Empujó la puerta principal del edificio y subió las escaleras con fuerza, quizá a cada escalón, daba un pisotón innecesario y refunfuñaba para mantener el ánimo cálido. No quería calmarse, pensar con la cabeza fría o cualquier analogía barata que solían decirle para el manejo de la ira.
No señor, esta vez, quería mantenerla intacta. ¿Le iba a gritar? Entonces gritaría más fuerte. ¿Le arrojaría libros voladores? Pues que se prepare para recibir a su gato bala. ¿Quería callarlo con sus ojos tristes y confundidos? Bueno, mucho tiempo vio a su padre patear a Dobby, qué más le daba verla llorar. ¿Lo planeaba correr de su casa? Entonces que la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia se prepare para Obliviar a todo un edificio completo, porque si ella no le permitía ingresar, volaría la puerta.
Buscó su llave en los bolsillos de su túnica y la metió en la cerradura.
Demasiado tiempo para reflexionar y si alguien se tenía que disculpar, era ella, definitivamente.
Y esperaba que fuera una disculpa de rodillas abrazándose a su cintura y… No, eso no.
Y esperaba que fuera una bonita disculpa llena de lágrimas desde el corazón de Hermione, profundamente arrepentida. Sí, eso sí.
La llave hizo click y la puerta se abrió sin reticencia.
El apartamento estaba en silencio.
Había cajas de cosas metálicas en una esquina y todas las imágenes de ellos dos juntos desaparecieron. Rechinando los dientes, abrió la puerta de la habitación de Granger de un tirón: vacía.
Rechinando los dientes, dio un par de vueltas por la casa, registrando todas las cosas que parecían fuera de lugar. Su pecho subía y bajaba y odiaba esperar.
¿Dónde se había metido la bruja?
Todavía con la sangre hirviendo, decidió entrar a su habitación y ver si ya había empacado la ropa y otras tonterías que tenía ahí, quizá hasta las había quemado, para el caso.
Lo que vio dentro drenó toda la ira acumulada que gritaba en su interior.
Hermione estaba profundamente dormida en su cama, con su viejo jersey de Quidditch puesto (el cuál creía perdido desde hace unos años), sosteniendo la caja barata de terciopelo del anillo, su anillo de compromiso.
La miró más de cerca, cuidando de no despertarla; lucía horrible.
Y toda la resolución a una pelea sangrienta se evaporó.
Sólo quería acurrucarse con ella y escucharla hablar de sus problemas, ayudarla a resolverlos, darle el mundo entero, lo que necesitara.
Salió con cuidado de la habitación y cerró la puerta.
Crookshanks maulló en la cocina y Draco se acercó para alimentarlo. Era un gato viejo y extraño que ahora lucía ridículo con su cola pelada, producto de un desafortunado incidente hacía un año, un año nuevo, uno muy intenso y flamante, si Draco recordaba bien. El gato lo miró unos momentos y rozándole las piernas, procedió a comer, al parecer, con el rencor por su cola pelona superado.
Revisó la lista de víveres y la completó antes de firmarla para que el pergamino procediera a desaparecer en un susurro.
Siempre que estaba nervioso, Draco comenzaba a ordenar compulsivamente, así que se empeñó con la pequeña cocina sin hacer demasiado ruido y luego se pasó a la sala para seguir con los libros, pero se detuvo con un vuelco al corazón.
Los libros ya no lucían uniformes y alegres en el enorme librero de piso a techo que había construido con Luis Granger. Estaban en tres montones sobre la mesa de café: los suyos, los de ella y los que tenían en común.
Se sentó en el sofá y examinó los libros con cuidado, casi con ojo clínico antes de hacer un movimiento y hacerlos levitar, todos juntos, al librero, acomodándolos como siempre, por título y género.
—¿Draco? —llamó Hermione con una voz ronca y muy triste—. ¿Qué haces aquí?
El hombre se incorporó y se giró para mirarla, evitando observar sus piernas desnudas debajo de su jersey viejo. Una voz muy parecida a Blaise ladró en su cabeza… «Es de las que usan camisas holgadas y cocina descalza».
—Vine porque esto no puede seguir así, Granger. Es insufrible, burlesco y una situación deleznable en la que nos estás poniendo innecesariamente.
Hermione se dejó caer a su lado en el sofá y suspiró, derrotada.
—Tienes razón. Está siendo más difícil de lo que pensé.
Draco se mantuvo en silencio un momento antes de decir:
—No estoy comprometido, Granger. Ni me encuentro saliendo en secreto con nadie. Ése anillo de compromiso fue una tontería de mi parte: el comprarlo, el motivo y para quién, todo junto —dijo con un toque de amargura—. Por eso estaba en la oficina, que ambos compartimos, porque era una baratija.
Hermione permaneció en silencio a su lado.
—Supuse eso —contestó con suavidad—, sobre todo, porque como ya he mencionado, pasamos todo el tiempo libre juntos.
Draco se giró en su asiento para mirarla de frente, pero Hermione tenía la vista clavada en un cojín.
Suspirando, preguntó:
—¿Entonces cuál es realmente el problema, Hermione?
Hermione se encogió de hombros y comenzó a quitarle las pelusas al cojín. Draco quería atrapar sus manos y obligarla a mirarlo, pero se contuvo.
—El problema es que me di cuenta que pasamos mucho tiempo juntos, Draco. Y de pronto se me fueron cinco años —Por fin lo miró, sus ojos estaban secos, pero profundamente tristes—. Cinco años donde no he salido con nadie más, no… —se sonrojó mientras volvía su atención a las pelusas—. No me he enamorado en cinco años, Draco. Después de Ron, toda mi vida giró en torno a ti y antes de que él y yo termináramos, ya estabas en mi vida.
—¿Y por qué eso está mal?
—Porque siempre tomas, Draco —dijo Hermione con un murmullo—. Siempre tomas, decides qué quieres y lo obtienes. Nada es tu culpa, todo es un maldito juego de ajedrez. Una casualidad de la vida. Jamás pides perdón, pero todo tiene una explicación graciosa y rebuscada que me darás sólo si te atrapo con las manos en la masa. Nunca es un «lo siento». Tomas, dispones y dejas un desastre que siempre tengo que recoger por ti.
—¿Crees que sólo obtengo cosas de ti sin dar nada a cambio? —preguntó Draco mientras sentía unas increíbles ganas de vomitar. ¿Así era como Hermione lo veía? ¿Cómo un… narcisista ególatra? Quizá lo era la mayor parte del tiempo, pero no con ella, jamás.
—No Draco, es sólo… ¿Recuerdas todas las cenas que he organizado? —ella hizo un gesto con la mano—. No sólo estas ridiculeces de San Valentín, pero cada año nuevo, navidad, mi cumpleaños, el tuyo… Ha pasado algo distinto y nunca, jamás es tu culpa. No importa lo que todos los demás hayamos visto, no es tu culpa.
Draco asintió como si la entendiera, aunque la verdad era que no y apretó los labios. De pronto, también quiso un cojín para despeluzar.
—No te saboteo y en serio Hermione, cada cosa que ha pasado, son agradables incidentes que sólo me ocurren cuando estás cerca. En cualquier caso ¿por qué me voy a disculpar por algo yo no provoqué en primer lugar? ¿En serio no vas a admitir que esas cosas dan algo especial a cada fiesta que hemos dado?
—Cenas, Draco, son cenas.
—Fiestas, cenas, lo que sea… agradables incidentes en todas ella.
El cojín que tenía Hermione voló y cayó en su rostro. Draco lo palmeó, enfureciéndose.
Toda la ira contenida que había desaparecido al verla acurrucada en su cama, se incendió en su pecho. Hermione también lo miraba con los ojos entrecerrados.
—Espero que no te refieras a la cola incendiada de Crooks como un agradable incidente que yo provoqué, Malfoy.
Draco se encogió de hombros y asintió.
—Ciertamente tuviste parte de la culpa y también Ginevra, pero no te veo no invitándola a tus ridículas fiestas ni corriéndola frente a todos, ¿verdad?
—¿¡Estás insinuando que el que Crooks ya no tenga pelo en su cola fue mi culpa y de Ginny!?
—Lo estoy afirmando.
Hermione chilló y lo empujó. Draco atrapó sus manos con facilidad.
—¡Eres la persona más infantil del universo, Draco Malfoy! —gritó Hermione mientras intentaba patearlo—. ¡Tú hiciste esa ridícula pirámide de tequila y le prendiste fuego! ¡Pudiste haber incendiado a mi gato!
Draco suspiró y rodó los ojos.
—Crooks estaba ahí, lugar y tiempo equivocado. Ya supéralo, Hermione. Crooks está bien y no pasó nada.
Hermione se empujó lejos de Draco y chilló.
—¿Y la vez que dejaste calvo a Ron? ¿También fue mi culpa? ¿O haber desaparecido con MIS padres para pasar el año nuevo en China? ¡Son muggles, Malfoy! ¡Y ni hablar del Cepillo de dientes! ¿Nada de eso es tu culpa?
Draco esnifó y negó con la cabeza, bastante enojado con el cariz que había tomado toda la conversación.
—Nada fue mi culpa. Graciosos incidentes, pero no fui yo.
Hermione se hundió en los cojines del sofá y suspiró, lucía devastada.
—Es por eso, Draco. Estoy cansada de eso, todas esas cosas: cargar con las consecuencias de alguien que nunca va a tomar su parte de responsabilidad. Quiero abrazarme a alguien que disfrute de mis fiestas, no que las sabotee porque «vive conmigo y tiene tanto derecho como yo». Quiero salir y que cuando me envidien en la calle, sea porque ese hombre es mi novio. Quiero… Quiero tener todo lo que te dije ese día en el ministerio: casarme, tener hijos, una casa grande, tardes de museos con mis padres que ya serán abuelos. Quiero alguien que esté en mi vida de forma permanente y no sólo como mi amigo que sabotea cada intento que he hecho de conocer otras personas. Quiero madurar, Draco.
Él aguardó unos minutos antes de preguntar, cada palabra rompiéndole el corazón:
—¿Quieres eso? ¿Enamorarte de alguien más? ¿Conocer otras personas? ¿Madurar? ¿Asentarte?
Hermione asintió casi con timidez.
—¿Por eso invitaste a Nott a la fiesta? —se obligó a mantener el tono uniforme, ecuánime, como de amigos, como si no le importara.
Ella asintió una vez más.
Draco también se encontró asintiendo, sin saber muy bien por qué.
—Bueno, supongo que fue demasiado tiempo juntos —intentó bromear él, pero sonó más triste de lo que deseaba—. Cinco años de lunes de café, miércoles de karaoke, viernes de bebidas, sábados de desayuno y museos, domingos de cine y ocasionales tonterías los demás días de la semana terminan por cansar a cualquiera. Nunca le des todo tu tiempo a una bruja hermosa sin ponerle un anillo o algo así.
Él observo su dedo anular vacío y se encogió de hombros.
Hermione rio, la primera risa real de toda la tarde y encogió las piernas, abrazándolas. Draco contempló la chimenea para no mirarla atontadamente.
—¿Estás citando a Beyoncé?
Palmeó la rodilla de Hermione y se puso de pie.
—Entonces es momento de que sigas tu vida, Nott y McLaggen incluidos —Draco miró los libros reordenados, la despensa solicitada, el plato de comida de Crooks lleno y sonrió mientras dejaba su llave en la mesita de café—. Supongo que fue demasiado para ti pensar en contemplarme en tu lista de solteros y nunca como tu compañero eterno.
Tomó los polvos flu y los arrojó a la chimenea. Hermione estaba sentada en silencio, mirándolo.
Se giró para mirarla una vez más, quizá sus ojos grises también reflejaban su propia tristeza y sin poder evitarlo, dijo:
—Nunca recibí una invitación tuya a pesar de todas las veces que intenté demostrarte lo adecuado que era para ti. Por ti —Hermione abrió la boca, pero la cerró—. Sólo sé honesta contigo: no quieres madurar, sólo deshacerte de mí y no encontrabas las palabras adecuadas.
Hermione se puso de pie, algunas lágrimas acumuladas en sus ojos.
Draco entró a la chimenea.
El timbre del departamento sonó, ambos lo ignoraron.
—La cosa, Hermione, es que yo sí puse un anillo en tu mano, pero nunca me tomaste en serio —Se encogió de hombros una vez más y dijo el nombre de la mansión mientras veía a Nott entrar al departamento poco antes de ser tragado por las flamas verdes.
