¡Hola a todos! ¿Cómo los trata el día 15482665 de cuarentena? ¡Espero que bien xD!
Antes que nada y como siempre: ¡GRACIAS POR TANTO!, y de corazón espero que la historia les guste hasta el final. No queda mucho. De hecho, dos o tres capítulos como mucho. Espero hacerle justicia a todo el afecto que me están dando y a este personaje OC, que también espero, no quieran matar xD
¡Todo comentario y puteada es bien recibido! ¡Nos vemos prontito!
CAPÍTULO 16: I never ask you why you need me.
—Se que todavía no te puedes mover bien, Atsumu-sempai. Pero esto es un chiquero.
—¡Riseki-kun! —gritó ofendido—. ¿Es esa forma de dirigirte a tu capitán?
—Me senté sobre tus interiores... —Akagi habló casi entre suspiros y con temor a haberse contagiado de algo incurable.
—Esos son de Samu.
—¡Maldita sea!
Osamu se cruzó de brazos desde donde estaba, sentado en una silla cerca de los bocadillos. El rostro parco y sin una pizca de emoción.
—Están limpios, idiota.
—¿¡Y eso que mierda me importa!?
—Muéstrale a la cámara, Akagi.
De alguna forma, Suna siempre estaba ahí. Su teléfono celular también.
—¡Deja de filmar, Suna!
Akemi Miya rió conteniendo una carcajada sonora cuando pasó junto a la habitación de sus hijos esa tarde de domingo. ¿Cómo era posible que todo el equipo de voleibol masculino del colegio Inarizaki pudiera caber en una habitación? No lo sabía. Pero ahí estaban. Estaba segura de que algo iba a romperse y que se culparían los unos a los otros. Que ese algo de seguro iba a terminar siendo la ventana teñida en vapor por la diferencia de temperaturas con el otoño arañando las hojas en los árboles al exterior. Pero no importaba si eso tenía de recompensa el rostro de su hijo con una sonrisa socarrona como la que vio cuando sus amigos llegaron.
A veces le costaba entender cómo era posible que tuviera amigos. Durante años, siempre supo que el único que toleraba los desplantes de Atsumu era su hermano. Era como una obligación de gemelos: si uno es un hijo de puta y nadie lo quiere, el otro debe estar a su lado. Por mucho tiempo, supuso que era esa obligación tácita e implícita que lo hacía quedarse junto a él. Hasta que descubrió la verdad: Osamu era tan basura como su otro hijo, solo que lo disimulaba más. Por algo se llevaban tan bien pese a las patadas y puñetazos que solo se separaban con una enorme cubeta llena de agua. Y ahora, en su tercer año de preparatoria, podía distinguir el cambio real en Atsumu, en ambos. Porque los que estaban ahí dentro gritándose obscenidades eran amigos. Brutales y sinceros, pero amigos.
Suspiró, caminando descalza por el pasillo de tablas de madera. Su esposo estaba abajo preparando una merienda para ambos en un merecido descanso. Mejor preocuparse por la ventana rota luego.
—El entrenador Kurosu quiere que vuelvas lo antes posible.
—¿En serio? ¿Dijo eso?
No le sorprendía que su entrenador reconociera que lo necesitaban en el equipo. Le sorprendía que exteriorizara emociones en lo absoluto. Su compañero se encogió de hombros tomando una galleta de chocolate de la pequeña mesa plegable.
—Dijo que extraña tus mandadas a la mierda. Como que no es lo mismo sin tí.
—Cuanto amor...
—Las preliminares empiezan la semana que viene. Ya podrás moverte. Pero si vienes a los partidos, no empieces a dar órdenes como siempre. No te pienso mirar.
—¡¿Para qué quieres que vaya si no es para darles ánimos?!
—Hacernos pasar vergüenza no es darnos ánimos.
Una lluvia de galletas saladas cayó encima de su cuerpo. Sus gritos no se hicieron esperar.
—¡No me arrojen comida, imbéciles! Se mete en el yeso y luego me pica.
—¿Osea que ya te pasó? ¿Cómo carajo metiste comida en un yeso?
—Intentó rascarse con un lápiz y quedó dentro.
—¡Cállate, Samu!
Las risas volvieron a nacer entre ellos, ahora sintiendo la brisa fresca entrando por la ventana. Una semana más y el intercolegial comenzaría. Pensaba volver al gimnasio esa semana solo para ver el entrenamiento. Quizá por apoyo moral. Pero algo lo detenía, y es que tenía muy en claro que ver a otro en su posición lo iba a volver loco. No era idiota, tenia muy en claro que ese torneo clasificatorio regional iba a ser jugado por otro. Que cuando volviera a jugar, lo haría definitivamente. Que nadie, nadie, era tan bueno como él. Pero, mierda. Esto lo jodía más de lo que podía manej...
—Nadie te reemplazó, capitán imbécil.
—¿¡Eh!?
—Kamata está aterrado de hacer las cosas la mitad de bien que tu. Al menos se buen sempai y no lo aterres como la basura podrida que eres.
—¡Eso fue groseramente innecesario! Además es obvio que no podrá llenar mis zapatos. Con que haga un buen trabajo es suficiente.
—Por favor, nunca trabajes en una línea de ayuda al suicida...
—¡Suna!
—A lo que voy... Si, eres el colocador estrella. Si, estás mejor rankeado que nadie en la región. Si, eres la realeza y bleh bleh bleh... Pero somos un jodido equipo, y más te vale que confíes en nosotros en lugar de darnos órdenes.
Atsumu quiso contestar lo suficientemente alto como para mandarlo al carajo, pero nada salió de sus labios. Nada podía. Estaba totalmente anonadado.
—No necesitas decírmelo, idiota. Soy su capitán. Confío en ustedes. Es decir...Recorrimos un camino bastante largo hasta aquí. Si desperdiciamos esta oportunidad somos unos perdedores.
El silencio que se dio en la habitación fue tan sepulcral que creyeron, romperían a llorar al unísino. Como si sintieran el espíritu de Kita rondarlos. Ese sentimiento de hermandad. De mamá cuidando a sus pichones. De...
—¿Kita-sempai murió y poseyó tu cuerpo?
—Esto da miedo.
—Voy a mandarle un mensaje a Aran-sempai. Quiero saber si Kita-sempai está vivo...
—¡Son unos hijos de puta, todos!
Claro que lo eran. Eran sus amigos. Tolerarlo implicaba que fueran al menos la mitad de basura que él. Solo Kita era capaz de tolerarlo sin manchar su blanca alma, más pura que la nieve. Como un dragón blanco ascendido que los cuidaba en la lejanía y los sermoneaba por teléfono cuando hacían algo mal.
Y Atsumu sabía que la tirada de orejas hacia su persona iba a ser suprema. Iba a dejar las reprimendas de su madre en un pobre tercer lugar, y lo peor era que tendría toda la razón: porque en toda esa semana, Atsumu no había atendido sus llamadas. No había contestado sus mensajes. Había rogado a Osamu y a su novia que no le pasaran el teléfono. Todo porque, lo admitía, era un cobarde de proporciones bíblicas. Esa sensación de haber cagado todo el trabajo de Kita y derrumbado la torre de naipes que con tanto amor armó.
Claro que quería hablar con él. En todo ese tiempo, nunca dejó de considerarlo un pilar aún del equipo, al igual de Oujiro Aran. Pero atender su llamada significaría volver ocho pasos sobre lo avanzado y darse cuenta de que las cosas no estaban saliendo bien. Por más que sus compañeros dieran ánimos y él supiera que, pasara lo que pasara, iban a ganar esas clasificatorias. Porque en la mente de Atsumu, todos eran fuertes. Pero él no estaba ahí. Y eso era más de lo que realmente podía tolerar.
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El cabello de Sakura Akame era precioso. Largo, sedoso, claro como el sol de la mañana. Ondulado pero no con bucles definidos. Una cascada digna de un cuadro antiguo. De esas cabelleras que matarías por nacer veinte veces hasta quedar con ella. La que sueñas por años en tu vida, hasta que aceptas lo que te tocó. Digno de admiración y cuidado.
—¡¿Cómo rayos hiciste para meter tu cabello en el pote de pintura?!
—¡Deja de sermonearme y ayúdame, Yuuki-chan! ¡No quiero cortarlo!
—No tendrás que cortarlo. Pero, mierda. ¿Tratabas de pintar con tus puntas?
Conforme las semanas de septiembre se transformaban en octubre, el avance del mural también seguía firme el paso del tiempo. Los bocetos que habían cambiado y mutado tantas veces como se discutió con su profesor finalmente llegaron a una decisión final. Preparar la pared y los elementos les llevó más tiempo del que podían haber considerado, y ahora trabajaban contra reloj.
El Club de Arte de Inarizaki no tenía tantos miembros como sus secciones deportivas. De quince que eran, solo cinco se egresaría ese año. Y eso los dejaba obligatoriamente con menos mano de obra y demasiadas emociones para manejar.
—Te estás saboteando, Sakura-chan —rió la preciosa chica de corto cabello castaño—. Es como si no quisieras terminar el año.
—Te voy a hacer tragar el pote de pintura, Nanami-chan.
—Me encantaría, pero lo tienes todo en el cabello.
—Eres una...
—¡Deja de pasearme por todo el salón, maldición! —Yuuki se quejó con el cabello manchado sujeto entre los dedos cubiertos de jabón y pintura roja.
No habían comprendido como Sakura Atsukage terminó con el cabello teñido de rojo con pintura acrílica, pero ahí estaban. Las últimas tres en el salón de arte, reunidas junto al piletón donde enjuagaban los pinceles y más manchones en el uniforme que en el mural que intentaban realizar. El castaño claro natural asomando por momentos mientras lo enjuagaba una y otra vez. Rezando que la pintura acrílica no tomara tan rápido como lo hacía en sus ropas.
—Si me corto el cabello antes de la graduación, será la señal de que no tengo que seguir una carrera en arte.
Las otras dos rieron conteniendo el sonido. Solo una onomatopeya muda saliendo de sus gargantas, mirándola con las cejas alzadas.
—¿No te parece un poco extremista? —Nanami habló poniéndose a su lado, secando con una toalla el cabello ya limpio.
—¡No quiero tener el cabello rojo!
Eso se oyó tan personal que dolió.
—Gracias —murmuró la chica de ojos verdes con las manos manchadas en sus caderas. Que importaba ya la falda manchada si solo era un poco más de pintura—. De verdad. Gracias.
—¡No lo dije por eso, Yuuki-chan! Por cierto, ¿aplicaste?
Yuuki pestañeó muchas veces antes de responder, tan confundida como se mostraba en el exterior.
—¿Si apliqué? ¿De qué estás hab...?
—¡A la Escuela de Arte en Hiroshima, boba! El mes pasado hablamos de a qué universidades queríamos ir. ¡Las entregas serán pronto!
¡Oh! Claro...
Claro que sabía que las entregas serían pronto. Había intentado bocetear durante días y nada salió de sus manos que reflejara su corazón. Porque esa era la única forma en la que Yuuki Komimura realmente podía dibujar. ¿Que si pensó en enviar una guerra espacial de enanos y elfos? Desde luego. Tenía tantas ideas como su cerebro podía estallarle. Pero ese no era el tema del porfolio. Y debería atenerse a eso. La realidad era que para dibujar lo que ella quisiera, debería hacerlo fuera de un ambiente en que se juzgara la calidad de lo que hacía. Y realmente, realmente quería ir a las escuelas de arte de Tokio, Osaka o Hiroshima. No necesariamente en ese orden.
Pero desde luego, tenía otra veta que evaluar, lo quisiera o no...
—Si se va a Hiroshima contigo, Atsumu-kun revienta en ochenta colores —espetó Nanami levantando ambas manos, apoyando sus dichos con ese gesto.
Sakura giró la cabeza húmeda de agua y pintura hacia Yuuki, asustándola por el movimiento repentino. El rostro casi con temor antes de hablarle.
—¿Qué? ¿Acaso se enfadó?
Yuuki negó categóricamente casi llevando su cuerpo junto con el cuello. El rostro sonrojado de repente.
—¡No! —dijo fuerte —claro que no —y algo pareció posarse en la parte posterior de su cabeza. Casi en las profundidades de su mente. Silencioso y paciente—. Es decir...
—¿No le dijiste que pensabas aplicar?
Sakura habló casi como si su lengua fuera una cuchilla. Yuuki tragó saliva con fuerza. ¿Si se lo dijo? Bueno, técnicamente, se lo dijo. Voy a aplicar a Tokio, Osaka y Hiroshima, le había comentado incluso antes de empezar a salir. Osaka, le había dicho/gritado él en un arrebato que luego identificó como temor. Entonces, el tiempo pasó. Días, semanas, meses. El noviazgo comenzó. Sus clases siguieron. Las aspiraciones continuaron y luego del accidente de Atsumu, también llegó el momento de enviar los porfolios a las escuelas de artes que quisieran seleccionar. Y es que realmente, realmente quería ir a Hiroshima. Y, de nuevo, tragó saliva.
—Sí, se lo dije —contestó, cayendo en cuenta que ese enorme raconto de su último año fue exclusivamente algo de su cabeza—. No creo que haya problemas.
—¿El bebé grande? —rió Nanami—. ¿Sin problemas? ¿De verdad?
—Es más maduro de lo que parece —le dijo tratando de creer sus propias palabras.
Sonrió. Además, qué sentido tendría para ambos estar una relación en la que no puedes alejarte por miedo a algo. Atsumu era un bebé gigante, pero también era un muchacho orgulloso y extremadamente seguro de sí mismo.
Y era cierto. Amaba a Atsumu. De verdad. Más que a otra cosa en el mundo. A veces quería darse la cabeza contra la pared repetidas veces por lo cursi que sonaba en su propia mente cuanto lo adoraba. Y claro que pensó que Hiroshima quedaba lejos. Pero vamos, era Atsumu. El zoquete era un nene de mamá, pero con tanto orgullo que apenas pasaba por la puerta. Él tenía en claro que quería llevar el voleibol como modo de vida, y ella lo apoyaría a cada paso. Y aunque eso lo llevara lejos, siempre supo que lo iba a apoyar. Que iban a seguir juntos dándose ánimos para triunfar en sus sueños. Y seguía pensando lo mismo.
—Trata de no reír nerviosamente diciendo eso, y te creeré.
—Cállate...
—Por cierto, ¿cómo sigue su pierna? La semana que viene son las preliminares, ¿no? Imagino que irá a apoyar al equipo antes de volver a clases.
—Desde luego. Tiene que romperle los huevos a todos o no sería él. Ahora, quédate quieta. Creo que la pintura empieza a salir.
No. No salió del todo. Pero los mechones rojos tampoco le quedaban mal. O eso quiso creer.
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La Green Arena de Kobe era una de las principales en toda la prefectura de Hyogo, y la sede del torneo regional que definiría las preliminares para el equipo de Inarizaki. Los mejores equipos que participaron en el torneo de verano estarían presentes en el enorme domo que ascendía a los cielos azules como una mole de cemento y metal brillante. Y pocos o ninguno de ellos sabía siquiera que el armador y capitán de la casa más poderosa de la ciudad estaba fuera de la competencia. Por eso, cuando Atsumu Miya llegó con sus compañeros asistido por un par de muletas que manejaba casi con maestría, los murmullos que arrasaron en sus oídos parecieron estallar con tanto dramatismo que mareaba. La bestia de Inarizaki. El Sol de Hyogo. El hijo de puta más grande del Universo, en muletas y fuera de competencia. Era cuando menos, aterrador, sorprendente e incluso esperanzador para los pobres ilusos que buscaban una oportunidad contra los zorros negros.
—Si no dejan de mirarme, voy a reventarles la cabeza con el taco de estas muletas del demonio.
Atsumu estaba acostumbrado a ser el centro de atención, y lo disfrutaba. Pero serlo por esto, realmente...
—Eres la atracción principal, tarado. No se de que te quejas —habló Osamu caminando a su lado.
—Si, eres un lisiado y te miran más que a nosotros —Suna murmuró junto al gemelo de cabellos grises, imitando su expresión calma.
—¡Cierren la boca y caminen, idiotas!
Las risas se oyeron entre ellos justo cuando estaban por pasar la entrada del complejo deportivo. Suna volteó hacia el muchacho de rubio cabello, y algo más llamó su atención.
—Oye, ¿qué le pasó a tus muletas? ¿Las pintaste?
Atsumu se detuvo tras pasar la entrada de cristal y metal. Levantó una de las muletas recargando el peso en la pierna sana. La media sonrisa de puro orgullo y felicidad se extendió por el rostro pálido al enseñar las llamas rojas y los zorros de nueve colas corriendo entre ellas, con un trazo digno de un artista de Yamato-e.
—Yuuki lo hizo —espetó poniendo la madera pintada cerca del rostro de Suna.
El muchacho de ojos zorrunos pestañeó varias veces, examinando uno a uno los patrones de llamas en la madera lustrada. Volvió a mirar cuando algo llamó poderosamente su atención y entonces, exclamó.
—Ese se parece a mi.
Atsumu sacudió la cabeza, casi ofendido.
—¡Claro que no!
—Oye, es cierto— murmuró Riseki acercándose a él—. ¡Y ese es Samu!
—¿Bromeas? —Akagi saltó entre ellos con el rostro ilusionado—. ¡Nos dibujó a todos! ¡A ver la otra!
—¡Dejen de ver cosas que no son!
Pero eran. Porque su novia había pintado a todos sus compañeros como zorros corriendo entre las llamas, como un homenaje silencioso al equipo. Hija de la... Le dijo que solo era él. Lo iba a escuchar. Realmente lo iba a escuch...
—¡Apresurense todos! ¡La ceremonia comenzará pronto!
La voz del entrenador Kurosu los llamó como un padre a sus hijos desparramados por el predio, siguiendo el sonido como una versión bizarra y enorme de las ratas de Hamelin. Y la ceremonia comenzó.
Atsumu comprendió que había algo extraño en esto de estar sentado en la banca junto al entrenador y el profesor asistente. Como una especie de torre de control auxiliar que dejaba el mayor trabajo en el pobre zoquete que cumplía con su propia labor en la duela. Se mordió la lengua con fuerza. Vamos, el chico estaba haciendo un buen trabajo. Casi le había pedido que lo bendijera como esos curas católicos y él por poco lo golpea con su muleta recién trabajada. No era malo. Pero no era él. Y mierda que se tenía en alta estima. Era casi insoportable de pensarlo, sintiendo pena por aquellos que deberían soportarlo. Ja. No, eso jamás.
Cuando el primer partido terminó, algo le había quedado en claro: ese marcador hablaba por si solo. Porque Inarizaki no era solamente él. Eran todos. Y las miradas furtivas de sus compañeros a la banca estaban dirigidas a su figura, y no la del entrenador Kurosu. Era como si Osamu le avisara que iba a saltar. Suna dándole a entender que pensaba hacer un bloqueo de tres, dirigiendo el salto como el muro de hierro que era en el aire. Akagi recibía los balones con la gracia de una gacela de ocho patas y cada recepción era transmitida con seguridad. Todos, absolutamente todos, lo estaban haciendo partícipe del juego. Todos reconocían a su capitán, aún cuando lo amenazaron de muerte violenta si abría la boca para joderles la vida durante un tiempo muerto o desde su lugar en la banca. Él estaba jugando con ellos aún en esa situación, y era maravilloso y terrible a la vez. Porque su pecho quemaba, su abdomen ardía y él solo quería arrancarse el tobillo para jugar de una vez.
—Calma, muchacho —oyó decir a Kurosu a su lado.
Atsumu volteó la cabeza hacia el alto instructor, que ni siquiera lo estaba viendo. Otro saque de su hermano que era un tanto inmediato. Otro grito violento de sus admiradores. La banda de vientos tocando con el volumen imposiblemente alto.
—Entrenador, yo estoy calm...
—Recupérate y vuelve a nosotros mejor que nunca, Atsumu. Tu lugar es ahí dentro.
Y su corazón estalló junto con el sonido balístico del balón reventando contra la duela. Su hermano había anotado otra vez. Todos estaban prendidos fuegos. Él estaba prendido fuego.
Los dos partidos que jugaron ese día fueron victorias absolutas. Las entrevistas al final de los mismos se dieron como cada año. No ver a Kita entre ellos golpeaba fuerte en la nostalgia. Oír a Atsumu hablar como si fuera el dueño del mundo aún estando sostenido por muletas solo provocaba ganas de asesinarlo. Aún más.
Y cuando la noche llegó en la posada tranquila en la que se hospedaban al menos tres equipos, el agua termal sobre sus músculos pareció relajar todas las presiones que pudieran tener.
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—¿Ganaron? —la voz de Yuuki sonó algo distorsionada al otro lado de la línea. Sin embargo, la risa entre frases fue tan característica que no pudo negar que era ella—. ¡Eso es genial!
—No jugué—dijo—. No es tan genial.
—¿Puedes dejar de pensar con el trasero por una vez en tu vida, Atsumu?
De espaldas a una pared, sentado con la pierna estirada y las muletas a un lado, Atsumu Miya parecía un Buda de cabello rubio hablando por teléfono aislado de su equipo y de la gente que pasaba a su alrededor como extraños en una plazoleta. El encuentro había terminado hacía horas, y ahora, en las intermediaciones del complejo y su hostería, se relajaban antes de cenar y ver los videos de su próximo oponente.
—Eres la peor novia del universo y lo sabes, ¿no? —murmuró molesto.
Yuuki rió con ganas, tanto que tuvo que alejarse un poco del micrófono de su celular. El estallido fue tan potente que no se lo esperaba. Aún así, estaba sonriendo por dentro. Y claro que ella no se iba a enterar.
—Tú te declaraste —dijo—ahora te aguantas—. Y fue ella quien se alejó de la bocina del teléfono ante la lluvia de agravios cortesía del muchacho con muletas—. Lamento no poder estar ahí. Apesta.
—Tendrás que compensarlo de alguna forma —susurró casi solo para ellos. Claro que quiso decir algo para comer. El descomunal estallido de risa al otro lado le dio a entender que su novia tenía una mente tan podrida como un pantano en verano—. ¡No quise decir nada pervertido, estúpida!
De pronto, la risa cesó. La voz de Yuuki sonaba casi seria.
—Ni siquier abrí la bo...
—¡Cállate! —gritó. Algunas personas lo miraron. Otras optaron por ignorar al maniático de las muletas con uniforme deportivo—. Por cierto, ¿qué tal va el mural?
—Toshiki casi se ahoga con pintura —respondió con rapidez. Y agregó con igual celeridad— no preguntes —Atsumu rió. También ella—. Fuera de eso, creo que en un par de semanas estará listo. Justo para la presentación del Club. Ahora, deja de desviar la atención del equipo, ¿quieres? Deberías estar vanagloriándose como el narcisista que eres. ¿Acaso porque no jugaste no te interesa hablar?
—De verdad, eres la peor —le dijo. Claro que iba a volver a reírse. Y entonces, continuó en un tono tan secretivo que apenas él mismo pudo oírse—. Jugaron...Increíble.
—¿Cómo?
—Increíble —repitió. El silencio pareció juzgarlo. Él reaccionó en consecuencia—. ¡Basta, Yuuki!
Yuuki se cubrió la boca para que ningún sonido llegara a él. Al menos ningún sonido que pudiera provocar una guerra de insultos. Lo oía tan feliz que solo quería que continuara de esa forma y abrazarlo contra su voluntad lo antes posible. Entonces, sus ojos se entornaron antes de volver a hablarle.
—Oye, Atsumu... —comenzó a decir.
La solicitud frente a sus ojos en la pantalla de su laptop cubierta de pegatinas brillantes. El porfolio casi completo sobre la cama, replicado tres veces para distribuirlo en sus tres sedes. La voz de Atsumu preguntando qué ocurría la sacó de su ensoñación, volviendo a la realidad como si la hubieran bajado de un hondazo en medio de los ojos. Y su voz volvió a fonar.
—Me alegra, de verdad —dijo con dulzura—. Parece que necesitabas estar entre los chicos y cagarles la vida con tu presencia. Ya verás que cuando vuelvan y los reciban como héroes, te sentirás mejor del todo.
—Vete a la mierda —respondió, irónicamente con el tono más dulce que era capaz de utilizar—. Y duérmete temprano, ¿quieres?
—También tu, Atsumu. ¡Saluda a todos de mi parte!
—No lo haré. Adiós.
La risa tranquila tras la última palabra solo ocasionó la suya. Como si Atsumu hubiese activado un interruptor en su cuerpo. El muchacho sonrió para sí antes de colgar. Solo fueron dos segundos antes de que intentara guardar el teléfono celular en el bolsillo de la chamarra del equipo. Hasta que quisiera voltearse y buscar a sus compañeros. Y entonces, el teléfono volvió a vibrar aún en su mano, sin dejarlo siquiera que lo suelte. Pensó que Yuuki había olvidado decirle algo. No. No era eso. Y el nombre en la pantalla lo dejó mudo.
Shinsuke Kita.
La sangre se le congeló en el pecho. ¿Por qué? ¿De verdad? ¿Ahora? No tenía excusas. Siempre podía decir que estaba durmiendo, pero el ex capitán conocía su rutina estando en un campeonato. Nadie ahí se dormía temprano, jamás. Había pasado tanto tiempo ignorando los mensajes y sus llamados que apenas recordaba cómo sonaba su voz al otro lado de la línea. Y cuando la nostalgia comenzó a azotar sus pensamientos, recordó también la razón de su constante esquive de balas a su ex capitán. Y es que no sabía cómo enfrentarlo. Porque dentro de su cerebro de maní quemado, estaba aún roto. Aún sabiendo que si sus amigos funcionaban como un equipo, no era por él, sino por ellos. Él no estaba en el equipo, dentro de la cancha, luchando por ellos. Y esa felicidad pasajera que sintió al recibir las miradas de sus amigos pareció caerse a pedazos mientras notaba el cuero de las muletas bajo sus axilas. Sonrió de costado con los ojos entrecerrados. ¿Cuanto tiempo más iba a escaparse de Kita? Porque en algún momento, iba a alcanzarlo. Era como una especie de lobo de las nieves: peludo y adorable, pero que corría camuflado en su blancura para atacar cuando nadie lo veía. Como ahora, rodeado de nostalgia y él atendiendo el estúpido teléfono.
Su voz sonó cascada al otro lado de la línea. Kita, como siempre, estaba tranquilo.
—¡Vaya! —¿que si Atsumu extrañaba esa voz calma y pacífica? Si. Demasiado para admitirlo—. Entonces sí tienes manos. No te las fracturaste.
—K-Kita-sempai... —comenzó a decir con voz compuesta. Lo más que podía—. Yo...
—¿Estabas deprimido y odiando al universo? —se le adelantó siendo irónico. Si. Kita. Irónico. La universidad hacía cosas que nadie podía comprender—. Si, lo se. Osamu-kun y Yuuki-chan me tuvieron al tanto.
—¡N-no...!
—Y no les grites o insultes, ¿de acuerdo? —advirtió, casi como si lo conociera como la palma de su mano—. Tuve que hablar con ellos porque tú no respondías el teléfono. Ya sabes, por el odio y la depresión.
—No tengo excusa —tenía muchas, pero no servirían con Kita. Como no servían tampoco con su madre. Esa similitud lo aterraba—. Lo lamento.
—Wow —musitó calmo.
—¿Eh?
—¿Lo lamento? —repitió las palabras de su kohai como si fueran tan raras como una rana de oro—. Cielos, quizá deberíamos haberte fracturado el año pasado. Me perdí de tu versión tierna.
Atsumu sacudió la cabeza con fuerza, enderezandose muy recto.
—¡Kita-sempai eso fue cruel!
—No eres el más indicado para llamarme cruel, exactamente —ahí estaba. La lógica helada de Shinsuke Kita. La extrañaba—. Por cierto, felicidades, Atsumu-kun. A todos.
—Gracias, Kita-sempai. Pero yo no...
—Si —lo interrumpió. Ya sabía lo que venía, y debió frenarlo—. No jugaste porque te lesionaste. Pero eres el capitán, y estás ahí con ellos. Las felicitaciones son para tí también. ¿Vas a contradecirme?
—Nunca.
La risa calma al otro lado de la línea le recordó esos veranos en el campo con su familia, cuando las vacaciones de verano llegaban y salían de la ciudad por un poco de paz. Irónicamente, Kita no había formado parte de ellos. Pero a eso olía su risa. A paz. Sonrió irremediablemente aprovechando el anonimato de sus expresiones para el ex capitán, y entonces, lo escuchó hablar.
—¿Recuerdas lo que les dije el año pasado? ¿Al final del partido contra Karasuno?
¿Que sí lo recordaba? Soñaba con esa charla casi tanto como soñaba con ganar cada campeonato al que se presentara. Tan grabada a fuego en sus memorias que nunca podría borrarse de la piel escaldada.
—Si, creo que sí.
—Aún me ocurre, ¿sabes? —musitó entre risas. Como si la risa fuera un viento fresco en verano—. El querer jugar con ustedes. Pero no tengo arrepentimiento alguno, porque lo di todo, incluso cuando estaba fuera de la cancha.
—¿Fuera...?
Fuera de la duela, Kita era la presencia que los cuidaba. Como una madre vigilando que nadie se fuera a la mierda. Que ninguno de sus crías terminara herida. Dentro, era esa fuerza pacífica que les daba seguridad. Eso era Kita. Lo que los mantenía unidos. Lo que los movía. Estuviera en la cancha o estuviera en la ban...
—Aún estando en la banca, no tuve arrepentimientos —le dijo. Atsumu podía verlo. Más bajo que él, pero mucho más enorme—. No se si fui el mejor capitán para Inarizaki, pero me esforcé todo el camino para que cuando dejara de jugar, estuviera satisfecho. ¡Imagina si mi futuro fuera tan brillante en el deporte como el tuyo! Dentro o fuera de la cancha, sería imparable.
Atsumu tragó saliva para recordarse que estaba respirando. Los ojos irremediablemente húmedos sin notarlo. El pecho inflado como si quisiera estallar desde dentro. Los ninjas cortadores de cebolla lo habían seguido hasta la arena. Y parecían aliados de Kita, en todo momento.
Ese era Shinsuke Kita, para todos. El mejor capitán que pudo tener Inarizaki. El mayor faro de Atsumu Miya.
Cuatro días después, el equipo masculino de voleibol del colegio Inarizaki clasificó para el torneo de primavera.
Enero estaba a la vuelta de la esquina.
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El retorno a clases fue para Atsumu lo que Alejandro Magno debió sentir al retornar a Alejandría después de conquistar el imperio Persa. De los Rebeldes al destruir la Estrella de la Muerte. Aragorn en su coronación tras la derrota de Mordor. Sam entrando a su hogar luego de concluir su aventura. Pero con más insultos y muletas: porque claro que aún no podía jugar.
La clasificación de Inarizaki para el torneo de primavera no fue una sorpresa para los mortales que, sabían, lo iban a conseguir. Eran un equipo consolidado aún sin los titanes que se egresaron el año anterior, y con Atsumu Miya en la banca. Los zorros de Hyogo eran supremos en lo que hacían. Y tampoco esperaban, en realidad, que el capitán del equipo de voley volviera de mejor humor del que se fue.
Sus compañeros de salón solían decir que el aura maligna que lo rodeaba era como un halo de energía negativa tan similar a un hoyo negro que la gravedad se inclinaba ante él. Gruñía si alguien le preguntaba por su pierna, pero la ironía radicaba en que realmente no estaba de mal humor. Solo harto de su yeso. Harto de no entrenar. Harto de tener que bajar las escaleras de a un peldaño por vez. Y pese a que ya era capaz de tomar sus propias notas, apuntes y contestar correctamente en clase gracias a que siempre se mantuvo al día, las sesiones de estudio con Yuuki continuaron. Incluso cuando quien debía acompañarla a casa era su hermano o su padre la llevaba en auto. ¿Le jodía? Mucho. La caminata a casa era algo que le correspondía y sentía como parte de la construcción de la relación. Pero esas horas a su lado, respirando su perfume y discutiendo por la tarea no era algo que estuviera dispuesto a perder.
Atsumu era un dolor de huevos para cualquiera que estuviera en su rango de alcance. Y estar lisiado temporalmente incrementaba el territorio conquistado de una forma abismal: porque los gritos eran más potentes, los insultos más certeros, y las mandadas a la mierda más profundas. Pero era Atsumu. Era su capitán. Y el imbécil se hacía querer de alguna forma que no podían entender correctamente sin pasar a un campo sobrenatural. Osamu solía decir que los convertía a todos en idiotas y por eso lo toleraban. Yuuki creía que era una especie de vampiro híbrido cuyo poder era volverlos locos pero que le tuvieran cariño. Suna decía que en él no tenía ningún tipo de efecto, porque lo odiaba. Y Atsumu los mandaba al carajo a todos juntos. Rutina, ya saben.
Cuando diciembre llegó, también lo hicieron esas decoraciones irritantes llenas de luces y colores brillantes. Las que podían ocasionar un ataque epiléptico sin problema alguno, como esa leyenda urbana de un capítulo perdido de Pokemon que los chicos de los 90' siempre solían hablar. Llegó el clima helado y las calles resbalosas. Esas que habían convertido a Atsumu en una especie de híbrido entre gato aterrado y zorro malhumorado. Porque caminaba sujeto a su novia como si se tratase de un bastón de carne y hueso, maldiciendo en muchos idiomas por lo bajo y temiendo volver a quebrarse.
—Hay más probabilidades de que te lastimes si los dos caemos al suelo. Pero eso ya lo sabes, ¿no? Solo quieres arrastrarme al averno contigo.
—Cállate —dijo siempre poco amoroso—. Si vuelvo a quebrarme antes de enero estoy perdido. Estamos perdidos. Todo el maldito universo está perdido.
—¿El universo? ¿De verdad?— rio—. ¿Ahora el universo se hunde contigo?
—Cierra la boca y camina más derecha —se quejó con una vena enorme asomando en su frente impoluta—. ¿Por qué tienes que ser tan baja? ¿Y tan delgada? ¡Crece un poco! Es incómodo apoyarme en ti así.
—También puedes irte un poco a la mierda —definitivamente era la mejor respuesta de su repertorio.
Como toda represalia, las enormes manos de Atsumu se ajustaron a su hombro y su cintura. De todos los días para tener una cita navideña, habían elegido uno donde la nieve dejó rastros de escarcha en la acera, de esa que te arrastra a las profundidades del infierno y traseros congelados. Pero si tenía que ser sincero, Atsumu no soportaba ya tanto tiempo encerrado. El receso de invierno había comenzado y por todo ese tiempo que tuvo que quedarse en casa, todo lo que quería era salir. Arrastraba a sus amigos a entrenar ahora que podía. A su hermano a pequeños cafés con la excusa de comprarle algo. Y desde luego, a su novia. Tomó conciencia de que de todos esos meses juntos, nunca había estado con ella en una galería. ¿Le interesaba? Neh, no demasiado. Pero ella iba a verlo a cada encuentro y se quedaba en sus entrenamientos cuando podía. Equilibrar la balanza no era malo, pensaba. Eso, y tanto Osamu como Kita lo habían llamado novio de mierda. En realidad, solo Osamu. Kita solo le dijo que no fuera mal novio. ¡Pero Osamu sí!
—No tenías que acompañarme hoy, Atsumu —le dijo sonriendo—. Es decir, ¡gracias! Pero la próxima vez podemos hacer algo que los dos disfrutemos.
La calle se había vuelto más estable para caminar ahora que la acera estaba más seca. Y el agarre de su hombro pasó a sostener su mano con firmeza. Juraba que sentía la calidez de sus dedos a través de esos mitones de lunares rosa. La luz de las farolas navideñas en la calle reflejadas en su cabello y esa estúpida bufanda blanca que parecía un listón de nieve alrededor de su cuello.
—No es que no lo haya disfrutado —le dijo. La vista al frente y rezando que no notara el rubor en sus mejillas—. Pero no eran tan...¿raras?, como las tuyas.
—¿Estás diciendo que prefieres mis pinturas a las de Courbet? —el rostro entre asombro y una sonrisa anonadada.
—No tengo idea de quién es ese. Pero prefiero ver tu pintura de los conejos robot jugando voleibol de playa antes de un paisaje o una catedral.
—Creo que estoy enamorada.
—¿Que no lo estabas antes?
Yuuki apoyó su frente contra el amplio hombro como si fuese un pequeño gato rojo frotándose contra él. Atsumu ladeó la cabeza lentamente. Era la chaqueta de Osamu. Definitivamente no se la iba a devolver después de esto, eso estaba claro. El sonido de la calle pareció amainarse cuando se dieron pasó por una callejuela interna, esa que tomaban cuando querían que la llegada a casa de Yuuki fuera más larga. Como cada vez, querían decir.
—¿Tus padres están en casa? —preguntó con voz baja. No era necesario subir el volumen cuando no tenían ruido externo que interrumpiera.
Yuuki asintió lentamente. Sus manos aún unidas, y habló con sus labios contra la suave lana de blanco inmaculado.
—Si. Mamá trabaja desde casa estos días, y papá tomó licencia por la semana.
—Oh. Eso es bueno —mintió. Era una mierda. Quería estar con ella abrazado el el sofá de su living con una taza de té caliente y hasta aceptaría a ese gato gordo sobre su regazo.
—Mierda, que no sabes mentir.
—¡No estoy mintiendo! Cállate y háblame de ese tipo Cobain.
—Courbert.
—Lo que sea.
—Fue un pintor francés, fundador y máximo exponente del realismo. Además, y como viste en la exposición, era un activista republicano y cercano al socialismo revolucionario...
Silencio.
Silencio.
Respuesta.
—Me gustó la del zorro en la nieve.
Yuuki rió con ganas. Lo sabía.
—Reaccionas a lo que te es similar, ¿verdad?
—Cállate —y apretó sus dedos con cuidado de no lastimarla—. ¿Dónde aprendes estas cosas? No sabía que el Club de Arte era tan...específico.
—No lo aprendemos ahí —respondió calma—. Me gusta el arte. Son cosas que aprendes cuando algo te interesa. Y...bueno. Y quieres seguirlo como modo de vida.
Atsumu notó esa cadencia en su voz. Fue sutil, y quizá no lo hubiera podido escuchar correctamente de no estar pasando ahora por el tranquilo parque a unas cuadras de la casa de Yuuki. Pero ahí estaba. Ese tono de secretismo, como si hubiera algo que quería salir, pero...
—No me cabía duda de que ibas a seguir esto. Estás loca, pero tienes talento.
—Basta, vas a lograr que me estalle el corazón de felicidad.
—Tarada —murmuró. Y algo le gritaba por dentro. Algo que no podía identificar. Poco sabía que desde el otro lado algo similar también pasaba—. Me dijiste que en lugar de exámenes de ingreso, tenían que enviar un porfolio. ¿Lo terminaste?
Así era. Los estudiantes aspirantes a escuelas de artes no tenían que rendir complicados exámenes de categorización, porque sus habilidades se presentaba desde su primer año en preparatoria y se concretaban con un porfolio final. Yuuki tragó fuerte.
—Sí —dijo—. Lo terminé.
¿Qué...?
—¿Y cuando tienes que enviarlo? —algo en su interior le gritaba que se compusiera. Pero no entendía bien por qué—. Si tienes que llevarlo a Osaka en persona, puedo acompañarte si es antes la segunda semana de enero. Después se va a complicar. ¡Y más te vale que estés animándome porque no tienes excusas!
—Hiroshima.
Silencio.
Y frío.
—¿...Eh?
—El porfolio —habló—. Tengo que enviarlo a Hiroshima.
Las piernas de Atsumu se detuvieron paso a paso. Como una máquina a la que el vapor ya no hace funcionar. Como una rueda que seguía corriendo una vez levantada del suelo. Solo un sonido frío en su cerebro y el resto, silencio.
Cuando Atsumu giró su cabeza casi por instinto hacia el rostro cubierto en pecas de su novia, ella no lo estaba viendo. Como si de pronto, ese punto invisible al otro lado fuera más interesante que su propio rostro. Y su pecho, en ese instante, pareció doler. ¿Pareció? Si. Porque no era ese dolor conocido. Ese que podía asociar a su lesión. A un mal pase. A una pelea. A una derrota. Esto era nuevo. Era grande. Era horrible. Era desconocido. Y cuando los ojos verde de Yuuki por fin lo vieron, estaban tan calmos y llenos de amor que le dolió. ¿Por qué esa mirada que le debilitaba las piernas ahora le dolía? ¡Maldita sea! ¿Que mierda? ¡Su novia le estaba diciendo que...!
—Oh. Cierto —le dijo. Su memoria funcionando, recordándole algo que creyó muerto—. Me dijiste que Hiroshima era una opción. Como Tokio y Osaka.
Cuando lo oyó hablar, Yuuki sintió que algo de su alma volvía a respirar. Recordaba que se lo había dicho. Eso era bueno. Casi, casi, sentía que el aire llegaba a sus pulmones y latía en su corazón.
—Si. Lo envié a las tres. Por eso tampoco te dije la de Osaka. No era presencial. Pero...
—Hiroshima tiene la Escuela Superior de Artes Shiori. Entiendo.
¿Eh? ¿La conocía?
—No sabía que la cono...
—Claro que la conozco. Todos la conocen.
Claro que la había buscado apenas ella mencionó sus opciones y el pánico lo apresó cuando nombró una ciudad a casi 900 kilómetros de él. ¿Eh? ¿El pecho le seguía doliendo? ¿Que cara...?
—No es seguro que me acepten —dijo. El rostro pálido iluminado de azul—. Pero realmente, realmente quiero ir. Quise comentártelo antes, pero no quería emocionarme de más.
—Pfff —tranquilo. Tranquilo. CALMA—. ¿Por qué no me lo dirías? ¡Es genial!
Yuuki parpadeó tantas veces como le fue posible al girar el rostro hacia él. Alto como siempre, en la oscuridad, parecía estar sonriendo.
—¿D-de verdad...?
—¡Claro! —¿por qué carajo le estaba quemando el estomago ahora? ¿Había comido algo en mal estad...?— mierda. La hora —y su tono de voz se volvió casi alegre—. Mejor te dejo en tu casa antes que tu padre me mate por tenerte fuera después de medianoche.
—Pero aún son las onc... —quiso protestar. Quería quedarse más tiempo con él.
—¡Soy un novio responsable!
Yuuki trató de responderle, pero el fuerte brazo de Atsumu sobre su hombro la silenció al sentirlo abrazarla el resto del camino. Atsumu nunca abrazaba. Tomaba de la mano. Tomaba su brazo. Pero en público, no solía...
—Atsumu...
—Estoy orgulloso de ti —y era sincero. De verdad, era sincero. Desde el fondo de su corazón estaba siendo totalmente sincero. ¿Y por qué seguía doliénd...?—. ¡Somos dos ganadores! Gran, gran pareja. ¿Verdad?
Silencio.
Yuuki sonrió de costado, con el grito en su mente de que algo estaba a punto de estallar. Que algo no estaba bien. Que esa sonrisa despampanante era...
Y los labios de Atsumu sobre los suyos al notar que estaba frente a la puerta de su casa borró cada rastro de algo de su mente. Como un manto estrellado reflejado en sus ojos y esa sonrisa que le dio antes de voltearse y levantar su mano para saludarla. Decirle que la llamaría al día siguiente y que quería que estuviera presente en el entrenamiento de la tarde. Que los chicos se sentían bien con su presencia y a él le gustaba presumirla. Lo oyó reírse de su propio chiste y entonces, la enorme espalda desapareció al girar en la esquina. Y ese sabor dulce y extraño no abandonó sus labios ni siquiera al dormirse.
.
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Cuando Osamu Miya notó que su chaqueta azul no estaba en el armario, solo pudo pensar en que Atsumu era un desgraciado hijo de perra. Nada fuera de lo normal. Después de todo, siempre tomaba sus cosas sin pedir permiso y tampoco las devolvía. Porque así era Atsumu. Siempre.
Y cuando el muchacho rubio cruzó el umbral de la puerta de su habitación, lo primero que salió de sus labios fueron agravios por llevarse la prenda sin pedir permiso. No pedía demasiado, solo que avisara si iba a tomarla prestada. Cuando Atsumu se lanzó sobre él sin mediar palabras y los golpes comenzaron, Osamu supo que algo no estaba bien. Y cuando la pelea subió de todo, con su madre separándolos con más de una cubeta con agua, todo se confirmó.
Porque solos en la habitación, empapados en pleno invierno y separados por varios metros contra sus respectivas paredes, fue que la voz de Atsumu le heló la sangre, llenándolo de dudas que no iban a tener respuestas hasta que su hermano volviera en sí.
Y el rostro de Atsumu se hundió entre ambos brazos, como un niño que perdió algo que ama. Como si todo hubiera caído en su lugar. Como si el dolor tomara forma real. Todo cerrándose. Y era horrible.
—Me dejó —dijo con la voz ahogada entre sus brazos.
Realmente, estaba sintiendo el invierno.
