La lata vacía de cerveza dio un par de vueltas sobre la barra antes de caer al suelo y juntarse con las demás.

En el bar, luces de neón bailaban por las paredes al compás de la música. Era una madrugada de entre semana, pero aún así había una multitud considerable revoloteando por todas partes. Había de todo un poco — aficionados al baile dando todo de sí en la pista, parejas con la ropa descolocada besuqueándose en cada rincón, y estudiantes celebrando sus buenas calificaciones en alcohol, o ahogando las malas en el mismo.

O, en el caso de Rin, tratando de olvidar su despido.

—¡Es que no lo entiendo! —protestó mientras aporreaba la superficie metálica de la barra con una lata de cerveza a la mitad. Salpicaron unas cuantas gotas, y la barista la miró con fastidio —. Di todo de mí, ¿me oyes? ¡Todo de mí! Y cierran mi maldita división porque no les da suficiente dinero. ¡Avaros! ¡Los odio!

Se detuvo a tomar otro trago de su bebida, y la barista aprovechó ese instante para escabullirse y atender a otro cliente. Estaba habituada a tratar con borrachos —parte del trabajo, claro estaba —, pero los quejumbrosos se le hacían los peores. A los tristes se les secaban las lágrimas, a los furiosos se les apaciguaba la ira, pero los quejumbrosos siempre traían reclamos bajo la manga.

—Tres años de mi vida y no he llegado a ninguna parte —lloriqueó Rin, demasiado embebida en su desgracia como para percatarse de que estaba hablando sola.

Escondió la cabeza entre los brazos, notoriamente frustrada. La liquidación había sido una mera excusa para embriagarse —después de todo, la empresa la había dejado ir sin pleitos y con un finiquito más que justo. Tenía un currículo impecable y cartas de recomendación bien ganadas, así que conseguir otro trabajo probablemente no sería un problema.

Solo estaba cansada e insatisfecha, y el alcohol no ayudaba mucho con eso.

—Es tarde y ha tomado bastante, señorita, ¿no sería mejor llamar a alguien para que venga a recogerla? —preguntó educadamente la barista al desocuparse, deseosa de quitarse trabajo de encima. La borracha ladeó la cabeza con cara de desentendida —. ¿Hermanos, un novio quizás? Alguien en quien confíe que pueda llevarla a casa.

—No tengo familia —contestó Rin con naturalidad, de la forma en la que lo hace una persona que lleva mucho tiempo acostumbrada.

—¿Pareja entonces?

—Tampoco —negó. La barista suspiró y se alejó de nuevo para preparar la bebida de otro cliente.

Rin apoyó una mejilla sobre el metal de la barra y sintió algo de frío. El mundo le daba vueltas, y su mente estaba hecha un revoltijo de recuerdos molestos, neblinas desagradables y luces de neón.

«Usted ha sido una empleada excelente los últimos tres años, y estamos seguros de que conseguirá trabajo fácilmente en otra empresa». «¿Ya acabaste tu papeleo, tan rápido? ¡No me la creo!». «Llevas medio año aquí y ya sabes más que cualquiera de nosotros». «Su currículo es muy completo para ser una recién graduada, cuéntenos más sobre usted». «¿A qué empresa aplicarás cuando nos graduemos, Rin?».

Y de entre todas las memorias, una resurgió tan clara como la luz del día.

«Usted es una estudiante terriblemente lista, señorita Takahashi. No dudo en que conseguirá el trabajo que desee, pase lo que pase».

Tres años sin oírlo, pero todavía lo recordaba perfectamente. La silueta plateada e imponente, la voz firme y honesta. Los ojos dorados que en más de una ocasión la habían mirado con amabilidad infinita y la hicieron sentir en paz.

Sin pensárselo mucho, metió la mano en su bolsillo e hizo una llamada.

Llevaba seis horas calificando trabajos, pero se sentía como si llevara cincuenta.

Sesshoumaru echó la cabeza hacia atrás y suspiró, cansado. Ya no le faltaba mucho para terminar —o al menos no comparado al cerro con el que había comenzado—, pero la mente ya no le daba para más. Echó de menos el apoyo de su profesora ayudante, con quien habría acabado mucho antes.

Realmente no tenía sueño —el agobio era más académico que físico—, pero decidió prepararse una taza de café de todos modos para despejar la mente. Eran las tres y media de la mañana y tenía que aplicar un examen a las nueve, pero el instinto le decía que no dormiría mucho esa noche.

No se equivocaba.

Ya había bebido más de la mitad de su café cuando escuchó a su celular sonar. Frunció el ceño, preguntándose quién demonios sería tan desconsiderado como para llamar a una persona a semejante hora. Al ver el nombre del contacto, sin embargo, cambió de postura muy rápidamente.

—¿Señorita Takahashi…? —murmuró. Llevaba bastante tiempo sin pronunciar ese nombre, pero la facilidad con la que le salió de los labios no lo sorprendió.

Su mente repasó un millar de opciones en un segundo. Quizá había marcado el número equivocado, o el teléfono se le había extraviado y quien lo hubiere hallado buscaba contactar a algún conocido del dueño, o estaba en problemas, o muchas otras alternativas igual de alarmantes.

—Profesor Taishou… —balbuceó torpemente una voz al otro lado de la línea, y el alivio lo invadió de inmediato.

No era una llamada por extravío, y tampoco una de apuros. Solo estaba borracha.

—Está ebria —afirmó, y ella respingó.

—¿Yo? No, para nada —refutó entre risas —. Solo me tomé…una, dos, tres, ¿dos cervezas? Como una, creo.

—¿Está acompañada? ¿Tiene manera de volver a casa?

—Sí, sí. Me acompaña el alcohol y mi amiga, eh, no recuerdo cómo se llamaba. La que mezcla líquidos de colores en la barra.

—¿La barista?

—¿Se llama Arista? Ah, sí, creo que sí. Qué bonito nombre, muy chistoso —suelta una risilla, y a Sesshoumaru le queda claro que sus dos preguntas se responden fácilmente con un mismo «no».

—Dígame en qué bar está —ordenó, y no esperó a que Rin contestara para ponerse la gabardina encima.

—¿Para qué?

—Para que vaya a buscarla —las llaves resonaron en la cerradura.

—No hace falta, profesor, me iré en tren a casa.

—Son casi las cuatro, señorita Takahashi. El último tren pasó hace horas.

—Ah —contesta. Seguía sonando ebria, pero parecía un poco menos desubicada que antes.

La conversación se pausó en lo que él caminaba de la puerta del departamento hasta su coche, mientras esperaba a que Rin pidiera la dirección. Las palabras se le revolvieron a mitad de la frase, pero la barista acercó la boca al teléfono y repitió las indicaciones para llegar.

Menos de diez minutos después, Sesshoumaru atravesó la pista de un bar que nunca en su vida había visitado antes en la búsqueda de su exalumna. Ubicó con la mirada a la barista, y siguiendo la de ella encontró a Rin. Estaba en el último taburete, dormitando con el rostro escondido entre los brazos y apoyada sobre la barra. La música resonaba a un volumen aberrante, las luces eran demasiado intensas para la hora, pero ella dormía con la misma facilidad que un niño en su cuna.

—¿Usted es el profesor? —preguntó la barista con evidente alivio, cansada de hacer de niñera. Él asintió.

Sesshoumaru se paró al lado de Rin, pero ella no pareció reparar en su presencia. Sin mayor ceremonia, sacó unos cuantos billetes al azar de su cartera y se los extendió a la barista.

—¿Con esto se cubre su consumo? —inquirió. La mujer ni siquiera necesitó contarlos, porque con uno bastaba y sobraba.

—Ahora voy por su cambio, señor —farfulló ella, pero Sesshoumaru negó con la cabeza.

—No es necesario —aclaró.

La conversación se dio por finalizada, y decidió concentrarse en lo verdaderamente importante. Sujetó a Rin con delicadeza, asegurándose de que estuviera bien, y la cargó cuidadosamente por la cintura. No deseaba más que salir del ruidoso bar de inmediato, pero de todos modos caminó a un ritmo lento para no marearla. Caminó con ella a cuestas hasta llegar a su carro y abrió la puerta del copiloto.

—¿Aún vive en el mismo departamento? —preguntó mientras le ponía el cinturón. Ella asintió torpemente.

—Sí —confirmó ella, volviendo a dormirse al momento.

Y Sesshoumaru se puso en marcha.

—¿Tiene las llaves? —inquirió quince minutos más tarde, ya estacionado frente a su edificio. Se sintió estúpido por no haber hecho la pregunta antes, pero lo dejó pasar. Rin las rebuscó en su bolsillo y se las extendió.

No pasó mucho antes de que Sesshoumaru encontrara la correcta —prueba y error, prueba y error— y abriera la puerta.

La había llevado a casa en diversas ocasiones, pero realmente nunca había entrado. Era lógico, por supuesto —en aquel entonces eran profesor y alumna, y eso habría sido sumamente inapropiado. Pero ya habían pasado años desde la graduación de Rin, así que dicho problema era irrelevante en el presente.

Para su buena o mala suerte, no era la primera vez que atendía a una persona ebria. Su hermano había llegado con los niveles de alcohol hasta las nubes más de una vez, cuando ambos todavía vivían en casa de sus padres, y se le había hecho menos molesto cuidarlo por su cuenta que despertar a otros para que lo hicieran. Experiencia en mano, la despojó de las prendas innecesarias —no se atrevió a cambiarle la blusa o el pantalón de vestir por algo más cómodo, pero mínimo el saco y los calcetines se los quitó sin remordimientos— y la acostó sobre la cama, asegurándose de dejarla sobre su costado.

Ya un poco más relajado, se tomó la libertad de mirarla. Rin dormía a pierna suelta, y era obvio que dormía mucho más cómoda que sobre la barra del bar o en el asiento de su coche. Vio la hora en su teléfono y sopesó sus opciones.

Podía irse a casa, o quedarse con ella. Retirarse probablemente era lo más apropiado, pero no se sentía correcto. Tenía la sensación de que si le quitaba los ojos de encima por más de unos segundos Rin se daría la vuelta y acabaría asfixiándose con su propio vómito. La imagen mental fue tan terrible que la decisión quedó asentada de inmediato.

Se quedó.

No le quitó los ojos de encima hasta el amanecer, cuando le pareció que había mejorado lo suficiente como para permitirse un descanso en su vigilancia para ir al baño.

Era una circunstancia inusual. Estaba en el hogar de otra persona, una que no era nada suyo y no estaba en pleno uso de sus facultades, pero no se encontró a sí mismo tan incómodo como pensó que lo estaría. No quiso husmear más de lo necesario —eso sí que se sentía mal, consideró —, pero alcanzó a ver lo suficiente como para una primera impresión bastante acertada.

Era un departamento pequeño y acogedor, justo como su habitante. Las ventanas grandes hacían que el lugar pareciese más espacioso de lo que realmente era, y la pintura naranja de las paredes lo llenaba de vida. Todo ahí, cada decoración, cada cuadro, se sentía como una extensión de Rin.

Y la visión resultaba francamente hermosa, como ella.

Regresó a su habitación apenas un par de minutos después, y se alivió de ver que seguía tal y como la dejó. La vio roncar, murmurar entre sueños y estornudar, y todo lo hizo con mucha atención. Retrasó su partida todo lo posible, pero acabaron por dar las ocho y media y ella seguía dormida.

—¿Debería cancelar la clase…? —murmuró para sí mismo, pero ya sabía que la respuesta era un «no». Tenía un examen por aplicar, pero no a su profesora asistente en condiciones para reemplazarlo. Posponer la prueba tampoco era una opción, así que tenía que irse.

Pero era difícil hacerlo, desaparecer sin dejar rastro. Entonces se le ocurrió una idea.

Rin despertó tres horas después con una resaca espantosa. No se acordaba de casi nada de la noche anterior, y probablemente no lo habría hecho de no ver una nota en la mesa de su comedor.

«Le dejé una comida ligera en el refrigerador. Tómese una aspirina y beba mucha agua. Llámeme si ocurre algo, dado que conserva mi número. —Sesshoumaru Taishou».

Los recuerdos se agolparon en su mente casi tan rápido como la sangre en sus mejillas. Todas las estupideces que había dicho y hecho le dieron una bofetada.

Releyó la carta varias veces, aferrándose a la inútil esperanza de que tal vez si la volvía a leer las palabras cambiarían y no serían instrucciones de su exprofesor para lidiar con la resaca. Pero la caligrafía pulcra y hermosa no se deformó de ninguna manera, y no quedó más opción que aceptar la terrible realidad.

—Me pegué la borrachera de mi vida, le dije toda clase de idioteces a la barista y le marqué al profesor Taishou a mitad de la noche para que fuera a buscarme como a una niña de preescolar. ¡Genial, exactamente lo que me faltaba!

Siguió las disposiciones de Sesshoumaru al pie de la letra, salvo la de llamarlo. Comió lo que le preparó, tomó mucha agua y la medicina, pero las manos le fallaban cada que intentaba hacer contacto con él por el celular. No tenía que llamarlo si no quería —podía simplemente mandar un mensaje—, pero sentía que era demasiado poco para todo lo que él había hecho por ella.

«Gracias por traerme borracha a casa en la madrugada, quitarme el saco y hacerme un sándwich. Prometo no volverlo a hacer».

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«Lamento que haya tenido que ver una imagen tan desagradable de mí. Le ruego que me disculpe y que dejemos esta situación en el olvido».

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«¿Pero por qué demonios me contestó el teléfono a las casi cuatro de la mañana y fue a buscarme al bar?».

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Soltó un suspiro y miró el reloj. Doce con treinta y uno.

—Si me baño y me visto rápido, a lo mejor lo alcanzo antes de que salga de la universidad —supuso.

Así que puso manos a la obra.

Veinticinco minutos más tarde, Rin estaba bajándose del taxi a la entrada de la universidad. No perdió el tiempo y se echó a correr hacia el lugar donde sabía que lo encontraría —el auditorio de la Facultad de Economía. Al llegar, notó que varios estudiantes iban de salida, y no dudó en entrar.

Tal y como lo imaginaba, Sesshoumaru estaba ahí. Se había cerrado la gabardina y acomodado el cabello, lo que le dejó en claro que había ido directamente de su apartamento al trabajo —la idea se sintió agradablemente íntima. Pese a ello estaba bastante presentable, e igual de apuesto que de costumbre.

—Señorita Takahashi —saludó con la ceja enarcada. Era evidente que no esperaba volver a verla tan pronto.

—Profesor —contestó ella. Empezaron a entrar personas a la sala, por lo que dedujo que había llegado justo antes de su siguiente clase.

Se miraron por unos segundos sin decir nada. Rin tenía ganas de quedarse, pero se sentía demasiado cohibida como para pedir permiso, y aun así no era capaz de darse la vuelta y abandonar el auditorio. Sesshoumaru pareció percatarse de su indecisión y asintió suavemente.

—Puede tomar asiento, si lo desea.

Con eso bastó. Rin se fue a lo más alto de la sala, en memoria de sus tiempos de estudiante. Transcurrieron un par de minutos de vaivén estudiantil, y a la una en punto Sesshoumaru cerró la puerta e inició su clase.

Rin no tardó mucho en ubicar la materia en cuya clase se había colado —Cálculo multivariable, de tercer semestre. Pese al nombre aterrador había sido una de sus asignaturas preferidas, y eso probablemente era gracias a Sesshoumaru.

Las técnicas de enseñanza del profesor Taishou no eran especiales por sí mismas. Explicaba los temas punto por punto, a un ritmo lo suficientemente rápido como para no aburrirse, pero no tanto como para perderle el hilo, y reforzaba sus lecciones con un par de tareas a la semana. No, lo destacable del profesor no era lo que usaba para dar cátedras, era la manera en la que las daba.

Sesshoumaru Taishou no era un hombre hablador, pero esto cambiaba cuando ejercía el papel de maestro. Su voz llegaba fuerte y clara incluso al fondo del auditorio, donde Rin lo había escuchado varios semestres durante sus clases. Hablaba con una seguridad y confianza en sí mismo que parecía casi inhumana, y era imposible no prestarle atención. No por nada había sido —era— su profesor favorito, al que le pidió ser su asesor de tesis a sabiendas de que rechazaba decenas de peticiones similares al año.

Pero había aceptado, recordaba. Y de buena gana, además.

Salió de sus cavilaciones al oír cuchicheos en la mesa al lado suyo, y no se sorprendió al darse cuenta de que las responsables eran un par de alumnas sonrojadas. Sonrió, rememorando otra parte de su vida universitaria.

La popularidad de Sesshoumaru también se debía a que era el profesor más guapo de toda la facultad, si no es que de la universidad completa.

—Me gustaría recordarles que el profesor de esta asignatura soy yo y no la persona sentada junto a ustedes, en caso de que algunas personas lo hayan olvidado —declaró Sesshoumaru mientras anotaba una ecuación en su pizarrón. No dio ningún nombre, pero las alumnas captaron el mensaje y se callaron de inmediato.

La clase prosiguió sin más interrupciones hasta las tres de la tarde. Rin esperó a que el auditorio quedara relativamente vacío antes de acercarse a Sesshoumaru.

—¿Ocupado? —inquirió ella con voz animada. Él negó con la cabeza.

—Esta era mi última clase del día. Pero todavía tengo que ir a buscar mi computadora a mi oficina.

—¿Me permite acompañarlo?

Sesshoumaru la miró con detenimiento. Fuera de unas ojeras poco pronunciadas, Rin lucía fresca como una lechuga y tan enérgica como un niño de preescolar. Era preferible verla así y no con el alcohol hasta las nubes, indudablemente.

—Si eso deseas —repuso, y empezó a caminar. Ella lo siguió de inmediato.

Anduvieron en silencio varios minutos. Las oficinas de los profesores estaban en un edificio distinto, y para llegar a él desde la Facultad de Economía era necesario atravesar el jardín principal del campus. El sol brillaba intensamente, pero de todos modos se sentía algo de frío invernal.

—No he tenido la oportunidad de disculparme con usted por lo de esta noche —comenzó ella luego de un rato de silencio, apenas a mitad del camino.

—No es necesario que se disculpe —repuso él.

—Pero quiero hacerlo —refutó ella —. Me siento terrible al pensar que lo desperté a mitad de la noche y entre semana para irme a buscar a un bar.

Sesshoumaru sopesó sus palabras unos segundos antes de responder.

—No estaba durmiendo.

Rin se detuvo, y él la imitó. Volteó a verla, y el gesto de vergüenza y sorpresa que encontró en su rostro le hizo arrepentirse de su aclaración.

—No ha dormido en todo el día, ¿no es así? —acusó, y en el silencio de Sesshoumaru encontró su respuesta. Sintió el impulso de reclamarle y decirle que debería cuidarse a sí mismo antes que preocuparse por alguien más, pero le pareció que sería demasiado hipócrita dar semejante discurso horas después de haberse emborrachado.

—Irrelevante —contestó él por fin.

En un acuerdo no mencionado, tanto Rin como Sesshoumaru eligieron dejar de insistir. Ambos tenían razones para disculparse y para reclamarle al otro, pero recordaban de la época de la tesis de Rin que ninguno iba a ceder mientras siguieran discutiendo. Lo mejor, al menos en este caso, era dejar el asunto en paz y dejar una tregua.

—Señorita Takahashi.

—¿Sí?

—¿No llegará tarde al trabajo?

Si mal no recordaba, Rin se graduó como la mejor alumna de su generación y consiguió trabajo casi de inmediato en una buena compañía. Él le había ofrecido su respaldo en todas sus formas —una carta de recomendación si buscaba irse a una gran empresa, y apoyo personal si optaba por entrar como docente a la facultad—, y ella eligió la carta.

Había entendido esa decisión, y precisamente por eso no entendió la risa amarga con la que Rin respondió su pregunta.

—No tengo trabajo, profesor. ¿Por qué otra razón habría estado yo borracha en un bar entre semana?

Sesshoumaru se detuvo. Estaban a menos de diez metros de la entrada de su oficina, pero de repente recuperar su computadora se sintió menos importante. Miró con detenimiento a Rin.

—¿Renunció? —preguntó con una ceja enarcada.

—No —negó Rin con un deje de tristeza —. Cerraron mi división, y no tenía el perfil adecuado para encajar en alguna de las otras, así que me despidieron.

Se mordió el «es pérdida de ellos, no de usted» que se le quería escapar de la boca.

—Ya veo —contestó en su lugar, y entraron a su oficina.

No era la primera vez que ambos estaban allí. Años antes, cuando ella todavía era su alumna, se habían quedado ahí hasta altas horas de la noche trabajando en la tesis de Rin. Ella realmente no necesitaba muchas correcciones —tenía muy claro el tema que deseaba investigar, así como la ruta que iba a tomar para lograrlo—, pero la orientación y experiencia de Sesshoumaru tuvo un impacto significativo en el resultado.

Se permitió divagar y recordar aquella dedicatoria que había leído en la versión final, segundos antes de que Rin entrara a la defensa de su tesis.

«A mis difuntos padres, hermano y abuela, quienes no dudo que me cuidan desde donde sea que estén, y me aman tanto como yo a ellos.»

«A mi estimado profesor Sesshoumaru Taishou, quien tuvo fe en mí y en mis capacidades desde el día en el que nos conocimos.»

Ella no lo sabía —no tenía ningún motivo para saberlo, de hecho —, pero era la primera vez que le dedicaban una tesis. O cualquier otra cosa, realmente. No tenía la costumbre, pero cuando la leyó por primera vez no ocultó el esbozo de sonrisa que se le dibujó en los labios.

En general, Sesshoumaru se sentía distinto cuando de Rin se trataba. No dejaba de ser él mismo, pero ella desenterraba facetas de él que rara vez sacaba a la luz.

Como la impulsividad, uno de los males del hombre.

–¿Quiere trabajar conmigo, señorita Takahashi?