VII- Sacrificios y Temores.
Corredor 162, Cubierta 12, Nave Insignia Separatista Mano Invisible
Orbita Baja sobre Coruscant
16 minutos para la Hora Límite
R2-D2 no era un cobarde. De hecho, el androide astro-mecánico había participado en casi tantas acciones de combate como su amo y en una galaxia con menos prejuicios se hubiera reconocido que sus prodigiosas habilidades mecánicas habían contribuido y no poco a la formidable lista de enemigos derribados acumulada por su dueño y compañero. En realidad, el pequeño robot blanquiazulado había hecho más por la República que muchos héroes condecorados.
Por supuesto, se suponía que un droide no debería ser cobarde. Después de todo eran maquinas diseñadas y programadas para realizar ciertas tareas. A diferencia de los androides de protocolo, los astro-mecánicos ni tenían forma humana, ni necesitaban personalidad para cumplir su función. Pero el caso era que hasta el más elemental de los droides disponía de capacidad para procesar información muchos miles de veces más velozmente que el sistema nervioso de cualquier forma de vida inteligente.
Con semejante capacidad era inevitable que tarde o temprano todo droide no sometido a borrados de memoria periódicos desarrollase una identidad propia, construida a base de imitar a las criaturas orgánicas con las que interactuaba. Y R2-D2 no había sufrido ningún lavado de memoria y aunque solo había existido durante unas pocas décadas, había experimentado más que muchos droides con siglos de existencia. Su personalidad estaba extremadamente desarrollada y aunque seguía disponiendo de un potente intelecto, también conocía las emociones. Había experimentado la alegría, la frustración, el aburrimiento y, claro esta, el miedo. Lo cual no quería decir que fuese un cobarde.
Pero su solitaria travesía por los corredores desiertos de la enorme nave de guerra de la Confederación le estaba poniendo bastante nervioso. Era una criatura inteligente y como casi todas las criaturas inteligentes, el androide temía la perspectiva del fin de su existencia. Y minutos antes había escapado por muy poco a la destrucción total a manos de dos superdroides de combate. Y sabía cuales eran las posibilidades de sufrir un nuevo ataque y las posibilidades de que un segundo encuentro tuviera un resultado muy distinto.
Un cierto desasosiego parecía bastante justificado, la verdad.
Si R2-D2 hubiera estado en situación de elegir, hubiera preferido permanecer en la muy relativa tranquilidad del hangar, pero sus ordenes habían cambiado. Obi-Wan Kenobi había contactado con él minutos antes a través del enlace-comunicador y cuando el droide había informado que los vapuleados cazas de los Jedi eran irreparables, Kenobi había ordenado al droide reunirse con ellos en la torre dorsal trasera del crucero rebelde.
En consecuencia, R2-D2 estaba siendo prudente, moviéndose con lentitud por pasadizos secundarios en dirección a los elevadores que representaban la única vía de ascenso a la torre. A pesar de sus carencias en lo relativo a armamento, el droide tenía excelentes sensores, dispositivos lo bastante sensibles como para captar las insignificantes vibraciones que podían delatar fallos en los motores de una nave. Detectó desde una gran distancia el resonar rítmico y metálico de pasos contra los suelos de duracero. Pasos que sonaban desde un punto más adelantado de su ruta prevista.
En lugar de arriesgarse a ser detectado, Erredós retrocedió sigilosamente. Un conveniente puerto de conexión en la pared le dio una oportunidad mucho más segura de indagar, sin exponerse innecesariamente. Estableciendo conexión con el sistema informático de la Mano Invisible, el droide empezó a sortear las distintas barreras y sistemas de seguridad.
El gran ordenador que controlaba la nave era varios cientos de millones de veces más grande que el procesador del pequeño robot. Su potencia era mayor en similar proporción. Y, sin embargo, R2-D2 había penetrado antes en sistemas informáticos similares y no estaba preocupado. Sabía que la Confederación impedía a las unidades de su flota desarrollarse mentalmente: sus personalidades eran infantiles, ingenuas y con una denigrante sumisión. Y los sistemas de seguridad tampoco eran demasiado impresionantes, con raras excepciones. Por supuesto, la nave insignia del general Grievous era una de esas raras excepciones, pero los daños sufridos por el crucero de batalla también habían afectado al computador central y Erredós era un experto consumado en el arte de atravesar murallas electrónicas. Tardó treinta y siete segundos en obtener acceso parcial al sistema de video-vigilancia.
Vio, con gran preocupación y alarma, más de doscientos superdroides y al menos veinte droides destructores entre él y los elevadores, moviéndose en dirección a los mismos. Diez segundos después, R2 logró arrancarle al ordenador la explicación de aquella inesperada actividad. Aparentemente, al comandante militar de la Confederación le había alarmado el silencio del conde Dooku, su superior. Tras varios intentos fallidos de comunicarse con la torre, había ordenado enviar a sus tropas, para investigar.
La situación era grave y era necesario actuar con rapidez. Tras analizar el problema concienzudamente durante varios segundos, R2-D2 dio las ordenes necesarias para impedir el paso a las tropas droides. El ordenador recibió notificación de un incendio en los tubos de los elevadores y el programa de respuesta estándar fue activado. Las compuertas de acceso a los tubos quedaron selladas y las cabinas bloqueadas, para cortar el suministro de oxigeno a unos fuegos inexistentes.
Acto seguido, el droide blanco y azul cargó en el subsistema de mantenimiento encargado de controlar los elevadores un pequeño virus, algo totalmente inofensivo en apariencia. La verdad era que aunque el virus no era ni de lejos lo bastante avanzado como para penetrar bases de datos importantes o entorpecer el funcionamiento de los sistemas prioritarios, podía alterar el código de partes del programa poco importantes y escasamente protegidas. Los especialistas de la nave tendrían que dedicar varias horas para borrar todo el daño o re-instalar directamente todo el programa. En cualquier caso, el peligro inmediato estaba contenido y Erredós se permitió considerar sus opciones.
No tardó demasiado en llegar a la desagradable conclusión de que no podía cumplir las ordenes recibidas. Un pequeño ejercito bloqueaba el único camino que podía utilizar para subir hasta la torre por sus propios medios. Temblando de forma muy visible, R2-D2 extrajo el comunicador de uno de sus compartimentos internos y, tras un solo momento de duda, transmitió un mensaje. Un mensaje que muy probablemente sellaba su destino. Una despedida. Un adiós.
Líder Ojo Rojo, Interceptor Delta 7
Orbita Baja sobre Coruscant
13 minutos para la Hora Límite
El interceptor Eta 2 del comandante Yorkutai fue la primera nave del recién reconstruido escuadrón Ojo Rojo en abandonar los hangares del Destructor Estelar Impetuoso. Pocos segundos después, el resto del escuadrón surcaba el espacio junto a su líder, mientras el Impetuoso seguía lanzando cazas hasta alcanzar el medio centenar de unidades de diferentes tipos, los supervivientes más afortunados de los cientos de cazas con que había contado el destructor al empezar la batalla.
No era la única que estaba haciendo eso. Se había aprovechado la tregua forzada por Grievous para reabastecer los cazas, reparar todo lo reparable y reorganizar escuadrones diezmados con los pilotos y el material disponible. Y ahora que tras largos minutos de tensa espera las naves separatistas se habían puesto en marcha, alejándose muy lentamente del gran mundo-ciudad, la Quinta Flota estaba poniendo en el aire todos los pájaros que podía.
Todos sabían que el momento más crítico de la retirada de Grievous iba a ser el cruce de la línea del escudo. Se había filtrado que en cuanto las armas de la Confederación quedasen del otro lado de las defensas planetarias, había ordenes de abrir fuego a discreción contra el enemigo, con la eliminación del general cyborg como máxima prioridad. El problema era que pese a sus muchos defectos, Grievous era un brillante estratega muy capaz de vaticinar el peligro que corría y preparar contramedidas eficaces.
Era posible que el uso de cazas droides, cargados con bombas de alta potencia, fuese una de esas contramedidas. Los hangares enemigos estaban ocupados con decenas de miles de tales cazas, baratos y totalmente prescindibles, y que adecuadamente equipados podían causar casi tanto daño al mundo más poblado de la Galaxia como un bombardeo en toda regla o, por lo menos, distraer lo suficiente a las naves republicanas como para permitir la huida de los comandantes separatistas. Casi todos los interceptores en condiciones habían sido desplegados expresamente para contrarrestar esa peligrosa posibilidad.
Sin embargo, el escuadrón Ojo Rojo y una veintena más tenían ordenes un poco distintas. Aunque las instrucciones recibidas habían sido extremadamente escuetas, Yorkutai había sido capaz de deducir algunas cosas altamente... interesantes. El programa de identificación de blancos de sus naves había sido alterado para pintar con el verde de "aliado" una nueva señal: una emitida en la frecuencia usada por la Confederación. También había notado que los nuevos pilotos asignados a su equipo para suplir las bajas del combate eran todos pilotos veteranos, con mucha experiencia de vuelo.
Si lo que les habían dicho en el Impetuoso era cierto, que se trataba de una misión de escolta y protección, el piloto clon no podía evitar preguntarse quién demonios era el escoltado, porque la cosa apestaba a misión de alta peligrosidad y gran importancia. Lo cual le hacía sentirse intranquilo. Aunque no envidiaba a los comandantes de la flota, forzados a tomar decisiones sobre la marcha y sin meticulosos planes trazados de antemano, tampoco le gustaba su posición. Sabía de sobra lo malas que eran sus posibilidades de sobrevivir.
Yorkutai se secó con disgusto el sudor de las manos y decidió combatir la tensión volcándose en la rutina que le habían metido en el cerebro desde el momento en que había salido de la incubadora. Comprobó todos los sistemas de su astronave, desde propulsión hasta soporte vital. Cuando terminó y empezó a pensar en la aparente ineficacia de la segunda dosis de estimulantes que le habían proporcionado antes del lanzamiento, ordenó a sus hombres que hicieran sus propias comprobaciones. Eso hizo que recordase que a pesar de que eran muy buenos, dos terceras partes de los pilotos del escuadrón eran nuevos en el mismo.
Lo cual quería decir que no contaban con la compenetración de compañeros de muchas batallas. Lo cual quería decir que no tenían una ventaja clave en la lucha contra los precisos cerebros electrónicos de los cazas rebeldes.
Con inflexible determinación, el comandante se negó a seguir por ese camino y se centró en analizar su cuadro de instrumentos, especialmente el monitor que mostraba la posición de todas las fuerzas situadas sobre el hemisferio nocturno de Coruscant.
Una densa nube de puntos rojos ocupaba el centro de una amplia zona cilíndrica rojiza que iba desde la alta atmósfera hasta la negrura del espacio exterior. La flota de Grievous y el corredor despejado para su huida. Las ordenes dadas al Ojo Rojo prohibían terminantemente la entrada en el sector rojo. Espacio vedado.
En torno al naranja, un cilindro amarillento de cielo vacío. Y más allá todavía, un disperso halo de puntos verdes formado por las naves de la República, un halo que empezaba a convertirse en tazón a medida que Grievous se alejaba y las naves de la República se interponían discretamente entre las armas enemigas y la capital galáctica.
Los cientos de miles de cazas de diversos tipos lanzados por la flota verde eran otras tantas marcas esmeraldas moviéndose en lentos círculos a lo largo del limite entre amarillo y verde. Aunque no podían entrar en el rojo, los interceptores de Yorkutai tenían instrucciones de penetrar en la zona ámbar si era necesario para prestar ayuda. Pero no por el momento. Una pantalla lateral mostraba un cronometro en cuenta descendente que todavía indicaba 02:32. La operación de escolta no debía empezar antes de llegar al cero. Era totalmente necesario tratar de pillar por sorpresa al enemigo. Si se perdía la sorpresa, era muy posible que la misión terminase en fracaso o, peor todavía, en muerte.
01:26. El clon apartó las manos de los controles para secarse el sudor que le corría por la frente, a pesar de que la climatización de la carlinga parecía funcionar perfectamente.
00:42. Una última ronda de comprobaciones y ordenes al escuadrón de hacer lo propio. Pocos segundos después, cinco voces idénticas confirmaban casi con las mismas palabras que todo estaba en orden y listo.
00:02. El inesperado pitido de sorpresa del astro-mecánico de a bordo, R3-F5, alertó a Yorkutai de un cambio en el diagrama. El perfil del planeta mostrado en la pantalla aparecía rodeado por una burbuja azul.
En los límites de la atmósfera de Coruscant, cincuenta kilómetros por debajo del escuadrón de interceptores y quinientos treinta kilómetros por debajo de los límites inferiores para los que había sido diseñado, la refulgente barrera del escudo planetario había entrado en acción.
Los pilotos del Ojo Rojo no tuvieron demasiado tiempo para asimilar el repentino cambio que se había producido en la situación, porque a lo largo de los siguientes segundos sucedieron muchas cosas. La flota republicana abrió fuego con todas sus armas, desde los más gigantescas hasta las más pequeñas. A su vez, la flota separatista disparó las suyas aunque con cierto desconcierto y no pocas descargas se malgastaron contra la descomunal fortaleza del campo de fuerza planetario. Y, en medio de todo ese caos, un diminuto contacto verde apareció en medio de la nube roja.
El nuevo contacto quedó centrado de inmediato en las pantallas de sensores de ciento veinte interceptores Eta 2, los más veloces y ágiles de toda la flota, pilotados por la flor y nata del cuerpo de pilotos de la Quinta Flota. La hora de la verdad había llegado. Mientras la pequeña cápsula se alejaba a máxima velocidad de la Mano Invisible y el resto de naves de la Confederación, los veinte escuadrones encargados de llevarla a lugar seguro cruzaron la línea invisible y entraron en la zona amarilla.
Más o menos en ese mismo momento, un verdadero enjambre de cazas robotizados surgió de los hangares de media docena de naves que la navecilla acababa de dejar atrás en su loca carrera. Aunque la fugitiva había demostrado tener buenos motores para una nave de su clase y tenía cierta ventaja inicial, no podía competir en modo alguno con la velocidad de naves de combate.
Cuando el Ojo Rojo y el resto de interceptores se encontraban todavía a cien kilómetros de distancia, los destellos producidos por el armamento de los cazas enemigos impactando contra los escudos de su presa eran visibles a simple vista, incluso con el espectáculo luminoso de la batalla espacial en el fondo. Por fortuna, parecía que los escudos eran lo bastante buenos como para recibir semejante paliza sin debilitarse y la primera oleada de atacantes estaba formada solamente por cazas droide del tipo Vulture.
En cambio, la segunda oleada estaba formada por cientos de los temibles tricazas, naves con armamento muchísimo más poderoso que el de los Vulture, además de algún que otro bombardero pesado. Con escudos o sin escudos, ninguna nave tan pequeña podía sobrevivir al ataque de semejante fuerza. Había que entrar y había que hacerlo ya.
-Líder Ojo Rojo a Grupo Ojo Rojo. Alas en posición de combate. Armas cargadas y listas para disparar. Disparad a todo lo que se os ponga por delante con todo lo que tengáis. Quiero abrir huecos lo bastante grandes en esa formación como para poder volar a través de ellos.
El deseo de Yorkutai no tardó en hacerse realidad. Los Vulture no eran ejemplos de brillantez electrónica, ni siquiera en el mejor de los casos. Y en este caso en particular tenían ordenes de la más alta prioridad de destruir a su presa sin que importase el precio, por lo que sus centros de razonamiento ni siquiera se molestaron en reaccionar ante la inminente amenaza hasta que los cañones láser de los interceptores empezaron a disparar a toda velocidad contra las líneas droides.
Los robocazas tuvieron un par de segundos de tregua para dispersarse y reposicionarse, mientras los interceptores pasaban ante sus sensores ópticos como una exhalación y se ponían detrás con giros cerrados que hubieran hecho papilla a los pilotos de no ser por los sistemas de compensación de inercia. Aunque las maquinas habían tenido una considerable ventaja en número y potencia de fuego, la primera salva había recortado considerablemente las diferencias. Y, a pesar de sus intentos por responder al enemigo, los clones tuvieron tiempo de disparar impunemente varias veces más a los Vulture, más pesados y con menos potencia motriz, equilibrando más todavía el campo de batalla. Un comienzo alentador.
Por supuesto, esto no podía seguir así. El momento inicial de estupidez inducida por programación defectuosa había terminado y los cazas pudieron volcar toda su precisión mecánica en cumplir el nuevo objetivo de eliminar a los intrusos. Ignorando por el momento a su blanco original, las maquinas se lanzaron sobre sus enemigos
La lucha no tardó en degenerar en una confusa serie de duelos entre hombres y ordenadores. Como bien sabían los pilotos humanos, los patrones regulares y predecibles eran virtualmente inútiles contra las computadoras, pero un cierto nivel de caos degradaba en buena medida su eficacia. Con un aullido de jubilo, Yorkutai vaporizó con sus armas un tercer Vulture y se lanzó temerariamente hacia la zona donde el combate era más intenso. Después de todo, la cápsula de escape seguía estando a mitad de camino de la Quinta Flota. Necesitaba conseguir más tiempo.
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Notas del Autor¡He vuelto! Con casi un mes de retraso, ciertamente, pero me temo que me ha costado mucho escribir este capitulo, especialmente la parte del escuadrón Ojo Rojo (que sigue pareciendome un tanto sosa, pero que no estaba dispuesto a volver a escribir tras siete revisiones casi totales). Graciasa Kir Kanos, ahmairay Dama Jade por sus comentarios. Invito a todos los lectores interesados (incluyendo los anonimos) a dejar su opinión. Hasta el proximo capítulo y que la Fuerza os acompañe.
