Disclaimer: los personajes y el mundo mágico son propiedad de J.K. Yo solo tomo la inspiración de las musas y pongo el tiempo para escribir.
Séptimo.
Empezaba a hacer calor. A lo lejos se escuchaba una suave tonadilla. ¿Se había dejado el tocadiscos encendido la noche anterior? Probablemente. Había estado bebiendo, eso era seguro. Todavía sentía la cabeza abrumada, las extremidades flojas. Aunque el alcohol usualmente lo ponía a reír sin control, en esa ocasión había obtenido el efecto contrario. Recordaba con vaguedad sus más recientes pesadillas. Gimió para sus adentros. Había pasado algún tiempo, en el que había perfeccionado el arte de encajonar esas memorias. Mantenía esas vivencias en el hueco más recóndito de su mente. Pero seguían ahí. Y de vez en cuando volvían con terrible precisión para torturarlo. Draco escuchó pasos en la habitación, pero siguió fingiendo dormir. Recordaba lo memorable que había sido la noche anterior. La víspera de año nuevo.
Aunque llevaban meses viviendo juntos, era la primera vez que hacían una fiesta. Y qué fiesta. Sus amigos habían sido ruidosos, la comida deliciosa y las bebidas jamás dejaron de circular. Un rotundo éxito, en pocas palabras. Pero lo que recordaba con mayor exactitud y calidez había sido lo que ocurrió después. Cerca de las cuatro de la mañana, cuando en el piso no quedaba más que confeti, botellas volcadas y uno que otro invitado desmayado, Draco fue encontrado en el baño. No estaba tan intoxicado como para vomitar, pero sí lo suficiente para elegir la bañera como el sitio para echar una siesta. El joven que abrió la puerta se rió al verlo, apartando unos gorros brillantes y unas gafas con los números 2008 para poder cerrar bien.
-Vaya, me alegra ver que sigas aquí –bromeó, llegando hasta él y sentándose en el suelo frente a la bañera. No se tambaleaba tanto al andar ni hablaba extraño. Malditos Gryffindors y su resistencia al alcohol–. Digo, puedo tolerar que Blaise se llevara dos botellas de hidromiel, que Parvati se llevara una foto nuestra. O que Dean tomara el centro de mesa, que no era un centro de mesa, era un cenicero –precisó, haciendo reír al rubio–. Uhm, quizás lo de Parvati debería preocuparme. Cómo sea. Lo que sí no podría tolerar, es que alguien se llevara a mi deslumbrante novio –declaró, finalizando con una amplia sonrisa que hacía parecer más coquetos y encantadores los brillantes ojos verdes.
Por un demonio, estaba loco por él. Ya ni siquiera recordaba desde cuándo. Solo lo necio que había sido al principio. Porque establecer relaciones románticas con otros miembros del ministerio, aunque sea de departamentos diferentes, sería mal visto y una total incomodidad. Qué idiota había sido. Al grado que había tenido que vivir un infierno antes de reconocer lo que sentía e ir por ello.
-¿Pasa algo? –El moreno mantuvo el ánimo relajado, aunque pareció intuir que algún pensamiento desagradable acababa de atacarlo.
-Estoy loco por ti –dijo en cambio. Porque era verdad. Y era a lo que le gustaba aferrarse cuando recordaba esa nefasta experiencia. Y surtió el efecto deseado, volviendo a iluminar el rostro de su chico con una hermosa sonrisa.
-Debería sacarte de ahí y llevarte a la cama.
-Pero sin acrobacias, no creo tener buen equilibrio –recibió una dulce risa ante su condición. Draco apoyó el mentón en la bañera, una posición no precisamente cómoda, pero que le ayudaba a enfocar mejor. Cerró los ojos cuando su novio se aproximó, besando su mejilla y su mentón.
-A dormir, cariño. Me refería a dormir.
-Ah –sonrió sin estar realmente avergonzado, dejándose envolver por las caricias que seguía recibiendo. Los besos pacientes y dedicados eran algo que jamás creyó que disfrutaría tanto, pero ahora era asiduo a ellos.
-¿Recuerdas lo que pasó después del juego de los deseos? –Volvió a reír entre dientes. Ese juego era más bien una forma muy eficaz de emborracharse en doce minutos. Es decir, durante las primeras campanadas del año. Y él, como buen anfitrión, había participado sin dudar.
-Nos encerramos en un armario. Siete minutos en el paraíso.
-Fueron veintiuno.
-¿En serio?
-Sí. Tus increíbles amigos se habían olvidado de nosotros –pese al supuesto reproche, el chico rió junto a él–. Después te perdiste por media hora y cuando te encontré estabas en la cocina transfigurado corchos.
-Toda buena fiesta incluye transformación de corchos –informó, aunque empezaba a recordar lo que había sucedido luego de eso.
-Entonces también me dijiste que estabas loco por mí.
-Y te hice un anillo de corcho –murmuró, abriendo los ojos para encontrar una mano extendida frente a él, donde le mostraba orgulloso su obra–. Lo siento. Eso fue... ¿Mucho? –Añadió con duda, aunque un deje de satisfacción y felicidad lo embargó cuando el moreno negó.
-Fue gracioso. Y muy dulce de tu parte.
-Mmm... ¿No es aquí donde corres asustado y me dices que llevo las cosas muy rápido?
-No –dijo contundente, sosteniendo su mentón con cariño–. Es aquí donde te digo que estoy más que loco por ti –tomó su mano con delicadeza, besando el dedo donde Draco llevaba su propio anillo con olor a merlot–. Que me encanta iniciar este año a tu lado –prosiguió, volviendo a besar su mejilla. Entonces, muy cerca de su oreja, susurró lo que causaría un estremecimiento cálido al chico.
Draco abrió los ojos. Sabía que eso no lo había soñado. Que las palabras dichas en voz baja, pero colmadas de sentimiento, habían sido total y magníficamente reales.
Y que realmente te amo, Draco.
Trató de mirar entre las pestañas para que no lo deslumbrara el sol. Sabía perfectamente donde lo encontraría. Y a medida que se acostumbraba a la luminosidad fue reconociéndolo mejor. Primero su silueta, después cada uno de los rasgos que tanto adoraba. El oscuro cabello despeinado, la mandíbula fuerte, casi cincelada. Sus brazos torneados, el torso y los pies descalzos. Su novio tomaba el café un par de sorbos a la vez, dividiendo su atención entre las vistas que ofrecía la terraza y el dormitorio. Fue en uno de esos escrutinios que lo encontró despierto.
-Buenos días, Draco.
-¿Todavía es de día? –Preguntó con voz ronca, reuniendo la fuerza necesaria para sentarse. Todo lo que necesitó el otro joven fue un leve movimiento de cabeza y el rubio ubicó un vial de poción anti-resaca en la mesa de noche.
-Son las once. Te iba a despertar hace rato, pero parecías muy cómodo. Así que fui a arreglar algunas cosas abajo.
-¿Eso incluyó patear un par de traseros por la chimenea? –El moreno rió, encogiéndose para restarle importancia.
-Seamus seguía desmayado. Y Theo pasó cuarenta minutos buscando su zapato antes de darse por vencido e irse.
-Creo que yo transfiguré su zapato en un sombrero de pirata –confesó. La poción finalmente surtiendo efecto y llevándose los malos efectos de su noche de festejos.
-Lo sé –acompañó su risa, con una ligera negación de reprimenda. Theo era buen amigo de ambos, pero su novio tendía a meterse con él desde que descubrió que había sido el primer chico a quien había besado. Y secretamente, le divertía esa muestra de celos ante algo que había pasado hacía 12 años.
Sin querer prolongar ese asunto, se levantó ya renovado, andando con calma hasta él para darle un suave beso en el cabello.
-Buenos días, amor.
-¿Café? –Ofreció, agitando la varita con desenfado.
-Doble, por favor.
-Obviamente –en cuanto Draco se hubo sentado, una humeante taza se posó frente a él. Poco después aparecieron unas tostadas con mantequilla y un bol de frutas.
-Gracias –comenzó a comer en apacible silencio, solo siendo secundado por el trino de los pájaros y el tocadiscos del piso de abajo–. Interesante elección musical para la mañana de año nuevo –remarcó, reconociendo los acordes de una canción de Celestina Warbeck.
-Oh, no fui yo. Alguien lo dejó encantado para que no dejara de tocar. Solo no me tomé dos segundos para desencantarlo –rió por lo bajo, señalando el plato de frutas que acababa de rociar con miel y se disponía a devorar.
-¿Pero sí tuviste tiempo para preparar esto?
-Soy un hombre con prioridades –se defendió, sin llegar a tomarle en serio.
-Por supuesto –concedió, con una suave sonrisa–. ¿Tenemos planes para hoy?
-Terminar de recoger botellas. Desaparecer como diez kilos de confeti. Deshacer algunas de tus transfiguraciones más problemáticas –bromeó, alzando las cejas–. Poca cosa.
-Veo que lo conservas –indicó, señalando con el tenedor el dedo anular del joven.
-Pues cuando tu novio ebrio te hace un anillo de compromiso con un corcho, sabes que la relación ha alcanzado un punto muy serio. Así que nunca me lo voy a quitar –Draco le dio un puntapié juguetón, sintiéndose enrojecer de vergüenza pero viéndose incapaz de apartar la mirada. Era esa comodidad, la forma en que sus bromas fluían y hasta lo más embarazoso parecía tierno, lo que hacía que su relación fuera especial. Sabía que no era la primera vez que hacía algo estúpido frente a él durante una borrachera, aunque nunca algo que delatase hasta ese punto sus sentimientos. Aunque de igual forma -y por increíble que sonara-, sabía que no sería cuestionado o ridiculizado por sus acciones. Es más, su novio había retribuido de forma magnífica a su alcoholizado entusiasmo.
-Sabes que te escuché y lo recuerdo –remarcó. El chico no pareció intimidado ni arrepentido, solo sonrió con satisfacción.
-Lo sé.
Eso fue suficiente para que el rubio hiciera a un lado lo que restaba de su desayuno, yendo sin prisa pero con mucho anhelo a sentarse sobre el regazo de su acompañante.
-Y deberías saber que es recíproco –anunció, acariciando un costado de su rostro, inspeccionando cada centímetro de su expresión. Desde la cicatriz en la frente, pasando por la mirada embelesada hasta sus carnosos labios–. Te amo, Harry. Muchísimo.
No era la primera vez que decía esas palabras. Pero sí la primera en que no había duda, ni timidez, ni malos presentimientos. Sabía que solo estaba expresando la verdad de su corazón, verbalizando la magnitud de su afecto. Tampoco era la primera vez que lo besaba. Pero el roce suave era tan dulce y encantador que podría quedarse con eso por siempre. Simplemente abandonarse a sus brazos y ya. El mundo podía colapsar pero él seguiría feliz en su burbuja de amor y tranquilidad.
-Sé que no te gusta pensar en eso –dijo al cabo de un rato, en que se habían limitado a abrazarse en silencio. Draco adoraba las suaves caricias en su espalda, el calor de Harry rodeándolo–. Pero desperté pensando en esa misión. Ya sabes, los días que pasaste en... –Dijo con un ademán inconcluso–. Recuerdo lo desesperado que estaba por encontrarte. Lo asustado que estaba de no ser capaz de hacerlo.
-Definitivamente prefiero no pensar en eso –admitió–. Sabes que si alguna vez he tenido ganas de enmarcar la placa ha sido entonces –ambos rieron ante eso, lo que ayudó a mantener relajado el ambiente. Como Inefable, Draco jamás tendría un diploma, un reconocimiento o una medalla. Lo único que conservaría como prueba de su servicio sería su sencilla placa. La mayoría de los Inefables la enmarcaban al retirarse–. Pero es curioso que lo digas, porque hoy mismo estuve soñando con eso. Sentir cada miedo en carne viva, la desesperanza de no saber si saldría de ahí cuerdo. Si volvería a ser el mismo. Y la verdad es que no lo he sido –jugaba con los dedos de su novio, sabiendo lo dichoso que había sido los últimos meses, consciente de la promesa de que seguiría obteniendo todavía más de eso–. Pero así está bien. Llegaste justo a tiempo. Me sacaste de ese horrible lugar.
-Fuiste tú, Dragón. Todo el tiempo estuvo en ti la fuerza para salir de ahí –Harry lo estrechó contra su pecho, inundándolo de calma y amor–. Y estoy muy feliz de que lo hicieras.
Draco sabía que no era tan simple. Una parte de él se había quedado, se había transformado al salir de ahí. Pero si de algo estaba seguro fue de que podía encarar sus miedos. Sin importar la forma que estos tomaran. Y es que la mayoría había sido tan convincente... Envolviéndolo de una forma que le hacía temer que jamás podría librarse de ellos. Su lista de miedos podría ser interminable. Las ilusiones -tan tangibles e indistintas a la realidad- podrían prolongarse indefinidamente. Sus lapsus de claridad habían sido tan cortos entre una alucinación y otra, que ya no era capaz de precisar ni el tiempo que llevaba ahí, ni la ubicación exacta del lugar. Lo único que había sabido todo el tiempo era que necesitaba salir de ahí.
-¿Sigues conmigo? –Bromeó Harry, riendo un poco y dándole una suave palmada en la pierna–. Perdón, no quería alborotar esos recuerdos.
-No te preocupes –Draco suspiró, acariciándole la mejilla.
-En ese caso, todavía tenemos mucho que hacer allá abajo –indicó. El rubio lo besó una vez más antes de admitir que debían poner cierto orden antes de recibir a sus padres esa noche. Por eso dejó su cómodo asiento y se dispuso a realizar dichas labores–. Uhmm, ¿Draco? –Harry chocó con él cuando se detuvo repentinamente frente a la puerta que llevaba a su habitación compartida.
-No puedo hacerlo –dijo con calma y una punzada de dolor.
-¿Qué pasa, amor? –Inhaló, tratando de conservar la entereza. Su novio se abrazó a su espalda, besando con devoción su perfil–. Ya entiendo. No pudimos celebrar anoche... Tienes razón, las botellas pueden esperar –concedió con una risa coqueta. Draco negó, dándose la vuelta entre sus brazos y fijando la mirada en los hermosos ojos esmeraldas.
-Sabes... Puedo imaginarlo –admitió, con una sonrisa anhelante–. Una plácida mañana llena de besos y caricias. Limpiar juntos en medio de risas y anécdotas sobre la noche anterior. Supervisar a los elfos mientras hacen la cena, porque admitámoslo, ninguno de los dos es tan bueno en eso –rió por lo bajo, para terminar acariciando los mechones oscuros cerca de la nuca–. Y después recibir a mis padres. Con la renuente aceptación de Lucius y la alegría de mi madre, sabiendo que ahora soy libre y plenamente feliz con mis elecciones de vida.
-¿Y no es maravilloso? –Susurró Harry, besando sus dedos con cariño–. Tienes todo lo que quieres al alcance de la mano.
-Posiblemente –aceptó, más para sí mismo–. Pero no ahora, no en este instante.
-¿De qué hablas, cariño?
-Aunque deseo esto desde el fondo de mi corazón. Aunque gustosamente podría perderme aquí contigo... –Pausó, buscando evitar que la tristeza o la amargura se infiltraran muy profundo en él–. Tú no eres real. Eres un rostro más... El séptimo –el chico asintió en silencio.
Draco sabía que se iría en cuanto lo admitiera. Y su parte egoísta le urgía a no hacerlo. Podría quedarse ahí por siempre. Perpetuar esa idílica alucinación y olvidar todo lo demás. Pero no podía. Por sus compañeros. Por su familia. Por el Harry real. Por sí mismo.
También quería darle al menos un último beso, por si es que jamás llegaba a experimentar eso en su vida. Pero recordó todos sus encuentros anteriores, su charla con su yo de trece años.
Draco no necesitaba de una ilusión para alcanzar todo lo que anhelaba y sabía que merecía. Por eso volvió a hablar, su voz sonando como un suspiro entrecortado:
-Representas mi miedo a ser feliz –finalmente cerró los ojos, incapaz de ver cómo ese rostro tan familiar y querido desaparecía. Pronto dejó de sentir su calor, su presencia. El maldito vacío de nuevo.
Salvo que cuando se animó a abrir los ojos, no estaba flotando, no había brisa fría ni oscuridad a su alrededor. Tenía la varita en su mano izquierda, estaba parado en el centro de una reducida habitación totalmente vacía. Y había una mujer de pie frente a él.
Notas finales: no lo planeé así, pero justo este capítulo que menciona el año nuevo es el primero de este mes, algo que me encantó. Y qué decir, de todos los rostros este es por mucho mi favorito. También fue el primero que esbocé para el fic, aun sabiendo que sería el último. Ya me darán sus apreciaciones al respecto. Y bueno, será hasta el próximo viernes.
Allyselle.
