CENA de año nuevo del año pasado
—¡Estás vetado de mi cena de año nuevo, Malfoy! —había gritado una muy borracha y adorable Hermione en medio de su sala el año pasado. Sus aspavientos con las manos habían deslizado el tirante de su vestido dorado y se tambaleó en sus tacones—. ¡Todos los años es lo mismo, Malfoy!
—Fue un accidente, Granger —arrastró las palabras, porque ciertamente también estaba algo borracho—. No me puedes vetar de tu fiesta, es… ilógico.
—Tú eres ilógico —chilló Hermione mientras lo pinchaba en el pecho—. ¡Todos los años es lo mismo!
—Eso ya lo repetiste.
—¡Sí, lo sé!
—Fue un accidente, Granger… Crooks está bien, mañana le prepararé una pomada y su cola estará como nueva…
—¡Quemaste a mi gato, estúpido!
Hermione zarandeó a Crookshanks en su nariz, el gato ya bastante anciano, meció su cola rosada recién depilada en la boca de ella.
Draco había suspirado y negó con la cabeza mientras su mano autónoma del cerebro se extendía y acariciaba su brazo, colocando su tirante en su sitio. Hermione le dio un manotazo y se alejó.
—Fue un accidente, ya te lo dije.
—¡Fuera de mi casa! —chilló, señalando la chimenea—. ¡Vete!
Draco puso los ojos en blancos y siguió apoyado en la pared, junto a una foto de una Granger pequeña.
—No me voy.
—¡Te he dicho que te largues! —Hermione dio un pisotón y señaló la chimenea—. ¡Fuera!
—¿Y quién te ayudará a limpiar después, eh? —preguntó Draco, muy seguro de que eso la convencería—. Vivo aquí.
Un argumento devastador que le encantaba decir a cualquier hora a quien quisiera escucharlo, como en este momento con una gran audiencia.
Durante varios años, Draco se había quedado con ella limpiando y preparándole el desayuno al día siguiente, ahora, vivía aquí.
Excepto la vez que amaneció en China con Wendell y Mónica Wilkins, todos los años nuevos los había pasado en esta casa desde hace seis años.
—¿Hermione? —llamó desde tras una mujer muy parecida. Le echó un vistazo a Draco y luego a su hija—. Crooks está bien.
Hermione saltó bajo el toque de su madre y parpadeó, mirando a toda la habitación, la cual, por cierto, estaba repleta de personas bastante conocidas por ellos dos. Estaba Ronald y su nueva conquista sentados junto a Hannah y Neville Longbottom. Pansy y Blaise estaban parados más allá, mirándolos con una ceja arqueada. Potter y McLaggen miraban disimuladamente cercanos al árbol de navidad y Ginevra Potter los miraba desde la cocina, la mirada más inocente y abierta de todos. Draco entrecerró los ojos hacia ella.
Y lo más importante; el matrimonio Granger los observaba bastante de cerca.
La chica enrojeció y miró furiosa a Draco.
—No necesito que te quedes a ayudarme, Malfoy.
—¿Y quién sino te ayudará a recoger el desastre de la fiesta? —preguntó Draco, ojos al techo y brazos cruzados, seguro de su victoria—. ¡Y vivo aquí!
—¡Nadie, Malfoy! ¡No eres mi maldito novio para quedarte siempre! ¡Lárgate! ¡Y no es una fiesta! ¡ES UNA MALDITA CENA!
Draco parpadeó un par de veces y asintió. Sin mirar a nadie, tragó saliva y tiró el polvo a la chimenea.
—¡Bien! ¡Me iré a visitar a mi madre! ¡Diviértete en tu maldita FIESTA, Granger!
Hermione también parpadeó y dio la vuelta, con una sonrisa trémula en su rostro y se escabulló al baño.
—Miau —murmuró Pansy y luego reanudó su plática con Blaise.
La música volvió a sonar y McLaggen, sonriendo, se acercó al baño a ofrecer consuelo.
12 de febrero, actualidad
Bueno, ciertamente Draco no se iba a disculpar por lo de la cola de Crookshanks, se dijo, mientras se sacaba la túnica de cualquier manera y se metía a la cama, convertido en una quimera.
Ciertamente parecía su culpa al ojo inexperto del espectador, con su pirámide de chupitos de tequila con habanero y la muy desafortunada cola de Crooks incendiándose, pero no. La culpa había sido de Ginevra.
Y de la propia Hermione.
Antes del año pasado, las otras veces también habían sido culpa de Hermione y él tenía la evidencia.
Quizá el incidente de Crooks había sido el más aparatoso, tal vez podría intentar explicarle y ella entraría en razón, como la persona muy lógica y tan amable que era si antes de eso no lo hubiera corrido a pasar año nuevo con su madre en una fiesta tan aburrida como una clase de Historia de la Magia. Así que también se perdió la disculpa de esa ocasión.
Y es que ese 31 de diciembre, estaba distraído en las infinitas posibilidades que las fechas especiales significaban para Hermione.
Mucho podría decir que ella detestaba las fiestas especiales, pero ciertamente era un mujer de pequeños y grandes gestos. No se limitaba a pedir la despensa por ella, llevar a su gato anciano al veterinario y colocarle sus gotas o asegurarse de tener su horroroso café de San Valentín todas las mañanas en su escritorio.
Ella amaba los grandes gestos.
El problema de Draco es que los grandes gestos, los momentos especiales y las oportunidades ideales se le escapaban como agua entre los dedos cuando se trataba de Hermione.
Especialmente ese 31, había planeado a punta cada paso, llegaría temprano para ayudarla a preparar la cena, serviría las bebidas como todos los años, McLaggen y cualquier otro idiota se mantendrían al límite y cuando todos se fueran, incluidos Luis y Jean, él le ofrecería una última copa en la tentación de mirar el amanecer desde el techo de ese bonito edificio donde vivían.
Ella aceptaría, naturalmente. Subirían al tejado y Hermione se sorprendería de ver un espacio entre mantas y vino con luces fatuas para adornar el ambiente. Draco le ofrecería un masaje de pies después de haberla visto caminar en esos hermosos tacones altos que realzaban su trasero y luego, cuando estuvieran lo suficientemente relajados mirando el amanecer de un nuevo año, la besaría.
Y por favor que la besaría o de otro modo, su cuerpo sufriría combustión espontánea.
No estaba seguro de poder seguir otro año así; tendría que ser un todo o nada. Y aunque pareciera algo idiota y poco premeditado nada digno de un Slytherin, siete años eran demasiados.
Hasta para el monje tibetano más paciente, siete años eran toda una vida.
Pero siete años de lunes de café escuchándola gemir mientras prueba la crema batida de su café…
O los miércoles de karaoke haciendo canciones ridículas a dueto y los jueves de trivias estúpidas con su aliento rozándole la mejilla mientras murmura las respuestas para que nadie más los escuche, viendo sus labios moverse y mojarse mientras sus rodillas chocan…
Ni hablar de los viernes de bebidas cuando comenzó a llevarla a casa y ella le pedía, recargada en su puerta, que se quedara esa noche, en la habitación de invitados que poco a poco se fue llenando con ropa de repuesto, libros y algunas tonterías para que nadie más deseara quedarse en un cuarto tan personalizado, hasta que finalmente terminó viviendo ahí, pasando todas sus noches con ella, pagando renta y haciendo la despensa.
Los sábados por las mañanas bailando en la cocina con alguna camisa o suéter que le robó de su ropa de repuesto, luciendo fresca y tan deseable mientras platica con Crooks habían sido una muerte lenta… Gracias Bellatrix por la oclumancia.
O los domingos de museos y sitios culturales con los Granger, paseándose con ropa muggle en algún museo, sus padres adelante tomados de las manos y ellos entrelazados por los brazos, sus caderas rozándose y sonrisas secretas…
Ni hablar de los ínter, noches robadas aquí y allá con sus manos envueltas en los rizos de Hermione mientras ella duerme en su regazo, las citas al veterinario con Crooks o su propia pijama en la Mansión Malfoy y aquella almohada en su cama con el aroma de ella por doquier antes de finalmente mudarse definitivamente.
Sí, Draco Malfoy tenía mucho que perder y parecía que había ganado todo a ojos del mundo entero, incluidos los padres de Hermione y muy en principio, su propia madre, pero no. De todo lo que podía desear, lo único que realmente anhelaba, parecía tan cerca y tan inaccesible al mismo tiempo.
Y siete años, como decía Hermione era toda una vida.
Unos dos meses después, Draco había perdido todo eso sin planearlo.
Perdió a la bruja más linda de su vida y no parecía que fuera a recuperarla.
