Cuando, hace siete años le presentaron a su compañera de oficina, una nueva sección llamada "Oficina de Enlace Mágico para Jóvenes Magos", Draco no pudo más que poner los ojos en blanco, claramente, nadie querría trabajar con él, a excepción de la santa patrona de las causas perdidas: Hermione Granger.
Ella se limitó a asentir y seguir con su trabajo por meses sin meterse con él, lo que fue un alivio.
Draco tenía una bonita novia bastante agradable y ella una relación demasiado aburrida con Weasley, no había tensión entre ellos ni miradas incómodas: sólo eran compañeros de oficina.
Hasta que Potter los invitó a la noche de karaoke.
Y como en todas las otras cosas, terminó haciendo pareja de Granger. Ella se encogió de hombros y seleccionó una canción melosa, algo para hacerlo quedar en ridículo, ¡pero si la bruja no era un genio! Todos terminaron relajándose después de semejante humillación.
Poco a poco, terminaron coincidiendo los lunes en la cafetería de la planta baja del ministerio, Draco quejándose de la porquería que servían y Granger asintiendo mientras bebía. Entonces ella suspiró, dándose por vencida y tirando su café a la basura, tomó su abrigo y miró a Malfoy.
—¿Vamos por un café decente o qué? —señaló la puerta con un brillo travieso.
Draco dejó sus pergaminos y sonrió.
—¿Hermione Granger saltándose las reglas? —sonrió y ella le devolvió la sonrisa—. Creo que me gusta.
Y los lunes se hicieron sus lunes de café.
Los miércoles ya eran de mal karaoke con todos los amigos de Potter y Granger, pero aunque ya nadie se sentía incómodo en su presencia, siguieron arrojándolo al equipo de Hermione hasta que se volvió un hecho grabado en los antiguos libros de la historia.
Un día común, saliendo del Ministerio, Draco y Hermione iban enfrascados en una discusión muy profunda sobre… bueno… aparatos eléctricos.
—Vamos por una copa, Granger —dijo Draco señalándole un bar con pinta bastante aburrida—. Y tal vez me puedas explicar cómo se enciende ese tubo de la entrada.
Hermione puso los ojos en blanco y tiró de él hacia dentro del local.
—Es una lámpara fosforescente y funciona con un tubo de cristal inyectado con gas, cuando el gas se calienta, genera esas luces de colores.
Draco enarcó una ceja y la siguió dentro.
—Algún día, habrá algo que no sepas —murmuró mientras tomaban asiento y una mesera les dejaba un menú y unas hojas.
Hermione sonrió, mejillas arrebatadas y una sonrisa que quitaba el aliento.
—Es un bar de trivia —le explicó—. Hacen preguntas y nosotros las contestamos.
—Genial —rodó los ojos—. Es como ir a la escuela.
—Sí —se emocionó ella—. Pero con cupones gratis de bebidas.
—Qué ordinaria.
Y luego estaban los viernes, sus días más caóticos y difíciles.
Salían con los Potter y algunos Weasley y otros don nadie, se sentaban en una mesa y bebían hasta que el piso fuera irregular y su lenga bastante floja.
Todos se fueron en grupo una noche.
Blaise con Pansy, alguna loca con el chico irlandés de Gryffindor…. Weasley se fue con los Potter y al final, sólo quedaron ellos.
Hermione le pidió que la acompañara a casas y él no pudo resistirse, era casi…una invitación.
La veía diario en la oficina bastante desordenada que tenían, interactuaban demasiado dentro y fuera y ella estaba tan sonrojada y bonita que de pronto sólo existieron ellos dos.
Casi una invitación.
Lo cual, no era, le hizo saber Hermione mientras se mordía el labio y sus llaves resbalaban de sus manos.
No cuando él tenía a Astoria y ella a Ronald.
Y sin embargo, en la oscuridad del cuarto de invitados del nuevo departamento de Granger, acostado en calzoncillos mirando el techo con Hermione durmiendo del otro lado del pasillo, no había ninguna Astoria o Ronald haciéndoles compañía.
Sólo ellos dos.
Y así, llegaron a la primer cena de año nuevo, con unos Mónica y Wendell Wilkins bastante agradables. Draco siempre solía llegar temprano, porque, aunque había visitado la casa una o dos veces, verdaderamente estaba preocupado por la calidad de cena que Granger pudiera proveer. Seguramente, se dijo mientras tocaba a la puerta, era una pésima cocinera y se negaba a morir de envenenamiento alimenticio.
Eso, se dijo, fue la motivación para llegar antes que nadie, incluso para no recoger a Astoria antes de llegar.
Así, conoció a los Wilkins.
Y mientras Granger le colocaba un delantal de flores y le daba instrucciones, Wendell se había acercado y le ofreció una bebida. Y luego otra y otra cuando su vaso se vació.
Mónica era encantadora aunque lo miraba con desconfianza en ocasiones, hablaba demasiado sobre cómo extrañaba Inglaterra y lo caluroso que era Australia. Draco asintió y les preparó bebidas mientras la pequeña sala de Granger se iba llenando de gente. La comida tuvo que servirse parados o sentados en el suelo, donde cupieran, nada del catering elegante que esperaba Hermione.
Y luego llegó Astoria, toda elegancia y amabilidad, una anfitriona digna de cualquier fiesta con una sonrisa que se fue congelando cuando vio a Granger reír y esconderse en el hombro de Draco mientras contaban algo de sus trivias y karaoke. Conforme avanzó la noche, la sonrisa congelada desapareció completamente mientras veía a Draco reír y bromear con Wendell.
—¿Draco? —dijo Astoria con una sonrisa educada, interrumpiendo el juego de cartas de Wendell—. ¿Nos vamos a casa?
—Todavía no es media noche —contestó Draco mirando a Hermione empezar a sacar sus copas de champán—. Lo siento Wendell, iré a ayudar a Granger. ¿Por qué no le enseñas a Tori cómo jugar?
Astoria sonrió y negó con la cabeza, deteniendo por el brazo a Draco. Una sonrisa educada, todo dientes apretados.
—No es tu fiesta, Draco.
—Lo sé, pero ya sabes lo torpe que puede llegar a ser Granger…
Los dedos largos de Tori se apretaron en su brazo.
—No, en realidad no lo sé, porque mientras pensaba que no podíamos vernos algunos días por trabajo, estabas jugando y cantando con ella —Lágrimas cayeron por su hermoso y delicado rostro—. Y ahora estás aquí, jugando al anfitrión y al yerno con su padre.
Draco rodó los ojos y miró de soslayo a Wendell, repentinamente avergonzado de semejante confusión.
—No te pongas celosa, Tori. Y Wendell no es el padre de Granger.
Astoria bufó y negó con la cabeza, su rostro bastante derrotado.
—Lo he intentado, Draco —susurró con suavidad, una sonrisa más suave todavía—. Pero esto no va a funcionar. No cuando —hizo una seña a Wendell y Granger que estaba sirviendo champán en su cocina—, he visto que puedes dar más y no me lo estás dando a mí. Lo siento.
Y se fue, dejándolo solo y de pie, sin comprender bien qué estaba pasando.
Confundido, tomó asiento frente a Wendell. El hombre sólo se encogió de hombros y le ofreció su bebida.
—Creo que te acaban de dejar.
Draco asintió e hizo un gesto vago.
—Era muy buena para mí. Se merece el mundo entero —soltó una risita forzada—. Creo que pasaré el año nuevo a solas.
—¿Conoces China? —preguntó Wendell mientras se ponía de pie.
—No.
Wendell sonrió y le hizo señas a Mónica.
—Allá, a estas horas, ya pasó el año nuevo. Hermione nos contó sobre la facilidad que tienen de viajar a otros lugares…
Guiñó un ojo y se sonrieron.
Nadie mencionó a Astoria después de esa fiesta.
Hermione jamás lo admitiría pero todo ese viaje extraño en los tejados de la Ciudad Prohibida, les sirvió para abrirse a la magia y a sus recuerdos.
Y de una manera extraña, Draco terminó metido los domingos a medio día, sentado en el nuevo consultorio de los recién recuperados Granger, aprendiendo sobre cosas muggles y arte, mucho arte.
A veces, Ronald los acompañaba, pero era una persona muy poco interesada e impaciente y terminó abandonándolos a su suerte después de escasos tres intentos.
Después de sus días culturales, Hermione invitó a Draco a ver películas a su casa. En el reflejo azul de una sala iluminada por el brillo del televisor y un tazón de palomitas por el medio, Draco se dio cuenta que Hermione era muy bonita. Devastadoramente bonita, aparte de obviamente inteligente. Cualquier hombre tendría suerte de estar con ella.
Con arrebatadora certeza, se dio cuenta que Hermione Granger era la bruja más linda de su vida.
Y no había pasado ni un año a su lado.
Entonces, esa tarde cuando el flu se prendió y apareció Ronald, Draco supo que tenía que alejar esos pensamientos absurdos.
Ella era su amiga, compañera de trabajo y nada más.
Ron entró y su sonrisa desapareció cuando los vio sentados a una distancia considerable.
—Ya no sé, Hermione, quién es tu novio, si él o yo. Te ve más veces a la semana que yo.
Hermione se había puesto de pie y su sonrisa se borró. Draco consideró salir sigilosamente, pero su varita estaba en la cocina y tenía que atravesarlos para llegar al flu.
—Te pedí que nos acompañaras al museo, Ron. Y dijiste que era una pérdida de tiempo.
—Sí Hermione, porque me aburro, pero —señaló a Draco y éste se quedó quieto mientras se dirigía en total silencio a la cocina—, ¿eso te llevó a también compartir tus noches con él?
Hermione bufó y se cruzó de brazos.
—Bueno, estoy con quien quiero cuando quiera y más cuando… cuando ¡Mi supuesto novio se olvidó de nuestro aniversario! ¡Idiota!
Ron gritó algo, Hermione otra cosa y Draco desapareció en una llamarada verde.
Esa noche, se acostó en su cama con una sensación bastante extraña. Ronald y Hermione solían pelear por todo, pero esto había sido distinto y lo hacía sentir ligeramente culpable, aunque ¿quién olvida el aniversario si tuviera a esa bruja, la bruja más linda de su vida?
Borra eso, compañero. Ella sólo es tu amiga.
Se estaba quedando dormido cuando el flu de su cuarto se encendió y Draco suspiró.
Una sombra pequeña se acercó a su cama.
Draco se hizo a un lado, haciéndole espacio. Hermione trepó en su cama y comenzó a llorar.
—Rompimos y esta vez es definitivo.
El hombre asintió y la abrazó mientras lloraba.
El único pensamiento permitido en esos momentos fue que su almohada quedaría oliendo a ella.
Entonces, el año siguiente que dejó calvo a Ronald Weasley en la fiesta de cumpleaños de ella meses después de no haberle dirigido ni una palabra a Hermione post- ruptura, Draco no se arrepentía por ello. Ni se iba a disculpar.
Bueno —le había explicado Draco a una Hermione muy consternada—. Viendo la genética Weasley, sólo adelanté el proceso una década, más o menos, dependiendo su alimentación y sus niveles de estrés.
Y con eso, zanjó la cuestión.
Qué terrible.
El año del cepillo de dientes no estuvo tan mal. Sólo estaba experimentando con algunos puntos. Técnicamente, ese no había sido un desastre, solo una situación bastante incómoda para Hermione, explicando qué hacía el cepillo de dientes de Draco en el único baño, el cual, por accidente, había olvidado ese mismo día después de haber tenido una "inexplicable" emergencia de lavado de dientes cinco minutos antes de que los invitados comenzaran a llegar. Ese año tampoco merecía una disculpa.
Hermione no había tenido citas después de Ronald y Draco a este punto, estaba seguro que lo que sentía por ella, no era un simple encaprichamiento.
Era una tensión que crecía día a día.
Ya pasaban los miércoles, jueves y viernes juntos, los sábados por la mañana y los domingos. Así que dejar "accidentalmente" un cepillo en su departamento no le pareció una mala idea. No cuando tenía calcetines, algunos bóxer, túnicas y camisas en el cuarto de invitados…
Y varios libros, chucherías y hasta una foto de ellos dos en EuroDisney en la repisa de la chimenea, junto a la foto del "trío dorado".
Pero quizá, en general, ese año había sido un poco "tenso". Y quizá la culpa sí había sido de él.
Ése domingo llegó temprano al consultorio de los Granger y se maravilló al escuchar la historia de cómo se comprometieron Luis y Jean.
—Entonces no tenía dinero —dijo Luis mientras sacaba unos alambres de una bolsa—. Pero me pasé semanas construyéndole un anillo con estos alambres de níquel titanio, ya sabes hijo —desde que Hermione cortó con Ron, Luis lo llamaba "hijo"—, los que se usan para ortodoncia —Draco asintió como si supiera qué demonios es una ortodoncia—. Y le hice un nudo de boy scout. Así cuando lo deslicé en su dedo, ya no pudo quitárselo.
Jean soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Absolutamente adorable.
En ese momento entró Hermione al consultorio y todos tomaron sus abrigos para irse. Pero mientras salían, Luis le dijo muy casualmente:
—Ya sabes, podría enseñar a hacer eso para una mujer especial —le guiñó un ojo y siguieron su camino.
Draco regresó el martes y pasó toda la tarde aprendiendo a hacerlo.
El domingo, lo había perfeccionado a un par muy bonito de anillos plateados.
Hermione estaba encaramada en el mostrador de la recepción robándose los dulces de sus padres cuando Draco la encontró. Luis y Jean sonrieron y entraron a tropel a su consultorio, dejándolos solos, nada discretos, a ojos de Draco.
Draco tragó y le sonrió.
—Hola.
—¡Hola! —saludó Hermione, inclinándose para besarlo en la mejilla. Sintió el rubor crecer, pero lo ignoró. Hermione se había vuelto muy física con él, besos en las mejillas, abrazos cuando lo extrañaba, abrazos cuando estaba feliz, caricias de cabello, choques de caderas, tomadas de mano, su mano perpetua sobre su rodilla para tranquilizarlos…
—¿Sabes? —dijo, con tanta suavidad como pudo—. Tus padres me contaron sobre los anillos que tienen.
Los ojos de Hermione se abrieron y sonrió.
—Sí, ¿los has visto? Son muy bonitos. Gran historia de amor y pequeños gestos.
Draco asintió y le enseñó los anillos que él había trabajado sobre su palma.
—Hice unos.
Hermione tomó uno y lo examinó, mejillas sonrojadas y ojos brillosos.
—Son muy hermosos, Draco —sonrió y se lo devolvió. La vio desviar la mirada a la paleta en sus manos y luchar por desenvolverla—. Seguramente a quien se lo des, será muy afortunada.
—No entendiste bien, bruja tonta. Nos hice unos anillos.
El semblante de Hermione cambió y la vio lamerse los labios. Su estómago dio un vuelco.
—Son gemelos.
—¡Oh! —exclamó ella con una gran sonrisa—. ¡Ya entiendo! ¡Como los gemelos fantásticos!
Draco resopló y evitó poner los ojos en blanco.
—Estaba pensando en algo más como… como lo que tienen tus padres.
Hermione se quedó callada y la vio unir los engranajes. Asintió y sonrió; una sonrisa que no era la más brillante ni la más fría; tan neutral como la maldita Suiza.
—Claro, como socios. Mejores amigos.
Socios.
La chica tomó el anillo y lo deslizó por su dedo y luego le sonrió.
Adiós momento del "gran gesto" en el consultorio de sus padres confesándole sus sentimientos.
Draco estaba confundido. No sabía en qué momento se equivocó; si cuando pensó que todas las señales estaban ahí y claramente no existían. O cuando decidió que un anillo era una forma de declarar sus sentimientos.
Socios.
Bueno, lo que sea, ella lo había enviado a la zona de amigos.
En ese momento, Luis y Jean salieron de su despacho, haciendo más ruido que nunca, risas fingidas.
Jean fue la que se quedó atrás cuando Hermione salió con Luis.
—Quizá deberías intentar decírselo y ya —Jean era más seca desde que recuperó sus recuerdos, pero tenía un tinte cálido cuando lo abordó.
Draco negó y compuso una sonrisa.
—No estamos en la misma página. Está bien, estoy bien.
Jean asintió y suspiró, dándole una palmada.
—Vamos, necesitas ver algo con sangre y pus, ¿qué tal imágenes sobre las heridas de transmisión sexual en los muggles? Fantástico ejercicio de celibato.
Socios.
Pero de todos modos, Draco necesitaba hacer un punto; dormía muchas noches en esa casa, pasaba demasiado tiempo con ella y Hermione ¿se empeñaba en llamarlo socio? Por los calzones mojados de Merlín.
Sí, está bien, fue como orinar su terreno, pero para diciembre, Draco estaba desesperado.
—¿Saben qué? —preguntó Ginny mientras todos tomaban su ya respectivo lugar en el suelo o sofá de Granger y comían su plato festivo—. Encontré un cepillo de dientes verde en el baño de Hermione.
Hermione había dejado caer su bollo de nata y sus mejillas se sonrojaron.
Miró a Draco y todos comenzaron a reír.
—Seguramente es de Malfoy —dijo Ronald con una sonrisa—. El imbécil pasa más tiempo aquí que en cualquier otro lado, prácticamente son un matrimonio de viejitos.
Todos los invitados soltaron a reír y Malfoy solo se encogió de hombros.
Sí, necesitaba hacer un punto.
El problema, era que, al parecer, ella no había captado el punto.
Socios.
O sí.
