III- Forzar la Mano.
Desde la pasarela que dominaba la parte trasera del mirador, Obi-Wan y Anakin tenían una excelente panorámica de casi toda la cámara. Incluyendo los dos cuerpos tendidos en el extremo opuesto, al pie de las ventanas de cristacero. El impulso natural era acercarse, pero los dos eran guerreros demasiado experimentados para obrar a tontas y locas, y se mantuvieron cerca de la única vía de escape disponible mientras inspeccionaban cada rincón con la Fuerza y ojos bien abiertos.
-Esto no me gusta nada, maestro. Huele a trampa -musitó Anakin con voz tensa tras completar una segunda pasada sin descubrir presencias vivientes o mecánicas ocultas.
Kenobi asintió, pero no dijo nada. Todos sus instintos le decían que estaban a punto de caer en una trampa, aunque ese aviso no dejaba de repetirse desde que habían abordado la Mano Invisible. La nave insignia del asesino de Jedi que había jurado añadir a su colección dos nuevos sables láser. Pero lo cierto era que ni con su potente conexión con la Fuerza lograba detectar enemigos en las proximidades, incluso ahora que el velo del Lado Oscuro se había debilitado de forma inesperada.
-Adelante, pero con precaución -dijo al final, decidido a cumplir la importante misión que les había llevado ahí o a morir en el intento.
Ambos caballeros descendieron por la escalerilla y avanzaron en paralelo, cautelosamente, asegurándose de comprobar los posibles escondites que por su posición habían escapado a su primer escrutinio. Nada. Ni enemigos emboscados en las sombras, ni la ondulación en el aire que delataba droides camaleón camuflados. Atravesaron sin contratiempos la distancia que les separaba de sus blancos.
Cuando solo faltaban unos pocos pasos, Kenobi se detuvo e indicó con gesto a su pupilo que hiciera lo propio. A tan corta distancia, podían ver con claridad los rostros de Palpatine y Dooku. Las graves heridas, también. Anakin irradiaba emociones enfrentadas, cuya intensidad espantaba al maestro Jedi. Por un lado deseaba correr a socorrer a su gran amigo. Por otro, ansiaba acabar sin más con el líder Separatista.
Al igual que su maestro, el joven había acabado notando que sólo uno de los cuerpos conservaba su conexión con la Fuerza. Sólo uno seguía moviendo su pecho al compás de una respiración. Sólo uno seguía vivo.
Y, desgraciadamente, no se trataba del Canciller de la República.
Habían llegado tarde, si lo que veían no era el cebo de alguna complicada trampa. Kenobi ya no estaba seguro. Había cosas que no lograba entender. La destrucción que les rodeaba y la presencia de un Dooku gravemente malherido, por ejemplo. Pero había modos de reducir la incertidumbre.
Sacó de su cinturón un sensor electrónico de largo alcance, especialmente programado para captar una señal muy específica. Los resultados fueron desalentadores. Habían llegado tarde. El cadáver sí era el del Canciller y no un cuerpo alterado quirúrgicamente o un clon, como Kenobi había esperado. El implante emisor que había sido colocado en secreto en la columna vertebral de Palpatine tras su elección lo demostraba, más allá de toda duda razonable.
-Lo siento, Anakin. Es verdaderamente él.
El otro caballero se puso en movimiento casi al instante. Obi-Wan vio con desaprobación como dejaba caer su arma para arrodillarse junto al difunto, en un vano intento por salvar una vida ya sesgada, pero sintiendo la congoja de su antiguo padawan, se guardó sus críticas. Palpatine había sido algo muy especial para Anakin, un sabio amigo y lo más parecido a un padre que nunca había conocido en joven Skywalker. La perdida le estaba haciendo pedazos el corazón. Lo último que necesitaba era que le recordasen los preceptos del Código. Simplemente, no era el momento. Particularmente porque estaban en territorio enemigo, solos y con un señor del Sith inconsciente al lado.
-En nombre de la Fuerza¿qué ha pasado aquí? -murmuró para si mismo intentando encontrar algún sentido a la situación.
La herida que había carbonizado el corazón de Palpatine la había causado un sable láser, posiblemente el del propio Tyranus, pero... ¿Quién había dejado a Dooku en un estado tan lastimoso? Su brazo también había sido seccionado con una espada de luz y hacia poco tiempo, además.
¿Grievous? Improbable. Aunque la monstruosidad cibernética se hubiera vuelto contra su amo, el cruel general nunca dejaba vivas a sus víctimas si podía evitarlo. Y eso suponiendo que fuera lo bastante hábil como para derrotar a un Sith, cosa que el Jedi dudaba. ¿Otros Jedi? Inverosímil. ¿Los Acólitos Oscuros de Dooku? Habiendo sido cruelmente torturado por Asajj Ventress, Kenobi estaba inclinado a aceptar esa posibilidad, hasta que la voz de la lógica se molestó en señalar que un traidor difícilmente hubiera dejado vivo a Tyranus de haber logrado derrotarle. Y la verdad era que la idea de alguien como Ventress derrotando a un verdadero señor del Sith era ridícula de puro improbable.
Lo cual sólo dejaba un nombre en la lista más bien corta de individuos y organizaciones que usaban el sable de luz como arma. Los Sith. De pronto, algo encajó en la mente del Jedi. Siempre dos, un maestro y un aprendiz. Así habían sido las cosas durante mil años.
Pero lo cierto era que Darth Tyranus había roto en espíritu aquella regla fundamental de la Orden Sith, aunque había respetado la letra. Ventress había empleado secretos de los antiguos Sith para torturarle, secretos que sólo podía haber recibido de su instructor. Dooku. El mismo Jedi caído que había intentado convencer a Kenobi en Geonosis para sumar esfuerzos. Esfuerzos contra un tal Darth Sidious, cuya existencia había sido eventualmente confirmada.
¿Podía ser que Tyranus hubiera estado preparándose para derribar a su maestro durante años? Eso era algo que daba que pensar. Si Dooku había sido un aprendiz insumiso, entonces era posible que finalmente su maestro, el enigmático Sidious, hubiera decidido acabar con él. Además, la eliminación de los jefes de estado de los dos bandos solo podía resultar en un agravamiento de la guerra civil que consumía la galaxia, un aumento del caos y un mayor debilitamiento de la Orden Jedi. Un beneficio adicional para Darth Sidious.
Kenobi siguió dando vueltas a su teoría. Lo explicaba casi todo. Si Tyranus había resultado ser un enemigo duro de roer, la devastación imperante en el recinto bien podía ser el resultado de un duelo prolongado. Si los dos Sith se habían debilitado mutuamente, el debilitamiento del Velo podía ser la consecuencia. Lo único que faltaba era el maestro y Obi-Wan creía poder explicar hasta eso: al sentir acercarse a dos Jedi, Darth Sidious debía haber corrido a ocultarse sin rematar a su aprendiz, quizás confiando en sus enemigos para completar el trabajo.
Perdido en sus cavilaciones, Kenobi casi pasó por alto los cambios en la mente del conde que anunciaban su inminente despertar. Solo casi. Cuando Dooku abrió los ojos, lo primero que vio fue un haz de luz sostenido a pocos centímetros de su cara por un Obi-Wan Kenobi extremadamente grave y ansioso por obtener respuesta a un millón de preguntas.
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Al mismo tiempo y a más de un kilómetro de los Jedi, el general Grievous sacudió la cabeza intentando sacarse de encima una extraña sensación que no acertaba a definir. Era como si una presión constante en su mente hubiera desaparecido de repente. Extraño, inquietante y muy, muy inoportuno.
Dirigía una batalla contra un enemigo superior en número y potencia de fuego en el corazón del territorio del la República. El enemigo podía recibir refuerzos, él no. La pura verdad era que no podía ganar la batalla. Todo lo más podía prolongarla y no estaba seguro de cuanto iba a poder hacerlo.
El escudo planetario de Coruscant se había activado demasiado tarde para detener el ataque por sorpresa de la Confederación, pero ahora que estaba activo impedía la fuga. Los bombarderos droides habían logrado destruir varias estaciones emisoras en la superficie, abriendo así huecos en la burbuja protectora para la huida. Pero el conde Dooku había ordenado esperar. Aparentemente la captura del Canciller no era suficiente y los dos Jedi más famosos de la galaxia, Skywalker y Kenobi, también jugaban un papel importante en los enigmáticos planes de los Sith, planes que Grievous desconocía.
Después de varias horas, los dos caballeros habían llegado procedentes del Borde Exterior. Trayendo consigo toda su Quinta Flota. Ahora que los Jedi se encontraban a bordo y era posible marcharse, cinco mil unidades de combate de la República se interponían entre las naves confederadas y la libertad. Hasta el momento, todos los intentos por abrirse paso a través de la muralla enemiga habían sido rechazados y los separatistas habían sufrido cuantiosas bajas.
Los Grupos Uno y Cuatro se habían llevado la peor parte hasta el momento, ya que habían sido la punta de lanza durante la mitad inicial de la batalla. Por ordenes de Grievous se habían retirado a la retaguardia, en los límites superiores de la atmósfera de Coruscant, donde el combate era menos intenso y ayudaban a consolidar las menguantes fuerzas de reserva. Pero los Grupos Dos, Cinco y Ocho también estaban en apuros... Mirase a donde mirase, el Comandante Supremo del Ejercito Droide sólo veía la confirmación de lo que ya sabía. La batalla de Coruscant estaba a punto de convertirse en una contundente victoria de la República.
Y el único modo de evitarlo era haciendo una jugada tan arriesgada que hasta Grievous había titubeado. Pero el cyborg se había quedado sin opciones y no estaba dispuesto a dejar que los Jedi le derrotasen. El general se acercó al control de comunicaciones de la Mano Invisible y dio una orden al técnico droide, ignorando las miradas horrorizadas de los tripulantes neimoidianos.
De las antenas del temido crucero surgió un único y breve mensaje, que se abrió paso a pesar de las interferencias generadas por ambas flotas. En todas las naves de la Confederación, los capitanes dieron orden con voz súbitamente temblorosa de confirmar la recepción de la transmisión e iniciar los preparativos. Además de los códigos de identificación de Grievous, el mensaje contenía únicamente cinco palabras "Preparados para Base Delta Cero".
Base Delta Cero. El nombre en código de un bombardeo masivo de la superficie de un planeta. Un bombardeo con el que se eliminaba todo rastro de vida del planeta, pero que no terminaba hasta convertir toda la corteza en magma derretido. El nombre venía de la primera gran victoria Separatista en la guerra. Pocas semanas después de la derrota de Geonosis, la general Sev'rance Tann había destruido una importante base naval de la República (la base Delta Cero, por supuesto) con esa misma maniobra. Y la Confederación había mantenido la denominación como burla a los ejércitos lealistas.
A pesar de todo, la maniobra solo se había hecho realmente famosa después de la aparición de Grievous, que había realizado la operación bastantes veces. No solo contra objetivos militares, sino también contra civiles como en la esterilización de la ciudad planetaria de Humbarine. Esas acciones más que ninguna otra cosa habían proporcionado a Grievous su merecida reputación de ser monstruoso y cruel. Pero aparentemente ni sus propios subordinados le habían creído capaz de ordenar un ataque semejante contra Coruscant.
Grave error.
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La batalla de Coruscant estaba siendo retransmitida en directo por más de trescientos canales de holovisión. Había cámaras siguiendo la acción desde la superficie del planeta, desde satélites en órbita e incluso desde naves robotizadas que se atrevían a internarse en las zonas de fuego cruzado para conseguir las mejores imágenes. La batalla de las audiencias era casi tan encarnizada como la de las flotas de guerra.
La holovisión informaba a los habitantes de toda una galaxia sobre los pormenores más insignificantes del conflicto. Era una fuente de información sin igual, que llegaba a casi todos los planetas civilizados. La Confederación había intentado contrarrestarla, pero la red alternativa financiada por los Gremios de Comercio no era ni de lejos tan popular y solo emitía en territorio separatista. Al final se decidió que por el momento era más cómodo y barato piratear ocasionalmente la onda para emitir propaganda, usando miles de repetidores de hiperseñal dispersos por toda la galaxia.
Una buena parte de esos repetidores ocultos fueron activados con una señal enviada por la Mano Invisible. Una maniobra costosa, pero que permitió al General hacerse con el control temporal de toda la red, salvo los canales gubernamentales con encriptación de alto nivel.
Así, la programación especial desapareció súbitamente de las pantallas de diez millones de mundos. Al cabo de unos tres segundos, la imagen del soldado más temido de la Confederación llenó esas mismas pantallas y empezó a hablar en seguida, temiendo quizás que la República recuperase el control del sistema antes de poder completar su discurso.
-Saludos, ciudadanos de la Galaxia. Me presento ante vosotros por segunda vez en este día histórico para hacer un importante anuncio. Los criminales de guerra Kenobi y Skywalker han sido capturados durante un intento fallido de rescatar al tirano Palpatine. Serán llevados ante los tribunales de la Confederación, donde serán juzgados por sus muchos delitos conforme a la ley interestelar.
"Desgraciadamente, incluso en estos momentos sus esbirros y cómplices continúan obstaculizando nuestra empresa, impidiéndonos abandonar los alrededores de Coruscant y poniendo en peligro el planeta con sus temerarios ataques. La situación ha llegado al extremo en que estamos dispuestos a asolar la capital ancestral de la Galaxia con tal de extirpar el cáncer que nos amenaza a todos."
"Sin embargo, esta catástrofe puede ser evitada. Hago un llamamiento a la cordura de mis enemigos. Hay un billón de vidas en juego que pueden ser salvadas si permiten que nos retiremos. Dejen que se haga justicia y eviten una masacre sin precedentes en nuestra historia milenaria. Asimismo, advierto que esta oferta no es una muestra de debilidad, sino de buena voluntad. Mi compromiso y el de mis tropas con los ideales de la Confederación es total y, como ya demostré en Humbarine, la vida de todo un planeta es un precio pequeño a cambio de la salvación de la civilización que conocemos."
"Disponen de tres minutos para poner fin a cualquier ataque contra mi flota y de treinta para satisfacer mis exigencias. Si incumplen cualquiera de los dos plazos, todo el armamento que tengo a mi disposición se volverá contra Coruscant. Naturalmente, la destrucción de esta nave resultará en el inicio inmediato del bombardeo. Si no me obedecen, Coruscant está condenado."
Fin de la transmisión.
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Notas del Autor: Originalmente ibaa hacer este capitulo más largo, pero me pareció que quedaba mejor incluir las escenas de Grievous y esperar al proximo capítulo para el desenlace (especialmente porque estoy intentando añadir un capitulo semanalmente). Gracias a Kir Kanos por sus consejos (utiles, finalmente localice los estilos de lucha con sable laser en Wookiepedia) y a ahmaira por sus elogios. Como siempre, invito a que los lectores dejen sus comentarios y críticas.Muchas gracias y hasta el siguiente capítulo.
