¿Preparados para defender Beauxbatons y Durmstrang? La Orden del Fénix, sí. O eso creen…

¡A leer! ¡Disfrutadlo! 😊


CAPÍTULO 50

La Batalla de los Colegios

Segunda parte

—Los hechizos de la zona sur están colocados, Ojoloco —informó Lupin, acercándose al lugar donde se encontraba el ex-auror, ascendiendo para ello unas delicadas escaleras blancas, situadas en el centro del amplio vestíbulo del Palacio de Beauxbatons. Moody, en pie frente a una ventana, no se movió. Pero su brillante ojo azul sí se giró sobre la cuenca para enfocar a su compañero.

—Bien —gruñó, simplemente, sin demostrar demasiado ánimo. Su ojo real clavado en las lejanas montañas del Pirineo francés. Se podía ver nieve en las cumbres, incluso en esa época del año.

—Los muros exteriores deberían estar asegurados en pocos minutos —añadió Lupin, situándose ahora a su lado—. Todas las alarmas colocadas.

—¿Y las torres? ¿Cómo van?

—Estamos todavía consiguiendo detalles sobre la estructura del castillo. Con tan poco tiempo apenas hemos podido diseñar una estrategia inteligente...

—Y aquí están los últimos planos —dijo George Weasley, acercándose a ellos, con un fajo de pergaminos en las manos que dejó con un teatral movimiento en las manos de Lupin—. Los de las torres superiores. Ya han colocado escudos básicos. Debería ser suficiente para una entrada por aire, véase escoba o criatura alada.

—Las chimeneas están bloqueadas —corroboró Ojoloco, entre dientes. Mirando de reojo los planos que Lupin estaba analizando a toda prisa.

—Bien, no parece que haya nada que nos vaya a dar una sorpresa… —murmuró Remus, enrollando los planos de nuevo.

—Dormitorios asegurados —dijo entonces la voz de Ron, jadeante, bajando unas escaleras laterales y llegando a su lado—. Hemos hecho todo lo que se nos ha ocurrido. Fred está cubriéndolos, por si las moscas. Y el resto de nuestro escuadrón está en la entrada oeste, la de los arcos dobles.

—Buen trabajo, Ronnie —lo felicitó George, con voz aflautada, revolviéndole el pelirrojo cabello. A Lupin se le escapó una velada sonrisa al verlo. Fred y George tenían la habilidad de controlar muy bien la presión. De relajar con humor a sus compañeros en los momentos previos a cualquier batalla. Aunque fuera molestándolos. Distrayéndolos.

—¿Se sabe algo de Harry? —preguntó Ron, dando un manotazo a su hermano para que no le tocase el pelo—. ¿Cómo va la puerta principal?

—Harry ha asegurado la puerta principal —dijo una voz resignada al pie de las escaleras. El propio Harry subiendo por ellas, dirigiendo una sonrisa su amigo. Simpática y agotada. La luz de los plateados candelabros creaba suaves ondulaciones en sus gafas redondas—. Solo falta el Encantamiento Maullido. Mundungus está abajo, hablando con los profesores. El resto de mis hombres están en posición.

—Todos a vuestros puestos, entonces —dijo Ojoloco, impaciente. Su corta y nudosa varita se agitó en su mano, y, en un abrir y cerrar de ojos, Lupin desapareció de su lado. Víctima de un Encantamiento Desilusionador—. Ocultaos unos a otros. No reveléis vuestra posición hasta que sea indispensable —mientras hablaba, fue camuflándose con la textura de lo que lo rodeaba, hasta desaparecer del todo. Y todos intuyeron que Lupin lo había Desilusionado igualmente. Pero su voz siguió resonando—: Estad atentos a las señales de ayuda de vuestros compañeros. Que nadie se haga el héroe. Las comunicaciones estarán abiertas en el comedor para avisar a los siguientes destacamentos de ser necesarios. Ronald estará allí. Estad bien atentos y no os dejéis engañar. ¡ALERTA PERMANENTE!

Harry no pudo evitar sobresaltarse al escuchar el golpe que Alastor dio en el suelo de baldosas blancas con su bastón. Estaba acostumbrado a sus gritos de advertencia, pero no sin verlo.

Se mordió los labios por dentro y asintió, indicando que lo había entendido. Ron también agitó una mano, con la misma finalidad. Ambos amigos echaron a andar escaleras abajo, no sin antes corresponder a regañadientes a la exagerada inclinación de George a modo de despedida.

—El comedor está a un minuto de los jardines. Si necesitáis ayuda me avisas, ¿me oyes? —ofreció Ron, mientras ambos descendían los lustrosos escalones. Incluso de noche, a la luz de los delicados candelabros, todo Beauxbatons relucía con una luz plateada y azulada. Como un palacio de marfil.

—Claro, lo mismo digo —corroboró Harry, dándole un lánguido puñetazo en el hombro. Ron sonrió forzadamente, para después lucir melancólico.

—Vaya días, ¿eh? —murmuró. Con vacilación—. Es un no parar. No hay tregua.

—Y que lo digas… —resopló Harry. Ajustándose mejor la goma que sujetaba su cabello azabache en su nuca. Ese día no había tenido tiempo de ducharse siquiera.

—Hermione está al doscientos por cien, ¿verdad? —farfulló Ron entonces. De forma más precipitada—. Ella se enteró de lo del Valle de Godric. Y también del ataque de los colegios. Es decir, lo dedujo, y después lo confirmamos. Pero, realmente, fue todo cosa de ella…

—Siempre ha sido humillantemente lista —musitó Harry, casi con ensoñación. Pero intuía que el tono de su amigo no era de admiración precisamente.

—¿Cómo sabe todo eso? ¿En qué está metida? —murmuró, en efecto. Ambos llegando al final de las escaleras. Harry se detuvo, y miró a Ron. Éste lucía inquieto. Apurado de mirarlo a los ojos—. Me gustaría aclararlo cuando todo esto termine. Tengo miedo de que esté… espiando las filas enemigas por su cuenta, o algo así. De que esté en peligro.

Harry parpadeó con lentitud. Valorando tal posibilidad. Escrutando con atención la genuina preocupación de los ojos azules de su amigo.

—Yo tampoco sé en qué está metida —confesó, de forma pausada—. Pero no creo que sea nada que deba preocuparnos. Estoy seguro de que sabe lo que hace. No es impulsiva. Y es una bruja maravillosa. Seguro que está bien. De hecho, únicamente está siendo increíblemente útil a la causa. Ya sabes que ella siempre se ha empeñado en hacer las cosas no bien, sino lo siguiente. Pero… estaremos atentos —le puso una mano en el hombro, y Ron accedió a mirarlo—. Y, ante el más mínimo indicio de peligro, hablaremos con ella.


Ginny se interrumpió a media frase al escuchar unos precipitados pasos bajando la escalera que conducía a la cocina subterránea de Grimmauld Place. Miró a Hermione, con turbación, asimilando que estaban escuchando lo mismo. Y ambas miraron después hacia la puerta. Y el corazón de Hermione se sincronizó con los pasos de aquella persona, sabiendo quién era, lo que pasaba, y lo que iba a decir.

Molly Weasley entró en la cocina con su pelirrojo cabello alborotado por la carrera. Estaba pálida, y sus ojos marrones estaban abiertos de par en par. Su varita estaba en su mano. Se detuvo, trastabillando, y, sin apenas enfocar a las dos chicas, gritó:

—¡No está! ¡El chico! ¡Se ha ido, ha escapado!

—¿Qué? —exhaló Ginny, poniéndose en pie de un salto ante el alterado estado de su madre. Pero sin entender su alarma. Hermione se levantó también—. ¿Qué chico? ¿Mamá, qué dices…?

—¡El prisionero! ¡El Sargento Negro! ¡El… el chico Malfoy…!

—¿Que no está? ¿Cómo que no está? —farfulló ahora Ginny. Alzando ambas manos en dirección a su madre, con los índices en alto. Completamente incrédula—. Eso es imposible… E-estaba herido… Y Elphias…

—Ginny, acabo de estar ahí. Su habitación está vacía. Elphias estaba en el suelo, aturdido, y la cama… —Molly intentó explicarse con prisa, a trompicones, sin tiempo que perder. Miró también a Hermione. Intentando compartir su desesperación. La joven se limitó a contemplarla con la boca entreabierta. Fingiéndose alarmada.

—¿Las protecciones de la puerta de entrada están intactas? —cuestionó Hermione, abriendo la boca por primera vez. Firme en su pregunta. Le costó muchísimo, pero se obligó a sostener la frenética mirada de la mujer.

—Lo están, acabo de comprobarlas —mientras hablaba, Molly miraba la cocina a su alrededor con atención. Como si creyese que el chico se ocultaría allí, entre las patas de la mesa—. Las coloqué yo misma en cuanto Tonks se fue a Durmstrang, su batallón fue el último convocado…

—Estaba herido, no puede… Hay que registrar la casa —decidió Ginny, avanzando ahora hacia su madre con amplias zancadas. Sacando su varita de la cartuchera de su muslo—. No puede haberse ido. ¿Quién más queda aquí?

—Terry, en el salón —dijo Molly, girándose y dirigiéndose escaleras arriba, precediendo a su hija. Hermione las siguió, sacando también su varita—. Las sanadoras del ala del hospital, y los enfermos. Y Elphias. Lo he reanimado, está bien. Y ya está registrando los pisos superiores… Ha bloqueado la entrada al ala del hospital para que no entre nadie. Lo primero que he hecho ha sido asegurarme de que las chimeneas están desconectadas…

—Entonces tiene que estar aquí. No puede haberse Desaparecido —protestó Ginny, corriendo tras su madre.

—Si Elphias ha sido aturdido, tiene que haber recuperado su varita. Puede haberlo hecho… —objetó Hermione, con prudencia. Ascendiendo tras su amiga. Con la vista fija en su llamativa melena pelirroja.

—¡Pero no ha podido usar la magia! —estalló Ginny. Acalorada—. ¡No puede usar la mano de la varita! ¡No puede moverla!

Y el pecho de Hermione se quebró. Dejándola, momentáneamente, sin respiración. Su pie intentó alcanzar el siguiente escalón, tropezando al no lograrlo. ¿Qué…?

Homenum revelio —dijo Molly, en cuanto alcanzaron el vestíbulo, aunque ambas muchachas sospechaban que ya lo había hecho previamente. Apuntó con su varita al piso de arriba, y varias nubes de luz parpadearon en lo alto del techo. Seguramente, las correspondientes a Terry, y Elphias, y a todos los integrantes del hospital—. Puede ser cualquiera, voy a ver los últimos pisos… —murmuró, en efecto, la mujer, ascendiendo sin titubear las escaleras que conducían al primer piso. Pero Hermione, sin dudarlo ni un momento, sujetó a Ginny del brazo. Manteniéndola en el vestíbulo y obligándola a girarse hacia ella.

—Ginny, ¿de qué hablas? —preguntó Hermione. Y apenas escuchó su propia voz. Un eco sospechoso adueñándose de sus oídos—. ¿Qué le pasa a su mano?

Ginny frunció los labios con impaciencia. Mirando hacia atrás, viendo alejarse a su madre. Con prisa por seguirla. Pero accedió a responder a toda prisa.

—No debería contarlo, se supone que los historiales médicos son confidenciales. Fleur es muy estricta al respecto… Pero supongo que en estas circunstancias da igual… —bufó con rebeldía—. Tiene la mano paralizada. Lo atacaron con la Maldición Sanguínea. Ya sabes cómo funciona. Afecta a la sangre, envenenándola. El tejido, sin sangre, se muere, se va pudriendo de forma lenta. Por suerte para Malfoy, es una de mis especialidades. Inventé el hechizo de defensa, y ya sabes que estaba trabajando en el hechizo para revertirlo. Aún está en fase experimental, pero se lo apliqué a él. No había nada que perder… Conseguí revertir la maldición sin que llegase al resto del brazo y recuperé los vasos sanguíneos musculares. Esos están intactos. Pero afectó a los vasa nervorum

—¿A los qué…? —se escuchó Hermione preguntando. De nuevo a través de un molesto eco.

—A los vasos sanguíneos que mantienen vivos los nervios. En resumen, la maldición ha desaparecido, y sus músculos funcionan, pero los nervios no. Así que no tiene sensibilidad en esa mano, ni tampoco puede moverla en absoluto —finalizó, ahora enfadada. Como si lo que estaba sucediendo no tuviese sentido—. Malfoy era diestro, me acuerdo perfectamente… Así que no puede usar magia.

Y Hermione se sintió incapaz de decir ni media palabra. Pero los despiertos ojos de Ginny sobre ella le urgían a hacerlo. A pelear contra el frenesí que le estaba haciendo temblar los huesos.

—Entiendo —consiguió articular. Esforzándose al máximo en que su voz fuese audible—. Entonces, no… no puede haberse ido… —dijo, de forma automática. Sin encontrarle ninguna lógica a sus propias palabras. Repitiendo lo que Ginny había dicho.

—Exacto —corroboró su amiga. Satisfecha de que lo entendiese. Miró la puerta de entrada, tras ella, y después a Hermione otra vez—. Quédate aquí. Vigila la puerta. Que no salga nadie. Voy arriba, a registrar todo con mamá. Si está aquí, lo atraparemos…

Hermione no consiguió volver a hablar. Se limitó a elevar un poco más su varita, fingiéndose preparada, y asentir. Con suficiente firmeza. Ginny le dirigió una mirada cargada de entereza y corrió escaleras arriba.

Y Hermione se quedó sola, plantada en medio del frío y oscuro vestíbulo. Sintiéndose casi un fantasma.

La mano de Draco…

Avanzó dos pasos inciertos, hasta conseguir sujetarse al pasamanos de las escaleras. Agradeciendo que algo externo la sujetara. Aferrándose a él, giró sobre sí misma y se dejó caer sentada en uno de los escalones más bajos. Sintiéndose presa del vértigo. No encontrando alivio alguno estando sentada. No podía cerrar la boca. No podía respirar.

Draco no estaba en Grimmauld Place. Se había ido con Kreacher, estaba segura. El plan había funcionado. Excepto…

Draco tenía la mano derecha paralizada. No podía utilizar la varita. Ella no lo sabía. Él no se lo había dicho. El muy infeliz se lo había ocultado deliberadamente. La había engañado. Y ella lo había mandado de vuelta a un bando que lo quería muerto. Indefenso. Incapaz de pelear por su vida de ser necesario. Que una varita funcionase correctamente en la mano no dominante requería de una considerable cantidad de práctica. No podía creerlo. Idiota mentiroso

Un descontrolado sollozo desesperado escapó de su boca abierta. Se la cubrió con la mano, ahogando los que peleaban por seguirlo. Para que nadie de los pisos superiores lo escuchase. Cerró los ojos, y lágrimas calientes mojaron el dorso de su mano.

«Estúpido, estúpido, estúpido, ¿cómo has podido hacerme esto


—¡MI SEÑOR!

El alterado grito que llegó desde la puerta logró sobresaltar visiblemente a Colagusano, a Rowle, y a Rookwood, mas no a Lord Voldemort. Éste simplemente giró la cabeza con lentitud en dirección al sonido.

Bellatrix entró como un vendaval en el Salón de la Guerra de la Mansión Malfoy, con el rostro contraído. Arrastraba de malas maneras, a duras penas por su peso, a un muchacho vestido con ropa de calle. Tirando de su cabello y de su ropa sin ningún miramiento. Haciéndolo trastabillar y casi patalear, intentando enderezarse y caminar con dignidad.

—¡Acaba de Aparecerse aquí, mi Señor! ¡Lo he encontrado en la entrada! —chilló la mujer, arrojando a su prisionero al suelo, a los pies de su amo.

—¡Draco! —profirió Narcisa, en un alarido cargado de pánico, levantándose a duras penas de la butaca en la que estaba sentada. Estaba espectralmente pálida. Su tez lucía apagada. Y su rubio cabello, más lacio de lo normal y peinado de forma más descuidada—. ¡Por Merlín, Draco…! ¡Hijo…!

—Mirad quién ha vuelto de entre los muertos —observó Voldemort con calma, contemplando jadear al muchacho a sus pies. Rowle y Rookwood también se levantaron de sus respectivos sillones. Boquiabiertos. Colagusano se mantuvo en pie, al lado de su señor, con sus diminutos ojitos abiertos de par en par.

Draco, gimiendo aún de dolor por el maltrato de su tía, elevó la mirada desde el suelo y la clavó en los fríos y calculadores ojos rojos de Voldemort.

—Mi señor… —farfulló. O al menos lo intentó. Porque su tía se arrojó sobre él de nuevo y lo sujetó con firmeza del cuello, envolviendo una mano alrededor desde atrás. Clavándole también su afilada y larga varita en la pálida mejilla. Convirtiendo su voz en un simple jadeo estrangulado.

—No intentes nada raro, deshonra con patas… —susurró en su oído, con temblorosa rabia.

—¡Bella, suéltalo inmediatamente! —gritó Narcisa, agitada, sin preocuparse de bajar la voz. Avanzando hacia ellos—. ¡Es Draco!

—No te acerques, Cissy. Alguien de los nuestros avisó a la Orden en el Valle de Godric. Aparecieron antes de tiempo. Y, por lo que a mí respecta, tengo en mis manos a un Sargento Negro que no volvió del Valle de Godric, y al cual dimos por muerto —siseó Bellatrix, clavando la varita en la mejilla de su sobrino con más fuerza—. Y ahora se presenta aquí como si tal cosa. Ya puede tener una buena explicación, o le arrancaré la verdad a base de Cruciatus

—¡No te atrevas a amenazar a mi hijo! —volvió a gritar Narcisa, al parecer demasiado indignada como para recordar que Lord Voldemort en persona se encontraba a su lado. Sacó su fina varita del bolsillo de la túnica y la alzó en dirección a su hermana.

—Cissy, aléjate o te… —amenazó Bellatrix, mirándola con los ojos muy abiertos. Desafiantes.

Suéltame… —siseó también Draco. Mirando de reojo a su tía con abierta cólera. Y su fría y rabiosa voz se escuchó con claridad en medio de la tensa situación.

—Basta —pronunció Voldemort. Sin inmutarse lo más mínimo ante el frenesí de las mujeres. Seguía contemplando al muchacho sin apenas molestarse en parpadear—. Silencio, Narcisa. Suéltalo, Bella. Y déjalo explicarse.

La mano de Bellatrix, se aflojó, en efecto, soltando el cuello del chico. Draco inhaló con urgencia y tosió de forma ronca. Recuperando el resuello. Se sentó de forma más digna, quedando arrodillado, con una rodilla en tierra. Miró de nuevo a su señor. Luciendo más dueño de sí mismo. Sus ojos luciendo el brillo letal que le había condecorado con el rango de Sargento Negro.

—La Orden me capturó, mi señor. Estaba herido, y se aprovecharon de mi debilidad —logró explicar, con voz clara—. Pero he conseguido escapar…

—¿Escapar? ¿De la Orden? ¿Cómo? —saltó Colagusano, en un arrebato. Pero entonces recordó que el Señor Tenebroso estaba a su lado y volvió a encogerse ligeramente. Avergonzado y preocupado de ser castigado por su impertinencia.

—Un elfo doméstico me ayudó, milord —respondió Draco, todavía mirando a su líder. Como si él hubiera hecho la pregunta—. Lamentablemente, no sé su nombre. Dijo haber servido a los Black, y me fue fiel en esta ocasión. Pero también le debe lealtad a la Orden.

—¿Dónde dices que te mantuvieron preso? —preguntó entonces Voldemort, en voz baja. Draco sacudió la cabeza.

—Tampoco lo sé, milord. No tuve oportunidad de ver el lugar.

—Eso no hay quien se lo crea… —farfulló Bellatrix, abriendo y cerrando las manos. Como si quisiera volver a sujetar a su sobrino del cuello. Narcisa estaba muy quieta. Mirando a su hijo desde unos metros de distancia. Posiblemente sin hacer caso a lo que decía. Solo escrutando que estuviese sano y salvo, con ojos angustiados y frenéticos.

—Mi señor, todo esto puede esperar —repuso entonces Draco, con voz más firme—. Tengo información. Información importante…

—¡No te atrevas! —rugió Bellatrix, arrojándose sobre él otra vez y volviendo a atrapar su cabello entre los dedos. Tiró de él hacia atrás, obligándole a contemplar el techo y a Voldemort, que seguía impasible—. ¡No te hagas el listo con nosotros! ¡Dinos inmediatamente dónde has estado y qué…!

—¡Bella! —volvió a gritar Narcisa, indignada. Adelantándose otro par de pasos.

—¿Qué información tienes? —interrumpió no obstante Voldemort, a media voz, silenciando de golpe las protestas de ambas.

Draco, jadeando ligeramente por la incómoda postura, se pasó la lengua por los labios con rabia y logró enunciar:

—La Orden sabe que esta noche vamos a atacar los colegios. Beauxbatons y Durmstrang. Van a intentar impedirlo. Nos estarán esperando allí.

El silencio se apoderó de la habitación. Bellatrix se quedó, por primera vez, muda. Con la boca cómicamente abierta, elevó sus negros ojos para mirar a su señor. Colagusano estaba patidifuso. Narcisa no apartó sus ojos claros de su hijo. Ni tampoco Lord Voldemort. Pero, por primera vez, una emoción parecida a la molestia cruzó sus facciones.

—¿Cómo sabes tú eso? —intervino Rookwood, hablando por primera vez, visiblemente desconfiado. Parecía algo ofendido—. Nosotros acabamos de ultimar los preparativos. El Señor Oscuro acaba de explicarnos su plan al completo respecto a los colegios… Esos paletos de la Orden no pueden saber…

—¿Selwyn sabía lo de los colegios, cierto? —interrumpió Draco, mirando a su señor—. Lo tienen. A él, y a Yaxley. Selwyn lo ha confesado. Y la Orden me interrogó al respecto del ataque a los colegios… Pero yo no estaba al corriente.

—Increíble… Maldito Selwyn… —farfulló Rookwood, dando una vuelta sobre sí mismo. Luciendo frustrado. Rowle miraba a Draco con fijeza. Sin ninguna intención de hablar. Draco y él hicieron contacto visual, y el hombre apartó la mirada con rapidez.

—Suéltalo, Bella —dijo entonces Voldemort, con voz grave—. Y que no tenga que repetírtelo —la mujer soltó a su sobrino al instante, y el Señor Oscuro se acercó un par de pasos hacia él—. ¿Está seguro de lo que dice, sargento?

—Completamente, mi señor. Planean tenderles una emboscada.

—¿Debería fiarme de ti? —preguntó entonces, en voz mucho más suave. Y aterradora—. ¿Qué sucedió con Fenrir Greyback en el Valle de Godric, Sargento Malfoy?

Y a Draco le tomó un par de segundos entender el cambio de tema. Un incómodo escalofrío se apoderó de su ser. Parpadeó, indeciso. Pero, por supuesto, no tenía sentido fingir que no sabía de qué le hablaba.

—Lo ataqué, mi señor —confesó, con precisión. Sin un asomo de vergüenza en su voz.

—¿Atacó a alguien de su propio bando? —quiso asegurarse el Lord, todavía con aquella falsamente calmada voz. Casi burlona. Calculadora—. ¿A un subordinado, de su propio escuadrón?

—Desobedeció mi orden directa, mi señor —pronunció el chico con claridad. Y su voz sonó firme en el silencio—. Le dije que no infectase a nadie, y lo hizo.

—¿Cuál fue el motivo de dicha orden por su parte?

Draco se lamió los resecos labios.

—Que perdería el tiempo innecesariamente. Las órdenes eran destrozarlo todo y matarlos a todos en el menor tiempo posible. No perder el tiempo infectando personas. Transformado, tiene la capacidad de matar de forma más rápida que esa.

Los ojos de Rowle volvieron a atraer los de Draco. Esta vez, el hombre no apartó la mirada. Tampoco dijo nada.

—¿Eso fue todo? —insistió Voldemort. Y Draco sabía lo que quería de él.

—No, señor. También atacó a otro subordinado. A un amigo mío, más bien. Theodore Nott. Nott se enfrentó a él por haber desobedecido mis órdenes, y Greyback le atacó. Atacarle fue algo emocional por mi parte. No tengo excusa. No volverá a suceder —aseguró, con voz clara y cruda. Templada y eficaz. Como una máquina.

Miró a su señor a los ojos. Sin miedo. Y las pupilas de éste se convirtieron en dos pozos que lo abdujeron para atravesar un oscuro túnel…

La Aparición, con ayuda de ese servicial elfo, en Holywell. Un lugar al azar, lejos de cualquier emplazamiento perteneciente al bando de Lord Voldemort. Lugar desde el cual él podría Aparecerse de forma segura en la Mansión Malfoy…

Los largos interrogatorios de la Orden, cómo le preguntaron acerca de los colegios. Cómo él se mantuvo firme y no aportó información de ningún tipo…

Cómo miembros enmascarados lo vigilaban en su lóbrega habitación…

Se vio manteniendo un duelo junto a Crabbe y Goyle dentro de la iglesia, contra miembros de la Orden, hasta que un derrumbamiento hizo que el techo se les cayese encima…

Se vio persiguiendo a Greyback para salvar a Nott…

A sí mismo atacando a personas en la plaza del Valle de Godric…

—Mi señor —escuchó Draco que interrumpía la voz de Rowle. Escuchándola al otro lado del largo túnel.

Y la sucesión de retrospectivos recuerdos terminó de forma abrupta. Dejando a Draco jadeando, obligándolo a dejar caer los hombros. Y con un dolor de cabeza considerable. Solo le había registrado las últimas cuarenta y ocho horas, y sentía el cerebro como si lo hubiera metido en una licuadora…

—Mi señor —repitió Rowle. Y Draco lo escuchó con claridad esa vez. Su voz sonaba entrecortada, pero firme en su tono—. Le pido disculpas, pero el tiempo se nos echa encima. Nuestros hombres ya están preparando a las tropas. Si el Sargento Malfoy tiene razón respecto a los colegios, tenemos que movilizarnos ya mismo. Ponerlos sobre aviso cuanto antes.

El silencio que siguió a esas palabras fue casi absoluto. Colagusano miró a Rowle con los ojos como platos. Como si le sorprendiese que él mismo acabara de condenase a muerte voluntariamente al hacer una crítica abierta a su señor.

Y Draco, en medio del embotamiento que sentía en su cerebro, creyó entender por qué Rowle había intervenido. Aquella familia asesinada en su propia cocina. El niño bajo la mesa. Su negativa a asesinarlo... Rowle no le había contado nada de eso al Señor Oscuro. Por razones que solo él sabía. No le había contado nada sobre el cuestionable proceder de Draco. Y ahora estaba muerto de miedo de que su señor lo viese en su mente y quedase patente que había ocultado información a su líder…

Voldemort aspiró lenta y profundamente por las dos rendijas que tenía a modo de nariz. Y todos, incluido Rowle, se prepararon para lo peor.

—Deme su varita, sargento.

Draco tardó unos segundos en asimilar que volvía a dirigirse a él. Mareado todavía, se llevó la mano izquierda al bolsillo trasero del pantalón y sacó su delgada varita de espino. Fue consciente de cómo todos los presentes pasaban sus ojos de su mano izquierda, a la derecha, y a la izquierda otra vez. Todos dándose cuenta entonces de que había mantenido la derecha quieta y lánguida, colgando a un lado de su cuerpo, durante toda la conversación.

Dejó en el suelo la varita, a los pies de su señor. Voldemort la cogió con un perezoso hechizo y la examinó entre sus dedos, en medio de un tenso silencio. Después le pasó su propia varita como si fuese un escáner, y Draco comprendió...

«Quiere asegurarse de que no les he traicionado, de que no fui yo quien avisó a la Orden en el Valle de Godric...»

Podía estar, por primera vez en la conversación, tranquilo. Por supuesto que no lo había hecho. ¿Avisar él a la Orden del Fénix? Claro, y qué más. Qué pérdida de tiempo... Bastante había tenido que soportar a esos malnacidos durante su secuestro…

Luego de darle a la varita vueltas silenciosas, y no encontrar aparentemente nada, Voldemort la dejó caer a sus pies con desgana. Aterrizando el artefacto delante del chico, con un repiqueteo amortiguado por la alfombra.

—Si el Sargento Malfoy está en lo cierto, lo colmaré de gloria —sentenció entonces el Señor Oscuro para todos los presentes—. Si no lo está… lamentará haber escapado de las garras de la Orden del Fénix.


Samantha no veía nada. Pero sabía que tenía los párpados abiertos. Y, sin embargo, solo la rodeaba una densa oscuridad. Tampoco notaba ningún trozo de tela sobre sus ojos. Eso solo podía significar que la habían hechizado con un Encantamiento Obscuro.

Estaba temblando de terror. Porque no tenía ni idea a dónde la llevaban.

La habían sacado de la Mansión Malfoy, eso lo tenía casi claro. Aunque le habían quitado la capacidad de ver antes incluso de abandonar el lugar. Llevaba ya mucho rato caminando. Alguien la tenía sujeta del codo y tiraba de ella. Guiándola. El aire a su alrededor estaba frío y húmedo desde hacía bastante rato. Había piedras bajo sus pies que la hacían trastabillar. Tierra suelta. Ya se había caído dos veces. Oía pisadas. Bastantes pisadas a su alrededor. O quizá era el eco del lugar, que la confundía, y no eran tantas. También oía algunas voces. Hablando en voz muy baja. En tensas y breves frases.

—Es aquí, traedla —escuchó entonces que alguien decía, algo más adelante. Una voz de hombre.

La luz volvió entonces a los ojos de Samantha. Y un agudo pánico la atravesó. Casi se había acostumbrado a la oscuridad de los minutos previos. Pero recuperar la visión significaba que algo iba a suceder. Algo imprevisible.

Tuvo que parpadear de forma frenética para intentar acostumbrarse a la nueva aunque tenue iluminación. No le dieron tregua mientras volvían a tirar de ella, con más fuerza, para que avanzase más deprisa. Descubrió paredes rocosas a su alrededor. A ambos lados. Era un túnel. ¿Un túnel escavado en una gruta? ¿Una cueva bajo tierra? Todo parecía virgen, apenas tocado por la mano del hombre, o eso interpretó la chica durante los breves segundos en los que pudo echar un precipitado vistazo alrededor. Porque entonces la condujeron ante uno de los muros rocosos. Y Bellatrix Lestrange la esperaba allí, sin máscara alguna cubriendo su rostro, contorsionado en una sonrisa venenosa. Había varios mortífagos a su alrededor. Samantha contó seis. Más el que la sujetaba. Y escuchaba pisadas más atrás que indicaba que había más.

Y Samantha intentó dejar de avanzar por puro instinto, pero el mortífago enmascarado que la sujetaba del codo tiró con más fuerza.

—Muy bien, jovencita —saludó Bellatrix, cuando el mortífago la hizo detenerse delante de ella. Señaló la pared rocosa con una floritura—. Abre la puerta. Tenemos prisa.

Samantha parpadeó. Sin apenas lograr respirar. Sentía todo su cuerpo rígido y encogido de pavor.

—¿Qué…? —logró articular. Y su voz sonó tan acobardada como ella se sentía. La sonrisa de Bellatrix se amplió con falsa dulzura.

—La entrada que se oculta aquí, mon chéri, vas a abrirla para nosotros —especificó, con una extraña seguridad, a la par que artificial gentileza.

Samantha volvió a mirar alrededor. Frente a ella solo había una pared como otra cualquiera. Apenas iluminada por los Lumos de los mortífagos. Roca marrón. Polvorienta y terrosa. Firme. Y la chica no podía estar más confundida ni asustada.

—No he estado nunca aquí —logró balbucear—. No sé dónde estoy. No sé de qué entrada me habla. Tiene que ser un error…

Bellatrix compuso una mueca, con un profundo suspiro. Cargado de peligrosa impaciencia. Y Samantha sintió ganas de llorar.

—Claro que no has estado aquí, estúpida. Esta es una entrada secundaria a tu estupendo colegio. Tú no podías conocerla. Tu querida directora nos desveló finalmente su localización. Bueno, se lo sonsacamos… —soltó una aguda y maliciosa risita. Samantha abrió mucho los ojos.

—¿Madame Maxime? —farfulló, con angustia. ¿Habían atrapado a su directora también? Sintió un arrebato de imprudente coraje apoderarse de ella. Apretó los puños a ambos lados de sus caderas—. ¿Qué le han hecho, misérables? —espetó entonces, en voz más alta. Acusadora.

La sonrisa de Bellatrix no vaciló. Al contrario. Un brillo divertido iluminó sus oscuros ojos. Se escucharon risitas entre los mortífagos. Samantha sintió el calor apoderarse de su rostro, ruborizándolo.

—Cuidado, francesita —siseó Bellatrix. Con suavidad—. Me parece que no eres consciente de tu situación. Vas a abrir esta puerta. Solo alguien perteneciente a este colegio puede abrirla. Y tienes la suerte de que te estoy dando la oportunidad de hacerlo por tu propia voluntad. Otra palabra con ese tono y te arranco la lengua —se acercó a ella, y Samantha quiso retroceder. Pero el mortífago que estaba a su lado la frenó—. ¿Necesitas que te recuerde que tenemos a tus padres en nuestro poder, preparados para que juguemos con ellos…?

Las lágrimas se apoderaron de los ojos de la chica. Su barbilla tembló, y su pecho se convulsionó en sollozos contenidos.

—¿Qué… qué tengo que hacer? —balbuceó, tras tragar saliva. Bellatrix suspiró de forma dramática. Como si le hubiera hecho una pregunta de lo más inconveniente.

—Ni idea. Esa estúpida semi-humana se negó a darnos más información —rezongó la mujer, mirándose una larga y afilada uña—. Se quitó la vida, la muy cobarde… —rio por la nariz, casi de forma soñadora. Samantha soltó un gemido mortificado, cubriéndose la cara con las manos. ¿Madame Maxime estaba…?

S'il vous plaît, n-no sé qué hacer —logró sollozar, con sinceridad. Con desesperación—. Moi… No sé por dónde empezar… P-por favor, no puedo ayudarles…

La sonrisa de Bellatrix se convirtió en una mueca. La escrutó con sus oscuros ojos, y su comisura tembló. Se acercó un paso más a ella. Samantha contuvo el aliento. Sollozando con más fuerza.

—Es inútil, señora Lestrange… —masculló otro de los mortífagos, situado junto a una de las paredes—. Esta idiota no nos sirve. Mejor será que volvamos y le digamos al Señor Tenebroso que…

El resto de la frase se convirtió en un desagradable gorgoteo. Bellatrix, con rostro impasible, había realizado un rápido movimiento de varita, y la máscara de calavera del mortífago se partió limpiamente por la mitad. Se escuchó un crujido, y una salpicadura. Con unos desesperados estertores, el hombre se desplomó en el suelo, sacudiéndose en bruscas convulsiones. Samantha gritó y se llevó ambas manos a la boca, intentando alejarse del hombre moribundo. El mortífago que estaba a su lado la detuvo, y volvió a hacerla encarar a Bellatrix. Ésta había vuelto a sonreír de forma perezosa.

—Si tus padres supieran que te niegas a ayudarnos para salvarles la vida… Qué hija tan, tan, mala… —canturreó la mujer, de forma venenosa. Como si no hubiera habido interrupción alguna. Comenzando a caminar a su alrededor—. Veamos, si lo de tus padres es poco incentivo… ¿Sabes quién ha regresado esta noche con nosotros? —dijo entonces, en voz más baja. Casi un susurro juguetón. Y añadió, sin darle oportunidad de intentar adivinar—: Mi querido sobrinito…

«Draco...», acudió al instante a la mente de Samantha. Arrancándole una incontenible inhalación. Un terror helado apoderándose de su espalda. Draco había desaparecido en el Valle de Godric, la noche anterior. Esas habían sido las espantosas últimas noticias que había tenido sobre él. Y ahora, al parecer, gracias a los cielos, había reaparecido. Pero, ¿por qué se lo contaba a ella?

—Exacto —susurró la mujer, sin pasarle desapercibida su inhalación. Se detuvo frente a ella y cogió a la chica por las mejillas con una sola mano, clavándole los dedos con fuerza. Sonriendo con más ganas—. ¿De verdad crees, estúpida, que no has estado vigilada cada minuto del día? Sabemos perfectamente que sois amigos… Bueno, o lo que sea que seáis… Y sé también que estás loquita por mi sobrino, niñata boba —escupió con mayor rabia, apretando más con sus dedos. Arrancándole un gemido de dolor—. Así que abre la maldita puerta o me temo que Draco, por desgracia, volverá a desaparecer —siseó. Sin preocupación alguna. Casi como una dulce promesa.

Samantha no podía ni respirar. Mucho menos hablar. Mucho menos defenderse. Estaba temblando de pies a cabeza. Sintiéndose tan estúpida que apenas consiguió mantenerse en pie. Por mil motivos. Por haber creído que tenía un mínimo de libertad en aquel lugar. Que podría tener amigos en aquel lugar. Que estaban manteniendo su amistad en secreto. Los habían engañado. Les habían permitido seguir creyéndolo. Mientras formaban un nuevo punto débil para ella que utilizar en su contra. Draco

Estaba vivo. Estaba vivo. Y su tía estaba dispuesta a asesinarlo si Samantha no colaboraba. Podía ver en sus ojos negros que lo haría. Mataría a su propia familia por su señor.

Bellatrix le soltó la mejilla de golpe y le dio una suave palmadita en la cara. Arrancándole un sobresalto impresionado.

—Abre la puerta, mademoiselle —pidió, como si fuese la primera vez que lo hacía.

Samantha no se movió en un principio, pero, cuando Bellatrix se hizo a un lado, comprendió que tenía que hacer algo. Lo que fuese. Intentarlo. Se acercó al sobrio muro con pasos temblorosos, para empezar. Iluminado por las varitas. Mirando alrededor de forma frenética. ¿Una entrada secreta a Beauxbatons? ¿En una montaña? Entonces tenían que estar en algún lugar de los Pirineos…

Tal y como había dicho, no tenía ni idea de por dónde empezar.

—No tengo varita —murmuró la joven. Sabía que no le darían una. Pero necesitaba dejar claro que, si fallaba, no era culpa suya.

—Ni vamos a darte una —gruñó, en efecto, el mortífago que la había estado sujetando. La chica parpadeó con frustración. ¿Cómo iba a abrir una puerta mágica sin magia?

—Piensa rápido, mon chéri —canturreó la voz de Bellatrix a sus espaldas, cuando la chica se mantuvo quieta y en silencio durante lo que pareció un minuto entero. Samantha tragó saliva. Dar patadas al muro se vería, y sería, absurdo, ¿verdad? Pues era la única idea que tenía.

"Solo alguien perteneciente a este colegio puede abrirla".

La chica parpadeó. ¿Qué tenía ella, como alumna de Beauxbatons, que haría que pudiese abrir la puerta? Nada. Nada de nada. No se le ocurría nada. Valoró esa información con el pánico zumbando en su piel, con frenetismo. Quizá... solo era eso. Pero era una tontería. ¿O quizá por lo absurdo que era, funcionaría? ¿O era que ya estaba desesperada?

Se acercó más al muro. Hasta tenerlo al alcance de la mano. Hasta apoyar la palma en la piedra. Notó el polvo de la tierra. El frío de las rocas en su piel.

«Je suis de Académie de Magie Beuxbâtons…»

Y entonces se oyó un crujido. Le pareció que el suelo se sacudía bajo sus pies. ¿O ella estaba a punto de desmayarse? Sintió una mano tirar de su codo de nuevo. Haciéndola retroceder con rudeza. Vio una nueva luz brillar ante ella. Haciéndose cada vez más grande. Cegándola. Una luz mágica.

Soy de la Academia Mágica Beauxbatons…


En otro momento en el que su vida y la de sus compañeros no estuviesen en juego, quizá Harry se hubiese detenido a apreciar con más tranquilidad la belleza del colegio Beauxbatons, con sus paredes de mármol, sus adornos de cristal, y su aire de castillo de cuento de hadas tan distinto de Hogwarts. Pero llevaba más de veinticuatro horas sin dormir, y lo único que quería era que todos sobreviviesen a esa noche.

Mundungus y él se encontraban en los oscuros e inmensos jardines, de hierba verde y bien recortada. Las montañas que rodeaban la escuela brillaban a la luz de una enorme luna ligeramente creciente, única iluminación del lugar. Había varias fuentes de mármol a su alrededor, y pequeños estanques naturales por toda la explanada. Era realmente un paisaje idílico.

Se habían movilizado por todo el lugar sin encender ni una sola luz. Era de noche, y debían dar la impresión de que el castillo entero dormía. Ambos estaban ahora quietos en medio del jardín, generando mutuamente el Hechizo Desilusionador. Camuflándose con el entorno.

Al otro lado de la verde explanada, un alto muro de lisa piedra de color gris perla rodeaba los terrenos del castillo. Harry sabía que Jacob, miembro de su escuadrón, se encontraría vigilando cerca de allí. Había sido el encargado de colocar el Encantamiento Maullido, que les avisaría si alguien intentaba Aparecerse en las inmediaciones.

El resto de sus hombres también estaban repartidos por los jardines. Ocultos incluso a sus ojos. En completo silencio.

Una vez que el Hechizo Desilusionador surtió efecto, Mundungus desapareció de su vista. Se miró sus propias manos, pero solo vio la hierba que ondulaba a sus pies. Nunca se acostumbraría a la sensación de no ver su propio cuerpo.

Mundungus se desperezó entonces sonoramente a su lado. Y por ello fue capaz de intuir su posición.

—La espera es lo peor —comentó con voz pastosa. Y Harry escuchó sus pasos, caminando sobre la hierba de forma distraída—. La espera que precede a la batalla. Y la batalla es aún peor —añadió. Y un ruido intermitente le indicó que estaba rascándose el pelirrojo y sucio cabello—. Así que esta noche va a ser una mierda total.

Harry sonrió sin decir nada. Lo conocía, y sabía que estaba muerto de miedo. Mundungus no era valiente, aunque intentase hacérselo. Y ese era un factor muy peligroso en una contienda directa como aquella. A él se le daba mucho mejor estar en las sombras. Ser astuto. Tramposo. Pasar desapercibido. Congraciarse con mil y un maleantes para conseguir información.

Pero la Orden se había encargado de las secuelas de dos ataques en cuarenta y ocho horas. La mayoría de sus miembros no habían podido dormir. Y, aunque habían reducido al mínimo los miembros que ahora estaban en el Valle de Godric, o en Azkaban, el número de personas disponibles para defender los colegios era menor del que necesitaban.

De modo que Harry no podía estar más agradecido de que gente como Mundungus hubiera aceptado ir allí. A pesar de no ser su cometido principal. Pero, esa noche, la emboscada la iban a tender ellos. Y eso les daba ventaja.

Mientras Mundungus caminaba pesadamente, tarareando algo con la boca cerrada, Harry se acercó también con lentitud a uno de los estanques del jardín, para entretenerse. El silencio era abrumador. En teoría, aunque debían estar atentos en todo momento, el Encantamiento Maullido sería el que les diese el aviso si alguien intentaba penetrar los muros.

Los jardines tenían que ser preciosos de día, con el sol golpeando de lleno en las aguas, haciendo relucir las piedras que, adivinaba, regaban el fondo. En ese momento, de noche, no eran más que negros mantos, completamente lisos y brillantes. Ni siquiera soplaba el viento.

Harry frunció el ceño sin darse cuenta. Sintió un cosquilleo extraño en la espalda al contemplar fijamente el agua del estanque más cercano a él. No ver el reflejo de su propio rostro era escalofriante. No veía el fondo, y eso también le provocó una extraña sensación, como si hubiese algo al otro lado que lo estuviese contemplando. Alzó la mirada y buscó inútilmente a Mundungus. Pero, por supuesto, no lo veía, y ya no lo escuchaba canturrear. Debía haberse alejado. Sentirse de pronto tan solo en un lugar tan inmenso lo descolocó ligeramente. Y eso que se había pasado la mitad de su infancia solo. Pero en una alacena diminuta, bromeó consigo mismo. No en unos oscuros y tenebrosos jardines que pronto se llenarían de mortífagos. Además, hacía muchos años que ya no se sentía solo…

Harry, con un suspiro, devolvió la mirada al inmóvil estanque. Ni una brisa, ni un soplo de aire que alterase aquellas aguas… El vello de la nuca se le erizó. Se sintió estúpido e incómodo. Torció un poco el cuello para librarse de la sensación. Se agachó con brusquedad y cogió una piedrecilla de la orilla, un pequeño guijarro. Miró por encima de su hombro, sintiéndose bastante tonto. Pero entonces recordó que nadie lo estaba viendo. Como mucho, verían un guijarro elevarse en el aire.

Después se inclinó hasta que, en condiciones normales, se vería reflejado en las aguas y dejó caer la piedrecita donde hubiera estado su cara. Curiosamente, se sintió mejor al ver aparecer las ondas en la inmóvil agua. Volvió a mirar alrededor. Escrutando el cielo. Sabía que había personas vigilando en las torres cualquier llegada por aire. Y el otro lado de los muros parecía seguir pacífico.

Harry volvió a mirar el agua. Las ondas habían desaparecido.

Y un rostro sin gafas le devolvía la mirada.

Su corazón dio tal vuelco que creyó que se le atascaba en la tráquea. Pero ni siquiera tuvo tiempo para eso. El rostro que le devolvía la mirada, de un blanco cadavérico, ojos sin vida y boca entreabierta, salió de un salto del agua, arrojándose sobre él, salpicándolo todo. Harry retrocedió con un grito de terror que atravesó la noche, cayendo hacia atrás y evitando por centímetros que una mano pútrida lo sujetase de la ropa. La persona que había bajo el agua cayó en la orilla de cintura para arriba, sin haber podido atraparlo, con el esquelético brazo derecho extendido. Esquelético, de forma literal, porque Harry podía verle los huesos cúbito y radio del antebrazo a través de pútridas secciones de carne blanquecina.

El rostro que había visto bajo el agua, y que ahora lo contemplaba desde la orilla, también dejaba ver el cráneo que había bajo la carne. Apenas tenía algunos hilos de largo cabello. No mostraba ninguna expresión específica. Su mandíbula colgaba, sin fuerzas, manteniendo abierta su boca de dientes putrefactos.

Estaba muerto, pero, indiscutiblemente, se movía. E iba a por él. El Encantamiento Desilusionador no funcionaba con seres que no utilizaban sus ojos para ver. Cuyos ojos estaban muertos.

La cuestión era, ¿cómo y cuándo había entrado?

—¡INFERIS! —gritó Harry con todas sus fuerzas. Alertando al resto de sus compañeros. Avanzó marcha atrás, arrastrándose con sus manos, aún tirado en el suelo—. ¡MUNDUNGUS!

Y, de pronto, todo se desató.

Frente a él, más muertos vivientes emergieron del estanque. Su ropa, empapados jirones; su carne y piel, descomponiéndose. Su rostro, impasible, y sus ojos, sin emociones.

Oyó otro grito. Adivinó que era Mundungus, que también se estaría enfrentando a más inferis que salían de otros estanques. Pero no lo veía. Harry elevó la varita, poniéndose en pie al mismo tiempo. Era un ejército.

—¡INCENDIO! —gritó, apuntando al pecho descarnado de un inferi que ya tenía casi todo el cuerpo fuera del agua. Brillantes llamas emergieron de su varita y lo alcanzaron, prendiéndole fuego a su carne. El ser abrió más la boca en un mudo grito, cayendo hacia atrás para poder apagarse bajo el agua.

Harry aprovechó para mirar alrededor, retrocediendo varios pasos. Seguía sin ver a Mundungus, pero suponía que seguía luchando por su cuenta, sin utilizar el hechizo para producir fuego; y cualquier otro no afectaba en absoluto a esas criaturas. No tenían sistema nervioso que paralizar, ni corazón que detener, ni carne que herir.

Y entonces empezó a ver la luz de los hechizos. Miró alrededor. Ya no estaba, en absoluto, solo en aquel lugar. Decenas, no, centenares de encapuchados estaban desperdigados a su alrededor. Y su escuadrón se estaba defendiendo de sus maleficios con uñas y dientes. Ahora veía a su escuadrón. Se miró sus propias manos. Habían eliminado sus Hechizos Desilusionadores.

Harry no tenía tiempo de pensar, pero apenas podía concebir lo sucedido. Decenas de teorías atravesando su mente como rayos.

¿Y el Encantamiento Maullido? ¿Cómo no había detectado la presencia de los mortífagos? ¿Por qué no los había avisado? ¿Por dónde habían entrado?

Pero entonces se vio sumido en la batalla. El fuego utilizado para asesinar a los inferis estaba descontrolándose por el lugar. Los hechizos volaban por doquier.

Un nuevo sonido atravesó los jardines. Una violenta onda expansiva arrojó a Harry al suelo de nuevo. Vio, a pesar de haber entrecerrado los ojos, cómo piedras del muro que bordeaba los terrenos saltaban por los aires. Una tremenda explosión había abierto un gran boquete. Entonces se escuchó, amortiguado, el Encantamiento Maullido.

—¡ERUMPTEN! —gritó alguien en medio del caos. Uno de los suyos, sospechaba—. ¡UNA CARGA DE ERUMPTEN! ¡HAN VOLADO EL MURO!

Un hechizo zumbó junto a Harry, no dándole a duras penas. Rodó sobre sí mismo y se puso en pie de un salto. Encarando a un mortífago situado a apenas dos metros de él. Agitó su varita, avanzando de lado, lanzando dos rápidos hechizos que su enemigo pudo rechazar. De forma algo desgarbada. Precipitada. Y una vocecita en su cabeza le dijo que no era algo habitual. Pero Harry no tuvo tiempo de pararse a analizar nada, demasiado ocupado en sobrevivir. Volvió a agitar su varita, y, un luminoso fogonazo después, el mortífago cayó al suelo. Harry, alerta para enfrentarse a su siguiente enemigo, escuchó cómo hacían estallar parte del muro del colegio, a sus espaldas. Vio volar por los aires a varios de los suyos. Ahora que se había colocado de lado a la escuela, podía ver las luces titilando en las ventanas. También estaban dentro del castillo.

El fuego se extendió por los jardines. Y también en el interior del joven Potter. Los mortífagos los tenían rodeados por todas partes. No los habían tomado por sorpresa. Al contrario. Iban a hacerse con el castillo. No podía estar sucediendo…

Otro mortífago se giró, dispuesto a enfrentarse a él. Y Harry se colocó a toda velocidad en posición de ataque. Y se dio cuenta entonces de que los reflejos de su enemigo no eran los mejores. Estaba acostumbrado a duelos con varita urgentes, brutales, y veloces. Pero ese mortífago tardó varios segundos en agitar la varita. Sacudió él la suya propia para defenderse. De un simple Desmaius. Aunque entonces un hechizo perdido hizo explotar la fuente que estaba a sus espaldas. Sobresaltándolo. Haciéndolo moverse, por inercia, con más rapidez. Decidiendo atacar a toda velocidad a su contrincante, de forma precipitada. Suponiendo que aprovecharía su aturdimiento para atacarlo a traición.

Pero no lo hizo. Y el maleficio de Harry alcanzó de lleno a su enemigo, sin ningún impedimento de por medio, arrojándolo al suelo. Dejándolo inmóvil. Y fue entonces cuando el joven Potter bajó la varita. Deteniéndose, aunque sabía que se estaba jugando la vida. Observando el cuerpo de su enemigo, tendido en el suelo.

Algo no estaba bien. Algo, definitivamente, no estaba bien.

Era un bulto… ¿No era un bulto muy pequeño?

¿Qué clase de mortífago atacaba utilizando un Desmaius?

Harry avanzó hacia su enemigo y se dejó caer en el suelo a su lado. Con el corazón en la garganta. Sentía algunos hechizos golpear la hierba, no muy lejos de él. Pero los ignoró. Estiró una mano inestable y le arrancó la máscara de calavera de la cara. Revelando un flequillo de color arena. Unos ojos cerrados de pestañas también claras. Aún no tenía vello en el rostro. A ojo, no podía tener más de quince años. Quince años. No era más que un niño… ¿Qué hacía un niño peleando a favor de Lord Voldemort?

Harry no estaba respirando. Tiró de la túnica negra que envolvía su pecho. Rasgando la parte delantera con la varita de forma precipitada cuando no lo logró con las manos. Una camisa blanca. Una corbata negra. Una túnica también negra bajo la de los mortífagos. Un escudo bordado al pecho. El escudo de Hogwarts.

Y Harry tuvo que dejarse caer sentado sobre su cadera derecha. Necesitando sostener el peso de su cuerpo de forma más estable. Porque sentía que se estaba mareando. Y sabía que era el peor momento para ello. Pero no podía tomar aire.

—Son… alumnos —pronunció, en voz baja. Con los ojos fijos en el pequeño. Como si alguien pudiera escucharlo remotamente en medio del barullo—. Son los alumnos de Hogwarts. Son… No ataquéis —dijo entonces, elevando apenas la voz. Elevando la mirada. Observando la batalla a su alrededor, sin verla—. No los ataquéis. Son… —jadeó, recomponiéndose. Necesitando recuperarse. Tenía que actuar. Tenía que impedir una masacre—. ¡NO ATAQUÉIS! —gritó entonces con todas sus fuerzas—. ¡SON ALUMNOS DE HOGWARTS! ¡NO LOS MATÉIS!

Se puso en pie. Con la sangre zumbando. Percibiendo a duras penas que todavía tenía la varita en su mano. No sabía si le habían oído. El caos reinaba en los jardines. Tenía que mandar Patronus a todo el mundo, también a Durmstrang…

De pronto, una sombra ocultó la luz de la luna en los jardines. Harry, ya incapaz de asimilar qué más podía suceder, alzó la mirada al cielo. Igual que muchos otros.

Una enorme sombra en movimiento se recortó en el cielo. Grande, pesada, y alada. Como un gran murciélago.

Un dragón.

Agitó sus enormes alas, elevándose en la noche hasta alcanzar las torres más altas del castillo. Derribando una de ellas, posándose en los escombros. Rugiendo entonces en la noche de forma ensordecedora.

Y Harry, al verlo a la blanca luz de la luna, supo que conocía ese dragón…

La criatura se arrojó entonces hacia ellos. Su gigantesco cuerpo derribando dos torres más, como si fueran montañas de libros, y cuyos escombros se deslizaron por los tejados y por encima de los muros, llegando a los jardines. El animal planeó sobre los terrenos con sus gigantescas alas. El viento levantado por éstas superando el ruido de los hechizos. El fuego de sus fauces llegando a cada rincón.

Y Harry comprendió que habían perdido.

Voldemort había encontrado a Guiverno de Wye.

Había ganado.


—¿Y bien? —cuestionó una pálida Miriam Strout, desde lo alto de las escaleras que bajaban al vestíbulo de Grimmauld Place. Terry Boot, sentado sobre los últimos escalones, se giró sobre sí mismo para poder mirarla por encima del hombro. Tenía la varita en una mano, y con la otra se había estado frotando los cansados ojos.

—Nada. Lo hemos registrado todo. Malfoy no está en la casa —corroboró, en voz muy baja, aunque audible—. Su varita no está, ha debido ir al despacho a buscarla…

—Ha registrado la casa, entonces… —murmuró Strout, cruzándose de brazos con preocupación. Vestía la túnica gris propia de los sanadores de la Orden—. ¿No falta nada más?

—Del despacho, al menos, no —aseguró Ginny, deteniendo las impacientes vueltas que estaba dando por el oscuro vestíbulo—. No había información con nombres, solo códigos. Y había hechizos protectores en los documentos más comprometedores. No falta nada.

—Del ala del hospital tampoco. Lo he revisado todo personalmente —aseguró la sanadora, con tono firme—. Y ninguno de mis ingresados dice haberlo visto merodeando… ¿Molly aún no ha vuelto?

—Está todavía en casa de Muriel —respondió entonces Hermione, en voz baja, en pie ante la puerta que conducía a la cocina subterránea—. Pero ha mandado una comunicación. Yaxley y Selwyn siguen en los otros refugios. No han escapado.

—Parece que solo ha sido cosa de Malfoy —corroboró Ginny. Tanto Hermione como ella sujetaban también sus varitas en las manos, igual que Terry. Strout asintió con la cabeza de forma vacilante.

—De acuerdo. Avisadme, por favor, si hay que evacuar este lugar —pidió la sanadora, con gravedad. Aunque un deje de súplica—. A algunos ingresados llevará un tiempo poder trasladarlos... Y ya teníamos todo preparado para los posibles heridos que vengan de los colegios…

—Hemos doblado los hechizos protectores —aseguró Ginny, con voz firme—. Y de momento no hay rastro de alguien indeseado que quiera entrar —señaló la puerta principal que los tres estaban custodiando. Un círculo de humo dorado brillaba delante de la superficie, girando lentamente, de forma pacífica—. Elphias está abajo, en la radio. No hemos podido contactar todavía con los colegios para saber si el Encantamiento Fidelio sigue en pie. Ojoloco es el Guardián del Secreto; si él está bien, el hechizo seguirá vigente. Hemos avisado por radio, pero no queremos encender las chimeneas...

—Podéis estar tranquilos arriba —añadió Hermione, con suavidad—. Os avisaremos con cualquier novedad.

Strout volvió a asentir, y tras vacilar un instante sin saber qué más decir, volvió a subir a los pisos superiores. Ginny, Terry y Hermione se quedaron solos de nuevo. En silencio. Ginny retomó su caminata por el vestíbulo.

—¿Cómo ha podido escaparse? —cuestionó Terry Boot en un murmullo. De nuevo. Solo para romper el silencio del lugar—. Sin ayuda… Me parece casi imposible.

—No puede haber tenido ayuda —murmuró Ginny, tajante. Sus ojos almendrados relucían en la penumbra—. Es imposible… No sé cómo diablos lo ha hecho, pero no podría sospechar de ninguno de vosotros. No puedo creer que ninguno de nuestros amigos lo dejase escapar, nadie tendría ningún motivo para traicionar a la Orden…

El corazón de Hermione pesaba en su pecho. Se sentía mareada, como si acabase de sufrir un desmayo y su cuerpo todavía intentase recuperar la estabilidad. Quería que todo se detuviese. Sentía que todas sus preocupaciones giraban a su alrededor…

Había traicionado a sus amigos. A su bando. Había liberado a Draco. Lo había enviado a las fauces de Lord Voldemort, incapaz de utilizar su varita. Con información valiosa para el enemigo. Y todavía no tenían noticias de los colegios…

—Entonces decís que Malfoy es un Black… —comentó de nuevo Terry, casi para sí mismo, mirando al suelo—. ¿Habrá reconocido este sitio? ¿Habría estado aquí antes? ¿Creéis que sabría volver?

—Malfoy es un Black por parte de madre. Su rostro está en el tapiz del salón. Así que sí, puede haber reconocido la casa mientras huía, y quizá pueda volver a ella. No podemos descartar nada —corroboró Ginny, volviéndose para comprobar que la puerta de entrada seguía cerrada. Y que el círculo seguía viéndose dorado—. Y, si trae a alguien consigo, nos encargaremos de que sea lo último que haga…

—Si Remus estuviera aquí, nos diría que abandonásemos el cuartel de inmediato y fuésemos a los otros refugios seguros —comentó Hermione, con voz serena, mirando el suelo.

—Y Ojoloco nos diría que lo defendiésemos con nuestra vida —protestó Ginny, dando media vuelta hacia ella—. Alerta permanente. Y eso es lo que voy a hacer. Hay muchísima información sobre la Orden aquí dentro que tardaríamos días en trasladar. No voy a entregársela a los mortífagos sin pelear. Y el ala del hospital está llena, no somos suficientes para trasladarlos a un lugar seguro…

—Cometimos un error trayéndolo a esta casa… Pero parece que la huida ha sido iniciativa de él —siguió discurriendo Terry, jugueteando con la varita entre sus dedos—. No cosa de Quien-Vosotras-Sabéis. Hubiera liberado también a los otros dos prisioneros, no solo a Malfoy.

Ginny emitió un gruñido de conformidad.

—Mamá ha colocado más hechizos protectores en los otros refugios. Para asegurar que los otros dos no escapen. Andrómeda dice que el mortífago que estaba a su cuidado no ha intentado nada… A ver qué dice Tía Muriel…

Se escucharon entonces pasos que subían la escalera de la cocina. El orondo Elphias apareció en el umbral, con rostro grave.

—¿Novedades? —preguntó Hermione, al instante. Sin aliento. Aunque sospechaba que no. La radio de la encimera de la cocina no había emitido ningún sonido. Ella lo escucharía desde allí.

En efecto, el hombre sacudió la cabeza.

—Jordan me ha dicho que las comunicaciones con Beauxbatons y Durmstrang están fallando —murmuró. Respirando con algo de dificultad—. Que hace un buen rato que… nadie responde. Están intentando averiguar por qué. Algo ha tenido que salir mal.

Y el silencio que siguió a esas palabras fue tan denso que Hermione tuvo miedo incluso de moverse. Pero tuvo que tomar aire con urgencia. Dejó caer la cabeza. Mirando sin ver los listones del suelo. Viendo su propio pecho subir y bajar con rapidez. ¿Qué derecho tenía ella a respirar…?

—¿Algo, cómo qué? —murmuró Terry. Cuestionando en voz alta lo que las chicas también se preguntaban. Elphias frunció los labios de forma fugaz.

—No lo sé. Pero no es buena señal que no respondan a las comunicaciones. Lo han hecho al principio de la noche. Me preocupa… —finalizó el hombre, en voz baja.

—Seguro que están bien —farfulló Ginny. Contundente. Hermione la miró. Su rostro mortalmente serio. Y supo que estaba pensando en su padre. En sus hermanos. Ron, Fred, George, y Bill. En Harry—. Quizá solo estén ocupados… Deben estar en medio de la batalla. Si no pueden con ello, nos avisarán. Somos el segundo escuadrón.

—Siempre tiene que haber alguien en las comunicaciones —objetó Elphias. Pero pareció comprender que no tenía sentido minar las esperanzas de la joven, porque añadió—: Pero no nos precipitemos. Pueden ser decenas de causas. Y tienes razón, no han pedido ayuda todavía. ¿Podéis vigilar la radio? Voy a subir a revisar las chimeneas…

Tras captar un rápido asentimiento por parte de Terry, el hombre subió escaleras arriba. Dejando otro espeso silencio tras de sí.

Y Hermione sintió que el miedo que había estado empujando a las profundidades de sus entrañas afloraba con fuerza a la superficie. De forma súbita. Como un géiser. Sintió la realidad golpeándola como una maza. La realidad espetándole que se había estado engañando a sí misma con justificaciones pueriles. No permitiéndose ver la realidad en toda su totalidad.

Los había traicionado. Y daba igual el motivo. Daba igual que hubiera sido por amor. Eso no salvaría a sus amigos.

Había justificado su propia traición creyendo que no habría una gran diferencia en el resultado de la misión. Que, a pesar de alertar a los mortífagos, podrían ganar. Podrían defender los colegios, aunque no contasen con el factor sorpresa. Pero no tenía por qué ser así.

Todo podía salir mal. Podían morir. Todos podían morir, atrapados en su propia trampa. Y ella sería la culpable. Ella y solo ella. Si la Orden perecía, si todo terminaba… Hermione sería la responsable. Habría entregado el mundo mágico a Lord Voldemort.

Y esa posibilidad la ahogó de pronto. Dejándola sin respiración. Nublándole la vista. ¿Cómo había sido capaz…?

Temblando, con la espalda apoyada en el marco de la puerta, se dejó resbalar hasta el suelo. Quedando sentada en los fríos y negros listones. El pitido de sus oídos dejando en blanco su cerebro. Sintiendo que la habitación giraba a su alrededor. Viéndola más oscura que instantes atrás. Un bulto de brillante color rojo se acercó a ella. Arrodillándose delante. Un rostro pecoso.

—Hermione, ¿estás bien? —susurró Ginny, sujetándola de los brazos—. Estás blanca como un fantasma. Escúchame, todo irá bien. Seguro que están bien…

Pero la chica sacudió la cabeza. Porque no podía tomar aire. Y nunca más podría tomar aire si de verdad había sido la culpable de la muerte de sus amigos.

Notó otro bulto acercarse. Terry también se acuclilló a su lado. Y no podía mirar a ninguno de los dos. Harry y Ron muertos… Harry y Ron

Una fuerte sirena retumbó por encima de sus cabezas, sobresaltándolos. Y anuló por completo la situación. No titubearon. Ni siquiera hablaron.

Ginny y Terry se enderezaron de un salto, con las varitas elevadas en posición de ataque. Hermione solo tardó un instante más en seguirlos desde su inoportuna posición en el suelo. Su rostro serio y concentrado, lágrimas olvidadas en sus mejillas. Pero ya no tenía tiempo para eso.

El círculo dorado se había tornado rojo. Alguien intentaba entrar.

Tres instantáneos hechizos protectores relucieron en el vestíbulo. Uno colocado detrás de otro de forma ordenada. Tres barreras que quien quisiera entrar tendría que superar. No se lo iban a poner fácil.

Se escucharon entonces golpes en la puerta. Precipitados e impacientes. Incluso apreciaron el chispazo de los hechizos contra la superficie.

—¿Qué pasa ahí dentro? —gritó una desesperada voz desde el exterior, amortiguada—. ¡Eh! ¿Quién está ahí?

—Es Dedalus —dijo Terry, en voz baja. Ginny bajó la varita ligeramente, pero no hizo desaparecer su escudo. Ni Hermione tampoco. La joven pelirroja se acercó un poco más a la puerta, todo lo que sus propios escudos le permitieron.

—¡Contraseña! —se limitó a gritar Ginny. Se hizo el silencio en el exterior. Entonces se volvieron a escuchar murmullos. Unos nerviosos. Otros impacientes. Como si los que ya estaban fuera informasen a unos recién llegados de que algo no iba bien.

—Ha caído un rayo —pronunció otra voz diferente, más grave e impetuosa. Hermione respiró con profundidad.

—Es Aberforth… —identificó, bajando su varita. Y oír una voz conocida fue del todo reconfortante. No estaban todos muertos

De hecho, lo que había dicho parecía una frase sin sentido, pero fue precisamente lo que Terry, Ginny y Hermione esperaban. Porque, de hecho, era la contraseña para emergencias que la Orden había puesto en conocimiento de todos, para utilizarla solo en casos de extrema necesidad.

Los tres escudos se desvanecieron. Hermione agitó la varita, haciendo desaparecer también los hechizos protectores que bloqueaban la puerta. El círculo rojo desapareció. Entonces ésta se abrió con rapidez, y Dedalus Diggle la atravesó con sus nerviosos andares. Seguido de dos miembros más que no supieron identificar, pero que corrieron escaleras arriba a toda velocidad, sin decirles nada.

—¿Qué ha pasado aquí? ¿A qué ha venido esto? ¿Estáis bien? —preguntó Dedalus con su exaltada voz, mirando alrededor con apremio, sin dejar de apuntar con su varita a todas partes. Como si buscase dentro al enemigo.

—Lo siento, no estábamos seguros si erais vosotros —confesó Ginny, siguiendo a los otros dos con la mirada—. Era por precaución…

—¿Precaución por qué…? —farfulló Dedalus, impaciente. Y entonces Hermione pudo escuchar cómo la radio pitaba desde la cocina. Terry también lo oyó, y fue el primero en dirigirse escaleras abajo a responder. Mientras tanto, más gente estaba entrando por la puerta. Hermione miró a tiempo de ver entrar a Aberforth. Cojeaba ligeramente, pero sus ojos azules brillaban.

—¿Alguien ha atacado este lugar? —fue lo primero que preguntó, con voz potente. Sacudió la varita con un ímpetu tal que la cortina de la señora Black, a punto de descorrerse y comenzar ésta a gritar como otras veces, se cerró del tirón, silenciándola en el acto—. ¿Qué ha pasado? ¡Explicación, ya!

—No ha venido nadie —aseguró Ginny, intentando tranquilizarlo—. Pero quizá lo hagan. Ha ocurrido algo... ¿No os han llegado las comunicaciones por radio? Llevamos horas intentando contactar con vosotros… —pero entonces miró por encima del hombro del anciano y dejó escapar un gemido—. ¡Oh, papá…!

—¿De qué comunicaciones hablas, niña? —espetó Aberforth, con aspecto de no estar dispuesto a tolerar ninguna mala noticia. Pero la joven se había arrojado a los brazos de su padre, ignorándolo. Arthur le acarició el cabello solo con la mano derecha. Tenía la manga izquierda de la túnica empapada en sangre. Y las gafas sucias y torcidas sobre la nariz.

—Estoy bien, cariño… —murmuró Arthur contra el pelo de su hija—. Estamos bien. Tus hermanos están bien… Fred y George han ido con Remus a casa de tu tía…

—Mamá está allí —respondió Ginny a su vez, contra su pecho. Su padre registró tales palabras y se separó de ella al instante.

—¿Tu madre? ¿Por qué? —preguntó precipitadamente, alarmado. Miró a Hermione por encima del hombro de su hija. Buscando una respuesta. Y la chica reclutó toda su compostura para poder responder como se esperaba de ella.

—Draco Malfoy ha escapado —reveló, en voz baja pero controlada—. El prisionero. El Sargento Negro.

—Eso es imposible —gruñó Aberforth al instante, por debajo de su espesa barba.

—Recuperó su varita, aturdió a Elphias, y escapó. Lo hemos registrado todo. No está… Eso os decíamos en las comunicaciones.

Pero más gente estaba entrando por la puerta, atrayendo la atención de todos. El robusto Ojoloco cruzó entonces el umbral, apoyando fuertemente su bastón con cada paso. Se veía furioso, pero vivo. De hecho, parecía ileso, aunque sucio y lleno de polvo. Su remendado abrigo parecía albergar uno o dos agujeros nuevos. Y su presencia pareció iluminar el lugar.

—¿QUÉ HACÉIS TODOS AQUÍ PARADOS? —fue lo primero que vociferó, con su energía habitual—. ¡No hay tiempo para estupideces! ¡Hay que reunirlos a todos! ¡Recuento inmediato! ¡Dedalus, te veo entero, reúne a tu batallón y dividíos por los refugios! ¡Quiero saber quién ha regresado de los colegios y a quién hay que ir a buscar! ¡Voy a recuperar a todos mis hombres, aunque tenga que ir a arrancarlos de las achacosas manos de ese maldito Señor Tenebroso!

—Ojoloco, espera —indicó Aberforth, levantando una mano hacia él. Mientras, Dedalus obedeció y volvió a salir por la puerta—. Esto es importante. ¿Habéis recibido comunicaciones por radio en Beauxbatons? Las chicas dicen que el Sargento Negro ha escapado…

El ex-auror detuvo sus renqueantes andares a duras penas. Y clavó sus desiguales ojos en las chicas. El real en Ginny, y el mágico en Hermione.

—¿Qué estáis diciendo? ¿Cómo que ha escapado…? —siseó, con su torcida boca. Un par de personas más entraron por la puerta. Llevaban dos camillas, levitadas mágicamente entre ellos. Hermione no reconoció a sus ocupantes.

—Contactamos con vosotros para asegurarnos de que el Encantamiento Fidelio que oculta Grimmauld Place seguía en pie —corroboró Ginny, separándose un poco de su padre para poder dejar paso a los dos magos—. Teníamos miedo de que hubiera identificado el lugar y trajese aquí al enemigo…

—En Beauxbatons no estábamos en condiciones de recibir comunicaciones… —farfulló Ojoloco, y se dirigió renqueando a la cocina sin perder ni un minuto—. Pero sí, el Encantamiento Fidelio sigue en pie, desde luego que sí. No pienso irme al otro barrio sin antes llevarme por delante a los líderes mortífagos que han organizado una batalla tan ruin…

—¿Qué ha pasado en los colegios? —cuestionó entonces Hermione, con un sofocado hilo de voz, siguiéndolo.

—¡SINVERGÜENZAS! —gritó Alastor al aire, mientras bajaba las escaleras con una gran cojera—. ¡Indignos Gusarajos! ¡No tienen honor! ¡No saben pelear como soldados! ¡Nunca, en todos mis años como auror, he visto un acto tan cobarde…!

—Papá, sube al ala del hospital… —escuchó Hermione que le decía Ginny a su padre, con gravedad, tras ella.

—Solo es una maldición, cariño. Es tu especialidad. No quiero ocupar una cama del hospital —protestó él en voz baja, bajando las escaleras con ayuda de su hija, siguiendo a Hermione y Ojoloco—. Están trayendo a mucha gente y van a traer más. Fleur ha hecho todo lo que podía en el campo de batalla de Durmstrang, pero no ha sido suficiente…

—Dame eso —escupió Moody, nada más llegar a la encimera de la cocina donde Terry estaba respondiendo a la radio. Le quitó el auricular y escuchó lo que el muchacho estaba recibiendo. Tras tres segundos, interrumpió al hablante para exigir—: Río, ábreme comunicaciones con los refugios marcados para que regresasen los combatientes de la Misión Continente. Y que activen ya los refugios catorce y quince como hospitales provisionales… Ya veremos de dónde sacamos medimagos… —farfulló, eso casi para sí mismo.

—Señor Weasley, ¿qué ha sucedido? —volvió a intentarlo Hermione, girándose para mirar a Arthur. Desesperada por información más concreta—. ¿Los colegios…? ¿Estáis todos bien?

A la luz de las lámparas de la cocina, Hermione tuvo claro la respuesta a su última pregunta. Arthur lucía su escaso cabello pelirrojo despeinado alrededor de las orejas, la piel de su cabeza sudorosa. Sangre fresca en un lateral del rostro. Cubierto de suciedad. La protección de su brazo izquierdo estaba destrozada. Y sus ojos eran dos heridas abiertas. Hermione nunca había visto un desconsuelo así en su rostro. El patriarca de los Weasley solía caracterizarse por su paciencia. Su carácter normalmente animado y amable. Pero ahora lucía derrotado. Y era una imagen funesta.

—No, Hermione, no estamos bien —admitió Arthur, en voz baja. Sentándose a la mesa con ayuda de Ginny—. Ha sido una masacre… La misión ha sido un fracaso. Por decenas de motivos… —suspiró, quitándose las gafas. Una de las patillas estaba torcida—. No cayeron en la emboscada. Lo planearon todo a la perfección. Entraron por lugares de los cuales no teníamos conocimiento y nos sorprendieron allí…

—¿Por qué no nos pedisteis ayuda? —protestó Ginny. Terminando de romper la protección del brazo de su padre, para quitársela con más rapidez, y comenzando a pasar la varita por la herida, haciendo un diagnóstico. Ojoloco se había sentado pesadamente en una de las sillas para poder quitarse la pierna ortopédica. Queriendo, al parecer, hacer algún ajuste.

—Ni siquiera tuvimos tiempo —gruñó Alastor, malhumorado, aunque la pregunta iba dirigida a Arthur—. El lugar desde donde enviábamos las comunicaciones cayó en primer lugar, y…

—Disculpadme, pero ya tendremos tiempo de hablar de lo sucedido en los colegios —farfulló entonces el viejo Aberforth, que todavía estaba en pie, varita en mano. Sin acomodarse, aunque estaba dejando un reguero de sangre, que resbalaba desde su pantorrilla, en el suelo de piedra—. ¿Qué pasa con ese chico? ¿El Sargento Negro? ¿Cómo ha podido escapar del Cuartel General principal de la Orden del Fénix, con todas las protecciones colocadas? ¿Sin dejar rastro? ¿Qué clase de mago puede hacer algo así? —miró uno a uno a todos los miembros de la cocina. Sus ojos azules reluciendo como un océano tormentoso.

—No lo sé —murmuró Arthur, frotándose los ojos—. Pero, ahora mismo, un único prisionero al que quizá ni siquiera lográsemos sonsacar información me parece lo de menos. Lo importante son los colegios... Tenemos que hablar con todos los refugios, tratar a todos los heridos, y ver cómo enfrentamos la situación que se nos presenta…

—Disculpadme, pero está claro que hemos perdido los colegios europeos. Ya no hay nada que hacer al respecto de forma inmediata —insistió Aberforth, elevando su ajada voz. Mirando a Ojoloco. Éste lo contempló a su vez, con ambos ojos, mágico y normal. Inmóvil, con su garra de metal en la mano todavía—. Y creo que no sois conscientes de la gravedad de esto. Que ese muchacho haya burlado nuestra seguridad me parece extremadamente grave. Si no averiguamos cómo lo ha hecho, no creo que estemos seguros aquí dentro. Es más, quizá haya vuelto con los suyos para informarles de que planeábamos atacar los colegios…

Se hizo el silencio en la cocina. Todos valorando tan espeluznante hipótesis. Hermione podía sentir cómo la temperatura de su cuerpo ascendía. Volviendo su rostro incandescente. Pero trató de aparentar toda la normalidad posible. Rezando para que nadie lo notase.

Habían perdido los colegios, era un hecho… La misión había fracasado.

—Es imposible que se haya enterado de la misión —masculló Arthur, tras valorarlo unos instantes. Ginny elevaba la mirada de forma intermitente, sin perderse palabra, pero sin descuidar la herida de su padre. La luz de los hechizos que estaba realizando atraía la mirada de todos.

—¿Pudo haber oído hablar a alguien al respecto? ¿Un descuido en el interrogatorio? —insistió Aberforth, mirando todavía a Ojoloco. Éste parecía estar a punto de explotar. Su ojo mágico giraba ahora de forma frenética.

—Por supuesto que no, Ab, maldita sea… —gruñó, con furia mal contenida. Pero apresurándose a atornillar de nuevo su pierna metálica en su lugar. Para volver a sentirse preparado.

Más pasos se escucharon entonces bajando las escaleras, y entrando después en la cocina. Y Hermione jamás había emitido un sonido semejante. Tuvo que apoyarse en la mesa un instante, sintiendo que sus piernas flaqueaban de forma irremediable.

Eran Harry y Ron. Jadeantes y frenéticos. Vivos.

Ya estaba. Eso era todo. Eso era cuanto necesitaba saber. Estaban vivos.

—Dios mío… —balbuceó, corriendo a su encuentro. Rodeó a ambos chicos a la vez con los brazos y se apretó contra sus hombros—. Dios mío… ¿Estáis… estáis bien?

—Estamos aquí —murmuró Harry, con un hilo de voz. Y Hermione notó la mano de cada uno en su espalda. El firme apretón de Harry. Las torpes palmaditas de Ron. Y dejó caer todo su peso sobre ellos. Sollozando contra ellos. No queriendo soltarlos nunca, nunca más. Si los hubiera perdido

—Chicos, si necesitáis atención médica subid al hospital —indicó Arthur, desde la mesa. Ginny parecía ahora en un fuerte conflicto consigo misma, dividida entre la necesidad de terminar de generar el hechizo que su padre necesitaba, y la de correr a abrazar a su hermano mayor. Y a Harry.

—¿Cuántos hemos vuelto de Beauxbatons? —preguntó entonces Harry, con urgencia, sin hacer caso a Arthur—. He evacuado los jardines, allí no quedaba nadie…

—Estoy contactando con los otros refugios, lo sabremos pronto —gruñó Ojoloco, poniéndose de nuevo en pie. Y quitándose en el proceso su grueso abrigo. Preparado para trabajar.

—Hay que reagruparse inmediatamente. Conseguir más gente. Tenemos que volver… Tenemos… No pueden hacer esto —estaba farfullando Harry. Estaba más pálido de lo que Hermione lo había visto nunca. Más que cuando volvió del cementerio de Pequeño Hangleton con el cuerpo de Cedric Diggory en los brazos. Más que cuando se enfrentó a cien Dementores él solo. Más que la noche en la que los mortífagos se apoderaron de Hogwarts.

Ginny dejó entonces la varita a un lado. Al parecer, sin poder contenerse por más tiempo. Avanzó primero hacia Ron, que se había acercado hasta la mesa tras soltarse de Hermione, queriendo comprobar las lesiones de su padre. Ginny se hundió en el pecho de su hermano, rodeándole la cintura con los brazos con fuerza. Éste correspondió su abrazo, aún mirando a su padre por encima del hombro de la joven. Arthur lo tranquilizó con un gesto.

—¿Te has vuelto loco, chico? —farfulló Alastor, mirando a un frenético Harry. Bajando la voz por primera vez—. Eso es absurdo. Apenas hemos podido salir de allí con vida. Nuestras tropas no pueden…

—¡No podemos rendirnos! —gritó Harry, a su vez—. No pueden hacerse con los colegios. No pueden tener a más alumnos para…

Pero en ese momento Ginny se acercó a él. Dejándolo sin voz. Rodeando su cuello con los brazos, tras ponerse de puntillas para llegar con algo más de facilidad. Apretando el rostro en el hueco de su hombro. Sin decir nada. Y Harry no pudo hacer otra cosa que estrecharla contra sí. Quedándose, visiblemente, sin fuerzas. Hundiendo los hombros y rodeando la espalda de la chica con los brazos. Suspirando contra su ropa. Olvidándose, mágicamente, de seguir peleando.

Hermione se separó a un lado, dejándolos solos. Se acercó de nuevo a la mesa, con la intención de apoyarse en la superficie. Pero quedó lo suficientemente cerca de Ron, y lo que su cuerpo le pidió hacer fue abrazarlo de nuevo. Apoyándose en su pecho. Sintió el brazo de su alto amigo rodearle los hombros. Apretándola a su vez contra sí. Con mucha fuerza.

—Basta, por favor. Potter, eso no ayuda —protestó Aberforth. Cuyos instruidos ojos no habían dejado de mirar alrededor. Inmune a cualquier situación sentimental que lo rodease—. Otra batalla precipitada es una insensatez. Los problemas de uno en uno. Lo primero, y más urgente, el chico Malfoy…

—¿Qué pasa con Malfoy? —cuestionó Ron al instante. Alarmado. Harry también elevó el rostro, alerta, separándolo del hombro de Ginny.

—Ha escapado… —confesó Hermione, en apenas un hilo de voz. Y ni ella misma supo si estaba sin voz por las revueltas emociones de tener a sus amigos de vuelta, o por estar hablando de Draco de nuevo.

—¿Escapado? ¿Cómo que ha escapado? —espetó Harry. Ahora separándose de Ginny totalmente—. Eso es imposible. ¿Cuándo…?

—Al poco de iros vosotros —articuló Ginny. Con los ojos fijos en el cuerpo del chico—. Harry, tu hombro, déjame verlo… —ordenó entonces, en voz más baja. En efecto, la túnica del joven estaba rota en la zona de la espalda. Con los bordes quemados y ennegrecidos.

—No tiene ningún sentido —repitió Harry, de forma instintiva. Sin siquiera recapacitar. Permitiendo, sin ofrecer resistencia, que Ginny lo sentase a la mesa junto a Arthur—. ¿Cómo va Malfoy a escaparse de aquí? ¡Estaba siendo vigilado! ¿Quién estaba…?

—Elphias estaba con él —intervino Terry, desde su rincón, apoyado en la encimera de la cocina junto a la radio—. Pero lo aturdió y escapó. Todavía no sabemos cómo, o por dónde. Las protecciones de la puerta de entrada no fueron vulneradas.

—Yo lo cuidé por la tarde —confesó Hermione, con toda la calma que pudo reunir. Sería sospechoso por su parte no mencionarlo. Harry y Ron se volvieron al instante hacia ella, con idénticas caras de incredulidad, pero ella no los miró—. No intentó nada. No me hizo sospechar nada.

Hermione mantuvo los brazos cruzados sobre su pecho. Los ojos de sus compañeros posándose en ella mientras hablaba y volviendo a alejarse cuando terminó. Sin ningún asomo de acusación. Nadie dudaba de ella. Nadie la miraba con reproche. Aunque se negó obcecadamente a devolver la mirada a Harry y Ron. Porque sabía que la estaban mirando con desaprobación por su gesto de cuidar de Malfoy. Y no necesitaba verlo.

Le pareció por el rabillo del ojo que Ginny la estaba mirando con una mayor fijeza, pero, cuando clavó sus ojos en los suyos, ya no lo hacía. Estaba pasando la varita por la piel de Harry, la cual lucía ennegrecida. Como si unas malas hierbas se hubieran adueñado de la superficie. Alguna maldición. Posiblemente la Maldición de la Necrosis. Debía estar doliéndole a horrores.

—Maldita sabandija —farfulló Ron, entre dientes. Empezando a asimilar la realidad—. Ha vuelto a su cloaca… ¿Creéis entonces que quizá haya identificado este sitio? ¿Les contará algo a los suyos? ¿Nos…? Esperad, ¿nos habrá delatado? ¿Sabría algo de la misión de los colegios? —cuestionó entonces, con esa repentina idea abriendo mucho sus ojos claros.

—Eso estábamos discutiendo, pero yo os repito que me parece imposible —repitió Arthur pesadamente—. No puede haberse enterado. Ni ha podido tener tiempo de avisarles. Lo de esta noche estaba planeado de forma minuciosa…

—Que haya avisado de nuestra emboscada, o no, es lo de menos —declaró entonces Ojoloco, dando un golpe con su bastón en el suelo—. Si los mortífagos sabían de nuestra presencia no ha sido determinante para su victoria. Pero otras cosas al respecto me preocupan más… Boot, llama por radio a Johnson. Que declaren el estado de alarma en la Orden. Hay un traidor entre nosotros.

—No digas tonterías, Ojoloco —dijo Ginny, dejando un instante la herida de Harry para mirarlo con ojos entrecerrados.

—¿Es una tontería pensar que hay un traidor en cualquier parte en medio de una guerra? Por favor, Ginevra, despierta —espetó el hombre, con dureza. Mientras Terry se inclinaba, efectivamente, hacia la radio, y comenzaba a girar algunas ruedas—. Voy a interrogar personalmente a todo el que estuviera aquí cuando el chico se largó. ¿Quién lo descubrió?

—Mamá —respondió Ginny de nuevo. Con aire casi defensivo—. Ella estaba de apoyo en el ala del hospital. Y encontró a Elphias sin conocimiento en la habitación de Malfoy.

—Molly no ha sido, Ojoloco —se apresuró a sentenciar Arthur, con una inesperada frialdad en su normalmente amable tono de voz. Alastor clavó en él su redondo ojo mágico.

—En este momento sospecho de todo el mundo, Arthur. Hasta de mí mismo —siseó—. ¿Quién más estaba en la casa?

—Hermione, Terry y yo —enumeró Ginny, distraída. De nuevo ocupada en sanar la herida del hombro de Harry—. Yo estaba ocupándome de la radio, Hermione estaba a la espera de más instrucciones para ir con su escuadrón a ayudaros, y Terry estaba haciendo pociones... También estaban Strout, y los enfermos del ala del hospital. Creo que nadie más.

—Hablaré después con todos vosotros —sentenció Ojoloco, tamborileando con los dedos sobre la mesa. Y el corazón de Hermione empezó a bombear sangre directo a su rostro y sus oídos. Oh, Dios mío…

—Ginny y Hermione estaban juntas abajo, en la cocina —admitió Terry, encogiéndose de hombros—. Tienen coartada, se podría decir. Yo sí que estaba solo arriba…

—Terry, sube, por favor, y tráeme el antídoto de semillas de fuego. Habías preparado más, ¿verdad? —pidió Ginny, con preocupación, interrumpiéndolo. Los hilos negros estaban desapareciendo poco a poco, aunque algunos ya ascendían por el lateral del cuello de Harry.

—Sí, he dejado macerando un poco, espera… —corroboró el chico, mirando también la herida de Harry con inquietud.

—No, muchacho, tú sube a vigilar la puerta de entrada y quédate ahí —gruñó Ojoloco, señalándolo con un nudoso dedo. Terry vaciló un instante, pero obedeció, abandonando la habitación—. Aún no estamos a salvo. Enviad a ese irritante elfo a por la poción, que haga algo útil… —dijo con desgana, agitando la mano. Todavía con el cerebro bullendo de problemas.

—Espera un… Kreacher —saltó entonces Harry, enderezándose en la silla. Ginny le puso una mano en el hombro sano para impedir que se levantara, y él la miró con el ceño fruncido—. ¿Por qué no está aquí? ¿Por qué no ha venido a husmear? No habéis… Él también tendría que estar en la casa cuando Malfoy desapareció...

Ginny lo miró con pasmo. Boca abierta incluida. Sin ser capaz de decir nada en un primer momento.

—No es posible... Ni siquiera he pensado en él —admitió, desconcertada. Miró a Hermione. La cual luchó por mostrarse igual de escandalizada—. No recuerdo… No lo he visto en todo este rato. En ninguna parte de la casa que he registrado.

—Yo tampoco —susurró Hermione. Llevándose una afectada mano a la boca—. No ha pasado por el vestíbulo cuando yo vigilaba…

—Esperad un momento... Kreacher era el elfo de la familia Black —saltó entonces Ron, apoyándose en la mesa con ambas manos—. ¡Ya lo habéis oído, siempre está rezongando entre dientes de la falta de pureza de sangre de este lugar…! ¡Apuesto mi Barredora a que, si se enteró de que Malfoy estaba aquí, él lo sacó!

—¿El elfo? —siseó Ojoloco entre dientes—. ¿Ese… ese maldito elfo? ¿Dónde está…?

—¡Kreacher! —gritó Harry. Poniéndose en pie de un salto.

Con un sonoro "plop", el viejo elfo se materializó ante su amo. Su aspecto había cambiado ligeramente, todos lo apreciaron. Se veía menos encorvado. Sus párpados no estaban tan caídos. Incluso su rostro lucía menos huraño.

—¿Mi señor me llamaba? —hizo una reverencia hasta el suelo. Y, después, como no podía ser de otra manera, comenzó a farfullar—: Niñato odioso. Qué vergüenza que Kreacher tenga que dirigirse a él así. No tiene nada que ver con él… La pureza de mis verdaderos amos, de la familia Black, está presente en los miembros más jóvenes… Mi señora estará tan contenta…

—Oh, piadoso Merlín… —farfulló Arthur, rascándose la incipiente calva.

—Tú… —balbuceó Harry, acercándose a la criatura. Con voz temblorosa—. ¿Lo hiciste tú…?

—Harry… —advirtió Hermione, acercándose también.

—¿Conoces a Draco Malfoy? —increpó él directamente, a dos pasos del elfo. Hermione se colocó delante, apoyando una mano en su pecho. Pero Harry ni la miró. Kreacher parpadeó con falsa indolencia, sin retroceder—. ¿Sabes quién es?

—Draco Malfoy es el hijo de Narcisa Black, sobrina a su vez de mi ama y señora Walburga Black… —recitó Kreacher de forma monótona. Y con un alegre deje que no pasó desapercibido para nadie.

—¿Sabías que estaba en esta casa? ¿Tú lo sacaste? ¡¿Sacaste a Draco Malfoy de aquí?! —gritó Harry, haciendo ademán de avanzar. El cuerpo de Hermione no permitiéndoselo.

—¡Harry! —repitió la chica. Pero supo que nada podría hacer para detener a Harry tras las siguientes palabras pronunciadas por el elfo:

—Sí, señor, lo saqué de aquí —reveló alegremente. Hermione contuvo el aliento. Harry parecía dispuesto a sufrir un infarto.

—¡¿Por qué?! ¡¿Cómo te atreviste a hacer algo así?! —gritó el joven, con los ojos como platos. Kreacher sonrió. Con su boca semi-desdentada por la avanzada edad.

—Es mi amo. Kreacher sirve a la familia Black. Y la familia Black necesitaba ayuda —sonrió con más ganas—. Fue idea de Kreacher. Todo fue idea de Kreacher. El amo Malfoy estaba muy contento…

—Lo voy a… —farfulló Ron, dando un fuerte golpe en la mesa con ambas manos y avanzando hacia él.

—¡ASQUEROSA SABANDIJA! —rugió Harry, sacando la varita. Empujando a Hermione.

—¡HARRY! —gritó la chica a su vez. Todavía sujetándolo del pecho, ahora con más fuerza. Pero extendiendo un brazo hacia Ron para que tampoco hiciese nada—. ¡RON!

—¡ESTE INFELIZ NOS HA PUESTO EN RIESGO A TODOS…! —gritó Ron, señalándolo con el brazo extendido.

—¡SACAD A ESE ELFO DE ESTE LUGAR! —bramó entonces Ojoloco, dando un golpe con el bastón en el suelo y después señalándolo con él—. ¡NO QUIERO VOLVER A VERLO MERODEANDO POR AQUÍ!

—¿Y dónde pretendes llevarlo? —exclamó Arthur, incrédulo—. Calmaos todos, por Merlín. Lo más sensato es tenerlo aquí vigilado. Harry, ordénale que no se mueva de la casa…

—¡SUBE A TU MALDITA ALACENA Y NO PONGAS UN PIE FUERA DE ALLÍ! —rugió el chico. Y Kreacher se las arregló de pronto para esquivar a Harry, subirse de un salto a la encimera y coger una de las sartenes. Y, con otro "plop", desapareció.

Un frío silencio se adueñó de la estancia. Solo se oían las respiraciones de Harry y de Alastor. Compitiendo por ser el primero en sufrir un ataque al corazón. Ron se sentó en una silla. Con las orejas coloradas.

Hermione parpadeó, asimilando la situación. Su suerte inmerecida. Kreacher había confesado, de mil amores. La Orden ya tenía un culpable. Y no la señalaba a ella. Todo estaba saliendo según el plan…

—¿Para qué… querrá la sartén? —cuestionó Ginny en un murmullo confuso. Con miedo de romper el silencio.

—Seguramente se golpeará con ella por haber enfadado a su amo. A Harry —especificó Ron con pesadez—. Es su obligación…

—Esto es increíble… —susurró Ojoloco, pasándose una mano ajada por el largo cabello.

En ese momento, la radio comenzó a pitar. Aberforth, que estaba más cerca, sacó su varita a toda prisa y golpeó dos de las rueditas. Una voz afectada, que identificaron como la de Angelina Johnson, habló para todos:

—Aquí la central del R.M.I., hemos contactado con los refugios, procedemos a enviar el informe de bajas… Nueva actualización a las cero, cuatro, cero, cero…

En efecto, un papel estaba apareciendo por una de las ranuras de la radio, de forma intermitente, como si se tratase de un fax. Ojoloco renqueó hasta él y lo arrancó de la máquina, para echarle un vistazo.

—Mundungus… —susurró entonces Harry. Hermione, que seguía aferrada al pecho de su amigo, ya sin fuerzas, alzó la cabeza.

—¿Mundungus? —repitió, sin voz.

Inferis —logró articular Harry. Con la vista perdida en el fondo de la estancia—. Se lo… se lo llevaron… Es una de las bajas.

—Kingsley también —informó Arthur, a duras penas. Su voz quebrándose casi al instante. Dejó las gafas rotas a un lado y ocultó el rostro tras las palmas de sus manos. Su antebrazo seguía sangrando, pero la maldición parecía haber sido eliminada. Ginny se apresuró a sentarse a su lado, abrazándolo del brazo sano con fuerza.

Escucharon el tintineo del vidrio. Aberforth estaba en la alacena. Sacando una botella de Whisky de Fuego polvorienta de uno de los estantes. Con un movimiento de varita, una decena de vasos de cristal se materializaron en la mesa.

—Ahora solo podemos vigilar este lugar para asegurarnos de que Draco Malfoy no regresa con sus compinches —dijo el anciano, con seriedad, sirviendo la bebida con soltura—. Y, mientras tanto, encargarnos de nuestras tropas. De nuestros heridos. Hay que reorganizar a los sanadores…

—Contadnos más del ataque a los colegios, por favor —pidió Ginny, con delicadeza. Aceptando uno de los vasos y acercando otro para su padre—. ¿Qué sucedió? Si decís que la posibilidad de que Malfoy nos haya delatado no ha sido relevante, ¿cómo han podido derrotarnos así? Estábamos preparados... Y llevaban tres ataques en un día, no podían estar en condiciones de...

—No eran mortífagos —susurró Harry. Ginny no entendió en un primer momento. Vio al chico coger uno de los vasos y vaciarlo de un trago. De forma casi necesitada.

—¿C-cómo? —se atrevió a farfullar ella, mientras Harry golpeaba el vaso sobre la mesa. Con los labios fruncidos, y, seguramente, la garganta en llamas.

—Eran alumnos. De Hogwarts. Utilizaron a los alumnos —fueron las espeluznantes palabras de Harry, en medio del silencio—. Sabían que no los atacaríamos. Que no les haríamos daño cuando lo descubriésemos. Que estaríamos indefensos ante ellos.

—Ellos sí nos atacaron —continuó Arthur—. Algunos se notaba que habían sido entrenados en artes oscuras. La educación en Hogwarts de estos dos últimos años ha dado sus frutos. Pueden pelear. Otros se veían más inexpertos. Me crucé con un par de ellos que parecían fieles a Quien-Ya-Sabéis. La gran mayoría estaban aterrados. Pero tenían que obedecer. Atacarnos.

—¿Maldición Imperius? —preguntó Hermione con un hilo de voz. El señor Weasley sacudió la cabeza.

—El miedo es más efectivo que la más complicada de las maldiciones… Luchaban por miedo.

—Por fin ha dejado ver en toda su magnitud lo que se proponía adueñándose de Hogwarts —dijo Aberforth. Volviendo a rellenar los vasos—. Y el resultado es un ejército que no podemos derrotar.

—Jamás lo creí tan cobarde —gruñó Ojoloco, removiendo el Whisky de su vaso, girándolo en su mano—. Al Señor Oscuro. Atacarnos con críos... Siempre creí que la formación que aplicaba en Hogwarts era un plan a largo plazo. Que los convertiría en guerreros. Para, cuando fuesen adultos, haber sido criados, adoctrinados, en sus creencias. Fieles a él.

—Todos lo creíamos —corroboró Arthur, rascándose las cejas—. Nadie se esperaba esto….

—Por eso pudo permitirse un número tan elevado de tropas en sus otros ataques —reflexionó entonces Hermione. Casi para sí misma. Recordando que incluso Draco había manifestado su sorpresa ante eso—. Porque no iba a utilizar mortífagos para adueñarse de los colegios, sino alumnos. Iba a ponerlos a prueba. Es… escalofriante.

—Cuando recibí el Patronus de Harry apenas me lo podía creer —murmuró Ron a su vez. Sentado en la mesa. Sin tocar su Whisky de Fuego—. Tendría que haber pedido ayuda de inmediato por radio. Haber avisado al segundo escuadrón. Pero no pude defender el puesto de las comunicaciones...

—Todos nos retiramos en cuanto pudimos —aseguró Arthur, mirando fijamente a su hijo—. Hiciste lo que pudiste, Ron. Avisar a otro escuadrón solo hubiera resultado en más bajas. Nuestra derrota no se ha debido al número de tropas…

—Ese maldito dragón —dijo entonces Ojoloco, dando un rápido sorbo a su vaso antes de seguir hablando—: ¿De verdad vamos a ignorar ese hecho? Todos lo hemos visto. Y hay que asumirlo.

—¿Dragón? —repitió Ginny, en un susurro. Turbada—. ¿Qué… qué dragón?

—También lo trajo a Durmstrang —corroboró Aberforth, respondiendo a Ojoloco. Pero después miró a Ginny al esclarecer—: Tienen un dragón en sus filas. Y apenas puedo asimilar estar diciendo esto... Los dragones no son soldados. No participan en guerras. Pero este dragón… Le obedece. Estoy seguro. Cómo se ha comportado no es como se comporta un dragón…

—Conozco a ese dragón —susurró entonces Harry. Con los ojos clavados en las vetas de la mesa. El jadeo de Ron hizo que sus miradas se encontraran. El pelirrojo sacudió la cabeza sin cortar el contacto visual, queriendo que se lo desmintiese. Pero Harry se mantuvo impasible, diciéndole la verdad con la mirada.

—¿Lo… conoces? —repitió Aberforth. Asombrado por primera vez en toda la conversación.

—Estaba en Hogwarts. Oculto en las catacumbas. Su nombre es Guiverno de Wye. Ron y yo lo… liberamos. Para que Voldemort no se hiciera con él. El dragón nos pidió que lo hiciéramos.

—¿El dragón os lo pidió? —repitió Arthur. Confundido.

—Se comunicaba conmigo, mediante la lengua pársel —corroboró Harry, en voz baja. Ojoloco dejó escapar un resoplido afectado.

—¿Liberaste a un dragón estando en el colegio? —repitió el ex-auror, inclinándose un poco hacia él sobre la mesa—. ¿Un dragón que el Señor Oscuro quería encontrar? ¿Nos tomas el pelo, chico? ¿Por qué nunca nos lo dijiste?

—¡Creía que había huido! —se justificó Harry, con frustración—. ¡Que ya estaba a salvo! Lo había borrado totalmente de mis preocupaciones….

—Pues no, no ha huido. Y ahora lo tiene en su poder —farfulló Ojoloco, malhumorado. Casi sonando acusador.

—¿Y me culpas a mí por ello? —espetó Harry, volviendo a envararse.

—¿Sabes cómo derrotarlo? —cuestionó Arthur a su vez, con una desesperada esperanza en su voz. Harry vaciló un instante, tranquilizándose, pero después sacudió lentamente la cabeza de izquierda a derecha.

"Porque no podían matarme. Nadie puede matarme. Ningún mago puede hacerlo. No tenéis poder suficiente".

—Escribiremos a Charlie para que nos diga qué hacer… —propuso Ginny. Intentando sonar segura de sí misma. Aunque había palidecido—. Quizá sepa cómo derrotarlo. O nos dé al menos alguna información. Qué clase de dragón es… Lo que sea.

Miró a Harry, buscando su apoyo. Éste bajó la cabeza. Mordiéndose la lengua para no decirle que sospechaba que no había otro dragón como él en el mundo. Pero terminó asintiendo con la cabeza. Aprobando su plan.

Aberforth estiró la mano sobre la mesa y se sirvió un vaso a sí mismo. Vaciándolo de un rápido trago.

—No sé cómo vamos a luchar a partir de ahora —reflexionó, tras tragar el ardiente líquido. Sin mirar a nadie en particular—. Ahora le pertenecen otros dos colegios. Se está adueñando de Europa. Miles de alumnos más, a los que adoctrinar y entrenar para luchar por él. Miles de críos con los que chantajear a miles de familias… Y un dragón, que puede barrer un ejército entero, a sus órdenes.

Se hizo un terrible silencio que les presionó los tímpanos. Un silencio imposible de romper.

Arthur se tapó la cara con su mano sana, suspirando, exhausto. Una sombra de desesperación surcó el ajado rostro de Moody, el cual pasó a frotarse la mandíbula con una arrugada mano. Reflexionando casi con frenesí. Se oyeron más pasos arriba. La gente seguía llegando. Con más noticias, con más muertes…

Hermione sentía que todo daba vueltas a su alrededor. Se sentía casi en un sueño. Llevaba horas preparándose para aquello… y ahora no lo asimilaba. Mundungus, Kingsley… muertos. Los colegios, perdidos. La Orden, sin miembros que pudiesen pelear. Y no conocía la suerte que Draco había corrido, si todo lo que habían hecho había valido la pena…

Sintió que las fuerzas la abandonaban y su cuerpo se inclinó por decisión propia. Tuvo que apoyarse con las manos en la superficie de la mesa para no desplomarse hasta el suelo. Sintió entonces que sus labios se abrían y emitían sonidos para el resto de los presentes sin su consentimiento:

—Aún hay algo que podemos hacer.

Nadie dijo nada. Pero sintió la mirada de Harry, a su lado. Hermione alzó la suya y la clavó en los ojos de su mejor amigo. Él la contemplaba con agotamiento; instándola a hablar con amabilidad, pero a sabiendas de que nada de lo que dijese tendría demasiado sentido.

—Sé dónde está el profesor Dumbledore.

Y, tras esas palabras, todas las miradas estaban puestas en ella.


¡Ay, cuántas cosas! 😱 Draco ha vuelto, desmemorizado, a las filas de Voldemort… ¡y parece que la cosa ha salido bien y no sospecha de él! Aunque tiene la mano derecha paralizada por culpa de Crabbe y Goyle, y no ha querido contárselo a Hermione... Algo me dice que la chica va a matarlo si vuelve a encontrarse con él 😂

La batalla de los colegios no ha salido como la Orden se esperaba… Entre inferis, alumnos de Hogwarts (pobrecitos 😥), y el dragón… Y entradas secretas cortesía de la pobre Samantha… ¡la que se ha liado! 🙈

Parece que en esta guerra la balanza se inclina cada vez más hacia Lord Voldemort… ¡O quizá no! ¡Ahora, la Orden, gracias a Hermione (y a Draco, en realidad), sabe dónde está Dumbledore! ¿Qué harán al respecto? ¿Podrán rescatarlo? Lo sabremos en el próximo capítulo ja, ja, ja 😎

¡Muchísimas gracias por leer! Espero no volver a retrasarme tanto, lo siento mucho 🙈

Ojalá os haya gustado mucho, nos leemos pronto. ¡Un abrazo enooorme! 😍