¡Hola a todos!
No tengo más que palabras de agradecimiento por todos sus comentarios. Estoy animada para poder seguir esta historia, y espero de corazón que les guste lo que viene. ¡Este capítulo es un poquitín más largo!, y los que siguen seguramente tengan el mismo rango, así que no me maten jajaja.
Como habrán notado, los títulos de cada capítulo es una frase de una canción. Esta canción es "Forever" de Chvrches. Y acá arriba les dejo el link para que la limen como yo, porque en este capítulo es un punto mucho muy importante xD
Subo ahora porque no sé si el fin de semana podré hacerlo. Estoy estudiando bastante y trato de no correr a escribir tan seguido, o no voy a aprobar nada y HORROR.
Todo comentario y estrellita es bienvenido :)
¡Cuídense mucho! ¡Un abrazo enorme!
CAPÍTULO 10: I told you I would hate you 'til forever
Cuando Yuuki Komimura se enamoró de Atsumu Miya fue como recibir una descarga eléctrica de 220 voltios directamente conectados a su pecho. Había dolido como el averno, pero fue rápido. ¿Que si odiaba esto? Claro que lo odiaba. Lo aborrecía con tanta fuerza que cuando notó sus propios sentimientos se atiborro de dulces para empalagarse y vomitar sus sentimientos. Vomitó, pero sus sentimientos seguían ahí. Y se odió más aún.
¿Por qué? ¿Por qué mierda tenía que ser él? Las primeras palabras que salieron de su boca para con ella fueron un insulto. Bueno, quizá no. Pero ella lo sintió así. Esa era su sola debilidad: lo particularmente único que podía tirarla, porque arrastraba años y años de enterrar bajo la alfombra sus propias inseguridades. Y el primer día de clases, cuando llegó nerviosa pero esperanzada de tener un nuevo comienzo en otro sitio, Atsumu Miya le soltó su mayor temor como una broma. ¿Qué hizo? Poner cara segura y contestarle cortesmente que se fuera muy a la mierda. ¿Que hizo luego? Volver a su casa a llorar.
Los meses pasaron, y aún cuando los dos parecían ignorarse mutuamente, siempre que olvidaba su borrador y necesitaba uno, él dejaba caer el propio sobre su cuaderno. Cumplía con su parte de los trabajos escolares cuando (siempre), los ponían en equipo. Sus comentarios en voz baja, hastiado de las clases reiterativas, la habían metido en problemas por hacerla reír. Incluso sabía que podría burlarse por sus dibujos, pero no lo hacía. Siempre notaba como espiaba su cuaderno entre los cabellos oscuros sosteniendo el rostro en su enorme mano, pero no decía nada. Y entonces, conoció a Osamu.
Eran gemelos. Eso significaba una cosa: eran exactamente iguales en el fondo. Por más que el exterior de Osamu Miya fuera calmo y apacible como un campo de arroz en verano, por dentro hervía como Atsumu. Por eso sus peleas eran épicas. Por eso, sabía, Atsumu no era tan imbécil como parecía. Porque si alguien como Osamu genuinamente lo quería, era por algo. Y Yuuki también o hacía. Lo hizo, a través de los tres años que vivió compartiendo tantas horas como tenía el día a su lado. Y lo que demostraba entre líneas, fue lo que logró romper la imágen del colocador demoníaco y el imbécil de manual. Era un colocador demoníaco. Era un enorme imbécil de manual. Pero no era solo eso. Lo demostró en cada una de las charlas que compartieron en la biblioteca. En los recesos. En clase. Antes de que ella tuviera una exposición del Club de Arte. Atsumu no tenía elogios directos, pero su "parece que vas a vivir de esto" por lo bajo, fue algo que le infló el pecho de orgullo.
Y pasó. Como las protagonistas shoujo que quería patear en los mangas que solía leer de niña. Quiso gritarse "¡No es por ahí!" Pero lo entendió: con el pasar del tiempo, entendió que no buscó lastimarla con esa primer frase. Con ningún insulto, realmente. Atsumu Miya no sabía lo que era una inseguridad. Se había criado con su espejo en carne y quien reflejaba cada uno de sus insultos a igual medida. Su frase el primer día de clase fue una broma. ¿Fue correcta? NO. ¿Fue graciosa? NO. Pero no buscó herirla, y durante tres años sus actitudes demostraron que esa teoría era cierta. Y pasó. Quiso fijarse en el chico bueno. Pero se decantó por el idiota tsundere que amaba el voleibol. Y lo aceptó. Lo tomó. Lo tragó. Y sonrió.
Y finalmente, con su corazón roto en mil pedazos, le gritó que lo odiaba.
Yuuki sonrió cuando pasó el umbral de la puerta, ingresando al recibidor. Habló con su madre animosamente, ayudando a preparar la mesa. Su hermano vendría de visita. Y claro que
.
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—Es joda, ¿verdad?
El silencio de su hermano pareció ser un no rotundo. Sacudió la cabeza de lado a lado. ¿Era tan imbécil?
—¿Como puedes ser tan imbécil? ¡Traumaste a una pobre chica y encima la sigues tratando como basura!
—No traumé a nadie —sí que lo había hecho—. Y no la traté como basura.
Claro que si. Ambas cosas. Y en grande. Pero necesitaba negarlo. Si no lo negaba, estaba aceptando en toda ley que era una basura de ser humano. Y por la forma en que su hermano lo observaba desde la litera superior en esa habitación de paredes azules, no estaba muy lejos de la realidad en sus pensamientos.
—¿Le pediste disculpas?
—¿Qué?
—Dios... Dime que nuestros padres no son primos. Dime que le pediste disculpas.
¿Pedirle disculpas? Esto fue lo que ocurrió: la vio pestañear como aguardando un sonido saliendo de él. Alguna señal de que estaba vivo. Y mientras su cabeza estaba prendida fuego con su voz diciéndole que lo odiaba repitiendose en sin fin, recordó por qué lo había dicho. Y ahora tenía dos cosas reproduciéndose en sin fin. Y ella seguía pestañeando. Y él seguía muy derecho y sin emitir sonido. Y sin respirar. También.
—No.
Y la enorme mano de Osamu se estrelló fuerte contra la parte posterior de su cabeza. De esas maniobras que te hacen escupir los dientes desde la base del cráneo. Desde luego que su puño devolvió el favor. Claro que una patada siguió. ¿Eso fue una mordida? Eso fue una mordida. Bueno, eso dolió. Osamu debía haber practicado esa derecha. Ahora se había vengado pateando justo al centro de su trasero. ¡Oye! La entrepierna no vale. Y así fue por un buen rato.
Su madre siempre iba a terminar el intercambio de opiniones con una cubeta de agua helada. Osamu se la quedó mirando con ojos de cachorro apaleado esperando su sentencia. Esta vez, no se quedó sin cenar.
Por ese motivo, la charla entre hermanos se dio hasta la madrugada y sin veneno de por medio. Atsumu quiso ignorarlo. No pudo. Ya no podía.
—¿La trataste como la mierda y aún así te perdonó?
—No la traté como nada y no tiene que perdo...
—O es imbécil, o más te vale no soltarla.
—No es imbécil y... ¿¡Qué!?
—La chica te soporta. Es como yo, pero más tierna.
—Por algún motivo esa frase me dio náuseas...
—Tsumu.
—¿Qué?
—No la cagues. De verdad.
¿Cagarla? ¿Cómo podía cagarla? La chica parecía ser una especie de mapache rojo que lo miraba con ojos muy abiertos y sin esperarlo, lo ponía en su lugar. No le gritaba como hacía su hermano. Siempre supuso que al único que le podría tolerar algo así, sería al imbécil que nació junto a él. ¿Pero ella? Solo necesitaba una mirada para cerrarle la boca, y de alguna forma, parecía hablar su idioma. ¿En qué momento lo había aprendido? Es decir, nunca se había ofendido con nada de lo que decía: la llamaba lunática en su cara y la chica respondía con una sonrisa y cortésmente mandándolo al demonio. De alguna forma, eso había logrado que su interacción fuese, quizá, amena.
Entonces, ¿qué había ocurrido años antes? ¿por qué esa frase la había tocado tanto? ¡Ni siquiera fue un insulto!
Y la realidad lo golpeó en plena cara, como una epifanía violenta a las cuales no estaba acostumbrado por el simple hecho de que no le importaban: la había golpeado donde le dolía. Toda su vida, Atsumu supo identificar debilidades en sus oponentes y se valió de ellas en una duela. ¿Esto? Esto era distinto. ¿Por qué alguien se molestaría por un defecto físico? ¡Ni siquiera era un defecto! Eran...
Y lo entendió, de nuevo. Tragó saliva. Tragó saliva nuevamente.
Y entonces, se durmió.
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Octubre.
Octubre era un buen mes. Celebraciones de Halloween, fin de los exámenes de mitad de año. Comenzaba a hacer frío nuevamente, los preparativos para las preliminares del torneo de primavera se hacían presentes y, lo más importante para la horda de fanáticas de Inarizaki: el cumpleaños de los gemelos Miya.
Cada año y desde que los muchachos se habían vuelto populares en secundaria baja, solían recibir regalos de chicas cuyos nombres no conocían y estaban seguros, realmente no les interesaba saber. ¡No era por ser groseros! Pero cuando se confundían de nombres al darles un obsequio, automáticamente lo anulaban junto al rostro sonrojado que extendía el presente con una declaración de amor absurda. Excepto si era comida. Si era comida, podían hacer algún tipo de regla.
Cada año y desde que los muchachos se habían vuelto populares, el cinco de octubre era una fecha donde las chicas corrían por un solo propósito: hacerse visibles. Solo que, para ellos, nunca lo eran. Pero la intención era lo que realmente contaba. ¿Verdad?
¿Verdad?
—¿Por qué alguien me daría dulces de higo? ¡Es totalmente de anciano! ¿Tengo cara de anciano? Esto es algo que deberían haberte dado a ti, Samu.
—Cumplimos la misma edad, pedazo de infeliz —respondió guardando las golosinas dentro de su morral con el rostro impávido. Apenas pudo esquivar la mano teledirigida a su rostro en reprimenda por el insulto gratuito—. Si no lo querías, lo hubieras rechazado.
—Kita no me permite rechazar obsequios. Tampoco Aran.
—¿Para evitar lo del año pasado?
—Para evitar lo del año pasado.
Lo del año pasado, fue conocido como la Masacre Emocional del cinco de octubre. Como esa película donde matan adolescentes, pero no en San Valentín. Y fue el día que Atsumu Miya le dijo a una pobre chica en plena cara que "No, gracias. Aún tengo sentido del gusto".
—¿Eso fue necesario?
—Olían horrendo y me llamó por tu nombre. Doblemente necesario.
—Se cambió de escuela, Tsumu.
—Eso dijo Suna. ¿Cómo se entera de estas cosas siendo tan callado? Asusta.
El cambio de clima había hecho factible que los hermanos salieran al patio principal del colegio para comer juntos el almuerzo de cumpleaños que su madre hacía para ambos. Sus favoritos para cada uno, por separado. Claro que tendrían un gran banquete para esa noche: tradiciones eran tradiciones. Y Osamu se ponía de real mal humor si no se respetaba particularmente esa. Y a decir verdad, ya habían tenido suficiente de malos humores esos meses.
El sol parecía darles calma a pesar de la brisa helada anunciando el comienzo de una nueva estación. La horda de chicas con rostros sonrojados había mermado y por primera vez en todo ese día, podían tener tranquilidad. Y debían disfrutarla, porque con los preparativos de Kita para el torneo de primavera, esa tarde seguro los dejaría totalmente noqueados.
Osamu miró con disimulo el perfil de su hermano gemelo. Parecía totalmente en su mundo mientras se llevaba a los labios otro pedazo salmón. Mierda, que eran iguales. Diecisiete años ya y aún se sorprendía cuando a veces notaba poses que mimicaban las propias. Pero no. Claro que no eran iguales. Su hermano era un desgraciado del demonio al que le esperaba la condena eterna, si eso realmente existía. Y...
—¡Hasta que los encontré!
Atsumu tragó de golpe y sin masticar. Se golpeó el pecho con la mano en forma de puño para intentar simular un ninja enterrando su pie hasta el esófago. Parpadeó varias veces con los ojos llenos de lágrimas por el esfuerzo cuando al fin pudo subir la cabeza y encontrarla frente a ellos.
¿Que? ¿Que si la relación no se puso algo extraña desde esa charla? Pues... Si. No. Tal vez. No. Verán, en parámetros de Atsumu, ella era rara. Una chica que de la nada comenzó a ayudarlo como favor a su hermano gemelo y que resultó ser la más extraña que había conocido. Alguien que solía odiar mirar porque, sin saberlo, recordaba algo de su pasado que quizá, tal vez, si lo miraban de un determinado punto, había dolido. Atsumu estaba acostumbrado a que le gritaran imbécil en plena cara, pero aún así y de alguna forma, seguía siendo latente para esa persona. ¿Con Yuuki?, ese día dejó de existir para ella. El resto del año sentado a su lado fue como sentir una fría brisa tenebrosa propia de un ser incorpóreo. Y de repente, ahora estaban hablando nuevamente. ¿Le agradaba? Pues...
—¡No te aparezcas de golpe, maldita sea!
Y ahí estaba esa risa. Esa risa no estaba ahí antes. No cuando estaban en secundaria baja. Esa risa era nueva. La recordaría de otra forma. Era la misma risa de esa noche luego de que mágicamente recordara que se comportó como zopenco cuatro años antes. La sonrisa llena de dientes que le enseñó cuando su respuesta al silencio incómodo fue decirle/gritarle muy fuerte y fuera de tono ¡Vámonos ya! ¡Es tarde!
Como si hubiera entendido la disculpa indirecta que no le había dado. Porque él no tenía nada por lo cual pedir disculpas y ella estaba totalmente loca. Y entonces, la acompañó a casa hablando de lo estúpido que fue Osamu en ese entrenamiento.
—¡Feliz cumpleaños! —gritó con alegría. Su rostro se amplió en sorpresa cuando notó la cantidad abusiva de presentes entre ellos—. Vaya, llegué tarde. Ya les dieron sus obsequios. ¿Aún tienes espacio para algo más, Osamu-kun?
Los ojos miel del aludido pestañearon muchas veces cuando la vieron sacar una caja de dulces de fruta de su morral. Las manos enormes se extendieron como un niño recibiendo un juguete.
—¿Para mí? ¡Gracias! Los conseguiste.
—¡Si! Pude tomar una caja grande. Son realmente populares.
—Porque son deliciosos.
El muchacho abrió la caja y degustó dos dulces seguidos. El rostro de paz y tranquilidad se asemejaba a los Buda de los templos en la ciudad. Yuuki sonrió alegre. Le había gustado y desde luego que no esperaba que le ofreciera nada. Osamu era así con la comida. Podía compartirlo todo, menos eso. Y fue entonces cuando sintió la mirada de fuego ardiendo del segundo gemelo, sentado junto a ella, ahora que se había acuclillado en el césped.
Como millones de agujas en su cuello y una energía arrolladora que le gritaba en silencio que él no tenía nada en el estómago. Era una gran mentira. Pero quería sus dulces. ¡Osamu tenía! ¡Él también quería los suyos! No sabía por qué, pero los quería. Es decir, no le entraba un bocado más en el cuerpo y quería dormir una siesta antes de seguir las clases, pero por algún motivo, la ansiedad le hacía sudar las manos y su humor se tornaba irritable cada segundo que ella no le estaba tendiendo una caja con dulces. ¡¿Qué cara...?!
—Se que no eres muy fanático de los dulces, Atsumu-kun.
—No lo es. Dámelos a mi.
Una mano aterrizó en sus costillas. Dolió. Yuuki siguió hablando entre risas.
—Así que espero que esto sirva de reemplazo. ¡Creo que es un buen ángulo!
Y ahí estaba, en sus manos extendidas sosteniéndolo: un pergamino blanco, hecho un cilindro con una cinta negra atado al medio. ¿Que...?
—¿Qué es eso?
—Ábrelo en lugar de preguntar.
—Me da miedo. Quiero comida.
—¡No hay comida! ¡Ábrelo!
Los ojos verdes se entornaron en fingido disgusto. A estas alturas, sabía que tratar con Atsumu era como hacerlo con un niño enorme. Y más exasperante aún. Por eso, mantuvo sus brazos hacia él hasta que las grandes manos tomaron el papel con un suspiro de disgusto, como si realmente hubiera querido comer dulces. Pero entonces, juró, lo sintió dejar de respirar.
Sabía que era genial. Es decir, Atsumu Miya sabía perfectamente quien era Atsumu Miya. No por quienes gritaban su nombre, sino por como se sentía en la cancha. Por la sombra de su cuerpo proyectada en la duela de madera. Por el silencio de la orquesta dirigida por su mano al hacerlos callar. Por como sus compañeros, los mismos que lo insultaban (merecidamente) en la escuela, lo obedecían en la cancha. Vio fotografías suyas en revistas locales, incluso una de todo el equipo a nivel Nacional. Ninguna, jamás, lo hizo dejar de respirar. Ninguna había logrado que sus ojos ardieran. Era su espalda. El número siete impreso en ella. El uniforme negro como un zorro nocturno, y su brazo levantado silenciando al mundo frente a su saque inicial.
¿Qué...?
—¿Qué...?
—Tardé en hacerlo porque solo tenía bocetos de memoria. Pero creo que no quedó tan mal.
—Te quedó tan bien que casi no parece Tsumu.
—¡Eso no es un halago, Osamu-kun! —le dijo riendo. Trató de que fuera lo más fiel posible a sus recuerdos—. Aunque, si no lo quieres, puedo conseguirte dulces.
—Esto es mejor que los dulces...
Dijo Atsumu en un susurro. El silencio pareció envolverlos. Osamu pestañeó varias veces mientras su mandíbula dejaba de masticar muy despacio, y la expresión de su hermano fue todo lo que pudo ver en ese instante. La misma que conservó por la noche, cada vez que tomaba el dibujo y sus ojos se perdían en los trazos finos que retrataban su propia espalda. Quería decirle que era un egocéntrico de mierda y que sería menos raro mirarse con tanta admiración en un espejo, pero sabía que no era eso. No estaba mirándose a sí mismo. Estaba viéndose a través de los ojos de Yuuki, y eso fue demasiado para la pobre neurona habitando su mente en solitario desde el día de su nacimiento.
La noche pasó con tanta tranquilidad que pensó ciertamente, estaba enfermo.
Pero no podía decir que lo estaba. Al menos, no era lo que pasaba por su cabeza en ese momento. Porque Atsumu Miya no tenía la más ínfima idea de que era lo que presionaba sus sienes. Ni lo que hacía doler su pecho, ni batallar su estómago. Por qué no dejaba de ver ese dibujo, aún cuando sabía que su hermano asomaba la cabeza desde la litera de arriba. Aún sabiendo que no había intentado robar los dulces que fueron su obsequio. Porque por algún motivo, ese trozo de lienzo era más especial que cualquier caja de golosinas de cualquier precio y sabor. Sus labios querían sonreír pese a que su exterior era duro. Y guardó el dibujo justo antes de ir a dormir, aún a la vista, sobre el escritorio que compartía con su hermano.
Sólo algo más pareció resonar en su mente, como un tamborileo permanente. Como una corriente eléctrica atravesada como cables en los rincones de su cerebro, justo conectados al corazón.
Porque, desde luego, que habían caminado a casa. ¿Debía hacerlo? No. De hecho, recordaba querer llegar lo antes posible para ganarle a Osamu en la contienda de lamer los cuencos donde su madre preparaba sus pasteles. Si. Dos.
Pero había dicho te acompaño a casa antes que ella pudiera negarse. Antes de que su propia cabeza le indicara lo contrario. Y en ese camino conocido hasta el hartazgo, donde la escuchó hablar como si recitara algo en un tono casi inteligible, una frase sobresalió.
Chvrches tocará a fin de este mes. Sakura-chan me dejó totalmente plantada. ¿Quieres venir? ¡Desde luego que no voy a cobrarte la entrada!
¿Se había negado? Claro que sí. Le hizo escuchar esa banda varias veces en su IPod en otras oportunidades. Era como suicidarse despacio y con ritmo ligero. ¿Se negó de nuevo? Si. ¿Se negó una tercera vez? No. ¿Por qué, aparentemente, le era imposible plantear una negativa a esos ojos de cachorro apaleado? No. No podía. Estúpida pelirroja del averno...
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Te odio.
Mierda, esas eran palabras crueles. ¡Muy! ¿Por qué se las había gritado? ¿Por qué de repente lo trataba así? Justo ahora que de verdad, habían llegado a un buen puerto. Tardaron años, pero podían hablar de otros temas que no fueran tareas escolares. Lo hacía reír. La hacía reír. Y sin querer meterse en polémica, prefería su risa abierta y ronca, a la que otras niñas fingían cuando él decía algo. Era más auténtica. Más real. Tan real como esos ojos totalmente furiosos que lo miraron justo antes de marcharse sola. Los pasos pesados, el cabello hecho un remolino y los labios presionados en una sola línea.
¿¡Qué mierda!?
Llegó a su casa caminando más rápido que su hermano, quien no dejaba de insultarlo por dejarlo atrás. Había comido a bocados de oso y por supuesto que su estómago dolió como el infierno. Claro que había gruñido bajo toda la noche, como un refrigerador descompuesto en la oscuridad. Osamu lo había mandado a cagar tantas veces como le fueron posibles. Y todo siguió su curso.
¿Que si trató de hablar con ella? ¡Claro que no! Fue su culpa. Ella lo mandó al demonio, que ella pidiera disculpas. Porque además de tratarlo así, lo había desvelado. ¡A él! ¿Y por qué ahora seguía mirándola en clase? ¿Por qué movía el pie impaciente porque le hablara? ¿Cuanto más iba a tardar su disculpa? ¿Por qué se estaba levantando sin siquiera mirarlo? Oye. ¡Oye! ¿Sin mirarlo? ¿En serio? ¿Así pensaba jugar?
Y los últimos meses de su estadía en Yako pasaron. Y su educación media terminó. Su ingreso a Inarizaki se dio casi por naturalidad, ya que ahí estaba Oujiro Aran y ellos querían seguirlo. Y la pequeña espalda de Yuuki Komimura fue lo que vio de ella mientras reía con sus amigas, abrazada como si nunca más las volviera a ver. Las lágrimas de tristeza en el rostro sonriente. Las fotos para el recuerdo. El rostro sonrojado aún sobre las pecas de sus mejillas. Porque ahora parecía tener más, pero ya no encontraba figuras en ellas. Y ese dolor en la boca del estómago volvió como una punzada. Una que no podía identificar desde aquel día, y lo ponía de un humor de perros. Quizá tuviera hambre. Estúpido Osamu, siempre transfiriéndole sus pensamientos con poderes de gemelos...
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—Se que la entrada fue gratis para ti, pero podrías ponerle un poco más de ganas.
Su voz llegó distorsionada, pero de alguna forma clara a sus sentidos. Sabía que lo estaba mirando con esos ojos reprobatorios de siempre. Los mismos que lo acompañaron todo el viaje desde la estación de metro donde se encontraron horas antes.
—Estoy aquí, ¿o no? —respondió con las manos en los bolsillos de la chaqueta—. Además que importa. Es a ti a quien le gusta.
Y entonces, bajó la vista hacia ella. ¿No tenía frío con esa falda? ¿Qué sentido tenía llevar chaqueta cuando tus piernas están al descubierto? ¿De dónde sacaba su lógica?
—Disfrutar algo se complica cuando la persona que te acompaña tiene cara de condenado a muerte.
—Hay mucho ruido.
—Es un concierto. Debe haber ruido.
—¡Hay mucha gente!
—¡Misma respuesta! —gritó conteniendo la risa. Ya no podía tomarlo en serio—. Atsumu-kun, no sales demasiado a otro lugar que no sea entrenar, ¿no?
—¿Insinúas que no se divertirme?
—Díselo a tu rostro. Y tu postura. ¿Por qué estás gruñendo? ¿Puedes dejar de mostrarme el dedo mayor...?
—Cállate.
Ruido. Era todo lo que podía escuchar. Le había dicho que era una banda inglesa y que hacía relativamente poco salieron al mundo. ¿Y tenían que venir a Japón? ¡Púlanse primero y luego vendan! Maldita sea... Trató de ver a su alrededor, buscando algún puesto de bebidas para comprar agua. El calor comenzaba a hacerse presente pese a estar al aire libre. Y aún cuando divisó al vendedor, volteó a ver a su acompañante para darse cuenta de que si la movía de ahí perdería su lugar. Y si la dejaba, no había forma de volver a encontrarla. ¿Tenía que ser tan baja? ¿De que sería tener el cabello rojo si con todas esas luces parecía de cualquier otro color? ¿En serio? ¿Tanto iba a sonreír? ¿Tanto iba a saltar?
Estaba seguro de que por el movimiento de sus labios, estaba cantando a los gritos. ¡Tu garganta, idiota! Mierda... ¿Por qué hacía tanto calor? Hasta ella parecía estar sudando, porque su rostro estaba brillo...¿¡Cuándo rayos se había puesto purpurina!? ¡Ahora parecía un unicornio de muchos colores! ¡Dios! ¿Que tan loca podía estar...?
Savor the taste
Savor the pain
I don't expect you to release me
Tiempo atrás, el muchacho de cabello rubio había escuchado en labios de Kita que el cerebro humano es capaz de entender un momento presente por asociación a algo ya vivido. A algo registrado en su memoria y almacenado en el depósito de sus recuerdos. Eso era lo que le estaba permitiendo entender lo que acontecía frente a sus ojos en ese instante. En ese preciso segundo en el que esa música de mierda pareció sonar dentro de una caja de cemento, muy en el fondo del océano. Justo cuando las luces iridiscentes parecían lograr que las hebras rojas brillaran como lenguas de fuego en la oscuridad parpadeante.
El primer impacto de ese lugar colmado de gente fue rechazo. El mismo que solía tener vibrando en cada poro de su cuerpo al oír los gritos agudos de sus estúpidas fanáticas le daban ánimos en el único instante en que pedía silencio. Muchachos sudados rozando su piel al pasar y parejas saltando al unísono. Aullidos que identificaba como la llamada cantante de esa banda británica. ¿Era británica? Creía. Suponía. ¿Qué mierda importaba? ¡Sonaban como un pato teniendo arcadas! ¿De verdad ella creía que eran buenos? ¿Aparte de estúpida era sorda? Que cara...
Jumping the gun
Holding my tongue
I'd never ask you to forgive me
Y otra sensación se superpuso. Porque nuevamente, el registro de sus experiencias pasadas le daban a entender que lo que vivía en ese instante despertaba sentimientos en su pecho, a pesar de querer salir corriendo de allí. Y es que de pronto, la música ya no sonaba tan desagradable. Como cuando un partido daba inicio y su hermano golpeaba sus colocaciones con total naturalidad. Cuando Aran felicitaba sus pases. Cuando Kita no lo llamaba una molestia. Cuando todo en un día iba particularmente bien y esa sensación de bienestar en su pecho se extendía hasta la garganta y suspiraba complacido por haber hecho todo bien. Esa era la sensación que silenció los compases molestos y los gritos histéricos a su alrededor cuando la chica que hasta hace un instante picaba sus costados para molestarlo, ahora bailaba en su propio mundo, moviendo la cabeza de lado a lado y marcando el ritmo de la batería contra su caderas.
Cuando cada movimiento del delgado cuerpo de Yuuki pareció fusionarse con el resplandor y el sonido sordo de lo que estaba seguro, era su corazón. ¿Era su corazón? ¿Por qué parecía derrumbar el espacio entre sus ojos y las sienes? ¿Por qué se estaba alejando de ella retractando sus pasos como si temiera que notara el sonr...? ¿¡Por qué mierda se estaba sonrojando!?
Y la vio. Sintió. Olió sus pasos de libélula pasada de estupefacientes acercarse a él como si lo persiguiera para castigarlo por su alejamiento en primer lugar. Con el cuerpo tenso y helado de repente, como si un enorme oso se parara frente a sus ojos. Un oso menudo y sonriente, cambiando la forma de la galaxia que eran las marcas agua en el puente de su nariz. Gritándole como una dedicatoria poco disimulada la letra de una canción que su cerebro no parecía poder escuchar con claridad, porque el estímulo visual de su cabello fuego lo bloqueaba totalmente.
And you will never see my side
And I will always think I'm right
But I always regret the night
I told you I would hate you 'til forever
Ah. Cierto. Ya había tenido esta conversación con su cerebro varios días antes, justo después de que se desviara del camino a su casa para acompañarla a la suya. Justo después de que descubrió que tenía ciento veintitrés pecas esparcidas entre las mejillas y el puente de la nariz. Antes de notar que tenía seis veces agujereadas las orejas pero luego de notar ese lunar en la base del cráneo cuando se sujetaba el cabello en una coleta. Como ahora veía sus manos levantando las hebras rojas mientras sus caderas seguían marcando un ritmo que ya no escuchaba. Recordó que mientras la mitad de su cerebro se reía de él por estar manteniéndola en sus pensamientos a las tres de la mañana, la otra le explicaba como a un niño con déficit de atención que estaba enamorado de Yuuki Komimura.
