El Retorno sin Fin
Era ya avanzada la mañana de un hermoso día de primavera, pero todo se hallaba en silencio.
A esa hora estarían terminando el desayuno y quizás también charlando acerca de temas irrelevantes que a ninguno en realidad importaba. Sin embargo, nadie había siquiera preparado una taza de té ni pronunciado una sola palabra, y a decir verdad ella no tenía apetito y prefería en cambio continuar paseándose como un fantasma por la casa, intentando oler su aroma una vez más. No tardó en darse cuenta que ahora todo apestaba a encierro y que la ilusión de felicidad que parecían haber creado juntos se había esfumado para darle lugar a un vacío demencial.
Después de todo, eso era lo único que había dejado luego de tanta lucha y sufrimiento: vacío. Y aunque una parte muy profunda de ella se había dejado engañar por el mutuo acuerdo de fingir ser felices, sabía muy bien que no podría reemplazar lo que el otro se había llevado.
Acercándose al estante de la sala de estar, observó las fotos que allí reposaban cubiertas de polvo y se acarició suavemente el vientre abultado hacía ya varios meses.
-Nuestro primer hijo...
Estaba acostumbrada a que la dejaran de lado, pues siempre había sido así y aunque le doliera, con el tiempo había aprendido a aceptarlo y a intentar comprender. También sabía sobremanera que hiciera lo que hiciera, nada sería suficiente, pues la felicidad y el deseo de la persona que más amaba en el mundo se hallaban muy lejos de allí, muy lejos de ella.
Algo encandilada por la luz que entraba por la ventana que acababa de abrir, o quizás por las lágrimas que comenzaban a nublarle la vista, leyó una vez más la carta que le había sido dejada junto a la cama:
Voy a buscar a Ed. Lo siento.
Se restregó los ojos y sonrió con nostalgia como quien, a pesar de estar muriendo de dolor, sabía desde un principio lo que sucedería.
-Igual que su padre...
FIN!
