2.

- Mierda, ‌¿dónde se ha metido? – Desde el borde de la laguna en que se emplazaba el Altar del Sacrificio, sobre el cual el resplandor de la luna y el tembloroso halo de las antorchas del mismo ensayaban un particular juego de luces, y pensando si no habría caído al interior de la misma para ser devorada por los tiburones de las nubes, Zoro observaba las inmediaciones, tratando sin demasiada fortuna de seguir los pasos que varios minutos atrás había dado Robin.

Aprovechaba entretanto para preguntarse qué le había movido a ello en primer lugar, pudiendo haberse quedado tranquilamente donde estaba, confortablemente sentado, quizás incluso ya dormido. Sin embargo, allí se hallaba, por voluntad propia nada menos, tratando de encontrar a aquélla de la cual, paradójicamente, más de una vez había deseado nunca hubiera entrado en sus vidas.

Recordó entonces lo ocurrido minutos atrás; la desconcertante – e irritante, añadió para sí – sonrisa a él dirigida. Poco o nada tenía que ver con la sonrisa de cortesía que solía emplear habitualmente. ¿Eran figuraciones suyas, o por el contrario, se había tratado de un descarado intento de coqueteo por parte de aquella mujer? Y si así era, ‌¿qué pretendía con ello: ganarse su confianza llevándoselo a la cama? En ese caso, había subestimado seriamente su capacidad de autocontrol: que le fuera a otro con semejantes tretas. Su propia reacción de aquel momento, no obstante, se contradecía con esto último. Justificó su error atribuyéndolo a una deficiencia en su ejercitación mental, y a la bebida; tal vez a diez mil metros de altura sus efectos fueran más acusados.

Con el firme propósito de no permitirse nuevas muestras de debilidad en el futuro, que podrían resultarle un serio inconveniente a la hora de cumplir sus objetivos, se concentró en su tarea actual: localizar a la arqueóloga.

Lo primero y más evidente en su opinión, a juzgar por la dirección en que se había encaminado, era que hubiera llegado a aquel lugar, tomado una liana, e ido al Going Merry, que convalecía, asentado sobre el Altar, en un estado deplorable. ¿Para qué? No tenía forma de saberlo: quizás a buscar algo,…o tal vez a sabotearlo. Pronto desechó esta última posibilidad, por absurda: no es que quedara gran cosa que sabotear. La falta de actividad en la carabela, y una cierta apatía por tener que subir a comprobarlo personalmente le llevó a descartar también la primera opción -después de todo, ya consideraba estar haciendo bastante con encontrarse allí, y no echando una cabezada -, y comenzó a caminar de nuevo siguiendo las márgenes del lago, más inmerso en conjeturar nuevas hipótesis sobre las razones de la ausencia de la morena que en buscarla realmente.

En paralelo a aquellos pensamientos, aunque nunca lo admitiría, discurría una cierta preocupación ante la perspectiva de que realmente pudiera haberle sucedido algo malo. Era consciente de que Robin era perfectamente capaz de defenderse, pero nunca se sabía…

Al cabo de poco más de un par de minutos, cayó en la cuenta de que la ribera del lago de nubes, había sido sustituida por espesos matorrales, que alcanzaban la altura de un roble de mediana edad. Desorientado, se detuvo.

- Esto es nuevo… ¿había tanta vegetación antes?

Dio media vuelta, con la esperanza de encontrar a sus espaldas el Altar del Sacrificio y poder así regresar con facilidad a la laguna, pero tan sólo maleza salió a su encuentro. Intentó a continuación retroceder sobre unos pasos que no recordaba, hasta que algo tocó su hombro. Se dio la vuelta, vislumbrando vagamente entre la penumbra una especie de serpiente que se descolgaba de un árbol. Un primer impulso llevó su mano hacia la empuñadura de una de sus espadas, hasta que un vistazo más atento transformó a la serpiente en un brazo que brotaba de un árbol. Captada su atención, el brazo pasó a señalar una dirección concreta. Una segunda extremidad apareció del tronco de otro árbol contiguo, empujando levemente al joven e instándole a seguir la ruta que señalaba la primera, con el índice extendido, a la vez que una cercana, conocida voz se elevó por encima de los sonidos de la jungla:

- Por aquí: sígueme.

Por segunda vez en poco más de un día(¤) la arqueóloga le corregía, algo a lo que no estaba demasiado acostumbrado, y hería en su orgullo, a lo que estaba todavía menos acostumbrado. Pensando en esto, el fastidio de Zoro aumentaba con cada paso que daba, siguiendo poco menos que a ciegas – si bien la oscuridad no era absoluta, desconocía por completo la dirección que seguían sus pasos - el camino indicado por aquellos brazos, y otros nuevos que surgían de cuando en cuando para rectificar su trayectoria cuando ésta mostraba visos de volver a divergir. Finalmente, sus ojos volvieron a mostrarle el lago, con el Altar del Sacrificio despuntando del centro del mismo como un iceberg. A unos pocos metros a su izquierda, descubrió a Robin sentada sobre una de las gigantescas raíces de aquellos árboles, contemplando el Going Merry. Le habría sorprendido encontrarla ahí mismo, cuando su voz había sonado prácticamente a su lado, pero recordó que la habilidad de la Akuma no Mi de la mujer no se limitaba a hacer brotar sólo brazos de la nada. Encarándole, fue esta última quien interrumpió el silencio:

- Podría haberte avisado antes, pero te vi tan concentrado en lo que fuera que estuvieras pensando que preferí no interrumpirte. Sin embargo, - añadió - no pude evitar echar un vistazo al ver que te alejabas adentrándote en la jungla, perdona mi indiscreción... aunque algo me dice que fue de lo más oportuna, ‌¿me equivoco?

-¿Qué estás haciendo aquí? – molesto por la impertinencia del comentario final, Zoro preguntó con tono hosco.

- Es curioso…podría plantearte la misma pregunta: ‌¿qué te ha traído hasta este lugar, espadachín?

El aludido meditó por unos instantes la conveniencia de inventarse alguna excusa, o revelarle en cambio su verdadero propósito.

- Te estaba buscando. Tu turno ahora. –escogiendo la segunda alternativa, respondió sin entrar en mayor detalle.

Conjeturando con relativo acierto las razones del interés del pirata por su paradero, Robin trató de inhibir cualquier signo visible del hartazgo que comenzaba a experimentar ante el excesivo celo de aquel joven por desvelar sus presuntas intenciones. Si bien podía encontrar comprensibles sus motivos, le dolía de alguna manera la animosidad de aquél: parecía estar recordándole todo el tiempo quién era ella y qué clase de vida había llevado en el pasado. Resultaba difícil en aquellas circunstancias dejar todos aquellos años atrás.

Así pues, y aunque hasta cierto punto logró su propósito de mantener la calma, su respuesta no estuvo exenta de un amargo sarcasmo:

- Disfrutaba de un agradable paseo nocturno, hasta que te vi pasar de largo, totalmente ensimismado. Después de comprobar que parecías extraviado, me senté a esperar a que reencontraras el lago. ¿O preferirías quizás que te dijese que he estado conspirando?

- No juegues conmigo, mujer…- la inflexión gélida que revistió de pronto la voz del espadachín, sumada a la súbita fiereza que había cobrado su mirada, dio a entender que aquella amenaza no era vacua.

- Ya te he respondido. – Sin amilanarse, la arqueóloga se puso en pie, revelando su considerable estatura, y tras unos segundos en silencio, en los que parecía estar valorando algo, extendió hacia arriba la palma de la mano en señal de ofrecimiento.- ¿Querrías unirte al paseo? La noche es acogedora.

Dando media vuelta, Zoro se echó a andar, alejándose.

- ¿Por qué habría de hacerlo? – cortante, declinó la invitación-.Ya he averiguado lo que quería; me vuelvo con los demás.

A la vista de aquello, Robin se preguntó si realmente aquel muchacho era tan interesante como se las había prometido en un principio, y si valdría la pena lo suficiente como para compensarle el seguir insistiendo. En similares circunstancias lo habría dejado ya por imposible por mucho menos.

En el fondo, era más que consciente de las razones que la motivaban a ello. Una de ellas se la ofreció en bandeja el rumbo que tomaba el espadachín.

- Pues, por ejemplo, porque de lo contrario, probablemente acabes en el otro extremo de la isla. – Señaló en dirección opuesta a la que seguía el más joven.- Al campamento se va por ahí.

Dispuesto a replicar, el "cazador de piratas" abrió la boca. No obstante, pensándoselo dos veces, se limitó a exhalar un bufido a la vez que se aproximaba a Robin guardando, eso sí, una distancia que él creyó prudencial. Ésta última, por su parte, sonrió satisfecha. Hasta cierto punto, podía anticipar el comportamiento del joven, y provocarlo, aunque no era un comportamiento muy maduro por su parte, le divertía.

Durante varios minutos ambos caminaron sin pronunciar palabra, interrumpido el silencio ocasionalmente por preguntas de la arqueóloga acerca de él o del resto de la tripulación, a las que Zoro solía responder con brevedad, aunque en un tono más comedido y menos arisco que el que empleado anteriormente.

En un momento dado, un sonido metálico, provocado por el impacto de una de las botas del espadachín contra un objeto semienterrado en el suelo, interrumpió la marcha de ambos. Agachándose, tanteó con sus dedos en la penumbra hasta acertar con lo que se había topado, para desenterrarlo a continuación. La alzó hasta que la luz lunar incidió directamente sobre su superficie, lo que le permitió comprobar mejor de qué se trataba.

- ¿Qué es eso? – preguntó Robin.

- Una caja. ¿Qué está haciendo algo así en medio de la selva?

- Déjame verla. – asintiendo, Zoro le alargó la caja. Tomándola entre sus manos, la arqueóloga retiró los restos de tierra que permanecían adheridos, y la sometió a un cuidadoso examen.

Efectivamente, no parecía tratarse más que de una simple cajita de chapa, ligeramente deformada. Estaba abierta, aunque de su contenido original nada quedaba, reemplazado por aún más tierra y polvo. Sin embargo, para Robin, la verdadera historia de aquel recipiente no se encontraba en su interior, sino fuera, en los restos de pintura ya desgastada, y las inscripciones que la decoraban.

- Qué interesante… - Sus ojos se iluminaron, lo que no pasó desapercibido para su acompañante. – Regresemos al lago, quiero confirmar una cosa.

- ¿De qué se trata?

- Todavía no estoy segura del todo, necesitaría algo más de luz.

Emprendieron el camino de regreso, no hasta el campamento, desde el que todavía podían oírse, aunque menos ruidosos, los cánticos de sus incombustibles compañeros, sino hasta las márgenes de la laguna. Allí, Robin hizo uso de sus habilidades para hacerse con una de las antorchas que ornaban el Altar del Sacrificio, que acto seguido orientó hacia la caja. Pronto una leve sonrisa iluminó su rostro, mientras sus dedos proseguían su exploración.

- ¿Algo importante? – se interesó el espadachín, curioso por la atención que un objeto tan insignificante había despertado en la mujer.

- Sí y no… Se trata de una caja de tabaco para pipa.

- Tal vez sea del cocinero. – Zoro se detuvo por un instante, para rectificar a continuación.- Aunque creo que lo único que fuma son cigarrillos.

- Lo dudo: la caja parece llevar aquí mucho más tiempo que nosotros. Además del estado en que se encuentra fíjate, por ejemplo, en esto. – señaló a una figura pintada en la tapa que, pese al desgaste, podía identificarse con relativa facilidad.

- Un barco, ‌¿no?

- Un viejo galeón de North Blue –asintió-. Aunque la bandera ha sido ya borrada, el mascarón de proa tiene la forma típica de las grandes naves construidas en una isla encuadrada en dicho mar. Asimismo, el idioma en que se hallan las inscripciones, es un dialecto arcaico de otro islote concreto de la region. Incluso tiene grabado el año en la base: la fecha data de hace poco más de cuatrocientos años.

- Es decir, que esta caja lleva más o menos ese tiempo aquí.

- Seguramente. Con lo que ya habíamos averiguado por la tarde, no es que se trate de un descubrimiento fuera de lo común, pero podría aportar una prueba más que reafirma que nos encontramos sobre una parte de la Jaya original. Es posible que esta caja perteneciera a uno de los hombres de Norland. Aunque, por supuesto, no es una certeza absoluta: también podría significar que la tabaquera fue extraviada por algún otro viajero procedente del "mar azul" que, al igual que nosotros, logró llegar hasta aquí.

Mientras continuaba con su explicación, Zoro la observaba y escuchaba con disimulado interés, admirándose de la habilidad de Robin para deducir información a partir de objetos en apariencia triviales, como una caja de tabaco, o una calavera, en los que él no habría reparado más que para, tal vez, apartarlos de una patada. La inteligencia y experiencia de aquella mujer, más peligrosas en su opinión incluso que las habilidades de su Akuma no mi, y casi tanto como sus propias katanas, reconoció, eran cualidades que le intimidaban tanto como le atraían.

Inseguro de estos últimos pensamientos, trató de repetírselos mentalmente.

La inteligencia y experiencia de aquella mujer…blablabla…Le intimidaban…Y le atraían.

¿Le atraían?

Al admitir esto último, no pudo reprimir un ligero estremecimiento, que rogó hubiera pasado inadvertido para la arqueóloga. Trató de restar importancia a aquel hecho escudándose en su afición al peligro y los retos, planteándoselo de manera que tales atributos hubieran despertado su atención por mero "interés profesional", del mismo modo que, por ejemplo, y aunque no lo reconocería ni bajo la peor de las torturas, admiraba en cierto modo el estilo de lucha de Sanji.

Aunque, desde luego, Robin le resultaba infinitamente más atractiva que el "maldito cocinero".

Y, por segunda vez, sintió la necesidad de justificarse:

"Es una obviedad, ¿no?"

- ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara. – se interesó de pronto la causa de todos sus males presentes. Alzando la mirada, Zoro se encontró con dos llamativos ojos pardos clavados en él.

Por suerte para él, la súbita irrupción de una sombra de gran tamaño a las espaldas de la mujer le brindó una ocasión perfecta para evadir una situación probablemente incómoda.

- ¡Hay algo detrás de ti!‌¡Aparta! – Y desenvainó con la celeridad de un rayo. La aludida, por su parte, desoyendo la advertencia del espadachín, se limitó a girarse hasta que pudo ver una criatura muy similar a un cangrejo de río, aunque de un tamaño bastante mayor, abalanzándose sobre ella con intenciones no demasiado amistosas. Sin apenas inmutarse, Robin realizó una especie de pase con las manos.

- ¡Ocho Fleur! – al instante, ocho brazos emergieron de los laterales del artrópodo y, tras retorcerle las patas, lo redujeron. Inmovilizado, el animal cayó a tierra agitando con rabia e impotencia ambas pinzas, que habían quedado libres.

Resuelto el problema, señaló tranquilamente al cangrejo, dirigiéndose a Zoro, que volvía a envainar a Yubashiri, abiertamente decepcionado por no haber tenido ocasión de utilizarla.

- ¿Crees que le podría interesar al cocinero?

- Y yo qué sé…pregúntaselo a él.- encogiéndose de hombros, el tono en la respuesta del joven hizo patente la ya mentada decepción.

Por su parte, Robin continuó observando al espadachín aun después de que éste hubiera esquivado su mirada para dedicar la suya propia a inspeccionar los alrededores, aún con el ceño fruncido. La mujer se sintió entonces como si le hubiera quitado el caramelo a un niño y, divertida por tal pensamiento, no pudo evitar sonreírse. La comparación no le resultaba del todo descabellada, dada la diferencia de edad entre ambos, si bien en el fondo sabía que no se ajustaba a la realidad, ni por la personalidad–con notorias excepciones-, ni tampoco por, saltaba a la vista, el sugerente físico de Zoro.

A los rasgos del pirata, pronunciados –probablemente, añadió para sí, debido a la frecuencia con la que fruncía el gesto- aunque agradables, se sumaba un cuerpo más que atlético, como había podido comprobar durante la travesía al bordo del Going Merry, al verlo entrenar con el torso descubierto. Torso, además, surcado por cicatrices, con una de considerable tamaño que lo atravesaba por completo, destacando sobre todas las demás.

Fisonomía, en resumidas cuentas, bastante alejada de la de un crío.

- ¡Eh! – la llamó el joven – No oigo ya cantar…Deberíamos volver.

Con un gesto de asentimiento, ambos emprendieron el camino de regreso al campamento. Sin embargo, no bien habían dado un par de pasos cuando un chapoteo, seguido de un sonido chirriante, volvió a ponerlos en alerta, especialmente a Zoro. Fuera lo que fuera, nada ni nadie le arrebataría a su presa en esa ocasión.

Sin articular palabra, y tomando a Robin del brazo para hacerla a un lado a la vez que empuñaba una de sus katanas, no dio apenas tiempo a ver a un segundo cangrejo de río gigante, de tamaño aun mayor que el primero y que probablemente trataba de vengar a su congénere, alzar sus pinzas en clara señal de amenaza, antes de que se desplomara abatido por un rápido y certero ataque del pirata.

- Que vengan más, si se atreven.- fanfarroneó.

- Buen trabajo. – le felicitó la arqueóloga, cuyo brazo permanecía todavía sujeto, aunque optó por no mencionarlo por el momento. Su captor, por el contrario, no se había apercibido aún del hecho.

- Era al menos el doble de grande que el otro... ¡Y fíjate qué pinzas! –orgulloso de la hazaña, continuó jactándose, haciendo hincapié en las mayores proporciones y, según él, peligro que suponía el desafortunado animal con respecto al que la mujer había abatido en primer lugar. La descarga de adrenalina había puesto momentáneamente en orden el barullo que hasta entonces ocupaba su mente, haciéndolo a un lado para dejar a su orgullo campar a sus anchas.

Ante aquel alarde de hombría poco disimulado, Robin concibió una idea para bajarle un poco los humos y aprovechar de paso para darse un capricho, que le venía rondando por la cabeza desde algunos días atrás.

- Desde luego, yo no habría sido capaz. Gracias, espadachín...- y llevó la mano libre a la cara de Zoro, en una breve caricia, a la vez que, inclinándose, aproximaba su rostro al de aquél hasta que sus labios se rozaron durante unos segundos. Cuando se separó, lucía la misma sonrisa que le había dirigido hacía ya un rato, sentados en torno a la hoguera –. Ah, por cierto, ya puedes soltarme el brazo... no creo que el cangrejo vuelva a levantarse.

Casi por inercia, recuperándose todavía de la sorpresa, y preguntándose por qué había sido del todo incapaz de ver venir y reaccionar ante aquello, Zoro soltó el brazo. Tras una leve inclinación de cabeza en señal de agradecimiento, Robin hizo un ademán con la mano recién liberada, instándole a regresar al campamento.

Volvieron en absoluto mutismo, interrumpido solamente cuando por fin llegaron a su destino. Con la fiesta ya terminada, Usopp y Luffy buscaban un lugar cómodo donde acostarse. Nami debía encontrarse ya en el interior de la tienda de campaña donde ella y Robin pasarían la noche, y Chopper ayudaba a Sanji a recoger los utensilios de cocina que habían quedado desperdigados. Cuando este último advirtió a los recién llegados, saludó efusivamente a una de sus dos "ojitos derechos".

- ¡Robin¡‌ !Tu ausencia estaba a punto de desgarrar mi corazón! – fijándose mejor al acercarse, el cocinero pudo notar manchas de sangre en la camiseta de Zoro y en un hombro de la mujer. Entonces se dirigió al espadachín, en un tono radicalmente diferente – ¡Eh, tú!‌¿eso es sangre?

Iniciar una discusión con Sanji no figuraba en aquel preciso instante entre sus prioridades, así que lo ignoró por completo, mientras se sumaba a los otros dos en su búsqueda de un rincón cómodo. Fue la arqueóloga quien respondió en su lugar.

- En absoluto, sr. cocinero. Tan sólo tuvimos un contratiempo con la fauna de los alrededores. Al parecer, no todos los animales de por aquí son tan amistosos como los lobos.

- ¿Qué?‌¿Mi Robin en peligro? – con mucho menos tacto, increpó entonces a Zoro, quien sentado sobre una raíz y con sus ojos ya cerrados intentaba conciliar el sueño y olvidar todo lo sucedido durante la noche.- ¿Para qué coño sirves, aparte de tirarte todo el día levantando pesas o durmiendo?

El aludido, por toda respuesta, abrió los ojos y le lanzó una mirada fulminante. Aunque pareciera increíble, por una vez no tenía intención de pelearse con Sanji... pero si seguía buscándole las cosquillas acabaría por encontrarlo. Nuevamente, Robin tomó la palabra por él.

- No fue nada…Tanto el espadachín como yo pudimos ocuparnos sin mayor problema. Si me disculpáis, mañana será un día duro. – y entró en la tienda, dedicando una última, discreta mirada, a su acompañante a lo largo de la noche.

- Ah, qué mujer… – perdido en sus ensoñaciones, Sanji echó tierra sobre las brasas que aún no se habían apagado, y se acomodó como buenamente pudo, para echarse por fin a dormir.

Al cabo de unos minutos, todos excepto, irónicamente, Zoro, dormían apaciblemente. Éste, rozándose la mejilla que había acariciado Robin, maldecía a esta última, a sí mismo, y especialmente al hecho de que en realidad aquel tibio beso le hubiera resultado tan…agradable.

(¤)La escena prácticamente repetía lo ya acontecido en la porción de Jaya todavía en, y no sobre Grand Line, mientras buscaban el Pájaro del Sur.