Naruto pertenece a Masashi Kishimoto.

Este one-shot participa en el concurso "Sonnet and Midnight" organizado por la página de facebook: SasuSaku Eternice Moi

Update: ¡Historia ganadora del 3er lugar!

La portada es un precioso edit hecho por HANN, administradora página de Facebook: SasuSaku Eternice Moi, que fue quien organizó el concurso.

Pueden encontrar a Hann por instagram para ver su arte original como: Lilaartmh.


En el inicio de los tiempos la noche era oscuridad absoluta y fue así hasta que el planeta se enfrió y cayeron las primeras lluvias, creando al océano. La luna comenzó a pasar el día mirando las aguas transparentes que se asentaban al fondo de la tierra y toda la oscura noche pensando en ellas. Estaba enamorada y no tardó en reflejar la luz del sol, llevándola hacia la oscuridad del planeta tierra, iluminando la noche, sí, pero sobre todo al océano. La atracción fue mutua y el océano comenzó a levantarse en dirección al cielo, como si quisiera verterse sobre el espacio sideral y mojar a la luna, llenarla de sal y arena.

De este amor nacieron ellas. Hace más de mil millones de años. Fueron moldeadas por las manos tibias del sol, besadas por la luna y lanzadas al océano para que las aguas se llenaran de polvo espacial y estrellas. Con abundantes y coloridas melenas que adornan con algas y corales; son coquetas por naturaleza, ágiles, curiosas y listas. Poseen colas largas de escamas brillantes y colores que combinan con la belleza de sus rostros, colores que sólo existen en la inmensidad del universo. Dos brazos ligeramente cubiertos de escamas y seis largos dedos en cada mano. La mejor parte de ellas no son sus privilegiadas voces que son agudas y melódicas, sino sus ojos en los que se pueden ver todas las galaxias del universo y las olas del mar.

No son mitad pez y mitad humanas. Son sirenas, sirenas completas y no los jirones de otras especies menos privilegiadas. Aparecieron mucho antes de que el hombre pisara la tierra, así que en realidad las mujeres son mitad sirena, aunque mucho menos agraciadas.

La luna y el océano fueron meticulosos y delicados… las hicieron a pinceladas de auroras boreales y estrellas fugaces, de sal y sol, polvo espacial y arena.

Los humanos, en cambio, fueron hechos por un dios descuidado que quería presumir su propia creación, hechos de barro y de nada más. Un dios cruel que puso maldad en sus corazones y luego le llamó "libre albedrío" para sentarse a ver entre risas cómo el hombre lo destruía todo. Los dioses se vieron obligados a presenciar cómo eso que surgió del barro comenzaba a adueñarse de un mundo que no le pertenecía, cuando antes habían sido cuidadosos al equilibrar el ciclo de la vida entre naturaleza y especies para que todas pudiesen convivir armónicamente.

Dioses provocaron diluvios, erupciones volcánicas, huracanes, tsunamis y terremotos, pero nada funcionó para acabar con la plaga que creó un niño dios. No quedó más que llevar a la extinción a sus propias especies antes de que el hombre acabara con ellas. Meteoros que caían desde el espacio, deshielo e inundaciones acabaron con la existencia de muchas formas de vida… pero sin importar cuántas cosas pasaron y cuántas especies desaparecieron dejando huesos fosilizados como único vestigio de su existencia, la luna y el océano continuaron mirándose, ajenas al desprecio y la maldad que surgían en el planeta que habitaba la prueba de su amor…

O al menos eso parecía.


rpura

Capítulo único


Tosió violentamente, escupiendo agua y casi atragantándose con ella otra vez. Giró sobre su cuerpo para colocarse de costado y sintió el líquido manando desde su estómago, fosas nasales y garganta, la escupió y volvió a dejarse caer sobre la arena mientras jadeaba e intentaba recuperar el aliento. La playa debería ser tibia como el regazo de una mujer, pero no era así en medio del atlántico donde las aguas alcanzaban temperaturas de varios grados bajo cero. Tembló, con el cabello y la ropa empapada.

La imagen de su hermano mayor vino a su mente apenas abrir los parpados.

Eres tan valiente como imbécil, solía decirle Itachi y ahí estaba, vomitando agua salada sobre la arena, luego de haberse lanzado al agua sin pensarlo dos veces para alcanzar a esas bestias. Sonrió.

— Itachi…— murmuró—, más te vale sacarme de aquí pronto.

Eligió la peor época del año para aventurarse al océano. Las aguas eran rebeldes y obstinadas como una muchachita, las corrientes resultaban peligrosas incluso para los marineros más experimentados como él, quien no era un simple corsario, sino un pirata, uno con su propio código de honor en el cual estaba dicho que, ni él ni ninguno de sus hombres, harían daño a mujeres o niños, pero las sirenas… esas cosas no eran mujeres.

Se puso de pie, trastabillando y jadeando, con el pecho dolorido y las botas llenas de agua. Se llevó una mano al cinturón de armas y acarició con las yemas de los dedos su sable.

— ¿Quién eres?— escuchó a sus espaldas y se giró rápidamente.

Ahí estaba. Su corazón se aceleró de manera frenética, sus pupilas se dilataron y en su rostro se dibujó una sonrisa.

Hablaban y escribían sobre ellas, pero jamás había estado cerca de una. Si no estuviera a la vista la larga cola de pez, diría sin dudar que se encontraba frente a una mujer. La más hermosa de todas, tenía que aceptar, incluso si él no era la clase de hombre que regalaba palabras dulces a las damas. Admiró, en silencio, el cabello de la musa, de un antinatural color rosa, de hebras largas y brillantes. Notó, con cierta gracia, los corales que habían sido intencionalmente puestos entre los cabellos como decoración.

Que vanidosa.

Tenía senos, sí, redondos y firmes, pero no había pezones sino una ligera capa de escamas que cambiaban de color según el ángulo desde el que se les veía, y tampoco tenía ombligo en el abdomen. Más bestia que humano.

Se encontró tan asustado como emocionado y eso era demasiado decir, pues para un hombre como él que ya lo había visto todo, era difícil sentir emoción. Pensó que quizá su hermano mayor tuviera razón acerca suyo.

¿Cuánto oro podían darle a cambio de una sirena? ¿Cuánto más podían ofrecerle si ésta continuaba viva? Estaba siendo ambicioso. Demasiado, quizá, pero él no era alguien a quien le gustaran las medias tintas.

— Sasuke Uchiha— respondió con voz ronca, sin apartar la mirada del animal. Se acarició la cadera con disimulo, apenas tocando la empuñadura de su sable, cuya curvatura es filosa, capaz de rebanar a cualquiera que se le atraviese. Estaba siendo cuidadoso. — ¿Tienes un nombre?

Sasuke entornó los ojos para ver mejor, al notar el color de los ojos del pez, los cuales eran verdes. Todas las tonalidades de verde. El color en su iris se movía como lo haría una aurora boreal en el cielo.

— Sakura— musitó con desconfianza—. Estás lejos de tu hogar, Sasuke Uchiha.

— ¿Lo estoy? — inquirió con arrogancia.

Dio un paso adelante y ella retrocedió a la par, deslizándose suavemente sobre la arena húmeda. Estaba sentada sobre la cola, como una mujer sentada sobre sus piernas dobladas. La analizó con detenimiento, mientras ella le veía con curiosidad. La cola de escamas verdes y rosadas parecía fuerte, gruesa y era larga, de casi un metro y medio, eso sin contar el torso.

No sería fácil someterla. Tenía que ganársela, como hay que ganarse a los gatos callejeros para poder acariciarlos sin llevarse a cambio un par de rasguños.

Confió en que sus hombres no tardarían en buscarlo y encontrarlo. Dirigió la mirada al océano, intentando vislumbrar al Infierno Marino, su buque, pero no se encontró con nada más que agua y arena.


No.

No eran parecidos en absoluto y hacía falta ver sus ojos para comprobarlo. Eran oscuros, negros como el cielo nocturno, pero sin el brillo de las estrellas, sin los astros y galaxias. Eran sólo oscuridad como el fondo del océano, ese lugar al que jamás han de ir.

Le observó con detenimiento, concentrándose en las piernas humanas, en sus cabellos cortos y oscuros, su rostro. Un rostro precioso, sin duda, incluso para un humano… pero que denotaba agotamiento, hartazgo y furia. Los humanos también se comunican mediante gestos y movimientos, pero quizá ellos todavía no lo sabían. Para ella era fácil leerlo.

Se tocó el hombro, sobre el purpura y los dedos se le mancharon. No cambió el gesto.

— Estás sangrando ¿puedo ayudarte?

Las aguas del océano se batieron de manera estruendosa, queriendo llamar la atención de Sakura y ésta le dirigió una rápida mirada. Frunció el entrecejo cuando entendió lo que su padre rugía.

Dudó y el gesto se le torció en un puchero de dolor, luciendo para Sasuke igual que una niña a mitad de un berrinche, con lágrimas saliendo a borbotones de sus ojos y dejando un rastro de arena a través de su rostro.

— ¿Puedes hacerlo, Sasuke Uchiha? — gimió y él asintió.

— Sasuke— le aclaró con un tono de voz monótono.


Sasuke tuvo que contener la respiración un instante antes de comenzar a avanzar. Estaba en un terreno desconocido, a punto, quizá, de convertirse en el primer hombre en llevar a uno de esos animales a tierra firme.

Con un solo movimiento se arrancó la manga de la camisa y la enrolló a modo de vendaje. Se acercó al animal que sollozaba y gemía, casi como lo haría una mujer. Casi. El llanto de las mujeres no resultaba tan gratificante, como una dulce melodía que no se cansaría de escuchar o una lírica hipnotizante que lo hacía querer más.

Nunca se caracterizó por ser una buena persona, de hecho, diría con toda confianza que no era más que un hijo de puta. Cargaba sobre los hombros la muerte de varias docenas de hombres y nunca sintió más pena que la de tener que lavarse las manos para limpiarse la sangre, pero no podía evitar sentir cierto remordimiento…

Ella parecía demasiado inocente, demasiado mujer y tuvo la impresión de que estaba yendo totalmente en contra de su código moral. Tuvo que sacudir ligeramente la cabeza, para desechar esos pensamientos.

Las sirenas no son más que animales, se repitió. Animales con los que se podía comerciar y ganar una fortuna. Carraspeó la garganta y escupió al suelo. La arena absorbió la saliva.

Tocó el hombro del animal y éste detuvo el llanto, dirigiendo su mirada de aurora boreal a la suya. Colocó la mano encima de la herida. No era demasiado profunda y notó, como la sangre que salía era de un curioso color purpura, espesa y granulada, como si tuviera arena. Resultaba increíblemente llamativa. Miró su mano, empapada de purpura y la acercó a su nariz para olfatearla.

— Eres muy hermoso…— murmuró ella, Sakura, y levantó una mano para acariciarle el rostro.

— ¿Qué te ocurrió? — indagó con curiosidad, ignorando el cumplido de la ninfa.

— Eres muy hermoso— repitió ella, sin dejar de verle a los ojos y Sasuke tragó saliva, teniendo una sensación extraña en el estómago, como si se tratara de un mal presagio—. ¿Cómo llegaste aquí? Los humanos no son buenos nadadores.

Quiso responder, pero se quedó con los labios ligeramente abiertos, intentando recordar cómo fue. Apenas podía recordar que se había lanzado al agua ¿con qué otra razón iba a ser si no era atraparla a ella? Frunció el entrecejo, sintiéndose terriblemente confundido y mareado. No recordaba con exactitud qué había ocurrido antes de despertar en esa isla con la garganta llena de agua salada.

— No estoy seguro— musitó sin darse cuenta y dejó caer el vendaje improvisado al suelo.

Sakura se rio, mostrando sus dientes, que eran ligeramente afilados, pero que no restaban belleza en absoluto.

— Estás perdido, Sasuke Uchiha ¿puedo ayudarte?

El moreno descubrió que la mano de la sirena era delgada, de dedos largos y uñas almendradas. Cerró los ojos cuando sintió el tacto escamoso sobre la piel. Estaba tan cerca de ella que pudo notar que tenía pestañas largas y espesas de color rosa, mucho más largas que las de una mujer.

Como si fuera él un animal, se relamió los labios y asintió con la cabeza, sintiéndose aletargado. Parpadeó cuando los colores se volvieron tan brillantes que comenzaron a lastimarle la vista.

— Mi barco… mis hombres no tardarán en buscarme— explicó, preguntándose a sí mismo qué tan cierto sería. No había rastro del Infierno Marino ni de sus hombres.

— ¿Has oído sobre los besos de sirena, Sasuke Uchiha? Si besas a una todas tus dudas se despejan, se te otorgan todas las respuestas del universo, puedes, incluso, tener vida eterna. ¿Por qué no me besas y lo compruebas? Ya que eres tan hermoso no tengo problema en compartir contigo parte de mi poder.

Sasuke sintió los músculos entumidos y la piel sudorosa, aun cuando momentos antes había estado temblando de frío. Negó con la cabeza, sintiendo que le faltaba el aire.

— Yo no beso animales— escupió, retrocediendo dos pasos. Las piernas humanas perdieron fuerza y sus rodillas se doblaron bajo el peso de su cuerpo.

Ella sonrió y se arrastró por encima de su cuerpo, aplastándolo. Los senos de la sirena se recargaron sobre su pecho. Ni siquiera podía recordar que ella había estado llorando con desconsuelo, porque entonces parecía coqueta y juguetona. Estaba jugando con él y no le gustaba.

— No solo tienes una cara bonita, Sasuke Uchiha, tu voluntad es fuerte. Mucho más que la de tus hombres. Ellos se lanzaron al agua apenas nos escucharon tararear, pero tú, estás intoxicado de mí y aun así te niegas a besarme.

— No, ellos no… — intentó decir, queriendo quitarse a la sirena de encima, pero sin suficiente fuerza para hacerlo.

— ¿No lo sabes? Cada parte de mí es toxica para los humanos como tú, especialmente mi sangre, pero no te preocupes. No sentirás dolor, de hecho, mi padre dice que la muerte por sirena es la más placentera de todas.

— ¿Qué? — inquirió resoplando, con el oxígeno saliendo de sus pulmones mucho más rápido de lo que entraba.

— ¿En verdad crees que te lanzaste al agua por voluntad? Eres obstinado si así es…— murmuró con desprecio— Me atacaste con tus filosas garras y luego te lanzaste al océano intentando recuperar a uno de tus hombres. Te escuché gritar. ¿Su nombre era Itachi? Fue el primero en echarse al agua cuando nos escuchó— aclaró y soltó una risa.

La risa más preciosa que Sasuke hubiese escuchado antes y, bajo los efectos de las toxinas de la sangre de sirena, el sonido le produjo placer. Quiso mirarse los pantalones como un acto reflejo cuando sintió que eyaculaba ante el sonido más placentero que hubiese oído nunca, como si se tratara de los gemidos de un ser celestial y Sakura se carcajeó todavía más alto, acariciándole el rostro.

Así de cerca, pudo notar todavía más lo hermosa que Sakura era y sintió que se asfixiaba. Descubrió, quizá demasiado tarde, que las sirenas no eran más que depredadores de colores brillantes y rostros preciosos, que no servían para otra cosa que atraer y capturar a sus presas. Él era una presa.

— ¿Qué le hicieron? — alcanzó a decir, con uno de sus últimos suspiros.

Tan valiente como imbécil, decía Itachi y pudo comprobar que siempre tuvo razón.

— Lo que le harías a cualquier intruso, Sasuke Uchiha, lo que se le hace a quienes invaden tu hogar y en lugar de saludar te hacen sangrar. Pero está bien… te prometo que no le dolió.

Sasuke esbozó su última sonrisa soberbia y no intentó forcejear cuando Sakura lo tomó del rostro para besarlo. Él le correspondió, sujetándola débilmente de los brazos y separando los labios para acariciar la lengua de la sirena con la suya. Ciego y sin oxígeno, pasaría los últimos segundos de su vida con las botas llenas de agua y una erección dentro de los pantalones.

Sakura habría sido un buen trofeo, pero él lo era todavía más; se trataba del humano más esplendido que una sirena hubiese visto nunca metido en el atlántico.

Decían que su dios no se había esforzado demasiado en moldearlos, pero era obvio que con él había sido diferente, con su nariz recta y labios delgados, de mandíbula marcada y profundos ojos oscuros. Salido del barro y de nada más, Sakura decidió llenarlo de polvo espacial y estrellas, así que lo sumergió en el agua y lo llevó tan al fondo como pudo. Entonces y sólo entonces, Sasuke recobró algo de conciencia para manotear y patalear, intentando nadar a la superficie, pero ya no estaba en un terreno que pudiera manejar y Sakura se abrazó a él, sonriéndole y besándole otra vez mientras su precioso rostro humano se pintaba de púrpura y los pulmones se le llenaban de sal y sol, polvo espacial y arena, auroras boreales y mar.

La luna y el océano podían seguir mirándose, ajenas al desprecio y la maldad que surgía en el planeta que habitaba la prueba de su amor… porque ésta era hipnótica y tóxica para los humanos. Su piel, escamas, sangre e incluso su risa, cada parte de ellas emanaba toxinas, cianuro, arsénico y una cantidad monstruosa de feromonas.


.

Lxs quiero mucho y gracias por leer, espero que lo hayan disfrutado, si es así no olviden dejar un comentario.

Gracias a HANN (ARTLILAMG EN IG) por el hermoso edit de la portada y a la página de fb SasuSaku Eternice Moi por crear este concurso uwu