho, sí. Mucho.
La comisura de los labios del chico tembló en una traicionera sonrisa mordaz. Bruja descarada. Se dejó caer sentado en el colchón a su lado, jadeando todavía ligeramente.
—¿Te crees muy graciosa?
—Soy muy graciosa.
—Deléitame con el mejor chiste de tu repertorio, por favor.
—¿Qué pasa si tiras un Grindylow al agua? —cuestionó Hermione al instante. Planteándolo como si relatase una lección especialmente interesante de Transformaciones. Draco, cazado con la guardia baja, se limitó a arquear una ceja—. Nada.
Hermione no recordaba la última vez que logró dejar a Draco sin palabras. El chico la contemplaba con aspecto de estar teniendo un fuerte conflicto consigo mismo. Se pasó la punta de la lengua por la parte interna de su mejilla. Observándola como si no supiera qué hacer con ella. La chica soltó una avergonzada risita que puso fin al dilema de Draco. Era plenamente consciente de lo malo que era el chiste.
—Eres —comenzó él, lentamente, negando con la cabeza sin dejar de mirarla— la mujer —le rodeó el cuerpo con un brazo y la empujó para tumbarla contra su voluntad. Ella dejó escapar una risotada al aterrizar de espaldas sobre el colchón— más insoportable que he conocido —se las arregló para tumbarse sobre ella. Dejando caer su peso, simulando pretender aplastarla. Presionando su boca contra la suya con fuerza durante largos segundos, antes de añadir—: Y encima sin gracia.
Antes de que ella pudiera defenderse, él hundió el rostro en su cuello. La lengua del chico bajo su oreja haciéndola reír de forma irremediable. Trató de girar el rostro a un lado y a otro, entre protestas, pero no podía huir de él. Su garganta era suya. Se retorció por instinto bajo su cuerpo. Por puro orgullo. Aunque realmente no quería que se apartase.
Draco no solía demostrar lo… salvaje que podía llegar a ser. Que Hermione había comprobado que podía ser. Siempre intentaba ser elegante y altanero, incluso correcto, a su manera. A pesar de su carácter burlón y sarcástico, mantenía la compostura. Sus padres lo habían educado en buenas maneras, casi aristocráticas. Pero había momentos en los que se dejaba llevar, y a Hermione le encantaba.
Solo la amenaza de la chica de darle un rodillazo en su zona más valiosa pareció disuadirlo. Se separó por fin de su cuello y se apoyó sobre sus codos, quitándole algo de su peso de encima. Sus ojos relucían maldad. Ella le devolvió una mirada falsamente ofendida.
—No puedes hacer esto después de llamarme insoportable. Quítate de encima inmediatamente —ordenó, recuperando un tono inflexible. Logró apuntarle al rostro con el dedo índice, amenazante, a pesar del poco espacio que tuvo para mover la mano. Pero sus labios estaban peleando por no sonreír, y él, por supuesto, se dio cuenta.
—Cuéntame un chiste bueno y me quitaré de encima —contraatacó él, con una sonrisa victoriosa.
Y los labios de Hermione se rindieron. Se echó a reír, resignándose a la derrota. No volvió a decirle que se apartase. En cambio, una vez su risa se calmó, correspondió a su cómplice mirada. En silencio, disfrutando de la cercanía. Le acarició la espalda con las manos. Él estaba desnudo sobre ella, cubierto únicamente por su ropa interior. Podía sentir el calor de su piel a través de la desordenada manta que aún la cubría.
No solían permitirse momentos así. Momentos para distraerse completamente. Instantes en los que se permitían dejar de ser soldados, dejar de hablar de la guerra y, simplemente, bromear sobre cualquier tontería. Su conciencia no se lo permitía. De hecho, la chica sintió que sus ojos se humedecían con vergüenza solo de pensarlo. No consideraba ético reír, pasarlo bien, en medio de una guerra. No tenía derecho. No cuando tanta gente estaba sufriendo. Cuando había personas muriendo en ese mismo instante. Y la culpabilidad la arrolló sin que pudiera evitarlo.
Pero eran humanos. Y no podían limitarse a sufrir de forma continua, sin ninguna clase de desahogo. Nadie podía sobrevivir así sin enloquecer.
Draco pareció darse cuenta de lo que estaba pasando por la cabeza de la chica. La culpabilidad velada de su expresión y la súbita congestión de sus ojos. Se inclinó y le besó la mandíbula, en silencio. Reconfortándola. Hermione trató de sonreír, agradecida, aunque él no llegó a verla. Cerró los ojos al sentir la boca del chico bajar de nuevo a su garganta. Pero esta vez ya no estaba jugando.
Ella alzó una mano y le acarició la nuca, peinándole los cabellos de la zona. Él tomó aire con profundidad y lo soltó lentamente por la nariz, como si se le hubiese olvidado respirar. La chica notó el calor de su aliento contra su piel. Y su cuerpo entero onduló ante la sensación. Se aferró a su espalda de forma instantánea. Sus piernas se movieron bajo las de él. Lo sintió exhalar de nuevo, y el peso sobre ella aumentó. Las manos de él estaban ahora en la parte superior de su cabeza, en contacto con su abundante cabello. Y su boca parecía decidida a quedarse con un pedazo de su garganta.
Hermione exhaló un gemido y su cuerpo se retorció de nuevo. Dobló las piernas como acto reflejo, dejando el cuerpo de él entre ellas. Logró sacar una, enredada en la manta y buscó la parte trasera de su muslo. Presionando con su talón. Alentándolo. Intentando aproximarlo más. Él jadeó y sus dedos merodearon por la raíz del cabello de la chica. Descendió más con su boca, llegando a su clavícula. Cubriendo su esternón de firmes besos. Sus caderas ondularon por fin contra las suyas y la chica se desahogó en un suspiro.
Draco bajó una rápida mano y tiró hacia abajo de la manta que la cubría. El aire frío de la habitación golpeó los senos de Hermione. Pero el tibio aliento de Draco sustituyó el calor de la prenda instantes después. Para entonces ella ya estaba jadeando.
Hermione levantó sus caderas, persiguiendo las suyas, y sintió el gemido de él quemando la piel de su pecho cuando las encontró. La mano de Draco se coló entonces entre los pliegues de la manta, recorriendo su muslo de una firme y rápida caricia. Alcanzando con sus dedos el sedoso hueco entre sus piernas.
Hermione echó la cabeza hacia atrás, sobresaltada.
—Jesús. Draco… —gimió sin pensar, casi suplicante. Apenas sin voz.
No necesitaba que dedicase demasiado tiempo a los preámbulos. No habían pasado ni dos horas desde que habían mantenido relaciones. Su cuerpo al completo seguía sensible y receptivo por la reciente acción.
Pero a él no le importaba que no lo necesitase.
Retiró sus dedos de su interior. Su boca comenzó a repartir besos sobre su estómago, por encima de la tela arrugada. Sin tiempo, ni necesidad, de apartarla. Recorrió sus costillas, su vientre, mientras descendía con todo su cuerpo. La barrera textil que los separaba aumentando el anhelo de la chica. Sobresaltándola cuando sus labios la contactaban. Necesitaba sentirlo contra su piel. Era agónico.
Draco descendió hasta acomodarse más abajo, quedando arrodillado fuera del colchón, en la fría madera. Apartó a un lado el borde inferior de la manta que cubría a la chica, lo justo para descubrir lo que necesitaba. Sus manos sujetaron sus caderas ahora desnudas. Y se agachó más. Se sumergió entre sus piernas abiertas. Y el estómago de ella se contrajo como si estuviera en caída libre.
Oh, Señor…
Y no importó lo más mínimo que Hermione ya se lo esperase. La sensación real la superó. Y su sistema nervioso al completo se sacudió. Se atragantó con un grito y se arqueó al instante, lanzando sus manos directas a la nuca del chico. Su boca. Su respiración. Su lengua.
Intentó coger aire, pero el aliento le temblaba. Sentía su boca tan húmeda y suave como ella misma; dos polos iguales que no se repelían. Draco le permitió, gracias a Dios, moverse en un primer momento, asimilando la sensación. Pero no tardó en sujetarla con más firmeza, manteniéndola en su lugar. Poseía más fuerza de la que la joven hubiera deseado, logrando mantenerla quieta a pesar de los esfuerzos de su cuerpo en retorcerse en todas direcciones. Sobrellevando con dificultad el empeño que estaba poniendo en su tarea.
—Draco, por… Oh, por Dios… —balbuceó, sin resuello. Sin lucidez.
Sus piernas intentaron cerrarse sobre su cabeza y su espalda se curvó cuando la atención del chico se concentró en cierto nudo de nervios. Ella había perdido el control de sus muslos. Intentó apartar sus manos de él, con el súbito pensamiento de que quizá estaba sofocándolo. Y las utilizó para quitarse la manta de encima, con precipitación, jadeando, luchando para desenredarla de debajo de su cuerpo. Ya no la necesitaba en absoluto.
Elevó la cabeza, resollando, para encontrarse con dos orbes grises fijos en ella. Jadeó ante el ardor de su atenta mirada, y su estómago se sacudió en un temblor. Intentó tragar saliva y controlar, al menos, sus muecas. Se preguntó qué expresiones habría estado componiendo segundos atrás. Ninguna deliberada. Y ninguna atractiva, eso seguro.
Le pasó la mano por el cabello, echándole el flequillo hacia atrás. Acariciando su frente. Lo sintió gruñir contra ella de forma breve, casi como si hubiera sido por accidente. Hermione dejó caer la nuca contra el colchón de nuevo. Gimoteando ante lo que su boca seguía haciendo, fuera de su vista.
Draco, sin abandonar su tarea, soltó sus caderas para posicionar sus manos en la cara interna de sus muslos. Abriendo más sus piernas. Toda ella. Maldito fuera…
Hermione sollozó, echando la cabeza hacia atrás más todavía. Y devolviendo sus manos a donde pertenecían. Su nuca. Sintió que a Draco se le escapaba una risotada que la golpeó como un huracán.
Entre alentadores monosílabos, súplicas entrecortadas, sollozos cargados de necesidad, y murmullos incoherentes, apenas le fueron necesarios escasos minutos en contacto con la solícita boca de su amante para sentir cómo su vientre se convertía en el dueño y señor de su cuerpo. Sintiendo su pecho completamente rígido, incapaz de tomar aliento, solo pudo expulsar el poco que tenía. Su cuerpo se sacudió en bruscos temblores, al compás de las oleadas que recorrían cada fibra de su ser. Su espalda se curvó al margen de su voluntad, intentando resistir por su cuenta. Haciendo más complicado todavía recolectar el aire suficiente como para dejar escapar los sonidos que su garganta generaba. Estaba estallando por todas partes, y no sabía dónde sujetarse.
Por un momento llegó a pensar que no terminaría jamás, pero su cuerpo pareció decidir torpemente que ya era suficiente y comenzó a sentir que podía volver a respirar. Esa fue la primera señal. Después fue verse capaz de volver a dejar caer la espalda en el colchón. Después fue encontrar la cordura necesaria para dejar de clavar las uñas en la parte posterior de la cabeza de su compañero.
Incluso después de que ella aflojase su seguramente doloroso agarre, Draco no se detuvo. Rompió el contacto por unos instantes y tomó aire con audible necesidad. Su pesada respiración confundiéndose con la de ella en el silencio del lugar. Pero después prorrogó su tarea, de forma más cauta, jugando con su sensibilidad. Arrancándole plácidos gemidos. Más desinhibidos. Continuó hasta que sintió que los muslos de la chica, bajo sus manos, se estremecían, demostrando su incomodidad.
La soltó, permitiéndole relajar las piernas. Manteniéndose todavía entre ellas. Se apoyó con las palmas y se impulsó para enderezarse. Sus ojos fijos en el espíritu desmadejado que ocupaba el colchón. Buscó su camino en dirección a la parte superior de su cuerpo, todavía usando su boca. Dándole tiempo de recobrar el aliento.
Besó la cara interna de su muslo, allí donde sus dedos habían dejado algunas marcas perecederas al sujetarla. Depositó después un largo beso en su vientre, y otro en su cadera. Sus ojos grises inspeccionaron la superficie en la cercanía. Buscando anomalías que se le hubieran escapado esa noche. Ya había visto en noches anteriores la pequeña cicatriz blanca, alargada, que tenía en la rodilla derecha. Y otra diminuta, redonda, sobre la espinilla. Besó su estómago, el cual ascendía y descendía rápidamente. Había una cicatriz sobre sus costillas, tres dedos por debajo del pecho derecho. Una fina línea rosada. No parecía haber sido una herida profunda. «Esa es nueva…».
Se mordió el labio inferior, con mucha fuerza, y siguió subiendo. Reconociendo otras pequeñas cicatrices de viejas batallas que ya había visto antes, pero sobre las que ella no le había hablado. La de su brazo derecho. La de su muñeca izquierda. La que estaba bajo su clavícula. Él también tenía las suyas. Y sabía que ella también revisaba su cuerpo cada vez que se veían, buscando nuevas.
Le besó el esternón, la palpitante garganta, y se extendió de nuevo sobre ella, sosteniendo su peso en sus codos, a cada lado de su rostro.
Estaba sonrojada hasta el cuello, y Draco se perdió en la línea en la que se difuminaba su rubor y comenzaban sus senos. Su frente brillaba de transpiración. Todavía luchando por respirar, Hermione sonrió de forma perezosa ante su mirada contemplativa. Elevó una inestable mano y le acarició la mejilla con ella. Sentía el estómago del chico bombear contra el suyo, revelando su agitada respiración. Él también estaba sin aliento.
Se estiró, deseando besarlo, pero Draco se apartó en cuanto notó sus intenciones. Sostuvo su peso solo en un codo y se llevó la mano libre a la boca. Limpiándose como buenamente podía de la reveladora humedad que brillaba en ella. Hermione se mostró impaciente y se limitó a tirar de su rostro con ambas manos para besarlo sin más tardanza, no permitiéndole terminar. Qué tontería…
Él redujo más la distancia cuando ella tiró de la parte posterior de su cabello, apretándolo con más fuerza contra su boca. Lo sintió gruñir contra sus labios. Mecerse contra ella. Sentía su peso, la parte delantera de su cuerpo desnudo contra el suyo. La ropa interior que todavía lo cubría. Pero que no podía esconder la realidad.
Hermione se incorporó, empujándolo por el pecho, indicándole que se enderezase también. Salió de debajo de él y lo hizo rodar, forzándolo a tumbarse boca arriba sobre el colchón. Draco arqueó ambas cejas, con una media sonrisa curvando su boca, pero accedió a dejarse caer dócilmente. Ella se cernió sobre él. Recargando su peso en sus todavía temblorosas manos, a ambos lados de su cabeza. Con el rostro a la altura del suyo.
A Draco no le gustaba estar estático mientras ella lo complacía. Hermione lo sabía. Nunca se lo había dicho, pero podía ver el apuro velado en su controlada expresión. Lo mortificaba verse tan expuesto. Sin poder disimular u ocultar su propio placer.
Se agachó para darle un tranquilizador beso en el centro de los labios y después descendió con su boca para repartir lentos besos por su cuello. Lo sintió y escuchó exhalar. Y elevar la barbilla de forma inconsciente, dejándole más espacio. Notó su garganta moverse bajo sus labios cuando tragó saliva. Las manos de él apresaron sus caderas. No podía estar quieto.
Hermione se entretuvo sobre su esternón. Arrancando predecibles temblores al chico bajo ella. Sabía que esa zona le gustaba. Vio que el movimiento de su pecho aumentaba. Echó un vistazo a través de sus pestañas. No la estaba mirando. Y ya no sonreía. Ni siquiera con malicia. Lo vio exhalar con los labios fruncidos y dedicar una rápida mirada al techo, como si cogiese fuerzas para sobrellevarlo. La chica se propuso que esa apelación a los dioses estuviese justificada. Se arrastró más abajo, obligándolo a soltar sus caderas. Trasladando su agarre a sus brazos.
Besó sus costillas, y el centro de su estómago, disfrutando de los recovecos de su abdomen. Sus manos se adelantaron a sus intenciones y alcanzaron su ropa interior. Una caricia sobre ella, y escuchó al chico sisear. Se hizo a un lado para poder retirarla y descenderla por sus piernas. Él estaba poniendo todo su empeño en respirar con normalidad. Pero sus esfuerzos tartamudearon cuando la mano de Hermione se hizo cargo de su excitación, sin ninguna barrera de por medio. No pudo contener una larga y honda bocanada de aire.
Pero después no pudo respirar más. Porque sintió que los labios de la chica volvían a su piel. A su estómago. Y seguían descendiendo. Sintió que dejaban atrás su ombligo, y también su vientre. Iban más allá de su rubio vello púbico. Y alcanzaban su ingle, cortándole cualquier pensamiento coherente.
Abrió los ojos de golpe. Ella nunca había…
Nadie nunca había…
—¿Puedo?
La voz de Hermione le llegó a través del sonoro murmullo de su sangre rugiendo en sus oídos. Intentó elevar el tronco y recargar su peso en los codos. Necesitaba ver.
Su desenfocada mirada se perdió en el abundante cabello de la chica, rodeando su rostro, igual que siempre. En su boca cerca de su piel, en su mano ya ayudándola previamente, en sus brillantes ojos oscuros buscando su mirada. Cuestionándole en silencio si todo estaba bien. Asegurándose de que estaba bien para él. Porque ella estaba segura de lo que hacía. La única preocupación real que veía en sus ojos era por él. Joder.
—¿Puedo? —repitió la chica, en un susurro, al no obtener respuesta. Y una entrecortada exhalación fue toda la contestación que obtuvo. Pero fue suficiente.
A Draco le tembló el cuerpo entero cuando comenzó. Cuando sintió sus blandos labios en su piel más sensible. Y su lengua explorarlo. Sintió que sus piernas adquirían libre albedrío, sacudiéndose en ridículos temblores. Apretó la garganta para no dejar escapar un gemido. Pero verla repetir el movimiento fue demasiado.
—Mierda… —dejó escapar en forma de jadeo. Cerró con fuerza los ojos, echando la cabeza hacia atrás. Pero lo único que veía tras sus párpados era la imagen de la joven entre sus piernas.
Los labios de la chica se estiraron en una sonrisa, viéndolo tragar saliva dos veces de forma consecutiva. Viéndolo atragantarse con su propio aliento. Abrió su boca. Succionó. Y los codos de Draco fallaron. Todo su sistema nervioso falló.
—Joder… mierda —siseó otra vez, de forma involuntaria, con un tono de voz que le pareció vergonzosamente afónico.
Volvió a dejarse caer, apoyando su espalda en el colchón. Se cubrió los párpados con las palmas de las manos. Presionando. Concentrándose en recuperar parte de su control. Sin éxito. Necesitando que ella se detuviese un momento para poder mentalizarse y recomponerse. Y, gracias a Merlín, lo hizo.
Dejó de percibir su boca. Y la escuchó dejar escapar una risita.
—Vas a tener que ayudarme —musitó la chica. Y adivinó por su tono que estaba sonriendo—. No sé qué más hacer…
Menos mal.
Él no respondió inmediatamente, entretenido tragando saliva otra vez. No le hubiera importado ayudarla, dándole alguna indicación. Como tantas veces se habían dado mutuamente cuando habían mantenido relaciones. Pero tampoco sabía qué más podía hacer. Esperaba que no mucho más. O estaría perdido.
Tenía una vaga idea de lo que se hacía, claro. Pero no lo sabía.
—Lo que quieras —terminó murmurando. Y agradeció que su voz sonase algo más estable.
La única respuesta de la chica fue volver a la carga.
Dulce Merlín…
Sentía su boca. Su aliento. Sus movimientos. Su propio cuerpo reaccionando. Su sangre yendo a su encuentro. El corazón se le iba a salir del pecho. La cara le ardía.
Sintió una punzada de agudo dolor que sacudió su cintura. La cual casi agradeció, dadas las circunstancias. Pero la chica se apartó precipitadamente.
—¿Qué? —inquirió. Y sonó asustada.
Él se quitó las manos de los ojos y bajó la cabeza en su dirección, dispuesto a decirle que no tenía ni idea. Y que no importaba. Verla de nuevo entre sus piernas en el mundo real hizo que su cuerpo reaccionase de forma manifiesta. La vio morderse el labio inferior, esperando inquieta su respuesta. Y una luz se encendió en su cabeza.
—Dientes, creo… —respondió él. Su voz áspera. ¿Cuánto tiempo hacía que no hablaba en voz alta? Ella parpadeó y su boca se abrió con comprensión.
—Oh, lo siento… —susurró, frunciendo el ceño. Concentrada. Y el chico supo que estaba trazando un nuevo plan de acción. Genial…
Draco volvió a tumbarse. Apretando los dientes, cerrando la boca. Obligando a que cualquier ruido se ahogase en su garganta. Retumbando de forma amortiguada.
La sintió tantear diferentes cosas. Probarse a sí misma. Ver de lo que era capaz. Y Draco esperaba que comprendiese que era capaz de matarlo.
No sentía nada más. No sentía el colchón bajo su espalda. Alguien podría haberle clavado un puñal en el pecho y no lo hubiera notado. Todas sus terminaciones nerviosas estaban bajo las manos y la boca de ella. Estaba sudando. Se estaba asfixiando.
Más calor. Más humedad. Un gemido sofocado de ella que se arrastró por todo su ser. Los talones de Draco se clavaron en el colchón. Apretó los muslos con todas sus fuerzas para no arremeter contra ella.
—Así… —escapó de entre sus labios, antes de que pudiera remediarlo. El calor de su cara aumentó. Pero ella no dijo nada al respecto. Solo cumplió su petición.
Podía notar que una de las manos de la joven descansaba en su vientre. Draco lanzó una de las suyas hacia ella, apretándola con fuerza cuando la encontró. La necesitaba. Así era un poco más fácil soportarlo. Utilizó su antebrazo libre para cubrir sus párpados cerrados.
—¿Estás bien? —escuchó que ella le preguntaba. Sus dedos devolviéndole el apretón. Él casi, casi, se echó a reír.
—No.
Ella sí rio suavemente.
—¿Lo hago mal?
Ahora sí, él soltó una lánguida carcajada. Con el antebrazo todavía contra sus ojos.
—Vete a la mierda, Granger…
—Lo digo en serio. Me vendría bien algún consejo… —repitió ella, de nuevo sonando divertida ante el tono resignado de él.
—A mí no.
Hermione volvió a reír. Deslizó los labios a un lado y le besó la cadera.
—¿De verdad te gusta? —preguntó en voz más baja. Conmovida. Él no respondió. Para qué. Podía ver que no estaba respirando. Que estaba rojo hasta no sabía dónde. Que estaba sudando.
No se atrevía a abrir los ojos. Con ellos cerrados, su sentido del tacto se agudizaba. Pero ver lo que ella estaba haciendo era todavía peor para su autocontrol. La garganta se le resecó cuando comenzó a dejar escapar breves y bajos jadeos. Tuvo que gemir por la necesidad de moverse, de empujarse contra ella. Los dedos de sus pies se curvaron. Combustión. Tirantez. Un precipicio ante él que casi podía visualizar.
—Espe… Oh, joder.
Draco ni siquiera pudo terminar la frase correctamente. Tuvo que apretar las piernas de nuevo para controlarse. También oprimió su mano con más fuerza. Escuchó a la chica dejar escapar una cristalina risa contra su piel. Sin detenerse. La mano de ella que él no estaba aniquilando descendió para acariciar su endurecido muslo, indicándole que se relajase. Pero él no cedió. Temiendo lo que ocurriría si lo hacía.
Cuando el nombre de la chica escapó por su boca, en forma de ahogado gemido, tuvo que reconocerse que no tardaría en sucumbir al más blanco placer, gracias a la candente boca de su compañera. Sus entrañas se estremecieron de nuevo, reafirmándolo.
Haciendo el mayor esfuerzo de su vida, soltó la mano de la chica y se estiró más hasta localizar su rostro. Alcanzó el ángulo de su mandíbula y su barbilla. Oh, por Merlín… Acarició su piel de forma fugaz, a modo de agradecimiento, y después tiró de ella con urgencia, indicándole que por favor se detuviese. Ella captó su señal y obedeció en silencio. Solo cuando la sintió moverse, alejándose, Draco se sintió capaz de abrir los ojos. Veía borroso. Lucecitas ridículas. Se obligó a parpadear y a enfocar el viejo techo de la oscura habitación, contemplando la luz del fuego creando ondulaciones en la superficie. Su pecho se hinchaba y deshinchaba en busca de aire, de una forma que le pareció casi indecorosa. Y sus muslos estaban temblando. Todo su sistema nervioso temblaba, con el eco de lo que la chica le había hecho todavía reciente en su piel.
La sintió volver a ascender por su cuerpo. Y Draco dejó de ver el techo. Vio una mata de cabello cobrizo. Había vuelto a tumbarse sobre él. Sus rostros frente a frente. Sintió un beso en su mejilla y vio sus ojos sobre los suyos. Brillantes y preciosos.
Animándolo a hablar. Como si pudiese…
«Joder… Joder, te quiero…».
Draco tragó saliva. Sin mejorar nada. Su garganta seguía seca.
—El hechizo… —recordó él, en un susurro. Ella tardó dos segundos en saber de qué le hablaba. Cuando lo hizo, compuso una sonrisa, dándole la razón en silencio. Le besó la comisura de los labios, quizá pensando que él no querría ser besado en ese momento. Pero él buscó su boca al instante y se hundió en ella sin pensarlo siquiera.
Apenas rompieron el beso, Draco se estiró en busca de su varita, palpando el borde del colchón hasta encontrarla. Colocó la punta sobre el vientre de su compañera, el cual se contrajo de sorpresa por el contacto. Un murmullo por parte de él, y la punta de la varita brilló durante dos segundos, para después extinguirse.
Hechizo Anticonceptivo, previo al acto. Habían aprendido a realizarlo. Y era uno de los pocos que se permitían ejecutar en aquel lugar.
Cada uno buscó los ojos del otro al mismo tiempo. Los de Draco relucieron malas intenciones y arrojó su varita por encima del hombro con un teatral gesto. Hermione se mordió el labio con anhelo. Y volvió a tumbarlo boca arriba. Colocándose encima.
Draco jadeó antes de poder dominarse. Extraviándose en la imagen que tenía ante sí. Hermione estaba mirándolo con dos ojos que iluminaban más que los frascos que tenían a pocos metros. Sentada a horcajadas sobre sus caderas, con las piernas a los lados. Su desnudez relucía en medio de la penumbra, a la amarillenta luz del fuego, creando incitantes sombras en las curvas de su cuerpo. Su despeinado cabello enmarcando su rostro sonrosado, enmarcando su preciosa sonrisa. Y Draco, si no hubiera sentido a la joven aprovechar la postura para conectar sus necesitados vientres, hubiera podido quedarse así. Sin pedir nada más.
Ella intentó dejarle margen para maniobrar. Facilitando a su amante guiarse hacia su interior. Guturales y mal sincronizados sonidos de placer acompañaron el proceso.
Hermione tembló sobre él. Ondulando las caderas con cautela. Acomodándose. Acostumbrándose a él, estirándola, abriéndose paso. Ocupando cada rincón. Agradeciendo que fuese la segunda vez que intimaban esa noche, lo cual facilitaba todo un poco. Un poco.
—Merlín Todopoderoso… —gruñó Draco por su parte, del tirón, cerrando los ojos y echando la cabeza hacia atrás. Sus manos rodearon los muslos de la chica, necesitando urgentemente aferrarse a algo. Esperando por ella.
Hermione dejó escapar una carcajada que se convirtió en una súbita inhalación cuando sintió las caderas del chico alzarse a traición en su dirección. Al tiempo que él la sujetaba de los muslos. Y la sensación la desbordó. Se contrajo toda ella, clavando las uñas en su estómago. Apretando sus muslos en un involuntario intento por cerrarlos, sus caderas bajo su cuerpo impidiéndoselo.
—Joder… —se sorprendió gimiendo la chica, de forma incontrolada.
Ahora fue el turno de Draco de reír ante tan malsonante palabra. Inusual proviniendo de ella. Cuando Hermione logró abrir los ojos de nuevo, le dedicó al chico una indignada sonrisa. Él se humedeció los labios, indolente, devolviéndole una mirada cargada de superioridad. Ella, jurándole en silencio que se arrepentiría, comenzó a moverse. Sin apartar la vista de sus ojos, no queriendo perderse cómo la sonrisa desaparecía del rostro del chico.
Pero Hermione pronto abandonó sus ansias de venganza. Abandonándose, en cambio, a la sensación. Al íntimo roce. A su calor, y al calor del chico. Acelerando la cadencia cuando sintió que no era suficiente. A sus piernas temblorosas les costó seguir el ritmo, pero no le importaba. No mientras sentía las manos de él recorrerlas. Recorrerla entera.
Draco finalizó la travesía por su cuerpo en las manos de ella, apoyadas en su pecho para sostenerse. Acarició la piel de su dorso. Abarcándolas con sus grandes manos, apretándolas con sus finos dedos. Hermione se agachó más. Sentía bajo sus manos el eco de los sonidos que él estaba emitiendo. Y quería besar esos sonidos. Se tendió sobre su pecho, su frente apoyada en la de él y sus labios de nuevo en contacto. Rodeados de cabello castaño. Sus manos se soltaron de las del chico y acunaron su rubia nuca. Las de él rodearon su espalda. Y sus caderas hallaron la forma de seguir encontrándose.
Pero besarse requería de un aliento que no tenían. Se limitaron a respirar el aire que había entre ellos. Aferrándose a cualquier porción de piel que tuviesen de la otra persona.
Hermione hundió el rostro en su cuello, gimoteando en staccatos, con desesperación, cerca de su oído.
—Dios… Draco...
Él respondió con un jadeo entrecortado, sin lograr encontrar el aliento suficiente para hablar al primer intento. Ni al segundo. Terminó dejando escapar un gruñido, y utilizó toda su fuerza de voluntad para enderezarse, llevándola consigo, quedando sentado con ella en su regazo. La rodeó mejor con sus brazos, manteniéndola pegada a su torso. Descansando su frente todavía en la suya.
Hermione sonrió ante el cambio de posición. Perdiéndose en la situación durante unos instantes. Perdiéndose en su cuerpo. Le peinó el cabello. Contemplando de cerca el rostro de su amante. Los ojos de Draco estaban entornados, ocultando parcialmente la oscuridad de sus pupilas dilatadas. Inciertos. Idos. Sus labios dejando escapar inestables y contenidos gemidos que golpeaban su boca. Su rostro, encendido. Sus manos clavándose en su espalda. Y su perpetua expresión engreída desaparecida. A Hermione le fascinaba mirarlo en situaciones semejantes. Se volvía tan humano, tan transparente. Incapaz de controlarse a sí mismo, a pesar de ser una persona experta en fingirse fría e indiferente con lo que lo rodeaba. Podría pasarse toda la vida mirándolo deshacerse en sus brazos.
Cubrió las mejillas del chico con sus manos. Manteniéndolo cerca. Y buscó sus labios. Intentando no hacerle daño en la herida casi curada. Ahogando en ellos un gemido provocado por un movimiento especialmente placentero. Él trató de arrancarle el labio inferior con los dientes y no pareció contrariado al no lograrlo. Su mano ascendió para rodear el antebrazo de la chica. Y giró el rostro, hundiendo la boca en su muñeca. Dos rápidos besos en tan tierna piel. Su lengua en su pulso. Su aliento calentándole la sangre. Y la chica ni siquiera escuchó el suspiro que ella misma emitió.
Hermione sintió su interior apremiarlos. Sus caderas trastabillaron. Descendió el rostro, buscando su blanco cuello, hundiéndose en él para repartir torpes y desesperados besos. Todo la estaba superando. No tardó en comenzar a temblar de nuevo, por fuera y por dentro, aproximándose de nuevo al abismo.
—D-Draco… —imploró, casi en un sollozo, contra su cuello. Porque ya no era capaz de moverse. Pero necesitaba seguir. Y no podía respirar. Pero sí pudo notar contra sus labios el gemido que él profirió, reverberando en el interior de su garganta.
No necesitó repetirlo. Él ya estaba moviéndose. La sujetó contra sí con fuerza, cambiando con rapidez la posición de sus piernas para poder acostarla boca arriba sobre el colchón. Tumbándose él encima. Rescatando el ritmo impuesto por la chica. Saciando la locura de ambos.
Draco le rodeó la espalda con un brazo y besó el hombro que quedaba ante su rostro, resollando después contra su piel. Ella lo envolvió con ambos brazos, con mucha fuerza, apretándolo contra sí. Hundiéndose en su garganta. Él podía sentir las pieles de sus torsos deslizarse torpemente la una contra la otra. Y su cavidad aferrándolo. Soltando una maldición, contradiciendo la lógica, siguiendo sus impulsos más básicos, aceleró. Ella se arqueó como pudo bajo el peso de él. Aprobando su decisión. Y dejó escapar un grito contra su oído. Un grito. Y Draco cruzó el punto de inflexión, sin oportunidad de prepararse para controlarlo. Apenas logró resistir dos precipitados movimientos más antes de escapar por su vientre, presionando la boca contra su hombro con fuerza para intentar contener, sin éxito, un grito sofocado que casi hizo estallar su garganta.
Hermione pudo sentir el cuerpo de su amante endurecerse y aflojarse sobre el suyo, dentro suyo, y su descontrolado aliento contra su piel, y esos sonidos, y todo su mundo se puso boca abajo. Se sacudió sin gracia al verse arrojada a su propio vacío. Sus gemidos convirtiéndose en gritos contra su piel, apretándolo contra sí con cada parte de su ser. Mientras cálida humedad se colaba entre ellos. Mientras él peleaba contra la estrechez de su interior, tratando de alargar la cumbre de la chica todo lo posible. Obligándola a sujetarse a él, intentando no abandonar la vida terrenal sin su compañía.
Y entonces todo se fue deteniendo paulatinamente. Se quedaron quietos, asidos el uno al otro, escuchándose a sí mismos, y al otro, intentar respirar. Gimiendo de forma residual, casi con cada exhalación. Sus torsos peleando por ser el que cogiese aire y ocupase espacio. Retorciéndose sin fuerzas. Envueltos en una confusión maravillosa. Hermione fue consciente entonces de que le estaba clavando las uñas en la espalda. Rodeándolo y apretándolo todavía contra sí con ambos brazos. Pero no pudo soltarlo. No quería soltarlo. Nunca.
Draco despegó la boca de su hombro para poder tomar más aliento. Notando que el pelo de la chica se le metía en la boca con cada inhalación. Podía escuchar su agitada respiración en su oído, y sentirla contra su clavícula. Movió el rostro a un lado, solo unos centímetros, encontrando su mejilla con la suya. La de ella ardía contra su piel. Y su interior todavía se contraía a su alrededor cada pocos segundos. Los placenteros vestigios de su propia liberación aun mantenían tenso su vientre y acelerado su corazón. Estaba temblando, y no conseguía parar.
Logró localizar sus propias extremidades en el espacio. Seguía con un brazo bajo la nuca de la chica, rodeando sus hombros. Manteniendo su cabeza elevada y presionada contra su pecho. Movió esos dedos y acarició su hombro. Notó su piel húmeda de transpiración, poco resbaladiza. Su otra mano estaba sujetando su cadera. O sujetándose. Más bien esto último. Y todavía necesitaba hacerlo. No estaba seguro de estar en tierra firme.
Escuchó de súbito una risa desfallecida contra su oído que casi le arrancó una sonrisa. Se dio cuenta entonces de que todavía no había abierto los ojos.
—Dios mío… —farfulló Hermione, atragantándose entre palabras para respirar. Sus pulmones bombeaban con tanta fuerza en busca de aire que casi dolían—. Dios mío, he gritado.
El pecho de Draco se sacudió sobre el de ella, en una risa silenciosa. Burlona. Ella notó cómo él giraba la cabeza a un lado y otro de forma discreta. Posiblemente quitándose su cabello de la boca.
—Lo has hecho —musitó él, entre bocanada y bocanada. Y ella adivinó que estaba sonriendo. Hermione volvió a reír entre dientes. No sabía por qué, pero no podía dejar de reír. Quizá porque era casi ridículo que no fuese capaz de recuperar el aliento.
—Eres demasiado bueno en esto —susurró la chica. Aflojó sus dedos y pasó la palma de su mano por su espalda. Pudo percibir los surcos de media luna que sus uñas habían dejado en su cuerpo.
Draco sonrió de forma engreída contra su piel. Extenuado. Aún estaba hundido en ella. Su cara en su cuello. Su calor abrazándolo por todas partes.
—Lo somos —se permitió murmurar, seguro de que ella no le veía el rostro. Encontrando más fácil decir cosas semejantes sintiéndose oculto a sus ojos. Pero también añadió, en voz más controlada, no dejando que ella pudiese responder nada ante su velado halago—: ¿Estás bien?
Ella supo a qué se refería. Aún se sentía a sí misma ceñirse a su alrededor de forma intermitente. Y se sentía espectacular.
—Creo que sí… —confesó, incrédula. Contenta—. No lo sé. Estoy… No puedo… dejar de temblar —dejó escapar una cansada carcajada—. Me tiembla todo. Creo que nunca me había dejado llevar así.
Ni yo, estuvo a punto de decir él. Se sentía demasiado cansado y satisfecho como para lucir presumido en exceso. Y no estaba seguro de querer permitirse a sí mismo hablar libremente en esa tesitura. Peleando contra el atontamiento, se obligó a estar lo suficientemente lúcido como para añadir, con suficiencia:
—Dame un respiro y en un rato haré que te olvides hasta del nombre de pila de San Potter.
Hermione se echó a reír a su pesar ante semejante promesa. Se relajó contra él, aflojando sus piernas, soltando por fin sus caderas. Girando el rostro apenas un poco para besar la mejilla de él que estaba pegada a la suya. Y también su oreja. Hundiendo la nariz en el rubio cabello de su sien.
—¿Queda agua? —murmuró, con la boca pegada a su piel.
Draco logró reclutar las pocas energías que le quedaban y enviarlas a los músculos de su cuello, para elevar la cabeza y mirar alrededor. Hermione tuvo entonces una visión más fidedigna de su semblante. Sofocado. Sudoroso. Hecho un desastre. Guapísimo.
—Sí, espera… —respondió entonces él, ubicando los vasos que habían dejado junto al colchón, horas atrás.
Su concentración se dirigió hacia abajo cuando separó sus cuerpos por completo, tomándose su tiempo. Ella apenas dejó escapar un tenue suspiro, acostumbrándose ahora a la pérdida. Draco se apoyó en unas inestables manos y rodillas para estabilizarse y poder estirarse mejor por encima de ella. Alcanzando uno de los vasos, lleno de agua hasta la mitad. Hermione aprovechó para salir de debajo de él. Necesitando también dos intentos para que sus manos soportasen su peso y pudiera apoyarse en ellas hasta lograr sentarse.
Le tendió el vaso a la chica, la cual lo tomó con una sonrisa, agradecida. Bebió varios ávidos tragos mientras Draco volvía a dejarse caer tumbado a su lado, apoyado en sus codos. Todavía estaba sin aliento.
—¿Quieres ir al baño? —cuestionó él, en un murmullo. Cayendo en la cuenta de que quizá le gustaría asearse. Pero Hermione negó perezosamente con la cabeza. Le ofreció el vaso al chico una vez terminó, con algo de agua todavía en su interior.
—¿Me consideras capaz de dar un solo paso ahora mismo? —respondió ella a su vez, conteniendo la risa. Tumbándose de costado sobre el colchón. Draco resopló por la nariz a modo de risotada y vació el resto del contenido de un solo trago.
—¿Te acompaño? —ofreció, distraído. Mientras se estiraba para volver a dejar el vaso a un lado.
—No hace falta. Voy después. ¿Tú?
—También después.
Draco se tumbó a su lado, quedando frente a frente. Ella le dedicó una mirada brillante, azorada y cansada, pero satisfecha. Él le pasó una mano por la mejilla, acariciándola con los nudillos. El sudor de sus cuerpos se iba secando poco a poco, pero el sonrojo de su piel seguía ahí. Sus dedos bajaron hasta su garganta. Hasta su pulso. Sintiéndolo. Estaba viva. Seguía viva. Todavía no la había perdido.
Hermione pareció adivinar lo que estaba haciendo. Alzó su propia mano, apartándosela de la zona, y le besó el dorso de los dedos. Indicando que todo estaba bien. Que no tenía que preocuparse por ella. Mintiéndole en silencio. Y él accedió a, simplemente, contemplarla.
Estaba tan desaliñada. Tan salvaje. Tan bonita.
Maldita sea, lo que daría por detener el tiempo y quedarse así, junto a ella, para siempre…
Tiempo. Mierda.
—Oye, ¿qué hora es? —cuestionó él, con intranquilidad. Los ojos de Hermione se nublaron con ligero desasosiego, apreciando que el semblante del chico había cambiado, tornándose preocupado.
—Espera… —Ahora fue ella quien se enderezó para mirar en todas direcciones. Finalmente estiró un brazo hacia el límite del colchón y encontró su reloj de pulsera, el cual se había quitado al desnudarse al inicio de la noche—. Las cuatro y cuarto —dijo, mostrándoselo.
Draco resopló, al parecer aún frustrado, pero también más tranquilo. Volvió a relajar la cabeza contra el colchón.
—¿Tienes que irte antes? —quiso saber la chica, con cautela, tumbándose también. Sin poder ocultar su decepción. Él asintió con la cabeza, sin mirarla.
—Todavía no, pero a las cinco tendré que ir vistiéndome —confesó en un murmullo, con desgana. Ella no preguntó nada, y, aun así, posiblemente sin darse cuenta, él continuó hablando en voz baja—: Samantha estaba en mi habitación cuando me he ido. Y si, cuando se despierte, no estoy, se preocupará. No le he dicho que iba a irme temprano. Y no quiero que alerte a Nott de que no estoy.
Hermione miró su rostro fijamente mientras él hablaba sin mirarla. Escuchando sus distraídas palabras. Asimilándolas con retardo. Helándose al hacerlo.
¿Samantha? ¿Habitación? ¿Despertar?
Se incorporó hasta quedar sentada. Esta vez de un fluido movimiento. Él la miró a la cara al notar su cambio de posición. Y su rostro lívido lo dejó sin aliento.
—¿Samantha? —repitió Hermione, en un susurro tembloroso. De cólera—. ¿Estás…? ¿Has…? ¿Estás engañando a esa pobre chica conmigo? —cuestionó, la indignación empañando cada sílaba. Estaba respirando con dificultad. Y parecía estar conteniéndose a duras penas para no golpearlo directamente.
Draco se sentó de un salto. Con los ojos como platos.
—¡No! —exclamó, al instante—. No, joder, claro que…
—¡No puedes hacerle eso! —estalló ella a su vez. Su rostro descompuesto. Los labios temblorosos. Lo señaló con un dedo firme—. ¡No sé quién es, y, y,… Dios, me da igual! ¡No te atrevas a…!
—¡Que no! No es nada de eso… —protestó él, con más énfasis. Elevó ambas manos y sujetó los brazos de la chica. Obligándola a mirarlo a los ojos—. Escúchame, no es eso. Nada de eso. No hay nada… No somos nada.
—Estaba durmiendo en tu habitación… —protestó ella, ahora en un siseo incrédulo. Como si esa frase hablase por sí sola. Accediendo a dejar de gritar. Pero mirándolo con la misma indignación. Estaba furiosa ante la idea de que engañase a otra chica con ella. Estaba indignada por esa otra chica. Draco apenas lo asimilaba. Estaba loca.
—Lo sé… Joder, me he explicado… No me refería a eso —insistió, apretando más sus brazos. Y su voz sonó tan imperiosa que por fin la hizo enmudecer—. Escúchame. Solo es una… amiga o algo así. Ni siquiera eso. Es una prisionera del Señor Oscuro, ¿de acuerdo? —confesó, sin pensar, sus ojos grises resplandeciendo urgencia. Revelando que decía la verdad. No podía permitir que ella pensase algo así—. Y Nott y yo nos… llevamos bien con ella. Solo nosotros. A veces no se siente bien y simplemente viene a dormir conmigo. O con Nott. Eso es todo. Solo…
Quería decir algo más. Explicarse mejor. Explicarse bien. Pero los brazos de la chica se habían relajado bajo sus manos. Sus hombros también. Sus ojos estaban perdidos en su pecho. Considerando la información. Su rostro seguía luciendo tenso y afectado. Pero ya no parecía enfadada. Solo confusa.
—¿Una… prisionera? —repitió. Con tono más pausado. Él asintió con la cabeza. Aún mirándola.
—Solo se siente… sola. Solo quiere compañía. Eso es todo. De verdad —añadió, en un murmullo seco. Hermione inhaló con vehemencia, recomponiéndose. Se apresuró a asentir con la cabeza. Indicando que le creía. Más dueña de sí misma. Draco le sujetó entonces el rostro con ambas manos y presionó un firme beso en sus labios durante varios segundos—. Lo siento —murmuró después contra ellos.
Hermione sacudió la cabeza con rapidez, todo lo que pudo dentro de su agarre. Y sus labios forzaron una sonrisa. Le acarició una de las manos con las que sostenía su rostro.
—Perdóname tú. Me he precipitado —susurró. Y su voz sonó más estable. Él negó con la cabeza.
—Me he explicado peor que tu estúpido amigo el Comadreja en uno de sus días malos…
Hermione sonrió a su pesar, distraída. Ahora con otra preocupación en su mente.
—Sé que no puedes hablar del tema, pero necesito preguntarlo… ¿Qué… clase de prisionera puede acercarse a los mortífagos hasta ese punto? ¿Hasta visitar sus dormitorios? —cuestionó, con delicadeza, de forma pausada. Confusa. Draco se mordió el labio y suspiró por la nariz. Cavilando sobre qué decir.
No podía contarle más. Explicarle nada. Estaba hablando demasiado. Estaba proporcionando información a un miembro de la Orden del Fénix. No era seguro. Para ninguno de los dos.
—Es una prisionera valiosa. Tiene algunos... privilegios, se podría decir. Y ahora mismo no estáis en condiciones de echarle el guante —declaró, con desganado desdén. Un brillo orgulloso acudió a los ojos de la chica. Como si eso fuera un reto en toda regla. Pero él añadió—: Está en un lugar al que no podéis acceder, créeme. Ni siquiera yo podría decírtelo aunque quisiera. De verdad.
Hermione tragó saliva. Creyéndole, a su pesar. Resignándose a ese hecho con dificultad. Sus párpados aleteaban, con mil dudas tras ellos.
—No recuerdo a nadie valioso con un nombre así —admitió, haciendo memoria. Rebuscando en su prodigiosa memoria. Casi molesta por no saberlo—. No hay nadie con ese nombre que haya desaparecido últimamente…
—Lleva en nuestro poder varios años ya… —reveló el chico, con poco entusiasmo. Mirándola con atención. Cuidando su reacción. Asegurándose de controlar todo lo que revelaba.
—¿Años…? —repitió ella. Afectada. No le gustaba no estar en conocimiento de algo así. Una larga mirada confusa por parte de la chica, un aturullado parpadeo, y una súbita inhalación, le indicaron al chico que algo había acudido a su mente—. ¿Cómo se llama? —cuestionó entonces, con precipitación—. Su apellido.
Draco la calibró. Fastidiado ante su cabezonería. Pero quizá no era tan grave que supiera algo. Desde luego, no podían liberarla. La Orden del Fénix no sabía que la Mansión Malfoy era el Cuartel Principal de los mortífagos, y él no pensaba revelarlo.
Además, sabía que Hermione Granger jamás lo traicionaría.
—Samantha Minette. Era estudiante de la escuela Beauxbatons.
Hermione se quedó sin palabras. Lo contempló con la boca abierta. Atando cabos.
—La… recuerdo. Salió en El Quisquilloso hace años. Dios mío, me acuerdo de ella —fue lo primero que murmuró, acelerada, empatizando al instante con la joven prisionera. Draco no dijo nada—. Es la chica francesa que desapareció durante meses. Cuando reapareció no recordaba nada. Sabía que solo era una víctima, lo sabía… Dios mío, pobre chica… Y después la volvieron a secuestrar… ¿Por qué lo hicieron? —preguntó, del tirón, sin pensar. Él arqueó una ceja, indicando que no iba a contestar. Hermione suspiró con frustración. Pero asintió con la cabeza. Comprendiendo que él ya le estaba dando mucho—. De acuerdo. Lo siento. Es solo que esto es… importante. Esto es…
—No puedes contar nada de esto —objetó entonces Draco. Ella lo miró con abierta frustración—. No puedes, Granger. Ni se te ocurra. ¿Queda claro?
La chica asintió con la cabeza lentamente, mirándolo a los ojos. Prometiéndole en silencio que no lo haría. Entendía que no podía hacerlo. Lo pondría en una posición peligrosa. Draco y Nott parecían ser los más cercanos a esa chica. En el improbable caso de que fuese rescatada, todos los ojos apuntarían a ellos…
No iba a ganar esa guerra a costa de arriesgar la vida de Draco.
Hermione se movió un poco, arrastrándose para sentarse mejor sobre el colchón, pegando la espalda en la pared. La superficie estaba helada, dado que comunicaba con el exterior.
—¿Cómo está Nott? —cuestionó en voz baja, con suavidad. Draco suspiró por la nariz, sin fuerzas. Luciendo molesto. Aunque parecía que consigo mismo. Por haberle revelado que Nott también estaba en el bando enemigo. Aunque intuía que ella ya lo había supuesto, a juzgar por su falta de sorpresa.
Draco se movió a su vez, antes de responder, haciéndose con la manta que habían dejado abandonada junto al colchón minutos atrás. Se la dio a la chica mientras se arrastraba para sentarse a su lado. Hermione se cubrió el regazo con ella. Estaba tiritando por su completa desnudez y ni siquiera se había dado cuenta hasta ese momento.
—Solo —respondió él de forma vaga, sin mirarla. Colocándose a su lado, hombro con hombro—. Como todos.
Hermione siguió mirándolo con atención. Aguardó hasta que se sentó más cómodamente a su lado y le echó también parte de la manta por encima.
—¿Estás en contacto con alguno de vuestros viejos amigos de escuela? —quiso saber la chica, con discreción—. No tienes por qué decirme con quién.
Draco se lo pensó mientras se tapaba las piernas con la manta, aunque no era realmente necesario. No, no lo estaba. No con amigos.
Muchas familias de magos de sangre pura apoyaban a Lord Voldemort y creían fielmente en la causa. Y habían pasado a formar parte en secreto de sus filas. Entre ellos, algunos conocidos de Draco como Vaisey y Higgs. Los cuales habían desertado tiempo atrás, y cuyo destino no conocía, ni estaba seguro de querer conocer.
Pero otras muchas, viendo el panorama que les esperaba en los próximos tiempos, decidieron que era mejor para su seguridad desaparecer y no participar ni en un bando ni en otro. Algunas de las que Draco tenía constancia, como la familia Parkinson, los Greengrass y los Zabini, habían huido sin dejar rastro. Desde que había abandonado Hogwarts, Draco no había vuelto a saber nada de Pansy, Daphne, Astoria o Blaise. Ignoraba si estaban vivos o muertos. Y tenía la deprimente intuición de que nunca más volvería a saber de ellos.
Tenía constancia de que Crabbe y Goyle no andaban muy lejos, pero no había hablado directamente con ellos en ningún momento. Habían participado juntos en misiones concurridas, sin dirigirse ni una palabra. Y Draco no tenía intenciones de cambiar eso.
—No —admitió. Y añadió, dado que ese traspié ya lo había cometido—: Solo con Nott.
Hermione estiró los labios en un intento de sonrisa. Meditabunda. Mirando el serio perfil del chico, recortándose en la casi oscuridad de la estancia. Las llamas anaranjadas de los tarros de cristal teñían su pálida piel de un tono más cálido, creando débiles ondulaciones. Notaba su propio corazón acelerado. Y se permitió unos segundos para armarse de un valor que no sabía si poseía. Necesitaba saber si… Era una tontería. No aportaba nada, y mucho menos cambiaba algo. Pero quería saberlo. Quería saberlo todo.
Emitió un suspiro entrecortado que a Draco le sonó extraño.
—¿Y no has conocido a nadie? —logró articular Hermione, casi con precipitación, antes de arrepentirse.
Draco se limitó a fruncir el ceño. Confundido. Su cerebro intentando descifrar la pregunta durante varios segundos.
—A mucha gente…
—No, estúpido, hablo de… Ya sabes... ¿No has estado con nadie?
Draco sospechó que estaba especialmente cansado, porque seguía sin entender lo que le estaba diciendo. Dejó de mirar las pelotillas de la vieja manta que lo cubría y giró el rostro hacia ella. Encontrándose con sus ojos. Estaba sentada con la espalda muy tiesa. Con poco natural entereza. Casi parecía estar obligándose a lucir lo más dueña de sí misma posible. Lo contemplaba con fijeza. Con curiosidad.
—¿De qué estás hablando? —insistió él, sintiéndose casi enfadado ante su propio despiste.
Ella resopló con furiosa frustración ante su lentitud. Sus nervios amenazaban con acabar con ella, y él no estaba poniendo de su parte.
—Draco, no nos hemos visto en dos años. Te estoy preguntando si has conocido a alguna chica en todo este tiempo. Si has tenido pareja. No tienes por qué contármelo si no quieres, solo era curiosidad —explicó, con impaciencia, de la forma más fingidamente madura y tranquila que pudo. Aunque tuvo que bajar el tono de voz para poder controlarlo. Y esperaba que lo hubiese entendido esa vez, porque ya no podía volver a decirlo en voz alta.
Y, sí, Draco lo entendió. Y estuvo a punto de reírse. Casi lo hizo, pero captó a tiempo que se lo estaba preguntando en serio. Y tuvo que replantearse su reacción. Fue consciente en ese momento de que tenía razón. Era una pregunta coherente. En teoría, podría haber estado con cualquier otra persona. Habían terminado con la relación que estaban manteniendo en Hogwarts, con todo lo que los unía, cuando se separaron la noche en que los mortífagos atacaron el castillo. Se habían separado para no volver a verse nunca más.
Había sido consciente de ello todo ese tiempo. Plenamente. Y, sin embargo…
—No —terminó respondiendo, de forma seca. «Claro que no». Apartó la mirada. Quiso decir algo más elaborado, pero reafirmarlo era más fácil—: No.
Ella no respondió nada. Y Draco, en medio del silencio, comenzó a ser más consciente de pronto de sus propias pulsaciones. De pronto el pecho le estaba quemando. Empezó a sentir mucho calor. La manta le daba mucho calor. Esa naturalidad con que le preguntaba por alguna otra chica…
—¿Has…? —empezó de forma automática, brusca, sin meditarlo previamente—. ¿Tú has estado con alguien?
Su intención inicial había sido plantearlo de forma caballerosa. Quería haber añadido, al igual que ella, que no tenía por qué responder. Pero quería que lo hiciera. Así que se limitó a la pregunta directa. No sabía qué más decir. Ni siquiera se ponía de acuerdo en qué sentir. Tampoco podía mirarla. Tenía la vista fija en la estúpida manta llena de pelotillas. El corazón le estaba latiendo a toda pastilla. Y sintió vergüenza de sí mismo. Mucha. De la repentina y egoísta necesidad de que dijese que no. Estaba suplicando con cada célula de su cuerpo para que dijese que no, y era remotamente capaz de entender que no era justo. Pero no podía evitarlo.
¿Se habría enamorado de alguien?
Se mordió el labio, haciéndose daño en la herida mal curada. Y supuso que por eso se le humedecieron los ojos de pronto. Dolía. Algo dolía mucho. Y no lo entendía. No entendía por qué su cuerpo estaba reaccionando al margen de las ideas coherentes que retumbaban en su cabeza. El calor de los celos abrasándole cada pedazo de piel que lo cubría. Y no estaba justificado. Y lo sabía. Pero era lo que sentía.
¿Cómo no se lo había preguntado antes? ¿Por qué ni siquiera lo había pensado? Porque él no había estado con nadie… Pero habían pasado dos puñeteros años. Seguro que había conocido a alguien en todo ese tiempo. Era natural. ¿Cómo podría reprocharle nada? No lo haría. Nunca. Pero… mierda, solo imaginarlo era… Él… él no quería…
«¿Qué esperabas, gilipollas? ¿Pretendías qué hubiera estado suspirando por ti dos años, sabiendo, o creyendo al menos, que no os veríais nunca más? No seas imbécil…».
Ella rio con suavidad a su lado. Y Draco estuvo a segundos de retirar su pregunta. No quería escucharlo. No quería saberlo. Sí quería. Pero no podía escucharlo…
—No. Yo tampoco. Con nadie —musitó ella, con serenidad. Y sonrió al añadir—: No es la mejor época para enamorarse.
Draco intentó dominarse, pero no pudo evitar tomar aire con urgencia por la boca. Una honda bocanada. Silenciosa. Refrescando su interior. El corazón le latía ahora más rápido que antes. Consiguió no cerrar los ojos, para no revelar su deshonesto consuelo abiertamente.
—¿Alguna lo es? —se burló, en cambio. Y le sorprendió que su voz sonase tan naturalmente mordaz a pesar de haber tenido que atravesar con pico y pala el nudo de su garganta para poder emitir un sonido. Ella rio por lo bajo.
—Vaya dos —bromeó Hermione. Draco logró mirarla entonces. Y vio que estaba sonriendo para sí misma, mirando al fondo de la estancia. Parecía animada—. Qué mal se nos da enamorarnos.
A Draco se le escapó una sonrisa que ella no vio. Dejó caer la nuca contra la pared. Relajándose. Dándose cuenta de que llevaba un buen rato con el cuerpo entero en tensión.
—Muy mal.
Hermione rio de nuevo. Inclinó la cabeza y la dejó apoyada en su hombro. Y volver a tenerla pegada a su cuerpo fue el mejor sedante.
—Entonces me parece que tu matrimonio, y los hijos que perpetúen tu linaje, tendrán que esperar —bromeó la joven, en voz baja. Draco suspiró de la forma más disimulada que pudo. Recordando esa conversación sobre sus respectivos amoríos, aquel pacífico día, en la Casa de los Botes. Habían cambiado tantas cosas…
Miró al techo, con el corazón retumbando en los oídos. Dejando volar su imaginación.
—Hubiera estado bien —confesó, esbozando una altanera sonrisa al imaginárselo—. Una boda a lo grande, la más lujosa de los últimos tiempos. Portada en los periódicos. Y hubieran venido las grandes influencias del mundo mágico. Hubiera vivido en la mansión de mi familia, con mi mujer y mis hijos… Les hubiera enseñado todo lo que mi padre me enseñó. Cómo debe comportarse un Malfoy. El poder, el orgullo de la familia Malfoy. Seríamos una familia conocida en toda Gran Bretaña…
—Suena bien —concedió Hermione con una cálida sonrisa—. Aún podrías hacerlo —añadió, algo confusa al ver que él hablaba como si fuese improbable que sucediese.
—No digas bobadas —replicó él con lánguido menosprecio.
—Bueno, no a corto plazo, eso está claro —protestó la chica, arqueando una ceja—. No mientras dure esta guerra. Pero algún día terminará. Y, si Voldemort gana, podrás tener ese futuro, supongo.
Su voz no sonó acusadora en absoluto. Simplemente fue un hecho. Y, quizá por eso, Draco se sintió como si lo hubiera apuñalado. Un futuro… sin ella. De pronto todo su cuerpo regresó a la realidad. Recordó que estaban en bandos contrarios, luchando por objetivos contrarios. Recordó que, si uno obtenía la victoria, el otro no lo haría.
Lo que estaban viviendo era una ilusión. Nunca podrían estar juntos, al margen del final de esa guerra. Incluso aunque el Señor Oscuro fuese derrotado, las arraigadas creencias de la sociedad mágica pura de sangre no morirían con él. Lo que había entre ellos seguiría siendo indecente a ojos del mundo.
«Ni siquiera aunque mi bando gane tendré el futuro que quiero…», se sorprendió pensando Draco. Sin alcanzar a entender del todo el alcance de semejante conclusión.
¿Estaba luchando por un futuro que no quería?
Entrelazó las manos. Intentando ocultar que le temblaban. Tenía que parar. No era el momento de pensar. No podía pensar esas cosas.
—¿Y tú? —preguntó él, bruscamente. Sin demasiada amabilidad. Pero sus pensamientos lo estaban sofocando—. ¿Formarías una familia?
Hermione se lo pensó unos segundos. O, más bien, estaba pensando cómo plantear lo que ya tenía en mente.
—No si gana Voldemort. Si eso sucede, y en el caso de que yo sobreviva —la serena lógica de su voz ante una posibilidad semejante erizó la piel de Draco—, no voy a traer hijos a un mundo mágico dominado por la oscuridad, en el cual serían considerados menos que basura. No se merecen eso —determinó, categórica. Draco guardó silencio, sintiendo que, para su propio pesar, la comprendía.
Pero era de locos. Un hijo de alguien como Hermione Granger podría ser uno de los mejores magos del mundo. Ella era una de las mejores brujas que conocía. Y, si ganaba el bando que luchaba por la supremacía y los derechos de los magos, ese niño jamás existiría. ¿Cuándo todo se había vuelto tan absurdo?
—¿Y si no ganamos? —escapó de los labios del chico. Sin pensar—. ¿Y si ganáis vosotros?
Hermione sonrió. Draco no lo vio, pero sintió su mejilla contraerse contra su hombro.
—Me encantaría casarme —confesó ella, con voz suave—. Y también me gustaría tener hijos.
Ambos guardaron unos segundos de cómodo silencio. Draco la miró de reojo, mientras ella contemplaba el fondo de la habitación. Relajada. Ignorante de que él se estaba fragmentando por dentro. O al menos eso sentía. El pecho le pesaba. Tenía que hacer un esfuerzo extra para respirar. Sintió sus ojos humedecerse de nuevo. Y volvió a parpadear con furia, mirando al techo. Intentando deshacer las lágrimas antes de que cayeran. Joder, ¿qué cojones le pasaba?
«Quiero estar contigo», pensó entonces, de súbito. Sin plantearse de ninguna manera pronunciar esas palabras en voz alta. «Quiero tener hijos contigo. Quiero vivir contigo. Quiero una vida normal…»
Y ese pensamiento lo impresionó más que cualquier amenaza de muerte. No quería nada por lo que estaba luchando. No quería ser la mano derecha del Señor Oscuro. No quería ser un soldado. No quería la gloria. No así. No quería obtener renombre de esa manera. No obtenía nada de todo eso. Quería una vida normal. Con Granger.
Pero no podía elegirla. Esa opción no era válida. Así que tenía que continuar.
La voz de la chica lo devolvió a la realidad. Por suerte. Porque estaba entrando en un pozo de pensamientos tan hondo que no estaba seguro de poder salir solo de ellos.
—¿Te imaginas que la guerra termina mañana? —fue lo que planteó ella, con voz derrotada. Él la miró de nuevo, solo por tener apoyo visual y alejarse aún más de sus propios pensamientos—. Así, sin más. Que todo esto acaba. Tanta muerte y oscuridad…
Draco se humedeció los labios. Si el final de la guerra significaba no volver a verla nunca más… No quería que llegase. Lucharía cien años más en medio de muertes y oscuridad. Solo por verla cada tres semanas en ese agujero muggle en el que se encontraban.
—Venza quien venza —comenzó Draco, poniendo voz a algunos de sus más oscuros pensamientos. Necesitando plantearlos en voz alta para volver a la realidad de nuevo. Estaba reflexionando sobre demasiadas cosas imposibles esa noche—, tú y yo seguiríamos sin poder…
Silenció por completo su alegato, incapaz de terminarlo. Arrepintiéndose de haber empezado. Ella no se mostró impresionada. Elevó la mirada, deleitándolo con sus bellos y brillantes ojos oscuros.
—Eso ya lo sé.
Draco le devolvió la mirada, entendiendo que lo sabía. Lo había asimilado. Que el destino se burlaba de ellos, poniéndolos en el camino del otro una y otra vez. Pero sin permitirles estar juntos completamente. Lo que había entre ellos seguía siendo algo precario, a pesar de todos sus esfuerzos. Y eso no se podía cambiar. Y se dio cuenta de que a él le estaba costando bastante más asimilarlo en ese momento. ¿De verdad llegaría el día en que no volviesen a verse nunca más?
—¿Te casas conmigo? —murmuró de pronto Hermione, en un etéreo susurro. Draco casi se atragantó. Enfocó sus ojos. Preguntándose con pánico si le estaba leyendo la mente. Pero ella lo contemplaba con total tranquilidad. Expectante.
—Granger, no me jodas, ya sabes que no… —comenzó con brusquedad. Casi enfadado. ¿A qué venía semejante tontería?
—No podemos. Lo sé —protestó ella. Y había una extraña determinación en sus ojos. Una inusual rebeldía—. Pero aquí no nos oye nadie. Nadie nos lo puede prohibir. Podemos decir lo que queramos.
Draco apartó el rostro. Mirando el fondo de la habitación. Furioso con ella. Por hacerlo siquiera plantearse algo así.
—Sigue siendo una pregunta estúpida —protestó él entre dientes.
—Solo dime sí o no —se desesperó la chica, exasperada—. No es más que una broma. No tengo un sacerdote escondido entre mis ropas que salga a casarnos…
—Y tú también eres estúpida —espetó en voz más alta. Irritado. Impaciente—. Porque claro que sí, Granger. Claro que me casaría contigo. Deja de preguntar estupideces sin sentido.
Se hizo el silencio. Draco tenía la vista fija en un desconchón de la pared que había frente a él. Sin atreverse a parpadear. Menos aún a respirar. Mierda, ¿por qué…?
—¿Lo harías?
La escuchó susurrarlo. Con un hilo de voz. Como si no se esperase algo así. Como si la broma se le hubiera ido de las manos. Él necesitaba cerrar los ojos, ocultarse del mundo, pero no lo hizo. Tenía también la urgente necesidad de añadir un comentario petulante. Para recuperar su territorio. Su personalidad distante. Un "te concedería el honor de casarte conmigo", o algo semejante. Pero no era capaz de decir nada más.
—¿Y mi anillo? —exigió a continuación la joven. Draco captó el afectuoso humor en su fingidamente severa voz. Podía ver a través de sus muros, y veía que estaba profundamente avergonzado de sus propias palabras. Y quería tranquilizarlo. Quería hacerlo reír. Y el chico no pudo contener el resoplido agradecido que abandonó su nariz.
—Se me ha olvidado en mi otra túnica de mortífago.
Hermione se echó a reír. Arrancándole a él una sonrisa perezosa. La chica se apoyó mejor contra él, y Draco elevó el brazo para que descansase en su pecho. Para abrazarla contra su cuerpo, rodeándole los fríos hombros.
"Claro que me casaría contigo".
AY, está mal que yo lo diga, ¡pero me encanta el final! 😍
Este capítulo ha sido más tranquilo que los anteriores. Para compensar un poco tanta acción. Ya se merecían estos dos un capítulo solo para estar relajados, en pareja. Han pasado dos años, tenían cosas pendientes para hablar… ja, ja, ja 😂 Aunque hemos tenido un par de detalles importantes, como que Draco ha conseguido ese cambio de rango a sargento… ¡y también dónde está Dumbledore! Ay, ay, ay… 😱
Espero que la escena "íntima" os haya gustado mucho, ya sabéis que soy muy novata en esto… 🙈 Considero que quizá es un poco más descriptiva que la primera, porque tiene menos carga emocional, y porque estos dos ya han intimado más y tienen más confianza con el cuerpo del otro ja, ja, ja pero he intentado seguir la línea de la primera, detallada pero no demasiado explícita 😊
¡Ojalá os haya gustado mucho! ¡Un millón de gracias por leer! Si os apetece dejarme un comentario me haréis la dramionera más feliz del mundo ja, ja, ja 😍
¡Un abrazo y hasta el próximo! 😊
