V- Entre las Brumas de la Incertidumbre.

El rostro del Conde no mostró signo alguno de temor, a pesar de los movimientos claramente amenazadores de Skywalker. Para el joven Jedi esto resultaba vagamente irritante, sobre todo porque instantes antes el miedo había sido la emoción dominante en el corazón del Sith, pero aparentemente este había sabido controlarse, lo que demostraba que podía ser muchas cosas, pero no un cobarde. Y reconocer que su enemigo tenía una virtud, cualquier virtud, le enfurecía.

Deseaba hacer pedazos al Conde. Hacerle sufrir lo mismo que Palpatine había sufrido. Destrozarle en cuerpo y alma antes de acabar con su vida. Contra semejantes deseos y las emociones que los generaban, la pequeña parte del caballero que intentaba ser razonable poco podía hacer. Y hasta esa pequeña parte opinaba que la actitud altanera de Dooku era inaceptable.

También era inaceptable el que su maestro, su amigo, su hermano estuviese claramente dispuesto a cortarle el paso. ¿Es que para Obi-Wan era más importante ser sumiso al Consejo que la amistad con su alumno? Teniendo en cuenta que había dado la espalda a Dooku y tenía su sable listo para detener el de Anakin, parecía ser que sí.

-Anakin. ¡Tus ojos! -dijo finalmente el maestro Jedi, rompiendo el momento de tenso silencio.

Skywalker se llevó la mano a la cara por reflejo, pero no notó nada raro al tacto. Por un momento le pasó por la cabeza la idea de que estaba siendo traicionado, pero la desechó al instante. Obi-Wan no había aprovechado el segundo de distracción para atacar y era demasiado honorable (y demasiado apegado a las directrices del Código) para recurrir a tretas tan rastreras. Además, en su voz había habido una sincera preocupación, además de evidente alarma. Equivocado o no, Kenobi seguía siendo un amigo. No podía, no debía y no quería olvidar eso.

Sin embargo, eso no respondía la pregunta evidente. ¿Qué había visto Obi-Wan en sus ojos? El joven Jedi los notaba ligeramente irritados, debido a las lagrimas que acababa de derramar, pero su visión era clara y nada parecía fuera de lo normal. Es decir, nada salvo lo que había sorprendido tanto a su mentor y amigo. Se debatió durante unos instantes entre el orgullo y la incertidumbre, antes de bajar ligeramente su hoja y preguntar, casi con timidez:

-¿Qué les pasa a mis ojos?

Pero antes de que Obi-Wan pudiera decir nada, se oyó la voz, débil pero clara, del conde Dooku. El noble seguía en el suelo, rascando con suavidad el tejido cauterizado de su muñeca derecha, pero la confusión y el miedo se habían desvanecido. Su mirada tenía la dureza y la claridad de una gema corusca.

-El Lado Oscuro asoma en tus ojos, joven Skywalker. Cada palmo de este lugar rezuma poder tenebroso y sin siquiera darte cuenta estas absorbiéndolo. Tu odio, tu miedo, tu rabia te hacen fuerte, Skywalker, pero te han puesto en el borde mismo de un pozo sin fondo. Dos sendas se abren ante ti y tu decisión en este momento marcará tu destino el resto de tus días. Escoge, y escoge bien o lo lamentarás.

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Dooku contuvo a duras penas un suspiro de alivio cuando vio que el caballero palidecía ligeramente. Hablar había sido una jugada con un cierto peligro, pero Kenobi había abierto una brecha en la obstinación que había acorazado la mente del más joven de los presentes. En lugar de reavivar la furia de Skywalker, su dardo verbal había logrado sembrar la duda y el miedo en la mente de su rival con unas pocas palabras bien escogidas. Ni el propio Sidious hubiera podido hacerlo mejor.

Ahora, el Conde empezaba a ver lo que había atraído de tal modo a su amo. El jovenzuelo podía ser muchas cosas, quizás incluso el Elegido de las antiguas profecías Jedi, pero no era emocionalmente estable. Estaba cargado de inseguridades, aunque ocultaba estas debajo de una gruesa capa de fanfarronería y temeridad. Y, para colmo, era más un hombre de acción que de erudición. En definitiva, la palabra que mejor le definía era maleable.

-¿Puedo sentarme? Estoy cansado y dolorido. No quiero seguir en esta postura humillante si no es necesario -preguntó a los dos Jedi, que habían abandonado su duelo de miradas para dedicarle toda su atención.

Tras unos instantes, Kenobi asintió casi imperceptiblemente y lentamente Dooku se enderezó, adoptando una clásica posición de meditación con las piernas cruzadas y los brazos sobre el regazo. Vio de reojo como el joven Skywalker agarraba con más fuerza su arma, todavía activa, pero el adolescente no avanzó. Tenía miedo. Bien. El miedo podía ser una carta útil si se manejaba bien. Sus comentarios le habían asustado y el miedo le hacía predecible.

En cambio, Kenobi... Hasta ahora, el padawan de su padawan estaba siendo una pequeña decepción. Había dado la espalda a un enemigo y eso había sido una imprudencia, con o sin rendición, teniendo en cuenta la cantidad de objetos utilizables como armas que había al alcance de la mano. No había usado su autoridad para poner en su lugar a un subordinado claramente al borde de la rebelión abierta. Y, sin embargo, el señor de Serenno seguía notando que había más de lo que se detectaba a simple vista. Él era el importante, el que debía ser convencido de la sinceridad del Conde. Y Dooku no estaba del todo seguro de como lograr eso.

Había trazado el bosquejo de un plan. Ahora que la bomba de relojería Skywalker había sido desactivada, nada amenazaba su vida de forma inmediata, excluyendo algún posible desastre incontrolable. Podía permitirse el lujo de pensar que el resto de su vida no iban a ser unos segundos, valorar sus opciones.

¿Cuáles eran esas opciones¿Cuáles eran viables¿Cuáles razonables? No muchas, evidentemente. Su mandato como jefe de estado de la Confederación estaba terminando, cosa que no le molestaba en exceso, y su supervivencia pasaba por convertirse en un prisionero de la República, idea que seguía resultándole muy desagradable.

Sin el Canciller como cómplice, iba a ser imposible ocultar su participación en algunas de las operaciones militares más discutibles de la Confederación. Aún con todos sus recursos, aún usando cada resorte y recurso político, un juicio en tales términos sólo podía tener un resultado inaceptable. La gravedad de sus acciones eliminaba cualquier otra posibilidad. Si las cosas llegaban a ese extremo, Dooku estaba decidido a revelar la verdad y aceptar con estoicismo el castigo. No iba a manchar el honor de su casa con corruptelas políticas que solo podían retrasar levemente lo inevitable.

Por fortuna, había otra opción. Un pacto entre caballeros. La mejor baza de su pobre baraja era ser el último depositario vivo del conocimiento de los Sith. Una promesa de colaboración plena quizás fuese suficiente para salvar su vida y su dignidad. También era posible que el Consejo recomendase su ejecución de todas formas, para poner fin de una vez a sus enemigos ancestrales, pero era una posibilidad remota.

Después de todo, tanto los Sith como los Jedi habían estado al borde de la aniquilación no una, sino muchas veces. Siempre habían sobrevivido.

Y si las palabras de Yoda en Vjun habían sido sinceras...

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Con la mirada de Dooku fijada en sus ojos, en medio del silencio sepulcral de la habitación, Obi-Wan casi creía poder escuchar el ruido de los engranajes que giraban dentro de la cabeza del Conde. Ahí dentro había una maquina que calculaba con precisión cada movimiento y cada palabra. Teniendo en cuenta las muchas incógnitas de la situación, el maestro Jedi lo encontraba preocupante. Por fortuna, había una manera muy sencilla de eliminar esas incógnitas y sin duda Tyranus comprendía que era conveniente hablar. Así pues, Kenobi formuló la pregunta que le había obsesionado durante los últimos minutos.

-¿Qué ha sucedido aquí?

-Esta batalla y el secuestro del Canciller era un elemento esencial en un plan de más amplio alcance preparado por Darth Sidious, con mi colaboración. Cuando descubrí, hace unos minutos, que los verdaderos planes de Sidious incluían mi eliminación, acudí a enfrentarme a él.

La respuesta había sido clara, concisa y confirmaba muchas de las sorpresas del propio Kenobi, pero estaba claro que seguía habiendo mucho oculto. Era la verdad, nada más que la verdad, pero no toda la verdad. Una estrategia clásica usada por las grandes familias de la galaxia en sus constantes conspiraciones. Tradicional, pero nada sofisticada, lo que sugería que el Conde estaba dispuesto a colaborar, pero no a poner las cosas demasiado fáciles.

-Respecto a esos planes de más largo alcance...

-A corto plazo, poder absoluto sobre la República, la ilegalización o destrucción de la Orden Jedi usando los pretextos más convenientes y mi eliminación como aprendiz. Más adelante, la transformación de la República en una monarquía absoluta Sith, apoyándose en los elementos más ambiciosos de las fuerzas armadas, y la imposición de su dogma en toda la galaxia, para poner fin al conflicto y poder entregarle a su heredero una galaxia plenamente sometida.

-¿Poner fin al conflicto? -repitió Obi-Wan, con evidente confusión.

-El verdadero conflicto, Obi Wan Kenobi, no esta guerra de opereta que es y ha sido desde el principio una distracción para la chusma y una manera de manteneros débiles y ocupados. La verdadera guerra, la guerra entre la Luz y la Oscuridad, es algo glorioso y terrible que dura ya mil años. ¿Poder, riquezas, gloria? Esas son las ambiciones efímeras de seres mezquinos, polvo al viento y nada más. Sólo la Fuerza es indestructible y eterna.

-Suficiente. Me hago a la idea -cortó el maestro Jedi, ligeramente sorprendido por el fanatismo de las palabras de Dooku.

Nada de cuanto sabía sobre el noble le había vaticinado esa faceta, pero Kenobi había participado en misiones diplomáticas por media galaxia y sabía reconocer a esa clase concreta de desquiciado. Y tratar con fanáticos siempre era complicado. Kenobi se sentía aislado en terreno inestable, con una tribu de incógnitas listas para caer sobre él. Y la peor de todas era la posibilidad de que el anciano siguiera siendo un peligro.

-¿Cómo...?

-No, esto no puede seguir así. Es inaceptable -interrumpió el Conde, negando con la cabeza-. Estoy a vuestra merced y mi vida vale tanto como los secretos que poseo y deseáis conocer, pero si nos quedamos disertando aquí nuestras vidas no valdrán nada. Supongo que si puedo demostrar mi sinceridad y buena disposición sobre este punto, podremos dejar este lugar y seguir nuestra conversación en condiciones más favorables¿de acuerdo?

Anakin dio un paso adelante y, a juzgar por la ira que seguía quemándole el alma, no era precisamente para hacer una aportación constructiva a una conversación racional. Obi Wan cortó la intervención con un gesto, sin siquiera darse la vuelta.

El maestro, que estaba rumiando las palabras de Dooku en busca de trampas o engaños, notó a pesar de esto el pequeño brote de desengaño y rencor procedente de su joven amigo. Iban a tener que charlar largo y tendido cuando salieran de esta, definitivamente, y quizás abandonar durante unos meses la violencia del frente le viniese bien a Anakin.

No obstante, había un momento para cada cosa y lo principal en aquel era decidir que hacer con el conde Dooku. El que hubiera tomado la iniciativa de forma tan imperiosa podía interpretarse como una reacción natural en alguien tan altanero, pero también podía ser síntoma de una creciente impaciencia, lo que apoyaría su historia. Por lo tanto, Kenobi acabo asintiendo muy ligeramente y dijo:

-De acuerdo. Bajo la condición que usted mismo ha marcado.

-Excelente -respondió el Conde que cerró los ojos, inspiró hondo y puso cara de concentración antes de seguir hablando-. Yo, Dooku de Serenno, juro por mi honor y mi vida, y por el nombre de mi casa, ayudaros a vosotros, caballeros Jedi Skywalker y Kenobi, a abandonar esta nave con vida y en libertad, sin reservas o resistencia mientras no haya peligro claro e inmediato para mi propia vida. Así lo juro. ¿Es suficiente?

Kenobi asintió de nuevo, ligeramente asombrado. Dooku había levantado las barreras que protegían su mente, una defensa instintiva en los seres sensibles a la Fuerza que muy pocos eran capaces de controlar conscientemente. No lo había hecho del todo, justo lo suficiente para que no hubiera dudas sobre la veracidad de su solemne juramento. Volviéndose hacia Anakin en busca de confirmación, vio que el odio de Skywalker hacia el cabecilla Separatista seguía intacto y apenas reprimido, pero que no había ninguna duda sobre las palabras del Conde.

-Es suficiente.

-Maravilloso. En tal caso, caballeros, creo que ha llegado el momento de que nos preparemos para abandonar la nave.

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Notas: Un poco pobre, pero después de varias semanas de bloqueo estaba impaciente por quitarme de encima este capitulo. No es probable que añada nada nuevo hasta Julio, después de la temporada de examenes. Salud a todos y que la Fuerza os acompañe.