IV- Una Tregua de Treinta Minutos.

Bail Prestor Organa, representante del planeta Alderaan en el Senado Galáctico, se encontraba en los refugios excavados muy por debajo del edificio gubernamental cuando el comandante en jefe de las fuerzas armadas de la Confederación lanzó su amenaza. Supo desde el primer momento que Grievous no dudaría en cumplirla. Organa había visto con sus propios ojos la brutalidad que el cyborg estaba dispuesto a emplear para alcanzar sus objetivos.

Mientras los rostros de otros senadores mostraban terror, sorpresa o incluso incomprensión, su ágil mente había empezado a sopesar las limitadas opciones y a trazar un plan de acción para limitar el daño en la medida de lo posible si es que el ataque contra Coruscant llegaba a producirse. Pero antes había que poner fin a la batalla que se libraba en torno a la ciudad planetaria, obligando a los comandantes de la República a interrumpir sus ataques. En menos de tres minutos. Y en ausencia del Canciller, el único miembro del gobierno con autoridad para dar semejante orden era el Vicepresidente.

Tras casi dos minutos de recorrer los pasillos serpenteantes del complejo subterráneo, Organa dió con Mas Amedda. Se encontraba en una estación de comunicaciones, rodeado por un anillo de Guardias del Senado que cerraron el paso al senador con sus vibrolanzas cuando intentó acercarse. Con todo, el movimiento llamó la atención de Amedda que apartó la vista de la pantalla de comunicaciones.

-Mucho me temo que este no es el mejor momento, senador Organa. Por si no lo ha notado, estamos en medio de una pequeña crisis -comentó con voz cargada de tensión tras hacer un gesto para que dejaran pasar al senador.

Tal muestra de emoción era sorprendente en un político con justificada reputación de impávido. Amedda solía ser capaz de digerir las peores noticias sin perder la calma, pero parecía que la posibilidad muy real de ser completamente destruido había sido suficiente para alterarle. La amarga ironía presente en aquellas palabra también era sorprendente. Era cierto que el senador de Alderaan se había distanciado del Canciller y sus consejeros durante el último año, pero el tono de voz del vicepresidente había sido casi abiertamente hostil.

-Estoy al tanto y tengo ciertas ideas que aportar, señor vicepresidente. Pero necesitamos tiempo para ponerlas en acción y...

-Si he acudido a este centro de comunicaciones es para cursar las ordenes oportunas, senador. A pesar del bajo concepto que muchos tienen de mí, no necesito que el Canciller me susurre al oído lo que hay que hacer -replicó Amedda, esta vez con manifiesto malhumor-. Cierto número de capitanes se han negado a reconocer mi autoridad y he tenido que dar instrucciones para que sus naves sean inutilizadas mediante fuego de iones o destruidas, si no queda otro remedio. Dado que la...

Un estridente pitido procedente de su muñeca cortó en seco el discurso del chagriano que inspiró hondo y calló. Los dos políticos y los siempre callados guardias esperaron en completo silencio diez segundos. Veinte. No pasó nada. El vicepresidente volvió a respirar normalmente y se pasó la mano por sus cuernos y cabeza, secándose el sudor.

-Parece que Grievous ha cumplido. Tenemos veintisiete minutos para hacer lo que podamos. Estoy interesado en esas ideas que deseaba aportar, senador Organa -comentó finalmente en tono mucho más controlado y con visible alivio-. Le ruego perdone mi grosería.

Organa asintió, dejando a un lado por el momento el posible deterioro de sus relaciones con la Cancillería. Había preocupaciones más inmediatas, como asegurarse de no ser atomizado en menos de media hora.

-Por supuesto, vicepresidente Amedda. Creo que podemos hacer bastantes cosas para minimizar los daños, si es que los separatistas acaban cumpliendo sus amenazas. En primer lugar, hay que intentar desconectar el escudo planetario. En nuestra actual posición, es peor que inútil. Si es posible, debemos modificar las estaciones emisoras para crear escudos de campo de radio relativamente limitado. Cada una de ellas debería ser capaz de proteger varios distritos, al menos durante un tiempo.

-Hay menos de doscientas estaciones en el planeta y al menos dos docenas han sido destruidas por los ataques rebeldes -replicó el chagriano, negando enérgicamente con la cabeza-. Suponiendo que lo que propone sea posible con el poco tiempo que tenemos, cosa que ignoro, incluso si cada estación protege cien distritos, más del noventa por ciento de este planeta seguirá desprotegido...

-Salvar un diez por ciento es mejor que perderlo todo -afirmó Bail, tajante-. Grievous puede hacer pedazos con un solo golpe el gobierno y buena parte de la cadena de mando de esta República. Lo único que se lo impide es saber que si lo intenta nuestra flota le barrerá del espacio. Es nuestro deber intentar salvar cuanto sea posible en caso de que el enemigo decida tentar su suerte y confiar que nuestros esfuerzos no sean necesarios. Asimismo, sugiero que los millones de naves atracadas en nuestros astropuertos sean militarizadas de inmediato y preparadas para despegues de emergencia.

-¿Una evacuación? Incluso si movilizamos todos los vehículos espaciales de este planeta, sólo lograremos sacar a unos pocos millones. No podemos malgastar el poco tiempo que tenemos de esa manera.

Organa negó con la cabeza y bajó la mirada antes de responder.

-No propongo una evacuación. Coloquemos todas esas naves en la alta atmósfera, entre los separatistas y la superficie, con sus escudos a máxima potencia. Pueden ser la muralla que defienda este planeta contra el mal que lo amenaza.

-¿Yates, cargueros y naves de pasajeros contra una flota de guerra? Sería un suicidio, una masacre, una carnicería, Organa -bramó Mas Amedda, tan alterado que sus colas craneales empezaron a temblar.

La respuesta del humano no se produjo de inmediato. El príncipe de Alderaan se esforzó por encontrar un argumento con el que convencer a su recalcitrante interlocutor, pero Amedda le sorprendió al tomar la palabra tras menos de medio minuto de silencio.

-Mucho me temo que tiene razón -dijo con voz resignada-. Mejor esas naves que edificios repletos de civiles. No resistirán mucho tiempo, pero cada disparo que detengan será uno menos para destruir Coruscant. El poco tiempo que consigamos así puede ser una cuestión de vida o muerte para cientos de millones. Acepto su propuesta. Daré las ordenes pertinentes, pero usted se quedará conmigo hasta el final de la batalla, senador. Ambos estamos juntos en esto y compartiremos la misma suerte.

-Encuentro aceptable esa condición, vicepresidente. Ahora hagamos lo que hay que hacer.

-----

Dooku salió de la inconsciencia muy lentamente. Lo primero que supo fue que estaba peligrosamente cansado, muy dolorido y bastante aturdido. Para su sorpresa, no tardó en deducir que también estaba vivo, aunque no lograba recordar porque una cosa así era sorprendente. Su memoria estaba hecha un colador.

Estaba flotando en una oscuridad cálida y aterciopelada que le atontaba, impidiéndole recordar su propia identidad. Y aunque una parte de su ser deseaba dejarse mecer, dejarse arrastrar por la oscuridad hasta olvidar sus heridas, su cansancio y a sí mismo, otra parte más poderosa le impulsaba a ponerse en marcha. La única salida parecía ser un distante puntito de luz y con no poco esfuerzo empezó a moverse en esa dirección.

Su movimiento no era físico. Aunque recordaba vagamente haber tenido un cuerpo lleno de dolores y achaques, parecía que lo había perdido al zambullirse en la noche eterna que le rodeaba. Se trataba de un esfuerzo de voluntad. Al desear con fuerza acercarse más a la luz, se desplazaba y el punto empezó a crecer y a hacerse más brillante. Y las sensaciones de dolor y agotamiento crecieron al mismo tiempo.

Se preguntó nuevamente si no sería mejor dejarse llevar, pero había recuperado algunas piezas perdidas. Y una de esas piezas le dio la certeza de que la oscuridad era algo temible, un enemigo traicionero del que sólo se podía huir. Redobló sus esfuerzos y se acercó hasta donde la luz era tan intensa que parecía abrasarle. Nuevos fragmentos de sus recuerdos cayeron en su sitio: emociones, imágenes inconexas e información sin demasiado sentido.

Al mismo borde de la luz, que ahora era una gran esfera de resplandor cegador, las dudas y miedos le asaltaron por tercera vez. Permanecer tan cerca de la luz resultaba casi doloroso. Si se acercaba más corría peligro de arder, de ser consumido. La negrura a la que había dado la espalda era acogedora, apacible, tranquila. Al final, supo que se trataba de una elección. ¿Ser un cobarde y optar por la seguridad o ser un valiente y dar un salto de fe? Sólo había una respuesta posible a esa pregunta.

Un último impulso enérgico lanzó a Dooku dentro de la luz. Fue como caer por un abismo de hielo y fuego. Un error, una desviación mínima, podía destruirle por completo. Pero se mantuvo firme y avanzó en la línea que separaba el frío del calor. Las fuerzas enfrentadas bramaron encolerizadas por su osadía e intentaron destruirle, pero la escarcha apagó las llamas que intentaban quemarle y el infierno desatado caldeó los vientos gélidos que trataron de congelarle. Y Dooku siguió cayendo, sin que los elementos enfrentados llegasen a tocarle y recuperando más y más de su antiguo ser a cada segundo. Y, finalmente, Dooku llegó al fondo del abismo.

Abrió sus ojos. Lo que vio no le gustó nada, pero eso era comprensible dado que lo que vio fue un campo de luz extremadamente mortal flotando peligrosamente cerca de tu cara. Y el que manejaba el arma era un enemigo con muchas y excelentes razones para quererle muerto. Prudentemente decidió permanecer inmóvil y callado.

-Queda arrestado en nombre del Senado Galáctico, conde Dooku, por crímenes de alta traición, de guerra, contra la Orden Jedi y por su participación en el asesinato del Canciller Palpatine -anunció Obi-Wan Kenobi con voz solemne-. ¿Tiene algo que alegar?

El conde intentó responder, pero el paso del aire por su garganta le produjo un dolor tan grande que su respuesta se convirtió en un gemido de dolor. Era como si algo le hubiera dejado la garganta en carnes vivas. Finalmente, el Sith logró pronunciar un par de palabras comprensibles que hicieron que la mueca de perplejidad de Kenobi se agrandara.

Dooku había dicho "Me rindo".

De todas las respuestas posibles, una rendición tan anticlimática era una de las más decepcionantes. Sin ironía, sin desafiantes bravatas, sin un orgulloso silencio. Solamente resignación y una simple admisión de derrota. A cierto nivel, la parte de Kenobi que disfrutaba con la aventura y con la gloria que esta proporcionaba se sintió defraudada.

-No podemos dejarle vivir, maestro. Es un traidor, un asesino y un Sith -dijo Anakin. El tono en que lo dijo era una confusa mezcla de rabia, frustración, odio, pena y dolor. No se podía dudar de la sinceridad de aquellas palabras y eso hizo que Kenobi mirase de reojo a su antiguo discípulo. Lo que vio le llenó de consternación.

El joven Skywalker se había puesto nuevamente en pie y aunque sus ojos brillaban con las lagrimas derramadas por el difunto Canciller, su expresión era una de puro odio. Su presencia en la Fuerza era un torbellino descendente de emociones negativas, emociones que le estaban empujando hacia el Lado Oscuro.

Por su parte, Dooku estaba sinceramente aterrado. Sólo ahora estaba empezando a comprender lo cerca que le había rozado la muerte y al parecer Skywalker estaba decidido a enviarle de nuevo a la oscuridad. Con carácter permanente. No dudaba ni por un momento la capacidad del Jedi para hacerlo, sobre todo porque una de las imágenes más nítidas de la visión que había desencadenado su batalla con Palpatine había sido su propia decapitación. No obstante, reprimió con dureza el impulso de alejarse. Sus miembros cansados y heridos no le llevarían muy lejos.

Y si había que morir, mejor morir con dignidad. Contra toda esperanza, había salvado a toda la galaxia de un mal abyecto e insidioso. Una buena muerte era lo menos que se merecía. Y, con un poco de suerte y la ayuda de Kenobi, todavía viviría para ver un nuevo día.

-Tu dolor nubla tu buen juicio, Anakin. Los Jedi no somos verdugos. Somos los guardianes de la paz y la justicia.

-¡La paz¡La justicia¡Los Sith son el enemigo de todo eso! Matan, traicionan y corrompen para alcanzar sus miserables deseos. Y él sabía todo eso cuando se convirtió en uno de ellos. Vendió su alma por poder -denunció el caballero, hablando como a ladridos, mientras usaba la Fuerza para hacer que su sable láser volara hasta su mano.

Aunque no levantó el arma ni la activó, Kenobi se preparó para hacer lo inimaginable. Defender a un Sith del ataque de su antiguo alumno.

-Recapacita, Anakin. Debe ser juzgado por el Senado y el Consejo se encargará de que se haga justicia. No debes...

-Bonitas palabras, maestro, pero el Senado es un nido de corrupción en el que esta escoria tiene aliados. Puede evitar el castigo durante años con una maraña legal. Ha pasado antes y pasará ahora. En cuanto al Consejo... -el joven Skywalker lanzó una carcajada burlona, antes de continuar con voz cargada de veneno-. El Consejo, a pesar de su supuesta sabiduría, no ha podido evitar la decadencia de la República, el retorno de los Sith, la guerra que está haciendo pedazos toda esta galaxia y la muerte del único hombre capaz de enmendar los errores.

Obi-Wan no respondió, pero cuando Anakin dio un paso en dirección a Dooku cruzó una línea invisible. El sable de Kenobi se interpuso entre su amigo y su presa.

-Hazte a un lado, maestro Jedi. Si verdaderamente desea mi muerte, es demasiado poderoso para que puedas detenerle -dijo inesperadamente el conde, con voz entrecortada pero sin que su rostro diera muestras del suplicio que le costaba pronunciar cada palabra-. Pero si esta es mi hora final, deseo morir de pie, como corresponde a un noble de la casa de Serenno. Deseo morir mirando a mi asesino a los ojos en mis últimos instantes de vida. Y deseo que mi verdugo lo haga sabiendo que mi muerte marca su definitiva caída al Lado Oscuro.

En respuesta, Anakin activó su espada y levantó la hoja. El resplandor azul reveló un débil matiz amarillento en sus ojos azules.

-----

Notas del Autor: De nuevo un capitulo que debía ser más largo y completar la acción de la Batalla de Coruscant, pero dificultades con la vida real y el deseo de ajustarme a la frecuencia semanal que ya he mencionado me han llevado a cortarlo de nuevo. En lo positivo, con este capítulo mi historia se convierte en una de la decena en español con más de diez mil palabras (trampa, ya lo se, puesto que estas notas añaden un par de cientos de palabras). Gracias a Kir Kanos por sus elogios y renuevo la invitación a comentar que hago cada capitulo.