1ro de febrero

¿Cómo se había metido aquí?

Era la pregunta más recurrente en su día a día mientras observaba con hastío la fila interminable de personas en su café favorito. Bueno, en esta ocasión, la respuesta era sencilla; porque a Hermione le gustaba el café de este lugar en particular que preparaban únicamente en febrero: una cosa líquida con demasiada crema batida, chispas de colores rosados y extra caramelo, muy perfumado para su nariz purista del café árabe. Sí, un febrero gélido, con nieve hasta las rodillas y capas y capas de ropa empapada, pero febrero rosado, al fin y al cabo.

Se formó sin pensar y reflexionó sobre sus planes en unos días.

No estaba seguro de que funcionara, ella y él jamás… pero cada cierto tiempo había señales, cosas, situaciones que lo hacían creer que podía existir un más, un algo.

Y es que sus vidas estaban tan entrelazadas que… Ya ni siquiera sabía qué tanto podía echarlo a perder o arreglarlo. Era una moneda al aire, la mejor apuesta de su vida y la más arriesgada.

Al carajo los millones de galeones que perdió al inicio de su carrera en las asociaciones Malfoy, esto era mucho más crítico.

Casi tembló de nervios.

Quizá, el próximo año podría estar en otro café, en otro país, con el corazón sumamente roto, la vida destrozada preguntándose ¿cómo se había metido aquí? Pero al menos, ya no tendría la duda del «y si», porque caramba si siete años de andarse con infinita paciencia no iban a acabar con el hombre en combustión espontánea. De muchas maneras y cada una menos agradable que la anterior.

Todavía temblando después de media hora en el frío de la acera, pidió ese horroroso y poco ortodoxo café especial de la bruja más linda de su vida, un café árabe, dos donas y se marchó al Ministerio.


Todavía con los dedos congelados y maldiciéndose internamente por olvidar un simple encantamiento cálido, Draco pateó la puerta de la oficina y entró.

Hermione estaba de espaldas a la puerta, medio encorvada hacia la alfombra, la chimenea encendida y memorándums volando por doquier. Movió sus cafés antes de que un avión aterrizara en esa cosa rosada de crema batida.

—Hola, tú —saludó Draco mientras la observaba caminar por su oficina tan contrastante: un espacio repleto de archivos y papeles puestos de cualquier manera y otro pulcramente ordenado y limpio, extrañamente distinto de como lo habían dejado la noche anterior. Alguien había intentado limpiar este lugar que llamaban «Oficina de Enlace Mágico para Jóvenes Magos»—. Traje esa cosa horrorosa de crema batida que te encanta. En serio, Granger, debes refinar tus gustos. Es asqueroso.

Hermione no se movió demasiado, no con su típico bufido minimizando su comentario o algo mordaz en la punta de su lengua. Permaneció encorvada y dándole la espalda, muy quieta.

Draco se detuvo y la observó; algo andaba mal. La tocó en el hombro, temiendo algún maleficio.

—¿Hermione?

Hermione dio un brinco y se alejó, ocultando sus manos en su espalda. Draco la observó mientras daba un paso hacia ella. Hermione retrocedió.

Draco dio otro más hasta que la tuvo pegada a la pared. Enarcó una ceja y le dijo, con su voz más suave que pudo conseguir:

—¿Qué tienes ahí? —Conociendo a Hermione, probablemente tenía alguna tontería de las que Draco había descartado la noche pasado como «casos urgentes»—. Vamos, Hermione, sabes que el requisito de aceptar squibs en un colegio de magia sigue estando fuera de discusión.

Hermione se sonrojó y miró hacia otro lado. Sus ojos estaban brillosos con lágrimas nuevas. Algo ridículo, llorar por su negativa a aceptar niños squib en Hogwarts.

—Podríamos ver el lunes sobre ese nuevo colegio para su integración al mundo mágico, pero es todo lo que estoy dispuesto a discutir.

Hermione no se movió, sus manos firmemente presionadas contra su espalda.

Draco miró toda la oficina, si ella no quería decirle nada, quizá un vistazo al sitio le daría una buena idea.

—¿Fue otro de esos juguetes idiotas que envíaron los Weas..? —se interrumpió en el momento que sus ojos se posaron en una caja de terciopelo abierta en el escritorio limpio. Su escritorio, para ser precisos. Draco sintió cómo la sangre se escapaba de su cuerpo: Hermione-La-Bruja-Más-Linda-De-Toda-Su-Vida había encontrado el anillo de compromiso que había ocultado hacía tanto en su escritorio.

Con una mirada de horror, se giró para observarla. Hermione tenía las manos ahora fuertemente entrelazadas contra su pecho. Y en el dedo anular de su mano izquierda, lucía dos bandas finas y delicadas: una era la más conocida como su anillo de dentistas; un anillo de níquel que le había regalado hacía tres años, una sencilla banda entretejida a mano. Y más arriba, un anillo de compromiso en toda regla: una suave banda de oro blanco con un suave y muy estándar diamante.

Específicamente, el anillo de compromiso que Draco compró hace cinco años en medio de una borrachera eufórica; justo el día en que Ron Weasley terminó con ella y el mundo le sonreía con infinitas posibilidades.

Pero los ojos de Hermione no brillaban como tantas noches se la había imaginado repleta de amor y alegría: eran un pozo infinito de tristeza color chocolate, una lágrima rebelde cayó por el extremo de su ojo, sus labios temblaron en un adorable puchero e hipó.

Draco permaneció callado mientras la observaba reaccionar. ¿Estaba triste? ¿Cómo lo encontró? ¿Por qué revisó sus cosas? ¿Está llorando porque lo encontró? ¿Significa que todo su plan para dentro de dos días se había ido a la basura? ¿Cuánto tiempo, en el nombre de Merlín, la dejó sola? ¿Media hora? ¿Por qué Draco-El-Idiota-Mayor no llevó eso de regreso a sus bóvedas en Gringotts? ¿Cómo se le ocurrió dejar ESO ahí? ¿Debería estar enojado, indignado u ofendido? ¿O debería arrastrarse míseramente? ¿Por qué carajo está llorando? ¿Debería decirle algo de la historia del anillo?

—Lo siento, Draco —murmuró Hermione mientras miraba su mano y luego a él. Tuvo el descaro de sonrojarse mientras acariciaba el anillo casi con ¿nostalgia?—. Lo siento mucho, no quise… No, en realidad sí quise. No, ¿qué? —tartamudeó la chica con los ojos abiertos y después brincó, dándose cuenta de lo que tenía puesto y cubrió su rostro con las manos, muy avergonzada.

Draco permaneció en silencio, su instinto de supervivencia le decía que se quedara callado, inmóvil, fingiendo estar muerto, por ejemplo.

—Lo siento mucho —intentó de nuevo Hermione entre sus manos—, quería arreglar esta pocilga que llamamos oficina, siempre te estás quejando, mientras llegabas y comencé a organizar los papeles para reciclaje: papel, aluminio, cartón… Y salió esto volando de un cajón que no sabía que estaba ahí. Pensé que era algo perdido y lo abrí y luego… Ni siquiera sabía que estabas saliendo con alguien… —hipó en una risa que parecía un sollozo—. O que le ibas a pedir matrimonio… ¡Ni siquiera tenía idea que querías casarte! ¿O que estabas viendo a alguien? Diablos, debo parecer una lunática entrometida… —levantó sus ojos hacia él, más lágrimas resbalando y se mordió los labios—. ¡No sabía que estabas saliendo con alguien! —más lágrimas cayeron por su rostro—. ¡No puedo imaginarme, por Merlín! ¡Te vas a casar! ¿Por qué nunca me has hablado de ella? ¿No somos mejores amigos? —se encorvó contra sí misma y boqueó, claramente estaba teniendo un ataque de pánico mientras sonreía como una loca—. ¡Estoy tan contenta por ti! ¡En serio! ¡Es lo mejor! ¡Sí!

Ya convertida en un mar de lágrimas, intentó quitarse el anillo, pero estaba atorado. Draco estiró la mano y abrió la boca, el anillo tenía un encantamiento de autoajuste, pero Hermione se hizo hacia atrás, como si tocarla estuviese mal.

Riendo y llorando, la mujer caminó hacia la chimenea, todavía retorciendo el anillo en sus manos.

Más lágrimas cayeron por su rostro y lo miró con esos dos pozos brillantes de lágrimas.

—No puedo quitármelo.

Y arrojando polvos flu, Hermione desapareció con el anillo todavía puesto.

¿Cómo, en el nombre del maldito Salazar, se había metido aquí?