Antes de nada, quería agradecer vuestros reviews (he tomado nota de ellos) y pedir perdón por el retraso. La inspiración se ha hecho de rogar lo suyo en esta ocasión, y mi orgullo me impide escribir lo primero que se me pasa por la cabeza cuando no estoy por la labor. Pero bueno, felizmente sorteado el bache (o eso espero), aquí llega la conclusión del fic. Espero no defraudar.


3.

La gigantesca serpiente hija de la mítica Kashigami dormía tras haberse extenuado durante varios días de continuados festejos, celebrando la derrota de Enel a manos de Luffy, el fin de la guerra entre los habitantes de Skypiea y los guerreros de Shandora, y el regreso de estos a sus tierras tras cuatrocientos años de obligado exilio. En su estómago, el propio Luffy, Nami, Sanji y Chopper saqueaban el oro de la ciudad dorada engullido por el animal a lo largo del tiempo, mientras un Zoro todavía cubierto por vendas guardaba vigilancia fuera, aprovechando para entrenar y a la vez reflexionar acerca de lo ocurrido durante aquellos días.

Desde luego, su capitán no podía tener queja. Habían tenido la aventura con que el muchacho había soñado desde que el log pose comenzara a apuntar hacia arriba, hacia donde ahora se encontraban. Desde el casi suicida ascenso, hasta el final feliz, no habían tenido apenas un momento de calma. Y en las contadas excepciones de que habían dispuesto para relajarse, en su caso particular no podía decir que lo hubiera conseguido siempre.

Estableció un rápido recorrido por todo cuanto habían vivido desde su accidentada llegada a aquel lugar casi paradisíaco, fachada que no tardó en desvanecerse, revelando a una población subyugada por el temor al castigo de un "dios" – Enel – quien, aunque impostor, se aproximaba casi absurdamente, merced a su dominio del mantra y sus terribles poderes de tipo Logia que le permitían controlar el relámpago, a la concepción más típica de la divinidad. A un tiempo, se sumaban los descendientes de los habitantes de la Jaya original, en guerra contra Enel y los propios habitantes de Skypiea, que los habían despojado de la legítima heredad de sus tierras.

Por lo que a la tripulación respectaba, de uno u otro modo, todos ellos habían terminado involucrados en semejante contexto. Primero, tras ser dividida en dos, al haber sido capturados parte del grupo, entre los que se encontraba él mismo, con los demás, debiendo superar una "prueba" impuesta por Enel y sus sacerdotes antes de poder reencontrarse. Más tarde, el descubrimiento de que se hallaban en Jaya había derivado en la búsqueda del oro de la ciudad dorada de Shandora, enmarcada en medio de un macabro juego de supervivencia establecido por el "dios", en el que tomaban parte, además, sus milicias e, inconscientemente, los guerrilleros de Shandora que atacaban la isla en aquellos momentos.

Por si todo aquello hubiera sido poco, también estaba Nico Robin…Cansado de buscar excusas, algo por otra parte deshonroso e impropio de él, había terminado por afrontar la realidad, por inoportuna que ésta resultase.

Y la realidad era que, en el fondo…No.

Quizás…Tampoco.

Existía la posibilidad…

El silbido de las katanas cortando el aire cesó, y los ronquidos del enorme reptil quedaron solos frente al silencio del lugar en que se hallaban. Tras tres intentos infructuosos, en los que la frase que intentaba gestar en su mente se desvanecía justo antes de llegar a lo que el espadachín pretendía expresar, inspiró profundamente, como disponiéndose a realizar la tarea más agotadora del mundo …

Existía la posibilidad de que quizás, en el fondo, comenzaba a albergar incipientes sentimientos que podrían catalogarse de "románticos" hacia aquella mujer.

A su pesar, apostilló.

Ya estaba: aunque embarullado, no había sido tan complicado después de todo. Convencido de que lo peor ya había pasado, retomó su rutina de ejercicios, momentáneamente interrumpida, planteándose paralelamente cómo había llegado a aquella situación.

No podía decir que se hubiera dejado arrastrar por la exótica belleza de Nico Robin.

Desde luego, que las mujeres no constituyeran uno de sus objetivos prioritarios en la vida tampoco significaba que fuera ciego, y los rasgos de aquélla en concreto le resultaban extrañamente llamativos. Pero dudaba que aquélla hubiera sido la única razón por la que ocupaba sus pensamientos con cada vez mayor, irritante frecuencia.

Quizás fuera su carácter, reservado, misterioso, tan merecedor de todas las sospechas del mundo como, a un tiempo, magnético como una brújula fuera del Grand Line.

O también su letal técnica de lucha, que a la habilidad de su Akuma no Mi sumaba una inteligencia fuera de serie, y la experiencia de sus muchos años como asesina.

Y¿por qué no?‌, un cierto deseo de repetir nuevamente las sensaciones que parecían haber quedado grabadas a fuego en su memoria tanto al recibir el beso – aunque placentero, una provocación en toda regla, en su opinión- junto al Altar del Sacrificio...o al sentir la piel ardiente de la arqueóloga sobre su brazo, al recogerla tras haber caído ésta abatida por una descarga eléctrica de Enel.

Estaba pensando de más.

En resumidas cuentas, podría tratarse de una mezcla de aquellas cosas, o quizás de ninguna. En aquel preciso instante, la única conclusión a la que Zoro llegaba era que tratar de racionalizarlo no le estaba haciendo ningún bien…

Y, cuando cualquier otro en su lugar estaría pensando métodos con los que conseguir su atención, él conjeturaba cómo olvidarse de ella. Ni tan siquiera cabía el pensar en la posibilidad de que la arqueóloga pudiera corresponderle, o si por el contrario tan sólo había estado coqueteando con el fin de provocarle, o quién sabía para qué.

Ocupado con tales pensamientos, en una momentánea distracción en sus ejercicios cortó de un tajo una pared de piedra, que se derrumbaba anunciando su final con un notorio estruendo.

–Joder…

Si a la serpiente le daba por despertar, o alguien se encontraba lo suficientemente cerca de allí como para haber escuchado el ruido, todos ellos se verían envueltos –una vez más - en serios problemas.

Aquel casi insignificante acontecimiento aportó una evidencia más del "error" que había cometido. Definitivamente, debía quitarse a aquella mujer de la cabeza como fuera. A diferencia de cualquier otro, no era algo que pudiera permitirse alegremente. Abría la puerta a una evidente debilidad que no podía darse el lujo de adquirir. Había empeñado toda su vida en cumplir la promesa que, años atrás, había hecho a Kuina. Si fracasaba por algo como atarse a un sentimiento y todo lo que ello podría implicar, el deshonor le impediría mirarla a la cara, una vez muerto, cuando se reencontrara con su antigua amiga.

Promesa que, en cierto modo, había renovado al encontrar a Luffy. Fallar a su capitán por algo así tampoco entraba en su agenda. O poner en peligro a la tripulación en el caso de que aquella mujer acabara traicionándolos de alguna manera.

Una cosa es que le atrajera, y otra muy distinta olvidar de repente quién era. Todavía no había llegado al extremo de idealizarla, y afortunadamente no llegaría.

Quizás todo había entrado desde el comienzo en sus planes, para desestabilizarlo.

Estas y otras disquisiciones ocupaban sus pensamientos cuando un sonriente Usopp, cargado con los diales obtenidos tras comerciar con los habitantes de Skypiea, llegó a donde él se encontraba.

No había transcurrido mucho más desde entonces cuando Luffy y los demás salieron del interior del reptil cargados de oro, sus rostros la viva imagen de la satisfacción – especialmente el de Nami.

- ¿Y Robin? – preguntó Sanji.

- No lo sabemos.

- Deberíamos preparar el Going Merry para irnos de aquí cuanto antes – explicó la navegante -.Iré yo primero. Vosotros quedaos aquí con el oro y esperad a que vuelva Robin.

Dicho esto, la joven pelirroja marchó, dejando al resto de su tripulación regocijándose con las riquezas que habían "adquirido", y planeando en qué las gastarían en cuanto descendieran al nivel del mar.

Tras largos minutos sin noticias de la arqueóloga, los Sombrero de Paja comenzaban a impacientarse. Empezando por su capitán:

- Qué lenta es Robin…

- Este lugar está desierto. – comentó Chopper- ¿Por qué no hay nadie por aquí?

- Mejor así. Así no tendremos que preocuparnos por que nos vayan a pillar. – mucho más práctico, Sanji optó por no plantearse la razón de que no se viera una sola presencia ajena, humana o animal, en las ruinas de la ciudad dorada.

- A estas alturas Nami debe de haber llegado ya al barco. Seguro que nos está esperando.

En aquel momento, la solución a todos los problemas que minutos, horas, días antes, se le habían presentado a Zoro se le reveló con absoluta claridad. Sin pensárselo dos veces, decidió comunicársela a sus otros camaradas.

- Eh¿y por qué no nos vamos al barco, y nos largamos de aquí sin esa mujer? – Sonaba tan fácil… sin Robin en el barco no tardaría en olvidar que alguna vez existió, lo que le permitiría volver a una concentración casi absoluta, y cualquier posible conato de traición por parte de ella no habría lugar, con lo que habría eliminado dos pájaros de un tiro.

Su propuesta, en cambio, no fue tan bien recibida como él habría deseado, y pronto pudo comprobar las opiniones discordantes del resto.

- ¿Pero tú eres gilipollas o qué?‌¡No podemos hacer eso!

- ¡Zoro!‌¡Eres estúpido!

- ¡Cabrón de pelo verde!

- ¡Pelo-verde cabrón!

Y pronto el aludido resolvía "civilizadamente" sus discrepancias con los demás, enzarzándose todos ellos en una pelea propia de un patio de colegio.

- ¡Maldita sea!‌¡Os voy a enseñar a no insultarme!

- ¡Estúuupido!

- ¿Te gustaría que no esperáramos por ti cada vez que te pierdes, que viene siendo después de dar tres putos pasos adentrándote en una jungla?

Usopp y Chopper, que ya habían recibido argumentos suficientes por parte del espadachín como para convencerles de abandonar la disputa, advirtieron voces de gente. No tardaron en divisar una forma conocida.

- ¡Eh, allí está Robin! – alertó el tirador.

Al oírlo, Luffy, Sanji y Zoro detuvieron la riña. En efecto, el contorno de la arqueóloga se hacía visible por fin…seguida por las gentes de Skypiea, que transportaban lo que parecía un enorme cañón envuelto en lonas(1).

- ¡Hey, Robin!‌‌¿A qué esperas?‌¡Les hemos robado el oro, date prisa! – un impaciente hombre de goma la llamaba con todas sus fuerzas.

- ¡Imbécil! – le increpó el cocinero - ¿Cómo se te ocurre soltarlo así, a voces?‌¿No ves a toda esa gente detrás de ella?

- ¡Mierda!‌¡Y tienen un cañón gigante!

- ¡Yahhhhhhhh! – gritó el pequeño reno - ¡Cuánta gente, y con un cañón!

- …Os dije que nos teníamos que haber ido sin ella. – rezongó Zoro, con una incómoda sensación en su estómago que le recordó de pronto a la primera vez en que se hizo a la mar.

Sin dar tiempo a mucho más, y echándose al hombro los sacos cargados de tesoros de indudable valor, emprendieron una veloz carrera hacia el Going Merry, que los aguardaba para abandonar la Isla del Cielo y poner así rumbo hacia su próxima aventura.

(1) En realidad, un enorme poste de oro macizo con el que los habitantes de Skypiea querían agradecerles a los Sombrero de Paja su ayuda contra Enel y los sacerdotes.