¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 ¡Sorpresa! Os traigo el capítulo un poquito antes de lo que suelo tardar. 😂 De hecho, lo tenía listo para haberlo publicado el fin de semana, pero no he estado en casa, así que no ha habido manera... Pero, bueno, espero que el capítulo os anime el inicio de semana je, je, je 😂
Muchísimas gracias a todos los que estáis ahí, acompañándome en la historia capítulo a capítulo. 😍 Dejéis o no comentario, por supuesto. Me encanta, desde luego, leer vuestras hipótesis y vuestras palabras siempre tan amables y entusiasmadas. 😍 ¡No puedo pedir más! ¡Os adoro! ¡Mil gracias! 😍
Se viene un capítulo con algo más de acción… ¡ojalá lo disfrutéis!
CAPÍTULO 46
El castillo de Berry Pomeroy
El sol se ocultaba lentamente en un atardecer color rojo sangre. Un bello espectáculo que era visible desde las amplias ventanas de la cara oeste de la Mansión Malfoy. La mayoría de ellas tenían las cortinas echadas, únicamente las del salón de la planta superior estaban abiertas de par en par. Una figura estaba contemplando el atardecer tras los grandes ventanales. El alto personaje vestía una larguísima túnica, negra como la noche que se avecinaba. Una capucha cubría su cabeza, y sus manos, entrelazadas en la espalda, estaban ocultas por las largas mangas acampanadas. Solo sus ojos, rojos como el ocaso que contemplaba, podían apreciarse bajo la opaca ropa.
El mobiliario de la habitación era escaso en comparación con su gran tamaño. Una lustrosa y gruesa alfombra que ocupaba casi la totalidad del suelo, un par de sillones frente a una chimenea. Una amplia estantería llena de colecciones de libros recubría una de las paredes. Una ostentosa lámpara de araña de hierro, compuesta de decenas de ondulaciones metálicas, y algunas velas, colgaba del centro del techo. Apagada.
Se oyeron unos golpes en la gruesa puerta de madera. La figura junto a la ventana no hizo pasar al visitante. Ni siquiera se movió. Aun así, instantes después, la puerta se abrió con un crujido.
—¿Mi señor? —balbuceó una ajada y aterrada voz, solo asomando la cabeza—. ¿Quería verme, milord…?
Lord Voldemort no apartó su mirada de pupilas verticales de las ventanas ni del atardecer. Siguió sin hacer ningún gesto. Colagusano tragó saliva y entró en el salón, cerrando la puerta tras él, intentando no hacer el más mínimo ruido. No se atrevió a avanzar más. Ni a volver a hablar. Su señor estaba pensando. Y su vida corría riesgo si interrumpía.
El silencio se prolongaba. Colagusano estaba sudando. ¿Había sucedido algo? ¿Había hecho algo mal?
Finalmente fue incapaz de soportar la incertidumbre:
—¿… M-milord? ¿Puedo ayudarle en…?
—Lo he encontrado.
Colagusano enmudeció como si le hubiera lanzado un Silencius. Volvió a hacerse el silencio por parte de su líder, y el hombrecillo no se atrevió a romperlo. Aguardó, mordiéndose compulsivamente el labio inferior con sus dientes irregulares, hasta que Lord Voldemort volvió a hablar, casi para sí mismo:
—Ha llegado la hora. Lo haremos esta noche. Ya sé dónde se esconde... No hay por qué demorarlo más.
Colagusano parpadeó. Su boca se abrió con estupefacción.
—¿Sabe dónde está Potter, mi señor? —preguntó sin pensárselo dos veces, desconcertado y esperanzado.
El resoplido de Voldemort, ampliando sus fosas nasales alargadas como las de una serpiente, fue audible incluso desde la puerta. Colagusano retrocedió instintivamente, horrorizado por haber metido la pata.
Voldemort se apartó por fin de la ventana y se giró hacia Colagusano. Éste último estaba sudando profusamente.
—No hablo de Harry Potter —pronunció el Señor Oscuro, con una voz tan suave que aterrorizó aún más a su interlocutor—. No… Hablo de un arma que me permitirá proseguir con todos mis planes… Incluido Harry Potter. Un arma que se me escapó una vez de entre los dedos. Lo cual no permitiré que vuelva a ocurrir.
—Entiendo, mi señor —Colagusano no había entendido apenas nada de lo que su señor había dicho, pero ni se le ocurrió preguntar—. ¿Qué quiere que haga, Su Señoría? —inquirió, fingiendo más valor y predisposición de la que sentía. Intentó recuperar algo de su aplomo para complacer a su señor y que olvidase su metedura de pata sobre Harry Potter.
—Convoca a los Sargentos Negros. Nos reuniremos pasada la medianoche. Que sus tropas estén preparadas. Necesito al mayor número de personas posibles. A los mejores. Esta noche tenemos mucho trabajo por delante.
—Sí, señor. Como usted ordene —repitió el hombrecillo.
Colagusano se inclinó con énfasis y después salió por la puerta en un rápido revuelo de capa. Lord Voldemort se volvió de nuevo al atardecer.
Antes del amanecer, tendría en sus manos el poder para conquistar el mundo mágico.
—Ni se te ocurra, Granger.
Hermione se detuvo a mitad del, creía ella, discreto movimiento de su varita. Se había encontrado de lleno con sus grises ojos. La había pillado. La chica dejó escapar un inmediato resoplido frustrado y se resignó a bajar la mano.
—Necesito saber si hay infección —protestó Hermione, inflexible.
Draco estaba tumbado en el viejo colchón de la Calle Blucher, boca abajo, con la mitad superior del cuerpo al desnudo. Su camisa, su túnica y sus protecciones reposaban en el suelo. Tenía los brazos cruzados bajo su rostro, a modo de almohada. En ese momento su sien se apoyaba en sus antebrazos, para poder tener la cabeza girada y contemplar a la joven. Con hostilidad.
—Nada de hechizos —recordó él, exasperado—. Esto no es una excepción.
—Necesito comprobar algunas cosas para asegurarme de hacer un tratamiento correcto —discutió la chica, impaciente—. No soy sanadora. Y no quiero cometer ningún error.
—Nada… de… magia —repitió Draco, entre dientes, articulando mucho las palabras. Hermione le sostuvo la mirada, enfadada. Pero perdió contra su testarudez. Dejó escapar un suspiro irritado y colocó su varita en el suelo, lejos de su propio alcance. Aprovechó para acercarse más uno de los pequeños tarros de cristal que acababa de encender con su mechero. Necesitaba algo más de luz para poder ver bien.
Hermione se apartó el pelo de la cara, colocándolo de forma impaciente tras sus orejas, y continuó con la cura. Hurgó en el voluminoso estuche de madera, lleno de frascos, que había sacado hacía un rato de su bolsito de cuentas. Eligió uno de los viales y volcó parte de la amarillenta solución de tentáculos de Murtlap sobre el pañuelo de tela que reposaba en su pierna. Después lo presionó contra la piel del chico. Draco cerró con fuerza los ojos y se limitó a sisear entre dientes por el dolor.
En la zona de su omóplato izquierdo, y parte del costado, había una ancha quemadura que abarcaba una considerable superficie. La piel todavía estaba tierna, casi en carne viva en algunas zonas, y se apreciaban algunas ampollas en la superficie. No parecía que nadie hubiese intentado sanar aquella herida.
Cuando ambos se encontraron esa noche en la Calle Blucher, y se acomodaron en el colchón para charlar, Draco sufrió en el proceso un discreto sobresalto y le pidió intercambiar lugares. Para tumbarse sobre su otro hombro, admitió a regañadientes ante la mirada cargada de sospecha de ella. Hermione, perturbada ante la presencia de una lesión, se empeñó en que le mostrase qué era lo que le había ocurrido. Tras una breve discusión, la cual ella ganó, Draco accedió a quitarse la parte superior de su ropa.
Le contó que había resultado herido en una misión, pocos días atrás. Herido con una maldición de Fuego Maligno. Según el chico, una maldición que a uno de sus propios compañeros se le había ido de las manos. Hermione no sabía de qué misión se había tratado, y no había querido preguntar. Eso era lo de menos. Lo importante era atender esa herida de inmediato.
De modo que se puso manos a la obra y decidió intentar hacerle una cura de urgencia. Haciendo caso omiso a la firme negativa del chico, lo había obligado a tumbarse boca abajo y había comenzado a verter pociones sobre él.
Aplicó el pañuelo con esencia de Murtlap mediante suaves toques a lo largo de la quemadura, arrancando estremecimientos de dolor al muchacho. Hasta hacer desaparecer gran parte de las abrasiones. Después volvió a hurgar en el bolsito de cuentas, metiendo el brazo hasta el hombro. El interior resonó como una bodega de carga, como si dentro se almacenasen cientos de objetos. Draco lo miró de reojo casi con sorna. Hermione, concentrada en su tarea al doscientos por cien, no se fijó en su burlona expresión. Sacó un pañuelo limpio mientras volvía a rebuscar en su estuche de madera. Cogió un nuevo frasco, esta vez con un líquido morado. El contenido estaba por la mitad.
—Tendré que pedir más —murmuró la joven, para sí misma, destapando el corcho con la misma mano con la que sujetaba el pañuelo. Draco alzó sus ojos claros hacia ella, deslizándolos por las facciones de la chica.
—No malgastes tus pociones en el enemigo… —masculló, con frialdad, haciendo ademán de levantarse, apoyándose en los codos. Pero Hermione estiró una rápida mano y lo mantuvo en su lugar, empujándolo con la palma para que volviese a tumbarse.
—Tenemos suministros de sobra, no te preocupes —aseguró, lacónica. Pegó el pañuelo al cuello del frasco y lo volcó para que parte del líquido lo empapase—. Los tuyos todavía no han localizado a todos los brujos que nos suministran los ingredientes de pociones. Ni tampoco a quienes las crean.
Era una verdad a medias, pues, en realidad, la Orden estaba bajo mínimos. Especialmente en pociones. No podían ir a buscar ingredientes tan habitualmente como desearían, y los encargados de realizarlas, Terry Boot entre ellos, no podían ir tan rápido como necesitaban. Algunas pociones tardaban desde horas hasta semanas en crearse. Trabajaban arduamente, pero imprevistos como repentinas batallas, o ataques de cualquier tipo, bajaban aún más las provisiones. Y, últimamente, las batallas se sucedían con poco margen entre unas y otras. El ejército de Voldemort estaba intentando hacerse con el territorio de Oxford en los últimos tiempos. La Orden sospechaba que su ávido interés se debía a la presencia en ese lugar de una de las más importantes sedes de la Unidad de Captura de Hombres Lobo del Ministerio de Magia. Con el control de esa sede, sería mucho más sencillo que los hombres lobo que formaban parte de las filas de Lord Voldemort pululasen por el mundo mágico a sus anchas.
Hermione dejó el frasco a un lado y abrió un cajón lateral, desplegable. Sacando el mortero. Rebuscando después entre un ramillete de ortigas y un bezoar. Pero entonces se detuvo. Y apretó los labios al comprender algo.
—Necesito usar la varita para fabricar la Poción Anestésica —indicó, con seriedad. Intentando que sonase como un hecho que él no pudiese cambiar. Draco no se inmutó.
—No la fabriques, entonces.
—Draco, voy a hacerte mucho daño.
Él tuvo el valor de componer una mueca de resignación, transformándola después en una arrogante.
—Me preguntaba cuándo empezaría a doler… —se burló, hundiendo el rostro en sus brazos. Dejando la frente apoyada en los antebrazos para quedar mirando al colchón. Preparándose. Hermione frunció los labios, esta vez con angustia. No quería hacerle daño. Idiota testarudo…
Entendía que hacer magia era peligroso. Que era rastreable. Que tenían que pasar desapercibidos allí. Pero, por Merlín, solo serían un par de hechizos… No quería hacerle daño.
Miró el pañuelo empapado que tenía en la mano, vacilante. Era un poderoso antiséptico. Que se solía utilizar junto con Poción Anestésica en heridas semejantes. En heridas normales, escocía una barbaridad. No quería ni imaginar cuánto le dolería en la sensible piel en carne viva de su espalda.
Utilizó su mano libre para acariciarle la parte superior de su rubio cabello. Se inclinó todo lo que pudo hacia su cabeza y pegó los labios contra su nuca. Dando un beso en la zona.
—Cariño, te va a doler… —insistió en un murmullo, con seriedad, hablando contra su cabello. Él se limitó a emitir un estoico gruñido. Sin ceder en su postura.
Contrariada, armándose de valor, Hermione se enderezó y comenzó a aplicar el pañuelo con suaves toques en la parte inferior de la quemadura. Draco se mordió el labio inferior, contrayendo su rostro con fuerza, arrugando su expresión por completo.
—Su put… Mierda... Joder —no pudo evitar dejar escapar, su cuerpo sacudiéndose en manifiestos espasmos cada vez que el líquido tocaba su piel. Un humo malva salía de la herida allí donde la joven aplicaba la poción.
—Lo siento mucho, ¿quieres que pare? —ofreció la chica, preocupada, separando el pañuelo y manteniéndolo en el aire. Sus ojos brillaban de empatía. La piel de él estaba erizada por el dolor.
—¿Me has oído responder "sí" a esa pregunta alguna vez? —se burló él a su pesar, sin aliento. Hermione sonrió con censura, captando el pervertido sentido que le había dado. Contra su voluntad, volvió a presionar el pañuelo sobre su sensible piel—. Joder… —gruñó él de nuevo, ya sin humor, con voz ahogada por tener la boca pegada a sus brazos. Respiraba en pesados jadeos. Y los brazos le temblaban. Lo vio doblar la rodilla y dar intermitentes golpecitos con el pie sobre el colchón para sobrellevar el malestar. Hermione le rodeó el brazo con los dedos, intentando reconfortarlo. Pero cuando la chica se concentró en la zona en peor estado, la más cercana a su hombro, él se retorció entero. Inhaló largamente entre dientes, en forma de siseo, y exhaló de forma temblorosa cuando ella presionó la zona de nuevo.
Al cabo de pocos segundos, aunque parecieron interminables para Draco, ella terminó. La herida estaba desinfectada. La mayoría de las ampollas se habían reducido. Al menos ya no estaba en carne viva. Ella apartó por fin el pañuelo, pero la musculatura del chico siguió rígida, esperando más dolor.
—Ya está… —susurró Hermione, pasando una mano por su espalda, en una suave caricia. Observó cómo los músculos del chico se aflojaban, hundiéndose en el colchón. Él movió los hombros en círculos, como si se le hubieran quedado agarrotados por tenerlos en tensión—. Te voy a poner un ungüento, y terminamos…
—Te acabas de quedar sin sexo esta noche, Granger, que lo sepas… —farfulló, agotado, todavía contra sus brazos. Hermione sonrió sin que él la viese, cogiendo un pequeño tarro lleno de una pasta verdosa.
—Qué pena… —susurró, juguetona. Comenzando a aplicar la pasta con los dedos, con cuidado. Vio los hombros del chico vibrar cuando se rio en silencio—. ¿Has puesto a tus ropas un Hechizo Amortiguador para que no te hagan daño?
—Y a las protecciones.
—Buena idea.
—Algún día te entrará en esa cabezota que todas mis ideas son buenas.
Hermione sacudió la cabeza con resignación, aprovechando que no le veía, y dejó el tarro de vuelta en su estuche cuando terminó. Tomó un tercer vial antes de inclinarse y darle otro beso en la nuca.
—Tómate esto. Es un antídoto. Por si acaso.
Él se enderezó por fin con dificultad, quedando sentado ante ella. Con aspecto algo derrotado. Tomó de mala gana el vial que le ofrecía y se lo bebió de un largo trago.
—No puedo hacer más —se lamentó la chica, tocándose el lóbulo de la oreja con índice y pulgar, mientras miraba su estuche de madera. Pensativa—. Si dices que ha sido hecha por Fuego Maligno... Es una herida provocada por magia muy oscura. Es difícil curarla con estas pociones tan generales. Se curará con el tiempo, pero más lentamente que una herida normal. No estoy segura si dejará una cicatriz o no.
—Lo sé —replicó él, sin darle ninguna importancia. Otra cicatriz más. Hizo girar el hombro, intentando relajarlo. Comprobando el dolor.
—¿Algo mejor? —quiso saber Hermione, observándolo, con expresión vacilante. Lucía algo desalentada, casi culpable, por no poder ayudarlo más. Él le devolvió una mirada mucho más suave a modo de silencioso agradecimiento, y asintió con la cabeza un par de veces—. ¿No te ha curado nadie? ¿No tenéis sanadores? —cuestionó entonces ella, mostrándose indignada.
—Mi madre me aplicó una pasta para quemaduras —admitió Draco, estirándose para coger la camisa y colocándosela de nuevo. Esbozó una incontenible mueca de dolor al echar el brazo hacia atrás para meter la mano por dentro de la manga—. Pero, como bien dices, es una maldición oscura. No hizo gran cosa. Tenemos un sanador, pero no quiero ir a verlo.
—No seas orgulloso… —lo recriminó ella, severamente, encendiéndose. Dispuesta a embarcarse en una retahíla de por qué era necesario que un profesional tratase la herida si había posibilidad.
—No es orgullo —corrigió él, y algo en su tono hizo que la joven enmudeciese y no insistiese más, a la espera de su explicación—. Era un sanador de San Mungo. El Señor Oscuro lo secuestró hace meses. Hubo un problema con el anterior medimago y necesitaba con urgencia alguien que curase a sus tropas. Y no encontró voluntarios.
—Creo que sé de quién hablas —susurró Hermione, contemplándolo con el rostro demudado—. ¿Rutherford Poke? ¿Está vivo? No estábamos seguros…
Draco se limitó a asentir con la cabeza, no luciendo impresionado por su buena memoria. Su mirada estaba fija en el colchón mientras se abrochaba los botones de la camisa.
—No quiso ayudarnos en un principio —relató el joven, en voz baja y seria. Perdido en sus recuerdos—. Yo fui el encargado de convencerlo. El Señor Oscuro no suele pedir las cosas "por favor". Ante su reiterada negativa, iban a matarlo sin más, y propuse… Le… mutilamos. Le cortaron uno de sus pies. Las manos eran valiosas para su función de sanador, pero los pies no. Quería lograr que accediese como fuera. Iban a matarlo… Y, por suerte, accedió. Así que está vivo. Pero no he vuelto a verlo. No he podido. Mi madre me ha curado siempre que lo he necesitado.
Haciendo un visible esfuerzo, alzó su gris mirada para contemplar a la chica. Sin saber qué iba a encontrarse. Ella le devolvió una mirada más serena de lo que estaba esperando. Sus ojos marrones se veían afectados, más brillantes que hacía un rato, pero su expresión era firme. No había ningún tipo de juicio en su mirada.
—Entiendo —musitó ella, en voz baja. Curiosamente, la serenidad de su voz pareció encender al muchacho. Su ceño se frunció y observó a la joven con incredulidad.
—No, no lo entiendes —protestó él, repentinamente irritado—. No finjas que lo entiendes. Nunca has sido condescendiente conmigo, no empieces a serlo ahora. No finjas que lo que he hecho no es algo terrible.
—No he dicho que no sea terrible —le corrigió Hermione, sin mostrarse alterada—. Pero puedo entender que ha sido algo que… te viste obligado a hacer. Querías salvarlo. Tu intención no era hacerle daño.
—¿Qué importa mi maldita intención? ¿Acaso eso cambia algo? —discutió Draco, enfadado, al parecer empecinado en proclamar su culpabilidad—. ¿Qué importa el motivo? ¿Has oído lo que te acabo de contar? Yo propuse que le cortasen el pie a una persona.
—Para evitar que lo matasen —repitió Hermione de nuevo, subiendo el tono de voz. Draco apartó la mirada, mordisqueándose el labio para contener su rabia—. Draco, lo hiciste para evitar un mal mayor, tú mismo lo has dicho. Y me lo estás contando con odio hacia ti mismo. No te enorgulleces de ello, como sí lo harían muchos de los tuyos. Para mí, eso cambia todo. Por supuesto que es algo terrible, pero no… puedo pensar mal de ti por haberlo hecho.
Draco sacudió la cabeza con desgana, como si ella siguiese sin entender su punto. Se frotó los ojos con pesadez, al parecer intentando controlar lo mucho que ella lo estaba enfureciendo.
—¿Por qué te empeñas en justificar lo que hago? ¿Para sentirte mejor? ¿Para sentir que no haces nada malo viéndote a escondidas con un mortífago? ¿Buscas algo bueno en mí para limpiar tu conciencia? —espetó con inusitada brusquedad, alzando la mirada de nuevo para observarla con fiereza. Hermione parpadeó, dándose unos segundos para asimilar su reproche. Descolocada.
—No intento justificar nada. No tengo que justificar nada. Soy consciente de lo que estoy haciendo, y no me arrepiento de esto. ¿Cómo limpias tú tu conciencia por verte a solas con una sangre sucia, mientras pasas el resto del tiempo buscando la forma de matar a los que son como yo?
Su pregunta no era una acusación. Era una simple reflexión. Aun así, Draco tuvo que respirar hondo un par de veces.
—Nunca he matado a nadie —reveló en voz muy baja. Sin apartar la mirada de sus ojos. Ella frunció el ceño, confusa. Indicando que sabía que eso no era verdad—. No con la Maldición Asesina —especificó, al ver su expresión—. Sí con otro tipo de hechizos, pero no con ese. Nunca.
Hermione parpadeó, asimilándolo. Cualquier asesinato dejaba cicatrices en el alma, pero los perpetrados por la Maldición Imperdonable, Avada Kedavra, la desgarraban de una forma irreparable. Y la chica agradeció escuchar algo semejante. El alma de Draco seguía tan precariamente intacta como era humanamente posible a pesar de la guerra sin cuartel en la que estaban inmersos.
—Yo también —contestó la chica, con voz serena—. También he matado enemigos así. Estamos en guerra. Es lo que se espera de nosotros. Pero estarás de acuerdo conmigo en que solo el estar aquí, en esta habitación, ya te hace diferente al resto de tu bando.
—Eso no justifica...
—Draco, ¿qué esperas que te diga? —cuestionó ahora ella, con frustración, mirándolo con ojos encendidos—. ¿Que te odio, que odio lo que haces, y que no quiero volver a verte? ¿Eso haría que te sintieras mejor contigo mismo?
Él apretó las mandíbulas con fuerza. Mientras respiraba por la nariz sonoramente.
—Solo intento entender cómo puedes no odiarme, a sabiendas de lo que hago. A sabiendas de por qué lucho. No lo entiendo.
—Los dos conocemos nuestra situación y cómo hemos llegado hasta aquí. Y por todo lo que hemos pasado —lo defendió ella de sí mismo, en voz baja. Se giró, todavía sentada, para comenzar a guardar los pañuelos, sucios, en su bolsito de cuentas, de nuevo. Él no le permitiría usar la magia para limpiarlos, estaba segura.
—Exacto, nos conocemos desde hace mucho. Y aún intento entender cómo pudiste… —se interrumpió, sin saber cómo seguir. Ella no dijo nada, dándole tiempo de replantear sus pensamientos—. Viste primero lo peor de mí, y aun así también estás aquí. Y, a día de hoy, no lo entiendo.
Hermione detuvo sus movimientos y lo miró un largo instante, recorriendo su expresión. Casi capaz de visualizarlo vestido con su uniforme escolar, con su corbata y su camisa blanca. Con el escudo de Slytherin bordado en su túnica negra. Su rostro cubierto en sombras, dentro de un escobero diminuto, preguntándole qué tal le había ido el examen de Aritmancia...
«Porque te quiero. Siempre. Y eso incluye los días en los que te odias a ti mismo».
—Quizá fue precisamente por eso. Por todo lo bueno que vi después —murmuró Hermione. Él resopló y apartó la mirada. Exasperado ante su sentimental respuesta—. Lo primero que tú viste de mí fue una jerarquía social que ni siquiera te permitía conocerme. Y aquí estamos. Y mírate. ¿Por qué luchas, dices? Estás luchando por tu familia, por ti mismo. Por sobrevivir. No lo haces por ideología —exhortó, con más énfasis—. No puedes negármelo.
—Apoyo la causa, supongo, pero sería idiota si mi principal objetivo no fuese mi supervivencia y la de los que me importan —espetó él, defensivo. Pero entonces se dio cuenta de lo que había dicho. Él mismo se estremeció ante esas palabras. «¿Supongo? ¿He dicho "supongo"?».
Pero Hermione no parecía haber reparado en ello. Estaba guardando las pociones en su estuche de madera, cerrando los diferentes compartimentos con cuidado. Luciendo exasperada.
—Draco, no entiendo a qué viene todo esto… ¿Crees de verdad que no tienes derecho a que alguien quiera estar contigo? —farfulló ella, con renovada incredulidad. Draco apartó la mirada una vez más.
—Hablo de ti —masculló—. Tú, por obvias razones, no deberías quererlo. Tampoco puedes negármelo.
—Bueno, por suerte no necesito tu permiso para quererte —protestó Hermione con frialdad, guardando el estuche de madera con cuidado en el bolso. Draco chasqueó la lengua, e iba a añadir algo, pero ella no le dejó—. Esta conversación no tiene ningún sentido…
—Deja de…
—Deberías volver a hacerte esta misma cura dentro de pocos días —lo interrumpió ella, sin querer escucharlo más. Cambiando de tema, con tono brusco—. Podríamos quedar aquí otra vez, pero quizá sea arriesgado. Puedo decirte qué pociones he usado, incluso darte algunas muestras para que sea tu madre la que te haga la cura.
Draco no respondió inmediatamente. La seguía mirando con resentimiento. Queriendo volver a su anterior discusión. Comprendiendo que la testarudez de ella no lo permitiría. Terminó resoplando entre dientes.
—Me las apañaré.
—No. Te estoy diciendo que tienes que volver a hacerte esta cura —insistió ella, resuelta—. Te conozco, y sé que no vas a hacer nada por tu cuenta.
—No creo que vaya a tener tiempo —siseó Draco, sincerándose a regañadientes—. Aún tengo mucho que… poner en su sitio por todo lo sucedido en la batalla en la que me hice esto —giró el hombro de nuevo, de forma distraída. Pero ahora sus ojos estaban perdidos en el colchón. Y su brillo desdeñoso se había apagado.
Hermione lo contempló durante unos segundos. Analizándolo. Suavizando su expresión.
—¿En qué batalla fue? —cuestionó, con discreción—. ¿En el territorio de Oxford? Hubo una escaramuza bastante significativa allí la semana pasada…
Draco siguió mirando el colchón. Se pasó la lengua por los labios. Y terminó asintiendo con la cabeza.
—Salimos mal parados en esa batalla. Uno de los míos creó el Fuego Maligno en un ataque desesperado. A mí me hirió, pero otros… Perdí… a uno de mis hombres —hablaba en un bajo murmullo. Casi para sí mismo. Perdido en sus recuerdos de nuevo—. Era un gran mago. Muy competente —la voz se le entrecortó y tuvo que tragar saliva. Hermione se dio cuenta de que estaba intentando controlar el temblor de sus labios cuando pasó a mordérselos con furia durante unos instantes, antes de lograr hablar de nuevo—. Como Sargento Negro, tuve que darle la noticia a su familia antes que el Señor Oscuro. Tenía mujer y una… niña de dos años…
Enmudeció, con aspecto de no poder decir nada más. Tragó saliva de nuevo. Su labio inferior estaba de un color rojo furioso. Hermione trató con todas sus fuerzas de contener sus propias lágrimas.
—Lo siento… —susurró, de forma entrecortada.
—No lo sientas —replicó él, casi con pesadez, y pareció recuperar algo de voz. Trató de llenar sus pulmones con una honda bocanada—. Era un fiel seguidor del Señor Tenebroso. Creía en la causa a pies juntillas. Creía que erais inferiores. Mató a muchos de los tuyos. Pero, quitando esas ideas, si es que se pueden dejar a un lado, era… un buen tipo. Era… Tenía un sentido del humor increíble… Pero ahora ya da igual.
Volvió a enmudecer y elevó el rostro, girándolo a un lado, parpadeando con precipitación. Mientras se sorbía la nariz con forzada entereza, y se pasaba el dorso de la mano por ella de un rápido gesto, Hermione ya se estaba arrastrando hacia él. Quedó arrodillada lo más cerca posible y le rodeó el cuerpo con los brazos. Apretándolo contra sí. Sintió al chico apoyar la cabeza en su hombro y tratar de tomar aire con profundas bocanadas. Aunque la espalda le temblaba cada vez que respiraba. Intentando todavía controlarse. Hermione sabía que no iba a desahogarse si podía evitarlo. Le pasó una mano por la nuca, intentando al menos reconfortarlo. La chica cerró los ojos. Estaba casi segura de que no había hablado de eso con nadie más.
No todo era blanco o negro. No solo había luz y oscuridad absolutas. Nadie era completamente bueno ni completamente malvado.
Quizá solo Lord Voldemort rompía esa norma…
Giró el rostro y le besó el cuello dos veces antes de que él rompiera el abrazo. Fingiendo haberse recompuesto. Carraspeó y volvió a sorberse la nariz con discreción. Casi con rabia ante la pérdida de control de su entereza. Sin mirarla a los ojos.
—¿Me prometes que intentarás hacerte la cura? —murmuró Hermione. Draco, tras suspirar con vehemencia por la nariz, se limitó a asentir con la cabeza. Agradecido de que no mencionase su momento de debilidad.
Ella alargó una mano y la pasó por encima de la camisa del chico. Logrando que él la mirase. Los labios de la joven se estiraron en una suave sonrisa. La tensión en el rostro de él también se suavizó. La chica se movió para tumbarse boca arriba en el colchón, invitándole con una mirada a acompañarla. Draco cedió a su gesto en silencio y se tumbó a su lado, sobre su costado bueno, apoyando la mandíbula en una mano. Sin embargo, Hermione tiró repetidamente de su camisa, instándolo a acercarse más.
Adivinando sus intenciones, él vaciló. Elevó su mano y rodeó la de la chica, para que dejase de tirar de su ropa.
—Te voy a pesar —gruñó, como si fuese evidente. Pero ella sonrió más pronunciadamente y sacudió la cabeza, desmintiéndolo.
—Túmbate, cabezota…
Tiró de nuevo de su camisa, hasta que el chico se vio obligado a ceder. Con un suspiro contenido, se reacomodó para descansar sobre ella, pegado a su cuerpo. Apoyando la cabeza sobre su pecho y pasando un brazo sobre su estómago, rodeando la cintura de la joven de forma floja. Así, el costado del chico miraba en dirección al techo y no rozaba con nada.
Hermione, satisfecha de que hubiera accedido, lo rodeó con sus brazos, apretándolo contra sí.
—Apóyate bien, no pesas —demandó, dándole unos golpecitos en la espalda. Notando algo de rigidez en su cuerpo. Parecía reacio a dejar caer todo su peso sobre ella. Él finalmente cedió y se relajó más, acomodándose—. Así no te duele, ¿verdad?
Draco gruñó a modo de negativa. Y, estando seguro de que ella no lo veía, no pudo evitar cerrar los ojos. El calor de la joven envolviéndolo por todas partes. El movimiento de su respiración bajo su rostro. Si se concentraba, su corazón en su oído. Y su mano ahora acariciando de arriba abajo el brazo que tenía sobre su estómago.
—Escuché que hubo un rescate en una de las prisiones —se obligó Draco a murmurar. Forzándose a no dejarse llevar por la plácida posición—. ¿En Cartertone, puede ser?
—Sí —susurró Hermione por encima de su cabeza. Y Draco escuchó su voz reverberar dentro de su torso.
—¿Qué tal fue?
Hermione sonrió con tristeza para sí, agradeciendo su interés en el bando enemigo. Aunque era consciente de que solo lo preguntaba por ella, y que la Orden le daba igual. Desde lo sucedido en la Mansión de los Ryddle, solía preguntarle por las misiones de rescate de las que tenía constancia. Nunca le pedía detalles. Solo lo que ella quisiera contarle. Solo le preguntaba cómo estaba ella.
La chica se lo pensó durante unos instantes mientras pasaba los dedos por su largo brazo.
—No hubo bajas por parte de la Orden, y logramos rescatar a todos los prisioneros. Se podría decir que fue un éxito...
—¿Pero…? —cuestionó el chico, al notarla enmudecer y apreciar que no había terminado.
—Dementores —añadió ella, escueta—. Nos atacaron y no… no nos lo esperábamos. Creíamos que estaban de nuestro lado. Y el Ministro no se ha pronunciado al respecto todavía.
—Se podría decir que están de vuestro lado…
La chica frunció el ceño.
—¿Pero…?
—Que su fidelidad es muy frágil. Estoy seguro de que sois conscientes de que el Señor Oscuro va tras ellos, que quiere incorporarlos a sus filas. Seguramente ya haya convencido a unos pocos. Sé que el grueso de los Dementores aún no se ha decidido, y en principio siguen en vuestro bando, guardando Azkaban, pero…
—Pero algunos ya empiezan a desafiar al Ministerio de Magia —completó Hermione, para sí misma.
Draco emitió un perezoso gruñido, dándole la razón, pero no dijo nada más. Sentir el pecho de la joven bajo su rostro, moviéndose rítmicamente con su respiración, estaba logrando adormecerlo. Y su olor… Y no ayudó que ella llevase de pronto la mano con la que estaba acariciando su brazo hasta su rostro. Cubriendo su mejilla con la palma y acariciándole la sien con el pulgar, mientras el resto de sus dedos estaban en contacto con su cuello. Mierda, iba a quedarse dormido si seguía así…
—Son criaturas horribles… —murmuró Hermione, rompiendo de nuevo el silencio. Bajó la barbilla, intentando ver el rostro del chico. Sin lograrlo, su cabello rubio ocupando todo su campo de visión—. ¿Sabes conjurar el Encantamiento Patronus?
—Nunca lo he intentado —admitió él con apatía, y Hermione comprendió que, bajo su orgullo, quería decir "no".
—Hay que concentrarse en un recuerdo feliz. Muy feliz. El más feliz que tengas. Y decir las palabras "Expecto patronum" —explicó Hermione al instante, sin que él se lo hubiera pedido. Su voz adquiriendo ese remoto tono de sabelotodo que iba perdiendo con el paso de los años y de la guerra.
—Yo también me sé la teoría, listilla —mintió Draco, de nuevo con poco entusiasmo—. Pero no necesito saberlo. El Ministerio no está utilizando Dementores para atacarnos. Gran error, si quieres mi opinión. En todo caso, sois vosotros quienes deberíais preocuparos. Acabarán en las filas del Señor Oscuro tarde o temprano.
—Los Patronus son útiles. Sirven también para enviar mensajes. Para avisar a alguien de forma inmediata —añadió Hermione, sin dejar de acariciarle el rostro. Sintiendo la plácida respiración del chico chocando contra la palma de su mano.
—Ya vale de clase por hoy, profesora. No voy a tomar apuntes, déjalo ya —murmuró Draco con aburrimiento, sin abrir los ojos. Definitivamente, las caricias y los brazos de la joven rodeándolo lograrían que se quedase dormido pronto. No quería dormirse, pero era una sensación demasiado plácida como para renunciar a ella.
—Quizá algún día necesites hacer uno —objetó Hermione, hablando en voz alta para sí misma—. Tú mismo lo has dicho. No sabemos qué pasará en el futuro. Qué papel jugarán los Dementores. Quién sabe lo que hará el Ministerio con ellos, o si el Señor Oscuro los conseguirá poner de su lado. Son criaturas imprevisibles. Tienes razón, no saben lo que es la lealtad.
La chica se enderezó de golpe, rompiendo las caricias en el rostro de su acompañante. Obligándolo a levantarse también, a pesar de su aturdida resistencia. Hermione giró el tronco y alargó un brazo para coger su varita. Draco la contempló, ofuscado, medio incorporado sobre el colchón.
—¿Qué se supone que haces? —quiso saber, irritado por la interrupción.
—Coge tu varita, vamos a practicar —sentenció ella, colocándose de rodillas sobre el colchón. Draco arqueó ambas cejas, sin moverse.
—No. Por supuesto que no.
—Sí, vamos a hacerlo —replicó Hermione, imperturbable, buscando la varita del chico ella misma.
—No, no vamos a hacerlo. Déjate de tonterías. No podemos hacer magia aquí dentro, ¿la neurona que sabía eso se te ha ido de vacaciones?
—Hemos hecho hechizos puntuales y no ha pasado nada —replicó ella, con firmeza. Tendiéndole su varita. Él no la cogió.
—Un encantamiento Patronus es magia bastante más poderosa que un Hechizo Anticonceptivo... —replicó Draco, en voz más baja pero más áspera. Accedió a sentarse también, pero siguió sin coger la varita.
—Me da igual. No me has dejado utilizar la magia para curar tu herida, y he cedido. Pero me planto en esto —sentenció la chica, mirándolo con rabia—. Vamos a hacerlo. Necesito saber que estás a salvo. Solo serán un par de intentos. Nadie lo detectará.
Draco se frotó el rostro con las palmas, hastiado.
—Es la una de la mañana —protestó como último intento.
—Solo un par de pruebas —pidió Hermione, con más suavidad—. Esto es importante. Por favor, solo un intento.
Él dejó escapar un resoplido, mirándola con pesadez. Al ver la decisión y angustia a partes iguales en sus ojos, su enfado pareció remitir, pero no su hartazgo. Sacudió la cabeza y alargó la mano para quitarle la varita de un tirón.
—¿Y quién pretendes que nos enseñe a hacerlo? —cuestionó, mordaz—. La teoría es muy bonita, Granger, pero la práctica…
—Yo te enseñaré —replicó ella, como si fuera evidente. Se acomodó mejor, alejándose un poco de él para así tener ambos margen para mover las varitas—. Tienes que concentrarte en un recuerdo feliz. El más feliz que se te ocurra. Después, mueves la varita como si…
—Espera, espera, espera… —saltó Draco, hablando por encima de ella. Su ceño estaba firmemente fruncido—. ¿Tú me vas a enseñar a mí? ¿Sabes hacer un Patronus?
—Claro que sé, ¿por qué crees que te lo estoy diciendo si no? —contestó ella, impaciente. Tomó aire, como si él la exasperara, y repitió—: Mueves la varita en este…
—Eso no puede ser —interrumpió Draco otra vez, con total seguridad—. Es magia muy avanzada, muy lejos del nivel de los ÉXTASIS. No has podido llegar tan lejos.
—Harry me enseñó —especificó la chica, molesta por sus continuas interrupciones. Draco emitió un exagerado bufido.
—Y Potter menos aún… ¿Me estás tomando el pelo?
Hermione suspiró de la forma más honda que pudo. Cerró los ojos, ignorando al chico, y se concentró. Rebuscó en su mente, buscando recuerdos agradables. Felices. Se concentró en la sensación de júbilo que le producían… Alzó la varita y movió su mano en amplios círculos.
—Expecto patronum —susurró.
De la punta de su varita comenzó a brillar un punto de luz, que poco a poco se fue agrandando hasta convertirse en una enorme bola. La bola se desfiguró, y se fue estilizando, hasta convertirse en una pequeña nutria plateada, que contempló a ambos jóvenes con curiosidad en sus brillantes y mágicos ojitos. Echó a correr por el aire, dejando una luminosa estela a su paso, como si huyese, para terminar desvaneciéndose en una voluta de humo blanquecino. Su brillo tardó un rato en desaparecer.
Draco estaba absolutamente perplejo. Tanto, que apenas podía disimularlo.
—Jo… der —fue lo único que logró comentar. Todavía mirando el lugar donde la nutria había desaparecido. Hermione soltó una risita, satisfecha ante su asombro—. ¿Una nutria?
—Sí... La verdad es que no sé qué significa —admitió la chica, encogiéndose de hombros—. Y viste a Harry realizarlo una vez, ¿ya no te acuerdas? En tercero. Cuando os disfrazasteis de Dementores durante un partido de Quidditch para asustarlo —le refrescó la memoria, sin poder evitar hablar con censura ante semejante actuación por parte del chico. Draco parpadeó dos veces. No luciendo avergonzado en absoluto, solo desorientado. Y después abrió mucho los ojos.
—Mierda, ya me acuerdo… ¿Era un Patronus? —farfulló. Consternado—. Ni siquiera me fijé. Solo vi que nos lanzaba algo… Increíble, no era más que un mocoso de trece años…
—Sí, lo era. Y, ya que él no está aquí, te voy a enseñar yo —sentenció con suficiencia, ganándose una mirada llena de pesadez por parte de su compañero—. Venga, prueba tú. Busca un recuerdo feliz. Muy, muy feliz. E imita el movimiento que he hecho con la mano —volvió a ejemplificarlo.
Draco, con un suspiro cansado, cerró los ojos para concentrarse mejor y rebuscó en su mente. Con apatía. Recuerdos felices… ¿Tenía él de eso? Intentó pensar, pero, cuanto más lo hacía, más aturdido se sentía; casi en blanco. Como si se hubiera quedado sin recuerdos de ningún tipo. Se dio cuenta de que era incapaz de recordar algo que en algún momento lo hubiese hecho completamente feliz. Siempre había algo que… lo estropeaba. El instintivo temor de sentirse amenazado; la sensación de culpabilidad; de, a pesar de estar haciendo algo que lo hacía sentir bien, saber que no era correcto…
—Expecto patronum —murmuró el chico, girando la varita en el aire. Nada sucedió. Una gota de luz brilló en la punta de su varita, pero se extinguió con rapidez.
Hermione chasqueó la lengua con benévola impaciencia.
—Te has quedado corto. Tiene que ser un recuerdo muy feliz, ¿en qué pensabas?
Él la miró con el ceño fruncido, pero aire altivo. Fingiendo que el desastre de su primer intento no lo había molestado. Que incluso lo había hecho a propósito.
—No pienso decírtelo. Son mis recuerdos. Es privado.
Hermione puso los ojos en blanco y contuvo un suspiro.
—De acuerdo, pues prueba con otro. Uno más feliz. Y concéntrate en él.
Draco, a regañadientes, volvió a rebuscar en su memoria. Con la irritante sensación de que estaba haciendo algo inútil. No le gustaba sentirse tan ridículamente torpe, y menos ante Granger.
—Expecto patronum —sentenció, de nuevo, con voz más alta. Con más seguridad. Quizá ahí estaba la clave…
Una especie de gas plateado abandonó en forma de chorro la punta de su varita. Pero ninguna majestuosa figura plateada recorrió la habitación.
—No está mal —alabó la chica, con una sonrisa llena de admiración. Pero Draco le dedicó una mirada cargada de rencor.
—Ha sido una mierda, Granger…
—Solo lo has intentado dos veces, ¿qué esperabas? —protestó ella, exasperada—. Venga, prueba otra vez…
—Ya es suficiente —protestó el chico, sin ganas de intentarlo de nuevo y verse a sí mismo fallar de forma tan humillante—. Es peligroso. Estamos dejando un rastro de magia muy…
—Un último intento —rogó la chica, poniéndole una mano en la rodilla—. Solo uno más. Casi lo tienes. Piensa en algo muy feliz. Lo más feliz que te haya sucedido nunca…
Draco, esa vez, en vez de cerrar los ojos, los clavó en los de la chica. En su expresión suplicante. Mirándolo con optimismo por sus escasos avances. Orgullosa de él.
"Lo más feliz que te haya sucedido nunca…"
«Tú, bruja boba… ¿Cómo puedo meterte en un único pensamiento?»
Pero algo interrumpió sus cavilaciones de súbito. Un dolor atroz que lo sacudió de pies a cabeza de un momento a otro. Haciendo que soltase la varita de puro sobresalto.
Hermione, espantada, dejó caer también la suya. Viendo cómo el rostro del chico se descomponía de pronto y lo agachaba, contorsionado de esfuerzo.
—¿Qué te pasa? —exhaló ella, arrojándose sobre él y sujetándolo por cualquier parte de su cuerpo que encontró. Lo notó temblar—. Draco, ¿qué es? ¿El… el costado? ¿Te he…?
Pero Draco negó con la cabeza, sufriendo todavía bruscos temblores. Incapaz de hablar. Con los ojos firmemente cerrados. Se llevó la mano derecha al antebrazo izquierdo, apretándolo como si quisiese arrancarlo de sí.
—La… Marca. Me arde. Me está llamando —logró articular el joven, entre estertores. Pareció conseguir calmarse ligeramente y logró enderezar la espalda y mirarla a los ojos—. Tengo que irme de inmediato.
Hermione sintió el corazón palpitar en sus oídos.
—¿Se habrá dado cuenta de que no estás allí? —balbuceó, sintiendo que su respiración se aceleraba. Él se estiró para coger sus zapatos. Le temblaban las manos.
—Espero que no —replicó Draco con malhumorado sarcasmo, atándose los cordones de cualquier manera.
—¿Qué puede querer? ¿Cuánto tiempo tienes de margen hasta que…?
—No lo sé —espetó él, hablando con más brusquedad de la que hubiese querido debido a su nerviosismo. Trató de añadir algo de forma más calmada, a regañadientes—: Quizá sea una simple reunión. Pero normalmente no nos convoca por la Marca a no ser que sea una urgencia. Nuestros superiores nos avisan. Quizá me están buscando a mí…
Hermione no podía respirar. Solo podía mirarlo, impotente, mientras se abrochaba ahora las protecciones del pecho. De pronto, el chico detuvo sus movimientos y, apretando los dientes, se llevó la mano derecha al antebrazo izquierdo de nuevo. Aferrándolo con fuerza para calmar el repentino ardor. Se encogió sobre sí mismo para aguantar el dolor, y no pudo evitar sisear entre dientes. La chica, sin vacilar, se estiró para terminar de anudarle las dos hebillas que le faltaban, mientras él se recuperaba.
—Vete rápido —rogó Hermione, con voz temblorosa. Cogiendo la protección del hombro que estaba a su lado y colocándosela también—. Date prisa…
Draco logró moverse para que ella le colocase también la protección del otro hombro. Y después se puso en pie en toda su alta estatura; aunque el dolor no parecía haber remitido todavía, a juzgar por cómo se aferraba todavía el antebrazo de forma compulsiva. Pero cada segundo contaba.
Avanzó por la habitación hasta llegar a su negra túnica de mortífago, tirada en el suelo a unos cuantos pasos de distancia, sobre la vieja alfombra. Metió en ella los brazos, cubriéndose su ropa, pero no se la abrochó. Recogió también su máscara plateada del suelo. Hermione no se movió del colchón. La impotencia de querer ayudarlo y no poder la tenía paralizada.
Draco volvió a su lado, y su expresión era imprecisa. El hecho de que intentase ocultar con una máscara de serenidad lo asustado que estaba, hizo que Hermione se angustiase más.
El chico se acuclilló ante ella, ya completamente vestido. El broche de calavera que lucía en el pecho, indicador de su cargo como Sargento Negro, atrajo momentáneamente la mirada de la chica.
—¿La próxima vez, cuándo? —preguntó él de forma brusca. Sus ojos grises, un torbellino de emociones que su rostro sereno no transmitía. En un primer momento, a ella le pareció una tontería entretenerse en eso. Pero después comprendió que tenía razón. Si no lo aclaraban ahora, no sabrían cuándo volver a verse. No podían dejar notas allí. Ninguna prueba no verbal de lo que sucedía allí.
—La semana que viene —respondió Hermione de inmediato, no queriendo hacerle perder más tiempo. No tenían tiempo de revisar su calendario.
«No puedo esperar tres semanas para asegurarme de que estás bien», pensó la chica, angustiada.
Draco se limitó a asentir con la cabeza de forma brusca. Incapaz de abrir la boca. Pero después se inclinó y dio un rápido beso a la chica antes de volver a ponerse en pie. Apenas un precipitado y fugaz choque de bocas, en el cual estuvieron a punto de ni siquiera acertar a unir sus labios.
—Cuídate —logró susurrar Hermione, con voz queda. Pero se obligó a sí misma a teñir sus ojos de entereza. Intentando tranquilizarlo. Asegurándole que todo estaría bien.
«Y vuelve...».
Se moría por darle un abrazo, por calmar la ansiedad encubierta que podía ver en los rápidos parpadeos de sus ojos, pero el miedo ante el hecho de entretenerle más de lo debido la retuvo. Draco de nuevo no respondió. Se colocó su máscara plateada, y tras dedicarle una última mirada a través de las rendijas, giró sobre sí mismo y desapareció ante ella con un ondear de túnica negra. No habían puesto ningún hechizo anti-apariciones en el edificio, aunque siempre solían salir a la calle antes de desaparecerse. Intentando mantener la magia dentro de aquel lugar bajo mínimos. Pero eso era una emergencia, y la Aparición estaba justificada.
La chica de pronto se vio sola y helada en aquella vieja habitación. El fuego de los frascos le pareció que apenas calentaba. Alzó la mirada y la fijó en la ventana, cegada con tablones viejos, y cubierta con la manta que Draco colocó allí semanas atrás. El corazón le latía a toda pastilla todavía. Y estaba jadeando. Se rodeó las piernas con los brazos y resolvió que lo mejor sería que ella también volviese. No hacía nada allí. No si él no estaba.
Cerró los ojos con fuerza. Si Voldemort había reclamado la presencia de sus mortífagos significaba que algo terrible iba a suceder. Pero era imposible saber lo que sería, o adelantarse a sus planes. No tenía sentido alertar a la Orden si no sabía nada concreto. Solo podía esperar.
«Por favor…», suplicó Hermione, sobrecogida, en su mente. Apoyando la frente en sus brazos. Dejó escapar un sollozo que rompió el silencio a su alrededor. «Por favor, que no te pase nada…»
Draco corría todo lo rápido que le daban las piernas por los lugares más escondidos y poco transitados de la Mansión Malfoy. Se había aparecido en el jardín trasero y había entrado por una puerta de servicio que daba a las cocinas. En realidad, daba igual las precauciones que tomase, o lo desapercibido que intentase pasar. Lord Voldemort lo sabía todo. Si intentaba enterarse de si Draco estaba o no, lo haría.
Tras atropellar y pisotear por las prisas a los pocos elfos que dormían allí, acurrucados en pequeños nidos en el suelo de piedra de la cocina, salió por la puerta como un vendaval. Recorrió un desierto comedor, que a esas horas de la noche no estaba operativo, y se coló por una puerta lateral para subir al piso superior sin pasar por el vestíbulo. Oía voces lejanas. La Marca le ardía como si estuviese al rojo vivo. Pero el dolor en el pecho casi lo opacaba. Estaba sin aire, pero ni se le pasó por la cabeza dejar de correr. Su vida estaba en juego.
Tras unos largos segundos que se le hicieron los más eternos y angustiantes de su vida, llegó al primer piso, en el cual ya se oían pasos y voces de gente. Los vio de pronto, al final del pasillo, saliendo de una puerta que daba al Salón de la Guerra. Una docena de compañeros. Encapuchados como estaban, no sabía quiénes eran. Pero reconoció los broches de sus pechos. Eran los Sargentos Negros. Había reunido a los Sargentos Negros y él no había acudido.
Se estaban dirigiendo a las escaleras que bajaban al vestíbulo. Había otros mortífagos en ese piso, desperdigados aquí y allá. Reconoció el larguísimo cabello rubio de su madre, de espaldas, sin capucha ninguna que lo cubriese. Echó a correr hacia ella.
—Madre —jadeó cuando llegó a su lado, y su voz fue casi un quejido. La mujer se dio la vuelta al instante. Tenía los ojos azules abiertos de pánico.
—¡Gracias a Merlín! ¿Dónde estabas? —gimió, aferrando a su hijo por los hombros y colocándolo ante ella. Lo escrutó de un fugaz pero agudo vistazo, con enfado en la mirada—. Ha hablado con los sargentos en el salón…
—Lo sé, no he podido… ¿Cuándo nos ha convocado? —preguntó Draco, sin aire en los pulmones. Sentía un dolor agudo en un costado que lo hacía doblarse ligeramente sobre sí mismo—. ¿Por qué ha sido una reunión tan rápida? Acabo de notar la Marca…
—Colagusano ha avisado a todos después de la cena —objetó su madre. Se colocó un lacio mechón rubio tras la oreja, con impaciencia—. Dice que a ti no te ha encontrado. El Señor Oscuro ha reunido a todos los escuadrones en el vestíbulo y solo ha dado algunas instrucciones a los sargentos… Te habrán avisado por la Marca al ver que no aparecías. ¿Dónde estabas? —repitió, entre afectados resuellos.
—Ocupado —farfulló, echando un vistazo por encima de su hombro y comprobando que los sargentos ya se habían ido—. Tengo que arreglar esto…
Hizo ademán de irse, pero su madre lo sujetó del brazo.
—Theodore ha ido en tu lugar a la reunión. Para poder informar de las indicaciones del Señor Oscuro a tu escuadrón. Habla con él. Y… por Merlín, discúlpate con el Señor Oscuro —añadió sin aliento. Terriblemente angustiada. Draco tragó saliva y asintió con rapidez.
Avanzó con largas zancadas hacia la gran escalera principal. La descendió con precipitación, viendo que el vestíbulo entero estaba repleto de mortífagos. Solo con un vistazo pudo adivinar que había reunido a casi todos los escuadrones disponibles. Estaban colocados en grupos reducidos, siendo informados por los sargentos correspondientes. Localizó al suyo, y la encapuchada figura que era Theodore, hablando en voz baja con sus hombres. Se colocó en el grupo y contempló a su amigo dar algunas instrucciones que su acelerado cerebro no hizo ningún esfuerzo en entender. Le zumbaba de pánico. Nott y él hicieron contacto visual. Pero su amigo apartó la mirada y siguió hablando. A su alrededor, varios escuadrones se dirigían ya a las puertas de entrada, abiertas de par en par a la fría noche.
Cuando Nott pareció terminar, a juzgar por el hecho de que el resto de sus hombres se separaron y echaron a andar hacia las puertas también, Draco se acercó más a su amigo. Éste se mantuvo quieto a esperarlo. Sus ojos azules brillaban de cólera tras la máscara.
—¿Dónde cojones estabas? —siseó Nott, enfadado, enfatizando cada palabra—. Casi me matas del susto, no sabía qué te había pasado…
—Estaba ocupado —farfulló Draco, mirando a su alrededor. Ambos echaron a andar también hacia las puertas, uniéndose al resto de sus compañeros—. ¿Qué ha dicho el Señor Oscuro? ¿Se ha dado cuenta de que no estaba?
—¿Cómo no iba a darse cuenta, cretino? —espetó Nott, con voz temblorosa de rabia—. Colagusano ha dicho que no te ha encontrado por ninguna parte, y que hoy se suponía que estarías en la mansión. Menos mal que me ha permitido ocupar tu puesto. ¿Ocupado en qué?
—No puedo… Déjalo —logró articular Draco. El corazón se le iba a salir del pecho. ¿Y ahora qué?—. ¿Por qué ha reunido a tantos? ¿A dónde vamos?
Llegaron a las puertas de entrada. Los mortífagos que estaban saliendo por ellas desaparecían en la oscuridad de la noche como si fueran pompas de jabón, hacia un destino que Draco desconocía.
Nott le dirigió una extraña mirada cargada de desazón. Lo tomó de la mano para desaparecerse conjuntamente.
—A cazar un dragón.
Las hojas de los viejos setos que rodeaban el imponente castillo se agitaron a medida que una veintena de figuras encapuchadas se aparecían a los pies de la fortaleza. Era noche cerrada, y varias estrellas decoraban el firmamento, dejándose ver entre unas pocas y casi invisibles nubes. Soplaba viento frío. Se encontraban en lo alto de una ladera cubierta de alta hierba que les llegaba a las rodillas. A sus pies, en la lejanía, un pequeño pueblo de humildes casas con luces apagadas. Y, más allá, valles, ríos y diversas montañas que solo pudieron intuir a duras penas en medio de la oscuridad. Iluminados sus contornos solo por la luz de la luna.
Cuando Draco apareció allí, junto a Nott, sintió que el alma se le caía a los pies al ver la enorme muralla que tenía ante él, rodeando un castillo bajo pero de gran terreno. Debido a la oscuridad, apenas alcanzaba a ver su envergadura.
—¿Dónde estamos? —jadeó, el viento llevándose su susurro.
—Berry Pomeroy —respondió Nott, temblando de frío y de algo más. Soltó la mano de Draco y se cubrió mejor con la máscara plateada para evitar que el viento le hiriese el rostro—. El castillo de Berry Pomeroy. En Devon. Lleva siglos abandonado.
—¿Y dices que tenemos que encontrar un dragón? —Draco se giró hacia su amigo, sus ojos brillando de incredulidad y consternación—. ¿Cazar un dragón?
—Exacto, ese es nuestro cometido —confirmó Nott, luciendo considerablemente calmado. Sus ojos también recorrían el muro—. Al parecer está escondido aquí dentro. Y tenemos que hacerle salir.
—¿Para qué quiere el Señor Oscuro un maldito dragón? —farfulló Draco, todavía sin asimilarlo.
—Ni idea. Sus palabras textuales han sido que "atraparemos a un dragón que hará que el mundo mágico sea nuestro".
«El mundo mágico puede irse a la mierda», pensó Draco sin remordimientos. No tenía la más mínima gana de enfrentarse a un dragón.
Seguían oyéndose susurros a su alrededor. Gente todavía apareciéndose. Y Draco no podía dejar de jadear. Tenía que actuar deprisa.
Tiró de la túnica de su amigo y se alejó con él unos discretos metros. Para que nadie les escuchase.
—Tienes que ayudarme —murmuró, colocándose ante él. Echó un rápido vistazo para asegurarse de que se habían alejado lo suficiente—. Necesito una coartada. Necesito que borres de mi cabeza los recuerdos de las últimas horas. ¿Puedes hacerlo?
Nott lo contempló durante unos segundos. Asimilándolo. Sin negar que podía hacerlo. Pero visiblemente reacio a tal favor.
—¿Por qué? —protestó, en voz afortunadamente baja. Draco sintió deseos de golpearlo, pero se sentía demasiado estresado como para reclutar los músculos necesarios para ese gesto.
—Solo hazlo, ¿quieres? —apremió, con énfasis. Y eso solo aumentó la frialdad en los ojos de su amigo. Intentó tomar aire y hablar con más amabilidad—. Escúchame, tengo que justificar mi ausencia ante el Señor Oscuro, y, si registra mi mente, estoy muerto. Necesito que cambies mis recuerdos desde la cena hasta ahora. Y que no me preguntes al respecto —tuvo que inhalar de nuevo. Sentía que la situación lo superaba. Su vida pendía de un hilo. Y también la de Granger—. Por favor, Nott —rogó, en voz más baja. Alargó una mano y aferró el brazo de su amigo. Con urgencia.
Theodore, ante él, se relajó por completo. Mirándolo de arriba abajo con discreción. Nunca le había oído implorarle así.
—¿En qué andas metido? —susurró, casi para sí mismo. Sin esperanzas realmente de que Draco respondiese. Resopló con fuerza y pareció recomponerse—. Puedo implantarte falsos recuerdos que cubran los tuyos. Copias de mis recuerdos. Es... un poco chapucero, pero es improbable que me registre a mí también y vea que los recuerdos coinciden.
—¿Dónde has estado? —inquirió Draco, en voz baja, con una oleada de esperanza tan fuerte que casi se mareó.
—Esta tarde, en Nurmengard —Nott ya había sacado su varita. Sus ojos azules habían recuperado esa entereza que los hacía relucir en los momentos en los que mantenía la calma cuando Draco no podía—. Los haremos pasar por recuerdos nocturnos. Podrás decirle que no pudiste abandonar tus obligaciones. Que se alargaron. En los recuerdos se ve que no hay testigos, no puede preguntar a nadie.
—Bien… —susurró Draco. Y el alivio se reflejó en su voz.
Nott pareció estar a punto de volver a preguntar qué pretendía ocultar, pero se contuvo. Resignado. Aceptando que el tiempo se les echaba encima. Sujetó a su amigo con discreción, para que nadie lo viera desestabilizarse, y agitó su varita sin siquiera elevar la mano. El hechizo no brilló en la noche. Draco parpadeó durante varios segundos una vez que el encantamiento fue realizado. Enfocó a Nott. Miró alrededor. A un lado y a otro. Volvió a mirar a Nott.
—¿Dónde estamos? ¿Qué hemos venido a hacer? —murmuró. Con algo de impaciencia. Y trató de respirar hondo al darse cuenta de que se sentía ligeramente jadeante. Quizá secuela de la reciente Aparición.
—Es el castillo de Berry Pomeroy. En Devon. Hemos venido a cazar un dragón… —explicó Nott con suma paciencia. Su amigo lo miró con pasmo.
—¿Cazar un dragón? —repitió Draco, incrédulo.
—Sí —corroboró Nott, volviendo a guardar su varita sin que el otro se diese cuenta—. Parece que está escondido aquí dentro. Y tenemos que hacerle salir.
—¿Para qué quiere el Señor Oscuro un maldito dragón? —farfulló Draco, sin digerir semejante misión.
—No lo ha especificado… —Antes de que Draco añadiese algo y repitiesen la misma conversación que acababan de mantener minutos atrás, añadió—: He ido en tu lugar a recibir las instrucciones del Señor Oscuro porque tú no has podido…
Draco resopló con impaciencia, interrumpiéndolo.
—Ya lo sé, idiota. Me he retrasado en Nurmengard, he venido lo antes posible —sacudió la cabeza, como si su amigo lo agotara, y echó a andar a grandes zancadas hacia la muchedumbre—. Voy a disculparme con el Señor Oscuro. Reúne a mi escuadrón.
Avanzó por entre los últimos murmullos producidos por las Apariciones, intentando localizar a su líder. No se oía nada aparte del silbido del viento ondeando las túnicas de los presentes. Visualizó una alta figura situada frente a todas las demás, casi al lado de la entrada al castillo.
Antes de que pudiera acercarse más, la figura, que correspondía a Lord Voldemort, echó a andar en dirección a la puerta del recinto. Sus blancos pies desnudos brillaban contra la hierba seca. El resto fueron tras él en una tétrica procesión nocturna. Draco intentó avanzar más rápido para adelantar a sus compañeros y acercarse a su líder.
Atravesaron la puerta de la muralla, pequeña en comparación a la enorme barbacana que la formaba. Las dos torres que la flanqueaban, posiblemente de los guardias, eran altísimas. Nada más cruzar el umbral, aparecieron en un enorme patio de armas. Se detuvieron. Desde allí, había infinidad de lugares a los que ir. Todo era completo silencio. Draco no podía ni imaginarse qué hacía un dragón escondido entre las ruinas de ese castillo. Ni tampoco para qué podía querer el Lord Tenebroso ese maldito dragón en concreto.
—Milord —llamó Draco, acercándose a su líder con serenas zancadas. Voldemort, que había estado mirando el recinto, accedió a girar el rostro para mirarlo. Dos Generales de Las Sombras lo escoltaban, unos metros más lejos. También vio girarse a otro enmascarado. A juzgar por el negro y rizado cabello, ondeando en la brisa nocturna, y por su sucesivo comentario, era su tía Bellatrix.
—Crío inútil… —la escuchó farfullar, entre dientes.
El chico no le hizo caso. Se postró en una rodilla ante su señor, sin vacilar, y tomó el bajo de su capa para rozar sus labios contra la tela.
—Sargento Malfoy —siseó Voldemort. Mirándolo con frialdad mientras volvía a enderezarse. A pesar de la considerable estatura de Draco, su señor lo superaba—. Hemos estado buscándolo…
—Le ruego me disculpe, milord —se excusó el chico con firmeza, haciendo una respetuosa inclinación de cabeza—. Estaba en Nurmengard. No he podido abandonar la tarea que estaba realizando a tiempo. Logré volver justo cuando estábamos trasladándonos aquí. Tengo entendido que mi lugarteniente Theodore Nott ha ocupado mi lugar en la reunión. Me consta que ha hecho un gran trabajo informando a mis hombres.
Voldemort lo escrutó durante largos segundos. Sin molestarse en decir nada. Sus avanzadas habilidades en Legeremancia, al parecer, indicándole que no mentía. O ya estaría muerto en el suelo. Pero entonces sacudió la varita con un movimiento indolente. Queriendo comprobar su veracidad. No había llegado a dónde estaba confiando en la gente.
Y Draco se vio sumergido en su propia mente. Un lugar oscuro. Un interior. Todo era piedra. No había luz. Un candil. Sí, había un sucio candil titilante. Un hombre encogido a sus pies. El suelo estaba sucio. Había paja. Había un cuenco de comida en una esquina. Volcado. Era un hombre moreno. Gritaba. Una mujer también gritaba en una esquina. Se escuchaban quejas desde fuera de la habitación. Ese hombre le había hecho algo a alguien fuera de esa habitación. Una varita elevada delante de él, en su mano, apuntando al hombre. Torturando al hombre. Su varita...
Espera. ¿Esa era su varita…?
Voldemort salió de su mente. Su rostro ofidio logró esbozar una emoción tan humana como era el aburrimiento.
—Muy bien. Pero que no se repita. Si le llamo a mi presencia, deje todo lo que esté haciendo —reclamó, en un agudo y perezoso siseo.
—No volverá a suceder, mi señor. Lo lamento —aseguró Draco, inclinándose de nuevo. Su corazón algo acelerado. ¿Por qué la varita de su recuerdo no era la suya?
Intentando ignorar ese turbio pensamiento, se concentró en la tarea que ocupaban. En la aguda voz de Voldemort, que inundó el vacío recinto. Dirigiéndose a sus impacientes hombres, todos mirando alrededor sin saber qué hacer.
—Dividíos —ordenó. Su afilada voz reverberando con claridad en el silencio—. Buscadlo. Y traedlo ante mí.
Ante esa orden directa, todos los mortífagos se pusieron en movimiento. Organizándose en bajos murmullos, se dividieron en sus correspondientes escuadrones. Siendo convocados por los Sargentos Negros. Draco alcanzó a ver a los dos Generales de Las Sombras, acercándose para gestionarlo todo. Voldemort permaneció en el centro del patio de armas. Daba la impresión de no necesitar moverse. De poder ver a través de las paredes u oír cosas que ellos no podían.
—Escuadrón Ópalo, conmigo —ordenó Draco, reagrupando a sus hombres. Media docena de personas enmascaradas se acercaron.
—Nos toca encargarnos de la zona nueva —le indicó Nott en voz baja. Posiblemente el Señor Oscuro había dividido las zonas previamente en la reunión. Draco asintió con la cabeza, mirando la zona que le señalaba. La larga secuencia de columnas que formaban una columnata. Se entreveía una puerta en el muro que se elevaba tras las columnas.
—Ya lo habéis oído —dijo Draco, dirigiéndose al resto del escuadrón. Ya echando a andar hacia el lugar.
—Te seguimos también, chico —dijo a su izquierda el enorme Thorfinn Rowle, alcanzándolo para caminar a su lado. Era el Sargento Negro líder de otro escuadrón—. Es la zona más amplia. ¿Os encargáis del piso inferior y nosotros de las torres?
Draco se limitó a asentir, y Rowle redujo el paso para alcanzar a su propio escuadrón y trasmitirles las órdenes. Nott ocupó el lugar de Rowle instantes después.
—¿Todo bien? —preguntó en voz baja. Draco frunció el ceño, mirando todavía al frente. Estudiando la estructura que tenía ante sí.
—Claro, ¿por qué? —cuestionó, impaciente, sin comprender. Theodore guardó silencio un par de segundos.
—Por nada… —terminó diciendo, en voz más baja.
—Entonces concéntrate… ¡Mulciber! Ve delante —exhortó, sin hacer demasiado caso a su amigo, cuando ya llegaron al umbral de piedra que conducía al interior del castillo en ruinas. No había puerta. Hacía años que la madera debía de haberse podrido.
Mulciber encendió su varita y entró el primero en el lugar, seguido de Draco y el resto de mortífagos. Se adentraron en una densa oscuridad. Un recibidor no demasiado ancho los acogió. Había varias entradas a su alrededor. A su izquierda, un tramo de escaleras que ascendía en forma de caracol hasta donde su vista se perdía. Rumbo seguramente a los pisos superiores. Algunas varitas más se encendieron. El techo era altísimo.
—Arriba no puede estar —masculló de pronto una voz rasposa junto al oído de Draco. Un gruñido casi lobuno—. Las habitaciones que hay sobre nosotros es imposible que sean lo suficientemente grandes. Y las torres menos aún. Tiene que estar bajo el castillo.
Draco reconoció al instante al propietario de esa voz, y se sorprendió de no haberlo hecho antes por el fétido olor a sudor y sangre seca que emanaba. Fenrir Greyback. Era parte de su escuadrón, para su propio disgusto. No era un hombre que le gustara tener cerca. Era más imprevisible que la peor de las bestias.
—Es posible. Deberíais buscar una entrada a alguna bóveda subterránea. Nosotros registraremos esto —dijo Rowle, que lo había escuchado, entrando también al lugar con la varita encendida—. Vosotros dos, quedaos fuera. Vosotros tres, quedaos aquí. El resto, arriba, conmigo —indicó a sus hombres.
—Escuadrón Ópalo completo, conmigo —ordenó Draco a su vez, emulando y superando el firme tono de Rowle—. Buscad unas escaleras que desciendan, o una trampilla oculta.
Greyback, a su lado, emitió otro ronco gruñido.
—Rowle es un cobarde. No quiere bajar porque sabe que el dragón estará abajo —siseó. Draco no respondió. El corazón le latía muy deprisa, y bastante le estaba costando asimilar que iban a enfrentarse con un gigantesco dragón como para encima digerir que iban a ser ellos quienes lo encontrasen.
Se limitó a preceder a su grupo hacia delante. Todos con las varitas iluminadas apuntando al suelo de piedra y a las paredes. Se dividieron por el lugar. Sus pasos resonando en el silencio. Muchos muros que daban al exterior habían caído, y la maleza se había colado dentro. Ascendiendo por las paredes. De las ventanas solo quedaban los agujeros. Los escalones que conducían a diferentes estancias vacías sí estaban en buen estado. Pero faltaban varias de las paredes interiores, con solo restos de muros bajos llenos de musgo como recuerdo.
Draco había conseguido colarse en una habitación cuyo suelo estaba casi completamente ocupado por los restos del techo que se había derrumbado. La luz blanquecina de la luna iluminando las ruinas y el musgo que las cubría. El chico estaba parado de pie ante una de las paredes. Una espesa capa de vegetación, que estaba entretenido en eliminar, cubría algo colorido que destacaba contra el negro de las piedras. Era un mural. Una pintura. Blanquecina, azulada y color cobre. Aguzó la mirada una vez que logró dejarla al descubierto y apuntó la varita hacia ella, iluminándola. Apenas adivinaba de qué se trataba. Distinguía varias personas allí. Dos a la izquierda; tres, quizá. Otra a la derecha. Unas vigas de madera. ¿Un establo? Ni idea… Era un mural viejísimo. Del siglo XV o XVI, a juzgar por los conocimientos generales de Draco sobre pintura. Si es que la pintura del mundo mágico podía equipararse con la muggle, claro. Esa era una pintura sin movimiento alguno. Creada, sin duda alguna, por muggles.
Unas palabras atrajeron su atención en el margen inferior derecho. Apartó más maleza con un movimiento de varita.
La adoración de los magos, rezaba la vieja escritura. Frunció el ceño de forma automática. Magos. ¿Magos adorando a muggles, en una época semejante? ¿No se suponía que lo que ellos, como mortífagos, intentaban restablecer eran las viejas costumbres? ¿Que antes todo estaba en equilibrio, muggles en su mundo y magos en el suyo? ¿Que no se relacionaban? ¿Cómo podían estar seguros a esas alturas de que todos se mantenían puros de sangre? Estaba viendo una reunión entre magos y muggles en el siglo XV… ¿Y si él mismo tenía algo de sangre muggle en su interior?
¿Y eso qué cambiaría…?
—¡Sargento Malfoy! —llamó a lo lejos una voz femenina, rompiendo el silencio.
Draco parpadeó para despertar de su ensoñación. Tuvo que tragar saliva. Apartando la mirada, obligándose a respirar. Recordando dónde estaba. Casi agradeciendo que alguien fuera de allí lo necesitase, trepó con toda la agilidad que pudo por encima de varias rocas de considerable tamaño y volvió a salir fuera de la estancia.
Una vez de nuevo en el vestíbulo, trató de adivinar de dónde procedía la voz y un par de compañeros le indicaron en silencio la dirección correcta. Encontró a una figura enmascarada de pie en una sobria esquina interior. El muro tenía una abertura que daba al nocturno exterior; había habido un derrumbamiento en algún momento de la historia. Hacía tiempo, a juzgar por la maleza que cubría las piedras derrumbadas a sus pies. Avanzó más, y vio a su compañera mirándolo con vacilación tras la máscara.
—¿Has encontrado algo? —cuestionó el chico, mirando alrededor. No había trampilla. Ni tampoco escaleras. Otros compañeros estaban llegando tras él.
—No —admitió la mortífaga, con voz insegura. Reconoció por el tono de voz que se trataba de Abbey—. Pero aquí la pared es diferente, señor. Y me ha llamado la atención. Pensé que querría echarle un vistazo…
Draco escrutó lo que le señalaba. Y admitió que tenía razón. Las paredes estaban compuestas por piedras estrechas, ordenadamente colocadas por la mano del hombre. Pero, en la pared que ella le indicaba, las piedras eran mucho más grandes. Peor apiladas. Y la maleza no las recubría. Draco recorrió la superficie con la luz de la varita. Se acercó. Había grietas entre las piedras. Cosa que no había en el resto de las paredes, hábilmente erigidas.
—¿A dónde da esta pared? —quiso saber Draco, en voz baja pero audible. Dos mortífagos salieron de inmediato de la habitación, con la intención de dar la vuelta y comprobarlo. Abbey salió al exterior por la amplia abertura del muro, intentando ver lo mismo.
Draco se quitó la máscara y acercó el rostro a la pared. Pegando la mejilla a una de las grietas. Una corriente de aire cosquilleó su piel. No oía nada al otro lado.
—No está claro —dijo uno de los mortífagos cuando regresó. Adivinó que era Gibbon—. No encontramos el otro lado. Parece que da al interior de la estructura.
Abbey regresó y mencionó lo mismo. Draco separó el rostro y volvió a colocarse la máscara. Golpeó el muro con el canto del puño. Dos veces. Con fuerza. Escuchó un crujido ante él. Gravilla cayó sobre sus zapatos. Retrocedió dos pasos y lo apuntó con su varita.
—Reducto.
El rayo de luz alcanzó la pared y atravesó una de las piedras por la mitad. Rompiéndola. Arrancándola del muro. Otras cayeron. No estaban bien sujetas. El golpeteo reverberó en cada esquina. Se había abierto una pequeña abertura. No había hecho una brecha en un muro, sino un agujero que daba al otro lado. La pared estaba hueca. Draco agitó la varita de nuevo mientras se acercaba, apartando las piedras a los lados, haciéndolas levitar con distraídos Wingardium Leviosa. La abertura se hizo más grande.
Draco encendió su varita de nuevo y unas empinadas escaleras, que creaban una curva hacia la izquierda, se materializaron ante ellos. Escuchó a alguien suspirar a su espalda. Quizá fue Nott.
El dragón no podía haber entrado por ahí. Era imposible. Era diminuto. Pero quizá hubiera otra entrada a las bóvedas, o a donde quiera que esas escaleras condujeran, en otro lugar. Tal y como Greyback había señalado, había pocas posibilidades de que el enorme dragón pudiese ocultarse en las ruinas terrenales del castillo.
—Todos abajo —ordenó Draco, con un tono firme que se escuchó con claridad en medio del silencio.
Haciendo gala de su categoría de líder, precedió a su reducido escuadrón escaleras abajo. Apuntando al suelo con la varita para no tropezar en los gastados y estrechos escalones. Era una escalera de caracol, de piedra grisácea. Las paredes eran de tierra, firmemente compactada, y rocas. Solo unas pocas algas aquí y allá indicaban la presencia de algo de agua subterránea. Tras un largo y silencioso descenso, se encontraron en un corto pasillo que terminaba en otro umbral sin puerta. La oscuridad allí abajo era total.
—No se oye nada —murmuró Mulciber. Su voz se transformó en un fantasmal vaho tan pronto abandonó su boca. La temperatura había descendido gracias al aislamiento de la fría tierra—. El dragón tiene que ser enorme. Si estuviera aquí abajo, ¿no se escucharía algo?
—Gibbon, echa un vistazo —ordenó Draco, señalando el umbral que los esperaba a pocos metros. El mortífago permaneció inmóvil varios segundos, luchando contra lo inevitable. No parecía sentirse en absoluto preparado para enfrentarse a algo así en soledad.
—¿No has oído a tu sargento? —cuestionó Greyback, lentamente, con su afónica voz. Cuando ralentizaba las palabras, era más aterrador todavía. Gibbon se sacudió. Ante la perspectiva de ser quizá engullido por un dragón o asesinado sin duda por un hombre lobo, pareció preferir la primera opción.
Se abrió paso entre el reducido grupo y avanzó con pasos vacilantes hacia la oscuridad. Oyeron cómo sus pies trastabillaban. Llegó hasta el amplio umbral y se detuvo ahí. Pareció asomarse un poco y mirar a ambos lados.
—Es… es una sala enorme. Hay columnas. No veo casi nada. Pero… creo que está despejado —oyeron que decía, con voz inestable.
Draco, tras registrar tal información, se permitió tomar aire. Echó a andar contra su propia voluntad hacia donde su compañero aguardaba. Éste se apartó a un lado, con alivio, para dejarle ver. Escuchó cómo el resto de sus compañeros los alcanzaban.
Con las varitas en alto, iluminaron casi sin éxito lo que posiblemente podría ser el lugar más inmenso que Draco había visto jamás. Una vez que sus ojos se fueron acostumbrando a la falta de luz, vieron ante ellos una simple explanada de piedra, repleta de anchas columnas redondas que se perdían en la oscura altitud. Solo veían como diez metros por delante de ellos. No conseguían ver el otro lado del lugar, ni las paredes a los lados. Draco intuyó que había capacidad para, como mínimo, seis comedores como el del castillo de Hogwarts en aquel lugar. El silencio era demoledor.
—¿Todo esto se oculta debajo del castillo? Joder… —masculló Greyback, y su voz se deslizó como un tenue eco por la inmensidad de la sala, rebotando contra las columnas más cercanas—. ¿Para qué? ¿Qué es este lugar?
—Con esas columnas por todas partes, parece una especie de vestíbulo. Quizá conduzca a otras zonas —susurró Abbey—. A juzgar por la entrada que hemos tenido que atravesar, los gobernantes mantenían oculto este sitio…
—Los últimos gobernantes eran muggles —especificó Nott en voz baja—. Quizá los magos se ocultaban aquí abajo… Tiene fama de ser uno de los castillos más embrujados de Gran Bretaña.
—Como siempre, los magos escondidos… —murmuró Abbey con audible rencor—. Odiosos muggles…
—Sea lo que sea este lugar, no creo que esté aquí —opinó a su vez Gibbon—. El silencio es tremendo. Y un dragón no es precisamente silencioso. Oiríamos cualquier movimiento suyo.
—Allí puede haber alguna otra sala —gruñó Greyback con voz pausada y baja. Señaló frente a ellos con una uña larga y afilada. El extremo perdido en sombras que ni siquiera alcanzaban a ver.
—Vale, quizá sí, pero, ¿cómo… sacaremos al dragón de ahí, si es que realmente está ahí? —cuestionó Gibbon en voz alta, preocupado. Miró a Draco con incertidumbre. Éste tenía la vista fija todavía en la sala de columnas. Callado y concentrado. Gibbon no estaba seguro de que hubiera estado escuchando la conversación—. Quizá deberíamos retroceder y buscar ayud…
—Luces fuera —ordenó entonces Draco, con seriedad. Abriendo la boca por primera vez en largo rato. Y todos comprendieron que no se había perdido ni una palabra. Y les recordó que él estaba al mando—. Nott, deja la tuya.
Su amigo, situado a su lado, obedeció y dejó su varita encendida, mientras el resto las apagaban. Draco rebuscó dentro de su túnica, y su cinturón, y sacó dos objetos. Uno era una pequeña vela. El otro, una mano seca y encurtida. Su Mano de Gloria.
La había conseguido por fin hacía menos de un año. No había podido olvidarse de su existencia desde que la vio con doce años en la tienda Borgin y Burkes en el Callejón Knockturn. Se la pidió finalmente a Borgin, el cual trabajaba para ellos desde el comienzo de la guerra. Desde que fue secuestrado por el Señor Oscuro, realmente, pero el viejo hombrecillo clamaba que lo hacía con gran gusto. Les proporcionaba de forma gratuita, y a demanda, todo tipo de artefactos oscuros, pociones e ingredientes para éstas.
Un artilugio que solo da luz a su propietario, y que iluminaba incluso a través del polvo peruano de oscuridad instantánea, le había sido útil en muchas misiones.
Hizo flotar ante él la inquietante mano para tener las suyas libres mientras utilizaba su varita para encender la vela. La colocó dentro de la mano, y después la sujetó con firmeza en su propio puño. Era fría y áspera.
—Este es el plan —comenzó Draco, mirándolos uno a uno en la tenue luz que los rodeaba—. Solo vamos a encontrar al dragón. Somos seis, estaréis de acuerdo conmigo en que un ataque directo es un suicidio. Yo os guiaré por la sala —elevó un poco la mano que sujetaba la Mano de Gloria, indicando que solo él vería el camino—. Si el dragón está ahí dentro, daré dos tirones a vuestras manos como aviso y regresaremos aquí de inmediato. E informaremos al Señor Oscuro. ¿Alguna pregunta?
—Irán surgiendo sobre la marcha, señor —gruñó Greyback con burla. Draco frunció los labios con irritación tras su máscara. Cómo odiaba que lo menospreciasen como sargento y se permitiesen ese tono altivo con él…
—Que nadie se separe del grupo —advirtió con frialdad. Como si no lo hubiera oído—. No volveré a buscar a nadie que cometa un error. Así que sujetaos con fuerza. Y silencio absoluto.
Nadie dijo, efectivamente, ni media palabra más. Todos se apresuraron a obedecer. Draco notó la mano de Theodore aferrar la suya, y, uno tras otro, todos fueron dándose la mano, colocándose en fila para seguir a Draco. Solo él vería el camino. Los Lumos eran demasiado llamativos para un ataque por sorpresa. Así, la oscuridad sería total. Y el dragón no advertiría su llegada.
Cuando el último en la fila indicó que estaba listo, Nott apagó su varita y Draco echó a andar, tirando de la sudorosa mano de su amigo. Dio un par de pasos hacia la inmensidad del lugar y el resto lo fueron siguiendo uno a uno, adaptándose a su ritmo. La luz de la Mano de Gloria iba iluminando metro a metro el lugar, solo para él, e iba revelando el tamaño real de aquella inmensidad.
Draco miraba alrededor con frenesí. Escrutando cada rincón que la luz de la vela iba revelando. Cada enorme columna. Algunas estaban tiradas en el suelo, en varios pedazos que no permitían adivinar realmente su tamaño. Su diámetro era de la altura de Draco. Ese lugar parecía no tener fin. Sospechaba que estarían a mitad de camino de la pared contraria, pero aún no la veía. Le pareció intuir la pared de su derecha en algún momento, y una sombra que parecía el umbral de una puerta. Posiblemente aquel lugar era realmente un vestíbulo. Cuando llegasen al otro lado, y se asegurasen de que el dragón no estaba allí, se dividirían para inspeccionarlo con más tranquilidad y cubrir más terreno.
Un par de veces, sintió a Nott tirar de su mano para detenerlo y que aguardase. Sospechaba que alguno de sus compañeros había tropezado, o se había soltado. No podía culparles. Estar marchando a oscuras por ese lugar no podía ser fácil. Otro tirón por parte de su amigo, y Draco continuaba su lento caminar. Nadie decía ni una palabra. Podía escuchar a Nott respirar con dificultad tras él. Y su mano temblar en su agarre. Cada vez que uno de sus pasos se oía especialmente fuerte, o alguna diminuta piedra se desprendía de alguna columna, cayendo a su lado, todos contenían el aliento.
De pronto, un destello metálico brilló ante Draco. A apenas dos metros. Se detuvo de súbito, y Nott chocó contra él de forma silenciosa. Conteniendo el primitivo impulso de retroceder, el joven rubio alzó más la mano, con la Mano de Gloria en ella, para iluminar mejor ante él. Sentía el corazón latiendo contra su nuez.
La luz iluminó una columna derrumbada ante ellos, obstaculizando su camino. Y una enorme cadena de hierro, de eslabones gruesos como los brazos de un hombre adulto, que se balanceaba en el aire. Ascendía, perdiéndose en la oscuridad. Draco levantó más la vela sobre su cabeza, siguiendo el recorrido del negro metal, intentando ver el final. Estaba enganchada a una enorme argolla. Y la argolla rodeaba una estructura cubierta de gruesas escamas de color cobre.
Draco dejó escapar un aliento que no sabía que estaba conteniendo. Y estuvo a punto de dejar caer la Mano de Gloria. La sujetó con más fuerza, manteniendo la luz que iluminaba aquella monumental pata de reptil, descansando sobre una columna de piedra rota.
Notó que sus piernas habían dejado de funcionar. Quizá porque no podía respirar y no llegaba oxígeno a sus músculos. Se obligó a mantener la calma. Aunque sus sentidos no lo asimilasen, solo él veía esa luz. El dragón no podía verla. No los veía.
Tenían que retroceder. Ya estaba. Lo habían encontrado. Tenían que salir de allí. Pedir ayuda al Señor Oscuro. A los demás escuadrones. Era colosal.
Luchando contra su agarrotamiento, se obligó a tirar dos veces de la mano de Nott. Notó cómo trasmitía el gesto al siguiente compañero. No escuchaba a su amigo respirar en absoluto. Conteniendo su propio aliento, Draco comenzó a andar, girando sobre sí mismo. Con la intención de guiar al grupo de vuelta a la salida.
Se oyó un tintineo metálico que lo hizo detenerse de golpe. Miró por encima de su hombro, por inercia. La cadena se balanceaba de un lado a otro ante sus ojos, sin que nadie la hubiese tocado.
Y entonces la vista de Draco se desenfocó. Porque una terrorífica voz de ultratumba tronó dentro de su cabeza, y, a juzgar por cómo la mano de Nott casi rompió la suya en su agarre, en la de todos sus compañeros. Una voz que no dijo nada comprensible. Solo un espantoso siseo estrangulado. Escuchó jadeos a su espalda. Dos varitas se encendieron. ¿Quién había dicho eso?
"Sé que estáis ahí…", hubiera escuchado el chico, si supiese pársel. Pero no lo sabía. De modo que solo pudo contemplar, incapaz de reaccionar, cómo, a la luz de las varitas, un enorme estómago cubierto de escamas cobrizas se levantaba de la columna. Unas amplias alas de murciélago se separaron del tronco de reptil, desplegándose en la enorme sala, perdiéndose en la oscuridad debido a su tamaño.
Y entonces rugió.
Draco sintió que su cráneo se rasgaba por dentro. Le pareció que su cerebro se hinchaba, tratando de huir de él. Soltó su Mano de Gloria para llevarse las manos a los oídos, en un básico instinto de protección. La vela se apagó. El rugido se propagó por la enorme estancia, retumbando en los muros, y llevando el eco hasta cada rincón. Tenía que haberse escuchado incluso en el pueblo que se encontraba en la ladera del castillo.
Cuando el sonido fue menguando, pudo notar que sus compañeros también estaban gritando. Vio los destellos de los hechizos tras sus párpados cerrados. ¿Cuándo había cerrado los ojos? Los abrió. Se quitó las manos de los oídos.
Todo a su alrededor se reducía a decenas de encantamientos que golpeaban contra la dura piel de la criatura. No haciendo nada. Solo iluminándolo de forma más fidedigna. Mostrando su envergadura. Cómo estaba erguido en sus patas traseras. Empujando algunas columnas a su alrededor, haciéndose un hueco. Contrariado por los ataques.
Draco ni siquiera vaciló. Coló la mano bajo la manga de su túnica e hincó la varita en su antebrazo izquierdo, clavándose la punta sin piedad. Pidiendo auxilio a su señor. Sabía que su Marca Tenebrosa se había ennegrecido. Sabía que Lord Voldemort había recibido su aviso. Miró alrededor. Pero nada había cambiado.
Nadie acudió.
Retrocedió, alejándose de la batalla campal. No pretendiendo huir, aunque cada nervio de su cuerpo se lo pedía. Intentando ver todo en conjunto. Replanteando su estrategia. Un dragón de veinte metros estaba ante sus narices. Rugiendo. Listo para acabar con ellos. Él seguía teniendo su varita en la mano. Era el sargento de ese escuadrón. Tenía que sacarlos con vida. Nott. ¿Dónde estaba Nott…?
Tenían que sacar al dragón al exterior. Era su misión llevarlo ante Voldemort. Él no iba a acudir a socorrerlos.
Intentó ver, en vano, tras la criatura. ¿Cómo había entrado allí? ¿Por dónde había entrado? Tenían que evitar que huyese por el mismo lugar. Tenían que sacarlo al patio de armas como fuese. Estaban solos.
Draco trató de hacer cálculos mientras la adrenalina rugía en su cerebro. Sus hombres concediéndole varios valiosos segundos para pensar mientras atacaban al dragón por él. Intentó recordar el camino recorrido hasta llegar allí. Miró hacia arriba. El patio de armas tenía que estar justo encima.
Le pareció ver cómo el dragón intentaba retroceder, moviendo su pesado cuerpo con lentitud. Alejándose de los hechizos.
—¡RODEADLO! —gritó Draco, intentando que su voz se escuchase por encima del potente barullo—. ¡CUBRID EL OTRO LADO! ¡NO DEJÉIS QUE HUYA! —Dos de sus compañeros se Desaparecieron a su lado. Suponía que Apareciéndose al otro lado de la criatura. Cortando su huida—. ¡DIFFINDO! —vociferó él, apuntando a una gruesa columna de su derecha. Vio cómo la base se rasgaba, y la estructura comenzaba a caer, separándose del techo—. ¡DEPULSO!
Con un brusco movimiento de varita, logró arrancarla del suelo y con otro amplio gesto que implicó todo su cuerpo, arrojarla contra el dragón. Vio cómo le caía encima, y cómo se rompía contra su cuerpo en decenas de escombros que levantaron otra nube de polvo. Haciéndolo rugir de nuevo. De rabia. Sabía que no le había llegado a hacer daño. Pero quería mantenerlo en su lugar, entretenerlo, impedirle huir, si es que eso era posible. Mientras él se encargaba de destrozar el techo. Dándole una salida. Dándole la única escapatoria de ascender.
Vio moverse algo a su derecha, en el límite de la iluminación de los Lumos. La cola del animal se perdía en la oscuridad, en el suelo, entre las columnas. Debía medir diez metros, al menos. Y lo vio lanzarla contra ellos.
Uno de sus hombres gritó una advertencia. Draco se arrojó al suelo, esquivando por poco los enormes y afilados pinchos que recorrían aquel gigantesco látigo. Logró ponerse en cuclillas en cuanto la cola zumbó lejos de su cabeza.
Dos de sus compañeros estaban ante él, cubriéndole. Lanzando también un maleficio tras otro a la criatura, manteniéndola ocupada. Draco apuntó con su varita a otra de las columnas. Repitiendo el mismo proceso. Rompiéndola por la base y aprovechando que tenía magia suficiente como para hacerla levitar y usarla como arma arrojadiza contra el dragón. Otro bramido lo ensordeció, pero logró no taparse los oídos. Más escombros cayeron de un techo cada vez más debilitado, sin el sostén de las columnas. Draco estaba sin aliento, pero no podía parar.
—¡Sube de una vez, estúpido lagarto…! —farfulló, retrocediendo unos pasos. Lanzando varios Bombardas contra un techo que no podía ver. Arrancando cascotes que cayeron a su alrededor.
El suelo tembló de pronto, haciéndolo trastabillar y casi caer, cuando una nueva columna se derrumbó ante ellos. El polvo los rodeó. La criatura volvió a bramar. La luz de las varitas todavía la iluminaba. Y se había enderezado otra vez. Sus alas se estaban moviendo.
Draco vio cómo las agitaba una única vez, pesadas, gruesas y duras, como gigantescos abanicos de cuero, produciendo un sonido como el de un huracán que le embotó los oídos. Sintió al instante una tremenda corriente de aire que lo empujó con fuerza hacia atrás, haciéndolo rodar sobre sí mismo sin control sobre el suelo de piedra. Detuvo su imparable desplazamiento cuando su cuerpo chocó contra los restos de una columna de piedra, cortándole la respiración y, estaba casi seguro, partiéndole en dos varias costillas. Su cabeza rebotó dolorosamente. Un infernal pitido se apoderó de sus oídos, sustituyendo los sonidos del dragón.
No había logrado coger aire cuando vio un brillo escarlata tras sus párpados cerrados.
Sintió el calor del fuego.
Abrió los ojos a tiempo de ver cómo las llamaradas se aproximaban a él. Hiriendo su sensible visión, acostumbrada a la penumbra. Apenas registró los fragmentos de la columna a su lado. Rodó sobre sí mismo por acto reflejo, todavía tirado en el suelo, para poder ocultarse tras ellos. Justo a tiempo. Sintió las llamas rodearlo a los lados de la columna. A juzgar por cómo le dolía la garganta, estaba gritando, pero no se oía. Estaba respirando el polvo del suelo. El fuego desapareció entonces a su alrededor. Y no oía nada. Solo ese ensordecedor pitido. Jadeando, temblando, miró en derredor. Las piedras y el suelo a su alrededor quemaban, incandescentes. Intentó ver por encima de los restos de la columna. El dragón estaba ahora envuelto en humo, tras escupir la enorme bola de fuego. Draco volvió a ver luces de hechizos. Su escuadrón seguía peleando. El dragón no los había derrotado.
Y entonces lo vio impulsarse sobre sus patas traseras y elevarse volando, desapareciendo de la luz de las varitas. Ascendiendo en dirección al techo. Vio más piedras cayendo a su alrededor, silenciosas. No las oía romperse contra el suelo rocoso.
Sí... ¡Sí! Lo habían conseguido. El dragón había visto una posible salida. Iba a intentar escapar por el techo. Un techo que se estaba derrumbando sin control por encima de sus cabezas.
—¡RETIRADA! —clamó Draco, con todas sus fuerzas. Esperando estar gritando. Seguía sin oírse—. ¡FUERA! ¡TODOS FUERA!
Sintió un cuerpo negro de pronto sobre él. Enfocó su mirada y vio el rostro de Nott a apenas un palmo, sin máscara alguna. Contorsionado de miedo, sucio de humo, abriendo y cerrando la boca. Gritándole cosas que él no podía oír. Antes de poder decirle que no lo escuchaba, su amigo tiró de él para ponerlo en pie. Nott echó a correr sin pensárselo dos veces y Draco lo siguió, suponiendo que la salida estaba cerca. Las piedras seguían cayendo a su alrededor, produciendo ahora un tenue eco a oídos de Draco, como si cayesen en el centro de un estadio de Quidditch y él estuviese en la grada más alta.
Atravesaron de pronto un umbral y se vieron en el estrecho pasillo de nuevo. Con las escaleras ascendentes a apenas pocos metros. No había ni rastro de los demás mortífagos. Se detuvieron a recuperar el aliento. Draco se apoyó contra la pared, temblando de pies a cabeza. Con las náuseas a flor de piel. Sin poder apenas respirar. Notaba un doloroso latido en los oídos.
Nott se alejó apresuradamente de él en dirección a una esquina, seguramente a vomitar. Draco lo siguió con la mirada apenas unos instantes, antes de volver a contemplar la sala de las columnas. Intentando ver lo que sucedía. Sin éxito. Veía humo. Veía polvo. Pero no veía al dragón. Y no oía nada.
Se llevó una mano al oído, frotando el interior con el pulgar, en un instintivo intento de recuperar la audición. Percibió entonces que Nott volvía a su lado. Con la varita encendida en la mano. La luz iluminó su rostro, pálido y tenso de terror. Casi frenético. Nott clavó sus ojos en los intentos de Draco por recuperar la capacidad de escucha. Adivinando el problema. Draco vio entonces cómo su amigo agitaba la varita ante su rostro. Instantes después, sintió que el pitido de sus oídos desaparecía. Volvía a escuchar lo que lo rodeaba.
—¿Mejor? —oyó, efectivamente, que susurraba Nott ante él.
No pudo tomar aire para agradecérselo y se limitó a asentir con la cabeza. Aliviado. Ahora podía escuchar los sonidos que hacía el dragón en la habitación de al lado. Se escuchaban por encima de sus cabezas. Estaba tratando de romper del todo el techo de piedra, y la tierra que había sobre sus cabezas, para poder salir de allí cuanto antes. Draco esperaba que su plan funcionase y el patio de armas estuviese, efectivamente, sobre ellos.
—¿Y los demás…? —cuestionó, aún sin aliento. Y su voz sonó áspera como una lija. Podía notar el sabor terroso del polvo en su boca.
—He visto a muchos correr hacia aquí —murmuró Nott—. No sé si a todos. No sé si queda alguien…
Ambos miraron hacia el vestíbulo de columnas ahora destrozadas. No se oía a nadie pedir ayuda. Nott agitó la varita de nuevo, ejecutando un Homenum Revelio. Nada sucedió. Si quedaba alguien allí, desde luego no estaba con vida.
Al ver la varita de su amigo, una débil cordura se apoderó de Draco. Sus propias manos se cerraron alrededor de la nada.
—Mi varita… —jadeó. No la tenía consigo. Ni siquiera recordaba cuándo la había perdido.
Nott negó con la cabeza y le mostró su otra mano. Con su varita reposando en la palma. Intacta.
—Estaba en el suelo… —se limitó a murmurar.
Draco no supo qué decir. Se limitó a cogerla y a sujetarla firmemente. Miró a su amigo. Vio que seguía temblando de pies a cabeza a pesar de su estable mirada. Y supo que estaba pensando lo mismo que él. Estaban vivos.
—He tocado mi Marca —admitió entonces Nott. Lucía avergonzado. Como si hubiera fallado a Draco—. Necesitábamos ayuda. No íbamos a poder… Lo siento, no creía que… Pero no ha venido —terminó diciendo, disminuyendo el tono de voz.
El joven Malfoy apretó las mandíbulas. Sintiendo un intenso calor en la cara.
—Yo también —corroboró, en voz baja. Intentando controlarla. Theodore parpadeó mientras lo miraba, ahora con asombro—. También he tocado mi Marca. Y no. No ha venido.
Compartieron una larga mirada. Compartiendo el mismo rencor. Pensando de igual manera. Sin decir nada más. Su señor no había acudido en su rescate… Le daba igual que muriesen…
—El patio de armas está justo encima, o eso creo… —articuló Draco. Su amigo asintió en silencio. Como si ya hubiese adivinado y aprobase su plan. Draco se relajó contra la pared, terminando de recuperar el aliento. No podía creer que lo hubieran conseguido…
—¿Te has roto algo? —cuestionó Theodore, apoyándose en la pared a su lado—. Tu espalda… La quemadura del Fuego Maligno… Tiene que estar matándote de dolor.
Draco frunció el ceño y negó con la cabeza de forma perezosa.
—No. Ni la noto. Ya no me duele. Estoy bien.
Su amigo lo miró atentamente, con extrañeza, aunque Draco no se dio cuenta. ¿Que no le dolía? Esa misma tarde había estado retorciéndose de dolor por las esquinas, poniendo hechizos amortiguadores en sus ropas para que no le rozasen siquiera… O estaba lleno hasta las trancas de adrenalina, y eso encubría el dolor, o aquí pasaba algo raro…
—Antes de que se me olvide… —farfulló Nott, con tono frío. Ya lo averiguaría más tarde.
Draco lo miró y solo alcanzó a ver que estaba agitando su varita delante de su cara otra vez. Sintió que le daban un puñetazo en el cerebro. Y cosas confusas regresaron a su acelerada mente. Mareándolo hasta que estuvo a punto de desplomarse.
Granger curándole la quemadura causada por el Fuego Maligno… Granger abrazándolo mientras intentaba recuperar la compostura… El corazón de Granger latiendo contra su oído… Granger enseñándole cómo hacer un Patronus…
—¿Qué… qué has hecho? —logró articular Draco. Asustado. Agradeciendo estar apoyado. No confiando en sus piernas en absoluto. Nott lo miraba con impávida atención. Casi curiosidad.
—Devolverte tus recuerdos de esta noche. O, mejor dicho, quitar los míos que te he colocado encima —explicó, en voz baja y seria—. El Señor Oscuro no va a volver a dudar de ti después de que le entregues un puto dragón. ¿Recuerdas todo?
Draco abrió y cerró la boca. Sí, lo hacía…
—¿Y tú? —susurró, sin poder contenerse. Sin aliento—. ¿Has…?
—No. No he visto tus recuerdos —aseguró, con resentimiento—. Puedes quedarte tranquilo. La mierda en la que estés metido es solo tuya. Ahora será mejor que subamos…
Se giró con garbo, acercándose a las escaleras. Pero Draco se estiró y lo detuvo antes de que se alejara demasiado, sujetándolo por el brazo con fuerza. Nott dejó de caminar, pero no se giró.
—Gracias —le murmuró Draco a la espalda de su amigo. Y no había ningún rastro de frialdad en su voz. Theodore no se movió. No durante varios segundos.
—Para eso estamos… —terminó diciendo. También en voz más amable.
Draco soltó su brazo y ambos, sin hablar, supieron que tenían que seguir. Lograron encontrar las fuerzas necesarias para correr juntos escaleras arriba, iluminándolas con sus varitas para no caer, aunque tropezar era inevitable. A medida que subían, los sonidos del dragón rompiendo el techo se hacían más y más tenues.
Atravesaron la abertura del muro que daba al interior de los salones del castillo. No había nadie allí. Recorrieron los desiertos pasillos y salieron hasta la columnata. Logrando visualizar el patio de armas. Ahí los sonidos volvieron a invadirlos. Todos los mortífagos se habían congregado allí, dispersos por todas partes. Mirando en una misma dirección. Hacia la otra gran estructura que quedaba a su izquierda. La zona más antigua del castillo. Un gran edificio cuadrado, el más alto de aquel lugar. No había puerta en su fachada que diese al patio de armas. Posiblemente se entraba desde el interior, desde la zona de la que Draco y Nott procedían.
No tardaron mucho en preguntarse por qué todos apuntaban con sus varitas hacia allí. El edificio se estaba viniendo abajo. Podían ver el polvo que flotaba a su alrededor. Las piedras de la fachada, desmoronándose. Cayendo cada vez a más velocidad, al mismo tiempo que una colosal figura emergía de la tierra. Una lluvia de roca cayó sobre el patio de armas con la fuerza de un terremoto. Los mortífagos apenas tuvieron tiempo de crear hechizos protectores para evitar ser aplastados.
El dragón emergió de entre los escombros y sus alas se desplegaron en la noche, agitándose para liberarse de las piedras. Un nuevo rugido atronador rompió el silencio del lugar. Era un dragón inmenso, poderoso y majestuoso, como Draco no había visto otro en su vida. Por fin pudo verle los rasgos, aunque fuese en la lejanía. Podía ver su terrorífico morro. Sus escamas, la cresta de afiladas puntas por todo su lomo, y sus poderosas garras. Las gruesas membranas de sus alas. Sus ojos, de un blanco lechoso como dos lunas. Era ciego. No se había esperado eso. Pero sabía que estaban ahí. Así como había sabido que el escuadrón de Draco estaba abajo, en la sala de columnas.
Los mortífagos alzaron más las varitas. Apuntando a la criatura. Solo unos pocos retrocedieron. Decenas de hechizos de todo tipo atravesaron la noche, rebotando en su tostada piel recubierta de escamas que formaban la mejor de las armaduras. Iluminando las ruinas del castillo. Destrozando todavía más el edificio que aún lo envolvía.
Draco y Nott, acuclillados tras las columnas de la columnata, no se movieron del sitio. No atacaron. Se limitaron a contemplar la escena. Estupefactos. Sabiendo que nadie notaría su ausencia entre tanto caos. Ya se habían arriesgado lo suficiente por su señor esa noche…
Draco distinguió a Greyback, en un rincón, rugiendo en la noche mientras agitaba su varita. Cerca de él, otras dos personas con túnicas polvorientas y chamuscadas en las mangas debían ser el resto de su escuadrón. Estaban vivos. Alcanzó a ver también los agitados andares y el espeso cabello suelto de su tía Bellatrix, al frente de todos, lanzando maleficios a diestro y siniestro, destrozando aún más aquella parte del castillo. Intentando atrapar allí a la criatura.
El dragón movió con pesadez su enorme cuerpo, intentando salir de la prisión en la que se habían convertido los escombros. Varias piedras derribaron a los mortífagos que estaban más cerca.
Y todo se detuvo entonces. El dragón se quedó quieto de pronto, erguido, aún metido entre escombros de cintura para abajo, sin intentar huir. Respirando en la noche con dificultad, observándolos a todos con sus ojos ciegos. No volvió a atacar. Tampoco lo hicieron los mortífagos. Fueron bajando las varitas con el paso de los segundos. Confusos. Sin entender qué sucedía.
Draco sintió a Nott enderezarse a su lado, como si algo hubiera llamado su atención. Siguió su mirada.
Lord Voldemort se había materializado en el vacío lugar entre los mortífagos y el dragón. Se encontraba allí, inmóvil y erguido, como su adversario. Contemplando a la inmensa criatura. Todos los mortífagos se retiraron para dejar espacio. La boca de Draco se abrió con pasmo. El Señor Oscuro no tenía ninguna posibilidad contra semejante enemigo… Iba a matarlo. El dragón lo mataría. ¿Cómo pensaba capturarlo? Ni siquiera Él podía ser tan poderoso... ¿Estaba a segundos de ver el final de Lord Voldemort? ¿A segundos de ver terminar esa guerra?
El rostro de Granger se materializó en el fondo de sus ojos... La inesperada pero extraordinaria posibilidad de estar con ella, de estar juntos de verdad… Olvidando por un increíble instante que lo que los separaba iba más allá de Lord Voldemort…
Draco estaba respirando al mismo ritmo que el dragón.
—¿Cuáles son las órdenes ahora? —farfulló, sin poder apartar la mirada de la ahora inmóvil criatura.
—No hacer nada… —susurró Nott, también sin parpadear. Draco lo miró.
—¿Qué?
—El Señor Oscuro dijo que él se encargaría de todo llegado el momento. Que no interfiriésemos —murmuró su amigo.
Un nuevo rugido del dragón atrajo la mirada de ambos amigos. El estómago de la criatura se había iluminado como una enorme lumbre, incandescente. Y la cabeza con forma de serpiente se agachó para regar el patio con un poderoso chorro de llamas.
Theodore gritó al lado de Draco, viendo el fuego atravesar el lugar en el que el Señor Oscuro se encontraba. Muchos otros mortífagos lo imitaron, mientras creaban hechizos protectores para no salir heridos. Decenas de Protegos y Aguamentis lanzados a tiempo envolvieron el lugar en una inmensa nube de vapor. Draco tuvo que sujetarse a la columna. Cayendo de rodillas. La cabeza le daba vueltas. Sentía que todo lo que estaba viviendo era una estupidez. ¿Así acababa todo? ¿Así acababa esa maldita guerra? ¿En apenas un instante?
Cuando el dragón cerró la boca y las últimas llamas y el vapor se extinguieron, vieron que una figura vestida con túnica negra seguía en medio del patio. Lord Voldemort seguía ahí, imponente, aún de cara al dragón. La cabeza alzada, los ojos rojos fijos en el animal. El rostro, una máscara blanca que no expresaba emoción alguna. El fuego no le había afectado.
Draco se giró sobre sí mismo, quedando sentado en el suelo. Necesitando apoyar la espalda en la columna. Dar la espalda al patio de armas. Estaba jadeando. Estaba decepcionado. Su líder seguía vivo. Y él no debería estar conteniendo las lágrimas por ello.
Lord Voldemort alzó entonces su varita, con un indescifrable movimiento, y creó una resplandeciente red dorada que se fue haciendo más grande, hasta extenderse por encima del dragón. Otro complicado gesto, y la red cayó, clavándose en la fuerte piel de la criatura, metiéndose entre las escamas. Brilló en la noche mágicamente y el dragón rugió. Todos supieron que era de dolor.
La criatura se encogió sobre sí misma. Echando humo por las narinas. La red dorada del mago tenebroso brillaba aún sobre sus escamas en la oscuridad nocturna. Los ojos ciegos, de un blanco espectral, se posaron sin ver en Lord Voldemort. No abrió la boca, pero el Señor Oscuro lo escuchó con claridad en su mente:
—No puedes entender a lo que te enfrentas, Señor Tenebroso. Soy más poderoso de lo que crees, más de lo que puedes controlar. No tienes ni idea del mal que desatarías si intentas controlarme. Te doy una última oportunidad… Déjame ir. Déjame libre.
La boca sin labios de Lord Voldemort se estiró en una sonrisa sin alegría. Apenas una mueca de condescendencia e incredulidad.
—Ya eres mío, Guiverno de Wye.
Un nuevo rugido de la criatura retumbó entre los muros de Berry Pomeroy, coincidiendo con los rayos del sol que comenzaban a despuntar en las lejanas montañas.
Ay, ay, ay, ¡Voldy ha conseguido hacerse con el dragón! Esto tiene mala pinta… 😨
¿Qué os ha parecido el capítulo? Tiene bastante acción, me he aficionado a escribir escenas de este tipo, me divierte un montón ja, ja, ja 🙈 La batalla con el dragón originalmente era más corta, pero me he emocionado escribiendo, sorry ja, ja, ja… Ojalá os haya gustado mucho y os haya parecido emocionante… 😊
También tengo que decir… Draco, hijo, te estás ganando el sueldo de mortífago JA JA JA 😂
Hemos tenido varias cositas: un momento Draco/Hermione más tierno, un poco de amistad Draco/Nott (¿alguien más echaba de menos a Nott? YO SÍ ja, ja, ja 😍), y esta vez ha tocado una escena de acción desde el bando de los mortífagos…
¡Lo dicho, ojalá os haya gustado! ¡Mil gracias por leer!
¡Nos vemos en el siguiente! ¡Un abrazo! 😊
