¡Hola a todos! ¿Qué tal estáis? 😊 ¡Ojalá muy bien! Traigo un nuevo capitulito bastante interesante… Un poco más "tranquilo", se podría decir, comparado con los anteriores ja, ja, ja aunque también será movidito, a su manera… Ojalá os guste mucho 😊
Como siempre, muchísimas gracias a todos los que estáis ahí 😍 Ya va quedando menos para el final (dos capítulos más, y el epílogo… OMG), y me pongo melancólica solo de pensarlo. Así que, para no enrollarme mucho, solo quiero daros las gracias de corazón una vez más a todos los que estéis leyendo esto 😍
Comentar también, por si a alguien le interesa, que he creado una playlist en Spotify llamada "Rosa y Espada" (usuario "SanaNGU Fanfics") con las canciones que suelo recomendar al comienzo de los capítulos. Por si os apetece echarle un vistazo je, je, je 😊
Recomendación musical: "Come what may" de Luke Evans (feat. Charlotte Church)
Y sé que lo estáis deseando, así que… ¡A leer! Ja, ja, ja
CAPÍTULO 55
Cenizas
Los rayos de sol hacía rato que despuntaban en lo alto de las lejanas montañas que rodeaban Hogwarts. La luz invadía los terrenos del castillo con un halo dorado, reflejando las gotas de rocío que la fría noche había dejado atrás. El silencio que reinaba allí en esas tempranas horas era casi sobrecogedor, en comparación con la gran agitación de la noche.
Ya se habían retirado casi todos los cuerpos de los terrenos.
La cruenta batalla había finalizado hacía ya unas cuantas horas. La balanza se había inclinado, finalmente, en favor de la Orden del Fénix. Con su poco preparado pero eficaz plan, con la habilidad de sus guerreros, y, especialmente, con la inesperada muerte de Lord Voldemort, habían conseguido la victoria.
Uno de los responsables de dicha muerte, quizá el directo responsable, se encontraba a orillas del Lago Negro, con el gran morro de color cobre hundido en las aguas, calmando su sed. El sol arrancaba destellos dorados a todas las escamas de su gigantesco cuerpo, cada vez que se movía.
El dragón Guiverno de Wye se encontraba en los terrenos desde que la batalla había finalizado. No quería entrar en el castillo para no atemorizar a los supervivientes, aunque la gran mayoría ya lo habían visto durante la batalla. Además de que su tamaño no se lo permitiría sin destrozar el lugar más de lo que ya lo había destrozado. Albus Dumbledore, vestido con una gruesa túnica de color morado oscuro, y dorados soles bordados en el bajo y en las mangas, se encontraba de pie junto a él. Ambos llevaban allí un largo rato, decidiendo seguramente, en conjunto, el destino del propio dragón. Al parecer, el célebre director de Hogwarts podía entender pársel, aunque no hablarlo. Cómo se estaba comunicando con la criatura era todo un misterio.
De hecho, era probable que necesitase la ayuda del otro responsable de la muerte del Señor Oscuro. El cual en ese momento se encontraba en el interior del castillo. En la primera planta. Sentado en una de las dos sillas para visitantes del despacho de Minerva McGonagall, delante de su amplio escritorio.
Harry tenía un brazo cruzado delante del estómago, y el otro elevado para poder ocultar sus ojos con la palma. Unos ojos firmemente cerrados. Junto a él estaba Hermione, sentada en la silla de al lado. Muy tiesa, con los puños apretados en su regazo. Ojos vidriosos, casi desbordados. Su labio inferior tembloroso. De pie, a un metro de distancia, de espaldas a ellos, se encontraba Ron, el cual emitía sonidos que estaban a caballo entre sollozos ahogados y gemidos de rabia. No hacía más que secarse los ojos con la manga de la chamuscada camiseta que llevaba. Ese era el único movimiento del despacho. Los tres amigos estaban solos.
Horas atrás, cuando aún no había amanecido, varios miembros de la Orden que se encontraban en la orilla del Lago Negro vieron acercarse a Draco y a Hermione, nadando, al límite de sus fuerzas. Reconociendo a la chica como a uno de los suyos, los sacaron del agua, y, viendo el debilitado estado en el que se encontraban, los ayudaron a llegar al Ala del Hospital. Allí se encontraba Fleur, la cual llevaba toda la noche encargándose de tantos heridos como podía. Y la joven dejó caer al instante el frasco de poción que tenía en las manos al ver llegar a Draco Malfoy. Identificándolo al instante como el Sargento Negro que ella misma atendió en Grimmauld Place. Y así se lo hizo saber a los miembros de la Orden que los estaban acompañando. Éstos, desconcertados y alarmados ante esa noticia, lo arrestaron de inmediato y lo sacaron de allí.
Y no sirvió de nada que Hermione jurase y perjurase a gritos que estaba de su lado. Que no era un enemigo. Que no le hicieran daño. Un Sargento Negro, alguien tan cercano a Voldemort, no podía estar de su lado. Era ridículo. Privado el chico de su negra túnica, y las insignias de su pecho, no supieron que, de hecho, era un General de Las Sombras. Un rango incluso superior. Lo cual quizá hubiera empeorado la situación más todavía.
Fleur, a pesar de su genuino desconcierto ante la defensa de Hermione, quiso atender a la joven. Y revisarla. Examinó su mente, su juicio y su lucidez. Y no encontró hechizo de ningún tipo. Veía restos de la Maldición Imperius en su sistema, pero ya no estaba bajo su influjo. Estaba defendiendo a ese chico de forma plenamente consciente.
Los miembros de la Orden que presenciaron las polémicas declaraciones de la chica no necesitaron nada más. Estaba en compañía de un Sargento Negro. Estaba defendiendo a un Sargento Negro. Y eso no podían pasarlo por alto. Y también, a pesar de las protestas de Fleur de que necesitaba atención médica, se la llevaron detenida.
La condujeron hasta el despacho de Minerva McGonagall, en esa misma planta, y le advirtieron que no saliese de allí. No llegaron a quitarle su varita. Y Hermione, a pesar de la urgencia de su sistema, consiguió mantener la mente lúcida y obedecer. Lo contrario podía acabar al instante con cualquier posibilidad que Draco y ella tuviesen de aclarar las cosas.
Hermione no supo cuánto tiempo pasó, pero la puerta se abrió de nuevo y una sucia y desarreglada, aunque ilesa, Minerva cruzó el umbral con pasos acelerados y mirada resplandeciente. Y un extenuado Remus apareció tras ella, de nuevo en forma humana con la llegada de los primeros rayos de sol.
El hombre, con su sensatez e inteligencia, había sido el más indicado para ocupar el lugar de Kingsley Shackelbot como cabecilla de la Orden, junto a Ojoloco y Aberforth, desde el fallecimiento del auror en la Batalla de los Colegios. Y ahora, al parecer, querían que hubiese un miembro notable de la Orden como testigo para poder interrogar a Hermione. Para intentar aclararlo todo. Para descartar cualquier posible traición.
—Profesora McGonagall —había saludado Hermione de inmediato, poniéndose en pie—. Han arrestado a Draco, profesora. Y es un error. No está contra nosotros. No pueden apresarlo. Es totalmente…
—¿Se encuentra bien, señorita Granger? —había cuestionado a su vez la mujer, con gravedad, avanzando hasta quedar ante ella. Hermione boqueó un instante, descolocada, pero terminó recomponiéndose.
—Sí, por supuesto... Pero, profesora —había insistido, con más urgencia—, se lo han llevado detenido, y no sé dónde…
—Beba, señorita Granger —había replicado en cambio la mujer. Generando un vaso de la nada y llenándolo de agua. Hermione, jadeando con impotencia, cogió el vaso pero no lo acercó a su boca.
—Profesora, por favor, él no…
—Hermione, ¿estás hablando de Draco Malfoy? —había intervenido entonces Remus con voz pausada. Y expresión grave. De pie también ante la chica. Lucía una túnica negra limpia, y unos pantalones y camisa por debajo también limpios. Posiblemente le habían permitido asearse y vestirse después de haber estado transformado en hombre lobo casi toda la noche—. ¿El hijo de Lucius Malfoy? ¿El Sargento Negro al que interrogamos? ¿Dices que es inocente?
Pronunció la última pregunta con mucha más cautela. Y, aunque Hermione lo esperaba, no había escepticismo en su voz. Solo desconcierto.
—Sí, lo es —había corroborado a toda prisa, acalorada, agradecida de que alguien le prestase atención—. Me ha ayudado esta noche. Juntos hemos protegido la cúpula, y…
—Beba, señorita Granger —había insistido McGonagall, sacando de su túnica varios viales. Hermione identificó por la etiqueta una Poción Calmante y un Filtro Vigorizante.
—Hermione, supongo que entiendes que debo preguntarlo —había dicho Remus a su vez, con voz clara—. Tus declaraciones son muy graves. Estás apoyando a un enemigo. ¿Has traicionado a la Orden de algún modo? ¿Has pasado información al otro bando?
—No, por supuesto que no —había sentenciado la chica, sin inmutarse. El recuerdo de lo sucedido en Grimmauld Place acudió a su memoria, pero lo apartó a un lado. No era el momento…—. Solo estoy diciendo que Draco Malfoy no merece ir a prisión. Que nos ha ayudado lo suficiente como para ser considerado de los nuestros.
—¿Cómo estás tan segura de algo así?
—Porque estamos juntos desde antes de que esta guerra empezara, y seguimos estándolo. Y puedo declarar en su favor. Yo respondo por él.
Remus pareció necesitar un par de segundos para conseguir volver a hablar. Por un lado, no parecía gustarle lo que oía. Por otro, no parecía entender nada de nada.
—Hermione, ¿eres consciente de lo que…? —había cuestionado finalmente, con dos hondas arrugas entre sus cejas.
—Remus, la señorita Granger está en su sano juicio —lo había cortado entonces McGonagall. Su voz subiendo de tono. Dejando los viales sobre su propio escritorio con un firme golpe—. Estoy al corriente, personalmente, de la relación sentimental que el señor Malfoy y ella han mantenido desde hace años. No miente. Y tampoco miente al decir que el señor Malfoy ha ayudado esta noche. También he hablado con él horas atrás, y no conozco los detalles, pero puedo corroborar que no ha impedido nuestra victoria. Con lo cual, el alegato de la señorita Granger me parece verídico. Pero no, no creo que sea consciente de lo que está haciendo —miró entonces a la chica con severidad, por encima de sus gafas—. Está defendiendo públicamente a un enemigo. A un enemigo de un alto rango. Y las pruebas que posee de su inocencia no son suficientes. No está actuando con sensatez.
—No es un enemigo real… —había comenzado Hermione en un siseo acalorado.
—Sean cuales sean las verdaderas motivaciones del señor Malfoy, o sus sentimientos, ha participado de forma activa en el bando contrario de esta guerra, señorita Granger —la había interrumpido su profesora. Sanando con su varita, mientras hablaba, varias de las heridas que podían verse en el cuerpo de la joven a simple vista. Un par de quemaduras. Varias rozaduras. Cortes que ya no sangraban—. Ha matado a los nuestros, y ha entorpecido nuestros planes. Y eso lo convierte en un enemigo a ojos del mundo. Y tiene que meterse eso en la cabeza.
—Quiero verlo —había exigido entonces Hermione. Con voz temblorosa de rabia. Pero Remus sacudió la cabeza, como si le doliese.
—No, Hermione, de ninguna manera —había replicado, con pesadez—. Es un prisionero. Y tú, ahora mismo, tienes todas las papeletas para ser interrogada como presunta traidora. Nadie va permitir…
—Que haya testigos. Quítenme la varita. No me importa cómo, pero quiero verlo —había repetido la chica. Con voz todavía inestable. Fieramente determinada.
McGonagall la contempló con los labios apretados con desaprobación. Y expresión resignada. Remus parecía sentirse desfallecido. Tenía el rostro agachado, y se estaba frotando las cejas con índice y pulgar de forma lenta, desde el centro del entrecejo hacia afuera. Con lentitud. Asimilando. Reflexionando. Sin prisa por hablar.
—No hables con nadie más de esto, Hermione —había añadido entonces Remus, todavía peinándose las cejas. Con gravedad. Pero sin perder su habitual tono tranquilizador—. No te conviene. Has estado en contacto con el enemigo, y te va a ser difícil justificarlo. Draco Malfoy está prisionero en una de las aulas que se han dispuesto para la prisión provisional de los mortífagos capturados con vida esta noche. En las próximas horas, los aurores del Ministerio los conducirán a todos a Azkaban, a la espera de un juicio justo. Voy a intentar… ver si hay alguna forma de que os veáis. Pero no prometo nada. Mientras tanto, no salgas de aquí, por favor. Volveré a buscarte.
Hermione, sin bochorno en su mirada, y la barbilla alta, se limitó a asentir con la cabeza. Agradecida.
—Bébase esto, señorita Granger —había repetido McGonagall una vez más, tajante. Acercándole los viales.
Cuando la puerta volvió a abrirse, mucho rato después de que McGonagall y Remus dejasen nuevamente sola a Hermione, la luz del sol ya iluminaba con intensidad el despacho de la profesora. Ésta vez, quienes entraron fueron Harry y Ron. Jadeantes, frenéticos y desconcertados. Rápidos abrazos. Rápidos reconocimientos para asegurarse de que los tres estaban bien. Necesarias palabras de consuelo, asegurando que diversos conocidos estaban a salvo. Y que otros no lo estaban. Y entonces llegó el momento del elefante en la habitación. La razón de que les hubiera costado tanto dar con ella. La razón por la que estaba allí dentro. Por qué la retenían allí. Qué estaba sucediendo.
Y Hermione se lo contó todo.
Aunque no fuese, ni de lejos, el momento indicado, les contó todo a sus mejores amigos. No entró en detalles que no le parecieron necesarios en ese momento, pero trató de explicarles que Draco Malfoy y ella habían comenzado una relación sentimental en su último año en Hogwarts. Intentó trasmitirles de la forma más concisa e íntegra que pudo sus remordimientos, su inquietud, su miedo ante sus propios sentimientos. Sus dudas ante cada paso que daban. Cómo todo entre ellos había salido bien. Les confesó que se separaron al final del curso. Pero que habían vuelto a encontrarse hacía menos de un año, sin planearlo previamente, y que habían vuelto a verse a escondidas, a espaldas del mundo. Cómo Draco fue quien la avisó de lo que estaba sucediendo en el Valle de Godric, cómo lo ayudó a escapar de Grimmauld Place, cómo él le confió la localización de Albus Dumbledore, y cómo fue quien le contó que iban a intentar destruir la cúpula desde la Torre de Adivinación esa misma noche. Cómo acudió en su rescate después, asesinando a un escuadrón entero de mortífagos a sangre fría, y enfrentándose a su propia tía. A su familia. Cómo le había salvado la vida.
Les contó todo eso, y todas las demás cosas que se le fueron ocurriendo sobre la marcha. Pero nada impidió que el rostro de Harry se fuera ensombreciendo, y que Ron, al borde de un silencioso ataque de desesperación, hubiera comenzado a dar frenéticas vueltas frente a ellos, incapaz de mirarla.
Hermione había pensado en ese discurso y lo había preparado y ensayado miles de veces desde que comenzó su relación con Draco. Había practicado mil veces lo que les diría a sus amigos cuando al fin se lo contase. Y había previsto múltiples reacciones. Pero nada podía prepararla para el momento real. Su voz fluctuó más que en sus ensayos, y supo que no había sabido transmitir correctamente ni sus sentimientos ni sus acciones. La joven comenzó a sollozar de pura emoción a mitad del relato.
Hicieron ademán de interrumpirla cuando comenzó la historia, escépticos, descompuestos y alterados, pero se contuvieron ante el firme tono con el que la chica continuó sin pausa. Y tuvieron que guardar silencio y esperar a que terminara. Y, cuando finalmente lo hizo, no fueron capaces de decir nada.
Ron dejó por fin de caminar de un lado a otro y se detuvo a un metro de ellos, de espaldas, atragantándose con precipitados sollozos. Como si a esa distancia no pudieran oírle. Harry había tenido que sentarse en la silla que estaba a su lado. Pero no la miraba.
Y Hermione no se podía creer que estuviese sucediendo de verdad.
Deberían estar celebrando la victoria, o llorando a sus muertos. No haciendo pender su amistad de un fino hilo.
El silencio que les presionaba los tímpanos era sobrecogedor.
—Decid algo —suplicó Hermione, apenas sin voz. Apenas escuchándose en medio de la quietud—. Por favor, lo que sea. Pero decid algo.
—¿Cómo te llamas? —murmuró entonces Harry. Sin abrir los ojos. Sin separar la mano de su frente. Hermione giró el rostro para mirarlo. Y no fue capaz de comprender tal pregunta.
—¿Qué? —susurró. Sin aliento.
—Tu nombre completo. Cómo te llamas.
—Hermione Jean Granger —musitó la chica. Con voz más estable. Sin comprender todavía.
—¿Cómo nos conocimos? —continuó Harry. Hermione sentía su corazón acelerándose.
—En el tren. En primer año. Yendo al castillo por primera vez.
—¿Cuáles fueron las pruebas que superamos juntos para conseguir la piedra filosofal? —volvió a preguntar Harry. Y su voz fue como una corriente de aire frío. Hermione frunció el ceño. Respirando con más rapidez.
—Fluffy, el Lazo del Diablo, las llaves encantadas que volaban, el Ajedrez Mágico, un trol de montaña, el acertijo de las pociones —enumeró con tono neutro. Sin apartar la vista del perfil de su amigo. Todavía agachado. Y añadió, antes de que dijese nada más—: Harry, ¿vas a preguntarme todo lo que hemos vivido hasta ahora…?
—Sí —espetó él. Con tono más adusto—. Porque ésta no eres tú, y no voy a parar hasta saber quién eres. La Hermione que yo conozco jamás hubiera hecho lo que nos acabas de contar. Semejante patraña no hay quien se la crea…
—Harry, por Dios, esto no es…
—¿Cómo descubriste lo del basilisco en segundo curs…?
—Harry, no te…
—El basilisco. ¿Cómo supiste que…?
—¡Basta! —gritó entonces Hermione, sintiendo calentarse su cuello—. ¡Para! ¡Soy yo! ¡Sabes que soy yo!
—No, no lo sé —siseó Harry, separando la frente de su mano y girando la cabeza para mirarla. Sus verdes ojos la fulminaban tras sus gafas redondas y sucias—. Te aseguro que ahora mismo no lo sé…
—Soy yo, y estoy en mi sano juicio, os lo garantizo —espetó la chica, acalorada.
—No, no lo estás —insistió Harry con más ganas, girando el cuerpo entero en su dirección—. No lo estás en absoluto. ¿Malfoy? ¿Draco Malfoy? ¿Estás…? ¿Te estás riendo de nosotros? ¿Pretendes que nos creamos…?
—¿Cómo voy a mentiros en algo…?
—Oh, no lo sé, dímelo tú —espetó Harry de nuevo, con más énfasis. Su enfado iba en aumento, según iba asimilando la situación. La realidad—. Al parecer llevas años haciéndolo. Nos has estado mintiendo. Casi… casi cuatro años. Llevas cuatro años con Draco Malfoy —parecía necesitar decirlo en voz alta para asegurarse de estar entendiéndolo—. Y no nos lo has dicho hasta ahora. Es una locura…
—Quería contároslo —aseguró la chica, con rotundidad, intentando enfatizar ese detalle—. De verdad. Me conocéis, sabéis que yo nunca os lo hubiera ocultado si hubiera encontrado la forma de decíroslo. Pero todo fue tan… Estábamos en guerra, y siempre sentía que no era el momento. Sentía que todo era demasiado complicado para…
—¿Querías contárnoslo? Hermione has tenido cuatro putos años para contárnoslo —protestó él, sin un ápice de comprensión en su normalmente amable voz. Sus verdes ojos desorbitados ahora de rabia e incredulidad. Los atropellados resuellos de Ron todavía se escuchaban—. Nos veíamos cada día. En clase, en la Sala Común… Hemos estado casi tres años en guerra, luchando contra los suyos. Contra él. Todo este tiempo... No puedo. No puedo entenderlo... Esto es... —dejó escapar un ronco jadeo, y susurró, más bajo—: ¿Por qué has hecho esto?
Y semejante pregunta apretó el corazón de Hermione como una soga.
—Tenía miedo —susurró Hermione. En voz tenue, pero firme—. De esto. De esta reacción. De perderos. Sabía que era imposible de entender. Que, a pesar de todo, no lo entenderíais…
—¿Entender? ¿Nosotros tenemos que entenderlo? ¿Entender el qué, exactamente? ¿Que nos has mentido para… para verte con Draco Malfoy, de entre todas las personas? Una persona horrible que te ha tratado como la peor escoria del mundo. Nos estás diciendo a la cara que fingías odiarlo delante nuestro y después te largabas por ahí a… —exhaló, frenético, sin poder finalizar la frase. Sin aliento—. Eso no se puede entender. No creo que tú misma lo estés entendiendo. Si de verdad has hecho esto…
—Está loca, Harry —les llegó el rumor de la estrangulada voz de Ron, como una dolorosa sentencia.
—Estoy en mi sano juicio, os lo aseguro —protestó Hermione, con voz más firme, aunque afectada—. Y puedo entender a lo que te refieres. Pero las cosas han cambiado entre nosotros, eso es todo. Somos humanos. Podemos cambiar. Nadie mejor que él sabe todo lo que ha hecho. Y aun así ha estado de mi lado. Nos ha ayudado. Él ya no… ya no tiene esas radicales creencias sobre la pureza de sangre...
Harry dejó escapar un afectado quejido. Como si no pudiese más.
—¡Es un mortífago! —gritó, poniéndose en pie de un salto—. ¡De hecho, es un maldito Sargento Negro! —la chica no le corrigió diciendo que, de hecho, era un General de Las Sombras—. ¡Hermione, despierta! ¡No sé qué cuernos te ha contado para que te hayas creído toda esa farsa, pero por supuesto que no…!
—¿Por qué es una farsa? —chilló Hermione, levantándose también—. Puedo entender que no lo aceptéis, de verdad, pero ¿por qué no te lo crees? ¿Por qué no podéis creerme cuando os digo que está de mi lado? ¿Que me quiere?
—¿Que te quiere? ¡¿Que te quiere?! ¡Es Malfoy! —exclamó Harry, emocionado, con desesperación—. ¡Maldita sea, Hermione! ¿Cómo puedes ser tan ingenua? ¡Deja de creer que todo el mundo tiene algo bueno, joder! ¡Alguien como Malfoy no puede cambiar así! ¡No puede querer a alguien como tú! ¡Es un matón, una persona terrible…! ¡Se ha burlado de la muerte de mis padres y de la familia de Ron infinidad de veces! ¡Nos ha atacado, nos ha hecho la vida imposible, a ti la primera! ¡Te ha humillado y despreciado desde que te conoce! ¡Deseó… por Dios… cuando el basilisco empezó a atacar a los hijos de muggles deseó que te matase a ti, como mató a Myrtle! ¡Deseó tu muerte, Hermione! ¿Cómo puedes pensar que te quiere…? No puede hacerlo, no sabe hacerlo… ¿En qué momento has olvidado todo lo que nos ha hecho…?
Hermione apenas podía respirar. Sentía su rostro caliente y le temblaban las manos.
—He vivido todo eso. No he olvidado nada —sentenció, ya sin gritar—. Pero nuestra relación ha cambiado. Ya os lo he explicado lo mejor que he podido, y no voy a justificarlo más. Solo os estoy intentando explicar la realidad. Porque quiero que lo sepáis. Os pido perdón por habéroslo ocultado tantísimo tiempo, me arrepiento a diario por ello. Es lo único de lo que me arrepiento.
—Y encima nos viene con esa actitud —farfulló Ron de pronto, dándose la vuelta. Su pecoso rostro estaba congestionado y tenía los ojos hinchados. Pero lucía rabioso, no afligido—. Siempre con la barbilla alta, ¿verdad? Tú siempre haces lo correcto... Si no te importa nuestra opinión, ¿para qué mierdas nos lo estás contando?
Hermione lo miró a los ojos. Fijamente. Durante varios segundos. Y sintió que sus propios ojos se empañaban de dolor.
"Por… por si acaso…"
Le estaba haciendo daño. Le estaba haciendo muchísimo daño. Especialmente a él. Lo sabía. Pero no podía hacer otra cosa. Y se sintió como la peor persona del mundo. Se le había ido de las manos. Y ya no tenía solución.
—Porque ahora me siento en situación de poder hacerlo —murmuró Hermione, todavía sosteniéndole la mirada—. Porque quiero estar con él. Estar de verdad. No sé cómo, no sé si vamos a poder, pero voy a intentar estar con él. Y no quiero hacerlo a vuestras espaldas. Nunca he querido hacerlo a vuestras espaldas… —trató de decir, pero el bufido rabioso de Ron le indicó que tal sentencia no le valía de nada—. Era peligroso. Estar juntos era peligroso. No me cabe duda de que entendéis las implicaciones de todo esto, especialmente en su círculo…
—¡Deja de…! —gritó entonces Ron, alzando ambas manos, de dedos crispados—. ¡Deja de hablar como si de verdad fueseis algo! ¡Es ridículo!
—Somos algo —siseó Hermione entre dientes—. Lo hemos sido durante mucho tiempo. Y cometí el error de ocultároslo durante demasiado tiempo. Pero ahora la guerra ha terminado, y… No quiero ocultarlo más. No puedo.
—¿Y qué creías que iba a pasar contándonoslo ahora? —gritó entonces Ron, del tirón. Cambiando su argumento—. ¿Que te daríamos la enhorabuena por vuestra relación, y nuestra bendición? ¿Que todo quedaría en una puta anécdota sin importancia…? ¿Que celebraríamos el que nos hayas engañado durante años? ¿A nosotros y a toda la maldita Orden? —gritó con más fuerza—. ¡Nos has traicionado a todos! ¡Has estado encontrándote con un mortífago! ¡Lo dejaste escapar de Grimmauld Place! ¡A un puto Sargento Negro, Hermione…! ¡A Malfoy!
—No nos veíamos para pasarnos información de ningún tipo —aclaró de nuevo Hermione. Categórica—. No he estado viendo a un enemigo con esa finalidad. En absoluto. Solo queríamos estar juntos. La única vez que os traicioné fue la noche en que perdimos los colegios. Tuve que pasarle información para salvarle la vida. Y él, a cambio, me habló de Nurmengard… Rescatamos al profesor Dumbledore gracias a él.
—Dudo mucho que la Orden se crea esa patraña —barbotó Ron—. Te considerarán una traidora.
Se hizo el silencio. Harry se mordió el labio y apartó la mirada, como si necesitase un segundo para recomponerse. Se pasó la mano por el cabello, despeinándoselo. Tenía algo de ceniza que lo teñía de gris en algunas zonas.
—No vamos a decirle nada a la Orden —sentenció, con frialdad—. No les contaremos lo que sucedió en Grimmauld Place. Nadie tiene por qué enterarse de eso.
—Voy a decírselo yo —afirmó Hermione en cambio, con fría serenidad. Harry la miró con incredulidad.
—No, Hermione. Ni se te ocurra. Te enfrentarás a un Consejo de Guerra —aseguró Harry, rotundo—. Dejaste huir a un prisionero. Le hablaste de nuestra misión. Eso es tremendamente grave.
—Ya lo sé. Y asumiré las consecuencias. Lo hice todo por voluntad propia. Y lo volvería a hacer —aseguró, contundente. Sin inmutarse—. Le he pedido a Remus que me dejen verlo ahora. No sabe todo lo que ha pasado entre nosotros, pero tendré que contar todo tarde o temprano. Declararé a su favor en los juicios que sean necesarios, y voy a contar la verdad. Y no me importa. No quiero mentir más. No quiero ocultar nada. Afrontaré cualquier castigo.
Ron emitió una exclamación incrédula, elevando las manos al cielo y dejándolas caer a los lados de sus caderas con desesperación. Abrió y cerró la boca, aparentemente intentando asimilar las, para él, inconcebibles justificaciones de la chica.
—Esto es increíble. Ese desgraciado te ha comido la cabeza completamente. Estás dispuesta a… Vas a tirar tu vida por la borda por él. ¿Cómo has… —Ron había llegado a un punto en el cual parecía costarle articular— podido creerte a ese imbécil? ¿Cómo has podido caer en sus mentiras durante todo este tiempo…?
—Ron, basta —exigió la chica, con fría indignación—. No me ha mentido. No me ha mentido en nada. Te estoy diciendo que nunca me ha utilizado para conseguir información —apuntó, con decisión—. Según tú, ¿para qué me querría, si no es para eso? Mi relación con Draco es…
—¡Relación! Relación… —Ron parecía a punto de colapsar. Miró a Harry con incredulidad y desesperación, mientras señalaba a la chica—. ¡Harry, está loca…! ¡No está bien! —sacó la varita de la cartuchera de su muslo, mientras sacudía la cabeza. Con expresión alterada—. Voy a descubrir qué diantres…
—¡No te atrevas a lanzarme ni un solo contraembrujo, Ronald! —gritó la chica, apuntándolo con un dedo—. ¡Pienso con total claridad! ¡Y toda esta discusión está fuera de lugar! ¡No os lo he contado para que cuestionéis mis decisiones! Lo siento, pero le quiero. Y no podéis cambiar eso. El tiempo será quien nos juzgue, no vosotros.
Ron dejó escapar un airado resoplido. Temblando de pies a cabeza. No alzó la varita.
—Desde luego, lo estás dejando bastante claro. Tienes bastante claras tus prioridades.
—No hay prioridades. Él no está por encima de vosotros —espetó la chica, ya sin fuerzas—. Mi único error ha sido ocultároslo. Y lo siento muchísimo —su voz se quebró—. Solo quería ser sincera de una vez y pediros perdón. Quería arreglarlo todo. Quería dejar de mentir. De mentiros. Sois… —dejó escapar un incontenible sollozo—. Sois mis mejores amigos. Sois mi familia. Y esperaba que lo entendieseis —miró a Ron. Y apenas pudo sostenerle la mirada. "Por… por si acaso…"—. Ron, lo siento… tanto —enfatizó, en voz mucho más baja—. Lo siento muchísimo.
Ron seguía temblando. Pero consiguió sostener la mirada de la chica a pesar de que su rostro se estaba enrojeciendo en contenidos sollozos que ahora se negaba a emitir. No podía controlar los estremecimientos de su pecho. Harry, desde su posición, los miró a ambos de reojo. En silencio. Parpadeando con cautela. Sintiendo que había un detalle que se le estaba escapando.
—No creo que lo sientas de verdad —siseó Ron de forma atropellada. Con dureza.
—Ron… —farfulló Hermione, con voz trémula.
—No, cállate. Solo… cállate ya —espetó, volviendo a darle la espalda.
Hermione solo pudo temblar. Parpadeó para apartar las lágrimas de sus ojos. Unas desaparecieron. Otras rodaron por sus mejillas. Miró a Harry, y lo vio frotándose los ojos bajo las gafas, con la otra mano en la cadera. Y Hermione no sabía si estaba llorando o no. Y la chica rememoró las discusiones que habían tenido cuando eran más jóvenes. En cada una de ellas su yo más joven creyó que su amistad había terminado. Y sufrió en cada una. Si solo hubiera sabido que todo iba a acabar así…
—Hermione… —interrumpió una ronca voz desde la puerta.
La joven giró la cabeza, sobresaltada pero casi aliviada de que algo la distrajese de la horrible situación en la que se había metido ella misma. Harry y Ron también alzaron las miradas. Ninguno de los tres, enfrascados en la discusión, había oído abrirse la puerta.
Remus la contemplaba desde el umbral, a pocos pasos. Parecía estar agotado, de rostro ceniciento, pelo desordenado, y oscuros surcos que decoraban el bajo de sus amables ojos. Observaba la escena con ligera reserva, pasando sus inteligentes ojos de uno a otro.
—Lo siento, ¿interrumpo? —musitó, con prudencia. Hermione, incapaz de articular palabra, se obligó a negar con la cabeza, aunque la respuesta real era evidentemente la contraria—. Puedes ver al chico —informó el hombre, señalando a sus espaldas con un gesto de cabeza, haciendo sacudirse su despeinado cabello veteado de gris—. Vendrán a llevárselo enseguida, pero hemos conseguido… Puedes verle unos minutos. Pero tiene que ser ahora.
Hermione se giró del todo, con la boca entreabierta. Y sintió que le estrujaban el corazón, asimilando la emocionante pero terriblemente inoportuna noticia. Se escuchó el sonido estrangulado que Ron emitió.
—Esto es… increíble —farfulló. Atragantándose con las palabras al hablar. La chica guardó un orgulloso silencio, sin mirarlo, y éste volvió a dejar caer sus manos de golpe contra sus caderas—. Venga, ¿a qué esperas? Vete a ver a ese hijo de puta —Hermione clavó sus acalorados ojos en él. Ron le dedicó una mirada de rabia y agitó la mano hacia la puerta—. ¡Lárgate, ni lo dudes! ¡VENGA!
Hermione lo contempló, herida, sin poder decir nada. Se enjugó las lágrimas en su sucia chaqueta, mientras Ron volvía a quedar de espaldas. Harry pareció tardar unos segundos en tener algo que decir. Parecía cansado. Muy cansado. Desvió la mirada de Lupin a ella. Y no pareció encontrarse con fuerzas para mostrarse recriminatorio. Se limitó a dedicarle una mirada cautelosa. Vacilante. Todavía algo desubicado. Como si tuviera miedo de su amiga.
Hermione lo vio tomar aire y convertir sus labios en una fina línea. Parecía demasiado cansado por esa guerra como para librar otra batalla contra ella.
—Vete —pronunció, sin darle a su voz ningún tono especial—. Ya… hablaremos más tarde.
Hermione apretó los dientes. Consiguió morderse el labio para que no le temblase y dio una fugaz cabezada. Miró a Ron, pero no parecía capaz de dirigirle la palabra. Seguía de espaldas a ella. La joven elevó un poco más la barbilla, y se dirigió hacia la puerta, hacia Lupin. Intentando dejar su corazón en el interior del despacho de McGonagall, incapaz de afrontar lo que la esperaba al otro lado de la puerta, con la pelea contra sus amigos todavía bailando en su pecho.
—¿Ellos tampoco lo sabían? —murmuró Remus, solo para ella, cuando cerraron la puerta a sus espaldas. Hermione, con la garganta todavía atenazada, solo pudo negar con la cabeza.
Remus no dijo nada, y comenzaron a caminar en silencio. Su recorrido los llevó a lo alto de la Gran Escalera. Desde allí se podía ver todo el Vestíbulo. O lo que quedaba de él. Reinaba bastante ajetreo. Un grupo de magos se entretenían reconstruyendo los muros con ayuda de sus varitas, haciendo volar todo tipo de escombros de vuelta a sus lugares de origen. El dragón, en su persecución contra Harry, había destrozado prácticamente la planta inferior. Todo lo que había sobre sus cabezas parecía mantenerse en pie por arte de magia. Literalmente.
Hermione vio el interior del Gran Comedor desde su posición, gracias a la enorme abertura semi-derrumbada en la que se habían convertido las puertas dobles. Estaban ambas en el suelo, sobre y bajo escombros. La chica vio en el interior un enorme hueco en el suelo que todavía no habían cubierto. Había mucha gente trabajando en ello. Vio al enorme Grawp retirando algunas piedras de considerable tamaño.
Junto a las puertas dobles que conducían a los terrenos se encontraba uno de los centauros, con el lomo sangrante, siendo atendido por una medimaga de San Mungo. No podía subir escaleras, y Hermione estaba segura de que no aceptaría la ayuda de un mago para hacerlo. Los centauros habían sido de los primeros en irse una vez acabó la batalla. No se quedaron a disfrutar de la paz con los magos. Simplemente se fueron, sin despedirse de nadie, de vuelta al Bosque Prohibido, a su hogar. Hacía ya un rato, Dumbledore se había internado él solo en el bosque, seguramente para hablar con ellos y darles las gracias por su ayuda.
Por el rabillo del ojo, aún mirando el Gran Comedor, Hermione vio una gran sombra al final de las escaleras que atrajo su mirada. Hagrid estaba saliendo de un pasillo lateral que conducía al sótano, e iba rodeado de diminutos y serviciales elfos domésticos que le hablaban sin parar. Hermione sonrió sin poder contenerse. Estaba bien. Y estaba convencida de que le habrían retirado ya la Maldición Imperius. Hagrid no la vio, pero al verle ahí, de pie, vivo, se aligeró el peso que llevaba en su corazón. Tendrían tiempo de sobra para hablar de todo más tarde.
Continuaron por el pasillo de la primera planta, y pasaron frente a algunos pasadizos. Hermione vio a algunas personas agitando sus varitas hacia los oscuros rincones. Aurores del Ministerio. La chica no los conocía, pero intuía que lo eran por la frescura de sus miradas y sus limpias túnicas. No habían estado allí luchando toda la noche, o no tendrían ese aspecto. Estaban retirando todos los posibles hechizos y maldiciones que ambos bandos habían colocado por todo el castillo. Las terribles sombras que devoraban a todo el que se le acercase estaban desapareciendo.
Volvieron a acercarse a la Enfermería. Había algunos medimagos yendo de un lado para otro, con el característico símbolo de una varita y un hueso cruzados bordado en sus túnicas. Habrían venido de San Mungo. Y era una suerte, porque era imposible que Fleur, y seguramente Augustus Pye, Miriam Strout y Hannah, pudiesen atender a los cientos de heridos que habría dejado atrás esa noche.
El profesor Lupin guió a Hermione escaleras arriba en dirección a la segunda planta. Se cruzaron con algunas personas que subían y bajaban, apresuradas, buscando gente, arreglando desperfectos. Hermione sentía sus piernas pesadas, a pesar de haber estado no sabía ni cuánto tiempo sentada en el despacho de Minerva. Toda ella se sentía pesada.
—Remus —murmuró entonces Hermione, contemplándolo de soslayo—, ¿Nott…? ¿Theodore Nott está bien? El hombre lobo del que me protegiste en las escaleras de la torre…
Remus no giró la cabeza para mirarla mientras ascendían. Y a Hermione no sabía si debía preocuparle o tranquilizarle el que estuviese tan callado. No le había preguntado nada más, a pesar de la peliaguda confesión de Hermione. Realmente, no le había acusado, ni recriminado nada. Se había mostrado preocupado por la situación, pero no censurador. Le había dejado claro a la chica que no había hecho las cosas bien. Le había dejado claro que lo que había hecho había sido una traición. Pero no había reaccionado, ni de lejos, como Harry y Ron.
Tampoco la miraba diferente, por mucho que la joven buscara en sus ojos algún atisbo de rechazo. Simplemente, se veía cansado.
—Está vivo —reveló el hombre, sin dejar de subir escalones—. Fui algo agresivo con él. Me obligó a serlo. Me di cuenta de que no había sufrido la transformación muchas veces. Era más salvaje de lo que es normal ser. La infección lo dominaba demasiado. Creo que estaba asustado. Logré sacarlo de las escaleras y lo mantuve a raya, haciéndole algo de daño, hasta que ambos recuperamos la forma humana con la llegada del amanecer. Estaba… horrorizado cuando volvió en sí —añadió con una voz descorazonadamente amable. Como si se estuviese viendo a sí mismo, rememorando sus primeras transformaciones, en ese chico—. Tuve que llevármelo detenido, pero conseguí que lo examinaran —dijo de forma más firme, y se rascó la barba que decoraba sus mejillas—. Sus heridas no son graves. Al margen de la licantropía, está bien. Solo necesita descansar.
Hermione no dijo nada. Con el corazón más ligero ante el hecho de que Nott estaba vivo, y relativamente sano y salvo. Pero con la garganta atenazada solo de imaginar cómo habría sido volver a ser él mismo. Sintiendo el sabor de una sangre que no era suya en la boca. Se le partía el corazón pensando en lo que el muchacho estaría viviendo ahora. Sabía que los licántropos podían recordar todo cuanto habían hecho durante su transformación. Y no sabía cómo Theodore podría lidiar con algo así.
—Él es una buena persona —se vio Hermione en la necesidad de decir. No podía seguir callada—. No quería hacer daño a nadie, estoy convencida. No era un servidor fiel de Voldemort, no estaba a su lado por convicción. Draco me lo contó. Él y Draco…
—Hermione —la interrumpió Lupin con suavidad, mientras llegaban al corredor del segundo piso y avanzaban por él—, ambos son mortífagos. Tienen la Marca Tenebrosa en el brazo, y esta noche han luchado en el bando del Señor Tenebroso. Tienes que entender que estén detenidos. Y tu palabra contra ese hecho no va a hacer que los suelten esta noche. Pero se celebrarán juicios. La verdad se sabrá, puedes estar segura.
—Los hechos no siempre son la realidad —protestó la joven, con firmeza—. Y tengo mis dudas de que el Ministerio sea imparcial. Hemos ganado la guerra, y eso significa que podemos hacer con ellos lo que…
—Hermione —repitió el hombre, sin perder la paciencia—, no te martirices ahora. Estás cansada. Cansada y afectada, igual que todos. Se aclarará todo y se hará justicia, ya lo verás.
—¿Cuándo? ¿Cuánto tiempo puede pasar hasta que se celebren los juicios? ¿Cuánto tiempo tendrán que estar en Azkaban, al amparo de los Dementores, hasta que se les conceda la oportunidad de defenderse? —espetó Hermione, con voz temblorosa de rabia.
Remus no parpadeó.
—No lo sé. Pero estarás de acuerdo conmigo en que ahora mismo hay cosas que son prioritarias antes que la calidad de vida del bando enemigo que, de hecho, empezó esta guerra.
La chica tuvo que tragar saliva. Sus ojos humedeciéndose.
Reconstruir el castillo. Salvar a los heridos. Trasladar y enterrar cientos de cadáveres. Informar y tranquilizar a la sociedad mágica. Devolver a los alumnos rescatados a sus familias. Buscar todos los escondrijos de Lord Voldemort. Liberar a todos sus prisioneros, diseminados por el país en lugares ocultos. Localizar y capturar a todos los enemigos que habían huido. Acudir a Beauxbatons y Durmstrang para poder eliminar de allí cualquier rastro del enemigo y recuperar el control de los colegios de nuevo. Hablar con el resto de Ministerios europeos...
Hermione amaba a Draco. Y para ella era una prioridad. Pero no podía cerrar los ojos a la realidad, ni permitir que sus sentimientos la cegasen. Podía entender que, que se hiciese justicia con su destino, no fuese prioritario para nadie más.
—Por supuesto —susurró, con voz inestable—. Pero…
—Es aquí —la interrumpió entonces Remus, deteniéndose frente a una puerta del segundo piso. La que correspondía a un aula vacía, no utilizada habitualmente, que Hermione recordase. La chica se mostró inquieta. Sin saber qué iba a encontrarse allí.
—¿Están todos los mortífagos…?
—No, sólo él —respondió Lupin, acercándose unos pasos hacia la puerta—. Minerva ha conseguido que lo trasladen aquí durante unos minutos con la excusa de un interrogatorio para que habléis a solas. Se lo llevarán cuando los aurores del Ministerio vengan a por los prisioneros. Nadie más debe saber que os hemos permitido hablar.
Hermione dejó escapar un suspiro afectado. Toda su exacerbación, y espíritu luchador, ralentizándose. Arrepintiéndose de estar pagando sus frustraciones con Remus. Estaba haciendo más por ellos de lo que debería. Y Hermione ni siquiera entendía del todo por qué lo estaba haciendo.
—Por supuesto —susurró la chica—. No voy a inmiscuiros ni a ti ni a la profesora McGonagall, te lo prometo. Gracias… gracias de todo corazón por hacer esto por mí. Por nosotros. ¿Por qué… por qué lo estás haciendo? —no pudo evitar preguntar, atropelladamente—. Si no crees que Draco sea inocente, ¿por qué lo haces?
Remus la miró a los ojos por primera vez. Con ojos cansados. Más incluso que los de Harry.
—Porque todos somos humanos, Hermione. Los mortífagos, y nosotros. Y estar enamorada de un enemigo no te convierte automáticamente en una traidora. Has… cometido algunas faltas que deben ser investigadas, desde luego…
—¿Tú me crees cuando digo que Draco es inocente? —insistió. Necesitando oírlo. Pero Remus se limitó a elevar las cejas.
—No tengo ni idea si lo es o no, Hermione. Pero pasé doce años creyendo que Sirius había sido el culpable de la muerte de los Potter. Y creyendo en la inocencia de Peter. He aprendido la lección, y las cosas no son siempre lo que parecen. He sido tu profesor. He peleado a tu lado. Has mantenido la cúpula en pie esta noche. Eres una mujer excepcional. Siempre he confiado en ti, y en tu criterio. Y si dices que Draco Malfoy es inocente, lo menos que puedo hacer es daros el beneficio de la duda. Si es inocente —miró de nuevo a la puerta cerrada, con expresión serena— qué menos que daros unos minutos para despediros.
La mandíbula de Hermione temblaba. Sus ojos estaban anegados en lágrimas.
—Gracias…. —fue lo único que consiguió articular, sin voz.
—Aunque necesito que me des tu varita, Hermione, por favor —pidió entonces él, de forma firme. La chica vaciló un instante, pero se resignó a no tener derecho a protestar. Llevó una mano lenta a la cartuchera que todavía tenía sujeta al muslo y le entregó su larga varita—. Y el bolso, si no te importa —pidió a continuación, amablemente. La chica vaciló un ínfimo instante, pero terminó quitándose la capa y el bolso que llevaba debajo—. Te lo devolveré después, te lo prometo. Es solo por precaución, entiéndelo —terminó diciendo, para después abrir la puerta y adentrarse en la estancia.
Se trataba de un aula abandonada, de reducido tamaño, con mesas apiladas y arrinconadas contra las paredes. Una única ventana la iluminaba con una tenue luz anaranjada proveniente del amanecer. La pizarra del fondo estaba mal borrada, de modo que aún se apreciaban algunas palabras ininteligibles escritas con tiza. En el fondo, había una silla solitaria frente a la mesa del profesor, en la cual estaba sentado un cabizbajo Draco Malfoy. Con los codos apoyados en sus rodillas y su espalda vencida hacia delante. Se encontraba custodiado por dos magos. Uno era alto, de cabello gris, recogido en una coleta baja, y se apoyaba en el borde de la mesa del profesor, varita en mano. El otro caminaba con pasos lentos frente a la silla. Era de mediana estatura y bastante más robusto, y se abanicaba con un libro que había encontrado en una estantería. Eran miembros de la Orden. Ambos alzaron la mirada para contemplar a los recién llegados, pero Malfoy no se movió.
Remus se hizo a un lado al entrar en la estancia, para que la joven pasase detrás, mientras él le sostenía la puerta.
—¿Y Minerva McGonagall? —preguntó el hombre de la coleta. Con los severos ojos fijos en Hermione. Eran grises, del mismo color que su cabello.
—Ha tenido que encargarse de otros asuntos —terció Remus con naturalidad. Con serenidad—. Hermione se encargará del interrogatorio del Sargento Negro. Será breve. ¿Está desarmado?
—Lo está —contestó de nuevo el hombre de cabello gris. Tenía una voz profunda que no casaba muy bien con su delgadez—. No ha intentado nada.
—Muy bien. Williamson, Savage, si me acompañáis fuera…. —invitó. Éstos parecieron vacilar a pesar de todo, pero finalmente cedieron y caminaron hacia allí. El hombre robusto miró a Hermione de arriba abajo al pasar a su lado. Con aire algo extrañado. El otro ya no le dedicó ni un parpadeo.
Cuando la puerta se hubo cerrado tras los tres hombres, Hermione se giró para mirar a Draco. Éste, al parecer, había oído pronunciar el nombre de la chica, porque ahora estaba sentado más erguido. Y con la vista fija en ella.
Hermione se tragó las lágrimas que pugnaban por salir de sus ojos. Ya había llorado suficiente. Dejó la capa que todavía tenía en la mano en un pupitre cualquiera y avanzó con rápidas zancadas en su dirección. Draco se puso en pie al mismo tiempo. Entonces Hermione vio que tenía las manos atadas, envueltas las muñecas en un fino rayo de luz que centelleaba. Un hechizo que simulaba unas esposas, a modo de extrema precaución, al parecer, a pesar de estar desarmado y vigilado.
Aunque él no pudo, ella lo abrazó con fuerza. Se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos de forma firme, hundiéndose en su garganta y apretándolo contra la suya de igual modo. Notó que él, sin poder alzar las manos, quedando éstas atrapadas entre sus cuerpos, envolvía su mano izquierda en la parte delantera de la chaqueta de la chica, en un firme puño. Necesitando sujetarla de algún lugar. La piel y la ropa del chico olían mucho a quemado. A humo y a ceniza. Y Hermione apretó sus ojos cerrados. Sintiéndose, por primera vez en horas, en el lugar correcto. En un lugar que sí se sentía bien. En un refugio. En sus brazos. No se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que estaba necesitando sentirse protegida. Solo por un momento.
—¿Cómo has conseguido…? —escuchó que gruñía él, contra su piel.
—No importa —murmuró ella, con la boca pegada a su ropa. Se sorprendió jadeando, hinchando su pecho rítmicamente contra él. Sin poder respirar—. ¿Estás bien?
Lo sintió asentir con la cabeza a regañadientes, dentro de sus brazos. Y Hermione se separó entonces de él, aflojando su agarre. Pasando a utilizar sus manos para algo más útil. Le acarició el rostro, de forma automática, solo un momento, para después concentrar su sentido del tacto y su vista en examinar su cuerpo al completo. Buscando heridas. Maldiciones. Cualquier cosa.
Bajó las manos por sus brazos, y descubrió que su manga estaba rota. La tela quemada. Y su piel del antebrazo, también. Inhaló con sorpresa.
—Dios mío —balbuceó Hermione, cogiéndolo de los codos y obligándolo a sentarse de nuevo. Se arrodilló frente a él, y fue entonces cuando se fijó en que su pantalón también estaba roto en la pantorrilla izquierda. Dejando a la vista otra quemadura, bastante más grande—. Dios mío, llevas horas así... ¿No te han curado? ¿Pero, cómo…? —la joven sonaba gangosa. Casi parecía capaz de echarse a llorar de frustración.
Draco se armó de valor para soltar un resoplido débil por su nariz. Una risa desganada.
—No merece la pena que curen a los enemigos —dijo, entre dientes. Mientras hablaba, observaba a la chica, examinando su cuerpo atentamente solo con sus ojos, sin poder usar sus manos atadas. Asegurándose de que ella se encontraba sana y salva.
—Eso es inhumano —articuló Hermione, desabrochando rápidamente el botón de la sucia manga de su camisa, y doblando la tela hasta el codo. Había varias ampollas amarillentas por encima del rojo brillante de las ronchas que cubrían su blanca piel. El contraste era escalofriante. Afortunadamente, no parecían ser graves. Pero debían estar doliéndole muchísimo.
Draco chasqueó la lengua. Impaciente.
—Granger, déjalo…
—Cállate —espetó ella sin miramientos. Para después mirarlo a los ojos con entereza—. ¿Se han dado cuenta de que tienes estas heridas?
Draco consideró la pregunta y sacudió la cabeza.
—No se ven a simple vista con la ropa si no se buscan, y solo me han registrado en busca de varita y artefactos malditos...
Ante eso, Hermione no dijo nada. Pero sí se arremangó rápidamente las mangas de su propia chaqueta. Después, se llevó una mano a su pantorrilla y levantó el bajo de su pantalón para sacar una corta varita de dentro de su alto calcetín. Draco arqueó las cejas con sorpresa.
—¿Y esa varita? —murmuró el chico, extrañado. Hermione contestó, sin mirarlo a los ojos. Concentrada en su tarea.
—Es mi varita de repuesto. Siempre la llevaba en el bolso de cuentas. Pero me he imaginado que me lo quitarían en algún momento, así que hace un rato la he escondido...
Draco sopló por su nariz brevemente y su comisura se elevó, pero no dijo nada más. Se limitó a contemplar el rostro de la chica mientras ella pasaba la punta de la varita por encima de su piel en cortos y lentos vaivenes. Y después dando pequeños toques en la piel de alrededor de la quemadura. Podía ver en su ceño fruncido que echaba en falta tener algunas pociones.
El rostro de Draco se contrajo, cerrando los ojos con fuerza. Dejando de mirarla, a su pesar. Apretó las mandíbulas, y se clavó las uñas en las palmas. Pero no emitió ningún sonido. Tras unos segundos, la piel del chico lució mucho mejor. Como una quemadura leve de varios días. La chica, tras mirar su trabajo con unos labios apretados con descontento, se resignó a concentrar sus esfuerzos en la quemadura de su pierna. Repitiendo los mismos movimientos de varita. Esa herida tardó unos valiosos segundos más en curarse.
Alargó una temblorosa mano, acariciando la recién curada y tierna superficie. Draco sufrió un estremecimiento, pero no dijo nada. Hermione alzó la mirada. Tragó saliva y se apuntó con la varita a su propia mano. Un sencillo vaso de cristal hizo aparición, y no tardó en llenarse de agua cristalina. La expresión de Draco se volvió anhelante durante una fracción de segundo. La chica se irguió, dejando de estar sentada en sus tobillos, y le acercó el vaso a los labios con una mano, sujetando su rostro con la otra. Él alzó por instinto sus manos encadenadas, apoyándolas también en el vaso. Bebió con avidez, terminándolo en pocos tragos. Sin decir nada, Hermione lo llenó por segunda vez y se lo ofreció de nuevo al joven, que volvió a vaciarlo enseguida. Dejó escapar un jadeo agradecido al terminar, con los ojos cerrados. Hermione, todavía luciendo frustrada y afectada al ver lo mucho que habían descuidado la salud del muchacho, le limpió con el pulgar la gota de agua que brillaba en su labio inferior, de un rápido gesto.
—¿Me llevan a Azkaban?
La chica, que estaba ocupada desvaneciendo de nuevo el vaso, volvió a mirarlo a los ojos. Los de él se limitaban a mirarla con atención. Exigiendo la verdad. Aunque ella estaba segura de que ya la sabía. Quizá una parte de él tenía la esperanza de escuchar lo contrario.
Hermione asintió con la cabeza, de forma apenas perceptible. Mirándolo con aprensión ante su reacción. Y fue consciente de cómo la respiración del chico cambiaba, convirtiéndose en un hálito tembloroso. Aunque su rostro seguía eficazmente impertérrito. Como si la noticia no debiera sorprenderle, en realidad. Y Hermione se preguntó por qué estaba conteniéndose ante ella.
Volvió a guardarse la varita en su pantorrilla. Después se arrastró un poco más cerca, quedando arrodillada entre sus piernas abiertas, y lo sujetó de los brazos.
—Solo hasta el juicio. Después todo se solucionará. Te absolverán —aseguró, sosteniéndole la mirada con intensidad, intentando que no la apartase. Draco resopló, sin ganas.
—No digas tonterías… —farfulló, girando el rostro a un lado. Pero Hermione le puso la mano en la mejilla, devolviéndolo con terquedad al frente. A ella.
—Draco, te absolverán. Te lo prometo —insistió, con firmeza.
—No me prometas algo así —replicó él, brusco, con la rabia brillando en sus ojos—. No me mientas. Conozco mi situación. No sé si lo han descubierto ya, pero soy un General de Las Sombras. Y saben que era un Sargento Negro. No voy a librarme de esto.
—Y me has ayudado esta noche —insistió Hermione, obstinada, sin soltarle el rostro—. Nos has ayudado a ganar. Es injusto que eso no signifique nada. Ahora mismo no… no me creen. Es complicado... Pero conseguiré que lo entiendan. Que se sepa la verdad. Eres inocente…
—No soy inocente —corrigió él, sacudiendo un poco la cabeza, todavía mirándola—. He peleado en el bando contrario de esta guerra durante años. Y he hecho lo que me correspondía hacer en esa posición. He hecho lo mismo que los demás mortífagos.
Hermione se concedió un momento para respirar. Era lo mismo que McGonagall le había dicho.
—¿Y lo del Valle de Godric? —protestó ella, tensando el rostro—. ¿Y lo de Nurmengard? Me dijiste dónde estaba el profesor Dumbledore. También lo de la cúpula, esta noche. Te enfrentaste a los tuyos, me salvaste de tu tía. Testificaré a tu favor, y, y…
—No vas a hacer tal cosa —replicó él, lapidario. Hermione lo miró a los ojos. Con el corazón a mil por hora.
—¿Por qué? —cuestionó, de forma pacífica, en voz baja.
—Porque no puedes…. —él enmudeció, sin saber cómo finalizar la frase. O cómo decir lo que pasaba por su cabeza.
—¿… contar que estamos juntos? —completó la chica. Y el desaliento que tiñó su voz apretó las entrañas de Draco. Sí, justo eso era lo que estaba pensando. En el mismo estribillo de siempre. En los mismos obstáculos de siempre. No podían contarlo. Era algo tan indiscutible que no se molestaba ya en razonarlo. No podían, y punto. No podían… ¿No podían?
¿Qué pasaría si lo contaban?
Ya no estaba al servicio del Señor Oscuro. Volvía a ser un hombre libre en ese sentido. Su vida, como tal, ya no estaba en riesgo per se. Y eso, en verdad, restaba importancia a cualquier otro inconveniente que tuvieran que solventar. Pero su reputación… Se convertirían en el punto de mira. De su círculo y del de ella. Cada uno por sus propias razones. Todo cambiaría. Todo explotaría. Tendrían que lidiar con cientos de cosas. Acusaciones. Rechazo. Abandono.
Pero, ¿no iban a tener que pasar por ello en algún momento?
¿O es que nunca iban a estar juntos?
Y a Draco hacerse esa pregunta lo dejó sin aliento. Hasta el punto que sintió que la carne se le ponía de gallina.
¿Cómo no iba a estar con ella?
—¿Lo contarías? —preguntó con voz controlada. Con los ojos fijos en su mandíbula. Sin poder mirarla a los ojos. Pero necesitando saber qué opinaba al respecto. Y sintió entonces a la chica apretar sus manos entre las suyas. Miró su contacto un instante y después sus ojos. A tiempo de verla asentir con la cabeza. Sin parpadear.
—Es la única manera de testificar a tu favor. Con toda la verdad —argumentó la chica. Acariciando sus manos con los pulgares. Aunque Draco solo lo notó en la izquierda—. Y sí, de cualquier manera, lo haría. Sin dudarlo un instante. No tengo miedo a estas alturas de lo que pueda pasar.
—Incluso aunque lo hicieras —siseó Draco, con desgana, articulando con lentitud. Intentando no dejar clara su opinión todavía—, tu testimonio no sería suficiente para sacarme de…
—No seré la única. Samantha también declarará en tu favor, estoy segura —insistió Hermione, impetuosa—. Y también los gemelos…
—¿Qué gemelos? —farfulló Draco, frunciendo el ceño.
—Los Weasley. Los hermanos de Ron. Fred y George —aclaró ella—. Estaban arriba, en la Torre de Adivinación.
—Los fuegos artificiales —murmuró Draco, recordándolo de pronto. Recordaba todo lo sucedido en la Torre de Adivinación como si se tratara de un sueño confuso y precipitado. Imágenes inconexas. Gritos. Humo. Mucho calor.
—Magicaja básica de Sortilegios Weasley —corroboró Hermione, con una prudente sonrisa—. Eso es. Pelearon contra Bellatrix para que saliéramos... Te vieron conmigo, seguro que….
—Yo no vi a nadie —replicó Draco en voz más baja—. Yo estaba fuera. Ya casi en el tejado. Dudo mucho que me vieran si estaban dentro… Y ni siquiera aunque me hubieran visto ahí lo contarían, Granger, asúmelo —añadió, con una sonrisa desdeñosa.
A Hermione pareció costarle aceptar eso. Draco vio sus hombros hundirse levemente. Sus manos en las suyas, aflojarse. Un frenético parpadeo, una rápida mirada alrededor, perdida en sus pensamientos, recuperando la compostura, y volvió a mirarlo. Todavía determinada.
—Pues seremos Samantha y yo —concluyó, con tono resuelto, en voz más alta—. Y será suficiente. Quizá… La profesora McGonagall me ha ayudado a reunirme contigo ahora. Sabe mucho de nosotros, quizá ella también…
—¿Por qué se metería en…?
—Draco, por favor —lo interrumpió entonces, con tono desesperado. Mirándolo ahora con genuina y rabiosa súplica—. Puedo hacerlo, pero no me hagas pelear todo esto yo sola.
El chico guardó silencio, sosteniéndole la mirada. Con un velado asombro de que todavía le quedasen fuerzas para pelear. Parpadeando con arrepentimiento.
—Snape me contó lo de la cúpula —terminó murmurando. Con tono distante—. Y sabía lo nuestro. Te lo contaré en otro momento, pero lo sabía desde que estábamos en Hogwarts. Quizá acceda a… No lo sé.
Hermione tardó un instante en asimilar semejante noticia. Pero se recompuso, sin tiempo de preguntar nada más al respecto. La espontánea expresión "te lo contaré en otro momento" hizo que la sangre corriese más rápido por sus venas. Esta no iba a ser la última vez que lo viese…
—Lo buscaré —aseguró, con tono eficaz. Satisfecha de que hubiera accedido a no poner más pegas. O eso creyó, hasta que Draco volvió emitir un profundo suspiro frustrado. Al parecer sin poder contenerse.
—Pero no es una buena idea —murmuró, entre dientes. Con los ojos cerrados. Como si así ella no pudiese interrumpirle—. Y no voy a fingir que me parece que lo es. No puedes testificar a mi favor. Esta es la peor forma de revelar lo nuestro. Escúchame, soy el primero que estaría dispuesto a cualquier cosa por no entrar en ese agujero, pero esto… No quiero librarme de esto a costa de joderte la vida a ti. La gente…
—Ya lo sabe —interrumpió la chica, con voz entrecortada. Draco la miró al instante. Mudo. Esperando a que añadiese algo más. Porque estaba seguro de que no la había entendido—. Me he adelantado. Harry y Ron lo saben. Se lo he contado todo.
—¿Cómo que se lo has contado? —repitió Draco, sin parpadear. Seguro de que seguía sin entenderlo. Pero Hermione lo estaba mirando con seriedad. Con amargura.
—Se lo he contado todo. Lo nuestro. Todo lo que ha pasado. Hace… hace unos minutos. Lo saben todo.
Draco no pudo articular palabra durante varios segundos. De hecho, no podía cerrar la boca. Hermione ahora no lo miraba. Sus ojos fijos en el centro de su pecho. Como si estuviera esperando sus protestas.
—¿Qué han dicho? —quiso saber él, en voz baja. Y Hermione no se esperaba esa pregunta. Respiró, y, cuando habló, intentó mostrarse firme. Dueña de la situación.
—No hemos… terminado la conversación.
—¿Por qué lo has hecho? —murmuró él a continuación. Y esa Hermione sí se la esperaba. Pero no se esperaba que su tono fuese casi impávido. Sin furia. La chica parpadeó y apretó los labios antes de hablar. Encendiéndose aun así.
—Lo siento —siseó, con determinación—. Sé que debería haberlo consultado contigo antes de hacerlo, pero necesitaba…
—No —interrumpió él, con más gravedad—, ¿por qué lo has hecho? No lo van a aceptar, y vas a… Yo no puedo estar contigo ahora —añadió, elevando sus manos atadas. Haciendo que ella volviese a mirarlo a los ojos—. No quiero que los pierdas. No quiero que estés sola —dejó escapar una suave y frustrada exhalación—. No me elijas a mí. No ahora. No te conviene.
A Hermione se le escapó una elevación de sus comisuras. Una rápida sonrisa que no opacó la tristeza de sus ojos.
—Draco, me da igual que no me convenga. Estoy harta de ocultar la verdad. De mentir como si hiciese algo malo queriéndote. Y quien no lo acepte que se vaya… dios, al cuerno. Es mi decisión —dejó escapar un hondo suspiro. Apretando de nuevo sus manos alrededor de sus brazos—. Voy a contarlo todo. A todos. Voy a contarle a la Orden que fui yo quien te liberó de nuestro cuartel general, y por qué lo hice, porque pienso contarlo en el juicio…
—Ni se te ocurra —espetó Draco, categórico, con mayor severidad—. Te vas a enfrentar a un Consejo de Guerra. No puedes hacer esto.
Pero Hermione sacudió la cabeza ante ese argumento. Poco impresionada. Era lo mismo que Harry ya le había dicho. Y ya lo sabía.
—Lo sé, y me da igual. Pagaré por mi traición. Es lo que merezco —admitió ella, sin alterarse—. Tengo que ser consecuente con lo que he hecho.
—Granger, deja tu maldito sentido del deber para otro momento en el cual no te estés jugando todo…
—Draco, si de verdad tu única preocupación es cómo todo esto pueda afectarme a mí, lo voy a hacer digas lo que digas —aseguró la chica. Con ojos vidriosos. Draco chasqueó la lengua.
—Voy a ir a la cárcel, Granger. Nada de lo que suceda fuera puede afectarme ahí dentro. La que va a tener que pelear sola vas a ser tú. No voy a poder hacer nada.
Ella esbozó una rápida sonrisa, y apretó sus brazos con más fuerza. Bajando la mirada hasta su regazo.
—No te preocupes por mí, estaré bien. Ahora es cuando de verdad estoy bien. Gritando al mundo que estoy contigo. Y, cuando salgas, pelearemos juntos. Se nos da bastante bien.
Con esas palabras consiguió callar a Draco. Varios segundos de silencio, y lo escuchó suspirar con lentitud por encima de su cabeza. Y nunca lo había escuchado suspirar con rendición, pero fue capaz de identificarlo. Notó entonces que el chico elevaba sus manos atadas para empujarla de la barbilla. Elevándole el rostro. Y sosteniéndolo ahí mientras le daba un beso. Estático. Pegando su boca contra la suya. Para después besarle la comisura, y por último la frente. Hermione sonrió sin fuerzas, y se inclinó para hundir el rostro en su pecho. Queriendo abrazarlo de nuevo. Pero Draco movió sus manos entre ellos, bloqueando su gesto.
—Espera… —murmuró. Y elevó los brazos encadenados, pasándolos por encima de la cabeza de la chica. Logrando dejarla dentro de ellos. Abrazándola así de mejor manera. Hermione sonrió, viéndose atrapada entre ellos. Y entonces sí se hundió en su pecho. Cerrando los ojos. Sintiendo las manos atadas del chico presionando su espalda.
—Eres la mujer más terca del mundo —gruñó entonces Draco, por encima de su cabeza. Su voz reverberando en su pecho, bajo la oreja de la chica—. Tanto, que incluso puedes conseguir lo que estás diciendo —la apretó entonces contra su pecho con sus manos. Y cambió de tema—: ¿Seguro que estás bien? ¿Estás lesionada? ¿Te han examinado?
Hermione comprendió que se refería a lo ocurrido en la torre. A la batalla contra Bellatrix a la que ella misma acababa de hacer alusión. Asintió con la cabeza, esperando que él lo notara. Pero después tuvo que cerrar los ojos con más fuerza. Sintiendo que se empañaban de lágrimas. La angustia atenazando su garganta. Ahora sí, recordando lo sucedido.
—Dios mío, Draco, no me creo que lo que recuerdo sea real… —logró balbucear contra su ropa. Descorazonada—. Te ataqué. Podía haberte…
Él logró esbozar una media sonrisa que ella no vio y negó con la cabeza, restándole importancia. Aun así, especificó con un deje burlesco:
—Más concretamente, me lanzaste un Avada Kedavra, un Crucio, y prendiste fuego a una torre entera tú sola… —su tono había sido suave y bromista, pero sintió al instante que la chica se apretaba más contra él, casi temblando. Y la acercó más con sus manos atadas, queriendo tranquilizarla. Hablando ahora de forma pausada—: No seas boba, estabas bajo el Imperius. No tienes culpa de nada. Olvídalo todo.
Sintió su espalda subiendo y bajando al ritmo de su nerviosa y temblorosa respiración. Se preguntó si le habrían dado alguna Poción Calmante. Y si habría podido dormir algo. Lo dudaba mucho.
—Te oía —la escuchó decir entonces, todavía contra su pecho. Con voz algo más firme—. Oía lo que me gritabas, pero no podía pensar. Nada tenía sentido. En mi interior… sentía que tenía que destruir la cúpula. Que eras un obstáculo y solo importaba la cúpula. Es… muy difícil de explicar. Suena ridículo.
—Así funciona el Imperius —murmuró Draco a su vez. Sin darle apenas importancia. Concentrada su aletargada cabeza, realmente, en cómo ajustar sus manos atadas a la altura de las muñecas para abrazar mejor a la chica—. Al final lograste resistirte…
—Oía tu voz —repitió ella, intentando expresarse con sentido—. Te veía, pero… no te veía, ¿sabes? Era confuso. Como un sueño. —Él asintió de forma lánguida, creyendo entenderla—. Pero escuché lo que dijiste del Patronus, lo del invernadero —añadió sin cambiar el tono de voz. Y Draco se quedó muy quieto, olvidando sus esquemas mentales para abrazarla mejor. Sintiendo calentarse su cuello. Ya no se acordaba de eso—. Entonces me esforcé en entender quién eras. Lo que me decías. Y sentí que quería volver contigo. Que eso tenía sentido. En algunos momentos sentía que estaba haciendo el tonto y que en realidad, si me esforzaba, podía controlar mi cuerpo. Podía salir de ese sueño. No sé explicarlo mejor. Fue muy confuso.
Draco se quedó callado unos instantes. Y tuvo que hacer un esfuerzo para contener un hondo suspiro.
—Eres una bruja asombrosa, Granger —musitó, sin estar muy seguro de si quería que ella lo escuchase o no. Sintió a la chica apretarse más contra él. Acomodar mejor el rostro en su pecho, y frotarlo con suavidad contra su ropa, demostrando que lo había oído. Pero no dijo nada al respecto.
"Tú fuiste mi estúpido recuerdo feliz. Solo podías ser tú."
—¿Por qué no te fuiste? —murmuró ella. Y tuvo que añadir, ante el confuso silencio de Draco—: De la torre. No te fuiste. Estaba todo en llamas, y tú… Tenías que haberte ido —terminó balbuceando, casi acusadora.
Y Draco se sorprendió cavilando por una contestación. Aunque la tenía muy clara. Y aun así, a la hora de responder, no supo qué decir.
—¿A dónde iba a ir? —se escuchó diciendo. Sin apenas voz.
—A cualquier sitio. Podías haber muerto —informó Hermione, todavía contra su pecho. Con severidad. Y Draco se resignó a recibir una bronca de Hermione Granger por no haberla dejado morir a solas en una torre en llamas.
—No soy fácil de matar, Granger —masculló con suficiencia. Acariciando su espalda con sus muñecas atadas. Y Hermione crispó sus dedos alrededor de sus costados, a modo de muda reprimenda. Protestando por su vanidad. Pero después cerró los puños alrededor de su ropa. Tirando de él ligeramente.
—Y saltaste al vacío —susurró entonces Hermione con la boca pegada a su pecho. Con voz queda—. Te dije que saltaras, y… simplemente lo hiciste. Saltaste —repitió, sin aliento, como si fuese inconcebible. Draco parpadeó, frunciendo sus cejas con extrañeza. Asimilando esa realidad. No se había molestado en recordarlo. No le parecía que pudiera ser real. Pero había sucedido de verdad, al parecer.
Se había tirado al vacío desde la Torre de Adivinación solo porque ella se lo había dicho…
—Lo hice —corroboró, sin querer darle más vueltas. Sin voz. Sintió a Hermione dejar escapar una risa ahogada. Incrédula. Asombrada. Como si no pudiese creer que lo hubiera hecho. Él tampoco se lo creía. Y necesitó cambiar de tema, al menos en parte—: ¿Cómo sobrevivimos? ¿Cómo lo hiciste?
—Creé un Depulso para que nos lanzase lejos —accedió la chica a explicar, con tono eficiente. Para alivio de él—. Para que no cayésemos sobre los acantilados que había debajo. Quería acercarnos al centro del lago, me pareció más seguro. Pero, por supuesto, íbamos a caer a demasiada velocidad. Así que conjuré un Encantamiento Ralentizador para mí, y, una vez que pude apuntar bien, hice lo mismo contigo. Creo que aun así caíste demasiado rápido, lo siento, no tuve mucho tiempo para…
—Esa es mi chica —murmuró en cambio Draco, por encima de su cabeza. Interrumpiéndola. Arrancándole una afectada sonrisa. Pero añadió, sin darle tiempo de decir nada ante eso—: ¿Y qué pasó… con todo lo demás? ¿Con la batalla? El resto de mortífagos han contado cosas pero no sé qué es verdad. ¿El Señor Oscuro…?
—Harry lo mató. Con ayuda del dragón. Es una larga historia… —añadió, comprendiendo que no tenían tiempo como para explicar todos los detalles. Éste alzó las cejas fugazmente, sorprendido—. Lo devoró...
—¿Devorado? —repitió Draco sin poder evitarlo. Encontrando casi grotesco semejante final para un ser tan espeluznante como Lord Voldemort.
—Sí, devorado. Ya no está. Está muerto —corroboró Hermione, con cautela—. Harry logró usar la cúpula para liberar al dragón, como planeamos, y entonces la cúpula cayó. El ejército que estaba al otro lado iba a entrar, pero el dragón lo impidió. Y todos comprendieron que, si el dragón estaba obedeciendo a Harry, era que Voldemort había muerto. Muchos de los tuyos se rindieron. A muchos los capturamos. Algunos huyeron.
—Entiendo… —murmuró Draco. Asimilándolo todo con lentitud. Pero entonces algo acudió a su mente. Zarandeando su corazón—. ¿Mi padre? —saltó de súbito, sin voz. Y sintió a Hermione removerse en sus brazos por la sorpresa—. ¿Sabes algo de él?
La chica se separó entonces de su pecho, para poder mirarlo a los ojos. Todavía dentro del agarre de sus brazos. Aturdida, se esforzó por recordar. Pero terminó negando con la cabeza, de forma prudente.
—No, lo siento. Solo… solo he visto a mis amigos. No he oído nada sobre él. ¿No está con los demás? ¿Y tu madre? —cuestionó Hermione, mirándolo con atención. Contagiándose de la evidente preocupación del joven. Le puso las manos en el pecho, y le pareció que temblaba al respirar.
—Mi madre ha sido detenida, como los demás mortífagos. Pero mi padre no —guardó silencio unos segundos. Sus fríos ojos se cargaron de emoción, y tuvo que apretar las mandíbulas. Hermione tragó saliva y pasó las manos por su torso. Intentando tranquilizarlo.
—Lo buscaré. Veré si está con… con los fallecidos —prometió, con delicadeza. Draco sufrió un temblor que lo recorrió entero, pero terminó asintiendo con la cabeza. Con considerable entereza.
—¿Y Nott? —preguntó de golpe. Y Hermione notó ahora con más claridad su pecho subir y bajar bajo sus manos—. Tampoco estaba con los demás. No lo he…
Ella se apresuró a asentir con la cabeza. Antes de que los nervios del chico se rompiesen del todo. Le acarició el lateral del rostro con rapidez, antes de hablar con firmeza, mirándolo a los ojos sin parpadear.
—No lo he visto, pero Remus me ha asegurado que está bien —contó, articulando cada palabra—. Creo que está herido, pero se pondrá bien. No te preocupes. Posiblemente esté en algún aula que hayan destinado a la sanación de heridos. Remus me ha dicho que ha conseguido que lo traten. Está detenido también, pero lo están atendiendo.
Draco cerró los ojos y asintió con la cabeza. Tranquilizándose. Ya no temblaba bajo sus manos. Hermione echó un fugaz vistazo a la puerta del aula, todavía cerrada, mientras el chico terminaba de recomponerse. En cualquier momento tendría que irse…
—Vámonos.
Hermione parpadeó, todavía mirando a la puerta. Y después devolvió su mirada a Draco. Asimilando lo que había dicho. Él la estaba mirando mortalmente serio. Casi impaciente. Sus ojos relucían.
—¿Qué? —susurró la chica. Sin aliento.
—Vámonos de aquí. Vámonos los dos —enfatizó, con tono firme. Contundente—. A dónde sea. Larguémonos... No le debemos nada a nadie. Si nos vamos ahora…
Hermione sacudió la cabeza, pero no dijo nada que lo interrumpiese. De hecho, ya no le oía.
"¿Y qué creías que iba a pasar contándonoslo ahora? ¿Que te daríamos la enhorabuena por vuestra relación, y nuestra bendición? ¿Que todo quedaría en una puta anécdota sin importancia…? ¿Que celebraríamos el que nos hayas engañado durante años? ¿A nosotros y a toda la maldita Orden? ¡Nos has traicionado a todos! ¡Has estado encontrándote con un mortífago! ¡Lo dejaste escapar de Grimmauld Place! ¡A un puto Sargento Negro, Hermione…! ¡A Malfoy!"
"Te enfrentarás a un Consejo de Guerra. Dejaste huir a un prisionero. Le hablaste de nuestra misión. Eso es tremendamente grave".
¿Eso era lo que le esperaba si se quedaba ahí? ¿El rechazo de sus mejores amigos? ¿De todo su entorno? ¿Un Consejo de Guerra? ¿Una vida entera, quizá, sin Draco? ¿Y si no conseguía sacarlo de Azkaban? ¿Y si él tenía razón?
Si se iba con Draco, podrían… Si huían juntos…
Huir.
¿Huir?
—No podemos… —se escuchó diciendo. Contradiciendo a todo lo que pasaba por su cabeza.
—Sí, podemos —enfatizó él con renovada fuerza. Al parecer convencido de su propia idea—. ¿Por qué no?
—Remus y McGonagall se han jugado mucho para que yo ahora mismo esté aquí —informó Hermione, con la voz tomada—. Si nos vamos…
—Me da igual —escupió Draco. Rotundo—. Me dan exactamente igual. Tienes una varita, puedes sacarnos de aquí. Vámonos lejos, donde nadie nos conozca. Así podríamos… Estaríamos juntos de una maldita vez —subrayó, como si no entendiese por qué la chica seguía negando con la cabeza.
—¿Y qué pasa con tu familia? ¿Y la mía? ¿Nuestros amigos? No voy a dejarlo todo atrás. No tenemos por qué. No es justo. No quiero huir como si estuviéramos haciendo algo malo —protestó Hermione, con vehemencia—. Quiero hacer las cosas bien. Voy a pelear por ti, y lo voy a hacer dando la cara. Irnos sería darles la razón a todos los que piensan que esto no está bien.
—Es que no está bien —barbotó Draco, dejando escapar un instantáneo jadeo después. Como si se hubiera dado cuenta de que no había sido la elección de palabras correcta—. Sabes a lo que me refiero. Esto, está bien —aseguró, apretando sus manos contra su espalda—. Pero la sociedad no opina igual. No lo está para ellos. El Señor Oscuro ha desaparecido, pero todas sus ideas siguen aquí. Vas a perder a tus amigos con lo que hemos hecho. Y yo voy a perder a mi familia. Y, si crees que peleando podemos cambiar algo… Creo que no estás pensando con claridad.
—Prefiero ser un paria social y vivir a tu lado porque lo he decidido yo, demostrándoles a todos que se equivocan, que huir y darles la razón —argumentó ella con la voz tomada.
—Es que no vas a vivir a mi lado —corrigió Draco, endureciendo el tono—. Voy a ir a la cárcel. Y, a pesar de tus buenas intenciones, no creo que puedas sacarme. Y tú también te vas a enfrentar a tu bando, a pena de cárcel quizá, y te vas a joder la vida. La única manera de estar juntos es irnos, Hermione. Sé que lo sabes.
—Estoy dispuesta a perderlo todo —espetó, acalorada—. Y a todos. Si de verdad eso es lo que quieren, adelante. No hago nada malo queriéndote, y no me convencerán de lo contrario —tragó saliva antes de continuar—: Y lo siento. Sé que lo digo desde el lado fácil, que yo no tengo ahora mismo unas esposas en las manos. Puedo entender que quieras irte —sentenció, y un nuevo fulgor iluminó sus ojos marrones. Draco despegó los labios, pero ella no dejó de hablar—: Y no te lo impediré. Tengo varita. Puedo sacarte de aquí —la voz de la chica bajó de tono, pero no tembló. Tampoco sonó, en absoluto, acusadora—. Lo puedo hacer. Si me lo pides, lo haré. De verdad. Pero no puedo ir contigo.
Draco ni siquiera se inmutó ante semejante ofrecimiento. Tenía la mirada perdida en algún punto lejano de la estancia, sus ojos grises cargados de impotencia. Finalmente buscó su oscura mirada, y algo en los ojos del chico, un deje casi burlón, le indicó que le parecía absurdo. Sin hablar, le dijo que era una idea disparatada. Que sin ella no se iría a ninguna parte.
Hermione se estiró y lo besó en los labios. Con urgencia. Con fuerza. Sosteniéndolo de la nuca. Se separó segundos después, mirándolo a los ojos.
—¿Confías en mí? —preguntó al chico. Acariciando su nuca con el pulgar, sin soltarlo. Él no se molestó en confirmarlo con ningún gesto. Solo siguió mirándola. Se había tirado de una jodida torre por ella…
Se oyó el sonido de la puerta abriéndose, un repentino crujido de madera que les agarrotó las gargantas. Hermione se aferró a su ropa por instinto, como si temiese que fuesen a arrebatárselo de los brazos de forma inmediata.
—Hermione, debes salir —informó Remus, asomando la cabeza por el umbral de la puerta.
—Voy —balbuceó la joven. Aún no. Era demasiado pronto. No podía irse—. Dame un minuto.
—Medio minuto —escuchó que murmuraba su viejo profesor.
Hermione se echó a temblar. De pronto, todo su autocontrol desapareció. Encontrándose incapaz de respirar, no pudo contener el impulso de apretarse contra su pecho con fuerza una última vez. Sollozando de forma muda contra su ropa. Ahogándose en lágrimas silenciosas. Clavándole las uñas en la espalda. Sintió la cabeza de Draco apoyarse sobre la de ella, incapaz de mover las manos.
La chica no sabía qué decir. Sentía que había mil cosas de las que quería hablarle. Y no había tiempo. Nunca habían tenido tiempo suficiente. No podía separarse de él. De pronto no podía concebir la idea de que todo saliese mal y lo perdiese para siempre. Que no pudiese sacarlo de Azkaban. Que algo así podría suceder. Ahora, a punto de verlo irse de su lado, le pareció más real que nunca.
Que, al negarse a huir con él, acabase de echar a perder su única oportunidad de estar a su lado.
—Te voy a sacar. Como sea. Solo… aguanta un poco. Dame tiempo —sentenció Hermione, con firmeza, separándose y encarándolo. Como si necesitase repetirlo de nuevo.
Draco rio por la nariz y forzó una sonrisa torcida. Pegando su frente contra la suya.
—Soy un mortífago. Un asesino, mano derecha del Señor Oscuro. Sargento Negro y General de Las Sombras. Será cadena perpetua, si hay algo que me va a sobrar es tiempo.
Hermione se atragantó con un sollozo mientras sus labios temblaban en una sonrisa. Se aproximó más para sellar sus labios en un beso. Con todas sus fuerzas. Guardando su tacto, su respiración, su calor, en su memoria y en su piel. Y no podía creer que no fuese a besarlo nunca más. Y se negó a creerlo.
—Hermione, ahora —insistió Remus, volviendo a asomarse por la puerta, con algo más de firmeza que antes.
Draco levantó sus brazos con rapidez, permitiéndole salir del hueco entre ellos. La chica se puso en pie desde su lugar, arrodillada en el suelo, con las piernas temblando. Él se levantó también.
Hermione, apretando los labios con frustración, no pudo evitar volver a acercarse para darle otro precipitado y rápido beso. Sujetando su cara. Tirando de su pelo. En cuanto soltó sus labios, sintió que la mano de Draco aferraba de nuevo su chaqueta. Manteniéndola en su lugar.
—Cuídate, ¿me oyes? —murmuró Draco. Atravesándola con una penetrante mirada. Y no fue una petición, sino una exigencia. Como si cualquier otra cosa no fuese ni remotamente aceptable.
Y Hermione pensó en Harry y Ron. En la discusión que tenían pendiente. En lo que iba a decirle a la Orden. En el Consejo de Guerra que le esperaba. En los juicios en los que iba a participar, cuantos hicieran falta, para que lo sacasen de la cárcel.
—Nos vemos pronto —susurró la chica contra su piel. Con determinación. Besándole la frente, el cabello, una última vez.
Nos vemos pronto…
La puerta se abrió otra vez, y Williamson y Savage volvieron a entrar. Hermione lo soltó a tiempo, y, en contra de su voluntad, se alejó un disimulado paso. Cuando perdió todo contacto corporal con él, se sintió fría y repentinamente muerta de miedo. No supo qué decir a modo de despedida. Ni siquiera en voz baja. Cualquier cosa que dijese ahora carecía de sentido. Draco la miraba a los ojos. Serio, y, por primera vez, decidido. No había miedo en sus ojos plateados. Hermione trató de devolverle una mirada similar. Cargada de una fuerza que no sentía. Pero que él necesitaba.
Y captó cómo los labios de él se curvaban de forma rápida, con discreción. Articulando algo en su dirección. De forma tácita. Solo para ella. Fue fugaz. Y tardó un segundo en entender el sutil movimiento. Lo que quería decirle. Pero lo hizo.
Los dos magos estaban ahora a cada lado de Draco. Y tiraron de él para conducirlo a la salida. Draco logró retroceder un par de pasos marcha atrás, sin dejar de mirarla, pero después tiraron de él con más fuerza, haciéndolo girarse para caminar hacia la puerta. Hermione se mordió el labio y consiguió mantenerse en pie hasta que salieron de la estancia. Y entonces se dejó caer en la silla que el chico había ocupado. Rompiendo a llorar. De forma muda, porque ni siquiera tenía aire. Sollozó con desesperación, contra las palmas de sus manos.
"Te quiero…"
Al secarse las lágrimas, al intentar respirar, descubrió que Remus había vuelto a entrar en el aula. Estaba en pie cerca de la puerta. Mirándola. Sin decir nada. Ya sin apremiarla. Pero la chica se recriminó a sí misma que ya era suficiente. Llorando no solucionaba nada. No empezaba a arreglar las cosas. Y tenía demasiado que hacer.
Se obligó a respirar hondo, tragando saliva con dificultad. Apretándose los muslos con las manos. Solo unos segundos, hasta recomponerse. Se puso en pie de un salto. Jadeando. Con las pestañas húmedas y los ojos secos. Y también echó a andar hacia la puerta. A grandes zancadas. Con los puños apretados.
Se acabaron las mentiras. Se acabó el esconderse. Y no había terminado de luchar.
A Hermione Granger no hay quien la derrote ja, ja, ja Go, girl! 💪
Ay, ay, ay… ¡que esto no ha terminado! 😱 Han ganado la guerra, pero nuestra pareja de enamorados todavía tienen problemas que resolver. Draco ha sido capturado, identificado como mortífago, y va a ir a Azkaban junto a los demás… Harry y Ron POR FIN se han enterado de su romance secreto, y… no se lo han tomado muy bien, que digamos *traga saliva* 😰. Remus también lo sabe, y McGonagall… ¡y Hermione está dispuesta a contárselo a quien haga falta! 🙈 No se va a ninguna parte, y va a luchar por Draco hasta el final. ¿Creéis que ha hecho lo correcto negándose a escapar con Draco y quedándose a pelear por él? Me contáis qué opináis…
Espero que os haya gustado mucho, mucho, mucho... Un millón de gracias por adelantado si os animáis a dejar algún comentario, soy muy feliz leyéndoos 😍
¡Mil gracias por leer! ¡Un abrazo enorme! ¡Nos leemos en el siguiente! 😊
