Disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko, no me pregunten. ¡De ser mío, todo el Shichinin-tai estaría vivo! Como sea, yo sólo me entretengo manipulando los hilos en esta historia.

Advertencia: Shounen Ai. No es muy fuerte, pero aquí está.

Pairing: Sesshoumaru x Miroku. Inuyasha x Miroku.

Capítulo 16.- El dolor de un beso.

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Rin dormitaba sobre el lomo de Ah y Un cuando llegó a aquél lugar. Hacía casi una semana desde que se había ido y ellos aún le esperaban en aquél sitio, tal y como les había ordenado.

No pudo evitar que una ligera sonrisa se dibujara en sus labios cuando la joven humana se giró sobre el cuerpo del mononoke y, torpemente, cayó al suelo con un golpe seco. Entonces la vio incorporarse, gimiendo y frotándose la cabeza con una mano mientras maldecía.

Maldecir... le había enseñado eso durante el tiempo que habían estado juntos, que había sido mucho. Sesshoumaru se mordió la lengua al pensar en los años que habían sido sólo ellos dos, humana y youkai acompañados de dos sirvientes... No podía entender, ni siquiera ahora, cómo fue que le permitió venir con él, pero si algo estaba claro en su cabeza era que no se arrepentía de haberla llevado consigo.

Porque sabía bien que, aunque le doliese admitirlo, la amaba. Había sido ella su único amor durante tanto tiempo. Su única razón para despertar día con día y seguir adelante, haciéndole un huequito en su corazón que se agrandaba un poco más conforme pasaba el tiempo.

Sin embargo Rin era un cachorro de humano y fue siempre lo que él pudo ver. Una cría. Una pequeña a la que debía proteger por encima de todas las cosas.

La amaba, pero no en aquél sentido, sino de la forma en la que supo que algún día su madre le amó...

Inclinó el rostro, irritado, y la imagen fugaz de la silueta delgada de un humano de pie cerca de él pareció materializarse de pronto. Volvió el rostro, asustado, y la persona a su lado se volvió para verle también, con una sonrisa.

Pudo casi escuchar su risa... etérea, sobrenatural... tan hermosa... y su corazón comenzó a ir de prisa cuando dentro de aquella mirada encontró un anormal color púrpura que le inundó por completo.

El monje.

¿¿Pero cómo era posible que...?

"¡¡Sesshoumaru-sama!" la voz de Rin interrumpió su tren de ideas, emocionada, y dando saltitos se acercó hasta él. "¿¿En dónde había estado? ¡El señor Jaken y yo estábamos muy preocupados por usted!"

Los ojos dorados de Sesshoumaru la miraron, vagamente, y se limitó a asentir. Había sentido un ligero impulso de sonreírle, pero no se permitía aparecer ante ella como un estúpido humano sentimental. Y además estaba todavía demasiado sorprendido como para haber sonreído incluso de haberlo deseado...

Su última sonrisa, en todo caso, fue para él...

Le asustaba la idea de haber comenzado a fantasear con un humano con el que había pasado solamente tres días, sin decir ni hacer nada que no fuese viajar y dormir, y que, no conforme con ser un verdadero insolente, se trataba del mejor amigo de Inuyasha.

Gruñendo, se adelantó a la jovencita de pie cerca de él y pasó de largo a su sirviente, que ya comenzaba a decir uno de sus discursitos zalameros de costumbre.

"Vámonos." fue todo lo que dijo, desprendiendo sus pies del suelo y sintiendo cómo Jaken se sujetaba de su cola.

"¡¡Hai!" segundos después Rin estuvo sobre su mononoke mascota, siguiéndole de cerca hacia un sitio al que realmente Sesshoumaru no sabía cuál era.

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Miroku abrió sus ojos cuando los primeros rayos del sol le calaron en el rostro. Trató de moverse, pero el peso de alguien más sobre su cuerpo le impidió incluso girarse para conseguir que desapareciera el dolor en la rabadilla.

Sin embargo no pudo evitar sonreír, ampliamente, cuando el rostro del hanyou que dormía sobre su pecho apareció ante sus ojos desenfocados, con los párpados caídos uno sobre el otro y la boca entreabierta con la respiración pausada.

Sintió algo recorriéndole la espina dorsal. Algo que le asustó... una especie de sensación agradable, de una infinita tranquilidad y ternura que, oh sorpresa, le empujó a encontrarse a escasos centímetros de besarle.

Se detuvo en ese momento, cuando sus dedos habían tirado ya de la barbilla del demonio inconsciente empujando su rostro hacia el suyo. La respiración caliente de Inuyasha le golpeó los labios repentinamente resecos y, asustado, le soltó. Pero fue mala su suerte como para que en el preciso momento en que sus labios estuvieron a punto de encontrarse, los ojos dorados se abrieron, bruscamente, y ambas miradas se clavaron una en la otra.

"I-Inuyasha..."

Había un velo oscuro opacando la mirada ambarina, y cuando Inuyasha se impulsó hacia él Miroku supo que aún estaba dormido.

Sin embargo eso no evitó que el beso se consumara incluso antes de que él se diese cuenta, y que repentinamente los labios del hanyou estuviesen cubriendo los suyos, calientes y húmedos, mientras con ambas manos se aferraba a la tela de su kimono.

Jadeó, sorprendido, pero los ojos entrecerrados de Inuyasha le miraron de tal forma que, aterrado, se encontró a sí mismo devolviendo aquél beso de forma casi desesperada. Le tomó entonces por los hombros, suavemente, y abrió los labios todavía más, sintiendo cómo la lengua suave del hanyou se colaba dentro de su boca hasta tocar bruscamente a la suya.

No hubo timidez por un momento, y respirando profundamente, Miroku le apretó contra sí mientras escuchaba cómo Inuyasha jadeaba entre sus labios. Encontró sus lenguas frotándose una contra la otra fuertemente, desesperadas; cada vez más conforme sus respiraciones se agitaban y, torpemente, el hanyou soltó un gemido apagado.

Fue en ese momento que despertó de su trance, incapaz aún de detenerse, y chasqueó con fuerza la lengua de Inuyasha hasta que ésta salió de su garganta y el beso se rompió dejando a su paso una telaraña de humedad entre ambas bocas.

Miroku le miró, respirando pesadamente, e Inuyasha cerró sus ojos, retomando su actitud inicial y balbuceando algo que el houshi no alcanzó a comprender. Luego se reacomodó sobre su regazo, abrazándole por el torso y enterrando su rostro dentro del cuello del asustado monje.

"Te extrañé mucho..." susurró entonces, contra su cuello, y una sonrisa débil se torció en sus labios al mismo tiempo que sus colmillos se cerraban en una mordida suave sobre de la piel del hombro del humano. Después nada. Separó sus labios de su cuello pero aún así no se apartó de él, y Miroku, aturdido, no hizo nada para alejarle.

Así que simplemente se quedó así, viendo el horizonte y preguntándose qué demonios había sucedido.

Y principalmente, si Inuyasha realmente había estado durmiendo.

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Abriendo los ojos, Jakotsu notó que había alguien de pie frente a su puerta cerrada. Alguien alto, de figura ancha y que llevaba el cabello hasta los hombros.

Suikotsu.

Sin embargo no tenía deseos de hablar con alguien en aquél momento, así que se giró sobre sí mismo, gruñendo, y todo su cuerpo gritó de dolor.

Había estado así toda la noche. Quejándose, rumiando, llorando desconsoladamente sin que nadie viniese hasta él para decirle que no pasaba nada y que todo lo que había visto se trataba sólo de un error. Pero nadie vino, mucho menos él, y entonces supo que había perdido su oportunidad...

Y ahora Suikotsu llamando a su puerta sin ninguna consideración.

"¡¿Qué!" gritó, irritado, y escuchó cómo el golpeteo cesaba.

"Quería saber cómo te encontrabas." repuso la voz del otro lado. Una voz firme y segura de sí misma que asustó temporalmente al capitán.

Incorporándose sobre sus rodillas, se echó un mechón de su cabello suelto hacia un costado y miró fijamente la figura de Suikotsu de pie del otro lado del papel.

"¿S-Suikotsu?"

"Jakotsu, has estado ahí adentro desde ayer... todos están preocupados por ti."

Riendo nerviosamente, el espadachín sacudió su cabeza.

"No, dudo mucho que Bankotsu no Oo-aniki esté..."

"Ha estado de pie frente a tu puerta gran parte de la noche." refunfuñó el médico, cruzándose de brazos. "Es sólo que nunca se atrevió a llamar..."

Las mejillas de Jakotsu enrojecieron tenuemente. No se había percatado de nada, pero ahora la idea de que su líder le hubiese escuchado maldecir y chillar ahí adentro durante toda la noche le había asaltado de golpe.

Inclinó su cabeza.

"P-Pasa..."

Y Suikotsu entró, abriendo la puerta con un sonido suave y mirándole de forma dura. Los ojos de Jakotsu se encontraron con los suyos, y sorprendido se dio cuenta de que no había más inseguridad en ellos. No más miedos. No más amnesia... era Suikotsu. El mismo Suikotsu de la última vez...

Sonrió, levemente, y el médico le devolvió la sonrisa al mismo tiempo que se sentaba cerca de él.

"¿Qué sucedió?" inquirió el espadachín, y Suikotsu bufó en comprensión.

"No sé. Anoche me fui a dormir asustado por todo lo que había sucedido pero repentinamente deseando asesinar a alguien..." rió, forzadamente, y Jakotsu se encogió de hombros. "..bueno, no entendía bien y eso me aterró... pero cuando desperté mi mente se había despejado y podía pensar con claridad nuevamente."

Sonriendo aún más, Jakotsu se frotó una mejilla.

"Vamos, y ni siquiera tuvimos que asesinar a alguien."

El doctor rió, entre dientes, y se cruzó nuevamente de brazos.

"Todavía no, pero aún nos queda mucho tiempo."

Y luego ambos se echaron a reír, divertidos. Sin embargo fue aquella risa tan insípida que murió tras la primera carcajada, cuando ambos inclinaron su rostro.

"...Jakotsu..."

"No pasa nada." interrumpió éste, sonriendo débilmente. "Nada."

Pero aún así Suikotsu continuó.

"..anoche, cuando desperté, escuché pasos en el corredor..." suspiró, ligeramente, al darse cuenta de que la atención del capitán era toda suya. "Sé que era nuestro líder, porque es el único que pisa de aquella forma... pero bueno... Renkotsu no Oo-aniki venía luego de él..."

Renkotsu. Maldito, mil veces maldito...

"Estaban peleando y..."

"¿Peleando?"

Los ojos oscuros de Suikotsu se levantaron para verle, firmemente.

"Jakotsu, algo está mal con ellos."

"¿Lo dices porque se besan delante de nosotros y seguramente fornican cuando no estamos?" repuso éste, riendo entrecortadamente y sintiéndose tan mal que entre su risa una lágrima caprichosa se escapó rodando por su mejilla izquierda. "No, no creo que nada esté mal entre ellos... aunque tal vez lo estaría si decidieran ponerse a coger sobre la mesa de la cocina mientras todos comemos o..."

"¡Jakotsu, escúchame! Bankotsu no Oo-aniki odia a Renkotsu... ¡Él no podría..!"

"Entiendo que pretendas hacerme sentir mejor." interrumpió el espadachín, girando el rostro. "...pero ni siquiera así..."

Suikotsu permaneció callado un momento.

Había sido él el primero que supo de los sentimientos de Jakotsu por su líder y había estado apoyándole desde entonces, pese a que su propio corazón se estuviese destrozando por dentro. Le asustaba la idea de saber que no era él el único interesado en Bankotsu, pero maldita sea, ese mocoso tenía un sabe qué que podría haber vuelto loco a cualquiera...

Y de todos modos apreciaba tanto a Jakotsu que no había podido negarle nada nunca. Ni un solo consejo. Un abrazo, una sonrisa... sabía que de vez en cuando Bankotsu le había enviado miradas recelosas y una ligera chispa de esperanza se había encendido mientras trataba de interpretarlas como una muestra de celos, pero...

Bankotsu era tan diferente cuando estaba celoso.

"Tú sabes que yo no soy así..."

"Por supuesto que no." rió el capitán, ásperamente. "La última vez me dijiste que me olvidara de él porque nunca iba a corresponderme." sus ojos verdosos se inclinaron hasta tocar con la mirada la punta de sus pies desnudos, y encogiéndose sobre sí mismo, resopló. "Realmente no comprendo."

"..Jakotsu..."

Ruborizándose ligeramente, Jakotsu le dedicó una sonrisa tímida al médico.

"Tú también eres muy guapo." declaró, en voz baja. "Tal vez hubiese sido mejor que me enamorase de ti..."

Los ojos de Suikotsu se ensancharon ligeramente, antes de echarse a reír entrecortadamente.

"Tal vez hubiese sido mejor."

Y entonces Jakotsu le acompañó, riendo ambos en voz alta.

"Me pregunto qué dirían los demás si les dijera que tú y yo tenemos algo."

"¡Vamos, no tiene nada de malo!"

"Claro que no, ¡Eres muy atractivo!"

"¡Jakotsu!" exclamó Suikotsu, enrojeciendo, y Jakotsu rió todavía más.

"Anda, sería mejor que nos besemos."

"¿Q-qué..?"

"Tus labios se ven deliciosos..."

"Vaya... Lo dices como si fueses a comértelos.."

"¿Quién dice que no?"

Y justo en el momento en que el capitán hacía un falso ademán de estar a punto de besar a su amigo, la puerta de la habitación se abrió, violentamente, congelando a los dos asesinos adentro cuando la figura de Bankotsu apareció por el umbral, con el cabello suelto cayendo sobre su espalda y el haori libre de cualquier clase de armaduras.

Sus ojos azules vagaron de la mano de Jakotsu sobre la barbilla de Suikotsu a ambos rostros sorprendidos antes de que, sonriendo, inclinara ligeramente su cabeza.

"O...Oo-aniki.." consiguió balbucear el espadachín, incapaz de apartar su mano del otro.

Y Bankotsu, sin dejar de sonreír, arrastró su mano bruscamente por encima de la madera pulida de la puerta de papel mientras se inclinaba para depositar algo sobre el suelo.

"Vine a verte porque pensé que estarías enfermo, pero por lo visto tienes un médico particular, así que no debería preocuparme." fue todo lo que dijo, lanzando una mirada fría a Suikotsu justo antes de darse la media vuelta. "Diviértanse."

La puerta se cerró a su espalda, tan duramente como se abrió, y una serie de pisadas apresuradas se escuchó alejándose por el pasillo hasta perderse en un corredor adjunto.

Dejándose caer de rodillas, Jakotsu jadeó, asustado. Su mano había conseguido apartarse del rostro de Suikotsu, quien veía todavía el sitio por donde Bankotsu acababa de marcharse.

Por un momento todo fue un gélido silencio roto apenas por el sonido del viento fuera de la posada, pero tras un rato que ninguno supo qué tan largo fue, el sollozo apagado de Jakotsu consiguió arrancar a Suikotsu de su shock para depositarle nuevamente a su lado.

"J-Jakotsu..."

El cuerpo delgado del capitán se encontró al segundo siguiente entre sus brazos, sollozando fuertemente y embarrándole la ropa con lágrimas. A ambos les había dolido tanto aquella mirada...

Suspirando, el médico acarició suavemente el cabello negro de su compañero mientras que dejaba que sus ojos oscuros se posaran sobre la bandeja con comida caliente que Bankotsu había dejado sobre el piso.

Habían sido tan estúpidos...

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"Estaba durmiendo."

Aquella frase se había filtrado por sus labios tantas veces que parecía recitarla ya sin siquiera estar pensando en ello. Aunque aún así sabía que eso era imposible, puesto que en todo el día no había podido dejar de pensar en eso...

Inuyasha...
Con un movimiento torpe sus dedos tocaron ligeramente sus labios. Podía recordar la textura cálida y suave de los labios de Inuyasha sobre los suyos. El sabor de su boca. La sensación de su lengua ejerciendo fricción sobre la suya...

Enrojeció, débilmente, y volvió a suspirar. Tal vez por décima octava ocasión.

El sol se reflejaba sobre la pequeña corriente junto a la que se había sentado y el aroma a madera quemándose a pocos metros ya era apreciable incluso para él.

Inuyasha había insistido tanto en no permitirle hacer nada que no había podido negarse...

Sonrió al darse cuenta de que realmente jamás habría podido negarle nada a aquél maldito hanyou mimado. Incluso cuando la última comida había repuesto todas sus energías y se encontraba listo para cualquier cosa.

Era sólo que resultaba tan agradable tenerle así de sumiso...

Sacudió su cabeza, lentamente, y sus rodillas se apretaron contra su pecho al mismo tiempo que cruzaba los brazos alrededor de sus piernas.

Inuyasha, Inuyasha...

"Estaba durmiendo..." volvió a repetirse, como un mantra. Y es que pese a que sabía que aquello fue lo que sucedió su mente... no... su corazón se negaba aceptarlo.

Seguramente estaría soñando con Kagome-sama...

Kagome. Tantos años... Aún se preguntaba por qué ella no había regresado en aquél momento. Pero impidiendo que comenzara a divagar, el peso de alguien dejándose caer a su lado le hizo volver el rostro, sorprendido, sólo para encontrarse con la mirada curiosa de Inuyasha.

"¿Quién estaba durmiendo?"

El rostro entero del houshi se encendió violentamente. Sus ojos violetas se ensancharon, dándole un aspecto casi cómico, y abrió la boca como si desease decir algo más no salieron de sus labios más que sonidos ininteligibles. Y al ver que no obtendría nada, se decidió por hacer lo más noble de su parte: inclinar el rostro, escapar de su mirada y guardar silencio. Enrojecer no iba dentro de los planes, pero eso había sido inevitable.

Sonriendo, Inuyasha ladeó su cabeza tratando de tener una vista más amplia del ruborizado sacerdote a su lado. Tan nervioso. Tan vulnerable...

Su cuerpo se arrastró hasta tocar suavemente al de él, y sin pedir permiso, su cabeza se apoyó sobre el hombro tenso del humano, quien saltó bruscamente sobre su lugar al sentirle recargarse sobre él.

"Miroku..."

El monje podía escuchar cada latido apresurado de su corazón. Y si él podía, era obvio que el hanyou podría hacerlo diez veces mejor que él... así que apretó uno de sus puños sobre la tela de su túnica, justo sobre su pecho, tratando de evitar jadear.

"...había querido preguntarte..."

La sonrisa en los labios de Inuyasha se estiró ligeramente. Le gustaba ver al houshi así de sensible. Sobre todo si era él el causante de todo...

Aunque no comprendía el por qué.

En un momento podía estar simplemente observando la manera en la que el cabello negro se escurría sobre sus orejas, hasta su nuca, y al siguiente pensando en la mejor forma de desnudarle.

Se había horrorizado la noche anterior, cuando se dio cuenta de que su encuentro había despertado sensaciones en él que estuvieron dormidas durante tanto tiempo. Sobre todo porque él mismo era un varón, y desde que había conocido a Miroku supo que éste no podría volver la vista hacia ningún chico que no fuese él.

Es decir, eran amigos...

Pero el hecho de saber que solamente era capaz de preocuparse por él entre todos los varones del mundo le entusiasmaba, pese a que por encima de él siempre estuvo Sango o cualquier otra joven bella que hubiesen conocido (e incluso las desconocidas, porque con él jamás se sabía). Y aunque habían pasado tantos años, su corazón continuaba latiendo de aquél modo... y le asustaba tanto...

"...¿qué harás ahora..?" su voz sonó ronca, como un ladrido atrapado dentro de su garganta, y vio a Miroku observarle de reojo, todavía ligeramente ruborizado.

"¿Hacer con qué?"

"Con tu vida... es decir, hasta ahora habías estado viajando con Sesshoumaru.." girando el rostro, Inuyasha frunció el cejo. Le desagradaba más que nunca la idea de que su hermano mayor le hubiese tomado como compañero en aquél momento.. "...pero antes de eso, tú..."

El monje sonrió.

"No lo sé. Estaba pensando volver a casa, con mis compañeros..."

Casi pudo ver a Inuyasha componer un gesto de enfado antes de que la cabecita blanca se inclinara hasta que no pudo ver más que un escurridero de mechones plateados reflejando la luz del sol.

"...pero..."

Los ojos dorados volvieron a levantarse, brillando de una forma apenas perceptible, y el houshi no consiguió evitarse sonreír todavía más.

"¿Qué harás tú? Hemos perdido el rastro de aquél youkai, y en todo caso ahora sabemos que la Shikon no Tama jamás existió."

Inuyasha bufó, irritado.

"La Shikon no Tama es lo que menos me interesa." declaró, mordiéndose el labio inferior. "...pero aquél aroma..."

"¿Piensas buscarle?"

El hanyou se limitó a asentir una vez.

"..Iré.. de vuelta con Kaede... tal vez ella pueda saber algo, o..."

"Quieres usar sus poderes espirituales..."

No hubo respuesta, y suspirando, Miroku se reacomodó a su lado.

"...Inuyasha..."

"Yo quiero que tú vengas conmigo..."

Fue imposible saber si en aquél momento Miroku volvió a ruborizarse debido a la petición del hanyou o por el hecho de que la garra de éste se había cerrado bruscamente alrededor de su propia mano en un agarre casi desesperado. Sus pupilas violetas temblaron ligeramente. Jamás la mirada de Inuyasha le había inspirado todas aquellas reacciones a la vez...