Capítulo XIV: Tiempo de explorar

Sus ojos estaban a punto de traicionarla, con su mano firme apuntó hacia la puerta, había escuchado las pisadas del Slytherin cuando ella entró, si podía entrar ya estaba preparada para lanzarlo de nuevo al recibidor. Pero solo escuchó el grito del platino y con esto supo que era cierto, los profesores habían hechizado su puerta. Con un sentimiento de alivio aún con su varita apuntando a la puerta susurró un Muffliato.

Al saber que él no podría entrar ni tampoco escuchar nada de lo que sucediera en la habitación, Hermione pudo observar lo que sería su cuarto por quien sabe cuánto tiempo.

En el centro de la habitación había una cama de muy buen tamaño, dos grandes almohadas y dos cojines hacían juego con las cobijas de color menta. Había dos burós, uno a cada lado de la cama, sobre uno de ellos había una jarra con agua y un vaso.

Al seguir viendo la habitación, la cual era más grande que lo que había esperado, y a decir verdad más grande de lo que en verdad ocupaba, avistó dos armarios. El primero que abrió era muy grande, era de caoba, tenía detalles finos en color dorado, no prestó mucha atención en esos detalles, de haberlo hecho se habría percatado de algo curioso en ellos, siguió observándolo, tenía varias repisas, y un travesaño de lo que parecía ser hierro forjado atravesado de lado al lado del armario, de él colgaban decenas de ganchos, los movió con los dedos y supo definitivamente que ese armario era enorme, ella calculaba que dado su tamaño solo usaría la mitad para acomodar sus cosas.

En el otro extremo de la habitación había otro armario, un poco más estrecho, con curiosidad se acercó a él y lo abrió, lo que vieron sus ojos la dejaron atónita, con manos temblorosas comenzó a recorrer con sus dedos las runas, ahora tendría tiempo de descifrarlas. Varias preguntas estaban en su cabeza en esos momentos, pero no quiso hacer caso de ellas, solamente se sentó sobre su cama para contemplar el pensadero del profesor Dumbledore.

Era impresionante que en verdad estuviera ahí, aunque quería hacer a un lado las preguntas, ahí seguían:

¿Por qué el profesor Snape o la profesora McGonagall lo pondrían en su cuarto?

¿Sería esa forma en que se comunicaría con sus amigos?

No, eso era un pensadero, al menos que tuviera funciones ocultas que el profesor Dumbledore no le hubiera dicho a Harry, solo servía para revisar una y otra vez los recuerdos que las personas guardaban en pequeñas botellas de cristal, eso la intrigaba pero no se detuvo mucho a pensar más en eso, ya tendría tiempo suficiente para saber el porqué estaba ahí.

Estaba viendo el resto de la habitación, había una mesa de madera que hacía juego con los armarios, la cama y los burós, en el cajón había hojas de pergamino, varias plumas y un tintero. Sobre la mesa había varios sobres, lacre de color rojo y el sello con el león de Gryffindor grabado.

En una de las esquinas de la habitación, cerca de la ventana había un piano, ella de pequeña había tomado clases de piano, no era tan buena como ella quería, pero si lo bastante para poder tocar piezas completas, se sentó en el banquillo, puso sus manos sobre las teclas de marfil y comenzó a tocar, la música que producían sus manos sobre ese piano le hizo olvidar por un momento de donde se encontraba y con quién.

Así siguió tocando hasta que terminó la pieza. Luego se dejó caer sobre la cama, miraba solo el techo, en su cabeza se formulaban muchas preguntas.

¿Cuánto tiempo había pasado desde que se habían marchado los profesores?

El profesor Snape le había dicho que en una hora traería las cosas que le había pedido. Se levantó de la cama y se dispuso a retirar el muffliato de la puerta. Giro la perilla y salió al recibidor, sintió alivio al ver que Malfoy ya no estuviera ahí, decidió esperarlo en "el aula de pociones" que era como había bautizado a aquel curioso cuarto, así que se adentró en la habitación que más le había gustado de toda la casa.

Con la presencia del estúpido de Malfoy no pudo observar todo lo que se encontraba en la habitación. Había anaqueles por doquier, todos contenían frascos con líquidos de distintos colores. Había varios armarios aparte del que había visto en un inicio, al abrirlo se percató que había un sinfín de ingredientes, algunos que jamás había visto.

En una mesa solitaria casi al final del aula había unos cuantos libros. Al tomarlos se percató de que todos eran de pociones, uno de ellos en específico llamó su atención, era el mismo libro que Harry había usado en el curso de sexto año. Lo hojeo y vio las anotaciones que ahora sabía, eran del profesor Snape. Ella no había tenido oportunidad de verlo con detenimiento en aquella ocasión, dado que Harry raramente lo soltaba, así que comenzó a hojearlo página a página, leyendo el texto del libro y las anotaciones de Snape a la par. Estaba absorta en la lectura, sus ojos se movían de un lado al otro de cada página, fue hasta que alguien irrumpió en la habitación que ella, de un salto se puso de pie y con la varita en su mano firmemente sujeta apuntó a la persona que se hallaba en el marco de la puerta.


Su mano ardía como si hubieran vertido agua hirviendo en ella, no tenía ni una seña de daño, pero el ardor ahí estaba, comenzó a gritarle insultos y groserías a la puerta que daba a la habitación de esa Sangre Sucia, hasta casi quedarse afónico, pero se dio cuenta que esa maldita de Granger había conjurado un Muffliato muy seguramente. Se dio por vencido en esa ocasión, pero hizo una nota mental.

Se lo haría pagar, ya tendría más de una ocasión para hacerle la vida imposible.

Gritarle a la puerta lo había distraído del dolor en su mano, cuando volvió a sentirlo se puso a maldecir de nuevo, abrió la puerta del baño de Granger y se adentró en la habitación. Todo era dorado, eso le asqueó, abrió uno de los grifos del lavabo y puso su mano justo debajo del chorro de agua, sintió alivio al instante, así que dejó que el agua siguiera corriendo, abrazando su mano dañada. Levantó la vista y se encontró con su reflejo en el espejo, era un espejo muy grande, y tenía un marco con runas antiguas decorándolo, él era bueno descifrándolas, solo descifró algunas, hablaba de la valentía y el coraje, así que no se tomó la molestia de seguir, era algo relacionado con la estúpida casa de Gryffindor.

Su mano ya casi no dolía:

Maldita Sangre Sucia, maldita McGonagall y sobre todo, maldito Snape, de haberle dado su varita, con un simple movimiento ese dolor hubiera desaparecido, pero no la tenía.

¿Cuánto tiempo tenía sin ella? ¿Dos días? ¿Tres?

Ya no lo sabía, el tiempo avanzaba diferente desde que había visto morir a Dumbledore de la mano de Snape. Se sentían semanas desde ese día, aunque él sabía que solo habían pasado unos cuantos días. Nunca se había detenido a pensar en su varita, era una parte de él, era una extensión de su brazo. Por eso se sentía incompleto sin ella, como si le faltara una de sus manos.

¡Malditos todos!

Cerró el grifo y se puso a observar con detenimiento cada parte del cuarto de baño, estaba el lavabo con dos grifos dorados, uno para agua caliente y otro para la fría. El espejo justo frente a él ya lo había estudiado por un rato. Lo que más le molestaba era la bañera. En verdad era del doble del tamaño que la suya, aunque aún no miraba ninguna de las habitaciones que estaba en su piso, era obvio que la bañera de esa Sangre Sucia era más grande que la suya. Tenía cuatro patas con leones tallados en cada una de ellas y con los ojos de rubíes, pero eso ya lo había visto. Un grifo dorado con dos llaves a sus lados con los pomos de cristal terminaban de decirle a Draco que esa bañera era mejor que la suya. En la pared, casi enseguida de la tina, había un toallero, del cual colgaban toallas doradas y escarlata.

Estúpidos colores de Gryffindor.

Había un pequeño armario, de madera. Tenia dos pequeñas puertas, las abrió y dentro había 3 repisas, sobre ellas había varias botellas de cristal con contenidos de diferentes colores. Draco supuso que eran cosas para el baño, burbujas, jabón y esas cosas, no se molestó en abrirlas, cerró las puertas y siguió observando, esa habitación era en verdad espaciosa. El inodoro era del mismo color que la tina y el lavabo, no tenía nada de especial. Detrás de la tina había un par de puertas deslizables, eran de cristal, traslúcidas.

¿Qué habría detrás de esas puertas?

Draco las abrió, era solo un espacio pequeño, había 3 pomos incrustados en la pared, todos de cristal y sobre su cabeza una regadera dorada.

Era solo una ducha, en la Mansión Malfoy no había duchas, todos tomaban baños en las tinas, que eran 100 veces mejor que la que tenía frente a él. En Hogwarts si había usado la ducha casi siempre, no le gustaba la idea de bañarse en la misma tina que otros. Aunque ciertamente en Hogwarts solo había tinas así en el cuarto de baños de prefectos.

Estar en ese cuarto por todo ese tiempo solo le recordó a Draco lo sucio que se sentía, quería darse un largo baño, pero no tenía ropa, solo esos canijos trapos que Granger le había puesto. No había pensado en eso hasta ese momento, Granger lo había visto desnudo, eso le desagradaba, pero él estaba seguro que era lo mejor que esa simplona hubiera visto. Eso hizo que una mueca burlona se dibujara en su rostro.

Ya había visto todo lo de ese cuarto, así que dispuso a irse, salió de nuevo al recibidor de la segunda planta y echó un último vistazo a la puerta de la habitación de Granger. Seguía igual que antes. Así que bajó las escaleras y entró directamente a la pequeña cocina. Tomo una manzana y le dio un mordisco, apenas se había sentado en una de las sillas cuando escuchó que la puerta principal se abría, eso le provocó un sobresalto, tan grande que soltó la manzana y se escondió detrás de la puerta de la cocina.

-Draco, sal al recibidor ahora mismo-.

Vaya era solo Snape, agradeció que nadie hubiera visto como se había acurrucado detrás de la puerta como todo un cobarde.

Le tomó solo unos segundos retomar el semblante altanero de siempre, salió pavoneándose de la cocina hacia donde Snape lo llamaba. Al verlo notó que llevaba arrastrando por todo el piso de la casa un baúl de tamaño medio. Se había olvidado por completo que Snape le llevaría alguna de sus pertenencias.

-Vaya Snape, te has tardado demasiado para traer ese baúl tan pequeño. Pero tú estado convaleciente lo explica-.

-No tengo tiempo para escuchar tus reclamos de niño mimado, ¿quieres el contenido de "este baúl tan pequeño"? o prefieres seguir vistiéndote con uniformes de Hogwarts, creo que la señorita Granger tomó unos cuantos del señor Weasley para cambiar ese que traes puesto-. Al terminar hizo una pequeña mueca de diversión justo cuando vio la cara que hacía Draco.

-Ya dame eso Snape, sería una pena que te hiciera volver por más cosas- él fue quien se acercó a donde Snape estaba, tomo el baúl y se sorprendió con el peso que había ahí, había subestimado a Snape, intentó levantarlo pero era muy pesado, no le quedo de otra que llevarlo arrastrando hasta su habitación.

-Es mejor que te quedes en tu habitación por un largo rato, tengo cosas que hablar a solas con la señorita Granger…

-¿Pero qué demonios tienes que hablar con esa asquerosa sangre sucia?- tenía el semblante furioso, sus narinas estaban ensanchadas y su piel se tornó roja por la furia que invadía su cuerpo en ese momento.

-Esas son cosas que no te incumben Draco, ya te lo he dicho muchas veces, hay cosas que no puedes saber, por muchas razones…

-¿Cuáles son esas putas razones Snape? ¿Por qué siento que esa sabe más cosas de las que yo sé?-.

-Porque no solo lo sientes Draco, ella sabe más cosas de las que tú sabes…

-¿Y por qué carajos debe ser así?-.

Snape quiso decirle que era para protegerlo, que todo lo que hacía era para protegerlo a él y a Hermione Granger, pero si lo hacía se vería débil, y él no quería eso.

-Eres todavía un puberto Draco, te falta madurar, no me has dejado terminar una sola frase, has estado interrumpiendo desde el inicio. No voy a morir por ti-.

Eso no era cierto, desde que había hecho el juramento inquebrantable con Narcissa había aceptado morir por Draco, desde mucho antes de eso lo había decidido.

-Nadie te ha pedido eso Snape, así que no intentes hacerte el mártir ahora-.

-Te equivocas Draco, tu madre me lo pidió, por eso hice el juramento inquebrantable con ella, para salvar tu pellejo en aquella ocasión. Esa vez logré librarte, tal y como lo hice de nuevo en la Mansión Malfoy, así que no voy a tolerar que seas tú quien haga que muera. Así que ya ve a tu habitación y ahí quédate hasta que yo te lo diga-.

Eso en verdad había tomado por sorpresa a Draco, era cierto eso, Snape lo había salvado cuando él no pudo matar a Dumbledore como lo tenía ordenado por Voldemort. Y después no solo le había salvado la vida en la Mansión Malfoy, tras la maldición que había recibido, sino que puso en riesgo la suya y había recibido un gran castigo por eso. Pero él era Draco Malfoy, y no iba a agradecer por eso, en ambas ocasiones había salvado su pellejo al salvarlo a él. Así que solo se dio media vuelta, y con el baúl arrastrando entró en su habitación.

Snape supo que eso lo había puesto a pensar, lo conocía demasiado bien. Y por lo tanto puso un hechizo para que la puerta no pudiera abrirse desde adentro. Hecho eso se encaminó hasta las escaleras para subir a la segunda planta. No tuvo que llamar a Granger, ella ya lo estaba esperando en el marco de la puerta de la sala de pociones con una cara que el profesor Snape no pudo descifrar enseguida.


¡Maldito Snape!

Le había echado en cara que había salvado su vida en dos ocasiones y que no pensaba hacerlo una tercera vez, pero por su impulso por salir de ese recibidor no había recibido una respuesta a lo que había cuestionado. Furioso decidió ir a gritarle a Snape, pero se dio cuenta que la jodida puerta no abría.

¡Maldito Snape!

No tenía su maldita varita, estaba encerrado en su propio cuarto, comenzó a gritarle de nuevo a la puerta, pero no recibió respuesta. Al ver que no podría salir sino hasta que Snape quisiera. decidió explorar su habitación, estaba furioso, pero al ir viendo los objetos que estaban ahí se fue calmando poco a poco.

Lo primero que saltaba a la vista era la amplia cama, era un poco más pequeña que la que tenía en la Mansión Malfoy, pero era igual de ostentosa, la madera era seguro caoba, era elegante, no tenía adornos. El colchón era cómodo, tenía sábanas de seda en color vino tinto y un edredón verde con detalles en hilo de oro blanco. Dos grandes almohadas suaves y unos cojines que hacían juego. Al lado de la cama había dos burós de la misma madera, sobre el de la derecha había un libro con pasta de cuero negra, ese libro se lo había visto en muchas ocasiones a Snape, era un libro de pociones prohibidas nivel avanzado. Sobre el de la izquierda sólo había una jarra con agua y una copa de plata.

Siguió recorriendo la habitación, a decir verdad era demasiado grande, no recordaba que así fuera la de la auténtica casa de los gritos, pero lo agradeció. Había dos grandes ventanas, las cuales dejaban entrar la luz, en la esquina de la habitación había un escritorio de madera con una silla muy cómoda que hacia juego. Sobre el escritorio había un sello con el escudo de Slytherin y otro más con el escudo de armas de los Malfoy, lacre de color verde y también plateado. En el cajón había muchos pergaminos, y varios tinteros.

¿Qué pensaba Snape? ¿A quién iba a escribirle tantas jodidas cartas, si se suponía que estaba muerto?

No reparó mucho en eso, siguió viendo el resto de la habitación. Había un gran armario con 3 puertas, en la del centro había un gran espejo de cuerpo completo, no le gustaba el reflejo que veía, aún tenía el estúpido uniforme con los colores de Ravenclaw, en cuanto pudiera salir se daría un baño y se pondría su ropa. Abrió las puertas laterales, eran demasiado espaciosas, sin duda cabrían sus pertenencias.

Había otro armario, era bastante extraño a decir verdad, era pequeño, medía apenas 70 centímetros de ancho a lo mucho y la profundidad no podía exceder los 10 centímetros. Tomo el pomo de la puerta que tenía la forma de la cabeza de una serpiente, la abrió y sus ojos de hielo se iluminaron con lo que vio.

No podía esperar a restregárselo en la cara a esa Asquerosa Sangre Sucia.

Había muchos anaqueles, todos llenos de botellas de cristal de diferentes tamaños, unos eran tan grandes como una jarra de cerveza de mantequilla, unos tan pequeños que apenas cabían unas cuantas gotas en su interior. Otros anaqueles contenían calderos de diferentes tamaños y materiales, había 3 alacenas, todas con un sinfín de ingredientes, Draco identifico una gran mayoría, pero otros no los había visto nunca. Su cara reflejaba una amplia satisfacción, y no solo por tener un aula así también, sino porque era secreta, y el vio que era mejor que la que la Sangre Sucia tenía en su planta. Si Draco se hubiera tomado el tiempo de explorar un poco más, hubiera encontrado algo aún más extraordinario.

Se dirigió a la puerta y estaba de nuevo en su habitación. Ya solo faltaba averiguar qué es lo que Snape le había llevado en ese baúl. Arrastró el baúl hasta situarlo frente a un sillón que había al lado del armario y se dispuso a abrirlo. Lo primero que vio fue una capa negra, era su capa negra, al tomarla sintió el tacto familiar de la tela. Estaba a punto de hechizar la capa para guardarla en el armario, pero recordó que no tenía una jodida varita, tendría que guardarla como cualquier estúpido Muggle. Solo la aventó sobre la alfombra y siguió sacando las demás prendas. Snape le había llevado unas 13 camisas de seda, en su mayoría eran negras, pero había una color vino tinto, otra verde oscuro y solo había una blanca que causaba gran contraste con los tonos oscuros que predominaban. Había varios pantalones también, todos hechos por un sastre a medida para él. Calcetines negros, 3 pares de zapatos, una bata de baño, una gran cantidad de boxers, 3 abrigos, y en el fondo del baúl había crema para afeitar, una navaja de plata, shampoo de su marca favorita, un peine y envuelta en un pañuelo de seda rojo estaba su perfume, ese también era hecho especialmente para él, no había otra persona en el mundo que usara esa misma fragancia.

Había albergado la esperanza de que Snape hubiera escondido en el fondo del baúl su varita, pero no, no había nada, buscó un fondo falso pero no lo había. Solo encontró una pequeña bolsa de terciopelo en la esquina del baúl, la tomó, la abrió, eran unos cuantos galeones, un puñado de Sickles y muchos Knuts.

¿Para que ocupaba el dinero si no iba a poder salir de esa estúpida casa?

Snape era en verdad estúpido.

Dentro de esa bolsa de terciopelo, había una aún más pequeña, la tomó y abrió, era su anillo, un anillo que le había dado Snape cuando cumplió 15 años, tenía la forma de una serpiente, él pensó que lo había perdido la fatídica noche que el señor tenebroso lo había castigado en su propia casa. El anillo no estaba solo, había una cadena de plata con un pequeño dije en forma de un animal que Draco no conocía también de plata. Solo se puso el anillo y la cadena la volvió a guardar. Se disponía a salir cuando recordó que no podía salir de la jodida habitación, volteó hacia la alfombra y vio la montaña de su ropa acumulada, suspiró molesto y se dispuso a guardar todo en el armario.

En verdad extrañaba su varita, con solo un movimiento todo hubiera quedado colgado de forma perfecta, pero no la tenía.

¡Maldita su suerte, maldito Snape, maldita Sangre Sucia, maldita Mcgonagall y sobre todo, maldita la situación que lo había llevado hasta ahí!

Suspiro de nuevo y con gesto tosco tomó la primer prenda para colgarla en el armario. Era una forma de esperar a que a Snape se le antojara regresar a hablarle pero no había otra cosa que pudiera hacer. Sus manos comenzaron a colgar una prenda tras otra, pero su mente estaba lejos, en los pasillos de Hogwarts, en una cierta clase de pociones con el profesor Slughorn...