¡Hola, hola! ¿Cómo estáis? 😊 Lo prometido es deuda, ¡aquí estoy! Una semana y media después, dentro del plazo, he cumplido ja, ja, ja 😂✌
Ayy ¡muchísimas gracias a todos por vuestros comentarios! Siento haberos hecho sufrir con el capítulo anterior, creedme que yo también sufrí escribiéndolo ja, ja, ja pero me alegra tanto que os haya gustado, qué ilusión... 😍
Ahora sí, dato importante, MIL MILLONES DE GRACIAS POR LOS 300 COMENTARIOS 😍😍😍AYYYYY, ¡más de 300 comentarios! Ni me lo creo, de verdad, no sabéis lo feliz que soy… Sois los mejores… ¡Gracias, gracias, y gracias! 😍 Ya vamos por la mitad de esta segunda parte de la historia, a nueve capítulos del final… Uf, me pongo nostálgica, cómo voy a llorar cuando termine ja, ja, ja 🙈
Permitidme dedicarle este nuevo capítulo a Pax399 por haber sido el comentario número 300, ¡muchísimas gracias por tu apoyo, de corazón! ¡un abrazo enorme! 😍😘
Y no me enrollo más, que lo que importa de verdad es saber cómo termina la batalla en el Valle de Godric...
CAPÍTULO 48
El prisionero
La calle Grimmauld Place se encontraba desierta y silenciosa esa madrugada. Una única cosa perturbó la tranquilidad de la noche, y fue la súbita y muda aparición de una oscura silueta en la acera, frente a los edificios once y trece. Apenas la encapuchada figura puso los pies en el pavimento, dichos edificios temblaron y se apresuraron a apartarse pesadamente, casi con desgana. La persona avanzó, caminando con ágiles pasos, y, para cuando dejó atrás la acera, el número doce había quedado a la vista por completo. Ante ella se habían revelado un conjunto de desgastados escalones que se apresuró a subir. Una aldaba plateada con forma de serpiente retorcida era la única decoración de la maltratada puerta principal. No había manilla ni nada por el estilo.
La figura agitó su varita en un mecánico gesto cuando llegó ante la puerta, la cual se abrió al instante, como si la invitase a entrar. Una vez dentro del largo y estrecho vestíbulo, Hermione Granger se quitó por fin la capucha. Sus ojos se desviaron hacia un viejo reloj situado en un anticuado aparador que decoraba la pared de su derecha. Eran las tres de la madrugada.
Suspiró y se quitó la túnica, dejándola doblada sobre su antebrazo. También se deshizo de la Máscara del Fénix que llevaba en el rostro. Esa noche había resultado bastante cálida y estaba deseando quitarse ambas cosas. Echó a andar lentamente hacia el interior de la casa, con cuidado de no tropezar con el paragüero hecho con una pierna cortada de trol, para no despertar bajo ningún concepto el cuadro de Walburga Black. Las cortinas que lo ocultaban estaban pacíficamente cerradas, y era mejor que siguiesen así.
El silencio era casi absoluto, lo cual era de esperar. Era una hora muy tardía. Sabía que muchos de sus compañeros habían salido, igual que ella, y los que estuviesen allí seguramente estarían intentando dormir. Menos los correspondientes al ala del hospital, en el tercer piso, que hacían turnos para estar siempre despiertos.
Por eso se sorprendió cuando vio una sombra pequeña moverse en las escaleras que conducían al piso superior. Sintió un ligero sobresalto apoderarse de ella, pero no tardó en descubrir lo que era. O quién era.
—Buenas noches, Kreacher —saludó Hermione con educación, en voz baja.
El pequeño elfo doméstico se giró al escuchar su nombre. Sus ojos inyectados en sangre se posaron en la joven, pero no por mucho tiempo. No tardó en apartar la mirada y bufar por su nariz bulbosa. Ahora fingiendo que no la había visto.
—La sangre sucia estúpida ha regresado. Y le habla a Kreacher. Siempre le habla a Kreacher, pero él la ignora —masculló con su ronca voz, como si ella no pudiera escucharlo. Siguió limpiando con un plumero las cabezas de sus antepasados elfos, encogidas y sujetas en placas a lo largo de la pared de la escalera—. ¡Ah! Kreacher tiene la esperanza de que, cada vez que se va, no regrese. Pero aquí está de nuevo. Kreacher finge que no la ve. Si Kreacher no la ve, quizá se vaya…
—Yo también me alegro de verte —masculló Hermione, con desgana. Ya con un pie en la escalera.
—La sangre sucia sigue hablando a Kreacher. Pero éste no la escucha, no señor. No debería pisar esta casa. Pero el ahijado del holgazán del amo Sirius la trae aquí… ¡Ay, mi pobre ama! Si levantase la cabeza…
Hermione se dispuso a intentar rodear a Kreacher y subir por las escaleras, pero entonces escuchó unas pisadas amortiguadas que venían de la escalera que conducía a la cocina subterránea. Hermione se detuvo, dispuesta a saludar a quien quiera que estuviese despierto.
Una adormilada Fleur Delacour apareció por el umbral casi deslizándose. La joven francesa estaba vestida con un fino camisón que resaltaba su esbelta figura. Su rubio cabello, casi plateado, parecía tener siempre la misma atractiva largura, cayendo sedosamente hasta su cintura. Toda ella parecía emitir un intrigante resplandor plateado, incluso en la penumbra del vestíbulo. Sus bellos ojos azules miraron a Hermione con afecto al reconocerla, y su boca de blancos dientes sonrió junto a ellos.
—Has llegado muy tagde —saludó Fleur, en voz baja—. ¿Cómo ha ido?
Hermione suspiró con cansancio, devolviéndole aun así la amable mirada. La voz de Kreacher, ronca pero audible en medio del silencio, no le dejó contestar:
—Sangre sucias y veelas, esta casa está llena de inmundicia. De engendros. ¡Ay, mi pobre ama…!
—¡Kgeacheg, haz de favog de igte a dogmig! —suplicó Fleur, frustrada, poniendo en blanco sus ojos rodeados de rubias pestañas—. Son las tges de la mañana. Mañana limpiagás y seguigás insultándonos…
El elfo vaciló, pero finalmente echó a andar escaleras arriba con pesadez, aún murmurando.
—La veela se atreve a hablar a Kreacher. Cree que puede darle órdenes. Pero no, no puede ordenarle nada. Pero Kreacher se va, el vestíbulo se llena de despojos. No quiero, oh, mi ama, no quiero...
—Te seguimos oyendo —protestó la joven francesa, hastiada. Hermione rio sin fuerzas.
—No le hagas caso. Querría quedarse a cotillear. Me sorprende que haya aceptado irse.
—Cgiatuga sagnosa —masculló Fleur con desdén, arrugando la nariz, para después recuperar una mirada amable hacia Hermione—. ¿Y bien? ¿Cómo están las cosas en Azkaban?
—Complicadas. Lo sucedido con los Dementores ha sido un revés impresionante. Nadie se lo esperaba. Nadie sabía que habían decidido pasarse al otro bando. De modo que, cuando los mortífagos han entrado a buscar a sus compañeros, los pocos aurores que vigilaban la prisión se han encontrado solos. Han hecho lo que han podido.
—Gonald ha dicho antes que se han llevado a unos doce mogtífagos —dijo Fleur, cuyo bello rostro se tornó preocupado. Hermione asintió con la cabeza, corroborándolo—. ¿Sabéis sus identidades?
—Sí, Kingsley ha conseguido sus fichas. Por algún motivo que se nos escapa han… dejado allí a algunos de los suyos. Pero se han llevado a la mayoría —miró a lo alto de la escalera, casi por inercia, como si esperase ver en lo alto a Ron—. ¿Ron ya está aquí? ¿Harry también?
—No, solo Gonald —concretó Fleur—.Dijo que iba a espegagos a Harry y a ti para podeg hablag, pego ha caído gendido. Se ha ido a dogmig hace nada.
—Ha sido un día duro. Mañana hablaré con él —planificó Hermione, rascándose los cansados ojos con índice y pulgar—. Mañana hay que hablar con mucha gente. Tonks es la única que ha podido ir en persona a Azkaban en calidad de auror. Kingsley está con el ministro. Mañana nos informará de qué planea hacer.
Fleur bajó la mirada y suspiró, cruzando sus delgados y blancos brazos.
—¿Qué cgees que va a sucedeg ahoga? —cuestionó, pensativa. Hermione se encogió de hombros, casi disculpándose.
—No estoy segura. Remus me ha dicho que mañana a primera hora se organizará una reunión. Para ver qué nos dice Kingsley sobre los planes del ministro, y ver si Tonks descubre en Azkaban alguna forma de rastrear a los prisioneros que han escapado. Y Elphias está hablando con algunos espías que tenemos cerca de las filas de Voldemort, al menos lo suficientemente cerca como para que pudieran saber algo —se frotó un poco el dolorido cuello—. Pero Remus me ha adelantado que de momento no hay suerte. Voldemort lo ha planeado en el más absoluto secreto, ni siquiera ha confiado en todos sus mortífagos. Es… frustrantemente inteligente por su parte—se resignó a gruñir. Fleur apretó los labios en una tensa sonrisa.
—Pog veglo con algo de… "optimismo", no cgeo que unos mogtífagos más o menos pueda magcag la difegencia —opinó Fleur, mirándola fijamente—. Doce mogtífagos más en las filas de Quien-Tú-Ya-Sabes no les hagá ganag la guegga.
—Posiblemente no —Hermione le devolvió una apretada sonrisa—. Pero un ejército entero de Dementores, sí. De hecho, Remus me ha comentado que quiere implantar una pequeña formación obligatoria sobre Encantamiento Patronus para todos los miembros. Para estar mejor preparados.
Fleur suspiró y asintió con la cabeza, casi de forma inconsciente. Parecía reflexionar sobre las repercusiones de todo ello.
—Je comprends… —Al ver que la boca de Hermione se abría en un bostezo imposible de disimular, sonrió y señaló escaleras arriba—. Vete a dogmig, anda. Te lo has ganado.
—Creo que sí, gracias —coincidió Hermione, sonriendo agradecida—. ¿Tú no duermes? ¿No tienes la noche libre? —cuestionó, al verla vestida con un camisón en lugar del habitual uniforme de hospital.
—La tengo, sí. Pero no puedo dogmig… —confesó la joven Delacour, taciturna. Sin dar más detalles. Hermione asintió con la cabeza, sin nada que añadir. Era un habitual en su día a día. Todos tenían noches semejantes.
Hermione apretó brevemente el brazo de la chica en un amigable gesto y se dirigió escaleras arriba en dirección a su habitación. Al llegar al quinto escalón la voz de Fleur la detuvo.
—Hegmione… ¿has leído El Pgofeta de hoy? —quiso saber, en voz baja. De pronto, su cristalina voz se había tornado algo amarga. Hermione se detuvo y se giró para mirarla. Fleur la contemplaba con una mirada cargada de pesadez.
La chica dudó un instante, porque casualmente había estado leyendo varios ejemplares esa tarde. Pero no recordaba haber leído el de ese día.
—Creo que no —confesó, intentando recordar si lo había hecho—. ¿Por qué?
Fleur apretó los labios. Frustrada al parecer ante sus propios pensamientos.
—Nada, solo… Si lo lees, no cgeas todo lo que escgiben, s'il vous plait —pidió, mirándola casi suplicante. Hermione la tranquilizó con una sonrisa cansada.
—Tranquila. Hace mucho tiempo que no doy ninguna credibilidad a El Profeta.
La joven Granger retomó el camino en dirección a su habitación, situada en el primer piso. Abrió la puerta y casi suspiró de alivio al encontrarse allí de nuevo. Parecía que había pasado una eternidad desde la última vez que la había pisado, y solo habían sido unas horas. Pero había sido una noche muy larga.
Seguía tal cual la había dejado, horas atrás, cuando recibieron la inesperada noticia de que varios mortífagos habían sido liberados de Azkaban esa noche en un rápido pero demoledor ataque. Los Dementores, encargados de la seguridad del lugar, se habían marchado. Los habían traicionado. Habían dejado entrar a Voldemort. Estaban, indudablemente, de su lado. Y eso era peligroso. Muy, muy peligroso. Significaba que estaba alcanzando un poder y unos recursos que no habían esperado a esas alturas.
"Que su fidelidad es muy frágil. Estoy seguro de que sois conscientes de que el Señor Oscuro va tras ellos, que quiere incorporarlos a sus filas. Seguramente ya haya convencido a unos pocos. Sé que el grueso de los Dementores aún no se ha decidido, y en principio siguen en vuestro bando, guardando Azkaban, pero…"
Draco había hablado con sensatez diciéndole eso. Y había terminado acertando. Ya estaban en sus filas. La guerra continuaba. Y no estaba segura de que se estuviesen acercando a ningún final.
En medio del agotamiento, casi agradeció la soledad que reinaba en la habitación. La compartía con Ginny, pero no se encontraba allí. No sabía si estaba en la casa o habría salido.
Hermione encendió el candil de su mesilla con un gesto de varita antes de cerrar la puerta tras ella. Crookshanks, que dormía plácidamente en el centro de su cama, se removió un poco ante la súbita aunque tenue luz. La chica avanzó y dejó la capa y la máscara sobre el edredón, sentándose después en el borde de la cama. Dejó la varita en su mesilla y escrutó el contenido de esta con aire ausente. Tenía dos fotografías allí. Una de ella misma con Harry, en el Vestíbulo de Hogwarts. Ambos sonreían con algo de vergüenza, con las maletas en la mano. Era de su último año, antes de las vacaciones de Semana Santa. Colin Creevey se la había sacado, casi a traición. Al lado, en otro marco un poco más grande, había una de Harry, Ron y ella. En La Madriguera. En verano, aunque no recordaba cuál. Posiblemente en cuarto año, a juzgar por el cabello de Ron. Se fueron a los Mundiales de Quidditch pocos días después de tomar esa fotografía. Un acto tan normal que se sentía irreal comparado con la oscuridad en la que se había sumido su mundo en los últimos años.
Acarició el cristal con la yema de los dedos. Con un repentino pensamiento en mente.
No tenía ni una sola fotografía con Draco.
Si algo le ocurriese al muchacho… No tendría ni una sola prueba física de lo que había sucedido entre ellos. Ni un solo recuerdo palpable. No tenía nada suyo. Ni una prenda de ropa. Ni un objeto. Nada.
Quizá podría ir a la Calle Blucher. A por las mantas. A por el calendario. Y ese lúgubre pensamiento casi la hizo estallar en lágrimas. Su único recuerdo de Draco no podía ser un ajado calendario o una manta apolillada…
Se frotó la cara con las manos. Parpadeando para eliminar la traicionera humedad de sus ojos. ¿Por qué de pronto estaba pensando cosas así? Él estaba vivo. Se verían de nuevo esa misma semana, en pocos días. Seguro que todo había ido bien. Que esa inesperada llamada a través de la Marca Tenebrosa el último día que se vieron no había tenido mayor relevancia. Se verían en dos días…
No pudo evitar preguntarse, en un inesperado arrebato, si Draco habría sido uno de los que había participado en la fuga de Azkaban. Si había liberado a su padre. Si había salido herido, tras pelear con los aurores que custodiaban la prisión. Si los Dementores lo habían atacado, a pesar de estar de su lado. Todavía no sabía hacer un Patronus… El próximo día que se viesen tenían que volver a practicarlo…
Se sintió súbitamente extenuada. Casi desfallecida. No podía seguir dando vueltas a la guerra. Necesitaba descansar por ese día. No podía soportar más preocupaciones, ni hipótesis, ni temores.
Pero sí quería comprobar una última cosa…
Sin quitarse aún la ropa de calle, se deslizó por el borde del colchón hasta quedar sentada en el suelo junto a su cama. En el mismo lugar que había ocupado horas atrás. Estiró una mano a un lado y cogió uno de los periódicos que estaban abiertos en el suelo a su alrededor de forma ordenada. Había dedicado la tarde a examinar por su cuenta periódicos "El Profeta" antiguos.
Tal y como descubrió en su último año en Hogwarts, muchas noticias interesantes no aparecían en primera plana y pasaban desapercibidas para quien solo ojeaba los grandes titulares. Y, cuando sus obligaciones con el escuadrón de rescates de la Orden le daban un respiro, dedicaba unas horas a dicha tarea.
Volvió a untar en el tintero la pluma que reposaba en el suelo a su lado, para después limpiar el exceso intentando que no gotease al suelo. Llevó la pluma hacia el periódico que reposaba en el suelo frente a ella y redondeó de un rápido trazo una pequeña noticia al final de una columna. Era la última noticia que había visto antes de la llamada de la Orden.
Arabella Figg, desaparecida sin dejar rastro.
La chica se estiró para alcanzar un periódico que había delante de ella. El de ese día. Lo dejó en el suelo, junto al que acababa de marcar, y pasó las páginas lentamente. No sabía lo que buscaba, pero sospechaba que lo sabría en cuanto lo viese. Y, efectivamente, la noticia no se hizo de rogar.
En las páginas centrales lo encontró. De nuevo realizó un trazo circular sobre la frágil hoja del periódico, algo más amplio que el anterior.
Olympe Maxime, directora de la academia Beauxbatons, desaparecida.
¿Es una espía de "Quién no debe ser nombrado"?
Hermione suspiró. Eso era, sin duda, a lo que se refería Fleur. Al parecer a la joven le preocupaban las calumnias sobre la directora de su querido viejo colegio, como era de esperar. Hermione, tal y como le había prometido a Fleur, no dio crédito en absoluto. Tampoco le costó no hacerlo. Quizá se debiese a que estaba agotada, pero en ese momento le pareció una hipótesis tan descabellada, como que Harry fuese un mortífago.
Beauxbatons…
Hermione elevó la mirada, con los ojos perdidos en la nada. Beauxbatons. Samantha. La joven prisionera de la que Draco le había hablado. Voldemort la había secuestrado años atrás. Y la mantenía con vida. ¿Por qué secuestraría a alguien durante tanto tiempo? Y Draco había mencionado que tenía algunos privilegios. Por lo cual, era una prisionera valiosa.
¿Qué quería de esa chica? No era alguien importante. No había pedido un rescate...
Beauxbatons…
¿Y si… lo que quería era la Academia Beauxbatons?
Voldemort se había apropiado de Hogwarts. Y lo estaba utilizando para crear un ejército de jóvenes magos. Para adiestrarlos en sus ideas puristas de sangre. Tener el resto de los colegios más importantes del mundo mágico podría ser un objetivo interesante. Tendría sentido. Beauxbatons, Durmstrang… ¿Por qué conformarse con educar en sus radicales ideales solo en Gran Bretaña? ¿Por qué no instruir para la batalla a cientos, o miles, de jóvenes estudiantes más, por toda Europa? Podría tener el ejército más poderoso del mundo…
Pero quizá todavía no tenía la fuerza suficiente para apropiarse de los demás colegios. Quizá por eso mantenía con vida a esa chica.
¿Pero cómo podría Samantha ayudarle con eso? ¿Por qué ella?
Porque no había conseguido otra cosa…
¿Qué más intentos había hecho?
Una repentina hipótesis se apoderó de su cabeza. Se puso en pie, sin soltar el periódico, cogió su varita y salió de la habitación sin siquiera apagar el candil de la mesilla. Subió a la carrera hasta el segundo piso, iluminando las escaleras con la varita, y se adentró a toda prisa en el despacho de Ojoloco. Allí, encendió otro candil, más pequeño, de la amplia mesa de escritorio. Dejó la varita a un lado, y comenzó a rebuscar en algunas de las cajoneras. Encontró lo que buscaba en pocos segundos. Fichas de miembros del Ministerio de Magia que Ojoloco guardaba allí de sus días como auror. Magos poderosos a los cuales había protegido en su época dorada como uno de los aurores más competentes del ministerio.
Localizó la gruesa carpeta de papel que contenía los expedientes de los ministros de magia. Pasó las hojas con rapidez, ayudándose con su índice y dedo medio, hasta el periodo que le interesaba. Los años ochenta. El final de la Primera Guerra Mágica. La caída de Lord Voldemort.
Millicent Bagnold. Ella había sido la Ministra de Magia en esa época. La ministra a la que los mortífagos habían atacado durante el séptimo curso escolar de Hermione, según publicó El Quisquilloso en una entrevista en exclusiva. La anciana a la que el Señor Oscuro había intentado atrapar, sin éxito, antes que a Samantha.
Hermione buscó en su día cualquier tipo de conexión entre Millicent Bagnold y Samantha Minette. Familiares en común. Lugares de nacimiento. Lugares en los que intentaron secuestrarlas o lograron hacerlo. Sin encontrar ningún patrón.
No tenían ningún parentesco. Samantha era francesa, Bagnold inglesa. A Samantha la secuestraron por la noche en un albergue cerca de Warminster. La vieja ministra fue atacada en su casa, en Londres, sin lograr secuestrarla.
En aquel momento, a Hermione no se le ocurrió que Beauxbatons pudiese ser el nexo que las uniese.
Pero, ¿qué relación podía tener la ministra Bagnold con Beauxbatons? Según el expediente que tenía delante, entró en Hogwarts en 1935, siendo seleccionada en Ravenclaw. Coincidiendo, comprendió Hermione tras unos rápidos cálculos mentales, con Lord Voldemort. Siendo tres años mayor que él.
Y entonces lo leyó en los pergaminos que tenía delante. Y todas sus hipótesis adquirieron una nueva fuerza.
Había sido la campeona de Hogwarts en el Torneo de los Tres Magos en el año 1939, con solo catorce años. En aquella época, por lo visto, todavía permitían participar a los menores de edad. Y, según se mencionaba en ese mismo informe, entre paréntesis, la sede había sido en Beauxbatons.
Millicent Bagnold conocía la Academia Beauxbatons. Se habría alojado allí durante el año que duró el torneo. Y Hermione sabía, por Harry, que Lord Voldemort era un sentimental. No dejaría pasar la oportunidad de secuestrar a la Ministra de Magia que estaba en el poder durante su caída, y, además, obtener información del interior del colegio francés al mismo tiempo. Secuestrar a un profesor sería arriesgado, demasiado evidente; pero secuestrar a Bagnold podría tener múltiples finalidades. Y seguramente creyó que sería una presa más fácil. Pero su plan no dio resultado, y se vio obligado a secuestrar a una estudiante anodina. Samantha.
Y, ese mismo día, Madame Maxime, su actual directora, había desaparecido…
Voldemort quería entrar en Beauxbatons. Hermione tenía la terrible sospecha que de forma inminente. Y posiblemente también en Durmstrang, aunque era posible que no necesitase espías para entrar allí. Según recordaba Hermione, la política de ese instituto respecto a las artes oscuras y los nacidos de muggles era bastante acorde a las ideas del Lord. Encontrar allí alguien que lo introdujese sería pan comido.
Pero, ¿tenía los medios suficientes para atacar las dos escuelas más importantes de Europa, después de Hogwarts? Tenían que comprobarlo. Urgentemente. Tenían que hablar con sus espías. Vigilar las escuelas. Tenían que…
Una repentina luz blanca se sumó de pronto a la iluminación de su varita, a sus espaldas. Interrumpiendo sus pensamientos.
«¿Qué…?»
Hermione se sobresaltó y giró al instante, alarmada. Con la intención de coger su varita para defenderse, pero se quedó petrificada. Un brillante Patronus corpóreo avanzaba por la estrecha habitación hacia ella, pasos silenciosos sobre la madera.
Era un lobo. Un gran lobo gris. Con unos pequeños pero relucientes ojos que la miraban con fijeza. Hermione contuvo el aliento. Nunca había visto un Patronus semejante. ¿De quién era?
Se detuvo justo delante de ella. Sus orejas se sacudieron al contemplarla. Y, entonces, la boca del animal se abrió, mostrando sus afilados dientes, y una voz que conocía a la perfección, pero que pocas veces había escuchado con tanta desesperación, habló para ella:
—Tráelos al Valle de Godric, ¡rápido!
Antes de que el brillante lobo plateado desapareciese del todo, esfumándose como el humo de una vela, Hermione ya había salido corriendo de la habitación, dispuesta a despertar a todo el número 12 de Grimmauld Place.
Cuando los primeros miembros de la Orden del Fénix se aparecieron en el Valle de Godric, lo primero que atrajo sus miradas fueron las decenas de brillantes y verdes Marcas Tenebrosas que iluminaban el cielo nocturno. Después fue la luz de los hechizos. Luego los gritos.
Arthur Weasley se colocó mejor su Máscara del Fénix, que se le había movido ligeramente por haberse aparecido. Estaba en medio de una estrecha y oscura calle, ligeramente en pendiente, rodeada de casas pintorescas. De sus escombros, más bien. Allí no había nadie, pero brillaban los hechizos al final de la calle. Sintió una presencia a su derecha, y no le costó identificar a Ojoloco a pesar de la máscara que también llevaba. Más para dar ejemplo al resto de miembros de la Orden que por un motivo de anonimato real. Su complexión, porte, y pierna de metal terminada en garra eran esclarecedores.
Ambos, tras dedicarse un gesto de ánimo, echaron a correr cuesta abajo, directos a los gritos. El amplio abrigo de Moody volaba a su alrededor mientras renqueaba con furia, al igual que la larga capa de Arthur. Llegaron a una plaza, con una llamativa iglesia a su izquierda. Vieron ante ellos que más miembros de la Orden habían aparecido en otras zonas, y que se encontraban ya luchando contra los mortífagos. Algunos habitantes del Valle de Godric, magos, estaban acorralados en diversas zonas. Peleando todavía.
El aire olía a sangre. A polvo, fuego y magia. Varias casas estaban ardiendo vivamente, como hogueras, creando grandes volutas de humo que ascendían hasta el cielo nocturno. Algunas ya solo humeaban, convertidas a escombros. El viento se llevaba la ceniza, trasladándola por encima de sus cabezas. El suelo estaba regado de cadáveres.
—¡Apaga esas llamas! —gritó Arthur, cuando distinguió a Doge ante él, señalándole la casa en cuestión. Sin decir nada, el hombre obedeció y corrió hacia allí varita en mano. Arthur se giró sobre sí mismo, buscando un objetivo. Había donde elegir.
«¿Dónde están los aurores? ¿Por qué tardan tanto…?», se lamentó, desesperado.
Vio a Ojoloco, a pocos metros, agitar su varita en varios complicados movimientos y derribar a casi media docena de enemigos con un solo hechizo. Dos Bombardas por parte del ex-auror, que arrancaron un buen pedazo de pavimento, y otros tres volaron por los aires. Se escucharon algunos gritos. Había un grupo de magos en la puerta de la iglesia, defendiéndose como podían. Retrocediendo. Los mortífagos acorralándolos. Uno de los magos cayó al suelo mientras Arthur asimilaba la escena. Entonces se dirigió hacia allí sin vacilar, corriendo, sorteando cuerpos, y elevando la varita ante él, apuntando lo más firmemente que pudo.
—¡Rictusempra! —gritó, logrando alcanzar a uno de ellos en la espalda. Éste se echó a reír al instante, y cayó al suelo, retorciéndose, indefenso, preso de incontrolables cosquillas. Otro de los tres mortífagos se giró y lo apuntó con la varita, pero su grito no fue ningún hechizo:
—¡Es la Orden! ¡La Orden está aquí!
El tercero de los mortífagos se movió con rapidez y lanzó un precipitado hechizo a Arthur, el cual logró bloquearlo. A juzgar por el vibrante y metálico sonido que se produjo al repeler el encantamiento, y el aire frío que le golpeó la piel, había sido un ataque de magia negra. Arremetió con un veloz latigazo de muñeca, pero su enemigo fue más rápido. Bloqueó su maleficio y creó una sombra chispeante de color rojo que se cernió sobre él a toda velocidad. Una figura se posicionó entonces al lado del patriarca de los Weasley, y bloqueó tal conjuro. Logrando, además, derribar al mortífago. Arthur lo miró, y descubrió a John Dawlish, con una túnica de combate, y su rostro al descubierto. Los aurores habían llegado.
Arthur vio al mortífago que quedaba en pie hacer levitar al compañero que se reía descontrolado, y al que había sido derribado por Dawlish, y huir con ellos en dirección al cementerio. Y también vio a dos más, que llegaban corriendo de las calles contiguas. Localizó a Ojoloco a pocos metros de él, cerca de los restos de la estatua en honor a los Potter que se erigía en el centro de la plaza. Peleando contra un mortífago particularmente hábil, pero que no tardó en abatir.
—¡Alastor! —gritó Arthur, echando a correr hacia el cementerio. Persiguiendo al enemigo.
Se coló por la portezuela, la cual colgaba de sus goznes, y corrió entre las tumbas. La luz del fuego tras él iluminando su camino. Vio las sombras de algunos cuerpos. A su izquierda, una de las vidrieras policromadas de la fachada estaba completamente destrozada. La batalla había llegado hasta allí. Agitó la varita, pero su hechizo pasó rozando la cabeza de uno de los mortífagos y golpeó en cambio uno de los nichos, resquebrajándolo. Ojoloco iba tras él.
—¡Locomotor mortis! —gritó el auror con su potente voz, y el hechizo zumbó a un lado de Arthur. Las piernas del mortífago que iba en último lugar se pegaron entre ellas, impidiendo sus movimientos. Haciéndolo tambalearse y caer al suelo de forma aparatosa. Los demás mortífagos siguieron corriendo. Buscando algo de ventaja para poder Desaparecerse sin peligro.
—¡No dejéis que se Desaparezcan! —gritó una voz tras ellos. Dawlish los estaba alcanzando—. ¡No dejéis que se vayan!
Arthur alzó su varita de nuevo, pero Ojoloco fue más rápido. Con una brusca sacudida, el muro de la iglesia que quedaba a su izquierda voló por los aires en una impresionante detonación. Arthur creó un Encantamiento Escudo para que las piedras no los alcanzasen a ellos. El muro se derrumbó por completo, regando el cementerio. Y también, a consecuencia de esto, el tejado de la iglesia se vino abajo, desplomándose sobre el interior del recinto. Varios de los mortífagos fueron abatidos por las rocas. Otros pudieron alejarse. Arthur vio que alguno aprovechaba el caos para Desaparecerse.
Al parecer, su trabajo allí ya había concluido.
Media hora más tarde, un escalofriante silencio se había apoderado del Valle de Godric. Todavía al amparo de la oscuridad, miembros del Ministerio de Magia, y aurores, recorrían cada calle, carretera, avenida y callejón. Descubriendo con pasmo el desastre y las atrocidades allí cometidas. De la gran mayoría de los edificios solo quedaban escombros. El pavimento de muchas calles estaba destrozado. Había heridos por todas partes, más de los que podían encargarse. Y aún mayor cantidad de muertos. Las brasas en las que se habían convertido varias de las casas ardían de forma perezosa, sin que nadie se molestase en extinguirlas del todo. No había tiempo. Había mucho que hacer.
—¿Por qué…? —murmuró Elphias Doge con su jadeante voz, lleno de desesperanza. Casi para sí mismo. Solo para romper el deprimente silencio. Se giró para mirar a Arthur—. ¿Por qué han hecho esto? Nunca había pasado nada semejante…
El aludido estaba agitando la varita para apartar con cuidado los escombros de una de las casas que bordeaba la plaza. Buscando más cuerpos. Supervivientes. Ante la pregunta de su compañero, suspiró y sacudió la varita con una mayor frustración, dejando caer de cualquier manera los restos de la casa sobre el empedrado del suelo, a su lado. Ahí no había nadie vivo.
—No lo sé —admitió, con voz impersonal. Avanzaron un poco más, acercándose a otro de los edificios. Se trataba de la oficina de correos de la plaza—. Tampoco lo entiendo. Este destrozo es… inhumano. Incluso para ellos. No se han apropiado del pueblo, para sumarlo a su lista de victorias. De pueblos "aliados" del régimen —ironizó, amargamente—. No lo han convertido en un refugio de prisioneros, ni tampoco en un emplazamiento bélicamente útil. Este pueblo no era una amenaza.
—¿Se han llevado prisioneros? —murmuró Elphias, empezando a apartar con la varita, con cautos movimientos, los restos fundidos de la puerta metálica que protegía la oficina de correos.
—No lo sabremos hasta que todas las víctimas sean identificadas. Hay muchos desaparecidos —respondió Arthur, apartando a su vez los cristales que los rodeaban. Intentando limpiar la entrada, por si tenían que sacar a alguien del interior. Aunque, a juzgar por lo que veían desde fuera, no parecía haber nadie. Ni vivo ni muerto.
—¿Por qué no han avisado al ministerio en cuanto aparecieron los mortífagos? —cuestionó Doge, ahora con impaciencia.
—No había demasiados magos en el pueblo —confesó Arthur, entrando al interior y escrutando a su alrededor. Nadie—. Han terminado avisando, pero tarde. Han priorizado defenderse y salvar sus vidas. Y a sus vecinos. Todo ha sido muy rápido. En apenas una hora han arrasado el pueblo. Gracias al aviso de Hermione, la Orden se ha movilizado primero, incluso. El ministerio ha llegado poco después.
—En cuanto hemos aparecido, han huido como ratas —dijo una voz profunda que identificaron como la de Ojoloco, proveniente del exterior. Se acercaba cojeando con poca elegancia con su pierna de metal, y se detuvo en el umbral de la puerta—. No tienen honor. Dawlish ha atrapado a uno… Se supone que está por identificar, pero le he visto la cara de perro que se gasta. Es Selwyn.
Arthur suspiró. Los tres llevaban puestas las Máscaras del Fénix, manteniendo su anonimato. Incluso ante los aurores del ministerio junto a los que estaban trabajando. Toda precaución era poca.
—Ojalá saquemos algo en claro de él. Y nos explique qué cuernos pretendían... ¿Qué dice el ministerio?
Alastor sacudió la cabeza y contempló la escena que se desarrollaba a su alrededor con la rabia y la experiencia brillando en su ojo sano.
—Están ocupados controlando a la prensa. Han aislado este lugar. En cuanto las cosas se calmen, nos obligarán a irnos y se pondrán chulos, queriendo controlar esto. Así que daros prisa… Malditos bichos, están por todas partes —murmuró después, agitando la pierna protésica para espantar a una pequeña criatura que corría muy cerca de él, de un lado para otro. Era semejante a un enano excesivamente pequeño y con un extraño gorro rojo cubriéndole toda la cabeza.
—Son Gorros Rojos —explicó Arthur con paciencia. Saliendo de nuevo a la calle, acompañado de Doge—. Aparecen donde ha habido derramamiento de sangre… Y aquí hoy se van a poner las botas —añadió, bajando el tono de voz, y frotándose los cansados ojos con dos dedos.
—¿Habéis mirado ya en la iglesia? —preguntó entonces Elphias, distraído, estirando el cuello para ver cómo uno de los enanos se metía en el interior del edificio ahora en ruinas, siguiendo a otros gorros rojos.
—Todavía no —musitó Arthur—. Es uno de los edificios en peor estado. Va a llevar bastante trabajo repararla…
—Si hay tantos bichos de esos ahí dentro, tiene que haber cuerpos… —comentó Elphias, en voz baja—. Voy a echar un vistazo…
Mientras el hombre se alejaba, Moody se volvió a Arthur de nuevo.
—¿Has hablado con Nymphadora? —preguntó, con su ojo protésico, y su ojo real, fijos en él. Arthur sacudió la cabeza—. ¿O con Kingsley?
—Johnson ha intentado ponerme en contacto con ellos, pero nada. Ella seguirá en Azkaban, las comunicaciones allí son desastrosas. E imagino que Kingsley también está atareado. Han sido dos golpes muy duros. Tenemos que dividir fuerzas. Lo sucedido en Azkaban aún no ha terminado.
—¿Los aurores heridos en el ataque a la prisión están en San Mungo? —cuestionó Ojoloco. Ambos echaron a andar por la plaza. La estatua de los Potter había sido reparada con un rápido hechizo horas atrás.
—Sí —confirmó Arthur, asomando la cabeza dentro del pub. No había nadie allí. Otros compañeros ya lo habían despejado—. ¿Estás pensando en trasladar a algunos de los heridos al hospital de nuestro cuartel? —quiso saber, volviendo a mirar a Moody. El ojo mágico de éste giró sobre su eje. Y se mantuvo en blanco de pronto, como si mirase el interior de su propia cabeza.
—Voy a planteárselo a Fudge —admitió el ex-auror en un gruñido—. No pueden hacer frente a tanta cantidad de heridos en San Mungo. Solo tenemos que asegurarnos de que ninguno descubra la ubicación de los hospitales. Si los repartimos en los refugios… —se interrumpió de golpe. Manteniéndose callado unos segundos. Su ojo giratorio seguía en blanco—. ¿Y ahora qué…? —masculló entonces, girándose sobre sí mismo. Arthur miró por encima de su hombro, y vio entonces aparecer a Elphias, corriendo hacia ellos todo lo rápido que podía. Con el rostro contorsionado.
—¡Está vivo! —logró articular a duras penas, todavía llegando a su lado. Se detuvo, sin aliento, señalando la iglesia con mano temblorosa—. ¡Un mortífago! ¡Un… un muchacho! ¡Todavía respira, pero…! ¡Merlín, ayudadme, no puedo sacarlo…!
Harry casi tropezó en el último escalón de tan rápido que bajó los ocho peldaños que conducían a la subterránea cocina de Grimmauld Place. Jadeando, con prisas, se detuvo a regañadientes en el umbral, valorando la situación.
Ron y Ginny se encontraban sentados en la larga mesa, ocupando un rincón de ésta para mayor cercanía. Había té humeante, recién hecho, sobre la mesa. Hermione estaba de pie, cerca de ellos, con los brazos cruzados sobre el pecho. Molly había acercado una silla a la encimera, para colocarse delante de la vieja radio que utilizaban para comunicarse con Wood. La mujer tenía unos pergaminos delante, unos en blanco y otros escritos. Un pulsador como los que generaban código Morse, ante ella. Un auricular en su oído, y sus dedos apoyados sobre la rueda que sintonizaba los canales. A la espera. Harry pudo escuchar bajos murmullos, discontinuos, provenientes del auricular. De distintas voces. Al parecer, Lee y Angelina habían abierto varios canales de comunicación para que los avisos fuesen más rápidos.
Menos la matriarca de los Weasley, todos elevaron la vista al notar su presencia. Ginny tenía un memorándum escrito delante, y otro a medio redactar, seguramente procedente del tercer piso de ese mismo edificio, del ala del hospital. Una forma más rápida de comunicarse que ascendiendo tres plantas cada vez. Ron se estaba mordiendo con rabia unas uñas que posiblemente ya estaban peligrosamente rozando su carne. Hermione tenía las mejillas encendidas y parecía sofocada. Harry intuyó que acababan de estar gritándose el uno al otro. La expresión cargada de desesperación que le dedicó Ginny lo confirmó.
—¿Y bien? —cuestionó Harry, avanzando hacia ellos—. No he podido venir antes, acabo de enterarme… ¿Qué ha pasado?
—El Valle de Godric —comenzó Ginny, dejando de escribir—. Lo han atacado esta noche. Lo han arrasado.
—¿La misma noche que atacan la prisión de Azkaban? —dijo Harry, incrédulo, apoyándose con ambas manos sobre la mesa—. ¿En qué está pensando Voldemort?
—En sus tropas no, desde luego —se resignó Ginny, golpeando con la pluma sobre la mesa de la cocina de forma distraída, manchándola de tinta sin darse cuenta.
—Según los cálculos de los supervivientes y de los miembros de la Orden que estuvieron allí, dicen que atacaron unos quince escuadrones de mortífagos —aportó Ron, y miró a Harry sacudiendo la cabeza con incredulidad—. ¿Te lo puedes creer? Quince escuadrones para un pueblo de menos de mil personas…
—¿Y cómo va? —insistió Harry, mirando de reojo a una concentrada Molly, de espaldas a él, atenta a la radio—. ¿Los hemos conseguido echar? ¿O se han asentado en él?
Ron y Ginny intercambiaron una mirada. Hermione guardaba silencio, con la vista fija en la mesa. Sus frenéticos ojos ardían en llamas.
—Eso es lo extraño —confesó Ginny, recargándose hacia atrás en el asiento—. Por lo que papá ha dejado caer en su última comunicación, no parece que quisieran adueñarse del lugar. Lo han dejado todo hecho unos zorros. No atacarían de semejante manera si pretendiesen apoderarse de él. Sería echar piedras contra su propio tejado. Ha sido desproporcionado.
—¿Algún prisionero, entonces? —quiso saber Harry, con apremio. Su ceño frunciéndose con anticipación. Ginny se encogió de hombros, impotente.
—De momento no, que sepamos. Pero todavía estamos haciendo recuento de los cadáveres y desaparecidos —golpeó con la pluma los memorándum que tenía delante—. Van a trasladar aquí a parte de los heridos. Y también a El Refugio, y casa de Tía Muriel. Estoy calculando cuánto sitio hay. San Mungo no va a poder hacer frente a tanto trabajo…
—¿Quiénes están ahí? ¿En el Valle de Godric? —quiso saber Harry, enderezándose. Como si pretendiera ir también.
—Ojoloco y su escuadrón; menos Ron, que es el enlace para las comunicaciones —señaló a su hermano, sentado ante ella, con un perezoso gesto—. Fleur, mi padre, Doge, Tonks debería…
—Yo tenía que haber ido —interrumpió Hermione, de súbito. La voz le temblaba de cólera reprimida—. Fue mi aviso. Era mi responsabilidad.
—No es tu cometido —protestó Ron, entre dientes, sin mirarla. Y Harry sospechó que acababan de tener esa discusión—. Te encargas de los rescates.
—¡Esto era un rescate! —exclamó la chica, con voz chillona.
—Eso no lo sabíamos —saltó Ron, mirándola con enfado—. No sabíamos qué estaba pasando allí. No podíamos movilizar a todo el mundo. Han ido los escuadrones de batalla disponibles.
Hermione dejó escapar un nada disimulado bufido rabioso y elevó las manos al cielo. Golpeándose las caderas con ellas al dejarlas caer.
—¿Dices que fue tu aviso, Hermione? —preguntó Harry, mirándola con vacilación. Hermione abrió la boca en una afectada inhalación, con la intención de comenzar a explicarse, pero Ron se le adelantó.
—Sí, exacto. Ahora, por lo visto, Hermione tiene contactos que le avisan de ataques inesperados —espetó con mordacidad. La aludida lo fulminó con la mirada de tal manera que a Harry no le extrañó que Ron retrocediese casi imperceptiblemente en la silla cuando la chica avanzó dos zancadas hacia él.
—¿Cómo puede eso parecerte lo más relevante de todo eso? —se escandalizó, con los ojos abiertos con incredulidad.
—Tú no avisas de estas cosas. Son Oliver, o incluso Mundungus, quienes pueden tener esta clase de información —protestó Ron, en sus trece.
—¿Pero quién te avisó a ti, Hermione? ¿Quién es tu contacto? —quiso saber Harry, algo confuso. Por segunda vez, Ron interrumpió a la chica antes de separar siquiera los labios.
—Dice que no puede revelarlo —citó Ron, con retintín. El pecho de Hermione subía y bajaba bajo sus brazos firmemente cruzados de nuevo.
—No, no puedo —corroboró, con acritud. Bajando un poco la voz.
—Bueno, pero es alguien de fiar, supongo, ¿no? —intervino Ginny, con brusquedad, al parecer algo cansada ya de la discusión. Miró por encima de su hombro, buscando la mirada de Hermione.
—Por supuesto que lo es —confirmó ella, con seguridad, de forma clara.
—Entonces eso debería ser suficiente para nosotros —articuló Ginny con énfasis, mirando a su hermano—. Deberíamos estar agradecidos de que alguien, quien sea, ha podido avisar de esto. Y hemos podido movilizarnos cuanto antes…
—Solo digo —protestó Ron aun así, con falsa calma, entre dientes—, que los avisos semejantes deben pasar varios filtros. El de Oliver entre ellos, para que compruebe las comunicaciones de los mortífagos. Es arriesgado enviar a media Orden a un lugar sin tener una confirmación más seria. Podría haber sido una trampa.
—Pero no lo ha sido —finalizó Ginny, categórica. Dirigiéndole una mirada de advertencia.
—No dudo de Hermione —se apresuró a decir Ron, en voz más alta. Casi enfadado. Como si alguien lo hubiera insinuado siquiera—. Dudo de su… estúpido informante. Tenía que haberse puesto en contacto con Ojoloco, o con Wood directamente. No con ella. Solo…
Ron siguió despotricando, pero Hermione ya no lo escuchaba. Se había girado, dando la espalda a sus amigos. Para poder cerrar los ojos. Morderse el labio. No quería escuchar nada más. No quería estar ahí. Quería estar en el Valle de Godric. Necesitaba ir allí. Necesitaba encontrar a Draco.
Pero no se lo habían permitido. Movilizó en menos de cinco minutos a todos los miembros de la Orden que se encontraban en Grimmauld Place esa noche. Y todos le dijeron lo mismo que Ron le estaba diciendo. Que no podía ir allí. No era un rescate propiamente dicho. Y su escuadrón, poco preparado para imprevistos, acostumbrado a misiones planificadas, tardaría en estar operativo esa noche. No tenía sentido que fuese sola. Y menos tras haber sido la receptora del mensaje. Eso la convertía en un posible blanco en el caso de que fuese una trampa. Aunque Hermione sabía que no lo era.
Draco le había mandado un Patronus pidiéndole ayuda. Ayuda. Había logrado ejecutar un encantamiento tan complicado para pedirle socorro. A ella. Estando él en las filas de Voldemort. Estando ella en la Orden. Y Hermione no había sentido un terror semejante en toda su vida.
Al decir "tráelos", al hablar en plural, le había indicado que se refería a la Orden. Necesitaba ayuda de la Orden, no la estaba llamando a ella exclusivamente. Y Hermione no alcanzaba a imaginarse qué estaría viviendo el chico para llegar a un acto semejante. Pedir ayuda a la Orden a través de ella. Podía estar en peligro. Tenía que estar en peligro. Y ella no estaba allí para ayudarle. Y la angustia la estaba dejando sin respiración. Sentía que estaba corriendo sin estar corriendo de verdad. Hacia ninguna parte.
Si no tenía noticias de lo que estaba sucediendo en los próximos diez minutos huiría de Grimmauld Place sin dudarlo más… Jamás se perdonaría no haber…
Unos pitidos intermitentes y descoordinados rompieron la retahíla de Ron y los pensamientos de Hermione. Molly, que no había intervenido en absoluto en la conversación, completamente concentrada en la radio, se enderezó. Y giró la ruedecita con delicadeza.
—M'aidez, m'aidez, m'aidez… —se escuchó entonces alto y claro proveniente de la radio, de forma urgente. Una voz con un acento francés más que conocido. Era Fleur. Utilizando la expresión francesa correspondiente a "mayday". La señal de socorro.
Molly se ajustó el auricular en la oreja, bajó dos palancas y se acercó un comunicador a la boca.
—Cuartel al habla, cambio —respondió de inmediato. Y todos escucharon a Fleur responder de forma amortiguada, ya en el auricular, solo para Molly. Ésta comenzó a escribir de forma apresurada. Sus hijos, Harry y Hermione la contemplaron. Ahora en un solemne silencio. Escucharon la pluma de la mujer durante varios segundos, escribiendo de forma intermitente. Frases breves.
—Ginny —pronunció su madre, con apremio, sin dejar de escribir. Su hija se enderezó, atenta—. Prepara la habitación libre de la segunda planta lo mejor que puedas con un equipo de sanación. Están trayendo un herido grave. Un enemigo.
Ginny se puso en pie de un salto. Pero vaciló ante la última información.
—¿Un… enemigo? —repitió, queriendo asegurarse de que había oído bien.
—No podemos acogerlo en el hospital, con el resto —aclaró su madre, sin mirarla. Como si fuera evidente. Sin dejar de escribir—. Y necesita atención de inmediato.
Harry y Ron intercambiaron una excitada mirada. Sorprendidos. A no ser que ese enemigo herido de gravedad finalmente falleciera, tendrían un rehén en sus manos. No solía suceder algo así.
Hermione estaba congelada en su lugar. Ginny aún lucía confusa, pero se recuperó.
—¿Qué equipo de curación necesita? ¿Alguna maldición, ataque de criaturas…? —cuestionó la chica, eficaz. Molly dejó escapar un tenso suspiro.
—No lo saben. Bill no ha podido ir todavía a El Valle de Godric —se lamentó la mujer. La veían parpadear de forma frenética, preocupada—. Tendrás que examinarlo tú cuando llegue para comprobar la presencia de maldiciones… Varón, veinte años —añadió, leyendo sus propias notas—. Baja un equipo estándar.
Hermione sintió la piel de sus brazos ponerse de gallina. Alargó las manos para poder sujetarse al respaldo de la silla vacía que tenía delante. De la forma más lenta que pudo para no llamar la atención. Los brazos enteros le temblaban. «Oh, Dios mío, por favor… ».
Ginny salió corriendo de la habitación, escaleras arriba, sin decir nada más. Harry se acercó a la mujer, y a la radio.
—¿Veinte años? —repitió, suspicaz—. Es muy joven. Quizá lo conozcamos. ¿Han dado algún nombre? ¿Sabemos quién es?
Molly negó con la cabeza.
—Han hablado de él en masculino. No sé nada más…
Se oyó entonces un golpe en el piso de arriba. Un chirrío. Pisadas. Voces, muchas voces. Sonidos difíciles de identificar. Y, después, una nueva voz, alta y clara:
—¿PERO QUÉ ES ESTO? ¡ASQUEROSOS TRAIDORES, MANCILLANDO LA CASA DE MIS PADRES CON VUESTRA SUCIA PRESENCIA, DESTROZANDO LO QUE QUEDA DEL LINAJE DE LOS BLACK…!
—Oh, Merlín, no han silenciado a Walburga… —se lamentó la señora Weasley. Soltó la pluma y cogió su varita, que reposaba a su lado. Dio un golpe encima de una de las ruedecitas de la radio—. Quidditch —murmuró, a modo de contraseña, y la ruedita giró por sí misma—. Cierro comunicación, Río —todos sabían que ese era el nombre en clave de Lee Jordan—. Me comunicaré de nuevo a las cero, seis, cero, cero.
Se quitó el auricular del oído por fin y, recogiéndose con las manos los bajos de su túnica, subió a toda prisa escaleras arriba. Harry y Ron la siguieron de inmediato. Hermione tardó solo un instante más en hacer funcionar sus piernas, y subió en último lugar.
Al llegar a lo alto de las escaleras, Molly, Ron, Harry y Hermione se amontonaron en el umbral de la puerta, incapaces de adentrarse más en el estrecho vestíbulo debido a la gran agitación que allí reinaba. Hermione se puso de puntillas para intentar ver por encima de Ron, que estaba ante ella, aunque apenas lo logró. Solo habían encendido la luz de una lamparita, y el vestíbulo estaba en penumbra. Distinguió el rostro de Doge ante ellos, hablando con Molly, la mujer al frente de su pequeño grupo. Más bien, gritando por encima de Walburga Black.
—… Iremos trayendo más heridos aquí. Hemos empezado por llenar El Refugio. Necesitamos a Pye y a Strout, uno en El Refugio y el otro en casa de Muriel. Ya le he dicho a Fleur que organice a las sanadoras como mejor le parezca… ¿Está preparada la habitación?
—Debería estarlo en pocos minutos —aseguró Molly, también en voz alta—. Ginny está en ello…
Aún mantenían la puerta de entrada abierta, sujeta, como si esperasen a que alguien entrase. Dos figuras, una correspondiente a Arthur, y otra que Hermione no veía, estaban intentando cerrar las cortinas del retrato de la señora Black para evitar que les destrozasen los tímpanos. Sin éxito.
—¡NO TENÉIS NINGÚN DERECHO A ESTAR AQUÍ, SUBPRODUCTOS DE LA INMUNDICIA, MUTANTES DEGENERADOS! ¡SANGRE SUCIAS EN MI CASA, MALDITOS...!
Más figuras entraron entonces por la puerta. Hermione vio la parte superior de sus cabezas avanzar por el recibidor. El cabello plateado de una le reveló que sería Fleur.
—Arriba —escuchó Hermione que indicaba Molly, a gritos para hacerse oír—. Segunda planta. Segunda puerta de la derecha… Bendito Merlín…
Eso último no lo gritó. Fue un bajo gemido. Pero Hermione pudo escucharlo.
Cuando las dos personas que al parecer cargaban con un tercero ascendieron escaleras arriba, Hermione pudo por fin ver algo. Una camilla levitaba entre ellos. Con un gran bulto oscuro encima. Vestía lo que parecía una túnica negra. Hermione vio una mata de cabello color rubio platino. Y también el llamativo destello del color carmesí de la sangre.
—¡TRAIDORES! —siguió berreando la señora Black desde su cuadro— ¡TRAIDORES A LA SANGRE MANCILLANDO CON VUESTRA PODREDUMBRE LA PUREZA DE MI CASA! ¡SIGLOS Y SIGLOS DE PUREZA...!
—Joder —jadeó Ron frente a Hermione. Vio cómo su amigo se giraba para mirarlos a Harry y a ella, los ojos azules abiertos de par en par—. Chicos, es Malfoy. Draco Malfoy. Lo han atrapado.
—¿Qué hora es? —preguntó Ron, apoyado en la barandilla de las escaleras que conducían al tercer piso. Harry, deteniendo su perezoso paseo por el rellano del segundo piso, sacó la mano izquierda del bolsillo para escrutar su viejo reloj de pulsera.
—Casi las seis —informó, con poco entusiasmo. Ron se mostró sorprendido.
—¿Bill solo lleva quince minutos ahí dentro? Me está pareciendo una eternidad —protestó, entre dientes. Harry se encogió de hombros. Después se frotó los agotados y enrojecidos ojos.
—Llevamos aquí más de una hora, así que es normal…
—¿No van a traer más heridos? —murmuró de nuevo Ron. Claramente por dar conversación. Parecía sentirse demasiado nervioso como para guardar silencio durante mucho tiempo—. Hace rato que no sube nadie más…
—El hospital estaba casi lleno antes del ataque de esta noche —opinó Harry, accediendo a conversar. Señalando con el pulgar el piso de arriba—. No creo que traigan a muchos más. El resto los llevarán a casa de Bill y Fleur o a la de Muriel…
—Sí, es posible… —corroboró Ron, de forma vaga. Pensando de qué más hablar. Sus ojos se fijaron en la figura que correspondía a Hermione, pero ella no lo miraba. Ni parecía tener intenciones de participar en la conversación.
Hermione se encontraba al otro lado del rellano, apoyada en una pared, junto a la puerta tras la cual Draco Malfoy se debatía entre la vida y la muerte. Se había colocado de lado, con el hombro apoyado en la superficie desnuda. Mirando hacia la puerta cerrada. Colocarse de lado a sus amigos era más fácil. Porque así no tenía que mirarles. Porque no podía mirarles. Porque estaba al límite de sus fuerzas, y ya no sabía cuánto tiempo más podría controlar las lágrimas. Había tenido que cruzarse de brazos para poder cerrar los puños con todas sus fuerzas y que no lo viesen. El dolor de sus uñas clavándose en sus palmas era lo único que mantenía las lágrimas a raya.
Draco estaba en Grimmauld Place. Tras esa puerta. Herido de gravedad. O al menos eso parecía, a juzgar por la gran cantidad de tiempo que estaban empleando en sanar sus heridas. Fleur se había hecho cargo de él horas atrás, cuando llegó al cuartel, pero sus cuidados no duraron demasiado. Sus servicios pronto fueron requeridos de forma urgente para los habitantes del pueblo del Valle de Godric. La Orden no podía poner la vida de un mortífago por delante de la de los inocentes que habían sido atacados esa noche. En parte, además, por ese mismo mortífago. Fleur, sintiéndose obligada moralmente por su código de sanadora, insistió de forma acalorada en que no pensaba abandonar el tratamiento de ese chico para ir a atender otros heridos. Pero, tras una fuerte discusión con Ojoloco, en la cual Walburga Black fue de nuevo despertada en su cuadro a consecuencia de los gritos, tuvo que ceder en su postura. Sin tiempo que perder. Había muchas vidas en juego.
El resto de sanadores estaban igualmente ocupados en los distintos refugios. Fleur y Hannah fueron juntas a El Refugio, donde estaban acomodados la mayor cantidad de heridos. Augustus Pye fue a casa de Muriel, donde estaban los más graves. Miriam Strout se encargó de los que estaban en la tercera planta de Grimmauld Place. De modo que fue Molly Weasley quien se quedó a cargo de la salud de Draco Malfoy.
Molly llevaba más de una hora tras esa puerta, encargándose del chico. Ginny había estado con ella todo el tiempo, ayudándola cuanto podía, y, particularmente, analizando la magnitud de las heridas provocadas por magia oscura que el chico pudiese padecer. Quince minutos atrás, Bill había llegado al cuartel y había ido a la habitación a ayudar a su hermana en su tarea. Todos supusieron que, realmente, lo hizo por petición de Fleur.
Hermione sintió que una lágrima desbordó su ojo izquierdo, deslizándose mejilla abajo. Sin haber tenido que parpadear siquiera. Por suerte, el ojo que quedaba oculto a sus amigos. No movió ni un músculo por limpiársela, no queriendo llamar la atención.
No sabía qué hacer. No podía hacer nada. Y eso se sentía aterrador. Quería entrar ahí. Sabía algo de sanación, pero también sabía que, ni de lejos, lo que Draco necesitaba en ese momento. Realmente sería solo un estorbo. Pero… necesitaba estar ahí. Aunque solo fuese para estar a su lado. Porque quizá estaba asustado. Para decirle que todo iría bien. Porque iban a salvarlo. Tenían que salvarlo. Ni siquiera sabía si estaba consciente. En realidad suponía que no. Pero sí tenía que estar vivo.
La mandíbula comenzó a temblarle y tuvo que apretar los dientes con más fuerza. Aunque eso solo aumentó el agarrotamiento de los músculos que formaban su garganta. Se estaba apretando los brazos con tanta fuerza alrededor del torso, sosteniéndose a sí misma, que apenas podía hinchar las costillas para tomar aire. Los ojos le quemaban.
Molly no era una sanadora como Fleur, o Pye, o Strout, ni siquiera como Hannah. Solo era un apoyo en ciertas ocasiones. Y ahora la vida de Draco, pendiente, al parecer, de un hilo, estaba en sus manos.
La puerta se abrió de pronto, y una figura pequeña, enmascarada, salió precipitadamente, cerrándola de nuevo tras ella. Hermione se enderezó de un salto, y Harry y Ron enmudecieron su vago intento de conversación. Ginny se quitó la Máscara del Fénix, que todos los que entrasen en la habitación del mortífago habían acordado ponerse, por precaución. Y también se retiró la oscura capucha, ocultando su reconocible cabello rojo fuego. Todos vieron su pecoso rostro brillante de sudor. Parecía agotada, pero frenética al mismo tiempo.
—¿Cómo va? —preguntó Harry al instante. Pero Ginny frunció los labios y suspiró con fuerza por la nariz, echando a andar hacia las escaleras que descendían al vestíbulo.
—Tengo que ir a buscar a Fleur. Mi madre ha dicho que la traiga como sea. No puede… Está haciendo todo lo que puede, pero… —enmudeció, deteniéndose un momento en lo alto de las escaleras, apoyada en el pasamanos, para poder mirarlos a los tres.
—¿No pinta bien? —quiso saber Harry, en voz más baja. Con expresión grave. Incluso algo descolocado. La chica se encogió de hombros ligeramente, con sutil impotencia.
—No… reacciona —admitió, en voz baja—. No puedo decir nada, lo siento, entendedme. Es confidencial. Pero tengo que ir a buscar a Fleur —aseguró con más énfasis.
Les dedicó una última mirada de despedida. Sus ojos marrones deteniéndose en el rostro de Hermione un segundo más que en el de su hermano y su amigo. Y después corrió escaleras abajo.
Harry dejó escapar un lento y sonoro suspiro, rompiendo el tenso silencio que se había formado. Rascándose el despeinado cabello con una mano, todavía mirando el lugar donde Ginny había desaparecido. Perdido en sus pensamientos.
Hermione volvió a dejarse caer contra la pared, de lado. Girando un poco más el rostro hacia el papel pintado, alejándolo todavía más de sus amigos.
No podía más. No podía. Necesitaba entrar. Necesitaba encontrar una excusa para entrar. Pero no había excusa posible, no delante de Harry y Ron. Pero Draco estaba ahí dentro. Y lo estaba perdiendo.
Lo estaba perdiendo.
Lo estaba perdiendo.
Su estómago se sacudió en silenciosas pero visibles convulsiones mientras apretaba la garganta para no dejar escapar un sollozo. Mientras se negaba a respirar. Porque, si tomaba aire, gemiría. Gritaría. Se rompería. Era una pesadilla. Era una pesadilla…
No podía llorar por él. No ahí. No delante de sus amigos. Porque eso significaría contarles la verdad. Tenía que contarles la verdad. Contarles que estaba enamorada de la persona que estaba ahí dentro. De ese enemigo que intentaban salvar con el único propósito de sacar información.
Si perdía a Draco esa noche... ¿Qué sentido tendría contarles todo lo que había sucedido entre ellos? Acabaría con su amistad, por nada. Porque Draco ya no estaría. Nunca más.
¿Pero cómo podría ocultarles la forma en que se rompería si lo perdía en los próximos minutos?
Lo estaba perdiendo...
Si hubiera ido ella esa noche al Valle de Godric... Si hubiera ido ella en vez de obedecer sus indicaciones y alertar a la Orden… Quizá lo hubiera salvado…
Lo estaba perdiendo...
No tenía ni una sola fotografía con él…
Hermione giró más el rostro. Pegando parte de su frente contra la pared. Sintió las calientes lágrimas desbordar sus ojos y acariciar sus mejillas. La mucosidad acumulándose en sus fosas nasales. Se vería obligada a sorberse la nariz de un momento a otro, y se esforzó por retrasar el momento.
«Draco, por favor…», suplicó, mirando la pared pintada de color verde botella. «Por favor, no puedo… Esto no. No me hagas esto. Despierta. Por favor, despierta…». Cerró los ojos, y su pecho se estremeció en sollozos reprimidos. Apretó su frente contra la pared con más fuerza. «¡Despierta!»
—¿Es esto realmente necesario? —murmuró entonces Ron. Con voz apagada. Girándose para apoyarse en la barandilla, de espaldas a sus amigos. Con los brazos cruzados—. Ya tenemos a Selwyn y a Yaxley. Podemos interrogarlos a ellos. Malfoy… se lo ha buscado. Fleur tiene que atender a las personas que él ha atacado.
—No sé, Ron —farfulló Harry, pasándose la mano por el cabello otra vez—. Dejarlo morir, sin hacer nada, sería tan…
—¿Acaso no es lo que ha hecho él esta noche? —protestó Ron, elevando la voz—. Él estaba allí. Él ha matado a toda esa gente.
Harry frunció los labios. Para después mordisquearse el inferior.
—Ya. Ya lo sé. Y sé que tienes razón. Pero… joder, creo que tengo en mi cabeza al Malfoy de la escuela. Era un… cobarde. Un estúpido cobarde. No me lo imagino matando de verdad a nadie —miró de reojo a Hermione, observando su silueta. Viéndola girada hacia la pared. Encogida sobre sí misma, con el rostro oculto a sus ojos. Antes de registrar esa imagen en su totalidad, la voz de Ron lo distrajo de nuevo.
—Yo tampoco lo hubiese creído. De hecho, ni se me habría pasado por la cabeza que Quien-Ya-Sabéis pudiese necesitar a un niñato como Malfoy —su tono se volvió algo más firme—. Pero ahí estaba. Y no va a tenerlo en sus filas si no le es útil. Ha debido volverse un… un asesino en masa, o algo así. Siempre ha sido un matón de mierda…
—Crabbe y Goyle eran unos matones de mierda —objetó Harry en voz baja—. Malfoy solo se escondía tras ellos y les obligaba a hacer el trabajo sucio. Las jugarretas que nos hacía nunca eran en solitario. No me lo imagino luchando así…
—Pues yo sí. Y, ¿sabéis qué os digo? Que mi madre no tiene por qué estar ahí jugándose la vida por ese cerdo —dijo Ron entonces, enderezándose en la barandilla—. Si se despierta y le ataca, si le toca un solo pelo, os juro que…
—Parece que está demasiado grave para eso. Además, está desarmado —recordó Harry, intentando aplacarlo—. Aberforth se ha llevado su varita para revisarla.
—¿Y si conoce magia oscura que no requiera varita? —protestó Ron de nuevo, con más énfasis. Inquieto y estresado—. Tendríamos que haber dejado que el ministerio se lo llevase a San Mungo…
—¿Para que lo manden después directo a Azkaban? Si al final resulta que sobrevive, qué menos que interrogarle. Puede ser útil para la Orden si…
Un sollozo precipitado los hizo enmudecer. Y girarse al unísono. Ron incluso se chocó con la esquina de la barandilla al voltear de forma brusca.
Hermione seguía inmóvil junto a la pared. Apoyando su peso en ella. Temblando de pies a cabeza. Pareció comprender que su gemido había sido audible, porque se llevó una mano a la boca. Cubriéndosela. Intentando amortiguar el resto de sonidos que escaparon de su estrangulada garganta. Sollozos desesperados. Angustiados. Sin aire. Sin fuerzas.
Se dejó resbalar hasta el suelo, quedando en cuclillas. Todavía apoyada en la pared. Tosiendo de forma ahogada contra su mano. El llanto apoderándose de ella por completo.
—Hermione… —susurró Harry, avanzando hacia ella a toda prisa. Se acuclilló a su lado, intentando envolverla con sus brazos—. ¿Hermione, qué…? Oh, venga, vamos, no…
—No… p-puedo —se lamentó la chica, su voz convertida en un gemido. Encogiéndose sobre sí misma. Ocultando su rostro a como diese lugar—. Esto es… No puedo…
Harry frunció los labios. Miró por encima de su hombro. Ron también estaba a su lado. Él de pie. Sin sitio para acercarse a abrazar a su amiga. Contemplándola con sus azules ojos cargados de impotencia.
—Hermione, tranquilízate… —murmuró Harry. Le pasó un brazo bajo las axilas y la levantó con cuidado. Colocándola en pie de nuevo, pero sin dejar de sostenerla—. Todos estamos… Te entiendo, todos estamos nerviosos. Lo que ha sucedido esta noche es horrible, pero no ha llegado a los extremos que podía haber llegado. Gracias a ti… —susurró, con toda la suavidad que pudo reunir. Intentando hacerla sentir mejor—. Avisaste a todos. Salvaste a mucha gente…
—Es cierto —murmuró Ron a su vez. Todavía sin acercarse. Dejando que Harry se encargase del contacto físico. Pero con el rostro demudado ante la fragilidad inesperada de su amiga.
Ambos parecían pensar que su estallido de sentimientos había sucedido porque, simplemente, la chica tenía un gran corazón. Por empatía ante tantos horrores sucedidos esa noche. Lo cual era una conclusión más que comprensible. Más lógica que la razón real.
Hermione continuó sollozando con frenesí. Con la cabeza gacha, y la mano contra su boca. Ahora que había comenzado, parar era imposible. La falta de sueño seguramente también estaba haciendo estragos. Y nada de lo que decían podía consolarla. Porque la razón de su llanto estaba muriendo tras esa puerta.
No podía mirarlos a la cara. No sin que supieran lo que estaba pasando en su interior… La necesidad de contárselo, de ser sincera, era abrumadora. Ni siquiera podía pensar si era el momento de hacerlo. Estaba cogiendo aliento para hacerlo. Para decirles que no podía perder a Draco Malfoy. Necesitaba que entendiesen por qué lloraba. Que la ayudasen a soportarlo. Que le dijesen que todo saldría bien. Los necesitaba. Los necesitaba…
La puerta se abrió entonces por segunda vez, y otra figura enmascarada salió de la habitación. Bastante más alta que la anterior. Más alta que todos ellos. Bill Weasley dio un paso al frente y se quitó la máscara, observando la escena con franco desconcierto. Antes de que pudiese hablar, una figura más baja abandonó la habitación justo tras él, cerrando la puerta a sus espaldas.
—¿Aún estáis ahí? —fue el saludo de una pálida y ojerosa Molly, tras quitarse también su máscara. Entrecerró sus inteligentes ojos, mirándolos con desaprobación. Pero entonces apreció la escena en toda su totalidad, y sus rasgos se suavizaron—. ¿Va todo bien?
Hermione se había erguido y había alzado la cabeza para contemplar a las personas que abandonaron la habitación. Pero el llanto plasmado en su congestionado rostro era más que evidente.
—Sí, todo bien —se apresuró a decir Harry, con determinación, todavía con la mano en la espalda de Hermione. Ron también dirigió un disimulado gesto a su hermano, para que no dijese nada—. Solo estamos cansados…
—Deberíais haber intentado dormir unas horas. El día de hoy va a ser muy largo… —les recriminó, con algo más de suavidad, pero igualmente severa—. Date prisa, Bill —le indicó a su hijo mayor en voz más apremiante, el cual asintió y bajó los escalones en dirección al primer piso con rápidos pasos.
—No íbamos a dejaros solos con ese imbécil para que os haga cualquier cosa… —repuso Ron enderezándose y elevando la cabeza con orgullo de hijo.
—No seas ridículo —le espetó su madre sacudiendo la cabeza, restándole importancia—. Pero ya que estáis aquí… —dijo entonces, mirándolos con un brillo inquieto en los ojos—. Haced el favor de bajar a la cocina y contactar por radio con Ojoloco. Y, si podéis, con Remus. Aunque no creo que esté recuperado todavía de la luna llena de esta noche... Decidles que es urgente. Me dijeron que querían interrogarlo a lo largo del día, ya mañana, pero… es un Sargento Negro —articuló con claridad, aunque más bajo. Visiblemente preocupada—. Estoy segura de que querrán hablar con él de inmediato…
—¿Un Sargento Negro? —saltó Ron, olvidándose de bajar la voz, sin poder creérselo—. ¿Malfoy?
—Tenía la insignia en su túnica —reveló su madre, de nuevo con voz controlada.
—Pero, entonces, ¿está despierto? —interrumpió Harry. Con el rostro tenso—. ¿Está vivo?
Y la luz volvió al rellano. O eso le pareció a Hermione. Pues en ese momento se dio cuenta de que volvía a ver con claridad. De forma nítida. Enfocada. De pronto sintió que reconocía a las personas que tenía alrededor. Dónde se encontraba.
Draco estaba vivo. Estaba vivo.
—He conseguido estabilizarlo. Y he reducido la sedación lo suficiente como para despertarlo de forma segura. Pero todavía necesita…
—Razón de más para no movernos de aquí —replicó Ron, sin dejar contestar a su madre. Se llevó una mano a su cinturón, sacando la varita de la cartuchera—. Ahora que está despierto sí que es peligroso. Ese estúpido un maldito Sargento Negro… —farfulló casi para sí mismo, con incredulidad—. Puede hacerte cualquier cosa, mamá…
—Ronald Weasley, espero que no creas que tienes una madre inútil que no sabe defenderse sola —siseó entonces la mujer, enderezándose en toda su baja estatura. Pero el brillo de sus ojos parecía iluminar el rellano—. ¡Creo que, siendo miembro de la Orden del Fénix como soy, y madre de siete hijos, podré enfrentarme sola a un muchacho desarmado al que doblo en edad! Ahora, haz el favor de bajar a la cocina inmediatamente para avisar a Ojoloco.
—Mamá, no… —exclamó Ron, avanzando un paso.
—¡No es una sugerencia! —rugió la mujer, mirándolo con tal fiereza que su hijo retrocedió dos pasos—. ¡Hazlo, o te juro por tu padre que te hago dormir en la alacena con Kreacher durante una semana!
Ron demudó el rostro. Miró de reojo a Harry y le hizo una rápida seña, apuntando hacia las escaleras. Ambos se apresuraron a echar a andar, con idénticas caras de pavor. Hermione hizo ademán de seguirlos, sin pensarlo siquiera, pero Molly la detuvo, sujetándola del codo con suavidad.
—Hermione, ¿te encuentras bien? —preguntó en voz baja, mirándola con atención. La chica se permitió tomar aire y darse dos segundos para recuperarse. Para volver a ser dueña de sí misma. Se sorbió la nariz, eliminando los últimos rastros de mucosidad. Y obligó a sus labios a estirarse en una débil sonrisa.
—Sí, señora Weasley. No se preocupe. Demasiadas… emociones en una noche. Eso es todo —logró articular. Escuchando su propia voz enronquecida por el reciente y desesperado llanto. Pero firme en sus palabras. Convincente.
Molly también forzó una fugaz sonrisa. Tomó las manos de la chica entre las suyas, apretándolas con firmeza.
—Una noche terrible para todos, desde luego. Pero deberías sentirte orgullosa de lo que has hecho. Has salvado a mucha gente. En cuanto estés más descansada, comprenderás lo que has hecho… —aseguró la mujer, mirándola con dulzura. Intentando, sin lugar a dudas, animarla. Palabras vacías en el corazón de Hermione. Ella no había salvado a nadie. Había sido Draco. La mujer volvió a darle una palmada reconfortante en las manos—. Necesito tu ayuda, querida. Deja a esos dos —agitó la mano con desdén hacia las escaleras por las que Harry y Ron habían desaparecido—. Yo vigilaré al chico, tú sube rápido a la sala del hospital y consígueme unos ingredientes. Habla con Strout, o, si está muy ocupada, con alguna de las sanadoras en prácticas. Tengo que seguir con la cura, y necesito más bálsamo de Asclepias tuberosa, ¿sabes qué aspecto tiene? Debería estar en un frasco azulado. Imagino que estará etiquetado. Y también bazo de rata y piel de serpiente arbórea africana en polvo para mezclar con raíz de margarita. También una solución para dormir sin sueños, y…
—Señora Weasley —interrumpió Hermione. Ahora apretándole ella las manos para detener su retahíla—. ¿Por qué no sube usted a la sala del hospital? Es más que probable que yo tarde en encontrar todo eso, o que no logre memorizarlo siquiera… Yo puedo vigilar a Malfoy —logró articular. Intentando no dar ninguna entonación especial a su ofrecimiento. Sin que la voz le temblase. Y no estuvo segura de hasta qué punto sonó natural. Pero a Molly no pareció extrañarle. Aunque sí la miró con una repentina inquietud que había ocultado delante de su hijo.
—No sé si es buena idea, cielo —murmuró, preocupada, mirando de reojo por encima de su hombro.
—Señora Weasley, no se atreva a pensar que no sé cuidarme sola —replicó la chica, forzando una sonrisa más sincera. Llevó una mano a la cartuchera atada en su muslo y empuñó su varita con firmeza. Con la otra mano, se hizo también con la Máscara del Fénix que colgaba en su cadera, sujeta de su cinturón—. No es rival para mí.
—Es un mortífago, cariño —protestó Molly con suavidad—. Más aún, un Sargento Negro. Sabes tan bien como yo lo que eso significa. Lo es precisamente porque es rival para nosotras. Y para todos los de la Orden.
—Conozco a Draco Malfoy —se vio obligada a añadir Hermione. Y esta vez su voz tembló sin poder controlarlo. Pero disimuló colocándose la máscara sobre el rostro, como si estuviera segura de lo que hacía—. He convivido a su lado durante años. Creo que… sabré manejarlo. Además, no puede estar en condiciones de pelear en su estado.
Molly la miró fijamente a los ojos y después dejó escapar un hondo suspiro. Se apartó por fin del marco de la puerta, dejándole el camino libre. Dirigiéndose a las escaleras que conducían al tercer piso.
—Solo tardaré un minuto. Está débil, pero estate atenta a cualquier cosa que pueda hacer. No bajes la guardia.
Hermione asintió con la cabeza mientras la señora Weasley desaparecía escaleras arriba. Sintiendo sus piernas endebles, se giró hacia la vieja puerta de madera pintada de negro y se preguntó si estaba segura de lo que iba a hacer. Pero después pensó que ya no tenía tiempo de echarse atrás. También le temblaban las manos cuando avanzó un paso y empujó suavemente la puerta, abriéndola con un crujido que no llegó a su cerebro.
Antes de que se abriese del todo, lo vio. La cama estaba situada justo delante de la puerta, pegado su lateral izquierdo a la pared de enfrente. Él estaba medio incorporado, con la espalda apoyada en un grueso almohadón. El rostro girado en dirección opuesta a la puerta. Mirando la sobria pared de su izquierda. No lo tenía claro por su postura, pero estaba casi segura de que estaba despierto. Solo que no se molestó en girarse al oírla entrar. Hermione cerró la puerta y movió su varita de forma fugaz, bloqueándola con un rápido Fermaportus no verbal.
Las ropas de cama lo cubrían hasta la cintura. Tenía el pecho desnudo. Podía ver sangre seca en su garganta. Su brazo derecho elevado a la altura de las costillas con un cabestrillo, con el codo doblado en un ángulo de noventa grados. Su rubio cabello recordaba a la luna llena en una oscura noche.
Ya era la segunda vez en su vida que Hermione lo veía en una cama cubierto de vendas.
Una tela negra estaba tirada en un rincón. Seguramente su túnica de mortífago. La ropa que parecía vestir debajo, sucia y con manchas de identificable color rojo, estaba sobre una silla. La única mesilla que estaba junto a la cama estaba repleta de frascos de pociones, brebajes, antídotos, vendas, apósitos, y diversos ingredientes. Hermione identificó sin esfuerzo plumas de Jobberknoll, bayas de muérdago, y cuernos de unicornio en polvo, a juzgar por el característico brillo. Vio algunos trozos de chocolate. Y también un par de frascos de vidrio, más grandes, vacíos, y varios paños manchados de sangre. En lo alto de la habitación, cerca del techo, flotaban los restos de un sutil humo dorado. Hacía bastante calor allí. La lámpara del techo estaba encendida, aunque no iluminaba demasiado.
Al haber escuchado claramente la puerta abrirse, pero no haber vuelto a notar movimiento alguno, Draco giró el rostro en su dirección. A regañadientes. Desconfiado. Alerta. Y verlo moverse reactivó las extremidades de la chica. Estaba muy pálido, casi ceniciento. Tenía un apósito pegado en la parte izquierda de su frente, casi cubierto por su rubio flequillo. Sus ojos plateados la enfocaron de refilón, plantada ante la puerta cerrada. Se clavaron en su Máscara del Fénix, sin cambiar su impertérrita expresión. Adusta. Arrogante. Impregnada de hostilidad. Una mirada que no había visto dirigirle hacía mucho, mucho tiempo. Él se encontraba ahora apresado por las filas enemigas. Ellos eran sus enemigos. Creía que ella era una enemiga.
"Solo tardaré un minuto".
La chica alzó la mano y se quitó la máscara con toda la rapidez que pudo. Mostrándole su rostro. Y pudo ver cómo la expresión de él cambiaba de inmediato. Cómo su cuerpo se enderezó ligeramente sobre la almohada, por cuenta propia. Girándose más hacia ella. Su rostro perdió por completo su aire resentido. Sus ojos abrieron más, enfocándola por completo. Sin parpadear. Sin respirar.
Y ella también lo miró. Y sintió que perdía la compostura. Que su pecho comenzaba tartamudear de nuevo. Que las lágrimas volvían a apoderarse de sus ojos, humedeciéndose éstos más y más a medida que los segundos pasaban. Un sollozo abandonó sus labios apretados.
Y entonces corrió la distancia que los separaba.
Draco alargó su brazo izquierdo, el sano, en cuanto la vio moverse. Estirándolo hacia ella. Envolviéndola con él cuando lo alcanzó. Hermione se agachó al llegar al pie de la cama. Colocando una rodilla sobre el colchón para estabilizarse y poder acercarse más. Rodeándole los hombros, apretándolo contra su propio pecho, con una mano en su nuca. Pegando su perfil contra el suyo. Sollozando en su oído. Mojándole la cara con las lágrimas que colgaban de sus mejillas. El brazo del chico rodeó su espalda, y Hermione pudo notar su mano abierta sobre ella. Apretándola contra sí con fuerza. Clavándole los dedos.
La estaba sujetando. Estaba en sus brazos. Estaba vivo.
Hermione, sin soltarlo, consiguió colocarse mejor. Descender a una altura más cómoda, sentándose en el borde de la cama. Le pasó la mano por la nuca, de arriba a abajo, peinándole el corto cabello con urgencia. Sintiéndolo sucio y enredado entre sus dedos. Giró el rostro apenas un poco, sin separarse, para poder besar cualquier pedazo de piel que alcanzase. Besó su oreja, su sien, y su mejilla. Se separó solo un poco más, lo justo para localizar su boca. Presionando sus labios apretados contra los suyos, con mucha fuerza. Y fue en ese momento cuando se dio cuenta de que llevaba un rato sin respirar. Porque se encontró sin aliento contra su boca. Su nariz aplastada contra su mejilla. Y tuvo que romper el beso antes de lo que hubiera querido para poder inhalar de forma temblorosa y precipitada. Pero apenas llenó de aire sus extenuados pulmones volvió a besar sus labios. Dos urgentes veces más.
Todavía costándole encontrar el aliento, los sollozos amontonándose en su garganta, se separó de su boca. Y también de su cuerpo. Para poder bajar la mirada y examinarlo. Necesitaba preguntarle si estaba bien. Cómo de grave era su estado. Qué le dolía. Pero no era capaz de articular palabra. Así que intentó averiguarlo sola.
Su torso presentaba un par de arañazos. Y una fea y amplia contusión en las costillas, de color verdoso y violeta. Sangre seca en algunas zonas. Viejas cicatrices blancas, aquí y allá, que Hermione ya conocía. Que había visto y enumerado cada noche que se habían visto en la Calle Blucher. Esas no le preocupaban.
Palpó su cuerpo de forma aleatoria y él no protestó. Las heridas más graves parecían curadas. Bajó una mano para tantear su muslo. Tenía las dos piernas. Estaba desnudo bajo las mantas. Incluso le habían quitado la ropa interior. Posiblemente tuviera alguna lesión en la pelvis, o las caderas.
Sintió la mano de Draco ascender por su hombro, envolviendo su nuca. Enredándose en su cabello. Apretándola contra sí de nuevo, deteniendo su escrutinio. Presionando su boca contra la suya. Y los labios de él sí se movieron ahora. Lo justo para apresar sus labios entre los suyos. Sintiéndola mejor. Y ella pudo notar cómo inhalaba contra su piel. Largamente. Casi con necesidad. Su mano le masajeó la parte posterior del cuello, como si necesitase acariciarla de forma más intensa. Compensar la indisponibilidad de su otra mano para sujetarla. O asegurarse de que era real.
Hermione volvió a abrazarlo contra sí. Hundiéndose en su cuello. Escuchándolo y sintiéndolo respirar. La mano de él regresando a su espalda. Estrechándola contra sí. Hermione se lamió los labios por acto reflejo. La piel del chico sabía a polvo. A ceniza. A sangre. Pero estaba vivo.
—Recibí tu Patronus —musitó Hermione. De entre todas las cosas interesantes o relevantes que pudiera haber dicho, o preguntado. Pero apenas podía pensar. Solo podía dar las gracias de tenerlo delante—. Envié a la Orden.
Draco guardó silencio durante unos segundos. Sin aflojar su agarre en su espalda.
—Lo supongo —fue lo primero que salió de sus labios, en un ronco susurro contra su oído. Su voz era áspera como la lija, y, coincidiendo también con el polvoriento estado de su cabello y su piel, Hermione confirmó que había estado en contacto con escombros.
La chica tomó aire a su vez, obligándose a que su respiración se regulase. A calmarse. A enfriar su mente. A centrar su corazón. Ahora él estaba bien, eso era un hecho. Ahora tenían que arreglar todo lo demás.
—¿No recuerdas lo sucedido? ¿No viste llegar a la Orden? —cuestionó, curiosa. Frunciendo el ceño. Él negó con la cabeza dentro de su agarre.
—Solo recuerdo cosas sueltas. Tengo todo mezclado. Estaba en… las casas del Valle de Godric. En varias casas. La plaza. Y… la iglesia —dijo entonces con algo más de firmeza—. Sé que estaba dentro de la iglesia, pero no recuerdo ver a nadie de la Orden… Tengo lagunas…
Hermione miró de reojo la mesilla. Se fijó de nuevo en las plumas de Jobberknoll. Servían para despejar la memoria. Posiblemente hubiera sufrido una conmoción cerebral, debido a un golpe o un hechizo malintencionado. El apósito del lado izquierdo de su frente podía ser a causa de eso. Si lo habían sacado de un derrumbamiento… era más que probable. La amnesia postraumática no era nada inusual en situaciones así. Iría recobrando poco a poco la memoria de lo sucedido en las últimas horas.
—Te sacaron de unos escombros, o eso dijeron —corroboró Hermione. Con voz suave—. Puede que mencionaran una iglesia... Te encontraron al lado de dos mortífagos muertos. No han dado nombres.
Draco se quedó muy quieto en su abrazo. Atento.
—¿Muertos? —repitió, con un hilo de voz. Hermione asintió con la cabeza, precavida.
—Sí, muertos… Ellos…
—Eran… Crabbe y Goyle —reveló entonces el chico—. Estoy seguro. Eran… ellos.
Hermione contuvo el aliento. Digiriendo con dificultad tal noticia. Sin estar muy segura de cuál sería la reacción de él. Pero su voz no expresaba ni tristeza ni alegría. No sonaba alterado. Solo algo descolocado. Solo se mantuvo callado unos instantes, intentando asimilar la muerte de dichas personas...
Pero entonces sí notó a Draco tensarse en sus brazos. Y el repentino cambio en su cuerpo la asustó tanto que lo sujetó, instintivamente, con más fuerza.
—Nott —pronunció entonces Draco. Y su voz ahora sí se rompió ante tan breve palabra. Hermione sintió algo frío resbalando hasta su estómago—. ¿Está aquí? ¿La Orden lo ha secuestrado también?
Hermione se separó de su cuerpo, rompiendo el abrazo en parte, intentando ver sus rasgos. Preocupada ante una repentina angustia en su voz que él no logró ocultar. Y eso no era habitual en él. Lo escrutó centímetro a centímetro. Estaba logrando dominar su expresión. Mostrarse serio. Pero sus ojos grises brillaban con algo que la chica solo pudo definir como angustia.
Luchando por ignorar el hecho de que él identificase su situación como un secuestro, teniendo en cuenta que acababan de salvarle la vida, se centró en lo importante.
—No sé nada de Nott… —logró articular ella. Y pudo sentir a Draco intentar respirar bajo sus manos. Sus hombros temblando en su agarre. Hermione elevó más las manos, cogiéndole el rostro entre ellas—. Lo siento, no sé nada. No han mencionado su nombre. ¿Estaba contigo? —preguntó, bajando la voz.
Y Hermione se dio cuenta en ese momento de hasta qué punto conocía a Draco. Porque, cualquiera que lo estuviese mirando en ese momento, seguramente se asombraría de la serenidad de su postura. De sus hombros erguidos. De sus rasgos controlados a pesar de la gravedad de la conversación. Pero ella supo ver el esfuerzo que estaba haciendo para no derrumbarse. La anormalmente rápida sucesión de parpadeos. Su inestable pero baja respiración. El temblor que podía notar en sus mandíbulas, bajo sus dedos.
Hermione apretó su rostro un poco más. Ayudándole a sostenerse. Instándole a hablar. Recordándole que estaba ahí.
—No he podido salvarlo —farfulló entonces él, de forma precipitada. Casi incoherente. Con la vista desenfocada. La respiración inestable—. Mierda, yo… Greyback… lo atacó… Lo ataqué, pero no logré… No sé si está bien. C-creo que…
Se interrumpió. Porque se le rompió la voz. Y eso heló la sangre de Hermione incluso más que sus palabras. Abrió y cerró la boca, sin saber qué decir.
Sintió un inoportuno cosquilleo en su espalda, recordándole que el tiempo jugaba en su contra. Con un arrebato de ansiedad, miró por encima de su hombro para asegurarse de que la puerta seguía cerrada. Pero habían ido a buscar a Ojoloco. Que podía ver a través de las paredes.
A regañadientes, se giró de nuevo hacia el chico, le besó con fuerza la frente y se puso en pie. Alejándose de él y de la cama. Los párpados de Draco temblaron en un primer momento, con confusión. Pero, al verla colocarse su máscara de nuevo, lo entendió. Y no mencionó nada al respecto.
—Mientras hablamos, siguen registrando el Valle de Godric. De momento, que yo sepa, te han traído a ti, y a dos más. Dos hombres llamados Selwyn y Yaxley. Pero ellos están en otro lugar —susurró Hermione, ahora de pie ante él. Y la distancia entre ellos se sentía un abismo—. En las últimas horas no han traído a nadie más. Solo heridos. Habitantes del pueblo.
Draco no dijo nada. Tenía la vista perdida en la colcha. Y Hermione supo que estaba pensando en Nott. Ni en los habitantes del pueblo, ni en sus compañeros muertos o atrapados, ni en su propia salud. Ni en los detalles del final de una batalla que ni siquiera le había preguntado. Solo Nott.
Hermione tragó saliva, muriéndose por decirle algo que lo tranquilizase respecto a su amigo. Pero todo eran palabras vacías. Si Greyback lo había atacado, como Draco afirmaba… Hermione tuvo que hacer un esfuerzo por contener las lágrimas. Era lo último que Draco necesitaba.
—Intentaré averiguar algo sobre Nott —fue lo único que pudo articular. La mandíbula de Draco tembló. Pero Hermione vio cómo la apretaba con fuerza, para después asentir con la cabeza.
En ese momento, alguien llamó a la puerta. Sus ojos se encontraron, en un inoportuno y peligroso acto reflejo, pero después miraron a lugares opuestos, sin hablar. Draco volvió a mirar la pared de su izquierda, mientras Hermione agitaba su varita para eliminar el Hechizo Antiapertura.
La puerta se abrió, y varias personas aparecieron en el umbral. Hermione se giró hacia ellos. Apretó la varita en sus manos para constatar que todavía la tenía y que su presencia allí pareciese creíble. Ojoloco iba a la cabeza, enmascarado, y fue el primero en entrar a la habitación, cojeando con su pierna metálica, la cual solo se silenció cuando se detuvo frente a la cama. Su enorme ojo azul eléctrico miró a Hermione de forma temblorosa, con avidez, durante unos incómodamente largos segundos, y después fijó toda su atención en la persona que ocupaba la cama.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí, sargento? —gruñó con su rasposa y socarrona voz, y ambos ojos, mágico y normal, clavados en el muchacho. Draco no contestó. Se limitó a devolverle una fiera mirada cargada de hostilidad. De rencor. Con una altivez casi ridícula dada su posición y su aspecto. Pero el porte del chico, y la práctica que tenía en generar miradas semejantes, lograron concederle algo de dignidad.
Otra persona enmascarada, quizá Arthur, o Remus, entró tras Ojoloco. Entrecerrando la puerta a sus espaldas. Aunque Hermione tuvo una fugaz visión de Harry y Ron, aguardando de nuevo en el exterior.
—Sal fuera, por favor —pidió el segundo enmascarado que había entrado, mirando a Hermione. Reconociéndola. Y ella identificó por la pausada voz que era Lupin—. Tenemos que hablar con Draco.
Hermione pensó que quizá recordaba el nombre del muchacho desde sus días como profesor en Hogwarts. La chica no hizo ningún ademán de volver a mirar a Draco. Asintió con la cabeza hacia Lupin, de forma respetuosa, y salió de la habitación sin mirar atrás, cerrando la puerta tras ella.
UFFF ¡Draco está bien! Menos mal… 😭 *suspiro de alivio de Hermione y mío* ja, ja, ja ains, pobrecita Hermione, qué mal lo ha pasado… 🙈
Aunque el estado de Nott sigue siendo un misterio… ay, no… 😭 Y Draco es ahora prisionero de la Orden del Fénix… ¿Qué pasará? Chan, chan, chan… 😳
Ja, ja, ja ¡muchísimas gracias por leer! Espero que os haya gustado mucho, mucho… Si os apetece contarme qué os ha parecido, estaré encantada de leeros, me lo paso genial con vuestros comentarios, de verdad, os adoro 😍
¡Un abrazo enorme! ¡Hasta el próximo! 😊
