CAPÍTULO 2: Savor the pain
Yuuki Komimura era una chica bastante común. Terriblemente común, como ella misma solía definirse. Nerd del Club de Arte desde último año de la escuela primaria. Amante del cine fantástico y siempre devolvía lo que pedía prestado, sobre todo si eran libros. Incapacidad emocional para no hacer un comentario incómodo cuando una situación se volvía particularmente seria. Horrible en todo deporte que necesitara coordinación de pies y manos. Sociable a un nivel estándar.
—Quizá... —murmuró por encima de un susurro. Solo para ella. O eso pensó.
—¿Quizá qué?
Abrió los ojos de par en par al notar que lo que era una voz en su mente, realmente salió al exterior por sus labios. Volteó el rostro pálido hacia la derecha, y la enorme envergadura de Osamu Miya estuvo en su rango visual. Altísimo, de hombros amplios, y ese rostro tan calmo que solo la incitaba a volver a dormir.
—Oh. Osamu-kun —sonrió de costado. Adivinó sin necesidad de levantar la cabeza que el letrero de segundo año, salón dos estaba justo sobre ellos. Era obvio que se lo podría cruzar. Los ojos cansados la hicieron pronunciar la única palabra que podía seguir en esa oración—. ¿Sueño?
—Hambre —respondió. Claro que siempre sería hambre.
—Siempre puedes comer algo antes de la primer clase.
El rostro del muchacho pareció enturbiarse por un instante. Esas expresiones que aparecen cuando una epifanía horrible se manifiesta de improvisto.
—No traje nada.
Pestañeó varias veces. ¿Osamu Miya no tenía comida? ¿Era jod...?
—Tengo una caja de Pocky. ¿La quieres? —preguntó quitándose el morral para tratar de abrir el cierre. No tardó dos segundos en obtener respuesta.
—Si por favor, gracias.
Echó a reír. Tomó la caja en tonos rojos y se la pasó. Era ver la expresión de un niño que encuentra su juguete perdido. Un niño de más de metro ochenta y el rostro de un anciano cansado. Una tímida sonrisa apareció en sus labios cuando probó el primero. Así debía sentirse un guardia de playa al sacar del mar a alguien ahogándose.
—Intenta que te duren hasta el receso de almuerzo.
—Eso no va a ocurrir. Pero gracias. ¿Te invito un jugo de la máquina luego?
Asintió sin dejar que la sonrisa se fuera de su rostro cubierto en pecas. Los alumnos aún pasando a su alrededor.
—Claro —dijo —. Buen comienzo, Osamu-kun.
—Trata de no sacarlo de quicio hoy. Luego se queja conmigo.
Trató de no ahogarse con su propia saliva. No le fue posible. Por eso estiró una blanca mano antes de comenzar a caminar hasta su propia aula, a unos pocos metros más adelante donde el letrero de salón uno se leía claramente.
Ahora que su segundo año de preparatoria arrancaba, se había propuesto dejar atrás ciertos parámetros de su vida y probar algo nuevo. Correr más en clase de educación física. Sacar la nariz de un texto y e interactuar sin que otro viniera primero. Quizá dejar un poco de lado esa cara de perra descansada que la caracterizaba. ¿Cara de perra descansada? ¿Desde cuando se llamaba a si misma cara de perra descansada?
—Oh. Cierto... —murmuró. Aún cuando creyera que solo lo había pensado.
Cara de perra descansada era el último apodo que el idiota que la miraba fijo desde tres filas más atrás, le había puesto el año anterior. Y estaba segura que ni siquiera sabía lo que significaba. Solo le sonó épico y la bautizó.
¿Iba a seguir mirándola mucho tiempo más? No tenía pensado en ningún momento voltearse y darle el gusto de que fuera él quien desviara la vista como la diva que era. Claro que no. Y por un momento, quiso subir a un vórtice y viajar al pasado. Cuatro años en el pasado, cuando ese sorteo en el primer día de clase en Yako la ubicó justo junto a él. Cuando conoció al chico cuyas primeras palabras le patearon la entrepierna y solo llegó a responder con el rostro calmo, para no golpearle la nuca y condenarse.
Y es que en tres años, pudo conocer bastante del actual colocador genio de Inarizaki. Tanto como realmente no le interesaba. Pero de todos modos, la información se filtraba aún cuando quisieras evitarlo.
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La consigna era simple. Tomar el lienzo y realizar un bosquejo de su compañero. No todos los alumnos del salón uno eran hábiles con sus manos y un trozo de grafito, por lo que solo se pedía lo mejor que individualmente pudieran dar. El sol del mediodía ingresaba por la enorme ventana cuando ambos se sentaron uno frente al otro, separados por el banco de madera y un aura invisible de amenazante desagrado.
El cabello negro ligeramente peinado hacia la derecha cubría parte de su rostro ofuscado, y estaba segura que imitaba su propia expresión. Era el tercer mes de clase y pese a que solo se contestaban con monosílabos cuando los obligaban a realizar intercambios relacionados con una tarea escolar, le costaba mirarlo a los ojos sin fruncir el ceño.
—¿Necesitas un permiso para empezar? No tengo todo el día —lo oyó decir. Y su ceño se frunció aún más.
—¿Quieres que salga bien? Entonces vas a tener que esperar.
—¿No se supone que estás en el club de ñoños o algo por el estilo?
—Club de Arte, burro ignorante.
—¡¿Burro ignorante?! ¡Lo dice la que no puede correr y golpear un balón al mismo tiempo!
—¿Como me convierte eso en una ignorante? Deja de moverte. Ya bastante difícil es mirarte para esto.
Yuuki era perfectamente consciente que los murmullos que ocasionaban cada vez que una discusión comenzaba. De cómo, de repente, se convertía en un bicho raro por tratar mal al chico más popular del salón. A una de las promesas de Yako. A uno de los maravillosos hermanos Miya. Y ella solo veía a un tipo con una actitud de mierda. Como un bello envoltorio recubriendo un pedazo de est...
—¿Cómo puedes ser tan lenta? Yo terminé el mío hace rato.
Y lo vio levantar su lienzo, volteándolo hacia ella como revelando su enorme obra maestra, dibujada con la mano alzada y una noche sin sueño. Era sencillo suponer que Atsumu Miya no tenía la menos idea de como realizar un boceto si nunca antes se interesó en el tema. Esperaba incluso un dibujo hecho con palillos y un círculo por cabeza. Pero no. Nada de eso pasó.
Porque el lienzo que Atsumu volteó hacia ella, estaba totalmente en blanco.
¿Que si le dolió? No. Claro que no. ¿Por qué habría de dolerle que indirectamente un tipo con el que se sentaba en clase le estuviera diciendo en plena cara que la consideraba la nada misma? Eso solo tendría efecto si tuviera algún tipo de sensación similar a un comienzo de sentimiento, fuera lo que fuera, por él. Y claramente, no lo tenía.
No tanto, porque entonces, fue ella quien con una sonrisa encantadora, volteó el suyo.
Un círculo con cinco palillos y una X en donde debía estar su rostro.
—Me agrada que tengamos visiones similares en al menos una cosa, Miya-kun.
Y de nuevo, le estaba cerrando la boca. Con esa bola de fuego en su abdomen que parecía crecer.
Y ahí estaba ahora. Cuatro años después. Tres de estar obligada a verle la cara, y uno donde al menos pudo descansar su trasero en otro lado. Y pensaba evitarlo por el resto de lo que quedaba de preparatoria.
Pronto. La clase comenzó.
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Shinsuke Kita y Oujiro Aran eran dos pilares claves para el equipo de Inarizaki. La estrella declarada que funcionaba como capitán de campo, y la madre suprema que controlaba a sus crías para que no se mataran entre ellas. El trabajo conjunto perfecto que los hacía ver como un matrimonio cansado y deseando fuertemente su pensión jubilatoria, solo para mandar a la mierda a los niños que les hacían crecer canas.
Particularmente esos dos que ahora estaban en un rincón del gimnasio lanzándose cosas el uno al otro. Si. Los dos que se gritaban obscenidades que haría ruborizar a un estibador de puerto y...
—¡Suna! ¡Deja de filmarlos! ¡Sepáralos!
—Son dos bestias —respondió el aludido con el rostro impávido. El teléfono celular aún en sus manos y lo que ambos capitanes juraban, era un intento de sonrisa—. Además esto es más divertido.
Aran levantó ambas palmas abiertas hacia el firmamento, deseando fuerza divina para poder seguir viviendo hasta acabar ese año de preparatoria y olvidarse de todos. Kita fue algo más impasivo. Y sin levantar el tono de voz o apurar sus potentes pasos, caminó hasta los gemelos que parecían estar dentro de su propio juego de peleas provocado por algo que no importaba ni le interesaba en particular.
Kita era una de esas personas que no quieres ver enfadado. Y el gran problema era que Kita siempre estaba enfadado.
—¡Si no eres capaz de golpear algo tan sencillo puedes ir pensando en largarte!
—¡Lo dice el idiota que coloca para sí!
—¡Tu madre es idiota!
—¡Tenemos la misma madre!
Si. Ya habían llegado al punto en que insultaban a la madre ajena, sin darse cuenta de que hablaban de la misma madre. Y esa tarde de abril, hasta ahí llegó su paciencia.
—¿Van a entrenar con nosotros o prefieren limpiar el vestuario?
La voz de Shinsuke Kita tenía un efecto casi inversamente proporcional al volumen en que hablaba. Cuanto más bajo y grave, más era el escalofrío que recorría la espina dorsal de los gemelos al oírlo. Como escuchar un rugido similar al ronroneo de un animal salvaje y saber que estaban totalmente jodidos.
—¡No!
—Estamos entrenando.
—Entrenaremos más duro.
—Más duro que nunca.
—Perfecto —respondió el capitán. Las hebras platinadas brillando a la luz del sol como un anciano sin arrugas y ojos pardos—. Pero de todos modos van a limpiar el vestuario.
El grito de ambos gemelos fue tan fuerte y agudo, que el equipo de baloncesto vino de inmediato listos para imitar a Suna sacando sus celulares listos para filmar algo que valiera la pena ver una y otra vez en el almuerzo. Claro que Osamu de cuclillas en total derrota era bueno de tener grabado. Y desde luego que las degradaciones verbales de Atsumu eran un tesoro para las generaciones venideras.
Un nuevo año comenzaba en la preparatoria Inarizaki.
