Capítulo XVIII: Pesadilla.
Ya no sabía si le dolía más la cabeza o su maldita espalda, ese portazo le había costado realmente caro, la ligera tregua que había tenido con el sangrado, se había roto.
Sentía la sangre fluir de cada centímetro de su espalda, y de eso ya habían pasado horas, a decir verdad él no sabía el tiempo que había pasado, porque ni siquiera tenía un puñetero reloj para poder ver la hora. Pero estaba casi seguro que habían pasado horas desde que después de azotar la puerta con todas las fuerzas que tenía había vuelto a sangrar.
Cuando quiso parar la sangre, no tomó una de sus playeras, ya no quería ensuciar otra, porque no sabía quién iba a lavarlas cuando ya no tuviera, eso suponiendo que no muriera desangrado, así que quitó la sábana de su cama y la dobló de tal forma que parecía una bola mal hecha y volvió a colocarse de espalda a la pared, ahí estuvo por unos largos minutos hasta que había comenzado a marearse por la pérdida de sangre, así que optó por dejarse caer al suelo para ahora quedar en una vergonzosa posición.
Cuando sintió que aún sentado se mareaba y que estaba por darse un soberano golpe contra el piso, se levantó y se dirigió a su cama, agarró la sábana que para ese momento estaba demasiado húmeda de sangre, de su sangre, roja rutilante, no marrón como la había visto antes; la volvió a doblar de una forma más cuidadosa para que la parte más mojada quedara de cara al colchón, la posicionó donde pensó que era mejor y se acostó, poco a poco se fue sintiendo más y más débil y el maldito dolor no cesaba, la cabeza parecía que quería matarlo antes de que se desangrara.
Él no sabía cuántos litros de sangre tenía una persona, pero él estaba completamente seguro de que ya había perdido por lo menos la mitad, se llevó las manos a la cara y las notó más pálidas que de costumbre, y a aparte tenía un color azulado en las puntas de sus dedos, sentía como apenas podía sostenerlas en su cara, todo en él era debilidad, su corazón ya no sabía si lo sentía latir fuerte o simplemente se estaba deteniendo.
¡Maldita sea!
Iba a morir en una cama que ni siquiera era suya, eso era bastante estúpido, si no había muerto por la maldición que le había arrojado "El Señor Tenebroso", era demasiado inverosímil que fuera a morir de esa forma.
Aun en su seminconsciencia no pudo no aceptar que si seguía vivo no era por él, o porque su señor no hubiera hecho bien la maldición, sino por dos personas: Snape que llevaba salvándole el pellejo de diferentes formas desde su primer año en Hogwarts, impidiendo que los perfectos le castigaran por las cosas que hacía, aunque ambos sabían que merecía esos castigos, y de algo tan simple como liberarlo de limpiar trofeos por horas había pasado a lo último que había hecho, ayudarlo a escapar de las manos de Él.
Y la otra persona, muy a su pesar, estaba en la planta alta, lo más seguro era que dormida, porque desde hacía unas horas ya no había escuchado un solo ruido en la planta alta.
No quería su ayuda, se lo había escupido a la cara cuando ella se había ofrecido no una, sino varias veces a volver a sanar la espantosa herida que le aquejaba. Lo había hecho porque ahí oculto con ella, lo único que le quedaba era su orgullo, y él se estaba aferrando a él. Aunque con la mitad de su sangre drenada de su cuerpo le parecía estúpido no dejar que lo ayudara ¡él era un Slytherin por Merlín! tenía que ser astuto y aprovechar las situaciones que se le ponían enfrente.
Con ese pensamiento en su cabeza y la firme idea de que no estaba siendo débil sino práctico, intentó levantarse, pero se dio cuenta que esa no había sido buena idea en el momento en el que su cabeza se despegó de la almohada y sintió un mareo intenso, ganas de vomitar y su cabeza le taladró aún más fuerte, no siendo suficiente se unieron unos zumbidos insoportables en sus oídos.
Así que no le quedo de otra, solo esperaba que esa Sangre Sucia no hubiera insonorizado su habitación, porque de ser así, en unos minutos más ya estaría de viaje con la muerte sin posibilidad de regreso.
Con las pocas o muchas fuerzas que le quedaban, cerró sus ojos, tomó una bocanada de aire y gritó lo más fuerte que pudo:
-¡Granger!-.
Esperó un momento, no sabía si unos segundos o minutos completos, pero no escuchó nada que le hiciera pensar que ella lo había escuchado.
¡La muy estúpida había insonorizado la puerta!
Se sentía más débil si eso era posible, ese esfuerzo por gritar realmente le había puesto uno de los últimos clavos a su ataúd, pero no podía rendirse así de fácil, todavía le tenía que hacerle la vida imposible a esa Asquerosa Sangre Sucia, y no iba a perder la oportunidad de hacerlo por algo tan insignificante como estarse desangrando, así que con un último esfuerzo volvió a tomar aire y grito nuevamente, esta vez el doble de fuerte que la anterior:
-¡GRANGER !-.
Nada, silencio, no lo escuchaba y él lo presentía, iba a morir, tomó la jarra de agua que tenía cerca de su mano y con las pocas fuerzas que tenía la arrojó contra la pared más cercana, miles de cristales salieron disparados, unos cuantos le alcanzaron sus brazos desnudos y se quedaron incrustados ahí, haciendo que sangrara también por esas heridas.
-¡Con mil demonios!-.
El dolor era cada vez más leve, sus ojos se sentían cansados, los fue cerrando poco a poco, ya no sentía la sangre saliendo, ya no escuchaba sus oídos palpitando, todo estaba bastante tranquilo.
Realmente ese sueño era malo, no podía considerarlo pesadilla, al menos no por el momento, ella estaba consciente de que eso era un sueño, lo cual pasaba a menudo, por eso sus sueños en cierto punto eran aburridos, ya que sabía que no era real lo que estaba viviendo.
Esta vez en este sueño se encontraba sola en el bosque prohibido, eso era en verdad raro, ya que siempre que había estado ahí era con Harry o Ron, o con ambos, pero esta vez estaba ella sola, cerca de la madriguera de Aragog, notaba como cientos de acromantulas jóvenes se aproximaban a ella, había comenzado a correr tan rápido que sus piernas dolían, con su varita por encima del hombro lanzaba hechizos para repelerlas, pero mientras le daba a una, 5 más se acercaban. Corría tanto como sus piernas se lo permitían, lograba vislumbrar un claro y su intención era llegar a él para sumergirse en el agua.
Unos metros más…
Estaba tan cerca del claro que disminuyó su paso, pero de repente escuchó como gritaban su nombre:
-Granger!-.
Dentro de su sueño y su conciencia, ella sabía que nadie la llamaba por su apellido, y si lo hacían siempre iba después de un "señorita". Al estar consciente de esto su corazón dio un vuelco, eso dolía mas que sus piernas después de haber corrido kilómetros, quiso detenerse para descubrir de donde venía la voz que le gritaba, pero apenas aminoró el paso, las acromantulas le dieron alcance y tenía una casi subiendo por uno de sus pies. Así que volvió a correr como en un inicio, pero no había corrido ni 100 metros cuando volvió a escuchar que la llamaban, esta vez más fuerte y con más… ¿miedo? ¿Ira? ¿Ansiedad?
-¡GRANGER!-
Al escuchar su nombre de nuevo, el rostro de Malfoy vino de inmediato a su mente y sintió como su corazón de endureció y se infló a la vez, sintiendo un dolor fuerte. Se paró en seco y no le importó que las acromantulas hubieran comenzado a trepar por su cuerpo. Se mantuvo en esa posición por un tiempo corto antes de escuchar un fuerte golpe sordo que la trajo de nuevo a la realidad.
Le tomó unos segundos deshacerse por completo del sueño, de asegurarse que no había acromantulas trepando por su abdomen y que no estaba en el bosque prohibido, sino en su cama, no se molestó en ponerse las sandalias, bajó rápidamente las escaleras, se situó frente a la puerta de Malfoy y no escucho nada, eso hizo que su corazón se acelerara aún más, a tal punto que parecía que quería salírsele por la boca.
Se dividió entre entrar y descubrir que Malfoy dormía plácidamente y solo lo haría sobresaltarse, o no entrar y quedarse con la duda de saber si era él quien había estado llamándola.
A los 3 segundos de plantearse estas dos opciones ya su mano estaba sobre el pomo de la puerta, abriéndolo lo más lento que podía. Cuando la puerta quedo abierta, la poca luz que se colaba del vestíbulo a la habitación, pudo ver el perfil de Malfoy, con sus cabellos platinos manchados con sangre seca, se acercó poco a poco y pudo distinguir el color azul de sus manos y como sus parpados se movían ligeramente.
Ahogó un grito de sorpresa y enseguida estaba corriendo escaleras arriba. Por bajar corriendo tan rápido no se había acordado de llevar su varita consigo, solo se había apresurado a asegurarse que él estuviera bien, y por Merlín no lo estaba, tenía el mismo color que el que tenía el profesor Snape cuando lo encontró en "la casa de los gritos" verdadera, eso la asustó aún más, con manos temblorosas tomó su bolsa de cuentas y su varita, y bajó de nuevo a la habitación donde encontró a Malfoy exactamente como lo había dejado solo unos segundos atrás. Al acercarse a la cama sintió un calor en sus pie, no se había dado cuenta de los cristales que estaban dispersos sobre todo el piso, pero tampoco les dio importancia, esas heridas podían esperar.
Sus manos no habían dejado de temblar, tomó la muñeca de la mano derecha de Malfoy y se asustó al no sentir su pulso, lo buscó en la otra muñeca y no estaba. Su corazón se aceleró aún más si eso era posible. Acercó su oído derecho al pectoral izquierdo de Malfoy, y solo en esa posición, escuchando como su corazón latía, el suyo se tranquilizó.
Le dio la vuelta y esta vez no pudo ahogar el grito de miedo, en la sábana que estaba debajo de su espalda no se podía distinguir cual había sido su color original, porque toda estaba empapada de sangre.
Sacó un balde y lo llenó con agua, con una toalla blanca comenzó a limpiar la herida y los hilos de sangre que no paraban de brotar, se dio cuenta que de las puntadas que ella había dado ya solo quedaban 5, las otras habían desaparecido, ella sabía que ella misma había ocasionado que dos de ellas desaparecieran, pero sabía también que las otras se habían ido por el fuerte golpe con que él mismo había cerrado la puerta horas antes.
Terminó de limpiar y colocó una nueva toalla limpia en la herida y presionó con todas sus fuerzas, mientras sus manos le dolían por la fuerza con que estaba presionando, su frente descansó en la espalda de Malfoy, no supo cómo habían llegado lagrimas a sus ojos, pero ahora caían sobre la espalda de él para mezclarse a partes iguales con sangre que aún estaba ahí y el agua que ella había usado para limpiarle.
Después de unos minutos haciendo presión, quitó la toalla con un poco de alivio, vio que ya no brotaba sangre, eso solo la tranquilizó por unos segundos, ya que sabía que probablemente era porque ya no había más sangre que pudiera salir de su cuerpo. Así que con sus manos aún temblorosas se dispuso a cerrarla de nuevo, un hilo se terminó y luego la mitad de otro, poco a poco la herida se fue cerrando.
Cuando hubo terminado, levitó a Malfoy sobre su cama para poder cambiar las sábanas, su rostro palideció casi al mismo tono que el del rubio, al ver que la sangre había traspasado hasta el colchón, el cual ya había dejado de ser blanco. Solo conjuro un Fregotego y el colchón quedo limpio, con otro movimiento de su varita sacó sabanas nuevas del armario y la cama quedo hecha de sin rastros de sangre.
Posó de nuevo a Malfoy en el lado izquierdo de la cama y lo cubrió con las mantas, su piel era traslucida, y sus manos aun conservaban el color azulado, estaba demasiado frío, usó el mismo hechizo que mantenía caliente la comida para calentar las mantas que lo cubrían, y por ultimo lo enderezó lo suficiente para poder darle de beber de una botella transparente con un líquido viscoso de color morado, "Regeneret Sanguine" se alcanzaba a leer en unas pequeñas letras doradas.
Por todo esto decidió esa noche cuidarlo, en realidad no quería irse a su habitación por si el despertaba y necesitaba algo. Porque no quería irse a dormir a su habitación y descubrir cuando amaneciera que ya se había ido. Así que acercó el sillón lo más que pudo al lado de la cama de Malfoy y se sentó, de repente toda la habitación se había tornado fría, y ella solo tenía un short y una playera demasiado grande para ella, pero era muy delgada, no la cubría del frío, así que subió a su habitación lo más rápido que pudo, no quería dejarlo demasiado tiempo, tomó una cobija y bajó las escaleras aun descalza.
Entró de nuevo a la habitación que ya estaba iluminada con lámparas que ella había encendido cuando había comenzado a curarlo. Del primer estante tomó el primer libro que pudo y se sentó nuevamente en el sillón, el cual era demasiado grande para ella, subió sus piernas a él y cubrió todo con la cobija, abrió el libro en el primer capítulo y se dispuso a leer "Las diferentes culturas de los magos de Gran Bretaña", porque esa noche ella no quería dormir y no quería que él se fuera.
Dolía cada centímetro de su ser, se sentía como si se hubiera aparecido de una fatal forma, todo en él daba vueltas y tenía ganas inmensas de vomitar. Sus oídos ya no palpitaban ni hacían ruidos tan fuertes como antes, pero aún se sentía devastado.
Abrió sus ojos poco a poco, su habitación no estaba a oscuras como de costumbre, habían prendido las lámparas, cuando giró levemente su cabeza sobre la almohada pudo verla, estaba ahí, dormida, sobre su sillón, por lo que veía lo había recorrido para quedar más cerca de su cama, su cabello estaba suelto, un poco desmarañado como de costumbre, sus piernas estaban sobre el sillón y todo lo cubría una espantosa manta de cuadros escoceses, todo menos su mano derecha, que había caído sin fuerza sobre su regazo, dejando ahí mismo un libro que el sabia era suyo.
Ahí dormida y bajo la luz tenue de las lámparas Granger se veía diferente, él sabía que esos pensamientos eran insanos así que para retirarlos de su mente tomó aire y con fuerza gritó:
-¡Granger!
Eso le parecía tan familiar, como si lo hubiera gritado solo momentos antes, pero su cabeza no lo recordaba del todo.
La vio sobresaltar y eso le animó un poco:
-¿Qué demonios haces en mi habitación? Ya se te ha hecho costumbre entrar aquí sin mi maldito consentimiento ¿verdad?-. Hizo un esfuerzo por levantarse pero su espalda dolió y mejor desistió.
-¡Solamente te estaba ayudando a que no murieras desangrado!- Le espetó ella.
-Dado que tú fuiste la que ocasionó que eso pasara, no esperes que te agradezca, porque gracias a tu estúpido hechizo, hiciste que prácticamente muriera. Así que si es para eso que te has quedado aquí ya puedes irte largando-.
-¡No me quedé aquí por eso!
-¿Ah no…? ¿Entonces?-.
-Porque… hmmm…. Bien…. ¡Te importa un carajo Malfoy!
Tomó la estúpida manta y con facilidad y pasos largos se alejó de él, dejándolo en el cuarto solo con un sinfín de palabras en su boca que le quería escupir en la cara. No quería que lo volviera a ver con esos ojos de compasión, no quería que sus sucias manos volvieran a tocar su piel. Porque ahora que le había escupido que lo había curado de nuevo, se había llevado las manos a su espalda, y había notado que esta vez estaba vendada con unas grandes vendas, en lo que parecía ser un numero 8 horizontal y se sentía jodidamente mejor.
¿Cómo se las arreglaba esa sangre sucia para hacer todas esas cosas mientras él estaba inerte?
La magia, era claro que era eso.
En su cabeza no cabía la posibilidad de que esa manejara la magia medianamente bien, ¡Por Merlín! Era una Sangre Sucia.
Su cabeza siguió divagando con ideas cada vez más estúpidas, hasta que el cansancio lo venció y sus ojos se quedaron cerrados de nuevo.
El sol se colaba a través de las cortinas de su ventana, ya era hora de levantarse, la noche había sido realmente pesada, había pasado de una falsa pesadilla a una bastante real y más aterradora, sus manos aun dolían de la fuerza que había hecho para parar el sangrado, y sus pies, ni siquiera los había curado bien, solo había sacado con unas pinzas los pedacitos de cristal que se habían incrustado en ellos, lo había preferido hacer a la forma Muggle y no con magia, para que el dolor que sentía cada que retiraba uno la alejara del dolor que había sentido cuando Malfoy la había corrido nuevamente de su habitación sin importarle que ella había curado su herida nuevamente.
Se levantó, esta vez sí se puso sus sandalias, y se dirigió al baño para ducharse. Fue una ducha rápida, lavó bien sus heridas y regresó a su habitación a vestirse, se puso unos jeans azules con una blusa color marrón y sus botas, su pelo era un caos de nuevo así que solo lo amarró en una coleta y bajó a la cocina a prepararse algo para desayunar. Su reloj de pulsera marcaba apenas las 7 am, a veces odiaba su reloj biológico. Cuando abrió la puerta de la cocina a su nariz llegó un rico aroma, ahí en la mesa había panques recién hechos, miel, mermelada de fresa, había leche y jugo de calabaza. Había tiras de tocino doradas como a ella le gustaban, y también huevos con jamón. La profesora McGonagall había enviado toda esa comida para ellos.
Malfoy no iba a poder levantarse, tendría que llevarle ella un poco de esa comida.
Aunque a decir verdad no TENIA que llevarle nada, él era arrogante y ya le había dejado en claro que no quería su ayuda. Así que si así lo quería no iba a insistir más.
Se sentó a la mesa y en un plato tomó porciones realmente diminutas de las cosas que ahí había, no tenía mucha hambre, y no le gustaba dejar comida en su plato. Cuando terminó su ligero desayuno lavó su plato y su vaso y se dispuso a ir a la biblioteca a leer un rato. El libro de Malfoy que estaba leyendo era realmente interesante, esperaba que también ella lo tuviera entre sus libros. Cuando apenas había terminado de cerrar la puerta de la cocina lo vio a él en el vestíbulo, su color ya no era transparente como en la madrugada, la poción había hecho su trabajo y eso la tranquilizó bastante, más de lo que hubiera querido admitir.
-¿Qué haces levantado?
-Oh perdón, no sabia que debía pedirte permiso para poder darme una puñetera ducha.
-No ocupas pedirme nada, no seas estúpido Malfoy, pero si puedes caerte de nuevo, y yo ya no pienso volver a ayudarte.
-Nadie ha pedido tu ayuda, te lo llevo diciendo desde el principio, pero tu tonta cabeza no logra entenderlo. ¿Cómo debo quitar esto que me has puesto?
-Acabas de decirme que no necesitas y no quieres mi ayuda, entonces arréglatelas como puedas-. Y diciendo esto se dirigió escaleras arriba, dejándolo ahí en el vestíbulo con un insulto en la punta de la lengua.
¡Maldita sea! No era problema quitar las estúpidas vendas, sino volver a colocarlas, debía admitir, al menos para sí mismo que con ellas se sentía mejor, las heridas prácticamente no dolían, y tenía más libertad de movimiento. No quería quitarlas porque sabía que no iba a poder colocarlas de nuevo, y no pensaba pedirle ayuda a ella.
Abrió la puerta del baño y solo se lavó las manos y el rostro, si podía iba a retrasar esa ducha, aunque le hacía falta realmente. La sangre seca la tenía en sus manos cuando despertó, luego al verse en el espejo se dio cuenta que también estaba en su cara y en la parte baja de su espalda. Habiendo quitado la sangre que podía salió del baño y fue a la cocina a servirse un plato con cereal, era lo único que podía preparar el mismo, pero cuando abrió la puerta se maravilló al ver que la mesa estaba repleta de comida, no lo pensó dos veces, esa comida venia de Hogwarts, lo podía notar, así que comenzó a comer todo lo que quedaba en los platos. Cuando hubo terminado todo lo que había dejó los platos sucios justo donde los había encontrado, él no iba a lavarlos, que lo hiciera la Sangre Sucia, a él no le afectaba en lo más mínimo que se quedaran sucios.
Cuando salió de la cocina se dirigió a la biblioteca a intentar perder el tiempo en algo que no fuera pensar porque la sangre sucia insistía tanto en ayudarlo, y porque él se sentía tan cómodo cuando ella estaba cerca de él.
