1ro de febrero, más tarde
—¡Hermione! —gritó Draco pateando la puerta otra vez mirando el marco estremecerse—. ¡Abre, Granger!
No hubo ningún sonido del otro lado, nada que indicara que lo habían escuchado.
Sacando su varita con discreción, rastreó los hechizos protectores: silenciador, cuatro encantamientos de bloqueo, dos muffliato modificados, otro silenciador, uno de reverberación, cuatro runas de fortaleza y un ligero encantamiento de desilusión.
Draco pateó la puerta de nuevo y se dio por vencido. Esto llevaría un rato y era la hora de llegada de los vecinos, que obviamente eran muggles, por lo que no podría hacer nada sin incumplir en el decreto de magia.
Suspirando, colocó las manos en la madera y apoyó la frente, permitiéndose un momento de entera lástima y humillación.
—Vivo aquí, Granger. Déjame explicarte todo. ¿Cómo puedes decir que estás feliz por mí y expulsarme de mi propia casa? ¡Vivo aquí!
Ni una respuesta.
Draco suspiró mirando el techo de su cama en la Mansión Malfoy, su cama se sentía demasiado grande, gélida y poco cómoda. Escuchaba el viento golpear su ventana con fuerza, algunos árboles arañando el vidrio mientras susurraban, incrementando la sensación de soledad que lo arrasaba.
Volvió a suspirar y se dio la vuelta. No podía cerrar los ojos, porque seguía viendo sus enormes ojos castaños anegados en lágrimas y diciéndole que fuera feliz.
¿Realmente era la felicidad clásica de una mejor amiga o había algo más? ¿Daphne se habría alegrado así, lágrimas en los ojos y poniéndose un anillo que no es suyo, mientras le repetía lo mucho que deseaba que fuera feliz para terminar convertida en una fuente líquida de agua salada?
Le dolía la cabeza, todo el malentendido era tan grande, apestoso y estúpido como un Troll. Escondió el rostro en esa almohada demasiado blanda y gritó.
Ella necesitaba espacio, lo sabía, pero ¿espacio para calmarse y reírse de lo mal que entendió todo o espacio para seguir creando fantasmas extraños de escenarios equivocados?
En su agenda mental, canceló sus planes para el tres de febrero, ni con la ayuda de Merlín lo conseguiría.
—Entonces me estás diciendo que no sabes dónde diablos se ha metido Granger —repitió Draco mirando fijamente a James Potter, un niño de tres años que le sostenía la mirada con su angelical inocencia infantil—. ¿Incluso si tengo este graaan pedazo de pastel?
Las mejillas rechonchas de James temblaron mientras salivaba.
—Como quieras —Draco le dio una gran lamida al glaseado del pastel—. Más para mí —James desvió la mirada mientras Draco tomaba otra cucharada. El hombre entrecerró los ojos y suspiró—. ¿Qué tal unos cien galeones?
—¿Estás sobornando a mi hijo, Malfoy? —se carcajeó Potter mientras tomaba al pequeño entre brazos y lo alejaba de las garras de Draco—. Entonces mejor lo hubieras intentado con Ginny.
Draco bufó y se enderezó, dejando el pastel muy lejos del alcance del pequeño.
—Necesito que alguien me diga dónde está Granger.
Harry suavizó su mirada y miró a lo lejos. Draco casi rodó los ojos, conocía esa mirada: estaba pidiendo refuerzos. Porque Harry Potter no puede tomar decisiones solo.
—Hermione está bien, Draco —intervino Ginny desde el otro lado. Tomó la rebanada que había escondido y se la dio al niño. Draco la miró feo, pero no dijo nada—. Sólo… necesita espacio.
—¿Espacio de qué? ¡Me expulsó de mi casa! ¡Hay un contrato de por medio y ella no puede hacer eso!
Ginny compartió otra mirada incómoda con su marido y Harry salió con James en brazos, dejándolos solos.
—Hermione me pidió que te diera esto… —Le tendió un pergamino: el contrato de arrendamiento. Draco lo tomó con dedos temblorosos y leyó en silencio—. Al parecer nunca firmaste el contrato, entonces prácticamente… te expulsó porque no hay nada legal que diga que vives ahí. Lo siento.
Draco se dejó caer en un sofá demasiado mullido y miró el contrato en silencio. Ginny se sentó a su lado y palmeó su rodilla. El toque, aunque amable, se sentía incorrecto, demasiado forzado, poco confortable, incluso impuro. Hermione era la única que podía calmarlo con ese movimiento. Aclarándose la garganta, tiró el pergamino en la mesita de café y después hundió los hombros.
—¿Por qué?
—Cree que es un buen momento para que sus caminos se separen… Hacer nuevos amigos y todo eso.
Draco negó con la cabeza y miró a su amiga.
—No, eso es una excusa de rompimiento. ¿Por qué, Ginevra Potter? ¿Qué está pasando en realidad?
Ginny lo miró un momento y después suspiró, rindiéndose.
—Hermione está confundida. Cree que tenías una relación secreta y estás a punto de casarte y es un estorbo en tu vida.
—¡Ella jamás sería un estorbo! ¡No estoy viendo a nadie! ¡Menos me voy a casar!
—Yo lo sé, tú lo sabes, Harry lo sabe, todo el mundo lo sabe, menos ella. Tienes que buscar la manera de llegar a su cerebro terco y hacerle entender.
—Siete años, Ginevra. Siete años de esperarla ¿cree que es demasiado poco? Al principio, dije, bueno, es lógico, tengo que ganarme su confianza, volvernos amigos, todo el camino. Luego pasó uno o dos años y dije, todo lo que necesite, ella lo vale. Siete años, Ginevra —Draco se aclaró la garganta y tomó el pergamino, quemándolo en el acto—. No, todo esto es una excusa para echarme de su vida, no al revés. Buenas noches.
Y se fue a su casa… bueno, a la Mansión Malfoy.
Ya harto de toda la situación que lo tenía al borde de la combustión espontánea, volviéndose loco, verdaderamente loco de ansiedad y tensión, mucha tensión sexual mal contenida, ahora Granger lo había vetado del lugar que habían compartido por cinco años.
Cinco malditos y jodidos años. No un mes o media hora como para que lo echara de la noche a la mañana.
Estaba harto, como ya había dicho varias veces al día durante la última semana, de toda esta situación. Casi podía comenzar a tener miedo de sufrir alopecia temprana por todo el estrés que cargaba sobre sus hombros.
Vetado de su maldita cama que él había comprado con su propio dinero y que subió cinco pisos con sus malditas manos como un muggle cualquiera. Vetado de sus sábanas de hilo élfico y de sus túnicas caras.
Bufando, que ahora era la forma más efectiva de comunicarse con todo el mundo, intentó, una vez más, dirigirse a la casa de Granger desde la Mansión Malfoy y como cada vez desde la primera ocasión que lo intentó, su trasero se estrelló contra el frío mármol de la mansión. Se puso de pie lastimeramente y pateó la chimenea con la frustración hirviendo en su sangre.
—¡Maldita odiosa piensalomucho Granger! —chilló Draco arrojando otro puño de polvo flu—. ¡Odiosa y terca! —escupió ceniza después de haber sido botado una vez más.
—Oh, cariño ¿te has peleado de nuevo con la señorita Granger? —preguntó su madre desde un rincón. Draco se planchó la túnica y tronó sus hombros.
—No sé de qué hablas, madre —dio media vuelta y se encaminó a la entrada principal—. Iré a dar una vuelta.
—Bueno, estás aquí, en la Mansión Malfoy —comentó Narcisa con una sonrisa inocente—. Lugar en el que ya no vives.
—Me apetecía venir. Sigue siendo mi Mansión —replicó Draco con altanería.
Narcisa asintió con comprensión.
—Por supuesto —asintió—. Para ti y tu futura descendencia.
Draco rodó lo ojos y se alejó.
—¿Sabes? Dentro de unos días haré el baile de San Valentín, ¿Por qué no vienes a distraerte? La señorita Greengrass vendrá y he escuchado, sigue sin comprometerse, como tú. ¿No es eso una señal? ¿Un reencuentro de portada como dicen los jóvenes?
—No madre, no es una señal. Y no funcionamos, ya lo sabes. Ahora, me marcho.
—¿Estás vetado de la casa de la señorita Granger?
—No.
Narcisa suspiró y tomó el recipiente de polvos flu, contemplando las llamas de la chimenea.
—Es una fortuna. De otra manera, tendría que arrojar el polvo flu por ti y decir las palabras de esa minúscula casa para que otra persona pudiera aparecerse dentro evadiendo las protecciones adicionales.
Draco levantó la vista y miró a su madre, que sonreía angelicalmente.
—Sólo en el supuesto… ¿podrías hacer eso?
—Podría.
Draco asintió y se estiró, mirando a todos lados antes de decir:
—¿Me ayudas?
—¡Little Granger!
Las llamas se pusieron verdes y Draco saltó dentro antes de girar en un espiral.
