II- La Voluntad de la Fuerza.

El golpe fatal no llegó. La satisfacción de Dooku se esfumó, desplazada por la preocupación. En lugar de completar su arco la hoja de luz se había detenido a muy poca distancia de su blanco, detenida por una resistencia inesperada.

El noble aumentó la presión, pero la resistencia creció en respuesta. Lenta, muy lentamente, el sable láser se fue alejando de Palpatine. La preocupación de Tyranus dio paso al miedo, un miedo grande e intenso. Un miedo que no controlaba, que no podía usar para avivar las llamas de su poder. A la desesperada, empleó gran parte de sus reservas en vencer el obstáculo, en poner fin a la existencia de su maestro.

Este esfuerzo máximo fue suficiente. Algo cedió y el arma volvió a avanzar tan despacio como había retrocedido antes. La confianza volvió al noble, que se permitió mirar a la cara a su víctima. Eso fue un error. Palpatine había desaparecido, porque no había nada del augusto gobernante galáctico en el rostro casi monstruoso de ojos amarillentos que vio. El antiguo maestro Jedi contempló la furia de Sidious, Maestro de la Orden Sith, y un terror como nunca había conocido se apoderó de su corazón.

El equilibrio se había roto. El maestro aprovechó la oportunidad para lanzar un golpe poderoso, que lanzó a su aprendiz a varios metros de distancia. El refinado sable láser cayó a mitad de camino entre el trono y la figura postrada de su dueño.

Un gemido metálico anunció que Palpatine se había liberado de sus grilletes. Dooku, todavía aturdido por el tremendo ataque que no había sido capaz de bloquear completamente trató de incorporarse. Un tremendo peso le cayó encima, obligándole a ponerse a gatas.

-¿Tanto deseas morir que no puedes esperar a ser derrotado por el joven Skywalker, lord Tyranus? -siseó Sidious con evidente rabia-. Tú traición no es solo inesperada, sino también inoportuna. Ahora tendré que destruirle personalmente, a él y a Kenobi. Nunca encontraré a otro con un potencial tan inmenso¿comprendes ahora lo que has hecho, miserable rata?

La última parte fue casi un alarido. Parecía que el Sith estaba muy cerca de perder el control. Dooku alzó la mirada, atemorizado. Vio a contraluz la figura de su señor, de pie, junto al asiento que había ocupado segundos antes. El rostro de la figura volvía a ser el de Palpatine de Naboo, pero venas palpitantes se habían hecho visibles en aquel rostro y los ojos seguían teniendo cierto color amarillo. Una marca rojiza en la garganta señalaba el lugar en el que el calor de la espada de luz había llegado a chamuscar la piel. El monstruo que había asomado desde las profundidades había vuelto a su oscura guarida.

Un leve gesto con la mano lanzó al Presidente de la Confederación contra una de las paredes metálicas de la estancia. Otro gesto. Un dolor como nunca antes había conocido hizo que Tyranus se retorciera espasmódicamente. Después de una eternidad que solo debió durar unos segundos, el dolor se desvaneció, aunque violentas convulsiones siguieron sacudiendo el cuerpo del octogenario guerrero.

-No temas, mi díscolo aprendiz -comentó Palpatine en tono más controlado, aunque Dooku apenas entendió las palabras en medio de su agonía-. No acabaré contigo. No aquí, no ahora. Tu traición merece una recompensa muy especial y duradera. Tendré que tener cuidado para no excederme. Odiaría dejarte escapar al quebrar tu mente. Pero no temas. Quizás no sepas que en su búsqueda de la inmortalidad, Plagueis tuvo que investigar durante mucho tiempo para descubrir los límites de la vida y cuando acabé con él heredé ese conocimiento.

El Canciller se agachó para recoger del suelo la espada que a punto había estado de acabar con su vida, la sostuvo ante sus ojos durante unos instantes y con ella en la mano se acercó a su enemigo caído, quién intentó futilmente alejarse a rastras.

-Resiste con todas tus fuerzas, viejo patético, y desespérate al saber que no te sirve de nada -dijo al activar el sable y lanzar una estocada en un mismo movimiento veloz y fluido que el conde no habría podido esquivar ni en su mejor momento.

La luz escarlata atravesó tejido, carne y hueso sin encontrar la menor resistencia. Dooku se agarró el muñón cauterizado con su mano izquierda, aullando de sufrimiento. Palpatine contempló el espectáculo con siniestra satisfacción y al aplastar con su pie la mano cortada, su sonrisa malévola se acentuó.

-Debo reconocer que me tienta la posibilidad de mutilarte todas las extremidades, amigo mío. Sin embargo, creo que no voy a hacerlo... por el momento. Creo recordar que te burlabas del joven Skywalker por su mano cibernética, algo sobre como un verdadero caballero hubiera aprendido a combatir con su otra mano¿has cambiado de opinión?

Pero la mutilación había sido bastante para sacar a Dooku de la aterrada estupefacción de los últimos momentos. Y el vengativo Palpatine, ocupado en insultar y provocar a un enemigo aparentemente derrotado, no había notado el cambio en su pupilo.

Debilitado, desarmado y dolorido, Tyranus sabía que no estaba a la altura, pero en el mismo instante supo también que no importaba. Mejor morir en combate y con dignidad que ser destruido por la perversión de Sidious. Con dientes apretados y la rapidez de una serpiente, el señor de Serenno extendió su brazo mutilado y golpeó con todas sus fuerzas.

Las burlas de Palpatine, la frustración y el dolor de su brazo cortado habían reforzado su voluntad y aumentado sus menguadas energías. Desde el muñón de su mano amputada lanzó un mazazo invisible, mezclado con centellas azules, que acertó de lleno a su blanco. Por segunda vez en el mismo día, el Señor Supremo del Sith sintió la sorpresa al ser atacado de forma imprevista.

Fue el turno de Sidious de estrellarse aparatosamente contra las paredes, tras un vuelo corto y veloz. Aunque dejo una gran marca en el metal y su vestimenta humeaba ligeramente, el ataque no había causado verdadero daño. Había tenido tiempo de amortiguar su aterrizaje con un denso colchón de aire. Sin embargo, estaba preocupado.

Siempre había tenido completa confianza en las visiones del futuro reveladas por la Fuerza y nada le había sorprendido desde las acciones de Padme Amidala durante la crisis de Naboo. Ahora, en cuestión de unos pocos minutos, había sido incapaz de predecir dos acciones que habían puesto en serio peligro su propia vida. Una vez quizás hubiera podido achacarse a la casualidad. Era imposible que algo así pasara dos veces por accidente.

El responsable debía ser Tyranus. De algún modo había descubierto como cegarle usando el Lado Oscuro y había decidido ascender con un golpe limpio, pero la cosa no había salido bien. Mientras se levantaba del suelo, pudo ver que su rival ya había hecho lo propio y se acercaba cautelosamente. Era evidente que su descubrimiento no le había hecho más fuerte o más diestro, por lo que seguía estando en desventaja ahora que todas las cartas estaban sobre la mesa, especialmente tras perder una mano.

El ver a Tyranus manipulando algo en su cinturón, puso a Sidious en alerta. Cuando los superdroides de combate entraron en la habitación segundos después, respondiendo a la llamada de su señor, Palpatine reaccionó instintivamente. Un detalle poco conocido de la historia Jedi era que las primeras espadas de luz habían sido creadas para contrarrestar las primeras armas de energía, tan mortíferas que a veces permitían a simples delincuentes acabar con los caballeros.

Con el paso de los siglos, la defensa contra ese armamento se había convertido en una forma de arte entre los defensores de la República. Y aunque los Sith siempre habían opinado que la mejor defensa es un buen ataque, Darth Sidious era un excelente espadachín, a la altura de los mejores maestros Jedi. Con precisión y rapidez inhumanos, los robots identificaron su blanco, se colocaron en posición y lanzaron una furiosa lluvia de disparos con los cañones montados en sus brazos. Con precisión y rapidez igualmente inhumanos, su blanco convirtió la espada que empuñaba en un torbellino de luz con el que logró bloquear, desviar o devolver todos los disparos hechos por los droides.

Mientras tanto, Dooku aprovechaba la breve distracción para reunir fuerzas y preparar su siguiente movimiento. No había convocado a sus servidores mecánicos con esperanzas de que vencieran. Para alguien verdaderamente poderoso en la Fuerza eran un enemigo trivial. Y, en efecto, ambos androides fueron destruidos en poco tiempo. El primero por uno de sus propios disparos devuelto al rebotar contra el sable láser. En cuanto al segundo, algo explotó en su interior, haciéndolo pedazos.

Pero su sacrificio había cumplido su cometido. Palpatine había tenido que sacrificar una parte considerable de sus propias reservas y centrar su atención en los droides para hacer frente al ataque. Por tercera vez, Tyranus sorprendió a su maestro al tirar con fuerza de su arma.

La espada de luz voló hasta la mano izquierda de su legítimo propietario, sin que hubiera más que un amago de resistencia. El Canciller estaba mucho más interesado en descifrar lo que había sucedido. ¿Por qué no había aprovechado la oportunidad para atacarle? Era evidente que el truco de su aprendiz no protegía a otros o los robots le hubieran acribillado. Pero en torno a Tyranus, la Fuerza era sólida como una coraza que resistía todos los intentos por penetrarla.

Una ventaja nada desdeñable, pero aparentemente Dooku todavía no estaba confiado. Comprensible, teniendo en cuenta que su primer fracaso le había costado la mano. Aunque volvía a empuñar su hoja, era evidente que sus habilidades con la mano izquierda no estaban tan desarrolladas como desearía. Tanto mejor. Vencería y arrancaría el secreto de la mente moribunda del renegado. Obtener un poder así casi compensaba la perdida de Skywalker.

-Solo puede haber dos. Un maestro y un aprendiz, Darth Tyranus -dijo Palpatine, extrayendo de un compartimiento secreto de su túnica una de sus propias espadas de luz-. Me has rechazado como maestro y ahora serás destruido como todos los aprendices que creyeron poder vencer a sus superiores.

Dooku no reaccionó a la provocación, ni lanzó replica alguna. Había adoptado su posición de combate predilecta, acomodándola a su reciente lesión, y parecía estar listo para la lucha. Su rostro y sus movimientos no daban indicación alguna de sus pensamientos y todos los esfuerzos por penetrar la anomalía que le rodeaba habían fallado.

Con un alarido demencial (que no produjo reacción alguna en su contrincante), Palpatine inició el duelo. Tras unos cuantos movimientos para calibrar al enemigo, lanzó una serie de mandoblazos, empuñando el arma con las dos manos. Golpes poderosos, sin duda, que hubieran aplastado casi cualquier defensa, pero que solo encontraron aire.

El conde había visto venir el ataque y se había apartado ligeramente, evitando así derrochar sus propias energías en pararlo. No obstante, había tenido que ceder mucho terreno al hacer esto. Era momento de contraatacar. Izquierda. Derecha. Estocada. Bloqueo. Izquierda. Bloqueo. Incluso si era derrotado, Dooku estaba dispuesto a ofrecer el mejor espectáculo de su vida.

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Pasaron los minutos y aunque aparentemente el intercambio de golpes no había cambiado en ritmo y ferocidad, lo cierto es que ambos sabían que se acercaba el final. Se detuvieron al unísono, separados por una distancia de pocos pasos, preparándose para el inevitable desenlace. Había sido un duelo digno de ser recordado en los anales de la historia, algo terrible y hermoso.

Aunque los propios luchadores no mostraban apenas signos de la ferocidad con la que habían combatido, la habitación y todos sus contenidos estaban en situación de desastre total. Relucientes surcos de metal medio derretido salpicaban el suelo y las paredes. El limitado mobiliario había quedado reducida a chatarra. Y una preocupante grieta había aparecido en uno de los grandes cristales, fabricados para resistir el impacto directo de un meteorito grande.

Pese a estar seguro de su inminente defunción, Dooku se sentía casi exultante. Había usado la Fuerza como nunca antes. Había atravesado barreras aparentemente infranqueables para mantenerse a la altura y lo había logrado. El precio, por supuesto, había sido emplear toda su reserva de poder, que ya estaba prácticamente agotada. Palpatine, por su parte, era lo bastante fuerte como para continuar mucho tiempo más. Sus miradas se encontraron y los dos adoptaron sus posiciones de ataque a la vez. El conde de Serenno volvió a su postura favorita, mientras que el Canciller sostuvo el arma horizontal sobre su cabeza, en posición vagamente parecida a un escorpión a punto de picar.

Entonces fue cuando sucedió. Algo se movió en la Fuerza misma y a pesar del velo de oscuridad todos los que tenían oídos capaces de oírla supieron que algo inmenso estaba pasando. El hecho en si mismo fue casi decepcionante en su pequeñez: el joven encargado de un turbo-láser pesado de una nave de la República situada a unos treinta mil kilómetros de distancia de la Mano Invisible apretó un botón equivocado.

La consecuencia directa de este error fue que la potente arma disparó demasiado pronto, cuando todavía no estaba en posición para acertar a la nave Separatista más cercana. El haz de partículas casi invisibles con energías dignas de una pequeña estrella avanzó a través del vacío a velocidades cercanas a la de la luz. Su trayectoria, ligeramente alterada por la gravedad del planeta cercano, la llevó a alcanzar la nave insignia de la Confederación al cabo de una décima de segundo.

El impacto se produjo en la región central, cerca del hangar,donde losescudos habían sido debilitados por el combate y la irrupción de un par de cazas Jedi minutos antes. Por fortuna para todos los ocupantes de la nave, las pantallas defensivas lograron absorber la mayor parte del ataque antes de derrumbarse por completo. En lugar de convertirse en una nube de vapor de metal, la astronave fue violentamente sacudida por explosiones que hicieron trizas cierto número de sistemas sumamente importantes para su buen funcionamiento. Incluyendo el controlde los camposgravitatoriosinternosy la propulsión primaria.

La gigantesca estructura inició una veloz caída hacia la superficie de Coruscant, lo que tuvo efectos perceptibles en todos los sectores. En el puente, los técnicos droides cayeron sobre sus consolas de mando, mientras el General Grievous ladraba ordenespara corregir la situación. En los restos del hangar, algo empezó a emitir pitidos de irritación desde el interior de un montón de chatarra. En el turbo-elevador del mirador, un par de Jedi en misión de rescate se vieron obligados a hacer acrobacias cuando las paredes se convirtieron en el techo.

En el propio mirador, los dos señores Sith tuvieron poco tiempo para especular sobre el acontecimiento. Palpatine intentó usar la Fuerza para conservar el equilibrio y quizás hubiera podido hacerlo de no haber sido porque su aprendiz, más cercano a las puertas de la habitación no tenía fuerzas para hacer lo propio. Dooku cayó sobre Sidious con el sable láser aún activado y atravesó accidentalmente el corazón de su maestro. Pese a todo su poder, aquella era una herida mortal de necesidad y el peso muerto de su rival arrastró al canciller galáctico en la caída.

Cayeron el uno junto al otro, magullado e inconsciente el más viejo, agonizante el más joven y poderoso. Pero dentro de la herida, algo seguía latiendo. Como al compás de un corazón que ya no existía, brotaron de la herida reptantes tentáculos de luz que se extendieron por todas las superficies próximas. Si hubiera quedado alguien consciente para verlo, hubiera comprendido que buscaban algo. Que se movían en un patrón definido, como guiados por una voluntad...

Finalmente, el espectáculo de luces se centró en torno al otro ser (apenas)vivo que había presente. La luz azul recorrió cada centímetro del cuerpo de Tyranus y al final se introdujo por la boca entreabierta, desapareciendo en su interior. El brillo azulado se esfumó y Palpatine de Naboo, también llamado Darth Sidious, exhaló su último suspiro.

Todos los Jedi de la galaxia sintieron en ese mismo momento que la oscuridad que les había cegado desde el principio de la Guerra se desgarraba. El Lado Oscuro seguía siendo fuerte, pero había desaparecido la voluntad gobernante que había dado forma a la barrera.

Al mismo tiempo, el General Grievous logró enderezar su nave y, al hacerlo, todas las superficies del interior de la nave volvieron a sus posiciones habituales. En el mirador, el cambio de trayectoria depositó en el suelo dos cuerpos inertes y grandes cantidades de escombro metálico. Instantes después, las compuertas se abrieron con cierta dificultad y dos Jedi elevados a la categoría de héroes de la República gracias a sus hazañas militares retransmitidas por holovisión entraron con sus espadas listas. Lo que se encontraron les llenó de comprensible sorpresa.

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Notas del Autor: Estoy relativamente insatisfecho con el acabado de este capitulo, pero posibles revisiones tendrán que esperar por el momento. Soy plenamente consciente de que mi estilo puede mejorar, sobre todo en las descripciones de lucha. Muchas gracias a Kir Kanos por su comentario, que medió el impulso necesario paracontinuar esta a los lectores que tengan algo que contribuir que formulen sus comentarios. Muchas gracias.