Disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko, no me pregunten. ¡De ser mío, todo el Shichinin-tai estaría vivo! Como sea, yo sólo me entretengo manipulando los hilos en esta historia.

Advertencia: Shounen Ai. No es muy fuerte, pero aquí está.

Pairings: Jakotsu x Bankotsu.

Glosario: Shikonji – Templo de las Cuatro Almas.

Shikon no Tama – Joya de las Cuatro Almas.

Sugoi – Increíble.

Capítulo 11.- El Shikonji.

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Se miraron un momento en silencio, uno de rodillas frente al otro, justo antes de inclinar el rostro simultáneamente, las mejillas fuertemente ruborizadas y la posibilidad de escuchar los latidos de sus corazones.

Había llamado Bankotsu a la puerta, más sin embargo ahora que le tenía enfrente se sentía incapaz de poder decirle algo, y la necesidad de escapar, de respirar más profundamente que en aquél momento en que el aire le estaba faltando, y peor aún, de volver a sentir aquellos dulces labios sobre los suyos comenzó a llenarle tan abruptamente que sintió miedo.

—Perdóneme, aniki..- la voz suave de Jakotsu fue la primera, tímida, reprimida, casi con temor de que Bankotsu pudiese escucharle. -...yo... no sé lo que...

Bésame de nuevo..

Hubiera querido pedírselo, ordenárselo, después de todo él era el líder y podía hacer lo que le placiera sin que ninguno de sus subordinados se atreviera a contradecirle.

—...perdóneme...-

El cabello suelto de Jakotsu cayendo sobre su rostro y sus hombros delgados le estaba llamando a tocarle. Sus párpados caídos, su nariz pequeña, sus labios entreabiertos..

Sintió un extraño bombeo golpeándole todo el cuerpo, y cuando la mirada acuosa de Jakotsu se levantó hasta toparse con la suya el miedo que estaba apoderándose de él se convirtió en terror.

Si se quedaba más tiempo ahí, viéndole de aquella forma...

Se incorporó sin mucha elegancia, y dirigiendo una mirada indefinida a su compañero, cabeceó.

—Así estará bien.- fue lo único que dijo, aceptando sus disculpas, y luego se marchó, con su cabello trenzado agitándose contra su espalda.

Había ido en su busca sabiendo bien lo que deseaba decirle, pero al momento de tenerle frente a sí se sintió aterrorizado... y Jakotsu, todavía arrodillado dentro de su habitación, vió cómo su líder se marchaba.

—Estúpido...- se dijo a sí mismo, apretando la tela blanca de su yukata sobre ambas rodillas y cerrando bruscamente sus ojos.

Estúpido mil veces por creer que realmente Bankotsu había ido a buscarle para hablar al respecto.

Para corresponder.

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—¡Sugoi!- reacomodándose sobre el regazo de Sesshoumaru, el joven houshi levantó la mirada. El mar del sur se extendía amplio frente a ellos, hasta perderse de vista. El sol naciendo entre sus aguas le caló en los ojos, pero aún así no pudo apartar su mirada. Era tan majestuoso... Jamás había visto nada parecido en su vida. Y tarde se dio cuenta de que estaba incomodando al taiyoukai hasta que éste lo apretó contra sí, dolorosamente.

Su rostro se volvió hacia él y le lanzó una mirada incómoda.

—G-gomen nasai...- jadeó, sintiendo cómo el metal frío de los mangos de las espadas se incrustaba en su torso.

Sesshoumaru gruñó.

—¿En dónde se encuentra ese templo?- inquirió, en una voz baja cargada de orgullo. No se iba a rebajar a pedirle al humano que dejara de tratarle con tanta falta de respeto, pero tampoco iba a ordenarle que le respetara. No, un príncipe youkai como él no necesitaba decir algo que cualquiera pudiese entender con una sola de sus miradas.

Y Miroku era inteligente. Lo comprendería.

Los músculos de la espalda del monje se contrajeron, y moviendo su cabeza observó el horizonte un par de segundos.

—No muy lejos. Deberíamos llegar en muy poco tiempo.-

Sesshoumaru no le respondió. Simplemente aflojó ligeramente su agarre, y sacudiendo su cabeza para despejar su rostro de cabellos molestos, apresuró la marcha.

Estaba comenzando a impacientarse.

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Impaciente, impaciente. Inuyasha siempre había sido de lo menos paciente que se podría encontrar por ahí, y Myouga estaba acostumbrado a eso, así que no protestó cuando su joven amo saltó por encima de las copas de los árboles, desesperado.

Había un aroma desagradable flotando por el aire, cada vez más nauseabundo. Y la desesperación dentro de su pecho se acrecentaba conforme se acercaban más a él.

—¡Estamos cerca!- exclamó, cuando la luz blancuzca del amanecer apareció a la distancia, al final de una hilera de árboles, y sus saltos se alargaron todavía más.

Sus plantas tocaron tierra, bruscamente, y casi se cae cuando se impulsó para salir del bosquesillo.

Entonces sus garras se enterraron en la arena fría, su cabello se sacudió con fuerza cuando el aire marino le golpeó el rostro y sus ojos dorados se ensancharon, sorprendidos.

El mar se extendía frente a él, hasta donde le alcanzaba la vista, emborronada el agua por la mancha del sol naciente a la distancia y las nubes que perezosas emprendían apenas el ascenso matutino. Había varios sonidos entremezclados; el chillido de una gaviota, el caminar de los cangrejos, el ulular del viento. Todo esto mezclándose con la estupefacción del hanyou y el penetrante aroma salado del océano.

—¿Qué es esto, Myouga?- inquirió finalmente, encontrada su voz, cuando la terrible realidad pareció atravesarse en su camino.

—Es el mar, Inuyasha-sama.- aclaró el viejo youkai, de forma cómica, antes de ser apaleado por su joven amo.

—¡Ya lo sé!- la voz iracunda de Inuyasha quebró la quietud. -¡Lo que quiero saber es cómo demonios llegaremos a ese lugar!-

Rascándose la cabecita calva Myouga pensó en eso por primera vez. La última ocasión que vino a ver el templo en que la Shikon no Tama era resguardada fue hacía un par de años, en compañía del viejo Toutousai y su vaca mágica, por lo que aquél viaje interminable no fue necesario. Y no recordó por la misma causa que una isla era una pequeña porción de tierra aislada del resto del mundo por una inescrutable barrera de agua salada a la que Inuyasha, siendo un demonio perro, jamás sería capaz de salvar.

—T-Tal vez podríamos conseguir que alguien en una aldea cercana nos prestase una embarcación...- sugirió, encogiéndose de hombros.

Y aunque Inuyasha aceptó la idea de buenas a primeras, no se imaginó que seguiría en aquél lugar durante las primeras horas de la tarde.

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Sesshoumaru redujo considerablemente la altura y la velocidad de su vuelo cuando la pequeña porción de tierra a la que el monje reconoció como la indicada apareció en su campo de visión.

Su humor se había irritado conforme las primeras horas del día avanzaban, cuando el hedor del monstruo se confundió con el olor de minerales y el agua del mar e irremediablemente el rastro había sido perdido.

¿Y qué había si el demonio tomaba otro camino y perdía él el tiempo yendo en busca de respuestas que tal vez no obtendría?

La idea original, la que implicaba al humano, había sido relegada cuando el pútrido aroma de aquella cosa se había cruzado en su camino convirtiéndose inevitablemente en el objetivo primordial de su búsqueda.

Más seguiría con lo acordado al menos hasta estar seguro en un cien por ciento de que la Shikon no Tama estaba aislada del asunto y que ese infeliz no iría en su búsqueda, al menos hasta que él pudiera interceptarle.

Y entonces estaba Miroku. Ese humano era molesto, verdaderamente, aunque le sorprendió el hecho de que no exigiera más que transporte y un poco de sueño. Es cierto que le resultaba inútil dormido, pero también más cómodo a tener que soportarle hablando de cosas que no le interesaban, viéndole de aquella forma que le asustaba o simplemente permaneciendo en el silencio que nunca antes le pareció incómodo hasta que sus caminos se encontraron.

Pero de todos modos...

—Es ese...- la voz suave interrumpió sus pensamientos y por inercia siguió la mirada del houshi. En el centro de la isla, en medio de un pequeño valle entre un sistema montañoso se levantaba una aldea, apenas visible desde la distancia, pero lo bastante cercana ya como para poder oler el desagradable aroma de los humanos.

Apretó su garra alrededor de la cintura del monje, quien frunció el cejo, adolorido, y se dispuso a descender por completo.

La tierra comenzó a acercarse cada vez más, los árboles se alzaron alrededor de ellos, y de pronto los pies de Sesshoumaru tocaron suavemente el suelo cubierto de pasto por el que aparentemente no había pasado el invierno.

Levantando ambos la mirada se toparon con las primeras casas del poblado, desde cuyos alrededores varias personas les miraban ya, asustados, Sesshoumaru gruñó. Arrojó bruscamente a su compañero hacia un costado, y sin ninguna inhibición comenzó a caminar hacia la aldea, en la que el aroma a incienso y comida recién preparada se hacía cada vez más fuerte.

Tres segundos después Miroku reaccionó, se incorporó, se acomodó torpemente las ropas y apresuró el paso hasta alcanzar al taiyoukai que caminaba a pasos cortos hacia la aldea, en medio de miradas curiosas.

Una mujer apareció entonces, en su camino, y mirándoles con el gesto ceñudo, les prohibió el paso.

—¿Quiénes son ustedes!- exclamó, con una voz firme y fuerte que sorprendió al houshi. -¿Qué es lo que hacen aquí!-

Sonriendo, Miroku se adelantó.

—Buenos días, hermosa jovencita.- su saludo estuvo tan fuera de lugar que incluso Sesshoumaru chasqueó su lengua al escucharle hablar. -Somos viajeros que hemos venido desde tierras lejanas para hablar con la sacerdotisa principal.-

La mujer frunció el cejo.

—¿Qué es lo que desean?-

Los ojos violetas de Miroku se ensancharon, ligeramente, y riendo se frotó la nuca con una mano.

—Me temo que eso es algo que tenemos que hablar directamente con ella.-

—¡Ella no está en disposición de aceptar a nadie en estos momentos!- gritó la joven, avanzando un paso y flanqueada por un grupo de sacerdotes. Seguramente no iban a ser las cosas tan sencillas como hubiesen deseado, pero eso no sería ninguna clase de impedimento.

No para Sesshoumaru.

Pero tal vez cometió un error...

No supo bien cómo fue, pero cuando el youkai se preparaba para sacar a Toukijin de su funda y partir por la mitad a ese insensato grupo de humanos, la mano derecha del monje, antes maldita, se levantó hasta él y suavemente se posó sobre su antebrazo.

Los músculos de Sesshoumaru se tensaron bruscamente, pero Miroku no apartó su mano del agarre sobre su brazo, y con un gruñido esta vez más fuerte, el demonio soltó el mango de su espada y bajó la mano.

Era la última vez que se permitía aceptar las órdenes de un humano, eso era seguro.

Y si no fuese porque le necesitaba...

—Estoy seguro de que Kikyou-sama nos hubiese recibido...- sonrió, soltando el agarre sobre el brazo del príncipe youkai y apretando su otro puño alrededor del mango de su shakujou. No estaba seguro de que aquél hubiese sido el comentario apropiado, pero ya que habían llegado tan lejos nada perdían con intentarlo.

Estaba preparando un nuevo método de conseguir lo que deseaban, cuando la mano de la mujer ordenó a los sacerdotes que se dispersaran.

Esos ojos implacables le recordaron repentinamente a los de Sango, y rió nervioso al compararlas, pero no dijo nada más hasta que ella, cabeceando, se dio la media vuelta.

—Síganme.- fue todo lo que dijo, con una voz tan reprimida que incluso Sesshoumaru tuvo problemas para escuchar.

Así que sin más la siguieron.

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El Shikonji era imponente. Tanto como los relatos de monjes, sacerdotes y sacerdotisas que habían viajado hasta el sur sólo para visitar ese sitio le habían hecho parecer.

Varios pilares se levantaban sobre la villa de piedra sólida sobre una parte alejada del pueblo, envuelta en una pequeña arboleda, como sostén para los techos de teja, piedra y varios incrustes de oro y bronce sólidos que servían de detalle para las esculturas de leones, dragones y algunos otros animales místicos cuyos escudos protegían el acceso a fuerzas malignas a aquél lugar.

Sesshoumaru lo descubrió de la manera más ruda.

Y dándose cuenta de que no podría entrar, ni siquiera destrozando cada una de esas esculturas, se quedó de pie en medio de la plaza, gruñendo, con el cejo fuertemente fruncido y la cabeza inclinada.

Si los malditos humanos no iban a hablar delante de él no iba a insistir. Después de todo no era su maldito problema si eran destruidos más tarde por aquella energía maligna; no, no, él se encargaría solamente de asegurarse de que el imbécil que se había atrevido a tratar de manipularle pagara con los jirones de su propia piel el dolor que le había ocasionado; de la misma forma abriría y destrozaría su cuerpo como la herida que él había causado en su orgullo.

Así que dejó que se fueran, inservibles para él, y se dedicó a observar el paisaje, ajeno a la disculpa de su acompañante y la conversación que se levantó apenas él fue dejado atrás.

Maldita fuera esa humana... maldita ella, el monje y todos aquellos que se atrevían a excluirle de los asuntos que le interesaban.

Mil veces malditos...

Pero no pudo saber cuánto tiempo maldijo hasta que el sol bajó hacia el oeste, lentamente, describiendo una curva oblicua que llamó la atención del taiyoukai.

—Está atardeciendo...- susurró, en voz baja, y una risita apacible a su espalda le hizo girar el rostro bruscamente.

No había podido percibir el aroma a hierbas del monje entre tantos olores poderosos mezclados entre sí, y asombrosamente le había tomado por sorpresa. Aunque, fuera del nivel más amplio de sus retinas, nadie hubiese encontrado muestras de eso en su rostro.

Miroku no fue la excepción.

—Pronto oscurecerá.- se adelantó a decir, en voz baja, y el houshi, arqueando las cejas, abrió los labios para hablar. -Será mejor que nos marchemos.-

La mirada púrpura del humano permaneció fija en su semblante por un momento, inexpresiva, hasta que, sabiendo que jamás iba a ser el mismo asunto tratar con él que con su hermano menor, asintió y se acercó a él.

Podían sentir la penetrante mirada de la joven miko desde el otro extremo del camino, en el umbral de las puertas del templo, pero no fue importante cuando el brazo del youkai se cerró posesivamente alrededor de la cintura del houshi y los ojos dorados enviaron una mirada amenazante a la mujer.

Casi amonestadora...

El humano me pertenece.

Ella se encogió de hombros, y sonriendo ligeramente, Sesshoumaru saltó al aire y su poder de youkai le hizo permanecer a flote, sintiendo los brazos delgados de Miroku aferrándose a su torso y el suave cosquilleo del cabello negro contra su nariz.

Hubiese podido apreciar todo aquello en cualquier momento menos en ese, en que su desesperante necesidad por hacerle saber a esa mujer que aquél humano estaba con él comenzó a llenarle de una forma tan inconsciente que ni siquiera se dio cuenta.

Las casas de la aldea comenzaron a verse pequeñas conforme se alejaban, con el sonido del viento agitándose alrededor de ellos y el suave tintineo de los anillos del shakujou rompiendo sutilmente el silencio que se formaba cuando estaban juntos.

Un silencio tan agradable que ninguno deseó romper en aquél momento.

Y bostezando, la cabeza de Miroku se apoyó torpemente en el hombro del youkai, quien esta vez olvidó reprenderle por eso.

—Hay algo acerca de la Shikon no Tama que tal vez deberías saber...- le escuchó decir, con su voz suave. La risa apagada del joven humano siguió a esto, y comenzando a incomodarse, Sesshoumaru inclinó la mirada.

—Naraku no estuvo en ese lugar.- fue todo lo que pudo decir, sin saber bien por qué, y Miroku cabeceó sobre su hombro.

—Y la Shikon tampoco.-

Aunque eso era algo que a él no le interesaba.

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Notas: Ya estoy en 5º semestre ToT! Wohoooo! Y también pronto se me acabaran las vacaciones, así que si alguien de aquí lee mis fanfics de St Seiya, queda decir que no podré actualizar tan seguido como hasta ahora xP nyaa, como sea. Se lo dedico a mi amiga Andy, que comparte perversiones conmigo o¬o... mwahahja, nosotras rlz o.o! bye bye :3