¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? ¡Ojalá genial! 😊 Para mi propia sorpresa, he tenido bastante tiempo estas semanas para repasar el capítulo, así que aquí está, un poco antes que de costumbre je, je... 💪¡El segundo capítulo de la batalla! ¡Qué emoción! 😱 Tened en mente que cada escena sucede por algo, no hay nada al azar… 😏

Un millón de gracias a todos los que estáis al otro lado de la pantalla, como siempre. 😍 No me quiero enrollar, porque el capítulo es bien larguito, y quiero que lo leáis YA 😂, pero espero de corazón que la historia os siga gustando. Gracias por estar ahí. 😍😘

Recomendación musical: "The words" de Christina Perri

Y… ahora sí… ¡disfrutadlo!


CAPÍTULO 53

Traidores

Filius Flitwick pronunció la contraseña ante la gárgola que ocultaba el despacho del director, intentando elevar su chillona voz a pesar de encontrarse sin aliento debido a la carrera por los diferentes pasillos para llegar hasta allí. Hagrid, tras él, resoplaba también sonoramente, haciendo vibrar su espesa barba negra. Le daba la espalda, y apuntaba con su paraguas rosa en una mano, y su ballesta en otra, hacia los corredores contiguos.

—Profesor, no hay nadie por aquí. ¿Dónde estarán los muchachos? ¿Thomas y Finnigan? —murmuró, preocupado, mientras la gárgola se apartaba a un lado.

—Ha debido ocurrirles algo —pronunció el diminuto profesor, comenzando a ascender por la escalera de caracol que se abría frente a él—. Un imprevisto...

—¿En el despacho, o antes de llegar a él? —murmuró el semi-gigante, yendo tras él y mirando hacia lo alto de las escaleras, con desconfianza.

—Ahora lo comprobaremos —susurró Flitwick. Y el leve temblor que se apreció en su voz estremeció el corazón de Hagrid.

Al llegar arriba, ambos alzaron varita y paraguas al unísono, y apuntaron con ellos a la puerta del despacho. Estaba entreabierta. La atravesaron despacio, Flitwick en primer lugar, atentos a cualquier ruido, a cualquier sombra.

El despacho estaba en penumbra, a excepción de la luz de la luna que se colaba por las amplias ventanas. Nada más entrar, ambos supieron que algo había ocurrido. El ambiente olía a óxido. Olía a magia. A pesar de la oscuridad, vieron que todo estaba destrozado. Los cristales de las vitrinas y vidrieras de las ventanas habían estallado, y los diferentes muebles habían saltado por los aires, aterrizando de cualquier manera, generalmente en astillas. El dorado soporte en el que el fénix Fawkes solía dormitar, estaba volcado y partido por la mitad. La alfombra, cubierta de escombros que habían caído del techo.

El profesor de Encantamientos agitó su varita sin esfuerzo, en un cotidiano gesto, y las luces de las diferentes velas que adornaban el despacho se encendieron con una amarillenta luz que hizo más débil la de la luna.

—M-Merlín, no… —gimió Hagrid. Y su voz fue un sollozo instantáneo. Su ballesta cayó sobre la alfombra con un golpe seco.

El profesor Flitwick no contestó. Se limitó a cerrar los ojos un instante. Mientras Hagrid daba media vuelta, dando la espalda al centro de la habitación, sin dejar de sollozar con fuerza, él se acercó despacio hacia los dos cuerpos que yacían en el suelo. Sus cortas piernas amenazaron con fallarle.

Estaban tirados uno casi sobre el otro, en posiciones diferentes y aleatorias. Como dos muñecos que acabasen de caer desde lo alto, y nadie se hubiera preocupado de recolocarlos. Filius se arrodilló en el suelo, a su lado, y se inclinó hacia uno de ellos. Seamus yacía bocarriba, con los ojos vacíos, fijos en un techo que ya no podía ver. La boca, cerrada, y un rictus de terror en sus facciones. El semi-duende acarició su mejilla con una de sus delgadas y algo arrugadas manos. Se mordió el labio inferior mientras dos gruesas lágrimas escapaban desde sus ojos. A Dean, tirado sobre su amigo, no le veían el rostro, pero estaba indudablemente muerto.

Hagrid, a sus espaldas, sollozaba con desesperación. A Flitwick le pareció que lograba acercarse unos pasos, porque escuchó su voz por encima de su cabeza.

—Eran… Merlín… eran tan buenos chicos —balbuceó entre atropelladas inhalaciones—. Tan… jó-jóvenes… ¿Q-quién... quién…?

Pero Flitwick ya había apartado la mirada de los dos chicos. Sus diminutos ojitos estaban escrutando a su alrededor. Asimilando que no había nadie.

—No podemos hacer nada por ellos. Tenemos que abrir las chimeneas —susurró, casi sin voz. Poniéndose en pie con dificultad—. ¿Puedes hacerlo tú? Voy a mandar un Patronus para avisar de esto…

Hagrid obedeció sin decir nada. Acercándose a la enorme chimenea con pasos pesados. Sus todavía frenéticos sollozos eran lo único que rompía el silencio. Filius tomó aire de forma trémula, y alzó la varita. Pero la voz de Hagrid tras él le impidió realizar el hechizo.

—P-profesor… Mire esto, por favor…

Filius se giró y lo vio parado ante la chimenea. Se acercó, intentando discernir lo que le señalaba con su enorme mano. Las brasas, claramente apagadas desde hacía tiempo. Le llevó varios segundos ver lo que era. Alargó la mano y sacó algo de entre las ascuas. Algo que parecía un trozo de tela parcialmente calcinado. Lo sacudió contra su túnica, primero, y agitó la varita después para limpiarlo del todo con ella. El Sombrero Seleccionador tosió algo de la ceniza que había tragado.

—La oscuridad no se cierne sobre la escuela —murmuró entonces el sombrero. La abertura que lo cruzaba de lado a lado moviéndose mágicamente—. La oscuridad está aquí. Él está aquí.

Hagrid inhaló de forma trémula. Flitwick no movió ni un músculo. Ni dejó de contemplar el sombrero.

—¿Q-Quiere decir que…? —comenzó Hagrid, rompiendo el denso silencio.

—Hay que abrir las chimeneas —sentenció Flitwick, mirando todavía el sombrero. El rastro de las lágrimas aún brillaba en sus ancianas mejillas, pero la luz titilante que se reflejaba en sus gafas le confería el mismo aspecto fuerte y decidido de siempre—. Y avisar a todos. Lord Voldemort nos ha engañado. Está dentro del castillo.


Draco estaba sin respiración. Tenía la garganta seca. Estaba intentando encontrar el camino más rápido a las mazmorras; pero no era tan sencillo, ya que también estaba tomando todos los pasadizos posibles. Intentando no cruzarse con nadie.

No era tonto. Ahora estaba solo. Y, aunque se sentía considerablemente satisfecho con su entrenamiento, no estaba seguro de cómo funcionarían sus reflejos en una batalla real. Uno contra uno. Con su mano izquierda. Así que decidió retrasar el momento de batirse en duelo todo lo posible.

No había podido esquivar a un alumno de Hogwarts varias esquinas más atrás. Un muchacho de, calculaba, diecisiete años. Del último curso. Que, por supuesto, y a pesar del adiestramiento de Lord Voldemort que había recibido en la escuela, no había sido rival para él. Él llevaba tres años peleando en una jodida guerra de verdad

Sin mayores contratiempos, había logrado encontrar la escalera rota tras el tapiz donde se separó de su madre, pero no la encontró allí. Ni viva ni muerta. Había conseguido irse. Supuso que iría a la Sala Común de Slytherin, a donde se dirigía también su padre. No estaba muy seguro de dónde estaría Nott a esas alturas. Sabía que al comienzo de la noche habría estado en los terrenos, para poder llevar a cabo su transformación a la luz de la luna, pero quizá ya no siguiese allí.

Sintiéndose cada vez más agotado por el acelerado caminar, se detuvo en medio de un corredor vacío. Recuperando mínimamente el aliento. Se apoyó en la pared, y se quitó la pesada máscara plateada, dejándola sujeta bajo su axila, para tener la mano izquierda libre y secarse el sudor de la cara con la manga. Su ropa estaba mugrienta, y supo que se había ensuciado la piel con toda seguridad. No importándole en absoluto. Se quitó la capucha de la cabeza, y palpó con cuidado la herida que tenía en un lateral. Sus dedos regresaron a su vista manchados de pegajosa sangre. Pero no era mucha. Y ya no le resbalaba por la sien. Y no se sentía mareado. No parecía una herida importante.

Con un suspiro pesado, giró la cabeza para mirar hacia atrás. No había nadie.

Todavía no había visto a Granger…

Podía ser cualquiera. Cualquier miembro enmascarado de la Orden del Fénix. Y no tenía ni idea de cómo iba a encontrarla. Cómo iba a reconocerla.

Los problemas de uno en uno…

Dándole un susto considerable, un tapiz que se encontraba a pocos metros de él fue rasgado de lado a lado de improviso. Draco alzó su varita al instante, con afortunados reflejos, pero no llegó a atacar. En el último instante, reconoció que era un acelerado Snape quien lo estaba cruzando a toda velocidad. Al correr, su larga túnica ondeaba tras él, confiriéndole su más que reconocible aspecto de murciélago. Se detuvo en el centro del desierto pasillo, observando a su alrededor, hasta que se topó con Draco. Los ojos del ceñudo profesor se abrieron ligeramente.

—Draco —saludó, en voz baja, acercándose a él. Lo evaluó de arriba abajo—. ¿Estás bien?

Y Draco se preguntó cómo diablos lo había reconocido tan deprisa. Y entonces recordó que se había quitado la capucha, y también la máscara. Maldita sea, qué idiota era

Apenas había visto a ese hombre en tres años. Sabía que había acudido a su mansión en varias ocasiones, y había estado a su lado en multitudinarias reuniones, pero no habían intercambiado ni una sola palabra a solas. Draco se las había arreglado para que fuese así. Siempre se las apañaba para volverse ilocalizable cuando Severus preguntaba por él. Su madre le había comentado varias veces el interés que Snape mostraba en hablar con él, pero Draco había sabido disimular y escaquearse. No quería hablar con él. No quería siquiera mirarlo a la cara. No sabía cómo hacerlo.

"¿Acaso no eres consciente de que te estás jugando su maldito cuello haciendo esto?"

Ante su cordial pregunta, Draco se limitó a dar una única cabezada. Endureciendo su expresión. Elevando su barbilla ligeramente después. En actitud casi desafiante.

—¿Estás solo? —volvió a cuestionar el hombre, atravesándolo con sus negros ojos. Draco apretó las mandíbulas.

—He perdido de vista a mis padres —confesó el muchacho, irguiéndose. Se aseguró de que su voz sonase firme, como si no estuviese excesivamente preocupado—. ¿Los ha visto? No estoy seguro de que se las apañen sin mí.

Snape no se alteró ante su frágil intento de mostrarse dueño de la situación.

—No, no los he visto. ¿No tienes un escuadrón que liderar? Creía que ahora eras General de Las Sombras —añadió, fijando sus ojos en las insignias de su pecho. Dos calaveras plateadas, una junto a la otra, brillaban en su túnica.

—Estoy buscando a mis padres —repitió como un mantra, con tono neutro. Severus arqueó una ceja.

—El Señor Oscuro ha dicho que tenemos que evitar que los alumnos escapen por las chimeneas…

—Ya lo sé —interrumpió Draco, ofendido, entre dientes.

—Me alegro de que lo sepas —espetó Snape, arrugando su boca en un rictus de desprecio—. En ese caso, tus padres estarán en alguna Sala Común. ¿Qué haces en medio de un pasillo…?

—¿Y usted? —protestó el chico, más enfadado a cada palabra de su viejo profesor. La comisura izquierda de Snape tembló en una cínica sonrisa.

—He estado delante de la Sala Común de Hufflepuff, impidiendo entrar a los mortífagos. Ya han empezado la evacuación de esa Casa por las chimeneas. Ahora voy a subir a Ravenclaw, necesitan ayuda allí…

La mandíbula de Draco adquirió vida propia. Cayó por su propio peso, tembló como si fuera a decir algo. Pero después volvió a cerrarse. Se abrió de nuevo, en otro vano intento de articular palabra, para volver a cerrarse instantes después.

Su ceño se frunció mientras intentaba encontrar el más mínimo sentido a lo que acababa de escuchar.

—¿Pero qué… dice? —trató de articular, recuperando el habla a duras penas—. ¿Impidiendo… qué? ¿Acaso es usted un… un…?

—¿Un traidor? —espetó Snape con desinterés, echando un vistazo perezoso alrededor, alerta por si alguien aparecía—. ¿Un espía doble? Es posible. Llámalo como quieras. Pero solo un estúpido querría que el Señor Oscuro ganase esta guerra. Solo llevará al mundo mágico a la decadencia. Esta es la última oportunidad de la Orden de derrotarlo. Y, viendo el patético plan que han organizado, creo que necesitarán toda la ayuda posible...

—¿Cómo se atreve a…? —pronunció Draco de forma automática, pero se interrumpió él mismo. ¿Por qué protestaba? Si él… pensaba de igual manera. Pero no podía decirlo... ¿O sí?—. ¿Por qué me cuenta esto? —dijo en cambio, con desconfianza—. Soy un General de Las Sombras. Podría denunciarlo de inmediato y abrirle un consejo de guerra tan pronto como esta batalla llegue a su fin...

El aire escapó por la ganchuda nariz de su interlocutor. Se había reído.

—No creo que te escandalices de escuchar algo así, muchacho. Algo me dice que tu lealtad no es… digamos… consistente.

—¿Qué insinúa? —espetó Draco, elevando el tono de voz—. No se atreva a…

—¿A qué? —escupió Severus a su vez—. ¿A recordarte la realidad? Sí, chico, llevas unos cuantos años cumpliendo con lo que todos esperan de ti… Pero, créeme, sé que no es así como te sientes de verdad. No hay medias tintas en esto. O crees en la causa al cien por cien, o no te crees nada.

—¿Y qué le hace pensar que no creo en la causa al cien por cien? —se burló Draco. Aunque supo que se estaba cavando su propia tumba. Sabía perfectamente lo que Snape iba a decirle. Se lo había puesto en bandeja.

—Hermione Granger —susurró, efectivamente, Snape. Con aire casi reservado—. Una persona que representa absolutamente todo lo que se supone que quieres erradicar en este mundo, y con la cual tuviste un… affair, o lo que fuese, cuando tenías diecisiete años. Plenamente consciente de lo que hacías. Y eso no se hace con unas creencias como las que predica el Señor Tenebroso.

Draco apretó los dientes. Tragándose la bilis. Maldito pretencioso

—Eso fue hace mucho tiempo —siseó. E incluso él fue consciente de lo bajo que había hablado. Sin fuerzas. Snape arqueó una ceja.

—¿Y no has vuelto a verla? —se burló, con desgana. El pecho de Draco se apretó, y sintió que tiraba de él hacia abajo. Curvando su espalda ligeramente. Aunque intentó mantenerse erguido.

"¿Me estás diciendo que ella no está alistada en la Orden, codo con codo con su amigo Potter?"

"Absurdo es que te hayas engañado a ti mismo de esa manera todo este tiempo..."

¿Y si la había matado…?

—No —fue lo único que logró articular. Como un autómata. Con la vista fija en el pecho de su interlocutor. Incapaz de enfrentar su mirada. «Espero que no…».

Tres segundos de silencio. Y Draco lo escuchó entonces suspirar. Sin burla alguna.

—No soy tu enemigo, chico. Si no sabes jugar tus cartas, te quedarás solo. Valora a los que estamos aquí.

Draco no pudo articular palabra. ¿Snape, un traidor? No se lo esperaba… Pero, curiosamente, hizo que una ola de alivio lo invadiese. Casi irreal. Él no era el único que se sentía así. El único, aparte de Nott, que había dejado de estar de acuerdo con el proceder del Señor Oscuro. Snape, el que había sido su profesor favorito durante años, y uno de sus referentes más queridos, a pesar de algunos roces, también era un traidor. Y tal revelación le infundió un extraño valor. Una adrenalina que le recorrió el cuerpo entero. La sensación de que no estaba solo en ese lugar de la guerra. Ese lugar destinado a los desertores, que temen por su vida por parte de ambos bandos. Lo llenó de las fuerzas que necesitaba para continuar. Para hacer las cosas de forma diferente. Como quería hacerlas.

—Puede que Granger esté en las filas de la Orden —se escuchó murmurando. Con los ojos clavados en una arruga de la túnica de Snape—. Solo es una posibilidad, pero quizá esté luchando en esta guerra. Y quizá esté en el castillo esta noche.

Snape guardó silencio ante él. Tanto tiempo, que Draco sintió que su rostro se acaloraba de forma progresiva sin que pudiera evitarlo. Pero, cuando el hombre habló, su voz sonó serena. Sin un ápice de burla.

—Los mortífagos van a intentar destruir la cúpula desde la Torre de Adivinación —sentenció. Los ojos de Draco se alzaron de nuevo. Abiertos con sorpresa—. Si ves a alguien de la Orden, deberías decírselo para que puedan evitarlo. El Señor Oscuro puede perder, Draco. Y, si lo hace, sería todo mucho más fácil —los ojos de Snape cayeron por primera vez hasta el suelo. Draco pudo ver su cerebro dando vueltas con frenesí. Su viejo profesor cerró los ojos un breve instante, y después volvió a mirarlo. Y Draco supo que lo que le dijo a continuación no era sobre Voldemort, ni sobre la Orden, ni sobre la cúpula, ni sobre la guerra—: Protégela tú. No confíes en nadie.

No dijo nada más. Y Draco supo por qué.

Provenientes del otro lado de la esquina, se oían extraños sonidos que atrajeron sus miradas, pero que ninguno de los dos consiguió identificar en primer lugar. Draco vio, por el rabillo del ojo, un par de cuadros que se encontraban en una pared perpendicular al pasillo que él ocupaba, y cuyos habitantes parecían estar viéndolo todo. Un señor barbudo que se tapaba la cara, muerto de miedo, y una mujer anciana, con un estrambótico sombrero, tiraba de él para llevárselo al cuadro contiguo, vacío, cuyos habitantes parecían haber huido.

Draco volvió a poner atención a los sonidos, mientras intentaba establecer contacto visual con Snape, pero éste miraba los cuadros con fijeza. Se oían gruñidos, gritos, diferentes hechizos. Ambos vieron luces reflejarse en los cristales de una ventana cercana. Un fuerte rugido erizó la piel de Draco por completo.

—Lárgate de aquí —ordenó Snape entonces, en un seco murmullo—. Por el otro lado. Vete. Ahora.

Y, sin decir nada más, dobló la esquina, varita en mano. Draco, incrédulo, ni se le ocurrió obedecerle. Se acercó a la esquina y asomó la cabeza con cautela. Se le escapó un jadeo.

Un enorme licántropo se encontraba en medio del pasillo, de espaldas, erguido en sus dos patas traseras. Dos mortífagos estaban tirados en el suelo, a sus pies, muertos, o al menos lo suficientemente malheridos como para no poder levantarse. Otros dos aguantaban de pie todavía, luchando contra el animal. Por un sobrecogedor instante, pensó que se trataba de Nott, pero acto seguido comprendió que no lo era. Era muy grande, muy robusto. Por un lado, parecía más salvaje de lo que jamás imaginó que su amigo podría ser, pero, por otro, había algo en él que lo hacía más humano de lo que Nott seguramente sería.

El animal estaba rugiendo ruidosamente, lanzando zarpazos y bocados a diestro y siniestro, mientras era atacado por diversos hechizos que no reaccionaban contra su rugosa y peluda piel como lo harían contra la de un ser humano. Pero sí le arrancaban aullidos de dolor. El morro estaba manchado de un fluido color carmín, y echaba espuma por la boca.

—¡Desmaius! —sentenció Snape sin molestarse en alzar la voz, apuntando la varita directamente a uno de los mortífagos.

Uno de los encapuchados, que Draco no logró averiguar quién era, cayó al suelo como un fardo. El hombre lobo rugió, al parecer orgulloso de semejante final. Pero el otro mortífago, que Draco no alcanzaba a ver, con el hombre lobo en medio, seguía en pie.

—¡Lupin, atrás! —exclamó Snape, con voz más fuerte, colocándose junto al hombre lobo.

Draco abrió mucho la boca, casi olvidándose de permanecer oculto tras la esquina. ¿Lupin? ¿Remus Lupin? ¿De la Orden? ¿Y Snape lo estaba defendiendo abiertamente?

Acababa de dejar caer su tapadera...

No tuvo demasiado tiempo de pensar en ello. La voz que escuchó ante él, tan reconocible, hizo que su estómago se sintiese vacío.

—¿Qué… qué demonios estás haciendo, Snape?

Bellatrix Lestrange se encontraba al otro lado del hombre lobo, con la varita alzada hacia él, mirándolo con furia. Se había quitado la máscara, posiblemente porque le estorbaba para luchar. O quizá porque le daba igual mostrar su rostro al enemigo. Ella nunca tenía miedo de nada. Tenía las aletas de la nariz temblorosas, y observaba a Severus con los ojos brillantes de enfermiza locura. La viva imagen de lo que representaba la traición del hombre.

—Bastardo traidor —farfulló la mujer, con voz inestable por la furia—. ¿Estás del lado de la Orden...? ¿Cómo te has atrevido…?

Snape se irguió en toda su estatura. No hizo ademán de retroceder. Ni de responder. Lupin volvió a rugir de forma poderosa, erizando los pelos de su lomo.

—¡Vete! —le gritó Snape, sin llegar a girarse. No apartaba sus ojos de la mortífaga—. ¡No te arriesgues! ¡LARGO! Yo me encargo de ella…

—¡Ah, no, no escapará! —chilló Bellatrix, alzando su varita con rapidez—. ¡Ese licántropo es mío! ¡Y tú también, miserable embustero!

Lo siguiente que Draco vio, fue un gran destello cegador que lo obligó a girar el rostro. Una terrible batalla se desató ante él. Bellatrix lanzaba un hechizo tras otro, y ella misma se bastaba y se sobraba para mantener a raya, tanto a un mago experimentado como Snape, como a un agresivo licántropo. Movía su varita a una velocidad pasmosa, mientras retrocedía, lanzando maldiciones y bloqueando los hechizos de Snape, al tiempo que creaba escudos y lanzaba parte de las paredes a un agresivo Lupin que intentaba acercarse a ella a como diese lugar, con los dientes listos para destrozarla.

Draco, sin pararse a pensar en lo que hacía, se precipitó por la esquina, dispuesto a unirse a la violenta lucha. Tenía que ayudar a Snape. Eso era lo único que su cerebro registraba. No podría él solo contra Bellatrix. Pero, proporcional a la fuerza que utilizó para comenzar a andar, así fue la fuerza con la que salió propulsado hacia atrás. Un muro invisible le impidió doblar la esquina, y lo hizo caer al suelo de espaldas sin ninguna dignidad. Aturdido, se incorporó y miró ante él. No había nada. Se puso en pie de un rápido salto y volvió a intentar doblar la esquina. De nuevo, una barrera invisible se lo impidió, haciéndolo retroceder varios pasos, trastabillando. Logró contemplar la batalla que seguía disputándose al otro lado, pero no podía llegar hasta allí. Nadie parecía haber reparado en su presencia.

Retrocedió un frustrado paso y apuntó al aire con su varita:

Finite —pronunció. Alargó la mano izquierda, pero la barrera seguía ahí—. ¡Finite incantatem!

Nada. Seguía sin poder pasar. Snape había creado una barrera para mantenerlo a salvo, estaba convencido. Para impedirle participar en la lucha. Sin perder ni un segundo más, dio media vuelta y echó a correr por el pasillo, alejándose de sus dos ex profesores y su tía.

Tendría que dar la vuelta para llegar por otro lado.

"Protégela tú".

«Granger…».


Samantha sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies, y cayó sin remedio, aferrada todavía a la balaustrada, hasta el piso inferior. Durante varios confusos e irremediables segundos que se sintieron interminables. Una explosión cercana había hecho temblar todo el pasillo y resquebrajado el lugar. Aterrizó sobre el montón de escombros en que se convirtió la balaustrada, y cayó rodando varios metros hasta detenerse sobre una polvorienta alfombra, quedándose sin respiración. A su lado, otras dos personas cayeron con pesados ruidos sordos. Escuchó algunos gritos. Y más piedras cayendo. La chica, temblando, tardó un par de segundos en darse cuenta de que seguía viva. Le dolía mucho un costado, pero estaba viva. Intentó enderezarse, para ver dónde estaba. El polvo que la rodeaba la hizo toser. Se colocó de rodillas, vacilante.

Se encontraba al lado de unas amplias escaleras, que habían sobrevivido a la explosión, y junto a ella había varios cuerpos. Algunos levantándose, como ella. Otros inmóviles. Al fijar su mirada en uno de los cuerpos inertes, a su izquierda, unos ojos velados la contemplaron. Era una joven rubia, de cabello rizado, tendida con el cuello retorcido en una extraña postura. Samantha tragó saliva, obligándose a apartar la mirada, sintiendo una náusea ascender por su garganta. Su cuerpo empezó a sacudirse sin control. Estaba muerta. Esa chica estaba muerta…

—¿Estás bien? —preguntó una voz a su derecha. Elevó la mirada hacia allí, y vio a un joven un par de metros más lejos. Girado hacia ella. Su rostro oculto con una Máscara del Fénix. Y, tras ella, unos ojos azules, coronados de un brillante cabello rojo. Grisáceo por el polvo que los rodeaba.

Samantha asintió con la cabeza, casi por inercia. Pero seguía temblando. Los ojos de la chica volvieron a desviarse hacia la joven muerta, a su lado. Estaba muerta. Sintió que el nudo de su garganta se apretaba, haciéndola respirar de forma más acelerada… Tosió ligeramente, con los ojos llenos de lágrimas. Aquella chica estaba irremediablemente muerta

Sintió una mano en su hombro. El chico pelirrojo se había acercado a ella.

—¿Estás herida? —volvió a cuestionar, sin dejar de mirarla. Los labios de Samantha temblaban. Negó con la cabeza. Aunque ni siquiera lo sabía.

—¡Ron! —gritó una voz, más lejos. Era otro chico que se había acercado a otra de las personas que permanecía tendida en el suelo. El joven llamado Ron, el pelirrojo que estaba a su lado, le dirigió un impaciente gesto con la mano a su compañero. Todavía junto a Samantha.

—Estoy bien —se apresuró a asegurar la chica. Consiguiendo hablar. Consiguiendo respirar. Había sufrido demasiados ataques de pánico mientras estaba prisionera de los mortífagos como para no saber controlarlos, al menos en parte—. G-gracias…

El chico todavía vaciló. Terminó dando un apretón en su hombro con la mano y alejándose con prisa en dirección al chico que lo había llamado. Samantha se concentró en seguir respirando hondo. Se palpó el costado, y comprobó en la palma de su mano que no sangraba. Miró alrededor con aprensión. Los cuerpos que se mantenían inmóviles ya estaban siendo atendidos por otras personas. Su ayuda no serviría de mucho. Comprendiendo que no era necesaria allí, echó a andar por el pasillo, alejándose de aquel lugar.

Tras comprobar que el corredor que había ante ella estaba desierto, se metió por un pasadizo lateral que ascendía en forma de estrechas escaleras.

Debía seguir con su misión. Debía encontrar a Draco.

No había dejado de buscarlo desde la conversación que había mantenido con Hermione Granger. Iba a encontrarlo. Tenía que encontrarlo. Se lo debía. Se lo debía a ambos. A Draco, por haber sido su amigo durante dos años. Por haber cuidado de ella. Por haber sido, junto a Nott y Narcisa, las únicas palabras amables que había escuchado en años. A Hermione Granger, por sacarla finalmente de esa pesadilla.

Había localizado a su escuadrón en un piso inferior, en el ala oeste, donde supuso que, estratégicamente, estarían. El grueso estaría en el centro, y los escuadrones pequeños intentarían subir por los extremos. Solía ser así. Había escuchado hablar a Draco y Nott demasiadas veces sobre las estrategias que utilizaban. Era una conversación recurrente. Pocas veces tenían temas de conversación que no fuesen sobre la guerra.

Samantha se las apañó para inspeccionar al escuadrón sin que la viesen, pero verificó con decepción que Draco no estaba con ellos. No había nadie con dos calaveras en la túnica. El General de Las Sombras no estaba presente. No le quedó otra opción que continuar, dando vueltas por todas partes, esperando encontrarse con él. Al menos hasta que tuviese un plan mejor. Ojalá supiera realizar el Encantamiento Patronus, como los miembros de la Orden… Tenía que haber una manera de comunicarse con él…

Si al menos pudiera encontrar a Nott…

Pero era plenamente consciente de la presencia de la luna llena. Y del reciente estado de su amigo. Theodore no estaría pasando una noche especialmente halagüeña, ni sería de gran ayuda…

Atravesó un tapiz, roto, rasgado por la mitad, y llegó a un nuevo pasillo desierto. No vio a nadie a simple vista. No sabía en qué piso estaba, comenzaba a perderse en la inmensidad del lugar, pero los mortífagos no parecían haber alcanzado esa planta. La batalla se estaba desencadenando en los pisos inferiores. Sin embargo, no tardó en escuchar ruidos a su izquierda, en el pasillo contiguo. Respiró con profundidad, muriéndose de miedo ante lo que pudiese encontrar, pero echó a andar en dirección a los sonidos.

Aferrando firmemente la varita en su mano, asomó la cabeza por la esquina. Allí se estaba desencadenando una violenta batalla. Los ojos de la chica se abrieron como platos al ver el lomo erizado de un enorme licántropo, que rugía mientras esquivaba poderosos hechizos.

«¿Nott…?»

Tenía que ser él. Lo había encontrado, lo había encontrado

—¡Lupin, vete ya! —gritó entonces una voz, atrayendo la mirada de Samantha. Un hombre delgado, de rostro cetrino enmarcado por dos cortinas de cabello grasiento, y nariz aguileña, estaba luchando encarnizadamente, codo con codo con el licántropo. Enfrentándose a otra persona que Samantha, en medio de los cegadores hechizos, no distinguía.

¿Lupin? ¿Remus Lupin, de la Orden? Era uno de los hombres que la habían rescatado de Nurmengard. No sabía que era un licántropo.

Entonces no era Nott…

—¡No vais a ir a ningún sitio, alimañas! —chilló una voz femenina súbitamente. Una voz que Samantha conocía bien, para su propio pavor. Y entonces descubrió, en efecto, la presencia de Bellatrix Lestrange, enfrentándose a ambos hombres.

Sintió un escalofrío que la recorrió entera. Esa mujer era el demonio. Un terrible demonio. La chica le tenía más miedo que al propio Señor Tenebroso.

—¡LUPIN, VETE! —volvió a gritar el hombre de cabello negro—. ¡Tienes que subir ya!

Bellatrix emitió entonces una salvaje carcajada, echando hacia atrás su delgado rostro. Sus rizos enmarcaron su feroz y divertida expresión.

—¡Ni pienses que ese perro sarnoso va a poner un pie en la Torre de Adivinación! —Samantha frunció el ceño. ¿La Torre de Adivinación? ¿Qué estaba pasando ahí?—. ¡No va a salir de este pasillo! —vociferó la mujer, volviendo a agitar la varita.

Lanzó un brillante fogonazo de color azul, que hubiera impactado contra el lobo, de no ser porque el hombre moreno se colocó delante y lo rechazó con un ágil movimiento de varita. Lo siguiente sucedió en un abrir y cerrar de ojos. El hombre se giró hacia Lupin y lanzó un potente Bombarda que impactó en la pared tras él, abriendo un enorme boquete que hizo temblar los cimientos. El cielo nocturno se recortó tras el licántropo. Bellatrix trastabilló y tuvo que sujetarse a la pared, perdiendo posibilidad de apuntar. Entonces el hombre de cabello negro, con otro movimiento de varita que reclutó ambos brazos, lanzó un Impedimenta que impactó en Lupin y lo lanzó por los aires, haciéndolo salir volando por el gran agujero de la pared. Haciéndolo así abandonar el pasillo, y la batalla, en medio de un poderoso rugido.

Samanta tuvo que taparse la boca para contener un grito. Pero comprendió su propósito casi al instante. Desde esa altura, no había forma de que un licántropo se lastimase al caer al suelo. Era un cuerpo fuerte y ágil. Diez veces más que un ser humano. Aquel hombre de nariz aguileña lo había salvado. Lo había alejado de Bellatrix contra su voluntad. Ahora solo quedaban ambos.

Bellatrix dejó escapar un grito de rabia, que no tenía nada que envidiar al emitido por el licántropo, y volvió a lanzar otra maldición, que el hombre volvió a rechazar, enviando ondas expansivas por todo el pasillo.

—¡Repugnante malnacido! ¡Puerco inmundo! —gritaba Bellatrix, al parecer ciega de ira al ver que semejante presa se le escapaba—. ¿Quién te has creído que eres, Snape? ¿Y tú eras la mano derecha del Señor Tenebroso? ¡NO ERES MÁS QUE UN BASTARDO TRAIDOR! ¡MISERABLE! —lanzó de nuevo otro hechizo, que Snape no logró repeler y se vio obligado a apartarse físicamente. Parte del techo se derrumbó ante ambos, creando una nueva nube de polvo—. ¡AVADA KEDAVRA!

Samantha abrió mucho los ojos. Se apartó en el último momento, arrojándose al suelo tras la esquina. La luz verde la cegó. Un ronco sonido, como un torrente que planease por el aire, invadió el pasillo. La onda expansiva hizo estallar los cristales de las ventanas que quedaban en pie, y también el vidrio de los cuadros. El polvo que había levantado la explosión del muro salió volando, llegando al pasillo en el que Samantha se encontraba. Alcanzó a escuchar un sonido de piedras romper contra el suelo. La chica se quedó inmóvil varios segundos, aguzando el oído. Escuchó un ronco jadear. Y un gruñido femenino, cargado de frustración. Aquel hombre parecía seguir con vida.

Se asomó de nuevo por la esquina, todavía desde el suelo. Efectivamente, seguía en pie, con su negra túnica rodeándolo. Otra enorme abertura se abría en el muro, dejando ver la noche al otro lado. Aquel hombre parecía haber arrojado parte de la pared hacia la bruja, a modo de escudo para bloquear la Maldición Asesina. No se podía bloquear de ninguna manera mágica.

El mago parecía tranquilo, al contrario que la mujer. Ésta estaba desatada.

—Traidor… Mentiroso… —escupió Bellatrix. Pero ahora fue el turno del hombre de alzar la varita y de apuntar a la bruja con ella. Mientras una luz verde se formaba en la punta.

Avada Kedavra —pronunció con calma, con su fría voz retumbando en el pasillo. Bellatrix, con unos terroríficos reflejos, arrancó de cuajo parte del suelo que había bajo ellos, creando un muro, bloqueando de igual forma la maldición. Samantha sintió que el suelo temblaba bajo sus pies. Vio grietas creándose a su alrededor, comenzando en el pavimento, y ascendiendo por las paredes como raíces de rápido crecimiento. Estaban debilitando la estructura del pasillo muy seriamente. Todo se iba a venir abajo.

La chica, llevada por el pánico, se puso en pie y echó a correr en dirección contraria, escuchando tras ella nuevos hechizos pronunciados por los dos magos.

No podía, de ninguna manera, intervenir en dicha pelea. Caería muerta al instante; no estaba capacitada, en absoluto, para enfrentarse a Bellatrix Lestrange, ni siquiera ayudada por aquel habilidoso hombre que parecía ser un mortífago renegado, según las palabras de Bellatrix.

Sin llegar a conocer el resultado de la batalla, se alejó corriendo lo más deprisa que sus piernas le permitieron.


Draco estaba teniendo el que seguramente sería el duelo más absurdo de todo el castillo. Hubiera apostado todo el dinero de su cámara de Gringotts. Quizá también era el duelo más absurdo al que se había enfrentado nunca.

Un duelo contra Peeves. Peeves, el poltergeist. Peeves, el poltergeist, y sus vainas de Snargaluff.

El chico tuvo que ocultarse de nuevo tras una columna del pasillo del cuarto piso, justo a tiempo de evitar que una vaina verde y palpitante le golpease de lleno en el rostro. El suelo a su alrededor estaba lleno de los horrorosos tubérculos. Algunos de ellos reventados, el líquido viscoso de su interior esparcido por la alfombra.

—¡Peeves, maldito desgraciado, déjame pasar! —gritó, fuera de sí. Asomó tras la columna y lanzó un maleficio al fantasma, quien lo esquivó con absurda facilidad, dando una pirueta en el aire.

—¡De eso nada! ¡Este pasillo me pertenece! ¡Los mortífagos no pasarán! —exclamó el bufón entre risotadas, orgulloso de sí mismo. Tras dar otra voltereta, arrojó una nueva vaina de Snargaluff a un frustrado y rabioso Draco. Éste la rechazó con un furioso movimiento de varita, llevándola a estrellarse contra la pared.

—¡Te he dicho que te apartes! ¡Tengo que…!

Pero la expresión del hombrecillo de pronto se iluminó, sus ojos negros reluciendo maldad.

—¡Petrificus Totalus! —gritó una nueva voz femenina tras Draco. El joven, en un afortunado acto reflejo, giró en redondo y conjuró un rápido y efectivo Encantamiento Escudo que bloqueó el hechizo.

Su corazón se sacudió. Era Minerva McGonagall. Despeinada y polvorienta. Ensangrentada. Tan severa como la recordaba.

Aturdido viendo acercarse a su vieja profesora a grandes zancadas, con expresión enajenada, se olvidó instantáneamente de Peeves. De Peeves, y de sus vainas de Snargaluff.

Sintió un repentino golpe en la parte trasera de su cabeza, con algo blando y viscoso. Pero lo suficientemente firme como para arrojarlo al suelo de bruces, aterrizando en codos y rodillas. Notó el frío líquido verdoso chorrear por su nuca y cara hasta llegar a la alfombra.

—¡Le di! ¡Le di! ¡Tranquila, profesora, este pasillo está controlado! ¡Le dejo a éste, voy a por refuerzos!

Draco escuchó los cascabeles del fantasma mientras se alejaba por el pasillo. El chico, estresado y rabioso, y cegado por el líquido, se quitó la máscara con la mano izquierda, dejándola en el suelo en un rápido gesto. Con la intención de limpiarse la cara. Apenas se pasó la manga por la piel, sintió un súbito y duro contacto bajo su mentón.

Se descubrió el rostro, alzando la mirada. Encontrándose una larga varita bajo su barbilla, sujeta por su decidida profesora de Transformaciones.

La mujer lo reconoció entonces, al verlo revelar el rostro. Draco vio la confusión en sus ojos verdes. No apartó su varita, pero sus labios se despegaron con sorpresa. De pronto, no pareció capaz de atacar a uno de sus antiguos alumnos. Aunque llevase puesta una túnica de mortífago. Y su propia vacilación pareció estar conmocionándola por dentro.

—Señor… Malfoy —articuló con un hilo de voz. Sonando decepcionada al ver a uno de sus alumnos a las órdenes del mago oscuro.

Draco sostuvo su mirada, en silencio. Sin parpadear, alejó de su cuerpo el brazo con el que sujetaba la varita, y la dejó caer sobre la alfombra, a una distancia prudencial de él. Demostrándole que no quería pelear.

La mujer parpadeó. Y entonces bajó la varita, solo un poco. Lo justo para no presionarla contra la barbilla del chico. Apuntando ahora a su pecho, solo por precaución. Su expresión lucía algo menos acusadora.

—¿Ha visto a mis padres? —cuestionó el chico en voz muy baja. Miraba a la mujer de forma reservada, demostrándole que tenía muy clara su posición. Que su vida estaba en sus manos. Pero que no por eso iba a mostrarse asustado. Minerva, tras dos segundos, y sin alterar su rostro, negó con la cabeza muy levemente. Draco tragó saliva y volvió a intentarlo—: ¿A Theodore…? Bueno… —se corrigió, cerrando los ojos un instante—. A un hombre lobo. Quizá esté en los terrenos. Es Theodore Nott.

La mujer bajó entonces la varita completamente, con expresión descompuesta. Draco, aun así, no se movió. No sería sensato. Su varita estaba fuera de su alcance. Y, de todas formas, no quería pelear contra ella.

—Ha entrado al castillo. Me han dicho que lo han visto por la primera planta —confesó la mujer, con voz afectada—. Nadie sabía quién era…

—Tengo que encontrarlo —murmuró el chico, aun sin moverse—. No quiere hacer daño a nadie. Y, en ese estado, lo hará. Tengo que ayudarle.

Minerva crispó los ojos. Mirándolo con abierta incredulidad. No parecía entender del todo la conversación que estaban manteniendo. Y a Draco le pareció lo más lógico.

—¿De qué lado estás, muchacho? —preguntó la bruja, observándolo tras sus finas gafas cuadradas. Estaban algo torcidas en el puente de su nariz. Draco resopló y cerró los ojos un instante. Esa era una buena pregunta, que ni él mismo se había hecho hasta ahora.

—No lo sé. Creo que de ninguno.

En ese momento, se escucharon fuertes voces que provenían del pasillo contiguo. Voces agitadas, emocionadas. Y la inconfundible risa de Peeves.

Un gran y fantasmal grupo se estaba acercando por el corredor. Capitaneados por Peeves y Sir Patrick Delaney-Podmore, líder del Club de Cazadores sin Cabeza, decenas de fantasmas cabalgaban de forma silenciosa, pero con evidente espíritu guerrero. Como si efectivamente fuesen a una cacería. Ignorando a los inmóviles Draco y Minerva, se alejaron por el pasillo, cantando y voceando, dándose ánimos para la batalla.

Draco, todavía observándolos alejarse, sintió de pronto que el peso del líquido de la vaina de Snargaluff abandonaba su cuerpo. Se miró la túnica, y vio que estaba limpia. Devolvió su mirada a la profesora McGonagall, varita en mano. Terminando de realizar el encantamiento Tergeo.

—¿Qué hace aquí, señor Malfoy? —cuestionó entonces la profesora, en voz baja. Y Draco vio que se había recuperado parcialmente de su estupor. Que ahora volvía a mirarlo con su habitual severidad.

—Sobrevivir —confesó Draco. Al verse libre de la varita de la bruja, se puso en pie, recuperando algo de dignidad. Sintiéndose entonces en igualdad de condiciones. Recogió su varita del suelo, y también su máscara—. Sobrevivir a esta noche. Y prepararme para lo que suceda después.

—¿Le da igual quién gane esta noche? —preguntó McGonagall. No había acusación en su voz, al menos no evidente. Parecía, simplemente, interesada en entenderlo.

Draco resopló por la nariz, apartando el rostro a un lado. ¿Le daba igual? En parte. Quería la conclusión que más le favoreciera a él y a sus intereses.

Miró de nuevo a la profesora. Con el corazón retumbando en la garganta. Sin saber qué hacer.

"No soy tu enemigo, chico. Si no sabes jugar tus cartas, te quedarás solo. Valora a los que estamos aquí."

"…Mírate. Te ha dicho algo ahora mismo, cuando yo he salido, y por eso te has puesto así. ¿Qué ha sido? ¿Va a contárselo a alguien…?"

"¡No, claro que no va a contárselo a nadie! ¡La profesora McGonagall es una persona honorable, que jamás haría algo semejante! ¡Ella no es estúpida, es perfectamente consciente de lo que acaba de ver y de nuestra situación! ¡Jamás nos haría algo así!"

—¿Ha visto a Granger? —preguntó antes de poder contenerse. Con la voz de una afectada Hermione, de tres años atrás, todavía retumbando en su cabeza—. ¿Hermione Granger? ¿Está aquí?

McGonagall tardó en reaccionar. Esta vez, lo miró por encima de sus gafas, como si así lo viese con más claridad. Su rostro no varió. Lucía grave, confuso. O, quizá, menos confuso.

Se escuchó una explosión lejana. El suelo tembló ligeramente. McGonagall se apoyó en la pared con una mano, en un acto reflejo para mantener el equilibrio, pero no dejó de mirar al chico.

—Sí —reveló finalmente, con voz tenue—. Estaba conmigo en el Patio de Transformaciones al comienzo de la noche, pero seguramente ya habrá subido al castillo.

Draco sintió que le flaqueaban las rodillas, aunque se cuidó de no demostrarlo. No pudo contener una discreta exhalación temblorosa, que esperó que su interlocutora no hubiera percibido.

«Granger está en el castillo… Está luchando…»

«Está alistada en la Orden del Fénix…»

Nott tenía razón. Como siempre. El muy bastardo…

—¿Ustedes…? —la voz de la profesora pareció fallar nada más empezar a hablar. Estaba anormalmente erguida. Su pecho, cubierto por el grueso camisón, subía y bajaba rápidamente. Su boca, apretándose en una mueca que Draco no tenía claro si era de confusión o de desaprobación. Dos profundas arrugas situadas entre sus finas cejas. No llegó a hacer la pregunta, pero no hizo falta.

—En nuestro último año —dejó escapar Draco, antes de ser consciente de ello. Nunca creyó que mantendría esa conversación con la Jefa de la Casa Gryffindor. Y, sin embargo, ahí se encontraba—. Lo sabe de primera mano, profesora. Filch nos pilló aquella vez. Estoy seguro de que lo recuerda…

McGonagall dejó escapar un resoplido escandalizado. Se colocó mejor las gafas sobre el sudoroso puente de la nariz. Se escuchó otra explosión, pero esta vez el suelo no tembló. En cambio, comenzaron a oler a humo.

—Cómo olvidar algo semejante… —profirió, perturbada. Draco también dejó escapar el aire por la nariz, en algo que parecía una risotada. McGonagall y su decoro… Pero ella añadió entonces, con dureza—: Me pareció… incomprensible. Nunca entendí cómo ella… Usted siempre demostró odiarla. Es hija de muggles, señor Malfoy, y creo que no había ni una sola persona en el castillo que no conociese sus prejuicios al respecto —añadió, con más énfasis, elevando sus cejas. Como si pensara que él no se había dado cuenta de eso—. Y me pareció increíble que se empeñase en recalcar tanto una simple tapadera…

—Nunca fue una tapadera —interrumpió Draco, frunciendo el ceño. Como si fuese ridículo. Genuinamente molesto—. Cada cosa que dije, la pensaba de verdad. Al menos… al menos hasta el último año. Ahí sí tuve que… disimular.

Minerva apretó los labios. Mirándolo con atención. Al parecer, sin entenderlo. Y Draco no la culpaba. ¿Quién podría entenderlo, salvo ellos?

—¿Entonces…? ¿Qué lugar ocupa Hermione Granger en esa ecuación?

Draco resopló por la nariz. ¿Qué lugar ocupaba ella? Ojalá cada maldito rincón de su vida...

—Es complicado… —espetó él, con malhumorado y poco educado sarcasmo. Enfadado consigo mismo, en realidad.

—Me lo imagino —admitió la mujer. Y la suavidad de su tono hizo que el chico volviese a mirarla. Extrañado, y algo receloso. Las arrugas de su rostro se habían difuminado—. ¿Y de verdad era necesario… disimular?

—¿Ocultarlo? —se burló Draco, mirando a un lado con desdén. Esbozando una cínica sonrisa—. No me joda, profesora. Lo ocultamos por la misma razón por la que usted no nos delató cuando se enteró. Nos jugábamos mucho. Nos jugábamos la vida, y usted lo sabe.

Ella no dejaba de mirarlo. Su pecho subía y bajaba todavía visiblemente. Su rostro lucía afectado.

—¿Por qué está del lado del Señor Tenebroso, entonces? —murmuró, sin apenas voz. Draco sintió su propia respiración acelerarse. Nervioso, e incómodo. Ella lo había entendido. Había entendido lo que Hermione Granger significaba para él. Y no se lo esperaba, realmente.

Es complicado.

El pecho de McGonagall tembló en un suspiro. Casi una triste risa. Aunque el chico no la miraba, ella no podía apartar los ojos de él.

—¿Pero… ustedes están… ahora? —cuestionó entonces, con más énfasis. Casi escandalizada. Como si acabara de ocurrírsele algo semejante.

—No… —aseguró Draco, y tuvo que soportar un pinchazo en el pecho ante sus propios pensamientos. Tragó saliva antes de añadir—: No nos hemos visto desde entonces. Desde que dejamos el colegio.

McGonagall parpadeó, y, ante su silencio, Draco la miró de nuevo. Pudo ver que estaba haciendo cálculos en su mente a toda prisa. Por supuesto, era imposible que recordase cuándo había sido la última vez que vio a cada uno de sus alumnos.

—Han pasado… años, señor Malfoy —informó, como si él no lo supiera. Draco ni siquiera se molestó en resoplar. Solo pudo mirarla con desdén.

—¿Y?

McGonagall lo miró. Simplemente lo miró. Entonces se acomodó la capa sobre los hombros, y sujetó su varita con renovada firmeza. Cuadró los hombros, enderezándose. Draco comprendió que se estaba despidiendo de él.

—Si la veo… ¿quiere que le diga algo? —ofreció la mujer, con voz firme. Aunque con una comprensión que el muchacho nunca le había escuchado antes.

Y Draco casi sintió una oleada de vergüenza recorrerle las extremidades. No quería su compasión. Su ayuda. No quería nada…

"Protégela tú. No confíes en nadie."

Tragó saliva. Pero entonces se dijo, pateando su vanidad, que quizá no podría hacerlo solo. No si, realmente, quería salvarla.

—No. Solo… protéjala. Hasta que yo llegue —siseó, con los ojos fijos en la mujer. Categórico. Casi una orden.

McGonagall tuvo que parpadear, sus ojos sospechosamente brillantes de pronto. Aunque no tuvo oportunidad de decir nada. Se escuchó una nueva detonación, y los quejidos de la estructura del castillo. Todo volvió a sacudirse a su alrededor. Ambos oscilaron levemente, aunque lograron no caer. Y entonces escuchó a McGonagall suspirar.

—Descuide, señor Malfoy.

Draco alzó la mirada en su busca, pero ella ya se estaba alejando por el pasillo. La vio desaparecer rápidamente por una escalera cercana, dejándolo solo de nuevo. El chico cerró los ojos y se los frotó con su mano sana. Era una pesadilla tras otra. ¿Acababa de cometer un error? Le había desvelado su posición, si es que estaba en alguna, a un miembro de la Orden del Fénix. Y todo por encontrar a Nott. Y a Hermione.

Iban a destruir la cúpula. Y la Orden del Fénix no lo sabía. No le había dicho nada a McGonagall. ¿Debería haberlo hecho…?

Un nuevo temblor sacudió el pasillo, y esta vez fue más fuerte que los anteriores. Tanto, que lo arrojó al suelo de costado. Su mano derecha fallando al soportar su peso. No notó el dolor, pero estaba casi seguro de que se la había torcido de forma lesiva. Parte del techo, a lo lejos, se derrumbó, golpeando la alfombra en un estruendo de rocas. La columna que había tras Draco crujió pero no se movió. Una lámpara de pie que había cerca cayó y regó el suelo de brasas. Por suerte no alcanzaron la alfombra.

Con el corazón latiendo desenfrenado, aguardó, inmóvil, hasta que el temblor cesó. Entonces, un sonido mucho más sutil, más limpio, invadió sus oídos. Un suave ulular.

Alzó la mirada, todavía tirado en el suelo. Una lechuza.

Una desconocida lechuza parda volaba en ese momento por encima de su cabeza, cerca del techo del pasillo. Describiendo algunos círculos. Draco la contempló con consternación. ¿Se habían escapado las lechuzas de la Lechucería?

A pesar de que era lo último que hubiera esperado que sucediese, un pergamino doblado cayó en la alfombra, ante él. Parpadeó, mirándolo con fijeza. Miró a la lechuza, pero ésta se alejó a toda velocidad. ¿Qué clase de broma era esa?

Sin saber qué otra cosa hacer, desconcertado como pocas veces había estado en su vida, se acomodó mejor en el suelo del pasillo y cogió el pergamino. Su nombre estaba escrito en una esquina, con letra apretujada. Un lejano sonido de explosión lo hizo estremecer, pero después se concentró en desdoblarlo a toda prisa. No podía haber lugar a dudas. Eso era para él.

Se encontró algunas palabras escritas, en una caligrafía pésima y apenas legible. Incluso había algunas manchas de tinta arrastrada, como si la hubieran rozado con el canto de la mano cuando todavía estaba húmeda. La persona que la había escrito había tenido mucha prisa por enviarla. La leyó en menos de cinco segundos, y sin apenas tiempo de superar su sorpresa, se puso en pie y corrió todo lo rápido que le daban las piernas por el pasillo.

A las tres en el aula de Runas Antiguas. Es importante.

Después búscame, estaré en el tercer piso.

Samantha.


Hermione, hasta ese momento, nunca se había dado cuenta de hasta qué punto la puerta del aula de Runas Antiguas chirriaba. El corazón le dio un vuelco al escuchar el, para ella, ensordecedor sonido metálico retumbar y extenderse por la estancia. Tras un rápido vistazo a su alrededor y ver que ninguna figura oscura, ni ningún brillante hechizo, había salido disparado hacia ella, pudo por fin cerrar la pesada puerta a sus espaldas. Se cerró con un golpe seco, y los sonidos del exterior quedaron completamente amortiguados.

La chica se detuvo un instante para contemplar el lugar, antaño tan visitado por ella, y que hacía tanto tiempo que no pisaba. Se encontraba tal y como lo recordaba, con la diferencia de que nunca lo había visto de noche. Las antorchas y candiles estaban apagados, y la luz de la luna entraba por las ventanas sin cortinas. El enemigo no había entrado en ese lugar. Estaba intacto. Las filas de mesas se alineaban correctamente. La pizarra estaba limpia.

El silencio se le hizo poco natural. Estaba acostumbrada a la ajada voz de la anciana profesora Babbling recitando la lección. El rasgueo de las plumas. Los murmullos de sus compañeros…

Había pasado mucho tiempo de eso. Parecía otra vida.

Se giró, y miró la puerta a sus espaldas. Mucho tiempo…

"¡MALFOY! ¡MALFOY, POR DIOS, ABRE! ¡MALFOY, TENGO UN EXAMEN…!"

"¿En serio? Oh, bueno, en ese caso… ¡Oh, qué lástima! Creo que… Sí, eso es, creo que no me apetece abrirte. Ciao, Granger."

"¡MALFOY, MALDITO DEMONIO, ABRE LA PUERTA! ¡VUELVE AQUÍ! ¡ME LAS PAGARÁS, MALFOY! ¿ME OYES? ¡MALFOY!"

A Hermione se le escapó una sonrisa. Qué idiota era Draco en aquel entonces... Bah, para qué mentirse. Qué idiota seguía siendo.

Todavía con el fantasma de una sonrisa en los labios, miró alrededor. Buscando un lugar apropiado para esperarlo. Sus ojos captaron una simple puerta que se encontraba a su derecha. Un antiguo despacho que nunca se utilizaba. Serviría.

Avanzó hacia allí y se coló en el interior. Esa puerta no chirrió. Encendió su varita, asegurándose de que no había sombras malignas en ese lugar. Al comprobar que no las había, que cada rincón se iluminaba limpiamente, la apagó de nuevo y entrecerró la puerta. Dejando que solo la tenue luz nocturna de la luna se colase por el resquicio. Y se limitó a esperar. Peleando contra la agobiante sensación de estar perdiendo el tiempo. Cada segundo contaba, debía ayudar a sus amigos, ayudar en la batalla. No estar escondida en un despacho abandonado de un aula vacía. ¿Y si Samantha no había encontrado a Draco? No podría esperarlo ahí eternamente… Diez minutos. Le daría diez minutos y después se iría. Ese pensamiento, tener un plan de actuación, logró minimizar el apremiante nudo de su estómago.

Aunque no pudo evitar que una vergonzosa sensación de nostalgia la invadiese. Haciendo volar su imaginación. Tenía demasiados recuerdos con él en esa aula…

"¿Por qué estaban tus compinches deformando el rostro de Smith y tú te limitabas a mirar? Te recuerdo que eres Prefecto. ¿Qué ejemplo es ese para los otros alumnos?"

"Se metió conmigo. Durante el juego. No ha sabido perder."

"¿Eso es todo? ¿Se metió contigo? ¿Qué… diantres te ha dicho para que le hagáis eso?"

"¿Acaso te importa? O, mejor dicho, ¿te incumbe?..."

Era capaz de recrearlo como si hubiese sido ayer. Casi le arrancó otra sonrisa. Aunque, después de esa conversación, él intentó estrangularla contra una mesa que, sabía, estaba a sus espaldas. Mientras la amenazaba. Sacudió la cabeza con censura. Pero se mantuvo mirando a la nada.

Draco había cambiado. Mucho. Y no solo con ella. Le gritó entre lágrimas, ocultos bajo las gradas del campo de Quidditch, que ella era lo único que le importaba. Pero también se echó a llorar, en silencio, sin responder, cuando ella le preguntó en Grimmauld Place si de verdad apoyaba a Lord Voldemort. Todo había cambiado. Los dos habían cambiado.

Escuchó entonces otro chirrío cercano. La puerta del aula, de nuevo. Su cuerpo entero se puso rígido, y trató de distinguir algo por la rendija de la puerta del despacho. Hasta que una figura se recortó contra la tenue luz blanquecina de la luna. Estaba a apenas tres metros de ella. Era alta y delgada, enmascarada. Encapuchada. Mirando alrededor como si buscara algo. A Hermione no se le ocurría ninguna razón para que alguien que no fuese él entrase ahí, precisamente a esa hora, pero no pensaba arriesgarse. Y no fue hasta que se giró en dirección a ella, hasta que la chica pudo ver el destello gris de sus ojos, que estuvo segura. Era él. Pero no la había visto.

Hermione hizo rodar la varita en su mano. Preparándose. No había tenido tiempo de reflexionar sobre cómo proceder. Estaba desmemoriado. Y no estaba segura de cómo abordarlo. Se resistía a pensar que la atacaría de alguna manera, pero tenía que ser realista. Y era una posibilidad. Aunque la forma en que reaccionó en el número cuatro de Privet Drive, al reconocerla como su contrincante en el duelo, apuntaba lo contrario…

Hermione vio entonces que Draco alzaba la varita. Y contuvo el aliento, algo confusa. Lo escuchó murmurar algo, y entonces vio una nube brillante y mágica, de color dorado, justo ante ella. Delante de la puerta del despacho. Draco se giró hacia allí, con la varita preparada. La había encontrado. Homenum Revelio. Maldito estúpido perspicaz

La chica decidió jugar con la ventaja de la sorpresa. No podía retrasarlo más, o la atacaría incluso antes de verla, por precaución. De modo que, tras respirar hondo, se quitó la Máscara del Fénix, y la capucha, y abrió la puerta del modo más tranquilo y firme que pudo. Y enfrentó su mirada.

Draco alzó la varita apenas unos centímetros ante el movimiento de la puerta abriéndose. Pero no la movió más al ver que era ella. Enmascarado como estaba, Hermione no pudo ver su expresión. Pero tampoco hizo falta. Sabía que la había reconocido, por su simple reacción de no atacar. Pero tampoco se movió ni un milímetro. Completamente congelado en su lugar.

Hermione tragó saliva, obligándose a seguir siendo dueña de sí misma y de su cuerpo. Tenía que hacer las cosas bien. Pelear contra el desesperado deseo de arrojarse sobre él para apretarlo con todas sus fuerzas, y, en cambio, actuar de forma sensata. Lo miró a los ojos, a pesar de la distancia. Vio dos reflejos plateados. Pero tenía la máscara puesta. Y no podía traspasar esa protección.

Pidiéndole perdón en su mente, Hermione alzó la varita de forma rápida, con mano firme. Directa a su rostro. Arriesgándose a su reacción. Pero no la hubo. Ni siquiera un leve temblor de hombros por la sorpresa. No alzó la varita. No dijo nada. Y a Hermione le rasgó el alma la confianza que depositó en ella, a pesar de lo inusual de la situación. No trató de defenderse. De atacarla. No le tenía miedo.

—Quítate la máscara…susurró Hermione, con tono firme. Con voz clara, que atravesó el aire.

Dos segundos de total silencio. Draco mirándola todavía. Seguramente digiriendo su petición. Asimilando la varita que apuntaba a su rostro. Y Hermione empezó a plantearse que no funcionaría…

Pero entonces Draco elevó su mano izquierda, todavía con la varita entre los dedos, y alcanzó el borde de la máscara. Y tiró de ella hasta separarla de su rostro.

Y Hermione ni siquiera quiso ver su expresión. Ahora sí

Agitó la varita de forma precipitada. Imprevisible, esperaba. Un rayo de luz atravesó el aire, una luz blanca que golpeó a Draco de lleno en la cabeza. Éste se tambaleó al sentir el impacto. Al sentir el golpe en su mente. La máscara y la varita se le cayeron de la mano, retumbando y dando vueltas por el suelo hasta detenerse.

Y todo sucedió demasiado deprisa. Draco vio imágenes correr a toda velocidad por delante de sus ojos. Como si alguien acabase de usar la Legeremancia contra él, pero infinitamente más rápido. Casi una escena por segundo. Repitiéndose una y otra vez. Entremezclándose. Ordenándose. Sentía que algo tiraba de su cerebro. Como si quisieran arrancar un pedazo. Destapar algo.

Pero no solo eran las imágenes. Eran las emociones. Eran recuerdos, y cada uno estaba cargado, de forma implícita, de sentimientos. Y los sintió todos. De golpe. Todos de golpe.

Recordó encontrarse con Granger en aquella diminuta alacena de Privet Drive... Recordó abrazarla en la calle Blucher, sentir la humedad de su cabello bajo las manos, ambos empapados de lluvia... Recordó su cálida desnudez pegada a su piel… Recordó cómo se sentía mirarla en la penumbra de una llama… Recordó cómo lo abrazó con urgencia en aquel refugio de la Orden del Fénix, después del ataque al Valle de Godric... Recordó su propio Patronus… Recordó la varita de ella apuntando a su frente, borrando todo aquello…

Draco sintió que el suelo se desnivelaba bajo sus pies. O quizá sus tobillos vencieron ante el peso de demasiadas vivencias en tan pocos segundos. Solo supo que todo pesaba. Cada célula de su cuerpo. Y sintió el suelo golpear contra sus rodillas. Y sus codos. Y entonces reaccionó e intentó hacer algo de fuerza por sostener su peso. Para no presionar su frente contra el suelo. Y entonces se escuchó a sí mismo respirar. Jadear. Con desesperación. Como si acabara de ascender a la superficie después de estar buceando largo rato en el Lago Negro. Cogía aire con fuerza, pero después lo dejaba escapar de forma extraña. Sollozos. Sollozos desesperados. Descubrió entonces que no había cerrado los ojos, que solo los recuerdos lo habían cegado, impedido ver lo que lo rodeaba. Vio el suelo muy cerca de su cara. Vio las lágrimas que estaban cayendo de sus ojos directamente sobre la piedra.

Hermione no fue capaz de moverse, petrificada por la duda, al verlo derrumbarse en el suelo. No sabía si había funcionado. No sabía si estaba bien. Si lo había herido de algún modo. Pero, cuando escuchó sus sollozos, supo que lo había logrado. Recordar de golpe tantas cosas era una experiencia demasiado intensa, Hermione lo sabía. Era un cóctel de emociones terrible.

Con su propio sollozo abandonando su garganta, corrió hacia él, arrodillándose delante. Le rodeó el tronco con ambos brazos y trató de incorporarlo del suelo. Era un peso muerto en sus manos, pero consiguió abrazarlo y sujetarlo contra sí con toda la fuerza que poseía. Acomodándolo como buenamente pudo para que se apoyase en su regazo. Él estaba dejando caer todo su peso sobre ella, haciéndola respirar de forma entrecortada.

—Ya está —susurró Hermione precipitadamente en su oído, con voz temblorosa. Con delicadeza—. Lo siento mucho… Es… normal que duela. Lo siento. Aguanta un poco, solo un poco más…

El cuerpo de Draco temblaba mientras él peleaba por respirar. Tosiendo y boqueando por aire. Seguía dejando escapar incontenibles sollozos que lo hacían convulsionar. Su espalda se inflaba con fuerza bajo las manos de ella, buscando aire. Y Hermione había comenzado a acunarlo sin casi ser consciente de ello, de puro nerviosismo.

—Jo… Joder… —lo escuchó entonces farfullar, con la boca hundida en su ropa. Hermione se mordió el labio, cerrando también los ojos. Su voz, incluso su improperio, mandando una oleada de calma a sus extremidades. Estaba lúcido.

—Lo sé —articuló la chica, afectada por su sufrimiento. Aferrándolo de la espalda con una mano, sosteniéndolo, y acariciando su nuca con frenesí con la otra—. Lo siento mucho... Lo siento mucho, mi vida... Pasará pronto, te lo prometo. Aguanta... Estoy aquí….

Repitió tales palabras contra su hombro durante los largos segundos que Draco necesitó para recomponerse. Hasta que sintió que recuperaba el aliento. Notó que conseguía incorporarse, dejando de apoyar su peso en ella. Y que la rodeaba con ambos brazos. Apretándola ahora él contra sí con fuerza. Que pudiese moverse de nuevo era una buena señal. Y también que la abrazase así.

La chica enterró la cara en su pecho y cerró los ojos con fuerza. Hincando las uñas en su espalda. En medio del desordenado abrazo, todavía ambos de rodillas en el suelo, en medio del enredo de túnicas en el que estaban envueltos, supo que él había hundido el rostro en su cuello, porque podía notar su caliente respiración contra su piel.

—¿Estás bien? —susurró Hermione. Sentía tal alivio al ver que estaba sano y salvo que apenas podía pensar con claridad. Notó a Draco asentir, su respiración terminando de regularse poco a poco. Había logrado dejar de sollozar de forma incontrolada, aunque seguía resollando—. ¿Lo recuerdas todo? —cuestionó aun así, solo para asegurarse—. ¿La Calle Blucher…? ¿La…?

—Todo —corroboró él, en un murmullo, sin dejarle terminar.

Se separó ligeramente de ella. Lo justo para buscar su mirada. Su rostro lucía sereno. Había recuperado su plena capacidad pulmonar y su habitual aplomo. Y volver a ver sus ojos grises ante ella casi le arrancó un sollozo. Y más aún que éstos la escrutasen de arriba abajo. Examinando de un cuidadoso vistazo la integridad de su túnica y sus protecciones. Comprobando que estaba mayormente ilesa. Pequeños cortes aquí y allá. Una contusión en su mandíbula. Pero ilesa. Y viva.

Hermione no pudo contener una rápida y nerviosa sonrisa. Llevó ambas manos, sucias de polvo, al rostro de él, para secar los rastros de humedad de sus mejillas. El rostro del chico estaba igualmente sucio, y sudoroso, y un golpe en su cabeza había dejado un reguero de sangre, ya seca, en uno de los lados de su cara.

La chica tragó saliva, frunciendo los labios ante eso, y tiró un poco de su cabeza para bajársela. Para tener una mejor perspectiva de la herida. Valorando su gravedad. Draco resopló por la nariz y alzó su mano izquierda para rodearle la muñeca con ella. Deteniendo su escrutinio.

—Granger… —protestó, entre dientes. Pero Hermione no le hizo caso. Acababa de ver su mano, rodeando la suya. Dejó la herida de su cabeza, al comprobar que no era nada demasiado urgente, y le dio la vuelta a su mano. Escrutando su palma. Las heridas abiertas de su superficie, las quemaduras de sus dedos. Producto de haberse agarrado con desesperación a las tejas del tejado. Hermione tomó aire con vehemencia.

—Dame un segundo, tengo… —murmuró, casi para sí misma. Llevando sus manos al interior de su túnica. A su bolsito de cuentas. Pero Draco chasqueó la lengua, alargando su mano. Intentando rodear sus dos muñecas con ella, sujetándola sin mucho éxito.

—Para —pidió en su defecto, con firmeza. En voz baja. Y la forma en que la miró, hizo que la chica, en efecto, dejase en paz su bolso. Relajándose entera. Permitiendo que él apoyase su frente en la de ella. Cerrando ambos los ojos, apenas unos segundos, regalándose ese instante de paz. Hermione soltó sus manos de su agarre, y le rodeó el antebrazo con una de ellas. Usó la otra para envolver su nuca, a tientas. Enredando los dedos en su rubio cabello. Al tener los ojos cerrados, no vio, pero sí sintió, cómo Draco deslizaba su piel contra la suya, sin separarse, hasta poder apoyar sus labios en su frente. Inmune a la suciedad que la cubría y a su seguramente enmarañado flequillo.

Hermione sonrió y apretó su antebrazo con más fuerza. Y entonces fue consciente de la ausencia de contacto de su otra mano. Su mano...

Abrió los ojos y separó la frente de sus labios. Bajando la cabeza. Buscando su mano derecha. Ésta reposaba inerte sobre su muslo. El pecho de Hermione se estremeció y se infló desde dentro. Sus ojos lo buscaron. Encendidos. Acusadores.

—¿Por qué no me dijiste lo de tu mano? —espetó, en un susurro. Comenzando a respirar con dificultad debido a una creciente furia. Y la mueca resignada que Draco esbozó no mejoró su estado de ánimo.

—Porque me hubieras impedido irme —respondió simplemente, como si fuera evidente. No preguntó cómo lo sabía. Los labios de Hermione se crisparon.

Por supuesto que lo hubiera hecho… —siseó, acalorada.

—¿Lo ves…? —se burló él. Sin alterarse. Hermione exhaló con la boca abierta, abrumada de indignación.

—Tenías que habérmelo dicho —exclamó, más alto. Con rabia. Echándose hacia atrás ligeramente, separándose de él para verlo mejor—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¿Cómo pretendías que superara si te hubieran matado por mi culpa, por haberte dejado marchar, estando herido?

—Eso no es… —comenzó él, de forma desganada. Como si esa conversación no le interesase lo más mínimo. Pero ella continuó. Sin ceder en su enfurecida postura.

—No, cállate. Eres lo peor. No eres más que un mentiroso. Un… un egoísta que solo piensa en sí mismo… —farfulló, frenética. Y, a pesar de haberse alejado unos centímetros, no pudo evitar que él se acercase a ella de nuevo. Sujetando su nuca con su mano sana y dando un rápido beso en sus labios. Ella exhaló y lo empujó del pecho—. Ni te atrevas. No pienso perdonarte esto. Eres un… un desvergonzado —pillándola con la guardia baja de nuevo, concentrada en su enfurecido discurso, él se acercó otra vez para darle otro beso. No alejándose después de su boca. Hermione no tenía más margen para distanciarse, pero siguió insultándolo, pegada a sus labios—: Un… un ególatra mentiroso —otro beso por parte de él siguió a sus palabras. Y la voz de ella perdió fuerza ante su cercanía, pero no cesó en sus insultos—: Un… un… un zopenco…

Draco dejó entonces escapar una súbita risotada contra sus labios.

—¿Un zopenco? —repitió. Divertido de pronto. Hermione bufó con rabia.

—Sí, un zopenco.

Draco rio con la garganta. Se quedó entonces quieto, mirándola a los ojos. No intentando volver a besarla. Su pulgar barriendo su nuca en una lenta caricia. Hermione apretó los labios, todavía resentida. Pero sus ojos se estaban humedeciendo. Estaba vivo

Se le escapó un suspiro. Y se sorbió la nariz, antes de acercar su rostro al de él para darle ella un beso en los labios. Uno firme, boca contra boca, sin movimiento. Como los que él le había dado. Pero considerablemente más largo. Al separarse, los ojos de Hermione brillaban. Mucho.

—Tenías que habérmelo dicho —susurró. Y su voz sonó sofocada entonces. Enfadada todavía, pero también al borde de las lágrimas. Draco la contempló, ya sin burla. Se humedeció los labios, bajando la mirada. Con un suspiro discreto.

—Lo sé. Lo siento —accedió entonces a murmurar, con seriedad. Con sinceridad—. Pero tenía que volver.

Ella lo miró a los ojos. Indecisa.

—¿Viste a Nott? —susurró entonces, ya sin fuerzas para seguir discutiendo. Draco asintió con la cabeza, en silencio—. ¿Está bien?

Él vaciló un largo instante, pero terminó asintiendo de nuevo. Hermione sintió que no estaba siendo del todo sincero, pero también vio en sus ojos que no era el momento. De modo que no insistió. Trató de respirar por encima del nudo de su garganta. Cuadrando ligeramente los hombros, para recomponerse. Sus ojos ahora fijos en su mano inerte. Alargó su propia mano y acarició su piel con suavidad. Ésta no se alteró bajo su toque. Sabía que él no notaba nada. Lo veía en sus ojos resignados. Pero estaba vivo.

—¿Lograste hablar con Samantha? —preguntó entonces la chica, aunque se imaginaba que era evidente. Draco titubeó un instante ante el cambio de tema, pero terminó asintiendo otra vez. No demasiado convencido.

—Algo así. Me envió una nota… ¿Ella está bien? ¿Está… está aquí? —añadió, escuchándose incrédulo de pronto.

Ella cabeceó una afirmación, comprendiendo su duda. Lo miró con expresión de disculpa.

—Sí… Por lo visto ha decidido venir a la batalla. No lo sabía, me he enterado cuando ya estábamos aquí. Hablamos, y,… Le conté lo de tu hechizo de alteración de los recuerdos. Me dijo que te buscaría y te traería aquí, para que pudiese deshacerlo —explicó, groso modo. Draco la escrutó con sus ojos claros, luciendo vacilante. Casi pensativo. Pero Hermione no tenía tiempo de esperar a que asimilase esa información—: Tengo que irme enseguida —añadió ella, con renovada firmeza—. No puedo demorarme mucho, tengo varias cosas que hacer...

Draco devolvió su atención a la chica, volviendo a enfocar sus ojos. Y le dedicó una mirada cargada de hostilidad.

No vas a volver ahí fuera…

Hermione dejó escapar una exhalación contenida.

—No hablas en serio —replicó, casi amenazadora, arqueando ambas cejas. Draco se lamió los labios y ella vio su expresión crisparse. Irritarse.

—Esto no es ninguna broma. Habéis generado un caos absoluto. No he visto nunca una batalla como la de ahí fuera. Esa cúpula… —se pasó la lengua por el interior de la mejilla—. Ahora mismo es efectiva para que el resto del ejército no entre, pero terminarán eliminándola. No podéis ganar.

—Que entre el resto del ejército, o no, es… secundario —confesó Hermione. Dudó un ínfimo instante, y después añadió—: Hemos venido porque queremos liberar al dragón. Creemos que lo traerá aquí para defender el castillo, para acabar con la cúpula, y entonces lo liberaremos.

Draco calibró esa declaración unos instantes, mirándola con fijeza.

—¿Liberar al dragón? ¿Cómo demonios vais a hacer eso? —cuestionó, con abierto desdén.

—La cúpula. Tiene un hechizo que librará al dragón del yugo de Voldemort. Solo tiene que atravesar la cúpula, y será libre —explicó, orgullosa. Permitiéndose curvar sus labios en una sonrisa. Draco no sonrió, y sus ojos claros se movieron con rapidez en sus cuencas, analizando semejante información.

—Eso es arriesgado —opinó, con voz neutra. Hermione suspiró, sin dejar de sonreír.

—Lo sé. Pero funcionará. Solo necesitamos que haga venir al dragón.

—Quizá considere demasiado arriesgado traerlo —replicó Draco, frunciendo el ceño ligeramente—. Quizá incluso haya adivinado vuestras intenciones. Estando él aquí, quizá no necesite al dragón.

Hermione lo sabía. Había recibido la sorprendente comunicación de Flitwick. Igual que todos. Lord Voldemort ya estaba en el castillo.

—¿Cómo puede estar aquí? —murmuró Hermione, expresando en voz alta sus preocupaciones—. No puede haber atravesado la cúpula. Y, antes de venir, nos aseguraron que esta noche no estaba en el castillo… No puede…

—¿Quién os dijo eso? —quiso saber Draco, suspicaz. Hermione parpadeó, mirándolo con recelo. Como si se plantease por primera vez dudar de su informante.

—Hagrid —susurró, casi sin aliento. Y su corazón trastabilló al ver el repentino entendimiento que cruzó los ojos de Draco—. Es imposible que… Él, él jamás… —comenzó, con fiereza. Como si le retase a decir lo contrario.

—Maldición Imperius —replicó Draco a su vez, sin alterarse—. Está bajo su influjo. Desde hace semanas. Sabíamos que estaba utilizando un espía contra vosotros, pero no sabíamos a quién. Tiene que haber sido él.

Hermione sintió sus hombros hundirse. No se había esperado eso. ¿Cuánto sabría entonces el Señor Oscuro del plan? No demasiado. No podía saber demasiado. Hagrid, por suerte, no sabía nada sobre la verdadera función de la cúpula. No se lo habían contado a ningún aliado de la Orden, solo a los miembros internos, y ni siquiera a todos…

—Escúchame —murmuró entonces Draco, ante ella. Y algo en su voz hizo que Hermione fijase sus ojos en él de nuevo. Los del chico lucían inflexibles de pronto—. Me da igual San Potter. Me da igual la Orden del Fénix. Me da igual el Señor Oscuro. Me da igual Hogwarts. Y me da igual el puto mundo mágico —añadió, casi escupiendo las palabras—. Pero tú no. Así que vas a irte de aquí. Eres hija de muggles, tienes mucho más que perder que ellos…

—Draco… —susurró Hermione, en protesta. Entendiendo entonces a dónde quería llegar.

—No, cierra el pico —le espetó él, autoritario—. Te vas a ir de aquí…

—No voy a irme a ningún sitio —aseguró Hermione, categórica. Sin alterarse.

—Por supuesto que sí. Ahora no me vengas con esas, porque ya lo has hecho antes. Te fuiste la última vez, cuando metí a los mortífagos en el castillo, ¿recuerdas? Pues esto es lo mismo. Así que no me repliques. Lo hiciste aquella vez, y volverás a irte ahora, o te juro por Circe que…

—No… —susurró Hermione, en un hilo de voz. Sin fuerzas. Con el corazón en la garganta. Draco pareció capaz de zarandearla.

—Te estoy diciendo que…

—Digo que no lo hice.

Draco boqueó, atragantándose en medio de una inhalación rabiosa. Sin dejar de mirarla. Sus ojos parpadeando. A Hermione le estaba temblando el alma.

—¿Cómo? —logró cuestionar él, con incredulidad. Todavía inmerso en su anterior idea. Sin entenderlo. Sin querer entenderlo.

—Que no me fui —musitó Hermione. Sin dejar de mirarlo a los ojos—. Volví al castillo y peleé. Aquella vez.

—No lo hiciste —replicó Draco, con tono seco, como si su afirmación invalidase la de ella de forma automática. Hermione siguió sosteniendo su mirada. Esperando a que estuviese dispuesto a asimilarlo.

—Sí, lo hice. Te mentí. Lo siento mucho.

Cerró la boca, esperando la tormenta. Se la merecía. Porque él había querido protegerla, y ella le había mentido. ¿Cómo podía reprocharle haberle ocultado el estado de su mano…?

Draco tenía los labios entreabiertos. Sus ojos fijos en los suyos. Tardó tanto tiempo en parpadear de nuevo que Hermione lo hizo más deprisa, casi para compensarlo. Draco recorrió entonces su rostro, de arriba abajo. Con la mente muy lejos de allí. Se humedeció los labios resecos y bajó la mirada. Hermione escuchó su aliento temblar cuando exhaló largamente. Su pecho moviéndose al compás. Sus ojos oscureciéndose como una tempestad.

Estaba furioso. Tanto, que no parecía capaz de expresarlo. Ni parecía capaz de mirarla. Y eso a Hermione la asustó más que si le hubiera gritado.

—Draco —susurró, intentando que volviese a mirarla. No lo hizo—, lo siento. Lo siento muchísimo, pero tengo que hacer esto. Igual que tuve que hacerlo la última vez. Sé que quieres protegerme, y… te lo agradezco de todo corazón, pero no puedes. No puedes protegerme de esto. Si gana Voldemort, no hay salvación posible. Yo, y todos los que son como yo, estaremos condenados. Tengo que intentarlo, tengo que luchar con todo lo que esté en mi mano. Quiero luchar por tener un futuro. No pienso esconderme para salvar el pellejo. Si esta noche nos derrotan, asumiré las consecuencias. Tengo que hacer esto.

Draco no dijo nada. Tampoco la miró. Su cuerpo entero en tensión.

Desde su posición, el chico no entendía que ella estuviese dispuesta a morir por un bando perdedor. Por un bando que, casi con toda seguridad, sería derrotado esa noche. Él no lo concebía. No era su estilo. A él solo le importaba sobrevivir. Cambiaría mil veces de bando con tal de sobrevivir. Nunca tendría unas convicciones tan firmes como las de ella.

Ella podía haber muerto aquella noche. No se fue. Peleó en el castillo. Y Draco quería arrancarse el cabello a tirones por su estupidez. Por supuesto que haría algo semejante…

Podía haber muerto…

Devolvió su mirada a ella. Estaba mugrienta, su rostro cubierto de polvo grisáceo, de sudor mezclado con él. Despeinada como nunca la había visto, vestida con una túnica que estaba rota por varios lugares. Pero sus ojos seguían siendo los mismos. No, eran incluso más... Más adultos, más fuertes. Cargados de dos años de guerra. Pero seguían siendo dulces. Despiertos. Comprensivos. Abrasadores. Todo lo que siempre le había atraído de ella. Eran los ojos más bonitos que había visto nunca.

—¿Qué es eso? —cuchicheó entonces Hermione. Draco, sin pensarlo, sin fuerzas, siguió su mirada. Su varita, en el suelo junto a él, seguía iluminándose de forma intermitente.

—Me están convocando —murmuró él. Con tono neutro. Como si no fuese consciente de estar hablando. Todavía perdido en sus pensamientos—. Tengo que ir a liderar mi escuadrón como General de Las Sombras.

La miró. Ella ya lo estaba haciendo. Al ver que él volvía a fijar sus ojos en ella, Hermione logró volver a respirar. Las comisuras de sus labios temblaron en una sonrisa cauta, mientras alargaba las manos para acariciar sus antebrazos. Agradeciendo que él no se apartase. E hizo lo que mejor sabía hacer, especialmente cuando estaba nerviosa. Hablar.

—Entonces tienes que irte. Y yo también. Tengo que asegurarme de que la evacuación de los alumnos está siendo efectiva —informó Hermione. Con la vista fija en el regazo de él. Perdida en sus obligaciones—. También necesitaban ayuda en la Torre de Ravenclaw… Escúchame, pase lo que pase esta noche, nos vemos mañana en la Calle Blucher, ¿de acuerdo? A la hora de siempre…

—Te quiero.

Y la voz de Hermione dejó de resonar en la estancia. Su boca no se cerró, pero se convirtió en una parte inútil de su ser. Elevó la mirada hacia él. Como si quisiera asegurarse de que verdaderamente había hablado él.

La estaba mirando. Inmóvil. Casi ido. Recorriendo su rostro como si sus ojos no comprendieran lo que estaban viendo.

—¿Qué? —susurró la boca de Hermione, de forma apenas audible. Aunque le había oído perfectamente. Pero sentía que debía preguntar eso.

—Que te quiero —repitió Draco, con el mismo tono. Y ahora ella sí vio sus labios moverse. Su rubio ceño se frunció entonces ligeramente. Como si acabara de regresar a su cuerpo, y la sensación fuese extraña—. Te quiero —reiteró otra vez, con algo más de firmeza. Como si estuviese comprendiendo, a base de repetirlo, que era así. Como si de pronto fuese demasiado fácil decirlo, y, por ello, casi preocupante.

Y, cuando Hermione volvió a tener consciencia de su propio cuerpo, se sorprendió con una afectada sonrisa en los labios.

—Ya lo sé —suspiró ella. Como si fuese graciosamente evidente. Absurdo tener que mencionarlo. Alzó ambas manos, abarcando su rostro y acercándolo al suyo—. Y yo a ti —puntualizó, contra sus labios, cerrando los ojos. Como si no tuviera que tener miedo de decirlo—. Te quiero —susurró, dándole después un firme beso—. Te amo —Se separó de él un escaso centímetro para poder hablar, articulando de forma apenas clara, y después volvió a chocar su boca contra la suya. Y después otra vez—. Pero no me lo digas ahora —añadió, todavía contra sus labios.

—¿Por qué? —lo escuchó preguntar, en un murmullo igualmente bajo. Y sintió cómo le rodeaba el codo derecho con la mano. Manteniéndola cerca.

—Porque parece que no vas a decírmelo nunca más.

Y lo primero que Draco pensó fue que eso era una tontería. Pero después comprendió que no lo era. ¿Y si no lo hacía? ¿Y si no podía volver a decírselo?

Él no dijo nada. Apoyó su frente contra la de ella y mantuvo sus ojos cerrados. Para no mirarla. Porque nunca podía pensar si ella lo estaba mirando a los ojos. Y necesitaba pensar. O… quizá ya no hacía falta.

Podía acabar con esta guerra. No podría estar con ella. O eso creía. No tenía tiempo de pensarlo. Era, simplemente, el pensamiento por antonomasia. Pero podía salvarla. Protegerla. Aunque ella le había dicho que no, podría hacerlo. Iba a hacerlo.

—Tengo que encontrar a mis padres —susurró contra su piel—. Necesito asegurarme de que están bien. Mi madre nunca ha peleado en una situación así, y creo que ahora está sola. Es una gran duelista, pero… eso no es suficiente —Sintió que la chica asimilaba esa información durante unos segundos.

—Claro… —correspondió después, comprensiva, en voz baja—. ¿Y qué pasa con tu escuadrón?

—No voy a ir —admitió, sin alterarse. La sintió asentir contra su piel, algo indecisa—. Vosotros tenéis que evitar que destruyan vuestra cúpula.

—El dragón la destruirá —replicó ella a su vez, con seguridad. Sonando confusa por su advertencia. Draco negó con la cabeza, sin separarse.

—Van a intentarlo desde dentro, desde la Torre de Adivinación —reveló. Sin alterar su tono. Sin vacilar. Y sintió a Hermione tensarse en sus brazos.

—¿Qué…?

—Quizá deberíais hacer algo al respecto. Si es que os interesa ganar, claro. A mí me interesa que ganéis.


Harry retrocedió varios pasos hasta que su espalda se pegó contra la pared del Vestíbulo. Un rincón algo alejado del epicentro de la batalla. Casi en sombras, debido a la presencia de un enorme Grawp, a dos metros de él, agitando sus enormes manos de un lado a otro, llevándose por delante a cualquier mortífago que fuese lo suficientemente imprudente como para acercarse.

Se apoyó en el muro, resollando, y aprovechó la eficaz protección del gigante para recuperar el aliento. Había perdido su máscara casi una hora atrás, pero se había cubierto la cabeza con la capucha, intentando mantener su anonimato. Sería peligroso que el enemigo lo reconociese. Precisamente a él. Sujetando la varita con los dientes, se arrancó de un tirón la protección del antebrazo izquierdo. Un hechizo malintencionado se la había conseguido romper minutos atrás, y ahora colgaba de mala manera de su brazo, siendo más una molestia que una ayuda. La arrojó a un lado y miró a su alrededor. Temblando por la adrenalina.

La batalla en el Vestíbulo era encarnizada. Varios miembros de la Orden, y aliados, lanzaban hechizos a diestro y siniestro al pie de las escaleras y desde los pasillos contiguos, impidiendo a la mayoría de mortífagos abandonar esa zona. Desde uno de los rellanos superiores, asomada a la barandilla de piedra, la profesora Trelawney se entretenía lanzando diversas bolas de cristal contra el enemigo, ayudada por algunos alumnos. Varias estaban dando en el blanco. Harry podía oír a los centauros al otro lado de las enormes puertas de entrada, gritando y pifiando, y no permitiendo entrar a ningún enemigo más.

Oteando entre la multitud, volvió a coger su varita en la mano y lanzó una maldición a un mortífago que amenazaba la vida de una profesora Sprout envuelta en un grueso camisón marrón. Y fue entonces consciente, teniendo que detener cualquier otro gesto, de cómo su frente ardía de pronto. Su cicatriz había despertado. Se llevó una mano a ella para frotarla inútilmente, cerrando los ojos. Pero la oscuridad tras sus párpados de pronto fue menos densa. Por inercia, extrañado, abrió los ojos. Encontrándose cegado entonces por una brillante luz plateada. Disimulada entre los hechizos que centellaban por todo el Vestíbulo.

Un gran lobo plateado, hecho íntegramente de luz, se había plantado ante él. El chico quedó paralizado. Alerta. No conocía ese Patronus.

El animal pestañeó con lentitud al verlo. Abrió entonces sus poderosas mandíbulas y habló con la apenas audible, y apremiante, voz de Hermione:

Hagrid está bajo la Maldición Imperius. Voldemort está en el castillo. Van a intentar destruir la cúpula desde la Torre de Adivinación. Voy para allá.

Harry no parpadeó mientras el Patronus se disolvía ante sus ojos cual voluta de humo. Una parte de su cerebro pensó algo completamente irrelevante para un momento como ese.

¿Y ese cambio de Patronus? ¿Dónde estaba su nutria?

"Voy para allá."

¿Dónde estaba?

Harry se ocultó un poco mejor, bajo las escaleras. Intentando pasar desapercibido. Se frotó la cicatriz de nuevo, y después llevó una mano presurosa bajo la túnica para sacar su viejo Mapa del Merodeador de un bolsillo interior. Hacía años que no había necesitado usarlo. No había proporcionado demasiada información, además de mostrarle cientos de nombres de alumnos que no conocía de nada. Lo activó con la habitual contraseña y lo escrutó con rapidez. La cantidad de carteles que se solaparon unos con otros fue abrumadora. Mordisqueándose los agrietados y sucios labios, intentó pensar. Reducir la adrenalina, y pensar. ¿Dónde podía estar?

La Torre de Adivinación… Tenía que estar entonces en los pisos más altos… De todas maneras, era inútil intentar escudriñar los inferiores, tan llenos de carteles. Comenzó por la base de la torre. No había apenas nombres. Solo unos pocos que no conocía. Un cartel con el nombre de Theodore Nott enfocó su mirada. Parpadeó dos veces, tragando saliva de forma inconsciente. A ese lo conocía… Volvió a frotarse la cicatriz ardiente, sin prestarle atención, y después siguió recorriendo el mapa. Echando nerviosos e intermitentes vistazos por encima del pergamino. Grawp seguía dando mamporros a diestro y siniestro. Sin necesitar moverse del sitio.

Devolvió su mirada al mapa. Las otras torres… Era poca superficie de mapa, la vería con rapidez… Nada… Séptima planta… La Sala Común estaba abarrotada… En la comunicación estaba jadeando, iba corriendo por un pasillo… Nada… Sexta planta…

Y Harry se olvidó de que estaba en medio de una batalla. O, mejor dicho, utilizó la excusa de la batalla para elevar la mirada, otear con calma a su alrededor, despejando la vista, y volver a bajarla al mapa. Porque su cerebro le estaba jugando una mala pasada. Porque estaba viendo moverse el cartel correspondiente a Hermione Granger. Avanzando por un pasillo de la sexta planta. Lado a lado con el cartel flotante correspondiente a Draco Malfoy.

Un hechizo debió golpear la estructura del castillo por encima de su cabeza, porque vio escombros finos caer a su alrededor. Pero no movió ni un músculo. Draco Malfoy. Malfoy. Y Hermione. ¿Por qué parecía como si estuviesen caminando juntos? Eso no podía… El pasillo tenía que estar mal dibujado en el mapa. Irían por pasillos paralelos, o algo semejante… Pero entonces los dos carteles se detuvieron en una encrucijada. Tres segundos de expectación, y entonces se separaron. En direcciones opuestas. Ahora sí.

Harry cerró el mapa, sin siquiera desactivarlo. Arrugándolo, con expresión perdida. Se puso en pie. Eso era… estúpido. Estaba viviendo una estupidez. Seguro que había una explicación. No tenía tiempo para una tontería así. Tenía que subir a la Torre de Adivinación…

La vuelta a la batalla ayudó considerablemente a no pensar. Sorteó a Grawp y corrió hacia la base de las escaleras. Oteando a su alrededor, asegurándose de que nadie lo atacaba directamente. Pero sus ojos quedaron rápidamente atraídos por una imagen concreta. Haciéndolo detenerse al pie de los polvorientos escalones. Y su cicatriz ardió una vez más.

Ante él, en lo alto de la larga escalera, una alta figura con túnica negra lo observaba. No llevaba capucha. No la necesitaba. Y su blanco cráneo, inconfundible, se remarcó contra el oscuro fondo de las paredes.


Hermione apenas podía asimilar que había conseguido descender hasta el quinto piso sana y salva. Sin entrar en batalla. Tenía demasiada prisa como para enzarzarse en un duelo tras otro.

Tenía que llegar a la cúpula. Tenía que impedir que la destruyesen. Si no, todo lo demás sería en vano.

Dos minutos después de separarse de Draco en un cruce de pasillos del sexto piso, recibió un Patronus de un gato atigrado, el Patronus de Minerva McGonagall, indicándole que se reuniesen en la quinta planta. Necesitaban poner en común qué estaba pasando. De modo que accedió a reconducir su ruta. Necesitaba ayuda.

Terminó de bajar unas escaleras estrechas, pegadas a una pared, y cruzó un dintel para acceder a la parte oeste de la quinta planta. Pero, al atravesar el dintel, su cuerpo también atravesó de pronto una neblina blanca y congelada. Sintió un frío demoledor en los huesos, que hizo que apenas se diese cuenta de que la neblina se estaba quejando.

—¡Eh! —exclamó la bruma, con una ronca voz—. ¿Es que no miras por dónde vas?

Hermione, aturdida, se alejó un paso a trompicones. La neblina había resultado ser un fantasma. Un hombre translúcido, de color gris perla, subido en un fantasmal caballo. Vestido con un uniforme que parecía militar. Su cabeza se encontraba bajo el brazo, firmemente sujeta contra su cintura.

La chica miró alrededor, encontrándose con otra media docena de fantasmas sin cabeza que la miraban con similar resentimiento. Como si hubiera sido del todo grosera atravesando a uno de ellos de forma accidental. Entonces distinguió una persona viva tras los fantasmas.

—¡Profesora! —exclamó la chica, con alivio. Retirándose la máscara del rostro.

Sorteando los plateados espíritus, una despeinada y jadeante McGonagall intentaba llegar hasta ella. Su rostro lucía alerta, dispuesto para la lucha. Pero reconoció a Hermione de inmediato, suavizando al instante sus rasgos.

—Señorita Granger —suspiró con visible alivio, deteniéndose ante la joven—. Qué alegría verla con vida… Es de los nuestros, relajaos, Sir Patrick —ordenó con censura, mirando a los fantasmas. Éstos accedieron a alejarse pacíficamente, todavía molestos por su impertinencia.

—Profesora, ha ocurrido algo —se apresuró a decir la chica, sin más tardar—. Los mortífagos van a atacar la cúpula desde la Torre de Adivinación. Quieren destruirla desde dentro.

La mujer dejó escapar un jadeo cargado de sorpresa y se llevó una mano al pecho.

—Por Merlín, y por Circe… —farfulló la bruja, asimilando la nueva información con dificultad—. ¿Cómo lo sabes, muchacha?

—No tengo tiempo de explicárselo, pero lo sé de primera mano. Profesora, ¿pueden llegar a hacerlo? ¿Destruir la cúpula desde dentro sin ayuda del dragón?

Minerva frunció sus finos labios, creando nuevas arrugas alrededor de su boca. Sus inteligentes ojos calibraron la situación.

—Podrían debilitarla seriamente. No pueden eliminarla por completo, pero, quizá, si la debilitan lo suficiente, el hechizo que rompería el yugo de Voldemort sobre el dragón no funcione.

—Entonces tenemos que impedirlo —resolvió Hermione, sofocada pero decidida—. Voy hacia allí. Lo impediré.

—Me he comprometido a bajar a la Sala Común de Slytherin —informó Minerva, luciendo algo preocupada. Como si ahora se debatiese sobre qué era más importante—. Aún hay alumnos que evacuar. Pero voy a avisar a todo el mundo y le enviaré refuerzos. No se le ocurra subir usted sola ahí arriba —la advirtió, tomándola del antebrazo con firmeza—. Reclute toda la ayuda que encuentre y, si hace falta, espere en la entrada. No suba sola a esa torre.

—De acuerdo —aseguró Hermione, parpadeando de forma algo ida. Como si no la hubiera oído. Hizo ademán de irse a toda prisa, concentrada en su tarea, pero su profesora seguía sujetándola del brazo. Impidiéndoselo. Sus ojos verdosos brillaban tras unas sucias gafas cuadradas.

—Señorita Granger, antes he… Me he encontrado con el señor Malfoy —reveló, escrutando con atención los ojos de su antigua alumna—. Draco Malfoy. Está aquí. Del lado de los mortífagos.

Hermione necesitó un largo instante para entender esas palabras. De hecho, durante varios segundos, ni siquiera pudo abrir la boca. Y casi hubiera jurado que su imaginación le había jugado una mala pasada. Que su profesora no había dicho eso.

—¿Por qué… me dice esto? —se escuchó articulando. Al parecer, su cerebro considerando que era la pregunta más razonable a hacer.

—Es uno de ellos —repitió, con más énfasis. Apretando un poco más su brazo—. Pero no me ha atacado. Y me ha preguntado por usted. Me ha pedido que la proteja —añadió, con voz clara. Y su rostro se serenó—. Creí que era justo que lo supiera.

Hermione abrió la boca ante esas palabras. Pero no pudo decir nada. Se limitó a dejar escapar su aliento, sin poder contenerse. Casi en una débil risa. Sus labios estirándose en una sonrisa incrédula.

—Qué cabezota es… —susurró, bajando la mirada y cerrando los ojos un instante. Volvió a mirar a la mujer. Y no se molestó en fingir. Nada. Nunca más—. Gracias, pero ya lo sé. Sé que está aquí. Acabo de hablar con él. Él me ha contado lo de la cúpula. Ahora ha ido a buscar a su familia.

Minerva tardó varios segundos en entenderlo. Tomó aire con profundidad y lo expulsó de la misma forma. Todavía analizando a la chica. Después sacudió la cabeza. Como si estuviera agotada de esa situación. De ellos. Se quitó las gafas y se las limpió con una esquina de la capa de cuadros escoceses. Con expresión resignada. En un gesto tan académico, tan severo, que Hermione volvió a sentir que era su alumna.

—¿Usted entiende a ese chico? —murmuró Minerva entre dientes. Exasperada. Hermione sonrió apretando los labios.

—Bastante bien, sí.

Qué suerte —exhaló la mujer con impaciencia. Se colocó las gafas de nuevo, y miró a la chica con una renovada aunque suave severidad—. No suba sola a esa torre, señorita Granger. Le enviaré refuerzos.

En un abrir y cerrar de ojos, tenía ante ella un gato atigrado, con marcas cuadradas alrededor de los ojos. La contempló un instante con sus grandes ojos felinos y después se alejó a toda velocidad, sorteando los escombros del pasillo.

Hermione, con el corazón palpitante, se alejó en dirección contraria, desandando lo andado. Continuó por el mismo pasadizo ascendente, sorteando así el sexto piso, para alcanzar directamente el séptimo. La Torre de Adivinación quedaba al norte, en el otro extremo de ese pasillo. Salió del pasadizo, encontrándose un corredor desierto. O casi.

Al fondo, vislumbró dos cabezas pelirrojas que destacaban entre una multitud de túnicas negras. Con su corazón sufriendo una sacudida, se acercó corriendo lo más rápido que pudo. Lanzó un par de hechizos Rictusempra que, milagrosamente, alcanzaron a dos de los mortífagos, haciéndolos estallar en un ataque de risa que les impidió seguir defendiéndose ni atacar. George los ató a ambos con gruesas cuerdas y los abandonó en un rincón. El último mortífago que quedaba fue hábilmente aturdido por un rápido movimiento de varita de Fred.

—¡Chicos! —saludó Hermione, apresurándose a quitarse la máscara de nuevo, identificándose. Fred y George le dedicaron idénticas sonrisas cargadas de agotamiento al reconocerla.

—Hermione Granger —saludó George, sin aliento, simulando quitarse un sombrero—. ¿Qué te trae por aquí, en esta despejada noche?

Hermione apenas logró forzar una sonrisa. Tenía demasiada prisa.

—¿Cómo vais? ¿Han conseguido llegar hasta aquí arriba? —preguntó, aunque era más bien una pregunta retórica. Contempló con ansiedad a los mortífagos, que se desternillaban de risa, sin poder soltarse de las cuerdas a pesar de estar retorciéndose como peces fuera del agua.

George resopló y se rascó la nuca con la varita, mirando a su amiga con incómoda impotencia.

—Están consiguiendo subir. No muchos, y conseguimos controlarlos, pero no sé por cuánto tiempo —resopló de nuevo y forzó una sonrisa. Extrañamente apurada—. Hace un rato hemos tenido que abandonar nuestro puesto para llevar a papá a la Enfermería…

—Oh, Dios mío… —jadeó Hermione al instante, llevándose una mano al pecho. Pero el joven agitó una mano, quitándole importancia de forma torpe.

—Se pondrá bien. O eso ha dicho Fleur, al menos —aseguró. Su rostro, siempre jovial, peleando por mostrar su verdadera preocupación—. Los mortífagos no han puesto ni un pie en la Enfermería, lo cual es un logro tremendo. Bill, Aberforth, y unos cuantos más se han atrincherado ahí —carraspeó y señaló a sus espaldas, con un tono más normal—: Nos han dicho que vigilemos esta zona. Los demás están haciendo un gran trabajo en las plantas inferiores y en los terrenos…

Se escuchó entonces un fuerte sonido, acompañado de un violento temblor, que los sobresaltó y desestabilizó. Fred abrazó a Hermione de forma refleja, en un instintivo intento de protegerla cuando los tres cayeron al suelo. Cuando la sacudida cesó, se dieron cuenta de que no había sido en el pasillo. Todo a su alrededor seguía en su sitio.

—¿Qué se ha derrumbado? —balbuceó George, poniéndose en pie y acercándose a una de las ventanas. Hermione y su hermano le siguieron.

—La Torre de Ravenclaw —murmuró Fred, una vez llegaron a la ventana—. La han volado por los aires.

Los tres contemplaron, horrorizados, cómo el tejado de la torre había desaparecido casi por completo. Había quedado reducida a unas pocas piedras que apenas se sostenían en forma de muros. Llegaron incluso a apreciar lo que serían los restos de los dormitorios de los alumnos. Podían ver la luz del interior. Fueron viendo cómo se apagaban los candiles hasta quedarse completamente a oscuras.

—Menos mal que hemos evacuado las Salas Comunes —comentó George—. Tarde, pero a tiempo. Ginny y Tonks nos han dicho que ya han sido evacuados casi todos los alumnos, solo quedan unos pocos de Slytherin. Los alumnos que quedan están luchando.

—Tengo que ir a la Torre de Adivinación —reveló a su vez Hermione, separándose por fin de la ventana, y de la terrorífica visión de su querido castillo siendo destrozado sin piedad.

—¿Hasta allí? —se extrañó Fred. Ladeando la cabeza—. ¿Para qué? No han podido subir hasta…

—Pretenden hacerlo, si es que no lo han conseguido ya. Y van a intentar destruir la cúpula desde ahí. Tengo que impedirlo —resumió la joven, sujetando su varita con más fuerza.

—¿Pueden hacer eso? —musitó George, con expresión grave. Ni un asomo de guasa en sus facciones.

—Según McGonagall, no pueden eliminarla por completo, pero sí podrían debilitarla lo suficiente como para que el hechizo destinado al dragón no funcione. No tengo tiempo de explicarlo mejor, pero tengo que ir ya. Y necesito refuerzos. McGonagall ya lo sabe, traerá más en cuanto pueda…

—Vamos contigo, por supuesto —sentenció Fred, encogiéndose de hombros, como si fuera evidente. Luciendo algo más dueño de sí mismo y de la situación. Su gemelo también pareció recuperarse razonablemente.

—Necesitarás todo el arsenal posible de Sortilegios Weasley… —añadió George, poniéndole una mano en la espalda y obligándola a avanzar por el pasillo—. ¿Te hemos hablado ya de los sombreros acéfalos…?


—¡RÁPIDO, SEÑOR LONGBOTTOM! —gritó la profesora McGonagall, traspasando el muro de piedra que acababa de abrirse gracias a la contraseña "lengua de serpiente" que había pronunciado la mujer a media voz. Lanzó un maleficio a los mortífagos que corrían por el pasillo en su dirección, tratando de darles alcance, mientras Neville se introducía en la estancia trastabillando, de espaldas, también lanzando hechizos. Tan pronto ambos estuvieron dentro, el muro de piedra se cerró, bloqueando la última maldición que los mortífagos acababan de lanzarles. Y todo el barullo del exterior quedó automáticamente opacado.

La Sala Común de Slytherin, grande, fría e iluminada por una tenue luz esmeralda, estaba casi desierta. Las paredes de mármol blanco, veteado de gris en algunas secciones, estaban recubiertas de varias estanterías. Así como había varias mesas grandes en un rincón, el más cercano a las escaleras que conducían a los dormitorios. Varios sillones de cuero se situaban en el centro, rodeando una mesa baja, y, tras ella, una chimenea. Aún quedaban cinco alumnos, los cuales se iban introduciendo de uno en uno, lo más rápido que podían, a través de la chimenea que los llevaría a un lugar seguro. Y tenían que protegerlos hasta entonces.

Neville apoyó las manos sobre sus rodillas, recuperando el resuello. La profesora, sin necesitarlo, se acercó raudamente a los alumnos.

—Dense prisa, no podemos retenerlos más —los apremió, observándoles con insistencia—. ¿Sólo quedan ustedes?

—Sí, profesora —confirmó una joven menuda de cabello negro, que parecía la mayor del grupo, y que lucía en su túnica el símbolo de Prefecta. Neville ignoraba cómo se llamaba.

—¿Dónde está Horace? —se escandalizó Minerva, mirando alrededor. Descubriendo entonces que los alumnos no contaban con la protección de nadie. Y que la joven Prefecta tenía su varita en la mano.

—Han… Se lo han llevado a la Enfermería —informó. Con expresión afligida. Revelando, sin decirlo, que llevaban un rato solos.

Se oyeron golpes fuera. Como si alguien estuviese intentando penetrar a través del muro por la fuerza. Neville se colocó en posición de ataque, retrocediendo varios pasos para tener algo de ventaja. La profesora McGonagall se unió a él, varita en alto.

Tal y como parecía, tras varios sonidos de explosiones amortiguadas, en las cuales escombros cayeron del alto techo, una última y tremenda detonación logró hacer saltar el muro por los aires. Neville retrocedió aún más, protegiendo su cara del polvo con su brazo izquierdo y manteniendo alzado el derecho, varita en ristre. La profesora McGonagall lanzó un poderoso Confringo inmediatamente, sin siquiera ver a su enemigo tras la nube de polvo y escombros. Aún quedaban tres alumnos por ser evacuados.

Cuatro mortífagos atravesaron el hueco del muro. Uno de ellos perdió el equilibrio casi al instante y cayó al suelo, firmemente atado por unas cuerdas invisibles lanzadas desde la varita de Neville. Otro de ellos lanzó una ráfaga de maldiciones para mantener ocupada a la profesora McGonagall, mientras los otros dos se acercaban raudos a los alumnos.

—¡Locomotor Mortis! —gritó Neville. Uno de los mortífagos intentó rechazarlo, pero falló. Sus piernas se pegaron al instante, y salió despedido por la inercia con la que estaba corriendo. Golpeándose contra una de las mesas del lugar y cayendo al suelo.

Minerva se libró de su enemigo y fue capaz de enfrentarse al último mortífago, el que se acercaba a los alumnos. Un potente hechizo por parte del seguidor del Lord oscuro chocó contra el Encantamiento Escudo de la profesora, lanzando aun así a la mujer hacia atrás, haciéndola golpearse contra la parte trasera de uno de los sillones de cuero. Neville aprovechó y lanzó un rápido Levicorpus contra él. No le dio, pero golpeó la lámpara que estaba a su lado, haciéndola elevarse y caer al suelo con estrépito. Con las prisas por apartarse de los fragmentos de vidrio que volaron por todas partes, la capucha del mortífago cayó, desvelando un llamativo cabello rubio platino. Y Neville estuvo seguro de reconocerlo, aunque no vio su rostro, oculto por la máscara.

Lucius Malfoy se recompuso a tiempo de ver al último de los estudiantes de Slytherin, la joven Prefecta, perderse en las profundidades de la chimenea, para acto seguido ver extinguirse las llamas de color verde esmeralda. Ya no podían seguirles.

—¡No! —gritó Lucius, abriendo mucho los ojos. Su cara se crispó en una mueca de rabia y decepción bajo la máscara. Se giró hacia Neville de forma rápida. Pero éste se había lanzado tras una columna gruesa, precavido ante el maleficio que sabía que iba a lanzar contra él. Efectivamente, instantes después vio esquirlas de mármol volando por toda la sala.

—¡Impedimenta! —escuchó Neville que bramaba la profesora McGonagall. Se asomó tras la columna a tiempo de ver a Lucius ser alcanzado por uno de los sillones de cuero, haciéndolo casi volar por los aires, y aterrizar golpeándose contra una de las estanterías. Una decena de libros cayeron sobre él. Justo encima, se hallaba uno de los ventanales tras los cuales se encontraba el Lago Negro. Completamente opaco en ese momento, dada la oscuridad nocturna del exterior.

El patriarca de los Malfoy agitó su varita para empujar el sillón lejos, peleando por levantarse. Lanzando, al mismo tiempo, varios rápidos Encantamientos Escudo para protegerse de los veloces ataques de Minerva. Neville, todavía tirado detrás de la columna, se vio en la posición de apuntar.

—¡EXPELLIARMUS!

—¡DIFFINDO! —gritó a su vez Minerva, apuntando hacia arriba.

La cristalera tras la cual el Lago Negro se acumulaba en todo su esplendor se resquebrajó en varios pedazos, como si hubieran dibujado encima una telaraña, con un aterrador crujido que hizo temblar las paredes. La varita de Lucius Malfoy salió volando de su mano al tiempo que el cristal reventaba y una cascada de agua lo cubría por completo. Neville gritó desde el suelo, viéndose alcanzado por un fuerte embate de agua que lo trasladó rodando varios metros. Sintió su espalda chocar contra los pocos escalones que subían hacia la salida, y peleó por ponerse de pie. Empapado, tosiendo y escupiendo agua dulce.

Sin saber cómo se había movido tan de prisa, la profesora estaba de pronto junto a él. Igualmente empapada. Tirando de su brazo para levantarlo totalmente con una fuerza propia de alguien mucho más joven.

—¡Rápido, Longbottom, salgamos de aquí!


—¡Carpe Retractum!

El trozo de muro, espacio entre dos ventanales, que se encontraba a la izquierda de Samantha se separó limpiamente del suelo y el techo y fue lanzado sobre la chica. La joven Minette creó un Encantamiento Escudo sobre su cabeza a toda velocidad, y el muro se hizo añicos sobre él. Los restos rodaron en todas direcciones como si hubiesen caído sobre un paraguas muy resistente. La chica aterrizó en el suelo de espaldas por el impacto del hechizo, pero estaba ilesa.

Para su monumental sorpresa, cuando había perdido la esperanza de encontrar a Draco, ni ningún medio con el cual comunicarse con él, se encontró de pleno con un pasillo repleto de lechuzas, las cuales atacaban a los mortífagos de forma casi sanguinaria. Un aula cercana, algo de tinta reseca y un trozo de pergamino de una papelera hicieron el resto. Pudo enviar a Draco un mensaje para que se citase con Granger en el aula de Runas Antiguas, y pudo volver a la tercera planta, donde había sido asignada por la Orden.

Se encontró allí con una batalla algo desigual. Varios mortífagos se estaban enfrentando con una cantidad ínfima de miembros de la Orden. Samantha reconoció que varias de las personas que habían ido allí con ella desde casa de Muriel, habían caído. Y había dos más que no conocía. Y que eran las únicas que seguían en pie en ese momento, con ella.

Uno de los mortífagos generó entonces un rápido latigazo con la varita, y un haz de llamas moradas golpeó a otro de los miembros de la Orden. El cual se derrumbó al instante. Samantha no sabía si vivo o muerto. Ya solo quedaban dos. Los superaban en número. No había escapatoria…

El miembro de la Orden que estaba a su lado movió entonces la varita con un rápido y estudiado gesto. Y uno de los mortífagos que estaban más cerca emitió un grito. Se quitó la máscara a toda prisa, y Samantha no entendió muy bien lo que vio a continuación. Instantes después, unos enormes murciélagos compuestos íntegramente de mocos verdosos estaban volando a su alrededor, atacándolo sin piedad. Distrayéndolo. Samantha, sin pararse a vacilar, agitó la varita y lo arrojó de espaldas sobre otro compañero. Los moco-murciélagos siguieron atacándolos.

—¡Immobulus! —chilló su compañero. O compañera, más bien. Su voz era la de una chica.

Un mortífago más cayó bajo su hechizo. Samantha elevó entonces algunos de los escombros que regaban el suelo y los lanzó hacia los mortífagos restantes. No sirvió de mucho, dado que los rechazaron con un largo gesto de varita. Pero le dio tiempo a su compañera a sacar una bola de su cinturón. La cual puso en la mano de Samantha. Era dura, y estaba fría.

—¡Lánzalo delante! —le gritó, antes de apuntar al frente con su varita—. ¡Fumos!

Una gran barrera de humo se creó al instante entre ellas y su enemigo. Cegando a ambos bandos. Hechizos descoordinados volando entonces hacia ellas desde el otro lado. Samantha obedeció y lanzó la bola hacia adelante.

—¡Confringo! —gritó una voz al otro lado, casi al mismo tiempo. Samantha vio el rayo de luz salir del muro de humo y pasar por su lado. En dirección a la última persona que había lanzado un hechizo. Su compañera. Ésta intentó saltar a un lado, sorteándolo, pero la pared que estaba a su lado sí fue alcanzada y explotó violentamente. Lanzándola por los aires sin remedio. Debido a la estrechez del pasillo, la chica se golpeó con la pared de enfrente debido a la onda expansiva y cayó al suelo, sobre los escombros. No volvió a moverse. Samantha también cayó y rodó por el suelo, clavándose los duros cascotes. Se escucharon entonces súbitos gritos delante, dentro de la nube de humo, provenientes de los mortífagos. Alaridos de terror. Y varios chapoteos.

Samantha se mantuvo quieta varios segundos, jadeando, a la espera. Nada más sucedió. Los mortífagos no atacaron más. Su compañera no se movió. El humo comenzaba a disiparse, y Samantha se encontró entonces con un enorme pantano de agua verdosa, totalmente realista, en medio del pasillo, donde antes estaba situado el enemigo. Y no había ni rastro de éste. Las aguas estaban terminando de moverse.

Jadeando, temblando, miró alrededor. Había un enorme boquete en la pared que comunicaba con el exterior, con alguna zona de los terrenos. El viento que entraba por el hueco apagó las antorchas del pasillo, sumiéndolo en la penumbra. Seguía siendo noche cerrada. Miró hacia arriba. El techo no podría aguantar mucho. Bajó la vista para contemplar a su compañera, la última que había caído. Seguía sin moverse.

Con un nudo en la garganta, se incorporó como pudo y se arrastró hasta quedar a su lado. Por favor, por favor…

Le quitó la capucha, destapando una larga y llamativa cascada de cabello pelirrojo. También le retiró la máscara, y se quitó la suya propia, para tener más sensibilidad. Era una chica muy guapa, con el rostro cubierto de pecas. Temblando de anticipación, quitándose también su propia capucha para reducir el agobio que sentía, inclinó el rostro hacia el de ella. Pegando su mejilla a su boca. Un segundo. Dos. Respiraba. Sintió una oleada de alivio que le arrancó un sollozo. Se cubrió la cara con las manos. Menos mal…

Se destapó el rostro y empezó a valorar sus opciones. Tenía que llevarla a la Enfermería. Allí estaba llevando la Orden a sus soldados heridos, era un lugar seguro. Habían conseguido colar sanadores de campo allí. ¿Dónde habían dicho que estaba…?

—¡Samantha! —exclamó una voz a lo lejos, a su izquierda.

La aludida dio un fuerte respingo, sobresaltada, y se separó de la chica de la Orden de un salto. Miró con pavor inicial la figura envuelta en túnica oscura que se acercaba por el pasillo. Demasiado asustada como para reconocerla de un primer vistazo. Pero lo hizo al segundo. Y su boca, abierta de pavor, se curvó en una sonrisa vacilante. Dejando escapar una exhalación que ocultaba una risa nerviosa. La lechuza había funcionado.

—Draco… —jadeó, en un hilo de voz.

Se puso en pie, mientras él se acercaba. Esperándolo con una emocionada sonrisa, ya con la boca cerrada. El chico estaba avanzando a grandes zancadas con sus largas piernas. Con los ojos fijos en ella. El rostro tenso. Y no se detenía. Y no se detenía.

Y no se detuvo hasta que estuvo contra ella, pegado a ella, y sus brazos consiguieron rodearla. Apretándola contra su firme pecho con mucha fuerza. Y Samantha perdió el equilibrio, poco preparada para sentir el envite del chico. Echó un pie hacia atrás para estabilizarse, pero ni siquiera hizo falta realmente. Porque los brazos de él la sujetaron de forma estable. Y la chica, viendo el pasillo por encima de su hombro, no pudo cerrar los ojos.

Solo fueron tres segundos demasiado breves. Draco se separó entonces de ella para observarla con fijeza. Usando su mano izquierda para apretarle el brazo derecho.

Él no llevaba máscara, ni tampoco puesta la capucha. Estaba hecho una pena, sucio y ensangrentado. Y a Samantha se le paralizó el corazón ante semejante imagen. Pero no parecía tener ninguna herida grave. De hecho, parecía más fuerte que nunca.

—¿Estás bien? —fueron las primeras palabras de él, pasando su mirada de un ojo a otro de la chica.

Ella parpadeó un par de veces, ligeramente aturdida, pero terminó asintiendo con la cabeza. Todavía peleando en su interior por coger aire. Con el recuerdo de la presión de sus brazos a su alrededor. Pero él no le dio tregua.

—¿Qué mierda estás haciendo aquí? ¿Qué crees que es esto? ¿Es que eres idiota? —le espetó Draco entonces sin ningún miramiento. Con súbito enfado. Especialmente en comparación al fuerte abrazo que acababa de darle. La chica se ruborizó, pero le devolvió una mirada firme. Consiguiendo recomponerse.

—Tengo derecho a luchar. Asumiré las consecuencias si me capturan de nuevo. Y mis padres están a salvo —añadió, como si eso fuera lo importante. Draco apartó la vista, estresado. Como si siguiese considerándola idiota. Captó de un rápido y eficaz vistazo la presencia de los otros miembros de la Orden, derrotados en el suelo. También del inusitado pantano que se extendía en el mismo centro del pasillo, algas flotantes incluidas. Y entonces se fijó en la joven pelirroja. A juzgar por el sutil cambio en sus ojos, Samantha intuyó que la conocía. Efectivamente, la señaló con una breve cabezada.

—¿Está…? —cuestionó con voz seca.

—Está viva —aseguró Samantha, mirándola por encima de su propio hombro. Seguía con los ojos cerrados—. Se ha golpeado. Voy a sacarla de aquí antes de que se le caiga el techo encima. No sé si hay algún herido más, tengo que comprobarlo. Los llevaré a la Enfermería… ¿Sabes dónde está?

Ni siquiera pensó en que le estaba preguntando a un General de Las Sombras la localización de un hospital al que llevar a un miembro de la Orden del Fénix. Draco sí pareció caer en la cuenta, dado que le dedicó una casi burlona mirada de reojo. Pero, al volver a mirar a la chica inconsciente, accedió a indicar, con aspereza:

—Primera planta. Si sigues esas escaleras, y bajas dos pisos, llegarás frente al aula de Transformaciones. Está dos esquinas más allá, a mano derecha.

Samantha parpadeó y asintió, memorizando el camino. Draco, mientras tanto, escrutó otra vez a su alrededor. Valorando la firmeza de la estructura que los rodeaba a consecuencia del enorme boquete en la pared exterior. El pasillo estaba oscuro y frío por el aire nocturno.

—¿Recibiste mi nota? —preguntó Samantha en un hilo de voz. Lucía preocupada—. ¿Has ido a la clase de Runas Antiguas? ¿Has podido…?

—Ajá —accedió a admitir Draco. De forma rápida. Como si quisiese hablar lo menos posible de eso. Samantha esbozó una aliviada sonrisa.

—Entonces, ya… ¿recuerdas todo? —añadió. Prudente. Sin poder evitarlo—. Me dijo que te…

—Sí —interrumpió él, de nuevo de forma brusca. Todavía sin mirarla. Samantha no dejó de sonreír.

—De acuerdo. Qué bien —susurró, con un suspiro. Se colocó el cabello tras la oreja—. ¿Y? ¿Qué vais a hacer ahora? ¿Dónde está ella?

Draco la miró de nuevo. Desconcertado.

—¿Hacer?

—¿Cuál es vuestro plan?

Draco dejó escapar una exhalación. Parpadeando con rapidez. Entendiendo su punto. Y Samantha se sorprendió frunciendo el ceño ante la expresión de él. Draco era un experto escondiendo sus emociones, pero en ese momento podía ver claramente lo incómodo que se sentía. Casi preocupado. Algunos escombros cayeron del techo.

El chico elevó su varita de forma perezosa. Samantha vio la intermitente luz iluminar la punta.

—Se supone que debería estar liderando a mi escuadrón. Cosa que no voy a hacer. Necesito encontrar a mis padres. Mi madre también está aquí, y necesito estar con ella. Y también con Nott, voy a ayudarlo en lo que pueda —masculló Draco. Con la vista fija en el orificio de la pared—. Granger tiene otras cosas que hacer. Le he… —dejó escapar un suspiro bajo—. Me he enterado de que los mortífagos quieren destruir la cúpula desde dentro.

Samantha se estremeció con alarma.

—¿La cúpula? Pero eso es… C'est terrible… —comenzó, alterada—. La Orden quiere acabar con la amenaza del dragón, por eso hemos...

—La cúpula es para eso. Lo sé. Me lo ha explicado —interrumpió él, todavía sin mirarla. Samantha parpadeó y frunció más el ceño. No con enfado, sino con sorpresa.

—¿Y tú se lo has contado? ¿A Granger? ¿El plan de los tuyos para acabar con la cúpula y ganar la guerra? —musitó. Articulando lentamente. Queriendo asegurarse de que lo estaba entendiendo. Draco elevó la barbilla ligeramente. Endureciendo sus facciones. Lo vio mover los labios, apretarlos y aflojarlos, al parecer sin saber qué decir. Cómo defenderse. Pero terminó humedeciéndoselos con la lengua y girándose hacia el agujero en la pared.

—Sé perfectamente lo que he hecho.

—¿De verdad? —susurró Samantha. Con voz queda. Tragó saliva y se abrazó a sí misma. Luciendo angustiada—. Draco, soy la primera que quiere que esta guerra acabe, y no… no quiero que el Señor Oscuro gane, de ninguna manera, pero… Si pierde, si la Orden gana… —se interrumpió un instante, sin fuerzas—. ¿Qué pasará contigo? ¿No te… no te meterán en prisión por…?

—No lo sé —interrumpió Draco en un siseo. Samantha lo miró con consternación. Pero él lucía sereno. Decidido—. Y, ahora mismo, me da igual. Si sobrevivo, me arrepentiré por la mañana. Pero ahora solo quiero que esto acabe. Estoy harto. Y si Granger cree que liberando a ese estúpido dragón ganarán la guerra, que lo liberen. Yo solo quiero que ella… —se interrumpió, dejando escapar el resto de su aliento en un jadeo apresurado. Como si eso se le hubiera escapado. Endureció sus facciones, pero sus labios siguieron hablando—: Si la única manera de que ella sobreviva es que su bando gane, que gane de una maldita vez. Me encargaré de lo que pase después. Ahora lo importante es que Granger llegue a la Torre de Adivinación y evite que debiliten la cúpula, para que…

Attend un… Espera un momento —lo interrumpió Samantha esa vez, avanzando hacia él y aferrándole un brazo con ambas manos—. ¿La Torre de Adivinación? ¿Desde allí van a destruir la cúpula?

Draco la miró. Con expresión recelosa. Algo de gravilla cayó del techo, encima del pantano.

—Eso parece…

—¿Y Hermione va a subir? ¿Ella sola?

—En teoría va a buscar ayuda. Eso me ha dicho. Aunque, conociéndola… —bufó. Con abierta resignación—. Es igual. Ella podrá con quien sea. El hatajo de ineptos que manden a explotar esa burbujita dorada no serán rivales para ella…

—No, no, no, no lo entiendes… —susurró entonces Samantha. Y su voz sonó ahogada de pronto. Atenazada de pánico—. No puede subir sola ahí arriba. Tu tía Bellatrix estará allí. Le he escuchado mencionar ese lugar, es una de las que subirá a destruirla. Hermione no podrá sola con ella. De ninguna manera.

El sospechoso y sonoro crujido que se escuchó en el inestable techo se correspondió con lo que Draco notó en el centro mismo de su pecho.


Draco acaba de sufrir un infarto ante la noticia, señoras y señores ja, ja, ja 😂 el pobre no gana para disgustos… ¿Qué hará ahora?

Ayyyyy ¡HABEMUS "TE QUIERO"! 😍😍 ¡Y solo les ha costado 53 capítulos! Ja, ja, ja me ha encantado escribir esa parte… ¿Qué os ha parecido el reencuentro? 😍

Samantha, McGonagall, Snape… Hemos tenido unos cuantos dramione shippers en este capítulo ja, ja, ja 😂 ¡Y Harry los ha visto en el mapa! Ufff, ¿tendrá consecuencias? ¡Lo descubriremos en próximos capítulos! 😉

El siguiente es uno de mis favoritísimos. Está en mi Top 5 seguro, casi me atrevo a decir que en mi Top 3 ja, ja, ja Espero poder traerlo cuanto antes. 😊

Ojalá éste os haya gustado mucho. Si os apetece escribirme un comentario, ni lo dudéis ja, ja, ja me encanta leeros 😍

¡Un millón de gracias por leer! ¡Un abrazo enorme! ¡Hasta el próximo! 😊