CAPÍTULO 7: And you will never see my side
Cuando los gemelos Miya ingresaron a la preparatoria superior Inarizaki, ya tenían un nombre hecho. Las bestias de Yako. Los chicos de secundaria que jugaban a un nivel de preparatoria. Esos que siempre ganaban. Los hermanos del vóley. Se habían de cansado de contar sobrenombres bobos, pero así los conocían.
Una semana antes de comenzar las clases, Atsumu llegó a casa con dos botes de tintura para cabello. Una gris y una rubia. Osamu lo había mirado como si se hubiera vuelto (más) loco. Pero luego de escucharlo, supo que su hermano gemelo tenía cerebro después de todo: en secundaria siempre sufrieron por la forma en que los confundían en la duela. De este modo, solo un imbécil y ciego lo haría. Y así fue que, dos horas después de golpes, insultos y patadas por decidir quien usaba cual, sus cabellos estaban tan distinguidos como sus personalidades desde niños.
Así llegaron el primer día de clases a Inarizaki. Con la suficiente hambre como para devorarse todo lo que tuvieran en su paso. Con ganas de conquistar la Nación. Con el pecho lleno de orgullo: y así fue como Shinsuke Kita los bajó a tierra poniéndolos a correr con el resto de los comunes de primero. Es cierto, al futuro capitán del equipo no le gustaba menospreciar a los novatos. Su superior quería que se acostumbrara a las responsabilidades desde su segundo año y por eso le daba tareas constantes. Él consideraba que los de primero debían hacerlo también. Y en particular esos dos. En particular, el rubio con carácter volátil.
Y así fue que su primera impresión fue la de alguien que quiere asesinar a alguien. Porque Atsumu era el Rey en su antiguo colegio, y ahora estaba fregando el piso de madera junto al estúpido de su hermano y un montón de perdedores. Y desde luego que iba a gritarle sus verdades a ese sujeto de voz clara y calma que ahora practicaba con los titulares. Desde luego que si. En cuanto dejara el piso más reluciente que nunca.
Pero no lo hizo. Ni ese día, ni el siguiente, ni el otro. No lo necesitó. Porque Shinsuke Kita se presentó ante ellos ayudándolos a trabajar y poniendo el ejemplo de lo que debía hacerse. No mandando, sino hombro a hombro. Y fue cuestión de tiempo para que tanto Atsumu como Osamu llegaran a ser titulares. Para que el colocador titular pasara a una suplencia lamentable pero justa. Para que la era de los gemelos Miya comenzara. Y para que los dos niños de primero fueran adoptados por la madre del equipo.
Atsumu y Osamu Miya conocían a Ojiro Aran. Años admirándolo y persiguiéndolo como un par de cachorros de zorro a su padre. Fue en Inarizaki, donde conocieron el calor helado de la lógica de Shinsuke Kita. Y comenzaron la relación de respeto más firme que nunca tendrían en sus vidas.
—¿Vas a estar así por mucho tiempo más? —la voz de Osamu llegó a sus sentidos como un llamado a la realidad. Una que sin saber había abandonado con el control de la consola presionando entre sus dedos y el rostro tenso como perro por morder algo.
—¿De qué hablas ahora?
—Te rompí el trasero y ni siquiera intentaste defenderte. ¿Qué te hizo el mundo ahora?
—¡Cállate! ¡Es este control de mierda! ¡No puedo jugar con un control de mierda!
—Los controles son nuevos, tarado.
—¡Es imposible que alguien pueda ganar con un control donde los botones no funcionan! ¡Nada te responde! ¡Los estúpidos que tienes que controlar van para todos lados y tú como un idiota tratando de dar indicaciones para que las sigan!
—¿Estamos hablando del juego o es una de esas analogías raras de siempre?
—¡Cállate!
—¿Hasta cuando vas a estar lamentándote así porque te ganaron?
—¿¡Qué!? ¿¡De qué carajo estás hablando!?
—Kita-sempai no hizo nada malo. Pero desde el jueves que te comportas como un imbécil.
La realidad era que Atsumu siempre se comportaba como un imbécil. De esos grandes y que recuerdas por años luego de la preparatoria. Pero esos últimos días habían sido particularmente insufribles: malos humores. Malas contestaciones. Resoplidos dignos de un enorme gato rubio. Caminaba pateando piedras y masticaba como si quisiera asesinar su carne por segunda vez. ¿Y ahora?, ahora parecía que quería arrancar los botones de los controles. Cualquiera diría que era Atsumu en su mejor momento. Pero Osamu tenía en claro de que esto era algo más.
—¿Tienes el cerebro podrido en comida? ¿Lo remojaste en arroz? ¿¡De qué mierda ha...!?
—No teníamos práctica hoy —dijo Osamu sin mirarlo. Una mano tomando despreocupadamente una galleta del plato casi impoluto—. Por eso no dejas de pensar en que Kita-sempai salió con Yuuki. ¿No?
Atsumu solía no pensar sus respuestas. Era la impulsividad pura. Claramente, no pensó esta tampoco.
—¡NI DE COÑA!
—¿Tenías que gritar así?
—¡Estás hablando imbecilidades!
—Esa palabra fue larga para tí.
—¡HIJO DE LA...!
Los fines de semana en casa de los Miya nunca era una época fácil. Su madre supo desde el día en que dio a luz a sus dos bolas de sol y sonrisas, que a partir de ese día su vida sería un infierno. Tenía a un niño pacífico y a una diva en la misma camada. El problema, es que eran gemelos. Muy dentro de Osamu, yacía la misma bestia que era Atsumu. Por eso es que, cuando lo provocaban lo suficiente, su reacción era la misma que la de su hermano. Y cuando Atsumu tomó el plato de galletas caseras y lo arrojó contra la pared, la única reacción válida fue la de arrojarse a su cuello y partirle la cara.
Claro que su madre escuchó el escándalo. Claro que entró a la habitación. Claro que gritó para separarlos. Claro que esa noche se quedaron sin cenar.
Osamu quiso llorar. De nuevo. Pero entre el dolor y el hambre, concilió el sueño.
Atsumu fue un caso diferente.
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Yuuki nunca creyó realmente en los príncipes azules. Es decir, los cuentos que solían leerle de niña tenían princesas que llamaban a un príncipe a rescatarlas, y este siempre mataba al dragón. ¿Qué clase de cuento de mierda era ese? ¡No puedes matar al dragón! ¡Todo menos el dragón!
Quizá por eso, tomaba a los chicos como chicos. Algunos eran simpáticos, buenos y atentos. Otros eran merecedores de una patada en la entrepierna. Y entonces, supo, estaba Shinsuke Kita.
No le era ajeno. Inarizaki era una academia privada de gran renombre en muchas disciplinas deportivas. Vóley era una de ellas, y el muchacho de corto cabello bicolor supo ser venerado por todos desde su segundo año. Cuando ella entró al colegio, sabía de él por sus compañeras, que no dejaban de ponerlo al mismo lugar que los apuestos gemelos Miya. Y hacía un mes, por boca de uno de ellos: porque Atsumu solía meterlo en sus frases al menos en una de cada tres.
Shinsuke Kita era, a los ojos de Atsumu Miya, el mejor sujeto del mundo. Íntegro, bueno, recto, amable, duro. "Todo lo que no eres tú", le había dicho y provocado un rosario de insultos de su parte por el que casi tuvo que disculparse luego del ataque de risa. Pero en todas esas tardes juntos, le había quedado en claro que adoraba a ese muchacho que ahora caminaba a su lado, ralentizando sus pasos para no hacerla correr. Rió. Era el mismo gesto que Atsumu tenía con ella, aún cuando sus piernas no eran tan largas.
—Te agradezco por haber venido, Komimura-san. Debe haberte parecido algo extraño que te sugiriera de venir.
Alzó la cabeza hasta enfocarlo en el centro de su campo visual. El jardín botánico quedaba algo alejado de su casa, pero siempre quiso visitarlo. Sabía que los alrededores serían hermosos y no pudo evitar llevar su cuaderno de hojas blancas en el bolso que ahora colgaba de su hombro.
—¡No me agradezcas! Soy yo quien debería hacerlo. Es un lugar hermoso. ¿Vienes seguido?
—Cuando quiero descansar. Aunque generalmente, el jardín de mi casa es suficiente. Pero este lugar es tan pacífico que te llama a descansar.
Y era cierto. Para ser sábado, la cantidad de gente era suficientemente poca para que el paisaje no se entorpeciera con ruido contaminador. El puente de madera rojo sobre el lago repleto de carpas y los cerezos verdes aunque sin flores daban un espectáculo que lograba que sus manos temblaran. Requería de una contención absoluta que no se sentara en el césped para dibujar lo que tuviera delante. ¿Y si sacaba fotos y luego las copiaba? No. Eso no era lo mismo. Maldi...
—¿Quieres que nos sentemos aquí? Es un buen punto para bocetear.
Silencio.
—¿E-eh?
—Trajiste un cuaderno de bocetos, ¿verdad? Lo vi cuando buscaste el pase para el tren. Lo lamento, no debí mirar de más.
—¡N-no! No supuse que lo hubieras visto.
—Lo reconocí de otras veces que te vi en el patio.
Si. Así se sentía cuando tu rostro se volvía púrpura de un segundo a otro. Como saltar a una olla de agua hirviendo. ¿La veía? ¿Eso le acababa de decir? ¿Cuando? ¿Por qué?
—N-no...
—Lo siento. Sonó raro, ¿verdad? Es que te he visto algunas veces y siempre lo llevas contigo. Además que tus dedos estaban negros —debía lavarse las manos con más frecuencia. Nota mental—. Por eso te dije de venir. Siempre que lo hago, veo gente paseando y muchos artistas tomando notas.
¿Esto era un príncipe? Probablemente. Por eso solo pudo sonreír como una niña a la que le regalaron un dulce favorito en su cumpleaños.
—¡Gracias! De verdad.
Kita pareció ver el sol reflejado en su cabello suelto y en los dientes blancos que descubrió su sonrisa. Dos segundos después, se había sentado en el suelo como si hubiera esperado esa oportunidad desde hacía horas. Rió con ganas mientras encogía las piernas y se sentaba a su lado, mirando por sobre el pequeño hombro como las líneas de carbón se entrecruzaban entre ellas casi en cámara rápida. Como ver el mundo tejiéndose mientras sus dedos se manchaban de carbonilla. El morral arrojado sobre el césped verde con descuido. Los ojos claros reflejando la luz y la concentración de cirujano alternándose entre el lago frente a ellos y la hoja ya no en blanco.
La voz de Yuuki volvió a sonar, ligera y casi como una niña. Hablándole de que siempre quiso dibujar un lago así, pero pocas veces tenía tiempo para salir y viajar más. Que de niña sus padres la llevaron a la montaña y se perdió. Cuando la encontraron, estaba sentada junto a una pareja de ancianos y se había puesto a dibujar con tiza el suelo de asfalto. Nunca se dio cuenta del tiempo que pasó. Y le habló de los zorros que vio con Atsumu Miya hacía días a las puertas del Templo. Tuvo que contener una carcajada cuando le dijo que uno se le parecía tanto que quiso dibujar al colocador con nueve colas y durmiendo al resguardo del bosque. Eso sería algo digno de verse.
Kita se relajó sobre el césped y el rocío de verano. Era un sábado tranquilo, justo antes de los Nacionales. Aran tenía razón: necesitaban algo así.
—Kira-sempai...
La voz de Yuuki sonó clara a sus oídos, tanto que no la consideró una interrupción a la cascada de pensamientos relajantes que sus alrededores habían producido en él. La joven no había levantado la vista de su cuaderno, y podía ver unas cuantas líneas tomando forma, usando sus propios dígitos como borradores y sombreando árboles sobre el lienzo.
—No quiero sonar como una desagradecida —continuó. Y ahora, las gemas verdes lo hicieron blanco de su mirada—. Pero, ¿por qué me invitaste? E-es decir. ¡Gracias! Pero...
Kita sonrió. Claro que comprendía el nerviosismo y tartamudeo que parecía brotar de ella como un atropello en tonalidades rojas. Ladeó la cabeza antes de contestarle con la mayor tranquilidad posible. Porque a decir verdad, tampoco él estaba acostumbrado a invitar chicas a pasear por la ciudad.
—No quiero decirlo en voz alta, pero Atsumu es terriblemente importante para el equipo. El hecho de que te hayas ofrecido a ayudarlo hizo posible que se presentara a entrenar. Estamos cerca de de los nacionales, cada partido de práctica cuenta.
—Pero me diste el omamori. Es decir, de nuevo, ¡gracias! Pe...
—Me pareciste una persona interesante.
Y ahí estaba esa sonrisa de príncipe de nuevo. Como el sol saliendo a mitad del día desde el centro de su rostro. Y su propia piel hirvió, obligándola a centrarse nuevamente en su trabajo. La voz de Atsumu sonó en sus propios pensamientos mientras las manos temblorosas volvían a calmarse y trazar líneas conexas. La sonrisa amable no fue ajena a Kita.
—No deberías ocultarle lo que piensas a Atsumu. Se pondría feliz de saber que lo consideras tan en alto para el equipo.
—Se pondría insoportable.
—Oh. Es cierto. Mejor que sea un secreto.
—¿Te habla de nosotros muy seguido?
—Es como si no pudiera callarse.
—Suena como Atsumu.
La risa generalizada resonó en ambos.
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Atsumu Miya tenía la facultad de convertir cualquier día de la semana en un infierno. Osamu Miya se enteró en carne propia que ese fin de semana en particular, su hermano se había decidido por multiplicar muchas veces esa habilidad. Fue como si todos los planetas se alinearan y las deidades máximas del odio fraternal se depositaran en su habitación, en el cuerpo de su hermano. Y claro, su objetivo era todo lo que respirara.
El peligris tenía por experiencia la habilidad de ignorar todo lo que le dijera, siempre y cuando pudiera contenerse en un nivel de imbecilidad lógico. Lo que vivió la noche anterior fue supremo. Nunca antes visto en dieciséis años de vida. Y sabía perfectamente que esto recién comenzaba, porque claro que adivinó el motivo de su molestia. Y justamente, venía caminando hacia él por el pasillo, sonriéndole de lado con el rostro enmarcado en el cabello rojo fuego.
—Buen día, Miya-k...
—¿Le hiciste algo?
—¿E-eh?
—Lo siento —se corrigió inmediatamente. No cenar ni tener su postre dos días seguidos lo ponían de mal humor con cualquiera—. Sé que probablemente el imbécil sea él. Pero no tienes idea del infierno que pasé este fin de semana.
—¿Atsumu-kun? ¿Pero qu...? Oh...
Osamu pestañeó varias veces al notar un cambio en su tono de voz. Como si de pronto hubiera recordado algo y ahora la veía rascarse la mejilla con un dedo y los ojos muy abiertos.
El sonido de los estudiantes a su alrededor pareció llenar los huecos de silencio que dejaba en evidencia ese momento de epifanía en ella. Y entonces, volvió a hablar.
—El viernes me pareció que se estaba comportando como un idiota cuando me acompañó a casa. Pero siempre se comporta así. Es difícil leerlo con tantas sutilezas.
—Siempre se comporta como imbécil —le dijo. Cruzando sus brazos, la miró casi como una reprimenda—. Pero ya deberías saber leerlo mejor.
—¿Perdona?
—Pasas tiempo con él a diario sin obligación. Ya tomaste partido. Ahora tienes que asumir una responsabilidad y sacarme peso de encima.
—No tengo idea de lo que me estás hablando y lo sabes, ¿no?
—Lo sabes. Y me debes cena y postre.
—Pero.
—Dos de cada.
Yuuki pareció abandonar su cuerpo mientras veía la espalda de Osamu Miya voltearse para entrar al salón dos. Solo en ese instante supo que la campana de inicio había sonado fuerte para avisar el inicio de las clases. El muchacho de parco rostro pocas veces hablaba tan firme, y juro que por un instante se sintió como una orden paternal cruza con liceo militar. Y sus palabras resonaban como campanadas de iglesia dentro de su mente hasta que algo la sacó de concentración, en el preciso instante en que acortó la distancia que separaba sus salones, entrando al propio.
La joven no solía creer en la energía visible de las personas. El aura le era un concepto creíble en cuanto podía conocer el semblante de quien estuviera frente a ella. ¿Pero ese fuego de colores irradiando de un cuerpo? No. Realmente, no. Hasta que vio a Atsumu Miya sentado en su lugar, con el rostro serio viendo justo al frente. A un punto fijo e inexistente, pero que debía odiar con mucha pasión. Tenía en claro que el muchacho no se llevaba bien con muchas personas, pero esas expresiones estaban dedicadas a aquellos que lo habían sacado particularmente de quicio. Por eso se preguntaba por qué razón la pizarra le provocaba ese odio tan visceral que se traducía en un enorme hoyo negro naciendo desde su pecho.
Tragó fuerte sin darse cuenta. Como un reflejo involuntario obligada por esa potente ola de presión que venía a sus espaldas cuando al fin tomó asiento. Como si algo le dijera que no volteara a verlo. ¿Que mierda le estaba pasando? Osamu había dicho que tuvo problemas con él el fin de semana. El viernes no había sido la persona mas amable del mundo, pero Atsumu jamás lo era. Si pasaba un día entero sin insultar su inteligencia de algún modo podía considerarse afortunada. En todos esos años conociéndolo, había notado que no era particularmente una mala persona, pero sí un ser insoportable. Pero hacia un mes...
Suspiró con fuerza cuando su primer profesor llegó a clases. La presión aún en su espalda. No voltearía por nada del maldito mundo.
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¿En serio? ¿De verdad? ¿No pensaba voltearse? Lo había traicionado de esa forma, ¿y ahora no se dignaba a mira...? Momento. ¿Traicionarlo? ¿Por qué ahora se sentía traicionado? Ella no había traicionado a nadie, menos a él. ¿Por qué tenía ese sentimiento de dolor en todo el cuerpo? ¡Era ridículo! Atsumu, eres un perfecto imbécil. Eso era todo cuanto podía pensar de si mismo mientras una parte de su cerebro continuaba clavando puñales en la pequeña espalda regada de ondas rojas. ¡Y seguía sin mirarlo! ¿Que mierda? ¿Por qué? ¿Que si le había jodido que Kita la invitara a salir? Si. No. Si. ¡Cierra la boca!
Había pasado un fin de semana horrible. El que debía ser de pura tranquilidad para relajar ánimos antes del torneo que comenzaba al día siguiente, fue de pura tensión y peleas de puños con su hermano, provocadas por algo que no llegaba del todo a entender. Y que estaba volviéndolo loco. A tal punto que más que odiar a su propio hermano por las palizas recibidas, se odiaba a sí mismo. ¿Por qué? Porque odiaba sentirse mal, y él mismo lo estaba permitiendo, sin siquiera saber qué carajo tenía en su propia mente.
Ahora, ¿cómo podía estar molesto si eso no había sido una cita? ¡Era Kita! El sujeto era un abuelo. Si invitaba a salir a alguien, es porque le propuso matrimonio. ¡Oh, carajo! ¿Y si lo hizo? ¡¿Qué mierda le importaba si lo había hecho?! ¡Claro que le importaba! ¡Claro que no! ¡Cállate!
—...umu-kun.
Es decir. ¡Vamos! Pasó cuatro años peleando con ella más de lo que pudo hablarle en forma coherente. Siempre le pareció una estirada. Con talento, pero una estirada. ¿Que si lo había ayudado? Sí, seguro. ¡Pero él no se lo pidió! Eso nació de ella, y también le devolvió el favor cada vez. Incluso cuando la acompañó aquellos días en que no cubrió su turno. Incluso esas veces que le dijo expresamente que lo esperara fuera del gimnasio para acompañarla cuando su práctica terminara. ¿Le molestaba acompañarla? No. ¿Le parecía divertido charlar con ella sobre cosas que quizá no entendía del todo pero que nombraba con tanta pasión que sus estúpidas pecas cambiaban de locación? Tal vez. Cállate. ¿Y él? ¿Acaso él no le hablaba todo el tiempo sobre su preparación? El colegio entero sabía que era el armador del equipo. Pero ella parecía ignorarlo y claro que se encargó de hacérselo entender hasta por gusto. ¿Y ella que hacía? Lo miraba con los ojos abiertos, como escuchando por sus pupilas con la atención de un gato siguiendo un objeto brillante.
¿¡Entonces por qué mierda se sentía tan furi...!?
—¡Atsumu-kun!
Y la luz se prendió. ¿Por qué todo estaba tan oscuro hacía unos instantes? Como si su cerebro hubiese subido el interruptor de repente y el salón completo lo atacara por sorpresa. Se movió en la silla como si un globo le explotara en la cara, y el rostro de la pelirroja lo observó como si tuviera reales problemas. En silencio y con una mano levantada, como si quisiera tocarle el hombro. Retomando la compostura y con el rostro totalmente morado, habló.
—¡No me asustes así!
—Pero solo te llamé. Terminó la clase. ¿Eh? ¿Y tus notas?
—¿Que notas?
—¿No tomaste notas? ¿Te sientes bien?
Las hojas en blanco frente a sus ojos eran el ejemplo de que todos esos pensamientos en la oscuridad fueron reales y duraron prácticamente todo el último período. Y podía jurar que tampoco había prestado real atención durante ese lunes en su totalidad. Un día perdido. Un día que podría haber entrenado el doble. Un día...
—No pasa nada. Tengo entrenamiento.
—Mañana comienzan los nacionales, ¿verdad?
¿Kita se lo había dicho? ¿En serio? Ahora...
—Si.
—¿Sabes?, encontré una revista bastante interesante la semana pasada. No estaba cara, así que la compré. Me hablas con tantos términos que no entiendo, que la usé como si fuese un diccionario. ¡Espero entender algo a partir de mañana!
¿Eh? ¿Diccionario? ¿Semana pasada? ¿Que ÉL le había dicho?
Volteó medio cuerpo hacia ella. Era mucho más baja en comparación. La observó revolver en su morral hasta sacar un ejemplar viejo de VOLEIBOL ILUSTRADO. Por eso era barata. Tenía esa edición y era de diciembre. Pero...
—¿Tan poca atención me prestas que necesitas ejemplos con fotografías?
—¡Oye! Hablas rápido y si te interrumpo te enfadas. ¡Prefiero luego investigar por mi cuenta!
La revista en sus manos no parecía mentir. Los ojos brillantes en tonalidades verdes viéndolo con enfado, tampoco. ¿En serio? ¿Ella se enfadaba ahora?
—Le hubieras preguntado a Kita-sempai el sábado. Él tiene más paciencia que yo.
Si hubieran estado rodeados de gente, seguramente lo hubieran vitoreado. ¡Eso fue brutal! Pero también lo fue su contestación.
—Kita-sempai habló mucho de ti. Aunque eso también ayudó. Realmente tu posición es la torre de control de la duela.
Su mente se puso en blanco cuando vio la sonrisa sincera extenderse en el rostro cubierto de marcas circulares. Cuando su cabello a contraluz la transformó en un sol en el interior del salón. Tragó fuerte y se juró a si mismo que si llegaba a sonrojarse se cortaría una mano. Contó hasta diez antes de poder devolverle la sonrisa. Su mente calma. Tratando de ordenar sus pensamientos. El bolso al hombro, comenzando a caminar hacia la puerta.
—Si tanto quieres ver cómo controlo la duela, ven a vernos mañana.
Yuuki asintió con fuerza.
El torneo comenzaba al día siguiente.
El fin de semana terminó en domingo.
