¡Hola a todos! ¿Cómo estáis? 😊 ¡Ojalá genial! Vuelvo con un nuevo capítulazo. Laaaargo, os lo advierto ja, ja, ja 😂 De hecho, mi intención había sido acortarlo un poco, pero… Qué queréis que os diga, me gusta cómo ha quedado, así que así lo he dejado, no me apetecía quitar nada ja, ja, ja 😂 Como siempre os propongo, id leyendo las diferentes escenas cuando os vaya apeteciendo. Sin ninguna prisa je, je, je 😊

Como siempre muchísimas gracias a todos por estar ahí 😍. Por vuestro apoyo. Especialmente, por vuestros comentarios, que al final es el feedback más claro que recibo… pero gracias, en general, a todo el que esté detrás de la pantalla siguiendo esta historia y disfrutando con ella 😍. ¡No sabéis cuánto os lo agradezco! 😍

Sin más dilación, dejamos a un "obliviado" Draco de vuelta en las filas de Voldemort, y a una Orden del Fénix que ahora, gracias a Hermione (y a Draco), sabe dónde está Dumbledore…

¿Queréis saber cómo continua? ¡Pues a leer se ha dicho! 😊


CAPÍTULO 51

La prisión de Nurmengard

Draco se había quitado los, para él, harapos, con los que la Orden del Fénix lo había vestido, tras curar sus heridas. Una camiseta roja, que incluso tenía un agujero en una manga. Y unos pantalones vaqueros demasiado usados. De vuelta en su habitación, lo primero que había hecho había sido ponerse su ropa. Una camisa gris y unos pantalones oscuros que sacó de su armario. Lo primero que encontró. No rebuscó demasiado, solo necesitaba quitarse esa ropa. Pero ni siquiera vestido con sus propias pertenencias se sentía él mismo. Era como si estuviese ocupando un cuerpo que no le pertenecía. Y la sensación casi lo mareaba.

No había sido capaz de colocarse unas protecciones nuevas, ni tampoco una túnica negra característica de su rango de mortífago. Las que llevaba en el Valle de Godric se habían quedado en aquel escondrijo de la Orden del Fénix, y ni se le había pasado por la cabeza buscarlas al escaparse de allí. De todas formas, ese día no parecía que fuese a salir de su habitación, así que tampoco las necesitaba.

Estaba sentado en el borde de su cama. Y la camiseta roja y los vaqueros reposaban sobre una silla, en un rincón. No se había deshecho de ellos. En realidad no sabía cómo hacerlo. No sin magia. Podría haberlos guardado en cualquier esquina, lejos de su vista, pero no lo había hecho. Y no podía dejar de mirarlos.

Lo había conseguido. Se había salido con la suya. Había escapado de la boca del lobo para meterse en la de un lobo aún más fiero. Pero éste era su lobo, su manada. Era donde debía estar.

Había conseguido que Lord Voldemort no supiera lo frágil que era su lealtad.

Esa era la realidad que se estaba gritando a sí mismo, a solas en su habitación. Ni siquiera era consciente del silencio que lo rodeaba. Su mente gritaba. Sin poder hacer otra cosa que pensar. Porque no se entendía a sí mismo. Porque había peleado en el Valle de Godric, sí… pero contra su voluntad. Esa era la realidad. Haciendo lo justo y necesario para sobrevivir. No por fidelidad. Sin aprobar, en absoluto, tales actos. Y sentía que necesitaba parar y entenderse a sí mismo.

Había creído que no había ningún motivo para un ataque así. Pero se equivocaba. Los miembros de la Orden que lo interrogaron, anónimos, enmascarados, se lo contaron. Los muy idiotas. Le preguntaron acerca del ataque a los colegios. Un ataque del que Draco no tenía ni idea. Pero ellos daban por sentado que sí. Le preguntaron por el ataque al Valle de Godric, el cual había sido planeado como una distracción para la Orden. Una forma de mantenerlos ocupados. Draco no sabía ni una palabra al respecto, pero se limitó a fingir que no tenía intenciones de contestar. Pero ahora lo sabía. Gracias a la Orden del Fénix, lo sabía. Y no cambiaba nada…

¿Masacrar un pueblo entero, con decenas de sangre limpias, por una distracción?

Draco elevó la mano izquierda para cubrirse los ojos. Quería… de verdad que quería… pero no podía apoyar algo así. Y no entendía por qué. Qué estaba mal con él.

Se obligó a pensar con frialdad. Y se dijo que, al margen de lo que su estúpido cerebro se empeñase en pensar, se había comportado de forma inaceptable. De una forma que no podía permitirse. Lo que pensase no era relevante. Tenía una serie de deberes, esa era la realidad. Pero, en cambio, se había enfrentado a Rowle directamente, para intentar salvar a esa familia. Una familia que no conocía de nada. Se había negado a matar a ese niño. A un niño que no era nada suyo. Tenía que haberlo hecho. Tenía que haber cumplido con su deber. Se había jugado el cuello, por gente que no conocía. Podía haber sido acusado de traidor, con motivos. Pero Rowle no lo había denunciado… Porque quizá incluso alguien tan fiel como Thorfinn Rowle consideraba innecesario asesinar a un bebé…

Draco no mató a nadie esa noche a pesar de ser un Sargento Negro, y, aun así, había salido airoso. Y apenas podía concebir su buena suerte. Y sabía que no siempre tendría tanta. No podía volver a comportarse así. No estaba seguro de hasta qué punto confiaban en él, pero por lo menos sabían que él no había avisado a la Orden. Un detalle que lo desconcertaba… ¿De verdad alguien había avisado a la Orden, antes de tiempo, de lo que estaban haciendo en el Valle de Godric? ¿Había un traidor en sus filas? ¿Quién podría ser…?

Nott sería capaz de hacerlo… Quizá lo había hecho…

Aún no lo había visto. Ni había podido averiguar nada de él.

Exhaló con fuerza. Necesitaba salir de allí. Se estaba volviendo loco. Pero lo último que le convenía ahora era causar problemas. Le habían ordenado explícitamente que no abandonase su habitación.

Tras hablar con el Señor Tenebroso nada más huir de la Orden, y, tras contarle acerca de la trampa que la Orden pensaba tenderles, lo encerraron en su habitación. En su propia casa. A la espera de confirmar que su información era verdad. Él sabía que lo era. La Orden había sido transparente con su plan. Jamás se imaginarían que Draco lograría escapar, que aquel elfo los traicionaría… Lo habían menospreciado. Y Draco no podía evitar sentir una punzada de fanfarrona satisfacción al respecto. Pero otras cosas eclipsaban esa sensación...

Se descubrió los ojos y se miró el regazo. Su antebrazo derecho descansaba sobre su muslo. Su mano caía entre sus rodillas. Inerte. La envolvió con su otra mano, y la desplazó hasta colocarla mejor sobre su pierna. El corazón se le aceleró ante la fantasmagórica sensación. O falta de ella. Hizo fuerza, apretando los dientes, intentando activar algo, pero sabía de sobra que era inútil. Dejó escapar el aliento que había contenido y respiró hondo. Acercó el índice y pulgar y pellizcó con ellos la piel de su dorso. Con mucha fuerza. Nada

Tomó aire otra vez, de forma temblorosa, y lo expulsó con los labios fruncidos. Conteniendo la angustia en la boca de su estómago. Pero tenía que seguir. No tenía tiempo de preocuparse por eso. No quería asimilarlo todavía.

Volvió a elevar la mirada. A contemplar la camiseta roja. Y no intentó evitar que una oleada de egoísta rabia lo invadiese. ¿De verdad los de la Orden no habían podido hacer nada por su mano? ¿O no habían querido hacerlo? Querrían dejarlo indefenso para pelear. Malditos fueran, seguro que…

Mierda, no. Ni siquiera su odio hacia ellos pudo lograr que cerrase los ojos a la realidad. Y la realidad era que la Orden del Fénix le había salvado la vida. Habían curado sus heridas. Era muy consciente de haber llegado a sus manos medio muerto. ¿Por qué curar sus heridas y dejarlo aposta con una mano inútil? Podrían haberlo dejado morir… Aunque, lógicamente, les convenía mantenerlo vivo para interrogarlo. Y lo habían hecho… pero de forma muy humana. Casi ridícula. Le habían dado la oportunidad de hablar. Ni un solo Cruciatus, ni una maldición. No lo habían matado...

Y él los había traicionado.

Espera, ¿traicionado?

No, ese no era el término apropiado. No era su bando. No podía traicionar al enemigo. Joder, por supuesto que no…

Él solo se había enterado de información útil para los suyos, y la había transmitido. Era su deber. Era lo que había hecho durante casi tres años. Era Sargento Negro. Se había ganado ese puesto, con sus méritos. Era valioso. Era capaz. Y lo había demostrado con creces. Si en la Orden eran tan blandos como para salvar la vida a un enemigo, no era problema suyo. No les debía nada. Solo la vida

Fantástico, se las había arreglado para sentirse como un maldito traidor por partida doble…

Oyó un susurro cerca de la puerta. Susurro que identificó como un hechizo. Se puso en pie de un salto y se giró en esa dirección, al mismo tiempo que se escuchaba el chasquido de la cerradura. La puerta se abrió, y una figura conocida se recortó en el umbral.

Y resultó ser una de las últimas personas que Draco, para su propia sorpresa, esperaba ver.

—Draco… —susurró Lucius con su profunda voz, arrastrando las sílabas al pronunciar el nombre de su hijo. Tal y como Draco recordaba que lo hacía.

El chico no atinó a moverse. Sin apartar la mirada de él, Lucius caminó por la habitación en su dirección, sin cerrar la puerta. En el umbral apareció entonces su madre, adentrándose también en la estancia, y cerrando esta vez la puerta tras ella.

Draco contempló cómo su padre se acercaba a él. Sabía que era su padre, pero todo en él era distinto. Nunca había visto su cabello tan corto. Su rostro tan maltrecho. Estaba bien afeitado, pero también pálido, y con manchas en la piel. Incluso alguna arruga nueva. Parecía haber envejecido diez años. Y se sorprendió absurdamente al ver que no era mucho más alto que él. Lo recordaba con una estatura superior.

Llevaba casi cinco años sin verle. Y de pronto se dijo que nada había cambiado. Sintió el orgullo de los Malfoy envolverle el alma, recordándole que estaba en el bando correcto. Que estaba junto a su familia, peleando por una vida mejor. Que sus ideales eran los más lógicos. Que los magos eran seres superiores, y merecían todo lo que el Señor Oscuro les prometía.

Fue de nuevo un niño de once años que llega a Hogwarts y logra entrar en la casa Slytherin. Tal y como su padre quería. Y él siempre había querido ser como su padre. Satisfecho de sí mismo, imita el orgullo que ve en él. Porque no hay nada mejor que hacer que su padre se sienta orgulloso. Porque él se lo ha enseñado todo. Porque es lo que es gracias a él. ¿Cómo podría darle la espalda…?

Pero el rostro de Hermione Granger se materializó ante sus ojos, superponiéndose a la imagen de Lucius. Recordándole que lo había hecho, ya casi tres años atrás. Que había traicionado todo lo que su padre le había enseñado. Que se había enamorado de una sangre sucia. Que había hecho, por primera vez en su vida, plenamente consciente de sus actos, algo que no lo haría sentirse orgulloso en absoluto.

Y había merecido cada maldito segundo...

Y se había separado de ella. Y llevaba más de dos años sin verla. Y posiblemente no volviese a verla nunca más. Pero no porque se hubiera arrepentido, porque hubiera recuperado la cordura y la racionalidad de sus ideales. Sino porque sus caminos habían tenido que separarse por la seguridad de ambos.

Y seguía enamorado de ella. Y no sabía cuándo dejaría de estarlo.

Una sangre sucia había resultado ser la persona con la que mejor se había entendido jamás, física, mental y emocionalmente, y se separó de ella contra su voluntad… Dejó entrar a los mortífagos en Hogwarts únicamente con la esperanza de que liberasen a su padre… Encontró aquel mural en el castillo de Berry Pomeroy, Laadoración de los magos, ejemplo visual de que la pureza de sangre quizá no era tan incuestionable como el Señor Oscuro les hacía querer ver… El Señor Oscuro los abandonó a su suerte cuando le pidieron ayuda para derrotar al dragón… Los obligó a asesinar sangre limpias para poder continuar con su plan y apoderarse del mundo mágico, contradiciendo la finalidad que perseguían…

Ojalá pudiera mirar a su padre a los ojos de forma honesta, y decirle que seguía creyendo en la pureza de sangre. Pero no podía. Porque habían cambiado muchísimas cosas desde que lo arrancaron de su lado. Había cambiado todo. Había cambiado él.

—Hijo… —balbuceó Narcisa, interrumpiendo el caudal de sus pensamientos.

Y Draco se vio de pronto mirando a su padre a través del rubio cabello de su madre. Había avanzado por la habitación, adelantado a Lucius, y arrojado a los brazos de su hijo. Él se obligó a dejar de pensar, y a alzar sus rígidos brazos para rodear a la mujer con ellos, apretándola contra sí. Pero el malestar que habían generado sus recuerdos con Granger, removidos ante la presencia de su padre, seguía en su interior. Y de pronto no se sentía merecedor del fuerte abrazo de su madre. Ni de la mirada satisfecha que provenía de su padre.

—No me han dejado entrar antes —farfulló la mujer en su oído. Y sonaba enfadada—. No hasta tener noticias de la batalla. Hasta comprobar que eres fiel. Piadoso Merlín, esto está siendo una locura… —se separó de él y lo miró con atención—. ¿Cómo está tu mano?

Tomó la extremidad de su hijo con sus finas y blancas manos, para examinarla como si fuera un trozo de porcelana. Ni siquiera parecía acordarse de que Draco no había visto a su padre en años, y se limitaba a comportarse como si no fuera relevante que estuviera allí. El chico apartó la mirada de su padre por primera vez, parpadeando con vacilación, y miró también su propia mano.

—Estoy bien —logró articular—. No me duele…

—¿Fue la Orden? —farfulló Narcisa, con furiosa vehemencia. Lucius, un paso por detrás de ella, no se movió. Ni dejó de contemplar a Draco—. ¿Ellos te hicieron esto?

Pero Draco se apresuró a negar con la cabeza. Quizá demasiado rápido.

—No... No mientras estuve preso, al menos. Fue durante el ataque al Valle de Godric. No recuerdo quién fue... Quizá me batí en duelo con alguien y me maldijeron —articuló, sin entusiasmo.

—Pero te interrogaron —protestó su madre, con voz temblorosa. Y añadió, casi en un gemido—: Te… te torturarían…

—No —desmintió Draco, de nuevo demasiado rápido—. Solo me hicieron preguntas. No me hicieron nada. Supongo que pretendían hacerlo, pero no les dio tiempo antes de que escapara…

Narcisa inhaló con énfasis. Afectada. Y rebuscó entonces en su túnica, de color verde esmeralda. Sacó un fino artilugio, de cuero y metal. Una base curvada para el antebrazo, con un extremo alargado que sujetaría su mano desde la palma.

—He hablado con Rutherford Poke —explicó Narcisa, con más entereza—. En cuanto el Señor Oscuro lo permita, te examinará. Seguro que él puede hacer algo. De momento, me ha dado esto. Es para evitar que la mano se acostumbre a una postura incorrecta.

Mientras hablaba, le arremangó ella misma la manga de la camisa y le colocó a su hijo la férula en la muñeca. Se la ajustó al antebrazo con dos toques de varita, corrigiendo el tamaño, y se aseguró de que el extremo que mantenía su mano en línea con el antebrazo le resultase cómodo. Draco no fue capaz de decir nada. No sentía las manos de su madre vagando por su piel. Ni tampoco el contacto con la férula. Pero ahora, al menos, su mano no colgaba sin vida a su lado.

—¿Está bien así? ¿Te molesta? —quiso asegurarse la mujer, examinando la colocación desde distintos ángulos. Draco sacudió la cabeza. Volviendo a mirar a su padre por encima del hombro de la mujer, mientras ella le colocaba la manga en su lugar de nuevo. E intuyó que éste no había apartado los ojos de él en ningún momento. Su madre lo miró, y captó entonces a dónde se dirigían sus ojos. Miró por encima de su propio hombro y se apartó ligeramente. Luciendo más tranquila.

—El Señor Oscuro lo liberó justo antes de la misión en el Valle de Godric —informó la mujer, con tono conmovido. Sonriendo después con los labios apretados. Como si acabara de caer en la cuenta de que su hijo no lo sabía, y estuviese encantada de explicárselo—. Fue un golpe perfecto en la prisión de Azkaban… Vamos, saluda a tu padre.

Draco tuvo que tragar saliva. Pero eso no lo ayudó a hablar. No estaba seguro si debía avanzar. Pero Lucius lo hizo por él. Rodeó en dos lentos pasos a su mujer y se acercó más a él. Alzando unos delgados brazos que las mangas no podían abrazar, para rodear a su hijo con ellos. Y Draco, quedándose completamente rígido, no fue capaz ni de cerrar los ojos.

Nunca, en sus veinte años de vida, había recibido un abrazo de su padre.

Y nunca se lo había merecido menos.

—Bien hecho, Draco —susurró Lucius en su oído. Sin aflojar su agarre—. La información que trajiste era auténtica. La Orden estaba en los colegios, y ha sido una derrota humillante. Los colegios son nuestros. El Señor Tenebroso ha estado magnífico, la Orden no va a poder recuperarse de este ataque —se separó de su hijo, poniéndole las manos en los hombros y mirándolo atentamente a los ojos. Su voz era la de siempre, fría, pero con un tono diferente. Algo parecido a la emoción. Narcisa, a un lado de ellos, los contemplaba con una mirada cargada de sentimiento. Como si no pudiese concebir que volvieran a estar los tres juntos—. El Señor Tenebroso está muy satisfecho con tus servicios. Te ha ascendido.

Draco apartó la mirada, incapaz de sostenérsela. El abundante cabello de Hermione bailó ante sus ojos de nuevo y tuvo que parpadear.

—¿Ascendido? —logró articular, con tono neutro. Con la vista fija en la alfombra, sabiendo que su padre se tomaría como un gesto de respeto el que no le mirase a los ojos, en lugar del gesto de vergüenza que en realidad era.

—Ahora eres un General de Las Sombras —los casi huesudos dedos se ciñeron con más fuerza a los hombros del chico—. Lo estás haciendo a la perfección, Draco. Tu madre me lo ha contado todo —añadió, mirando brevemente a la mujer, a su lado—. Has sido una gran ayuda para el Señor Oscuro. Te tiene en alta estima. Cuando me enteré de que eras Sargento Negro… Nunca creí que llegarías tan lejos —elevó la barbilla, sin dejar de mirar a su hijo, henchido de satisfacción. Como si lo que acabara de decir fuese un gran cumplido—. Y ahora tienes que trabajar más duro que nunca. Ahora es el momento de demostrarles a todos lo que valemos. La valía de los Malfoy. Llegaremos lejos, estoy convencido. Ganaremos esta guerra, y tendremos el lugar que nos merecemos.

Y Draco sintió que necesitaba sentarse. Era demasiado. El corazón llevaba latiéndole muy rápido demasiado tiempo. Estaba apretando las mandíbulas con tanta fuerza que no sabía si podría separarlas después.

En otro momento, sus palabras lo hubieran transportado a la más alta nube. Su padre pocas veces había demostrado orgullo hacia él. Por el contrario, era estricto, y, todo lo que hacía Draco, podía haberlo hecho mejor, y así debía hacerlo la próxima vez. Pero ahora, por primera vez, lo alababa. Y Draco no era capaz de mirarlo a los ojos. Porque hacía mucho que no escuchaba tales palabras, y nunca habían significado menos para él. Porque su traición, sus sentimientos por Hermione Granger, estaban latiendo en sus oídos. ¿Por qué de repente estaba pensando tanto en ella…? Normalmente conseguía mantenerla a buen recaudo en los rincones de su memoria… Ya no estaba con ella, ya no estaba traicionando a nadie… Habían pasado casi tres años, por amor a Merlín…

Pero suponía que enfrentarse a su padre, a la forma física representativa de sus ideales, lo había descolocado por completo. Removiendo su interior. Removiendo una traición que jamás podría perdonarse. Que sentía que nunca podría remediar. Y de la cual no se arrepentía. Y seguía enamorado de ella…

—¿Dónde está Nott? —preguntó Draco, imperturbable, e incapaz de seguir escuchándolo—. ¿Está bien?

Lucius vaciló un instante y miró de reojo a su esposa, como buscando en ella una explicación para semejante cambio de tema. Pero ella se limitó a darle una rápida mirada de cejas alzadas. Como si tampoco lo supiera, pero le indicara que ya era suficiente. Así que Lucius terminó irguiéndose un poco más y soltando los hombros del joven. Guardando las distancias habituales con su único hijo.

—Ven a verlo. Ya puedes salir de aquí —informó, con tono grave.

Giró sobre sí mismo y salió de la habitación, precediendo a Draco. Narcisa tomó a su hijo del brazo y lo acompañó a la salida, siguiendo a su marido. Y a Draco le costó empezar a andar.

"Ven a verlo".

Nott estaba vivo...

Recorrieron el segundo piso en completo silencio. Cruzándose con algunas personas. La mayoría saludaron a Lucius. Muchos a Narcisa. Y todos miraron a Draco con curiosidad imposible de disimular, antes de dedicarle una respetuosa inclinación de cabeza y una felicitación por su ascenso. Y Draco correspondió cada gesto y cada palabra. Con gran cortesía. Obligándose a que la satisfacción sustituyese a los otros sentimientos que bailaban en su interior. Porque ahora era un General de Las Sombras, y se merecía todo el respeto y la atención de esas personas. Era un General de Las Sombras…

Llegaron, por fin, a una de las habitaciones del ala este. A la habitación de Nott. Se detuvieron frente a la puerta, y Lucius se giró hacia su hijo. Como si acabara de recordar que iba tras él.

—Os dejamos a solas —dijo Lucius, con seriedad—. Luego búscame. Tenemos mucho de qué hablar.

Su hijo inclinó la cabeza en un acto de respetuosa deferencia. Incapaz de abrir la boca. Lucius esperó un instante a que Narcisa soltase a Draco y se decidiese a seguirle, y entonces ambos se alejaron por el pasillo.

Draco ni siquiera atinó a recordar que quizá debería llamar a la puerta. Ciertamente, era su casa. Pero la habitación era propiedad de su amigo. Pero tenía demasiada prisa.

Abrió de un empujón la puerta y se adentró, con el corazón galopando. Lo primero que sus ojos captaron fue la presencia de Samantha, ocultándose rápidamente, sin demasiado éxito, tras uno de los estrechos postes de la cama. El corazón le dio un vuelco. Samantha...

—Soy yo —indicó Draco en voz alta, para tranquilizarla. Y apenas reconoció su propia voz. Cerró la puerta a sus espaldas.

Samantha asomó entonces la cabeza por detrás del poste y buscó sus ojos. Todavía luciendo asustada. Y Draco escuchó desde su posición el gemido de alivio que emitió cuando lo reconoció.

Grâce à Dieu… —la escuchó balbucear, en un nervioso francés. Y entonces la chica salió corriendo del poste, en dirección a él. Y Draco no fue capaz de hacer otra cosa que esperar que lo alcanzase, todavía inmóvil frente a la puerta cerrada.

Samantha se arrojó entonces a su cuello, abrazándolo con todas sus fuerzas. Dejando escapar un desesperado sollozo. Apretada como estaba contra su torso, Draco sintió el pecho de la chica sacudiéndose de forma intermitente en bruscos espasmos. Él no movió ni un músculo.

—Dios mío, estás bien… —farfulló la joven, en su oído, apretándolo contra sí—. Estás vivo… Oh, mon dieu… Estábamos muertos de miedo. C-creíamos que estabas… Desapareciste… Creíamos…

Draco apenas la escuchaba. Sus ojos miraban por encima de su hombro, fijos en el bulto que se apreciaba entre la ropa de cama. Nott

Pero entonces Samantha se separó de él, atrayendo de nuevo su atención. Sintió sus manos temblorosas sostener su rostro, y solo tal contacto lo despertó lo suficiente como para mirarla a los ojos. La chica estaba controlando el llanto a duras penas. Le temblaba el labio inferior. Y sus ojos eran dos espejos.

Y Draco cayó entonces en la cuenta de que era la primera vez desde que se conocían que aquella chica lo abrazaba…

—¿Estás bien? —susurró Samantha. Sus ojos vagando por su rostro. Draco trató inconscientemente de asentir con la cabeza, aunque las manos de ella le impidiesen hacerlo con comodidad. Samantha bajó la mirada. Y pareció entonces ser consciente de que él estaba inmóvil, con los brazos quietos a los lados. Sin tocarla.

Tragando saliva con dificultad, le soltó el rostro de forma lenta. Casi cauta. Y retrocedió un paso, dejándole algo de espacio. Al parecer sin saber qué hacer con las manos, decidió rodearse a sí misma con los brazos. Mirándolo ahora con incertidumbre.

Una pequeña parte del cerebro de Draco le instó a preguntarle si ella también estaba bien. Pero veía que sí. Estaba ilesa, al menos físicamente. Y le pareció innecesario. No podía pensar con claridad. Otras cosas estaban llenando el hueco de sus preocupaciones.

No pudo evitar mirar de nuevo por encima de su hombro.

—¿Nott…? —susurró, sin apenas mover los labios.

Samantha escrutó su expresión. Y sus hombros se relajaron. Miró por encima de su propio hombro, hacia la cama.

—Está ahí —susurró ella al silencio de la habitación. Se alejó entonces de Draco, volviendo a acercarse a la cama por su cuenta. Draco, sin pensarlo, sin pensar en nada, la siguió.

Se aproximaron a la gran cama con dosel, rodeada de oscuras cortinas, recogidas y atadas en los postes. Había una mesilla al lado, con una gran cantidad de pociones a medio gastar en su superficie. Draco se detuvo junto a ella. Observando a su amigo, tumbado de costado, en posición fetal, de espaldas a él. Vestido con un grueso pijama de color marrón. Antes de que Draco reaccionase y diese la vuelta a la cama para poder verlo de frente, Nott ya se estaba girando sobre sí mismo. Con algo de dificultad.

Y sus ojos se encontraron cuando lo logró. Y Draco volvió a sentir el suelo bajo sus pies.

—Cabronazo, ¿dónde estabas? —murmuró Nott. Y sus labios se estiraron en un intento de sonrisa—. Empezaba a pensar lo peor…

Escuchar su voz fue como beber Whisky de Fuego. Draco sintió su sangre calentarse de nuevo. Y dejó escapar parte de su aliento en un jadeo bajo, casi incrédulo.

—¿ pensabas lo peor? Vete a la mierda —le espetó, entre dientes. Conteniendo el impulso de quitarle esa estúpida almohada de debajo de la cabeza y golpearle con ella. El muy imbécil...

A simple vista, parecía casi ileso. Estaba muy pálido, y no parecía haber dormido desde la última vez que lo vio, a juzgar por las negras sombras que decoraban el bajo de sus ojos. Pero sí tenía un alargado corte, abierto, en un pómulo, que parecía haber sido hecho minutos atrás. Aunque Draco sabía que eso era imposible. Y que seguramente lo tenía desde el ataque al Valle de Godric. Posiblemente era una herida que no sanaba con facilidad. Su pelo oscuro, despeinado, quizá algo más escaso, le rodeaba la cabeza de forma alborotada. A juzgar por el esfuerzo que tuvo que hacer para darse la vuelta, Draco supuso que tenía alguna lesión en la espalda. Pero estaba vivo…

—Perdona que no me levante a saludar, pero estoy hecho mierda —murmuró Theodore, de nuevo en un intento de tono jocoso. Lucía exhausto, pero la presencia de Draco parecía haberlo animado. Sus ojos relucían mientras lo miraban.

Draco no lo pensó realmente, pero se vio dando dos lánguidos pasos y sentándose en el borde de la cama. Incapaz de decir nada. Concentrándose en controlar el fuerte impulso de dejarse caer sobre el cuerpo de su amigo para abrazarlo con todas sus fuerzas. Pero no iba a hacer tal cosa. No demostraría demasiada dignidad por su parte, ¿verdad? Podía ver que estaba vivo. Estaba bien, al menos en términos generales. Cualquier gesto sensiblero no era necesario.

Aunque su mano izquierda no estuvo de acuerdo, y se alargó por su cuenta, quedando apoyada en su antebrazo. Apretando su carne con los dedos, por encima del pijama. Nott no dijo nada. Pero sí borró su intento de sonrisa. Y también movió su otro brazo, para rodear la muñeca de su amigo. El fuerte apretón que le dedicó, casi como si quisiera tranquilizarlo, fue suficiente. Draco volvió a ser dueño de sí mismo. Y recuperó la voz.

—¿Cómo estás? —logró pronunciar, sin saber qué tono de voz emplear. Se miraron a los ojos. Y los labios de Nott temblaron en una amarga sonrisa.

—Acojonado —confesó, con voz inestable. Casi conteniendo una risa nerviosa. Sus ojos relucieron un poco más. Draco tragó saliva, sin moverse. Sin dejar de mirarlo.

—¿Estás…? —comenzó. Pero sintió que su voz retumbaba demasiado en la habitación, y no pudo terminar la pregunta. Podía notar la presencia de Samantha, en pie, tras él. Guardando silencio. Los párpados de Nott temblaron.

—¿Infectado? —finalizó su amigo por él. Ayudándolo—. Ajá.

Y Draco confirmó las terribles sospechas que había albergado desde el primer zarpazo que vio asestar a Fenrir Greyback contra su amigo.

—La poción matalobos funciona perfectamente —se escuchó Draco diciendo. De forma automática—. Con ella mantendrás tu mente durante la transformación. Podrás hacer vida normal. Solo… tendrás que tomarla una vez al mes. Y tomar ciertas precauciones. Y…

—Ya, ya lo sé —interrumpió Nott, con suavidad. Y sus labios temblaron—. Sé todo eso. No es… el fin del mundo. Estoy vivo, y eso debería alegrarme. Pero… creo que no me hago a la idea de que esta vaya a ser mi vida a partir de ahora. Que ahora sea… esto.

La voz se le cortó de nuevo. Draco sintió una oleada de inesperada irritación apoderarse de él.

—Sigues siendo tú —aseguró, con vehemencia. Molesto—. Eso no ha cambiado. Esto no… no eres tú.

Nott esbozó una sonrisa desolada. Pero más amplia que las anteriores.

—Supongo —admitió. Con voz algo tomada—. Gracias —añadió. Y Draco tuvo que hacer un esfuerzo para que la mano que mantenía en el antebrazo de su amigo no le temblase.

Nott era un hombre lobo.

Era irremediable. Era real. Estaba sucediendo.

Por su culpa. Por no haberlo dejado irse. Todo era culpa suya… Solo pensarlo era insoportable.

—Greyback quería matarme —relató entonces Nott, en voz más controlada. Arrancándolo de sus pensamientos—. No infectarme, sino matarme. Pero no lo consiguió, y diría que fue gracias a ti... No recuerdo mucho de lo que pasó, pero sé que me ayudaste. Te oí intentando maldecirlo. Lo entretuviste. Así que… creo que te debo la vida.

Esta vez la serena voz de Nott no soportó sus propias palabras. Tembló y se rasgó, rompiéndose del todo en la última palabra. Tuvo que tragar saliva, y sorber por la nariz lo más disimuladamente que pudo. Una diminuta lágrima resbaló de sus ojos, cayendo discretamente por su sien debido a la posición de su cabeza, hasta perderse en el hueco entre su cabello y la almohada. Draco no dijo nada, y tampoco pudo seguir sosteniéndole la mirada. Pero sí reafirmó su agarre en su antebrazo, casi clavándole las uñas. Queriendo transmitirle… no sabía qué. Algo. Que él lo sostenía. Que estaba ahí.

—¿Quién te trajo? —cuestionó Draco, necesitando cambiar de tema. Consiguió volver a mirarlo.

—Gibbon y Dolohov —respondió, finalizando su historia con más entereza—. Cuando la Orden llegó, me encontraron mientras huían y se Desaparecieron conmigo. Me trajeron de vuelta.

—El Señor Oscuro sabe lo que sucedió con Greyback, me preguntó al respecto… Le dije que lo ataqué por desobedecer mis órdenes —mencionó Draco. Nott pareció sorprendido. Y, para sorpresa de Draco, sonrió con ganas.

—Les he dicho lo mismo. Que lo ataqué por desobedecer tus órdenes —reveló con inesperado deleite. Draco frunció el ceño. Incrédulo de que se hubieran puesto de acuerdo en la coartada—. No tenían muy claro qué sucedió en un primer momento. Greyback era el único hombre lobo que participó en la batalla, de modo que solo él pudo producirme las heridas que tenía. Yo les dije que no lo recordaba. Pero no se quedaron contentos, y, al registrar mi mente, me vieron atacarle primero. Así que se me ocurrió usar su insubordinación como coartada.

—¿Y Greyback no ha protestado? ¿Qué versión ha dado? —cuestionó Draco, manteniendo el ceño fruncido. Nott lo miró con atención por varios segundos. Calibrándolo.

—Ninguna. Está muerto —reveló, en voz más baja—. Lo mataste esa noche. Trajeron su cadáver.

Los ojos de Draco se desenfocaron. Y fue capaz de escuchar su corazón retumbando en su interior. De forma muy rápida.

No se había esperado eso.

Y no es que le importase. Ni lo más mínimo.

—Bien —se escuchó murmurando, impertérrito. Nott lo miró a los ojos un breve instante más, y después bajó la mirada.

—Creía que aún así me castigarían de algún modo, pero realmente no les conviene —continuó Theodore, con tono neutro—. No van a deshacerse de mí. Solo me tienen a mí.

—¿De qué hablas? —quiso esclarecer Draco, frunciendo el ceño. Sintió una figura moverse a su derecha, y recordó la presencia de Samantha. La chica había dado unos pasos vacilantes hasta acercarse a la pared junto a la mesilla, para apoyar las manos y la espalda en ella. Quizá cansándose al estar de pie. Pero sin atreverse a sentarse con ellos, al parecer.

—Ya sabes que Fenrir era el líder de su comunidad de licántropos —explicó Theodore—. Y que todos servían al Señor Oscuro. Pues, ahora que Fenrir ha muerto, todos se han marchado. Han abandonado la guerra. No lucharán más.

Draco parpadeó, desviando la mirada para contemplar la mesilla de noche. Un golpe duro para el Señor Tenebroso. Y él era el culpable. Él había matado a Greyback. Pero, al parecer, los alumnos que había conseguido con el ataque a los colegios compensaban la pérdida de los hombres lobo…

Escuchó entonces una súbita inhalación a su derecha.

—¿Qué te pasa en la mano? —intervino de golpe Samantha, con expresión espantada. Draco la miró para confirmar que se refería a él. La chica, desde ese nuevo ángulo junto a la pared, estaba viendo la férula que su madre le había colocado en la mano derecha.

—Nada —se escuchó mascullando. Nott se apoyó sobre un codo para incorporarse ligeramente, con expresión grave. Haciendo que Draco tuviera que soltarle el antebrazo—. Una… maldición. Estoy bien.

—¿Está rota…? —farfulló Nott, en un hilo de voz. Había alargado una mano y palpado el resto de la férula bajo su camisa—. ¿No puedes moverla? ¿Qué maldición es?

—No está rota. Y no estoy seguro de qué maldición ha sido. Pero no, no puedo moverla —admitió. Con los ojos también fijos en su propia piel.

—¿Pero es…? ¿No tiene solución? Draco, es tu mano de la varita —insistió Nott. Con gravedad. Respirando entrecortadamente por la preocupación—. ¿Qué vas a hacer? ¿Cómo vas a pelear ahora?

—Estoy en ello. Lo solucionaré —espetó Draco, tajante. Dando por finalizado el interrogatorio. Incómodo al escuchar la preocupación de su amigo. Y recordó entonces que tenía muchas más preguntas que hacer—. ¿Qué ha pasado en los colegios? ¿Sabéis algo? —preguntó, ahora mirando a Samantha. Ésta le devolvió la mirada, indecisa ante el cambio de tema. Todavía luciendo angustiada por su mano—. Mi padre me ha dicho que los hemos conquistado.

—Eso es —corroboró Nott. Con algo de esfuerzo, se apoyó en sus manos para incorporarse y sentarse en la cama, recargado en la almohada. Dobló ligeramente las piernas, intentando acomodarse. Generando un par de muecas de dolor en el proceso. Sus ojos seguían mirando la mano de Draco de forma intermitente—. Tu madre nos ha contado lo mismo. Los colegios son nuestros.

—¿Y la Orden? —quiso saber Draco con impaciencia.

—No estoy seguro. No han sido… derrotados. No del todo. Pero han perdido la batalla. Creo que se retiraron en cuanto pudieron para evitar un mayor número de bajas.

Draco parpadeó, asimilando tal noticia. Sonaba coherente. E inteligente. Y entonces miró de nuevo a Samantha. Ella ya lo estaba mirando.

—¿Te llevaron a Beauxbatons? —cuestionó, con brusquedad. La chica se hundió un poco más en la pared. Asintió con la cabeza, al parecer sin poder abrir la boca. Y Draco sintió una oleada de preocupación enredarse en su estómago—. ¿Qué pasó allí? —añadió, de una forma bastante más suave, aunque no lo pretendía.

Los ojos de Samantha se dirigieron fugazmente a Nott, y de vuelta a Draco. El labio le temblaba. Se lo mordió con fuerza antes de lograr articular nada, con voz entrecortada:

—Querían que… abriese una puerta. Una entrada. Me utilizó para entrar. Secuestraron a… Madame Maxime —su voz amenazó con romperse—. A la directora de mi colegio. Y ella les dijo dónde estaba una entrada secundaria que ellos, creí entender, habían estado buscando. Pero solo alguien que fuese de la escuela podía abrirla. Alguien que esté… eh… imprégné… ah, impregnado de la magia de sus muros, supongo. Y… la abrí —agachó la cabeza. Sus ojos estaban anegados en lágrimas—. Me amenazaron, n-no sabía… No podía…

—Claro que tenías que hacerlo —espetó Draco con vehemencia. Casi con desdén—. Ni siquiera pienses lo contrario. No se te ocurra culparte de nada de esto.

Ella cabeceó, indicándole que entendía su punto, pero dejó caer la cabeza del todo. Dejando escapar un par de gruesas lágrimas. Su pecho temblando.

Nott guardaba silencio, mirándolos a ambos. Draco se giró un poco más hacia ella, pero sin levantarse de la cama. Su cerebro se negaba a pensar en algo para decir que pudiera tranquilizarla. Solo podía hacer preguntas.

—¿Por qué no te ha matado después, si ya hiciste lo que quería? —preguntó, con brutal sinceridad. Sin tiempo, ni ganas, de ser cuidadoso—. ¿Qué más pretende hacer contigo?

Samantha se encogió de hombros muy lentamente. Secándose el rostro con una mano.

—Me han dicho que van a trasladarme a la prisión de Nurmengard —reveló, con voz temblorosa.

—¿Qué? —espetó Draco, incrédulo. Sentándose más en el borde de la cama. Más cerca de ella—. ¿Por qué?

—No estamos seguros —Nott le tomó la palabra, al ver que a la chica cada vez le costaba más hablar—. Pero creemos que es porque sospechan que hay un traidor en nuestras filas. Alguien avisó a la Orden del Fénix en el Valle de Godric, y por eso vinieron antes de tiempo, antes de que nos hubiéramos ido. O eso han dicho. Quizá no se quedan tranquilos manteniéndola aquí, en esta casa está muy expuesta. Creerán que esa persona pueda liberarla, o algo así. Quizá crea que Samantha le será útil en el futuro, si el control de Beauxbatons peligra… Querrá mantenerla en su poder un poco más. Ya sabes lo precavido que es el Señor Oscuro.

Draco se sorprendió dando intermitentes golpecitos con el pie en el suelo. Preocupado. Nurmengard era un lugar terrible. Muy posiblemente, incluso sin la presencia de los Dementores, mucho peor que Azkaban. Había demasiada magia oscura en ese lugar…

—Qué tontería, ¿por qué no pueden dejarte aquí…? —farfulló Draco, poniéndose en pie de un salto. Se pasó la mano por el cabello y comenzó a dar vueltas por la habitación—. ¿Cuándo van a llevarte allí?

—En teoría, iban a hacerlo nada más volver de Beauxbatons… Pero tu madre está intentando impedirlo —volvió a responder Nott, en voz baja—. También quiere que esté aquí. Ha estado hablando con el Señor Oscuro, pero parece decidido… Está muy preocupado por ese supuesto traidor.

—Hablando de eso… —Draco se giró hacia su amigo, con el ceño fruncido—. ¿Va en serio? ¿Un traidor? ¿Sabes algo? ¿Tienes algo que ver con eso?

Nott parpadeó. Mirando a Draco fijamente. Casi estudiándolo. Como si no estuviera seguro si hablaba en serio.

—De hecho, iba a preguntarte lo mismo —admitió, con ligera sorna, arqueando ambas cejas—. No conozco a nadie del bando del Señor Oscuro que tuviera motivos para traicionarlo… Solo nosotros.

Draco dejó escapar una instantánea risotada.

—Yo no tengo motivos para traicionar al Señor Oscuro —aseguró, casi con sorna. E ironizó, mosqueado—: Tú tenías un par aquella noche…

Ahora fue Nott quien dejó escapar una exhalación incrédula.

—Ni siquiera podía coger mi varita para defenderme de ese hijo de puta, como para mandar un maldito aviso a la Orden… —farfulló, exasperado. Pero siguió mirando a Draco con atención—. Pero no te burles. Sabes perfectamente cuál es nuestra posición. Tú tampoco quisiste obedecer sus órdenes esa noche. En el Valle de Godric. Los dos tenemos motivos de sobra —murmuró de forma apagada. Y añadió, con cinismo—: Quizá tú alguno más…

Draco sintió la cólera apoderarse de él. Incluso lesionado, postrado en su cama, Nott se las arreglaba para enfurecerlo. Como siempre.

—No, no tengo ninguno. He peleado de forma fiel durante tres años. Sabes que lo he hecho. Si ganamos esta guerra, mi familia tendrá el lugar que le corresponde por fin. No hay mejor motivo que ese —farfulló, mirándolo a los ojos. Sabiendo que su amigo lo entendería. Lo que no entendía, ni le gustaba, era por qué el pecho le pesaba como si nada de lo que había dicho fuera verdad.

Pero lo era. Los motivos que atravesaban su mente, que lo hacían dudar de todo, no eran suficientes para una traición real. Ni por asomo. Podía sentirse un traidor, pero jamás dejaría que fuese algo más que una sensación. Un mural despintado, en un castillo en ruinas… Unas órdenes cuestionables… No era suficiente.

Y a ella no la tenía.

—Y, sin embargo, has hecho cosas que no quieres que Él sepa —replicó Nott entonces, sin alterarse. Arrancándolo de sus pensamientos—. Cosas que no has querido contarme, ni siquiera a mí. Al menos estas últimas semanas… ¿Por qué sino me pediste que te borrase la memoria en Berry Pomeroy?

Draco no replicó inmediatamente. Se quedó mirando a su amigo. Desconcertado. ¿Borrar la memoria? ¿De qué estaba hablando?

—¿Pero qué dices? —farfulló, en efecto—. ¿Qué tontería es esa? ¿Borrarme la memoria, a mí? ¿Por qué?

Ahora fue el turno de Nott de reír de forma débil. Aunque tuvo que llevarse una mano a las costillas para controlar un pinchazo de dolor.

—¿Por qué? Eso me gustaría saber a mí… Venga, Draco, vamos. No estoy de broma. Me dijiste que te borrase la memoria porque no querías que Él viese dónde habías… estado. O qué habías hecho. No lo sé. Pero, fuera lo que fuese, tenías miedo de que Él lo descubriese, y eso no me parece que indique una gran fidelidad por tu parte…

Pero Draco había dejado de oírle, mientras rebuscaba en su mente de forma frenética. Nott tenía razón. Recordaba… Tenía un vago recuerdo... , él le pidió a Nott que le borrase la memoria, estando ambos en los terrenos del castillo de Berry Pomeroy. Pero, ¿para borrar qué? No lo recordaba… ¿Por qué no lo recordaba? ¿Qué había hecho? ¿Dónde había estado?

—¿Cómo voy a saberlo entonces, si me borraste la memoria? —articuló, de forma cauta. Esperando que esa fuera la respuesta a su sorprendente amnesia. Nott arqueó ambas cejas.

—Te devolví tus recuerdos, y lo sabes. No me vengas con esas —replicó, impaciente. Al parecer inmune a la expresión genuinamente ofuscada que Draco era incapaz de controlar.

—Pues no, no me acuerdo. Y eso quiere decir que sería una estupidez —se obligó Draco a decir en voz alta. Con el corazón acelerado—. No tendría importancia. Compraría… algo en el mercado negro. Me habría emborrachado, o...

—Draco, la última vez que te vi beber más de un vaso de Whisky de Fuego fue cuando presenciaste cómo Macnair y Amycus abusaban de aquella mujer, hace como año y medio —espetó Nott, tajante—. Si no quieres decírmelo, estupendo, pero no me tomes por idiota… ¿Me pides que te encubra ante el Señor Oscuro, y, una semana después, aparece un misterioso traidor entre nosotros? Si te soy sincero, estaba convencido de que tú habías avisado a la Orden.

—¡Te repito que no sé de qué estás hablando! —protestó Draco, elevando el tono de voz. Cargado de irritación—. No tengo nada que ocultar. Eso solo son estupideces. ¡¿Por qué avisaría a la maldita Orden?!

—¡No lo sé! —gritó Nott a su vez, alterándose por primera vez—. Joder, ya sé que no eres ese tipo de traidor, Draco. Tu única razón para traicionarlo todo siempre ha sido… —enmudeció de sopetón, quedándose casi lívido. Miró a su amigo como si no estuviese muy seguro de reconocerlo. Y Draco no tuvo claro lo que estaba pasando por su cabeza—. Es imposible… No puedes ser tan idiota —murmuró entonces, desconcertándolo más todavía—. ¿Has vuelto a verla?

Draco no parpadeó.

—¿Ver? ¿A quién?

—A Granger.

Draco dejó escapar una instantánea carcajada jadeante. Casi un acto reflejo. Pero Nott no se rio. Confirmando a Draco que su amigo se había vuelto loco.

Nunca habían hablado de aquello. Nunca, en los casi tres años que habían estado luchando codo con codo, Nott le había sacado el tema de Hermione Granger. Le preguntó por ella tras la batalla en la cual los mortífagos se apoderaron de Hogwarts. Draco le dijo que ella iba a irse. Que había logrado ponerla a salvo. Y algo en la voz de Draco hizo que su amigo no le preguntase nada más. Y no había vuelto a mencionársela en todo ese tiempo. Hasta ahora.

—¿Granger? —susurró una vocecita a sus espaldas. La voz de Samantha. Pero Draco apenas la registró. Aunque sí sirvió para hacerlo despertar.

—¿Me tomas el pelo…? —articuló como pudo. Sin saber qué más decir. ¿De verdad creía que había vuelto a verla?

—Eso lo explicaría todo —continuó discurriendo Nott, para sí mismo, con aire ausente. Sin hacerle demasiado caso—. Es la única traición que cometerías. Lo harías por ella. Avisarías a la Orden por ella. ¿Por qué cojones no me lo has dicho…?

El rostro de Draco se descompuso del todo. Era el colmo

—¿Pero es que estás hablando enserio? —espetó, con voz inestable de rabia—. ¿Estás mal de la cabeza? ¡He sido prisionero de la Orden, pedazo de imbécil! ¡Esos malnacidos me capturaron y logré escapar! ¿Cómo voy a ser yo el traidor que los avisase? Deja de decir estupideces…

Samantha, que había estado escuchando la discusión de ambos amigos con la boca entreabierta, se llevó una mano a los labios, inhalando con sorpresa ante esa revelación. Nott también enmudeció. Ahora asombrado.

—¿La Orden te capturó? —repitió, lentamente. Asimilándolo. Su rostro lució menos acusador al preguntar—: ¿Te…? ¿Qué te hicieron?

—Interrogarme, ¿qué iban a hacerme? Sobre la guerra, en general, y también sobre el ataque a los colegios —confesó, con desgana. Accediendo a relajarse ligeramente. Aunque no respiraba de forma normal—. Logré no decirles nada. Son patéticos. Ni siquiera me torturaron. Solo me hicieron preguntitas… —se burló, metiendo la mano izquierda en el bolsillo. Su cerebro también intentó meter la derecha, pero ésta, por supuesto, no le respondió—. Curaron… mis heridas. Y me interrogaron. Eso fue todo. Puedes preguntárselo al Señor Oscuro si no me crees. Registró mi mente y comprobó que yo no era el traidor. Sabes que no estaría aquí hablando contigo si le hubiera ocultado algo…

Nott se enderezó entonces un poco más. Mirando a su amigo con renovada preocupación.

—¿El Señor Oscuro ha registrado tus recuerdos? —preguntó con rapidez. Draco frunció el ceño.

—¿Es que estás sordo…? —farfulló, sin entender su alarma.

—Draco, eso es muy grave. ¿Cuánto ha visto? —insistió Nott, con énfasis. Ahora sin lucir acusador. Solo intranquilo—. No ha visto lo sucedido en Hogwarts, ¿verdad? No la ha visto…

Y Draco necesitó varios segundos para recomponerse de esa pregunta. Era cierto. Ni siquiera lo había pensado. Había permitido al Señor Oscuro utilizar la Legeremancia contra él. Sin tapujos. Mientras ocultaba en el fondo de sus recuerdos una relación con una sangre sucia. De casi tres años atrás. Pero estaba ahí. En su afán por olvidarse de ella para poder continuar con sus obligaciones, había olvidado que seguía ahí. En medio de la adrenalina de la situación, ni siquiera había caído en la cuenta de que podía encontrarla en su cabeza. Había atacado a Greyback para salvar a Nott. Arriesgando su tapadera. Exponiendo sus más oscuros recuerdos. Arriesgándose a que encontrasen a Hermione Granger en su interior.

—No, por supuesto que no la ha visto —admitió. De forma impasible. Como si hubiera tenido la situación controlada desde el principio. Nott respiró hondo y volvió a recargarse en las almohadas. Luciendo más calmado.

—De acuerdo. Joder, menos mal... —cerró los ojos y sacudió la cabeza. Pero después volvió a mirarlo de forma extraña—. ¿Y no la viste allí? —cuestionó entonces, de forma directa. Con firmeza—. ¿En sus filas? ¿No ha contactado contigo?

—Te he dicho que dejes de decir estupideces —sentenció Draco al instante, impasible. O al menos intentándolo—. Granger no está allí.

—Oh, sí, desde luego que está allí.

—Claro que… ¿La has visto? —se interrumpió Draco a sí mismo. Con esa repentina idea de pronto sacudiendo su cabeza. Nott compuso una mueca de agotamiento que no satisfizo a Draco—. Nott, ¿la has visto? —repitió su pregunta, de forma más brusca.

—No. No la he visto —admitió, con paciencia. Y Draco inhaló con profundidad de forma mecánica. Sin pensarlo.

—Pues entonces cierra esa bocaza y no hables de lo que no sabes. Granger no es

—¿… parte de la Orden? —completó él su frase. Con mayor impaciencia—. Por supuesto que lo es. No necesito haberla visto para saber que lo es.

—No seas estúpido —replicó Draco, con tono peligroso. Advirtiéndole de que estaba al límite de cruzar una temeraria raya—. Por supuesto que no lo es. Eso es absurdo.

Nott dejó escapar una risa ahogada.

—¿Absurdo? —repitió, con sorna—. ¿Me estás diciendo que ella no está alistada en la Orden, codo con codo con su amigo Potter? ¿Que no está peleando en esta guerra? ¿Hemos conocido a la misma Hermione Granger? Es evidente, joder. Estará donde esté Potter, y Potter es uno de los cabecillas de la Orden del Fénix. Y ya comentamos alguna vez que, seguramente, los Weasley también andan por ahí. ¿Me estás diciendo que Granger no está junto a sus mejores amigos? Absurdo es que te hayas engañado a ti mismo de esa manera todo este tiempo... Creía que eras consciente de….

—Te he dicho que no lo está —siseó Draco, con aspereza. Avanzando un provocador paso hacia la cama—. Ella se fue. Me dijo que se iría —recordó, como si tal afirmación no pudiera ser rebatida—. No te atrevas siquiera a… Estás completamente loco.

Porque tenía que haberse vuelto loco. Porque Granger no podía estar peleando en esa guerra. Porque eso significaría, que, efectivamente, podrían haberse encontrado. De ninguna manera como Nott insinuaba. Eso lo sabía. No a propósito. Pero, ¿y en el campo de batalla? Quizá se habían atacado a muerte, sin saberlo, con el anonimato de sus respectivas máscaras. ¿Y si le había hecho daño?

¿Y si la había matado…?

—¿Quién es Granger? —susurró Samantha tras ellos, sin apenas voz. Pero ninguno de los dos le hizo ningún caso.

—¿Cómo dices que te has librado de la Orden? —cuestionó entonces Nott, y a Draco no le gustó el tonillo sarcástico de su voz—. ¿Cómo has escapado?

—Un elfo doméstico. Tienen un elfo doméstico que fue sirviente de la familia Black. Él me ayudó a escapar —reveló, orgulloso y defensivo. Nott arqueó una ceja, poco impresionado.

—¿Y ya está? —cuestionó, con incredulidad. Draco lo miró con abierta pesadez, sorprendido de su reacción.

—¿Esperabas alguna historia alucinante con Quimeras y explosiones, quizá?

—No me creo que su seguridad sea tan nefasta como para escapar tan fácilmente, en un maldito día —contestó Nott, indolente. Draco soltó una carcajada.

—No me sorprende que no quieras asumir que soy un mago jodidamente poderoso, capaz de dar en las narices de esa estúpida Orden y sus defensas —espetó Draco de forma desdeñosa—. Pero no entiendo a qué viene todo esto ahora…

—A que me pediste que te borrara la memoria, y una semana después aparece un traidor en nuestras filas. Y, sinceramente, me parece demasiada casualidad —espetó Theodore con brusquedad—. Estás metido en algo, y me juego el cuello a que Hermione Granger está detrás. Te conozco, y no vas a ser un espía de la Orden por gusto. Antes adoptas un maldito Escreguto... La única traición que siempre has cometido ha sido Granger, y dudo que eso haya cambiado. No te jugarías la vida de no estar ella implicada —dejó escapar una exhalación afectada—. Tampoco me sorprende no haberlo pensado hasta ahora. Sois expertos mentirosos, y también en conseguir veros en las mismas narices de todos... ¿Cuándo habéis retomado el contacto?

—¡No lo hemos hecho! —gritó entonces Draco, acercándose otro amenazante paso—. ¿Te has vuelto loco? ¡No he vuelto a verla! ¡No la he visto desde que dejamos Hogwarts, y lo sabes! —la voz le tembló ante esas palabras, y no supo si fue por la rabia o por la dureza de la realidad. Porque cada vez le costaba más respirar. Porque le temblaba el aliento. Porque había creído que Granger había desaparecido de su vida, pero quizá no lo había hecho. Y Nott le había estampado la realidad en la cara. Y quizá la había visto, tras una máscara con un fénix grabado. Y quizá había peleado contra ella.

Y quizá la había matado y no lo sabía…

"Absurdo es que te hayas engañado a ti mismo de esa manera todo este tiempo..."

No podía respirar…

¿Y si la había matado?

—Qué curioso, he tenido un deja vu. Justo así es como me negabas en Hogwarts que estabais juntos, y al final tenía yo razón —Nott no podía sonar más mordaz. Sin percibir que Draco había tenido que alargar la mano para sujetarse con ella al poste de la cama—. Ahórrame un año de negarme obviedades, Draco. Y dime mejor cuál es tu maldito problema. Cuándo te has convertido en un puto suicida. ¿Es que estáis dementes los dos…? ¡O te largas con ella de una maldita vez, o dejad de hacer las cosas así…!

—¡QUE TE CALLES! —bramó Draco a su vez. Soltando el poste de golpe y girándose hacia su amigo. Su voz retumbando en cada rincón de la habitación. Y, junto con su voz, una oleada de magia recorrió la estancia, invisible, palpable, como la onda expansiva de una bomba. Las cortinas se agitaron, sin llegar a soltarse de sus agarres. Los objetos personales que había en un aparador cercano repiquetearon contra la superficie de madera. Las pociones que todavía estaban sobre la mesilla estallaron en una nube de cristales.

Samantha dejó escapar un grito ahogado de sorpresa ante el estruendo, junto con un sobresalto. Nott enmudeció de golpe.

Se hizo el silencio en la habitación. Samantha, temblando, logró apartar la mirada de los cristales rotos para mirar a Draco. Estaba de pie, junto a la cama, mirando a Nott con expresión letal. No era… visible, exactamente; pero todo él zumbaba. Su magia zumbaba. Casi podía ver su fino cabello agitándose como si una ligera brisa lo estuviese acunando. Sí podía ver su mano izquierda temblar. Había perdido el control de su magia. O no había querido controlarla. Su rostro no expresaba arrepentimiento ninguno. Estaba furioso. Ante la acusación de su amigo de estar en contacto con esa tal Hermione Granger…

Nott se limitó a devolverle la mirada. Serio. Mucho más tranquilo que su amigo. Casi calculador. Prudente. Obedeciéndolo, por una vez, y no diciendo nada más. Pero Draco no pareció capaz de mantenerse callado.

—Granger no está en la Orden del Fénix, y no la he visto en todo este tiempo. Y no voy a permitir que te oigan decir lo contrario —siseó Draco en el apabullante silencio—. Soy un Sargento Negro… no, soy un General de Las Sombras. Me han ascendido, y no pienso permitir que mi puesto peligre porque alguien te oiga contar historias inventadas sobre que soy un maldito traidor.

Nott guardó silencio unos segundos más. Sosteniendo la feroz mirada de su amigo. Draco jadeaba sonoramente. Y Nott no parecía respirar.

—¿Eres General? —repitió, con tono neutro. Era la primera noticia que tenía al respecto. Ante el afirmativo y orgulloso silencio de su amigo, se limitó a suspirar de forma indolente. Recuperando algo de compostura—. No quieres ese puesto, Draco —murmuró. Mirándolo casi con desdén—. No quieres ser General de Las Sombras. No te burles de mí —Draco movió la mandíbula de un lado a otro. Sin decir nada. Sin apartar la mirada. Y consiguió que, por una vez, fuese Nott el que la apartase—. ¿De verdad… no has vuelto a verla? —murmuró entonces. Ya sin fuerzas. Casi esperanzado ante el arranque de ira de su amigo. Porque quizá significaba que estaba diciendo la verdad. Aunque nunca había sido así…

Draco dejó escapar una exhalación sofocada.

—¿Me crees tan irresponsable como para encontrarme con una sangre sucia a hurtadillas en medio de una maldita guerra entre…?

Pero entonces escuchó la puerta accionarse a sus espaldas, el sonido de la madera escuchándose por encima de su voz. Enmudeció de inmediato, con el corazón paralizado. La posibilidad irremediable de que su padre estuviese en el marco de la puerta, escuchando esa conversación, le puso los pelos de punta. Se sintió incluso palidecer. Giró la cabeza en dirección al sonido, por instinto, y vio que la puerta estaba cerrada. Y que Samantha no estaba.

Se obligó a tomar una bocanada de aire. Inundado de alivio. Que fue reemplazado en pocos segundos por una incómoda confusión. Incluso una ligera culpabilidad.

Volvió a mirar a Nott. Y descubrió que su amigo se veía, simplemente, apático. Y lo miró de una forma tan cargada de resignación, que Draco sintió que los brazos se le calentaban.

—¿Qué? —espetó, defensivo, ante su mirada. Todavía quemándose por dentro por la anterior discusión.

—Habla con ella —espetó Nott simplemente. Y no había ni un ápice de comprensión en su voz. Pero tampoco seguía enfadado—. Ahora mismo. Es lo menos que se merece.

Draco parpadeó. Intentando encontrarle sentido a tal indicación. ¿Merecer? ¿De qué hablaba? Solo había perdido los estribos, había permitido que su magia se descontrolase, no había sido para tanto…

—¿Por qué? —repitió, con más brusquedad.

—Porque algo tendrás que decirle.

Y Draco se contuvo en el último segundo, malhumorado, para no volver a preguntar por qué.

—¿De qué hablas? —espetó en cambio, comenzando a irritarse de nuevo. Y añadió, intentando sonar coherente—: Esto no tiene nada que ver con ella. Y no tengo por qué disculparme por…

Nott dejó escapar una carcajada indolente que a Draco le sentó como una patada. Odiaba con todas sus fuerzas sentir que su interlocutor demostraba abiertamente saber algo que él no sabía.

—Ella ya sabe que no tiene nada que ver con esto. Y creo que precisamente ahí está el problema. ¿Cómo puedes estar tan ciego para estas cosas, teniendo el ego del tamaño de un dragón…? —murmuró Theodore, rascándose una ceja. Draco abrió la boca, con toda la intención de discutir, pero entonces añadió, con impaciencia—: ¿De verdad no has visto cómo te mira?

Y Draco se quedó sin aliento. El enfado desapareció por completo de su rostro. De su cuerpo. Y se sintió como si lo hubieran colgado bocabajo con un Levicorpus. Sostuvo la mirada de su amigo durante varios segundos. Asimilando tales palabras. Se dio cuenta entonces de que tenía la espalda anormalmente rígida. Y casi le pareció, que, si intentaba moverse, se rompería. Así que no se movió. Intentó cerrar los puños, pero solo logró hacerse daño con las uñas en la palma izquierda.

El silencio que le presionaba los tímpanos era demasiado pesado.

—No me hables de dragones, joder… —gruñó Draco, con voz queda. Intentando fingir normalidad. Arrancando una sonrisa a su amigo.

—Vete, anda —susurró Nott—. Yo estoy bien. Solo tengo la espalda molida. Yo me encargo de recoger esto —señaló con un perezoso gesto de cabeza las pociones que todavía goteaban por el borde de la mesilla—. Hablamos más tarde. Y me cuentas mejor qué es esa estupidez de que ahora eres General de Las Sombras.

Draco no dijo nada. Ni siquiera se atrevió a hacer ninguna mueca. Se limitó a hacer girar los talones sobre la moqueta y echar a andar hacia la puerta. Sin siquiera pensarlo. Obedeciendo las órdenes de su amigo. Porque él no era capaz de tomar ninguna decisión en ese momento.

Tan pronto cerró la puerta tras él, escrutó el pasillo a ambos lados. Estaba desierto. O casi. Samantha se había alejado varios metros, hasta apoyarse en la barandilla de las escaleras que descendían hasta la planta inferior. Estaba de espaldas a él. Encorvada ligeramente sobre la barandilla.

Draco tuvo que contar hasta tres antes de lograr que sus piernas accediesen a avanzar por el pasillo. Se sentía casi vacío por dentro. Sin decidirse por ninguna emoción. Intentando entender a duras penas que la huida de la chica no tenía nada que ver con haber presenciado su despliegue de magia involuntaria. ¿Se suponía que debía haberlo adivinado? Ella nunca

—¿Todo bien? —pronunció, en un tono seco que no pudo controlar.

Samantha sufrió un respingo, como si no lo hubiera oído llegar. Y probablemente no lo había hecho. Giró solo la cabeza, para mirarlo por encima del hombro. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Abrió y cerró la boca un instante, antes de girarse del todo.

—Sí, solo… he pensado que queríais estar solos. Era una conversación privada —articuló en voz baja. Mirando también alrededor, constatando que estaban solos, antes de devolver sus ojos a él.

"¿De verdad no has visto cómo te mira?"

—No lo era —replicó Draco, con voz pausada—. Solo eran… tonterías. Nott tiene demasiados pájaros en la cabeza, y se cree más listo que nadie. Y me saca de quicio. Siempre ha sido así.

Samantha forzó una fugaz sonrisa, antes de bajar la mirada.

—No me cuentes más. Por si… registran mi memoria en Nurmengard, o lo que sea —musitó. Y a Draco le sonó como a una excusa—. No quiero poneros en peligro.

—No lo harás —murmuró Draco a su vez. Tomando aire y mirando alrededor. Solo para no tener que mirarla—. Escúchame. Te sacaremos de allí. De Nurmengard. Solo danos tiempo para pensar un plan de...

—No lo haréis. Ni siquiera lo intentéis. Nos matarán a los tres —protestó ella, interrumpiéndolo. Con una firmeza en la voz que él nunca le había escuchado antes—. Estaré bien, solo... Limítate a tener cuidado tú.

Draco enmudeció en medio de su desgarbado intento de sonar reconfortante. La miró de reojo mientras ella hablaba. La chica estaba mirando al frente. Al centro de su pecho. Sus ojos moviéndose dentro de sus cuencas con frenetismo.

—¿Yo? —repitió él, aunque la había escuchado. Ella volvió a mirarlo a los ojos. ¿Cómo no se había dado cuenta antes de cómo lo miraba?

—No dejes que la encuentren en tu cabeza. A esa chica de la que hablabais. Granger —concretó, en voz más baja. Su sonrisa se volvió algo más amplia. Más triste—. No quiero que te maten.

Draco le devolvió la mirada, sin ser capaz de decir nada en un primer momento. Notaba algo de calor en el cuello, pero, al mismo tiempo, se sentía muy frío. Ajeno a todo eso. Todo le parecía tan… absurdo. Tenía tan poco sentido. Todo era frío. Estaban en guerra. Estaban asesinando personas. Estaban peleando por sus vidas día tras día. No podía haber tiempo para estas cosas. Para las… relaciones de ese tipo. ¿Seguía habiendo amor en el mundo? ¿La gente seguía enamorándose? Le parecía tan inverosímil…

Se había olvidado de todo eso. Lucha, maleficios, poder, reuniones, planes, jerarquías, órdenes, lesiones, sangre, muerte… Esa era la vida. Esa era su vida. Pero, al parecer, en la realidad, la gente seguía sintiendo. Y le pareció casi injusto.

Granger estaba en su cabeza. No, en otro lugar. Porque no la veía. Pero la sentía, así que intuía que estaba en su pecho. Siempre estaba ahí. Como un sentimiento más, como la tristeza, o el miedo. Inherentes a él. ¿Y, si no era posible deshacerse para siempre de sensaciones como la tristeza, o el miedo, cómo iba a hacer desaparecer su amor por ella? No sabía hacerlo. No quería hacerlo.

Logró contener el impulso de tragar saliva y se esforzó por elevar una de sus comisuras de forma lánguida. Fingiendo una sonrisa ladina que no tenía ninguna gana de generar.

—Que lo intenten.

Samantha apretó los labios, dulcificando su sonrisa, agradecida ante su broma. Ante su actitud. De que no le preguntara nada. Que no le hiciera confesar nada. Porque veía en sus ojos que había averiguado la verdad. La estaba mirando diferente. Y no quería que lo hiciera. No así.

Si no podía tener lo que quería de él, por lo menos que no cambiase nada…

La joven parpadeó de forma frenética y giró la cabeza, humedeciéndose los labios con la lengua. Quizá sospechando que no sería capaz de controlar las lágrimas por mucho más tiempo.

—Quizá algún día puedas estar con esa chica de nuevo… —susurró, de forma entrecortada, sin mirarlo a los ojos.

Draco no fue capaz de decir nada. Samantha tampoco volvió a hablar, y se limitó a esbozar una última y rápida sonrisa. Después lo rodeó, sin tocarlo, y echó a andar por el desierto pasillo. Él no la siguió.


El mar Adriático golpeaba de forma intermitente la base de la alta y negra torre de Nurmengard, royendo la plataforma de roca, volviéndola afilada, desgastada y resbaladiza. La parte trasera de la torre estaba hundida en el oscuro acantilado, fundida en la piedra caliza que lo rodeaba. El mar, revuelto en ese día nuboso, arrojaba espuma contra la plataforma, volviendo después lentamente a fundirse con el amplio manto acuoso de color gris verdoso.

De entre las aguas, surgieron de pronto varias figuras. Una blanca mano asomó de entre la espuma y tanteó las erosionadas y resbaladizas rocas. Tras varios intentos, en los cuales la marea lo engulló mar adentro, logró aferrarse a una de ellas, e impulsarse con los brazos hasta sacar su torso del agua. La figura estaba envuelta en una capa negra como la noche, que se camuflaba con las relucientes rocas.

A un lado de ella, otra persona encapuchada logró salir del agua a duras penas, lo justo para agarrarse a las rocas. La primera figura había conseguido trepar hasta mantenerse lejos del poder de las olas, y extendió un brazo para ayudar a subir a la segunda figura. Tiró de su mano, hasta lograr sacar su torso del agua, y después la rodeó con los brazos para sacarla del todo. El peso de sus túnicas mojadas dificultando el proceso.

Una tercera persona surgió del revuelto mar y trató desesperadamente de sujetarse a las resbaladizas rocas. Los dos encapuchados que se encontraban ya en tierra firme se apresuraron a ayudarla. Sumando la fuerza de los dos, lo tuvieron más fácil para subirla.

La última figura se derrumbó sobre las rocas por fin, tosiendo y escupiendo agua. Las olas rompían casi sobre ellos, levantando blanca espuma que se desvanecía junto a sus manos. Harry, mientras tosía, se recolocó mejor la máscara de mortífago que llevaba puesta; y también, bajo ella, las borrosas y mojadas gafas, afortunadamente sujetas todavía a su nariz y orejas. Hermione, a su lado, se quitó la capucha un momento para poder escurrirse el pelo con las manos. Tiritando de frío. Ron, el primero que había conseguido subir a la plataforma gracias a sus largos brazos, estaba mirando hacia arriba, hacia los impenetrables muros negros que se cernían sobre ellos. La estrecha plataforma sobre la que se encontraban apenas medía dos metros entre los muros y el mar.

—Ha funcionado —murmuró Ron, con patente alivio en la voz. Su voz fue parcialmente amortiguada por el sonido del mar—. Estamos aquí. Gracias a Merlín…

—Agradéceselo a los infiltrados de la Orden en el gobierno de Austria, no a Merlín —replicó Hermione, acomodándose la capucha sobre la cabeza de nuevo, con prisa—. ¿Estás bien? —musitó después, mirando a un jadeante Harry, que seguía tosiendo de forma residual. Su amigo asintió con la cabeza, recuperando el resuello.

—Casi pierdo el Traslador —admitió, con voz entrecortada, elevando una mano en la cual sujetaba un desgastado peine de madera—. Una ola me lo ha quitado de la mano. Pero lo he recuperado.

—Bien hecho, colega —murmuró Ron, mirándolo un instante para después volver a examinar los alrededores—. De momento... ¿Qué os parece? Parece que pinta bien, ¿no?

—Parece que la información era correcta —corroboró Hermione, observando también alrededor, con hombros tensos—. Los muros están protegidos contra la magia, no cabe duda; y las entradas tendrán la habitual Barrera Marcada… Pero no se han preocupado del agua que lo rodea. No se les ha ocurrido que alguien pudiera usar un Traslador hasta aquí —resumió, sin que fuera realmente necesario. Pero como si no pudiese evitar recitar el plan de nuevo para tranquilizarse.

—Porque no creen que nadie sobreviva a un mar así. Y menos un ejército entero —añadió Harry, mirando también en torno con atención—. No se oye ninguna alarma. Ni ningún hechizo defensivo. Nadie parece haber reparado en nosotros.

—No creo que haya nadie mirando por la ventana —corroboró Ron, con débil humor. Y añadió, con resignado regocijo, revisando el negro muro que había entre ellos—: Bueno, si es que hubiera alguna ventana, claro. Que no parece ser el caso.

—Los problemas de uno en uno —replicó Harry con un suspiro pesado—. Primero tenemos que encontrar la entrada que ha desbloqueado el primer escuadrón. Voy por el otro lado. Y, recordad, no uséis las varitas —añadió, mientras sus amigos se ponían en pie precariamente sobre las rocas y se sujetaban al muro como podían. Los tres comenzaron a rodear la torre, en diferentes direcciones. Caminando con cuidado de no tropezar, ayudándose mutuamente.

Vaisey, Remus y Ojoloco habían sido el primer escuadrón en entrar a ese lugar. Al llevar a un mortífago con ellos, podrían eliminar la Barrera Marcada que probablemente protegiese cualquier tipo de entrada, dejando el camino libre al resto. Harry, Ron y Hermione eran el segundo. Si en el Cuartel General no tenían noticias de ellos en tres horas, mandarían un tercer escuadrón compuesto por Arthur, Hestia y Tonks.

—Abrir un boquete con un Bombarda activaría el encantamiento anti-intrusos, ¿verdad? —murmuró Ron con pesadez, observando el muro resbaladizo. Imposible de escalar.

—Hay un agujero ahí —saltó Hermione a su vez, señalando una irregular abertura a tres metros por encima de sus cabezas. El muro estaba casi desnudo, pero podían verse algunos agujeros de vez en cuando, al parecer sin orden ninguno, muy por encima de sus cabezas. Quizá vestigios de algún bombardeo de alguna batalla pasada, de la época en la que era propiedad de Gellert Grindelwald. Ron soltó un largo silbido.

—Veo más factible llamar al timbre… No creo que esa sea la entrada que han utilizado.

—Es el único camino —replicó Hermione, con impaciencia—. Han tenido que subir por ahí. Hay que encontrar la manera de…

Una ola especialmente grande les golpeó de lleno en el rostro, llenándoles las máscaras, el pelo y las ropas de blanca espuma que pronto se desintegró.

—Al otro lado no hay nada —dijo entonces la voz de Harry, alcanzándolos. Resollando, y más empapado incluso que segundos atrás, cuando se separaron.

—Harry, ¿y esa abertura? —se apresuró a indicarle Hermione, señalándosela. Harry la miró, pero sacudió la cabeza casi al instante. Otra ola los envolvió, y retrasó su respuesta.

—Está demasiado alto —protestó Harry, en cuanto pudo hablar sin escupir agua—. Sin magia no vamos a…

—Habrá que intentarlo —replicó Ron, mirando alrededor mientras hablaba—. Si dices que al otro lado no hay nada… No parece haber ninguna escalera, ni ningún ascensor —se mofó, sin humor en la voz. Se pegó al muro, acomodó los pies lo mejor que pudo sobre las irregulares rocas, con las piernas algo flexionadas, y colocó las manos entrelazadas con la palma hacia arriba. Miró entonces a su amigo—. Sube, Harry.

—No voy a poder —desechó su amigo, con exasperación—. Es perder el tiempo. Tenemos que buscar…

—Mejor date prisa, que me estoy congelando —replicó Ron, haciendo un impaciente gesto hacia él con sus manos entrelazadas. Harry suspiró con frustración y cedió con un desganado gesto.

Vaciló, sin saber bien cómo proceder, pero terminó apoyando un pie y siendo lanzado hacia arriba por su amigo, con todas las fuerzas que éste pudo reunir. Se mantuvo en pie sobre sus manos y se estiró al máximo aprovechando el impulso, pero no logró alcanzar la ventana por unos pocos centímetros. Ron avanzó un paso, dándole estabilidad para apoyarse en el muro, pero, ante la negativa de Harry por encima de él, dejó caer los brazos, permitiendo a su amigo saltar de forma desgarbada al suelo. Torciéndose el tobillo al caer y pisándose el bajo de la túnica.

—¿Estáis bien? —musitó Hermione, inquieta. Con las manos cubriendo cómicamente el lugar donde estaría su boca, bajo su máscara de mortífago.

—No llego, por poco —protestó Harry, frustrado, logrando enderezarse. Girando el tobillo en círculos para calmar la molestia. Y dedicando una caricia en el brazo de su amiga, en respuesta a su preocupación—. Pero tienes razón, Hermione. Es una opción. Quizá lo consigamos. ¿Podrías subirme más?

Ron, con los brazos apoyados en jarras en sus caderas, y resollando bajo la máscara, sacudió la cabeza.

—No creo. El primer intento siempre es el mejor. Ahora tendré menos fuerza —corroboró sus palabras agitando sus brazos para desentumecerlos—. He estirado los brazos todo lo posible…

—Tenemos que encontrar la manera de subirte, Hermione —maquinó entonces Harry—. Entre los tres llegaríamos…

—De acuerdo, segundo intento… —masculló Ron, mirando de nuevo al suelo. Escrutando el terreno. Vaciló un instante y entonces se envolvió las manos con las mangas de la túnica. Se posicionó a cuatro patas, ofreciendo su espalda como apoyo, y colocó las rodillas lo mejor posible para que las puntiagudas rocas no lo hiriesen—. Soy el que más peso —insistió, al ver vacilar a Harry y escuchar empezar a protestar a Hermione—. Tengo que ponerme debajo. Venga, vamos…

Hermione miró a Harry, indecisa, pero éste se limitó a tomar aire, armándose de valor. El chico apoyó un pie con cuidado en la espalda de su amigo y se subió sobre él, intentando descansar los pies de forma que el peso estuviese equilibrado. Ron apretó los labios bajo la máscara para no quejarse. Harry estudió su nuca, asegurándose de que no estaba al borde de un dolor mortal o algo similar. Y después se colocó en posición, con la espalda apoyada en el muro para estabilizarse, y las manos en alto, preparadas para atrapar a su amiga.

—Vamos, Hermione —instó, firme—. Hazlo rápido. En cuanto subas, nos caeremos.

La chica vaciló. Estaba retorciendo las manos. Pero comprendió que no tenía alternativa. Se acercó a sus amigos e intentó ser lo más rápida que pudo. Apoyó un pie encima de Ron para tomar impulso, y quedar al alcance de Harry. Sintió cómo éste rodeaba sus rodillas con los brazos y la alzaba por encima de su cabeza con un gruñido de esfuerzo. Ambos escucharon el sollozo de dolor que Ron emitió al sentir las rocas clavarse en sus manos y rodillas bajo el peso de sus dos amigos.

Hermione, decidida a no fallar, se estiró lo más que pudo, y logró que sus pequeñas y frías manos se aferraran al escarpado borde de la abertura. Sin apenas creer que lo hubiera logrado, concentró cada célula de su ser en sujetarse con todas sus fuerzas; más aún al sentir que todo el apoyo que había bajo ella se desvanecía. Harry y Ron habían perdido el equilibrio, como era de esperar, y la torre humana se había desplomado. Hermione no se atrevió a mover sus dedos ni un centímetro. Sabía que no tendrían otra oportunidad. Con cautela, trató de apoyarse con los pies en los verticales y resbaladizos muros, sin éxito. Nunca había sido una persona que estuviese físicamente en forma. Y, ni de lejos, tenía la fuerza suficiente para sostener su peso con la única ayuda de sus manos durante mucho tiempo.

—¡Aguanta! —escuchó a Harry bajo ella. Haciéndola cerrar los ojos para obligarse a obedecer esa orden—. Casi estamos… ¡Ya está!

Y entonces la chica sintió una superficie dando un sutil apoyo a sus pies. Sus amigos se habían colocado en la misma posición, solo que ahora Harry había elevado los brazos, dando a la joven, con sus manos, el apoyo que necesitaba para sostener parte de su peso. Hermione tomó aire trémulamente, sintiéndose un poco más segura. Pero recordándose no dar ningún paso en falso. Se atrevió a soltar uno de sus desesperados agarres en el escarpado borde, encontrando sus dedos acalambrados, para palpar la abertura con dicha mano. De forma prudente. Alargó el brazo un poco más, hacia el interior de la hendidura, confiando en el agarre de su otra mano y en las manos de Harry bajo ella. Encontró unos barrotes. Logró rodear uno con los dedos. Movió, entonces, de forma rápida, su otra mano, y también se aferró con ella a otro barrote. Se permitió tomar aire, mientras jadeaba.

—Esperad —logró farfullar. Los antebrazos le dolían una barbaridad—. Sujétame, Harry. Hay barrotes. Voy a…

Dejó de hablar. Encontrándose sin respiración. La chica se soltó entonces de uno de los barrotes, de forma tentativa, y bajó la mano hasta palpar casi con frenetismo el bolso que llevaba bajo la túnica. Rebuscó en su interior con avidez, y, afortunadamente, solo tardó unos segundos en encontrar lo que quería. Sacó algo que parecía un tubo de pasta dental, pero de un llamativo color naranja brillante. Creación de Fred y George. Se lo acercó a la boca y desenroscó el tapón a toda prisa. Sintió las manos de Harry temblar bajo su peso.

—Casi está… —balbuceó la chica, con el tubo entre sus dientes. Escupió el tapón en cualquier dirección y acercó la boquilla a los barrotes de hierro. Apretó con urgencia y pasó la sustancia pastosa del interior por la superficie del tubo de hierro. Impregnándola. Pudo ver que un leve humo salía del metal, ascendiendo por encima de su cabeza. Sujetó el tubo con los dientes y entonces volvió a aferrar dicho barrote. Encontrándoselo blando como si fuera de goma. Lo apartó a un lado, con absurda facilidad, y palpó el hueco que había abierto. No era suficiente. Los hombros le ardían.

—H-Hermione… —escuchó a Ron sollozar, varios metros por debajo de ella.

—Voy, voy, lo siento muchísimo… —farfulló la chica, con un brillo febril en sus ojos. Concentrada en su tarea. Se sujetó a otro barrote, ignorando el entumecimiento de sus músculos, para repetir la maniobra en uno que no le estuviese sirviendo de sostén. Intentando abrir un boquete mayor.

—Hermione, déjalo —siseó Harry. El sostén en sus pies era cada vez más inestable—. Busquemos un…

—¡Ya está! —exclamó entonces Hermione. Sujetándose con fuerza a un barrote todavía rígido, y separando los que había ablandado. Creando un agujero entre ellos por el cual podría pasar un hombre adulto—. Harry, vas a tener que empujarme… —suplicó la chica, con un gemido.

Escuchó a su amigo farfullar bajo ella. Varios segundos de preparación, y entonces los agotados brazos de Harry hicieron un esfuerzo descomunal y la auparon más arriba. Dándole el impulso que necesitaba para aferrarse a la parte interna de la abertura. Se escuchó un nuevo lamento por parte de Ron. Hermione sollozó ante los calambres de sus propios antebrazos. Pero se aferró a la roca como si la vida se le fuera en ello y logró introducirse en el interior. Usando sus pies como último impulso, ya contra el borde del orificio, hasta dejase caer de cualquier manera en un oscuro pasillo de piedra.

No pudo hacer otra cosa que respirar con urgencia durante unos pocos segundos. Completamente agotada. Sollozando por el dolor de sus brazos. Escuchó un ruido de rocas en el exterior, y gemidos varios. Se obligó entonces a abrir los ojos y recomponerse. No estaban a salvo.

Sacó la varita de un rápido gesto de la cartuchera de su muslo y miró a su alrededor con atención. El silencio en aquel estrecho pasillo de piedra era absoluto. El ambiente, helado y húmedo, parecía amplificar aún más la quietud del lugar. Se creaba vaho ante su boca con cada exhalación. La luz era casi inexistente según te ibas alejando de la abertura de barrotes.

Homenum revelio —musitó, para sí misma. Nada sucedió. No había nadie en las inmediaciones.

Agitó su varita de nuevo, y generó un brillante anillo dorado que se mantuvo flotando en el aire cerca del final del pasillo. Les avisaría si alguien se acercaba. Todavía no habían terminado.

Se puso entonces en pie, intentando no apoyar su peso en sus doloridos brazos, y se asomó por la ventana. Vio a sus amigos abajo, con la vista fija en ella.

—Tengo una cuerda —indicó la chica. Todavía estaba sin aliento, pero sus nerviosas manos ya estaban rebuscando en su bolso—. No os mováis. Un momento...

Sacó por fin una gruesa cuerda trenzada del diminuto bolso. Sabían que Lord Voldemort, en su arrogancia, jamás pensaría que la Orden intentaría entrar en ninguna de sus fortalezas utilizando métodos muggles…

Miró alrededor. Si pudiera atarla en algún sitio… No confiaba en la fuerza de sus propios brazos en ese momento. Vio entonces un soporte redondo de hierro, que en algún momento debió sujetar una antorcha, clavado en la pared. Sin dudarlo demasiado, se acercó y ató allí la gruesa cuerda, haciendo un par de nudos. A regañadientes, ignorando el dolor de sus extremidades, tiró con todas sus fuerzas de ella, apoyando incluso un pie en la pared para hacer palanca y usar todo su peso. Aguantaba. Arrojó entonces el otro extremo por la ventana y se asomó. Sus amigos seguían abajo, mirando hacia la abertura.

—¿Podréis subir? —cuestionó, preocupada—. Es algo corta…

—Tranquila —murmuró Harry, valorando la situación. La, efectivamente, corta cuerda que colgaba por encima de sus cabezas. Estudió lo que los rodeaba, y decidió colocarse esta vez él debajo, con la espalda apoyada en la pared y las palmas hacia arriba a modo de apoyo para su amigo—. Vamos a intentarlo así. Como te pise esas manos, tus gritos se oirán desde Londres —añadió, al ver que Ron lo miraba indeciso al verlo colocarse a él primero de apoyo.

Ron accedió a acercarse a su amigo y apoyó un pie en sus manos para que éste lo impulsara hacia arriba. Ron era el que más pesaba de sus amigos, debido a que también era el más alto, por lo cual alcanzó la cuerda con relativa facilidad. Aunque Hermione lo escuchó gemir ante ella. Se inclinó más para ayudarlo, para tirar de su ropa. Harry lo empujó desde los pies para ayudarlo. Una vez que Ron se derrumbó en el pasillo, jadeando sonoramente, Hermione logró verle las manos. Estaban envueltas todavía en las mangas, y empapadas de sangre. Las piedras tenían que habérsele clavado cuando la ayudaron a ella a subir.

—Dime que tienes Díctamo, por Merlín… —murmuró Ron, conteniendo un gemido. Desenrollándose la túnica de las manos y examinando sus cortes. Flexionando los dedos con dificultad. Hermione asintió con la cabeza de forma frenética, preocupada, empezando a registrar su bolso. Ron, sin embargo, no se regodeó demasiado en el dolor de sus manos, y, mientras ella buscaba, se inclinó fuera de la ventana.

—Vamos, Harry, te ayudaremos desde aquí…

Harry, abajo, se humedeció los labios con la lengua. Incapaz de coger carrerilla en la inestable y estrecha superficie rocosa, se limitó a saltar hacia arriba con todo el impulso que pudo hasta sujetarse a la cuerda. Tras varios penosos y agotadores intentos logró trepar a pulso, apenas logrando sostenerse con los pies en el muro. Ron, que se estaba aplicando el Díctamo en las manos, no pudo ayudarlo, pero Hermione sí se inclinó y tiró de cada parte de él que tuvo al alcance hasta meterlo en el torreón.

Los tres se dejaron caer sentados en el suelo, jadeantes y agotados. El vaho comenzó a salir rápidamente de sus bocas, acorde a sus agitadas respiraciones. El círculo dorado, al otro lado del pasillo, seguía girando pacíficamente.

—Maldita sea… —farfulló Ron, devolviéndole el Díctamo a Hermione. Antes, Harry se echó un poco también en las manos, que se le habían quemado ligeramente con la cuerda—. Lo que ha costado. Voy a matar a Ojoloco. Podían haber dejado la entrada abierta disimuladamente, ¿quién iba a notarlo…?

—¿Ojoloco arriesgándose a dejar una mínima pista de su presencia, a posta? —se burló Harry, poniéndose en pie. Observando el círculo dorado—. Ya estamos dentro. Ahora solo tenemos que encontrar a Dumbledore. Si no hemos activado ningún hechizo anti-intrusos, con estas túnicas nos haremos pasar fácilmente por mortífagos. No deberían sospechar de nosotros.

—Aquí dentro ya se puede usar magia —les recordó Hermione, quitando la cuerda de la argolla y guardándola de nuevo en el bolso—. Pasará desapercibido con la magia del lugar...

—Cierto. Tened las varitas a mano, pero no a la vista —aconsejó Harry, asegurándose de que la máscara de calavera cubría su rostro. Tenían un pequeño arsenal de ellas en El Refugio, botines de batallas pasadas, para momentos como esos. Sus amigos obedecieron y, tras secarse las empapadas ropas con unos rápidos Hechizos de Aire Caliente para no levantar sospechas, eliminaron el círculo dorado y se adentraron en Nurmengard.

Echaron a andar a pasos rápidos pero sigilosos por los estrechos pasillos de piedra. Obligados a caminar en fila. La humedad del ambiente les resecaba la garganta, y el frío se les metía hasta los huesos. Las paredes y techos estaban cubiertos de moho y algas, procedentes de la humedad del océano que tenían a sus pies, fuera de aquella fortaleza. Los suelos, llenos de polvo de muchos siglos atrás que amortiguaba sus nerviosos pasos. No había ninguna ventana. Solo algún que otro boquete irregular como el que acababan de atravesar para entrar. Y, según se fueron adentrando más y más en el interior, cualquier contacto con el exterior desapareció.

No tenían, por obvias razones, ningún plano del lugar. Encontraron su localización, pero eso era todo. De modo que las sorpresas que se iban a encontrar eran un misterio. No se cruzaron con nadie durante los primeros minutos de búsqueda. No se oía absolutamente nada. Era el silencio más pesado que sus oídos habían soportado jamás.

—El camino se divide —masculló Ron, mirando por encima del hombro de Harry. Informando a Hermione, que iba en último lugar—. Vaya jodido laberinto…

Era cierto. Tres caminos idénticos ante ellos, además del que acababan de recorrer, y ninguna pista de la dirección a seguir.

—¿Es normal que todavía no hayamos visto a nadie? —planteó Hermione, frotándose las heladas manos. El lugar parecía abandonado. Pero sabían, con seguridad, que no lo estaba.

—No lo sé —farfulló Harry, frustrado. Incluso oculto con la máscara, lo vieron pelear consigo mismo durante unos segundos. Pero no pudo retrasarlo más. El tiempo apremiaba—. Coged cada uno un camino, pero no os alejéis mucho. Solo mirad hasta dónde lleva. O si no tienen salida. Nos vemos aquí en dos minutos. Si sucede cualquier cosa, abortad el plan de inmediato y mandad un aviso.

—¿Frase de seguridad? —recordó Ron, crujiéndose los nudillos con nerviosismo—. Para reconocernos. Porque con estas pintas…

—Ah, sí… Vamos a decir… "Me comería un hipogrifo a la brasa" —propuso, con seriedad. Y los otros estuvieron de acuerdo. Era lo suficientemente ridículo como para que nadie más en aquel lugar lo pronunciase por error, pero, al mismo tiempo, podrían salir del paso si se lo decían por equivocación a un mortífago real.

—Id con cuidado… —musitó Hermione. Dirigió su consejo a ambos, por supuesto, pero sus ojos se desviaron a Harry. El muchacho lucía una mirada decidida tras la máscara, casi ansiosa. Llevaba tanto tiempo queriendo volver a ver a Dumbledore, su mentor, su amigo...

La Orden del Fénix al completo, por unanimidad, le había recomendado que él no fuese parte de la misión. Era demasiado peligroso, meterse en la prisión secreta de Voldemort, a ciegas, sin planos, sin poder enviar un ejército, y protegida por mil encantamientos que no podían predecir. Cualquier cosa podía salir mal. Y, bélicamente hablando, perder a Harry Potter no era algo que la Orden se pudiese permitir en esos momentos.

Era demasiado valioso, tanto para Voldemort como para la Orden. Pero el chico había hecho oídos sordos. Así como cedió a regañadientes a quedarse al margen en la misión del número cuatro de Privet Drive, ni por un instante se había planteado quedarse atrás en esa. Iba a ir a rescatar a Dumbledore, y, para evitarlo, hubieran tenido que hechizarlo contra su voluntad, lo cual no hicieron a duras penas.

Hermione tomó el camino de la izquierda y avanzó con rápidos pasos. Caminando erguida. Con seguridad. Al llegar al final del pasillo y encontrar otro cruce, miró hacia atrás. El corredor que acababa de recorrer parecía larguísimo como la boca de un oscuro túnel. Era tan tétrico que la piel se le puso de gallina. Ya no escuchaba los pasos de Harry o Ron. Empezó a pensar que las paredes tenían un hechizo que silenciaba cualquier perturbación. Era imposible que se hubieran alejado tanto. ¿Y dónde estaban las celdas? No había visto ninguna todavía. Solo muros desnudos. Ninguna puerta, ningún barrote…

Continuó caminando por su izquierda. Todos los pasillos eran igual de estrechos, oscuros y fríos. Y silenciosos. Se preguntó cómo sería estar prisionero ahí dentro, y ver pasar las horas, los días, los años… en ese terrible silencio.

Al doblar la esquina, descubrió que había otras dos direcciones. Hacia delante y hacia la izquierda. Humedeciéndose los labios bajo la máscara, se detuvo, valorando ambas opciones, y terminó avanzando de frente. Al fondo veía unas escaleras, que se dispuso a subir cuando las alcanzó. Quizá era una buena idea subir a otro piso. Tan pronto puso un pie en el escalón superior, se encontró con una verja de hierro que le cerraba el paso. Y una figura cubierta con una túnica negra idéntica a la suya estaba al otro lado, de espaldas.

Hermione contuvo el aliento. Su instinto le gritó que diese media vuelta y volviese por donde había venido. Pero comprendió en el último instante que sería sospechoso. Ella debía fingir conocer ese lugar. Y, si había subido allí, era por algo.

Antes de mover ni un músculo, la figura se giró para mirarla. Y la vista de esa máscara de calavera enfrió los miembros de la chica. Ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos. Un destello en la túnica de su enemigo llamó su atención. Un broche de calavera. Era un Sargento Negro.

¿Draco…?

No. No debía planteárselo siquiera. No podía arriesgarse. No sin tener ni una mínima prueba de ello. No podía dejarse llevar. Podría estropear todo el plan. Podía ser cualquiera…

—¿Cómo van las cosas por aquí? —preguntó Hermione, con un creíble tono firme—. Vengo a echar una mano.

Dejó de respirar nada más terminar de hablar. El mortífago que estaba ante ella no dijo ni media palabra. Se limitó a agitar una varita que Hermione no había visto en su mano, abriendo la reja ante ella con un chirrido. La chica movió la cabeza con deferencia y cruzó la puerta, pasando ante el mortífago. Con el corazón en los oídos, desoyó su instinto de supervivencia. Y lo miró a los ojos.

No era él. Apenas vio sus ojos en la oscuridad, a través de los orificios de la máscara. Pero supo que no era él. Reconocería sus ojos en cualquier oscuridad.

Continuó caminando por el pasillo. Recuperando la compostura. Sacando a Draco de su cabeza a la fuerza. Tenía que concentrarse… Asimiló que no podría volver por el mismo lado, de vuelta con Harry y Ron. Tenía que encontrar otro camino para volver a bajar al cruce. Tenía que intentar orientarse.

No había ventanas ni luces que iluminasen los corredores. Sin embargo, al entrar en un nuevo pasillo, tus ojos se acostumbraban a la oscuridad con la sensación de que había luz en el siguiente, la cual iluminaba el que te encontrabas. Pero, al doblar la esquina, seguía sin haber ningún tipo de iluminación, a excepción de la mortecina luz azulada que parecía venir del siguiente pasillo.

Tuvo la sensación de que había demasiados hechizos en aquel lugar.

Llegó a un nuevo pasillo, desierto, y vio que una de las paredes ya no era lisa. Unos barrotes dejaban ver el interior de los muros. Su corazón dio un vuelco. Se acercó a ellos y echó un vistazo en el interior, entrecerrando los ojos para intentar discernir algo. El suelo estaba cubierto de paja, y no alcanzaba a ver la pared opuesta, tal era la oscuridad. Agitó la varita y un tenue Lumos iluminó el lugar. Había un bulto al otro lado. De espaldas a ella, tumbado de cara a la pared, en posición fetal. Y descubrió otro bulto a su derecha, más cerca.

—¿Profesor? —susurró la chica, con un hilo de voz. Ninguna de las dos figuras se movió—. Profesor Dumbledore…

Nada. Respirando con dificultad, intentó identificar a las figuras. Vio el rostro de la de la derecha a la luz de su varita. Estaba dormida. O eso parecía. Era un hombre anciano, pero no era Dumbledore. Y la figura del fondo comprendió que parecía una mujer. Su cabello era muy largo, y no era plateado.

La mano de la chica tembló alrededor de su varita. Sabía que esto iba a suceder. Se había preparado para ello. Había estado, finalmente, de acuerdo. No podían rescatarlos a todos. Solo tenían un Traslador por escuadrón, y no podían pasearse por el lugar con una fila de prisioneros. Se descubrirían. Cualquiera daría la voz de alarma en cualquier momento al ver desaparecer a la gente. Además, no daba la impresión de que aquellos prisioneros pudiesen caminar. Solo habían venido a por el profesor Dumbledore

Con un estremecimiento de dolor en el pecho, la chica apagó su varita y continuó caminando. El nudo en su garganta le arrancó un sollozo, pero se obligó a respirar hondo y continuar. Encontró otra celda unos metros más lejos. La revisó de igual modo, pero tampoco halló a su viejo profesor. Y sus ocupantes tampoco dieron muestras de encontrarse siquiera con vida.

Ella misma sentía que se encontraba fatigada. Se dio cuenta en un momento dado que le costaba respirar. Y sintió que no era por la impotencia de estar abandonando allí a esa gente. Sus brazos se sentían cada vez más pesados. Era como si… su magia se estuviera sacudiendo en su interior. Incomodándola. Queriendo salir. Sentía que solo pensar en generar hechizos la agotaba. Su magia le pesaba.

Apretó los dientes para seguir caminando. Era hija de muggles. Podía vivir sin magia. Si se la quitaban, no la derrotarían. Si esa era su mejor arma, no era suficiente.

Se encontró en otro pasillo. Vio un orificio con más barrotes, indicando la presencia de otra celda. Y había un mortífago al otro lado del corredor, a bastantes metros de distancia. Ajeno a ella. Hermione se mordió el labio. Había otro camino diferente que podía tomar, a sus espaldas, pero no podía pasar sin revisar esa celda…

En un arrebato de inspiración, agitó su varita, en silencio, en dirección a la espalda del mortífago. Una luz muy tenue envolvió por un instante su cabeza encapuchada. Un encantamiento Muffliato. Hermione se ocultó tras la esquina y aguardó. Lo vio llevarse una mano a la capucha. Frotarse un oído. Aguardar, y volver a frotárselo. Mirar en varias direcciones. Y entonces se alejó lentamente por el pasillo, perdiéndose de vista. Quizá pensando que la altitud de ese lugar le estaba afectando a la audición. La chica respiró hondo.

Se acercó a los barrotes y volvió a generar un Lumos para escrutar el interior. Era igual que todas las demás celdas. Y también había un bulto en el fondo. Una figura pequeña. Era demasiado pequeña, pero, quizá…

—¿Profesor? —llamó, en voz muy baja—. Profesor, ¿es usted?

Sintió un vuelco en el estómago. La figura se había movido. Cuando ésta se enderezó, y giró el rostro en su dirección, descubrió que solo era una joven. Ahora veía que tenía el cabello negro, sucio y desgreñado, tan lleno de polvo que lo había confundido con el blanco de su viejo profesor. Era blanca de piel, pero su rostro también estaba sucio, y hacía que sus facciones no se distinguiesen correctamente en la penumbra. Pero sus ojos oscuros brillaban.

Hermione se relajó. No era el profesor Dumbledore.

—¿Te encuentras bien? —susurró, sin poder contenerse—. ¿Estás herida?

La chica que tenía delante no dijo nada. Y Hermione, por un momento, se preguntó si no hablaría inglés. Pero entonces se dio cuenta de que la estaba mirando con odio. Con abierta acusación en sus ojos. Y fue entonces cuando recordó su propio disfraz, y comprendió que pensaba que era una mortífaga real.

—Soy de la Orden del Fénix —susurró, sin alcanzar a contenerse. Queriendo tranquilizarla—. No soy una enemiga. Créeme, por favor, no tengo mucho tiempo… ¿Estás bien?

La joven frunció el ceño ligeramente. Parpadeando. Visiblemente aturdida. Hermione se preguntó cuándo habría sido la última vez que había comido.

No conocía a esa chica. Y, sin embargo, había algo en su rostro que le resultaba familiar…

—¿De la Orden? —repitió entonces la prisionera. Su voz sonó suave. Pero Hermione intuyó que no la creía.

Recordó al mortífago que había dejado al final del pasillo, hechizado con un Muffliato. Estaban rodeados de enemigos. No podía demorarse mucho. Tenía que volver con sus amigos.

—Sí, yo… Estoy buscando a alguien —reveló Hermione en un arrebato de inspiración. Pero midiendo sus palabras—. ¿Puedes ayudarme?

La chica siguió mirándola. Confundida.

—¿Cómo has… cómo has entrado aquí? —preguntó, en un hilo de voz. Y a Hermione la tranquilizó escuchar una frase tan coherente. Esa chica no había enloquecido todavía ahí dentro.

—No estoy sola. Mis compañeros y yo estamos buscando a alguien —repitió, de forma lenta. Y, tras vacilar un último y preocupado instante, añadió—: Albus Dumbledore. El profesor Albus Dumbledore. El director del colegio Hogwarts. ¿Sabes quién es? ¿En qué parte de la prisión está…?

La joven parpadeó y se enderezó un poco más. Más atenta a la conversación.

—¿Dumbledoge…? —pronunció. Y entonces Hermione apreció que hablaba inglés, pero con un ligero y musical acento francés. Tenía mucho menos acento que Fleur. Pero era, al menos en parte, francesa.

Francesa

—Sí, exacto… —corroboró, con precipitación. Y abrió la boca para volver a insistir, para alegar que tenían prisa, pero la chica se le adelantó:

—Tenéis que subir dos pisos más —indicó. Se apoyó en una mano y se puso en pie. Acercándose a los barrotes—. Sé que hace poco estaba en este mismo piso, porque vi cómo pasaban con él por aquí delante —señaló el pasillo al otro lado de sus rejas—. Pero lo han trasladado. Me… Les oí decir que al ala norte —en realidad, Nott se lo había contado en una de sus guardias. Cuando fue a visitarla. Pero no iba a revelar tan abiertamente que uno de los mortífagos hablaba de esa manera con una prisionera. Ni siquiera a alguien de la Orden del Fénix. No sabía si podía confiar en ella hasta ese punto—. Será difícil orientaros en este lugar. Intentad localizar una de las pocas ventanas que hay, así encontrareis el norte. Los últimos dos pisos no tienen celdas, solo salas de reuniones. Y las celdas de mayor protección están dos pisos más arriba.

Hermione la observó. Sus ojos brillaban con fuerza. Con valentía. Y su rostro le seguía resultando familiar…

—Gracias. Muchísimas gracias —susurró, cerrando los ojos un instante ante la valiosa información—. Lo siento muchísimo, no puedo… Solo puedo llevarme a una persona —articuló, sintiéndose la peor persona del mundo. La chica se limitó a mirarla con incertidumbre —. ¿Cómo te llamas? —preguntó, sin poder contenerse.

La joven parpadeó. Pareció vacilar un instante, y después comprender que su identidad no era una información especialmente valiosa. Así que bajó la voz, y confesó:

—Minette. Samantha Minette.

Y Hermione se encontró sin respiración.

Samantha

Sabía quién era. Claro que lo sabía. Cayó entonces en la cuenta de por qué le sonaba su rostro, aunque nunca la había visto en persona. La había reconocido de aquellas fotografías que publicaron El Profeta y El Quisquilloso en su último año de colegio. Cuando desapareció. Y Draco le había hablado de ella... Pero, ¿qué hacía ahí? ¿No se suponía que estaba cerca de Draco? ¿Que era una prisionera valiosa? No entendía nada. Y no tenía tiempo para pensarlo detenidamente.

Esa chica conocía a Draco

La tentación de preguntarle por él, de preguntarle si estaba sano y salvo, si habían creído en su inocencia, fue demasiado tentadora, pero se contuvo. No era seguro. No podía desvelar tan abiertamente que ella misma estaba en contacto con Draco. Que Draco estaba en contacto con la Orden del Fénix.

—Yo soy Hermione. Hermione Granger —reveló, en un arrebato. Aunque sabía que no debería. Pero era lo menos que podía hacer por ella. O quizá no

Hermione elevó la varita y la agitó frente a las rejas. Generando un par de rápidos encantamientos de detección de hechizos. Imposible de abrir. Tenía la Barrera Marcada, por supuesto. Maldita sea…

Se llevó una mano al bolso y empezó a rebuscar con premura. Apenas alcanzando a oír el hilo de voz en el que se convirtió la voz de Samantha, ante ella.

—¿Granger…? —repitió. Y parecía sorprendida.

Pero Hermione sacó entonces lo que buscaba, y se concentró en ello. Un pequeño dispositivo redondeado. Una cápsula, transparente y dorada. Apuntó hacia ella con su varita. Y el interior de la cápsula se iluminó con una luz anaranjada que parpadeaba.

—Le he puesto un Hechizo Localizador —indicó. Tras mirar alrededor, la dejó en el suelo, en una hendidura. No podía acercarse más a los barrotes, o activaría las alarmas—. El otro escuadrón lo detectará. Tienen un Traslador, ellos vendrán y te sacarán de aquí. En teoría ese Traslador era para Dumbledore, pero nosotros lo encontraremos y usaremos el nuestro. Ellos te sacarán de aquí, te lo prometo.

Samantha la estaba mirando con la boca entreabierta. Abriéndola y cerrándola con vacilación. Intentando distinguir algo tras la máscara plateada de Hermione.

—No… puedo —susurró entonces. Asustada—. No puedo irme de aquí. Tienen a mis padres. Aquí mismo. En este lugar. Si me voy… e-ellos…

—¿Dónde están? ¿Sabes dónde están? —se apresuró a preguntar Hermione. Samantha tragó saliva. Sí, lo sabía. Draco y Nott se habían encargado de averiguarlo durante sus guardias.

—En el piso de arriba —susurró, con voz entrecortada. Ahora esperanzada—. No pueden estar lejos de Dumbledoge… ¿Podéis…? Por favor, sacadlos… T-te lo suplico…

—Lo haré, te lo prometo —aseguró Hermione, con voz firme—. ¿Cómo se llaman?

—Adrien y Grace —respondió la chica de inmediato, con los ojos más brillantes que nunca, aferrando los barrotes con ambas manos—. G-gracias... Muchísimas gracias….

Hermione forzó una rápida sonrisa, aunque supo que su interlocutora no la vería por culpa de la máscara.

—Tengo que irme. Vendrán enseguida a por ti. Nos… vemos pronto.

Sin más tiempo que perder, se alejó lo más rápido que pudo por el pasillo. En busca de Harry y Ron. Y de Dumbledore.


La casi vacía habitación se estaba iluminando de forma esporádica. Los hechizos intermitentes aclarando el oscuro papel pintado de las paredes. No era una habitación que se aprovechase habitualmente. De hecho, solía utilizarse para el interrogatorio de prisioneros. De ahí la presencia de un par de sillas apoyadas junto a una pared. Por lo demás, no había prácticamente nada. Dos mesas apartadas de mala manera en un rincón. Y un candelabro en el techo. La gruesa y costosa alfombra había sido retirada hacía mucho tiempo. Para interrogar prisioneros, solo era necesaria una varita.

Draco estaba sudando. Podía notar las gotas saladas cosquilleando por la piel de su pecho, resbalando bajo su delgada camisa. El flequillo en la frente le molestaba. Tenía mucho calor en la cara. Le costaba respirar. Y la mano izquierda comenzaba a acalambrársele.

Nott estaba en pie ante él, con la varita en alto. Y un escudo protector entre ambos. Iluminándose éste esporádicamente a medida que los encantamientos que Draco generaba chocaban contra él. El Embrujo Ebublio brilló con una luz blanquecina, iluminando el rostro sereno de su amigo. La Maldición Explosiva arrancó chispas amarillentas. Un Confringo sonó como una fuerte detonación al chocar contra el escudo. Draco tuvo que hacer dos intentos para que su poco acostumbrada mano izquierda lograse generar el complicado movimiento de la Maldición Flagrante…

Cuando vio a Draco detenerse un instante, agitando con fuerza su cansada mano para desentumecerla, Nott rompió el Hechizo Escudo y bajó la varita.

—¿Quieres descansar? —preguntó, mirándolo con atención. Draco negó con la cabeza. Sin ganas de responder. Movió entonces los pies para colocarse en posición de duelo y miró a su amigo a los ojos con decisión, con la varita en alto. Nott vaciló un instante y después imitó su posición. Dos segundos de cortesía, y comenzaron el duelo.

Draco atacó primero. Generó un rápido y sencillo Petrificus Totalus que su amigo bloqueó sin esfuerzo. Y éste le lanzó dos Maleficios Punzantes. Uno de ellos logró alcanzarle en la muñeca. Draco gruñó y la sacudió de forma rápida. Sabiendo que tendría una picazón enrojecida ahí durante varias horas. Un rápido Densaugeo que Nott no tuvo problemas en rechazar, y Draco se atrevió con un complicado Cruciatus. Sabiendo que también lo rechazaría. En efecto, su contrincante lo desvió y se trasladó a un lado. Obligando a Draco a moverse y girar sobre sí mismo. Como un duelo real. Tenía que practicar con todo su cuerpo, acostumbrarse a la sensación de la varita en su mano izquierda…

La puerta se abrió en ese momento, y Narcisa se adentró en la estancia. Escrutó la escena ante ella, una escena que ya se esperaba, y se limitó a cerrar la puerta a sus espaldas y aguardar apoyada en ella. En silencio.

Theodore lanzó otro Petrificus Totalus que su amigo ralentizó con un automático Impedimenta, dándose tiempo así de generar el contrahechizo apropiado. Satisfecho, Draco lanzó a su vez un Bombarda que reverberó en la habitación al chocar contra el contraembrujo de su contrincante. Nott le lanzó entonces un Levicorpus, que Draco rechazó de forma poco elegante para su propio gusto con un Hechizo Escudo general. Al menos ese lo tenía ya dominado. Su intención fue entonces generar un Confundus, pero su cerebro sufrió un cortocircuito. Sabía cómo era el movimiento. Lo tenía automatizado. Pero ahora era… al revés. Era con su otra mano. Mierda… ¿cómo era con la izquierda…?

En los dos segundos que duró su debate interno, Theodore le lanzó un rápido Tarantallegra que Draco no tuvo reflejos para rechazar. Sus pies se lanzaron en un descontrolado baile, arrojándolo al suelo de espaldas. Nott sacudió su varita al instante, deshaciendo el embrujo. Narcisa dejó caer los párpados y se mordió el labio inferior, haciendo un esfuerzo por controlar las lágrimas que se adueñaron de sus ojos de forma precipitada.

Draco dio un fuerte puñetazo al suelo con su mano izquierda a modo de desahogo. Haciéndose daño en el canto de la mano. Se quedó tirado boca arriba en la fría piedra. Sintiendo su pecho vacío, aunque subía y bajaba con rapidez, en busca de aire. Estaba sin aliento. Y todo para nada. No podía enfrentarse así en un duelo real. Siendo derrotado por un simple Tarantallegra.

Apretó los dientes con fuerza, conteniendo el nudo de impotencia de su garganta. Mirando al techo. Sintiéndose vergonzosamente incompetente. Cerró los ojos y dejó escapar un bufido irritado por la boca. Los abrió de nuevo al escuchar el ruido de unos pasos. Nott se había acercado a él, y le tendía una mano para ayudarle a levantarse. Con una poco creíble expresión impasible. Y una preocupación en la mirada que Draco no soportó ver.

Se incorporó por sí solo y se puso en pie, ignorando su mano. Volviendo a recoger su varita del suelo. Con expresión casi mortífera. Nott no dijo nada ante su arisco gesto. Podía entender, y compartir, la frustración de su amigo. Draco siempre había sido un duelista excelente. Y verse en esa tesitura no podía ser llevadero. Y él estaba terriblemente preocupado por su vulnerabilidad. Si iba a una batalla, lo matarían.

Draco se giró entonces hacia su madre, recordando que había intuido su presencia en medio del duelo. El rostro de la mujer lucía sereno. No había lástima en él. Y Draco lo agradeció con toda su alma.

—¿Ya es la hora? —preguntó el chico, con un tono ligeramente brusco. Narcisa asintió, sin inmutarse.

—La reunión va a empezar —corroboró, entrelazando las manos ante ella. Draco inhaló profundamente, recuperando la compostura a duras penas, y guardó su varita en la cartuchera de su cinturón.

—¿Tengo tiempo de cambiarme de ropa, o…? —preguntó el chico, con voz más templada. Pero con la frustración ante sus escasos avances todavía retumbando en su pecho y zumbando en sus venas.

—No, espera, tu… tu padre ha hablado con el Señor Oscuro —informó su madre, avanzando un par de pasos. Draco enmudeció, sin entender—. Éste ha… entrado en razón. No hace falta que participes en la misión de mañana. Te permite recuperarte durante unos días.

Draco guardó silencio. Sintiendo su rostro calentarse. Su señor estaba en conocimiento de su situación. Sabía que, ahora mismo, solo era una carga...

—¿Y quién se encargará de la misión? —replicó, con aspereza—. Yo era el General de Las Sombras que iba a...

—Theodore puede ir en tu lugar a la reunión. Y a la misión de mañana —propuso Narcisa, con suavidad—. Pueden hacer una excepción al protocolo, dada tu situación…

Draco dejó escapar una exhalación incrédula.

—El Señor Oscuro no permitirá…

—Ha dado su visto bueno, hijo —especificó su madre, con delicadeza—. Y tu padre se encargará de lo referente a la fuga de Nurmengard. No te preocupes por eso.

Draco no pudo decir nada. Ardiendo por dentro de frustración e impotencia. Giró el rostro, y se encontró con los ojos azules de su amigo. Éste se limitó a asentir con la cabeza, encogiendo los hombros. Indicando que no le importaba. Draco apartó la mirada de nuevo. Al no protestar abiertamente, le dio su silencioso beneplácito para que ocupase su lugar.

Nott le agradeció a Narcisa por sus noticias y salió entonces por la puerta a paso ligero, en dirección a la inminente reunión. Dejando solos a madre e hijo. Draco no se movió de su sitio, aunque sabía que debía irse. Ya no hacía nada allí, no sin un contrincante. Quería seguir practicando, quería recuperar sus habilidades para el duelo cuanto antes. Quería ser útil. Necesitaba sentirse útil.

Pero ni siquiera podía frotarse una mano contra la otra. Tenía la palma izquierda agarrotada, y los dedos le temblaban de cansancio. Los movió con cautela, y, mientras lo hacía, fue cuando vio algo moverse por el rabillo del ojo. Su madre se había posicionado delante de él. Y tenía la varita en la mano.

Draco la miró a los ojos, y ella le devolvió una mirada sorprendentemente tranquila. Al tiempo que se situaba en una elegante y profesional posición de duelo. Con considerable facilidad a pesar de la poca movilidad de su ostentosa túnica color escarlata.

—Adelante, querido. Atácame.

Las comisuras de Draco temblaron. El aire que llenó sus pulmones estaba lleno de agradecimiento. Se colocó también en posición de duelo, y comenzó a atacar a su madre.


Rubeus Hagrid estaba pelando patatas. Planeaba preparar uno de los faisanes que colgaban de su techo, con unas cuantas patatas guisadas. Fang, tumbado en su rincón frente a la puerta de entrada, movía la cola con entusiasmo. Como si aprobase la cena con la que su amo iba a obsequiarle. La cabaña estaba cálidamente iluminada con el fuego de la chimenea, contrarrestando la oscuridad que se veía a través de los cristales de las ventanas. Era noche cerrada.

Inclinado sobre un enorme balde de madera, dentro del cual estaba volcando los trozos de patata que iba a utilizar, Hagrid no se molestó en levantar la cabeza cuando Fang empezó a ladrar con fuerza. Por el rabillo del ojo, vio que incluso se levantaba del suelo.

—Silencio, chico —gruñó el guardabosques, bajo su poblada barba. Sin apartar la vista de las patatas. Pero Fang siguió ladrando de forma atronadora—. Enseguida estarán. No seas impaciente. Ahora te doy un trozo de cecina para…

Pero entonces Fang enmudeció de golpe. Tan de sopetón, que Hagrid sí alzó ahora la cabeza. Fang se había vuelto a tumbar, con la cabeza entre las patas y las orejas gachas. Y los ojitos alzados hacia algo situado tras Hagrid. Éste frunció el ceño, pero no tuvo tiempo de hacer ni un solo movimiento antes de escuchar una fría y aguda voz tras él:

—Buenas noches, Guardián de los Terrenos.

Hagrid se levantó con tanta prisa que el balde con las patatas salió volando con un estrépito de tubérculos y madera. El taburete también se volcó. Cogió de un rápido gesto su paraguas de color rosa, que estaba apoyado a un lado de la chimenea, y se giró sobre sí mismo. Pero el paraguas salió volando casi al instante, aterrizando al otro lado de la habitación, arrebatado de su mano gracias a un instantáneo Expelliarmus por parte de su contrincante. Hagrid se quedó entonces inmóvil, jadeante, desarmado, cara a cara con el mismísimo Lord Voldemort.

—Fuera de mi propiedad —sentenció Hagrid al instante, con su atronadora voz. Voldemort no se inmutó. Se limitó a contemplarlo con condescendencia.

—Lamento comunicarte que esta es mi propiedad —replicó, en un siseo—. Este… lugar al que llamas hogar está en los terrenos de Hogwarts. Y Hogwarts es de mi propiedad.

—Fuera de mi casa —repitió Hagrid, enderezándose más todavía. Fang gimoteó a sus espaldas y Lord Voldemort fijó sus ojos en él. Hagrid se tensó ligeramente, cerrando sus enormes puños. Si le tocaba un solo pelo a Fang…

—Descuida —aseguró Voldemort, todavía mirando al perro—, seré breve. Mi tiempo es considerablemente valioso, como ya te imaginarás —comenzó entonces a pasear por el lugar. Contemplando los faisanes del techo con poco interés—. He venido a ver a mi viejo compañero de colegio porque sé que eres miembro de la Orden del Fénix…

Hagrid soltó una valerosa carcajada descreída.

—Eso no es…

—No era una pregunta —corrigió Voldemort en voz muy baja—. Peleaste en la Primera Guerra Mágica. Fuiste tú quien rescató a Harry Potter cuando era un bebé, de las ruinas en las que quedó convertida su casa. Fuiste tú quien lo trajo a Hogwarts. Sé la amistad que te une a ese muchacho. Sé muchas cosas, Rubeus —se giró para mirar al semi-gigante de nuevo. Sus ojos rojos relucían—. Así como también sé que sigues en contacto con la Orden del Fénix después de tantos años. Y ellos siguen en contacto contigo. Lo cual me lleva al motivo de mi visita —agitó su mano derecha en un rápido ondear de su manga, y Hagrid vio que tenía una larga varita en la mano—. Ahora mismo, no sé en quién confiar. Tengo un traidor en mis filas, Rubeus —se lamentó con frialdad, casi para sí mismo. Con la mirada perdida—. Alguien que me traicionó en el Valle de Godric, y que le ha hablado a la Orden del paradero de Albus Dumbledore. No pienso permitir ni un solo error más. Voy a igualar la balanza. Y la Orden también tendrá un traidor en sus filas —volvió a mirar a Hagrid. Éste lo miró con sus negros ojos encendidos.

—Si cree que voy a traicionar a…

—Oh, lo harás. Claro que lo harás —aseguró Voldemort, sin inmutarse—. Sé que están planeando algo. Y tú eres la única persona en Hogwarts que está en contacto con los rebeldes de la Orden del Fénix. Y, por ello, me vas a ser muy, muy, útil para que hagan lo que a mí me convenga —los labios del Señor Tenebroso se crisparon en una sonrisa, al tiempo que alzaba la varita. Hagrid retrocedió, extendiendo los brazos, protegiendo a Fang con ellos—. Si contactan contigo, lo sabré... Imperio.


—… y hemos perdido el contacto total con Beauxbatons y Durmstrang. Son suyos. Y no tenemos medios para recuperarlos. La balanza no se inclina a nuestro favor, Albus.

Tras la extensa explicación de Remus, se hizo el silencio en la habitación. Todas las miradas, con o sin disimulo, estaban fijas en la persona que ocupaba la vieja y estrecha cama de Grimmauld Place.

Albus Dumbledore, sentado con la espalda apoyada sobre un montón de almohadas viejas, cubierto hasta la cintura con varias mantas, se miraba las huesudas y entrelazadas manos fijamente. Pensativo.

La incursión en Nurmengard había sido un éxito. Habían logrado rescatar a Dumbledore gracias a las indicaciones de Samantha, y, también, a otras seis personas. Entre ellas, los padres de Samantha. Y a la propia joven. Y habían salido de allí indemnes, antes de que los mortífagos se percatasen de lo que sucedía.

Lord Voldemort era posible que fuese la persona más colérica del planeta en ese momento. Harry llevaba desde la noche anterior frotándose la vieja cicatriz de su frente y gimiendo de dolor ocasionadamente. Percibiendo la furia de su adversario.

Como el tercer piso de Grimmauld Place, el correspondiente al ala del hospital, estaba considerablemente lleno, habían acomodado únicamente a Dumbledore en la casa. En la misma habitación vacía que había ocupado Draco semanas atrás. Y habían trasladado a los demás prisioneros a los otros refugios. Tres de los cautivos fueron a casa de Andrómeda Tonks, y, los otros tres, que correspondían a Samantha y sus padres, a casa de Tía Muriel. Hermione no había tenido oportunidad de ir a hablar más largamente con la joven, pero sabía que estaba sana y salva, y eso era suficiente.

Tonks y Aberforth la habían interrogado con la esperanza de sacar algo en claro de los planes de Voldemort, pero la chica apenas sabía nada. Y, de lo que sabía, no podía hablar. No podía revelar ni siquiera la localización de su Cuartel General, a pesar de haber estado alojada en él durante años. Había un encantamiento Fidelio de por medio, que solo desaparecería con la muerte de Lord Voldemort.

Pero sí pudo hablar del ataque a los colegios. De cómo fue ella la responsable de que entraran en Beauxbatons por una entrada secundaria. Tuvieron que administrarle una Poción Calmante, abrumada como estaba por la culpa. No sabía gran cosa respecto a Durmstrang, pero sí pudo contarles que Voldemort tenía su propio espía allí. Un muchacho cuyo nombre, realmente, no conocía. Se pusieron en marcha para dar con él, y no les costó demasiado. Lograron contactar con el Ministerio Búlgaro de Magia, y se hicieron con comunicaciones y periódicos del país, hasta dar con la identidad de algún joven que hubiera desaparecido incluso tres años atrás. En dos días tuvieron la respuesta. Un viejo alumno, pupilo del difunto Igor Karkarov, parecía simpatizar más de la cuenta con los mortífagos. Y fue quien les ayudó a entrar de buena gana. Samantha vio su fotografía, y lo identificó sin dificultad como el joven al que había visto esporádicamente en la Mansión Malfoy.

Los ojos azules del profesor Dumbledore brillaban con la misma fuerza que antes de estar en Nurmengard. Su rostro, delgado y ajado, había recuperado un mínimo de color después de dos abundantes platos de comida caliente preparados por Molly, y varias pociones reconstituyentes. La larga barba plateada del profesor, ahora limpia y bien peinada, ocultó su boca cuando habló:

—Entiendo la preocupación y urgencia que genera el que Voldemort tenga los colegios en su poder. Pero esa es una preocupación real a medio y largo plazo —opinó, con voz ajada, pero firme. La habitación, ocupada por más de diez personas, se mantuvo en silencio—. A corto plazo, no hará nada que ponga en serio riesgo a esos alumnos. Todavía tiene que formarlos, al menos mínimamente, y eso nos da ventaja. Incluso aunque los envíe a las batallas, como sucedió en la de los colegios, vosotros no estáis dispuestos a hacerles daño, y lo sabe. Ahora mismo, lo que más debe preocuparnos es ese dragón.

—Charlie, mi hermano, nos escribió al respecto desde Rumanía —informó Fred, sentado en una silla junto a la ventana—. Él es un experto en dragones. Nos dijo que conocía la leyenda de Guiverno de Wye. La de su batalla con Sir Cadogan, y todo eso, pero que siempre había pensado que solo era eso, una leyenda. Nadie ha podido estudiar a ese dragón, así que no tiene información sobre él. De hecho, siempre ha creído que una criatura así no podía existir.

—Es el más antiguo del mundo mágico —corroboró Dumbledore a su vez—. Es sabio y poderoso. Me atrevería a decir que es el más poderoso que alguna vez haya pisado esta tierra. En manos de Voldemort puede hacer mucho daño. Bajo su hechizo, está obligado a obedecerle, y destruirá todo lo que se le ponga por delante si Voldemort se lo ordena así. De momento solo está aprendiendo a utilizarlo. Y eso también nos da una pequeña y breve ventaja. Es ahora, o nunca. Tenemos que librarlo de su yugo, antes de que aprenda a controlar todas sus habilidades. En cuanto descubra y sepa usar todo su potencial y magia, será terrible e imparable.

—Él no quería servir a Voldemort —comentó Harry. Era el único que estaba sentado al borde de la cama, junto a su viejo director—. Me pidió que lo liberase para no caer en sus manos. Pero, aunque lo liberé, lo encontró… —añadió en un murmullo—. Tenía que haberlo buscado. Haberlo protegido mejor. Quizá podría…

—No es culpa tuya, Harry —susurró Dumbledore sin alterarse. Su voz sonó suave, comprensiva—. Nunca podrías haberlo protegido de Voldemort. Esto tenía que suceder, y estoy seguro de que Guiverno también lo sabía.

—¿Sabías que ese dragón estaba en Hogwarts? —quiso saber entonces Aberforth, mirando a su hermano con frialdad. Albus negó con la cabeza, sin alterarse.

—En absoluto. Había oído rumores, pero jamás se encontró ni rastro de ese dragón en todas las búsquedas que se hicieron. Sé de primera mano que Armando Dippet, mi predecesor, lo buscó hasta la saciedad…

—Profesor Dumbledore, señor —intervino Hermione, con suavidad—. ¿Podemos hacerlo? ¿Podemos liberar a Guiverno de Wye del yugo de Voldemort?

—Confío en que lo logremos, señorita Granger —corroboró el anciano. Mirando a su antigua alumna con ojos despiertos—. Más nos vale lograrlo, o todo el mundo mágico caerá sin remedio.

—¿Cómo lo haremos? —musitó Molly, desde un rincón, con los rollizos brazos cruzados. Y expresión ansiosa—. Nunca lo descuidará lo suficiente como para…

—Voldemort es consciente de que, con el dragón, no perderá ninguna batalla —comentó Albus—. Lo utilizará en ellas. Como hizo en la de los colegios. Será ahí cuando más desprotegido esté. Y será ahí cuando logremos liberarlo.

—No estamos en condiciones de librar una batalla campal, Albus —protestó Ojoloco, en pie cerca de la cama. Apoyado con ambas manos en su nudoso bastón—. Todavía no nos hemos recuperado de la batalla de los colegios. Y no creo que utilice al dragón más poderoso del mundo en una simple escaramuza…

—No, efectivamente, necesitamos una batalla. Una gran batalla. Una batalla lo suficientemente igualada como para que decida traer al dragón. Que piense que solo con su ayuda nos derrotará —sentenció Dumbledore. Y unos segundos de silencio siguieron a esas palabras. George emitió un largo silbido lleno de incredulidad. Remus estaba sacudiendo la cabeza.

—No podemos ganar una batalla semejante —protestó Moody, con aspereza. Señalando lo que todos pensaban—. A no ser que tu intención no sea ganar… y solo acabar con el dragón. Sacrificar a la Orden por ese dragón.

—Yo nunca he dicho que haya que acabar con él, solo librarlo de la influencia de Voldemort —lo corrigió Albus, alzando sus azules ojos para mirar a su viejo amigo—. Está mágicamente atado a Voldemort, pero ese lazo se puede romper. Aunque para ello tenemos que acercarnos al dragón, es la única manera. Pero no pretendo sacrificar a nadie si puedo evitarlo.

—¿No hay otra solución? ¿Tenemos que meternos en las fauces de Quien-Ya-Sabéis, en una batalla que sabemos que no podemos ganar, solo por liberar al dragón? —se lamentó Tonks, en voz baja.

—También podemos enfocarlo de otra manera… —comentó Dumbledore, arqueando sus pobladas y blancas cejas.

—¿Provocarla nosotros? ¿Traerlos a nuestro terreno? —aventuró Hermione, con las mejillas encendidas.

—En efecto, señorita Granger. Esa sería una buena opción… —corroboró con calidez el anciano profesor.

—Traer a Quien-Ya-Sabéis a nuestro terreno. A un terreno que conozcamos. Al que más seguros nos sintamos —murmuró Ron, casi para sí mismo, desde una silla cercana—. Y confiar en que traerá al dragón consigo para enfrentarnos. Ahí lo liberaremos.

—Recuperar Hogwarts —susurró Harry, sus ojos verdes brillando en la penumbra de la habitación. Dumbledore lo miró. Las comisuras de sus labios se alzaron.

—Sí, Harry. Creo que ya va siendo hora. Si conozco lo suficiente a Tom Ryddle, y creo que lo hago, lo que más le preocupa es perder Hogwarts. El vínculo que tiene con ese castillo no se asemeja al que tiene con los otros colegios. Hará cualquier cosa por conservar Hogwarts en su poder.

—Quizá no necesite al dragón —protestó George, desde su rincón—. Siendo tan pocos como somos, quizá no nos considere una amenaza. Estando Quien-Vosotros-Sabéis en el castillo, rodeado de sus puñeteros mortífagos, quizá se baste y se sobre para acabar con todos nosotros.

—George… —le advirtió su madre, mirándolo con severidad ante la palabra malsonante.

—Estoy de acuerdo —aseguró Albus, mirando a George con benignidad—. Pero quizá haya algo que juegue en nuestro favor. Y es que Voldemort no soporta no estar en control de la situación. Y no lo estará si decidimos atacar Hogwarts en su ausencia. Nos aseguraremos de hacerlo cuando él no esté. Para cuando se dé cuenta de lo que sucede, no le permitiremos la entrada. Y estoy convencido de que, en una situación así, traerá al dragón.

—¿Y cómo sabremos cuándo no está? —inquirió Molly, entrecerrando los ojos.

—Contactaremos con Severus —murmuró Remus, rascándose la mejilla mal afeitada—. Él podría avisarnos…

—¿Y no sería mejor Hagrid? —propuso Tonks a su vez, situada junto a Remus, ambos con la espalda apoyada en la ventana cegada con cortinas—. Snape está demasiado cerca de Ya-Sabéis-Quién. Y Él no puede enterarse de esta misión, o todo se irá al traste.

—Rubeus es una buena baza —corroboró Aberforth.

—Podría funcionar. Podríamos matar dos pájaros de un tiro, en el mejor de los casos —consideró Lupin—. Recuperaremos Hogwarts y liberaremos al dragón en la misma batalla.

—Mataremos a Voldemort, en el mejor de los casos —corrigió Harry, con brío.

—No es el objetivo final que deberíamos tener en mente para esta batalla, pero no sería un mal desenlace —admitió Dumbledore, de forma prudente—. Centrémonos en el dragón. Es nuestra prioridad.

—Con usted, podremos hacer lo que sea —estalló Harry, poniéndose en pie. Emanaba una fuerza tal como si se hubiese tomado un vaso de Whisky de Fuego. Sentía la sangre arderle en las venas. Ahora tenían un plan. Y ahora tenían a Dumbledore—. Recuperemos Hogwarts. Llamemos a todos, reclutemos a cuantos aliados podamos. Recuperemos lo que nos pertenece.

—Hagámoslo cuanto antes —corroboró Remus, con inesperada firmeza, y el mismo brillo en la mirada, separándose de la ventana—. No les demos tiempo de reaccionar. Preparemos un plan y ejecutémoslo, sin darle tiempo a nadie a filtrarlo en las filas enemigas.

—Me temo que me he adelantado, querido Remus —dijo Dumbledore, enderezándose, y mostrando por un instante que, debajo de esas viejas facciones, el mago más grande de todos los tiempos relucía con más fuerza que nunca—. Tengo un plan en mente. Y necesito de la ayuda de todos vosotros. Si lo aprobáis, creo firmemente que puede salir bien.

—Albus, usted no puede ir a una batalla —protestó Molly, mirándolo con expresión afectada—. Su magia está muy deteriorada…

Dumbledore suspiró con pesadez, dejándose caer de vuelta a las almohadas.

—Como siempre, tienes razón, Molly, querida. Por desgracia, este viejo cuerpo no está como antes. He estado demasiado tiempo a merced de hechizos que debilitaban mi magia. Tom se las ha arreglado para hacer de Nurmengard un lugar monstruoso —cerró los ojos un instante, como si los recuerdos lo abrumaran, pero después volvió a abrirlos. Reluciendo éstos con fuerza—. Pero no me impedirá preparar el mejor plan que esté a nuestro alcance. Puedo daros toda la información que necesitéis de Hogwarts. Y permitidme que os diga, pecando de egocéntrico, que no vais a encontrar a nadie que conozca Hogwarts como yo. Con el permiso de los señores Weasley, aquí presentes, y también del señor Lunático —se atrevió a bromear, mirando a los mencionados. Fred y George esbozaron idénticas sonrisas orgullosas. Lupin sacudió la cabeza con divertida resignación.

Harry sonrió de oreja a oreja. Recorrió la habitación con la mirada, pasando por todos sus compañeros, uno a uno. Observando sus expresiones encendidas, ilusionadas. Por fin la suerte les sonreía. Detuvo su mirada finalmente en Ron y Hermione, los cuales le devolvieron la sonrisa.

—Adelante.


¡Terminamos con un gran chute de energía! 😍 La Orden se prepara para arriesgarlo todo en una espectacular batalla. Con el objetivo de liberar al dragón. ¡Se acerca la batalla final! 😱 Os adelanto que estará dividida en tres capítulos, y publicaré el primero de ellos lo antes posible...

¿Qué os ha parecido el capítulo? 😊 ¿Qué escena os ha gustado más? El reencuentro entre Lucius y Draco; volver a ver a Nott (¡está vivooooo! Con secuelas, pero vivo... Ya podemos respirar ^^); el rescate de Nurmengard; a Draco peleando contra Nott, y luego contra Narcisa (me ha encantado escribir esto); Voldy vs. Hagrid (ay, ay, ay…)… ¿Con ganas de volver a ver a Draco y a Hermione reunidos de nuevo? Yo también… 😍

Ojalá os haya gustado mucho. Me encanta leer vuestras opiniones, así que, si os apetece dejarme un comentario, ni lo dudéis ja, ja, ja 😍

¡Muchísimas gracias por leer! ¡Un abrazo enorme a todos, y nos leemos en el siguiente! 😘