Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.
La Última Hija del Mar
Travis Stroll agarró el libro. —Capitulo 42: Una batalla de Burritos —todos se quedaron en silencio, antes de reírse con cierta alegría.
Suspiré calmada, mientras hacía girar mi Tridente/Guadaña, con felicidad. Sentía la mano de Bianca en mi hombro y le enseñé una sonrisa. Ella me devolvió esa sonrisa, mientras que, aquellas que sabíamos lo ocurrido en la línea de tiempo pasada, no podíamos evitar derramar algunas lágrimas.
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—Pues me alegra mucho, que todas estén vivas —dijo Travis Stroll.
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Tropezamos con un camión de remolque tan desvencijado que parecía que también lo hubiesen dejado allí como chatarra. Pero el motor arrancó y tenía el depósito casi lleno, así que decidimos tomarlo prestado.
Thalía conducía, todas sonreíamos alegres con la forma en la que todo se estaba desarrollando.
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Ese buen humor, estaba también en la Sala del Olimpo y Hades se sentía muy feliz, por ver que sus hijas estaban vivas.
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Avanzamos por el desierto bajo un cielo límpidamente azul. La arena brillaba de tal modo que no podías ni mirarla.
Zoë iba en la cabina con Thalía y Artemisa; Clarisse, Bianca, Hazel y yo, en la caja, apoyados en el cabrestante. El aire era caliente y seco, por primera vez, viendo a Bianca viva a mi derecha y sintiendo su mano, apretando delicadamente la mía, yo suspiré.
Se nos acabó el depósito a la entrada de un cañón. Tampoco importaba, porque la carretera terminaba allí.
Thalía se bajó y cerró de un portazo. En el acto, reventó un neumático. —Estupendo. ¿Y qué más?
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—Nunca tientes a Tique... o las hermanas del Destino —pidió Zeus nervioso a su hija, pero ella solo suspiró.
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—Hay un camino —señaló Artemisa sonriente—. Podemos bajar al río.
Estiré el cuello para ver a qué se refería y descubrí por fin un saliente diminuto que bajaba serpenteando. —Eso es un camino de cabras —dije.
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—Buena elección, sobrina—bromeó Hestia, causando el sonrojo de Artemisa. —Usen todos los caminos que tengan. Mal que no existan actualmente, muchos hijos de Ariadna.
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Me lo pensé dos veces. Había cruzado precipicios otras veces, aunque no me gustaban demasiado. Entonces miré a Thalía y vi lo pálida que se había puesto. Su problema con las alturas... ella no lo conseguiría. —Umm, no —dije—. Creo que deberíamos ir corriente arriba.
Miré a Thalía. Sus ojos me dijeron «gracias».
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La pelinegra Punk, besó a su novia.
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Seguimos el curso del río durante un kilómetro y llegamos a una pendiente por la que era mucho más fácil bajar. En la orilla había un centro de alquiler de canoas, cerrado en aquella época del año. No obstante, dejé un puñado de dracmas de oro en el mostrador con una nota que ponía: «Te debo dos canoas, amigo.»
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Hermes miró con un puchero. Él había querido, que fuera un robo.
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—Tenemos que ir corriente arriba —me indicó Zoë. Era la primera vez que la oía desde la chatarrería—. Los rápidos son muy violentos.
—Eso déjamelo a mí —dije mientras transportábamos las canoas al agua.
Thalía me llevó un momento aparte cuando íbamos a recoger los remos. Y me besó en los labios, con algo de rudeza. —Gracias por lo de antes —Dijo sonrojada.
Subimos a las canoas y comenzamos a remar, mientras que yo tarareaba y la Hidroquinesis, entraba en acción, se creaban pequeñas olas en el agua, que llevaban nuestras canoas, en contracorriente y las Nereidas llevaron nuestras canoas por el camino indicado.
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Todas las chicas Jackson, bufaron ante eso.
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Igual que aquella "última vez", las Nereidas estuvieron molestando a Zoë, mojándola y poniendo a prueba su paciencia, por aquello que ocurrió "hace mucho tiempo" y de lo que yo no sabía nada.
Cuando llegamos a la Represa Hoover, tuvimos que caminar casi una hora para hallar un camino que llevase a la carretera. Salimos al este del río y luego retrocedimos hacia el dique. Hacía frío y soplaba mucho viento allá arriba. A un lado, se extendía un inmenso lago encajonado entre montañas desérticas. Al otro lado, el dique descendía doscientos metros hasta el río en lo que parecía la rampa de monopatín más peligrosa del mundo. Thalía caminaba por el centro de la carretera, para permanecer lo más alejada posible de los bordes del dique.
Comimos burritos, en un restaurante de la Represa Hoover, donde conocimos a Rachel Elizabeth Dare, futura Oráculo de Delfos, solo para que, al salir nos viéramos rodeados de monstruos serpientes.
—Oh cielos —dijeron los dioses.
