14 de febrero
Draco suspiró, tenía los pies metidos entre las estructuras de la torre Eiffel y se mantenía sentado de lado en su escoba. Odiaba pensar en todo y nada. Así que le dio otro trago a su botella de coñac y miró hacia abajo. Hacía demasiado viento, por lo que estaba cerrado para los muggles y Draco tenía la punta de la torre para él solo.
Él sólo y su despecho, el cual, por cierto, era un monstruo muy feo que había estado debidamente alimentado los últimos días.
Hacía frío y el aire no ayudaba nada a sus hechizos cálidos, pero nada se comparaba con el gélido frío que sentía en su pecho y que dudaba se arreglaría con un movimiento de varita. Y el ruido que generaba el viento no era nada contra el revoltijo de emociones y recuerdos que aturdían sus sentidos.
Lo había intentado, realmente lo intentó con todo su ser, beber hasta quedarse ciego mientras desaparecía por la chimenea apenas sosteniendo las migajas de su orgullo. Tomó la primera botella de su bar y la bebió sin respirar. Y agradeció al alcohol tener pequeños momentos de paz en el limbo de la inconsciencia y el mareo perpetuo. Algunos recuerdos deliciosamente inconexos mientras miraba a Blaise y Pansy, para cuando juntó tres palabras, se habían marchado. Creyó ver a Nott, pero estaba muy confuso mientras vomitaba abrazando al váter.
Que se fueran al carajo todos, gracias y por favor.
Así que cuando resurgió en un momento lúcido totalmente vestido pero empapado en su tina de baño, decidió irse.
Parecía un buen plan mientras se ponía ropa limpia, una túnica abrigadora y se abría paso tambaleante por la Mansión. Fue un plan excelente mientras robaba algunas cajas de vino de su madre y pateaba los cursis querubines de hielo del recibidor y arrancaba las flores de la entrada principal.
Fue muy lógico mientras incendiaba las tarjetas con corazones y desaparecía en su escoba.
Su madre había exclamado algo, pero Draco no tuvo el valor de mirarla a la cara. No iba a soportar esa mirada de lástima, no de nuevo.
Si era la mitad de mala que la última vez que lo miró así, no lo soportaría, se derrumbaría sobre el césped y lloraría. Porque la última vez que su madre lo vio así, fue cuando suspendieron sus sábados de té.
Fue después de Astoria y Ron.
Llevaba unos meses saliendo regularmente con Hermione los fines de semana y se sentía tan ligero que un día le contó a su madre. Vio un brillo en sus ojos mientras ella le sugería que tomaran los sábados para el té, los tres juntos.
Draco se sintió bastante aturdido, pero aceptó. Hermione palideció, pero se presentó puntualmente el sábado en su cafetería de los lunes. Se sentaron en silencio y su madre ordenó por los tres, los obligó a beber té y comer galletitas cursis mientras inundaba a Hermione de preguntas sobre moda muggle.
Hermione supo esquivar cada pregunta mientras Draco deslizaba su brazo en el respaldo de su silla, ignorando la mirada horrorizada de su madre mientras rompía semejante etiqueta, pero sus ojos se suavizaron cuando Hermione se sonrojó y relajándose, comenzó una verdadera charla.
Y fue hermoso, a sus ojos, fue hermoso e incómodo mientras veía a su madre contar tiernas historias de su infancia y a Hermione llenarse de esa vida que él nunca había compartido.
Pero pasaron algunos meses, era diciembre y hacía frío y Draco no pudo acompañarlas en su té sabatino; algo irrelevante sobre el trabajo.
Intentó acabar con sus compromisos temprano y alcanzarlas al final, pero cuando llegó a la cafetería, no había rastro de su madre o Hermione. Suspirando, se apareció en el departamento de ella y abrió la puerta. La encontró sentada en su sofá, leyendo. Nunca se había visto tan hermosa y Draco deseó ser el hombre con quien compartiera estas hermosas tardes para toda su vida.
Ella se veía tan tranquila mientras le hacía un hueco en su muy cómodo sofá y ponían una película. Pero a partir de esa tarde, sus sábados compartidos con su madre espaciaron, ella alegaba tener compromisos.
Hasta que un día, harto, la abordó. Su madre sólo lo miró a los ojos, tan azules como grises eran los suyos y le sonrió.
—Sólo considero —había dicho su madre mientras le enderezaba el cuello del suéter—, que estoy perdiendo mi tiempo conociendo a alguien que no está interesada en concretar una relación contigo. Deseo esperar y verter todo mi interés en aquella mujer que realmente quiera pasar su vida contigo y… —Su madre lo miró con lástima y dolor que encogió el estómago de Draco—. Lo siento, Draco, pero ella sólo conseguirá romperte el corazón. Así que dejemos de fingir que los tres gozamos esos sábados.
Y fue la última vez que Narcisa Malfoy se refirió a sus sábados de té.
Draco y Hermione tampoco volvieron a mencionarlo nunca.
Hasta la navidad pasada, cuando sugirió que reanudaran su amistad enfriada. Draco sólo enarcó una ceja y nunca se lo mencionó a Hermione.
Así que se montó en su escoba y voló.
Voló de cabeza, voló con los ojos cerrados, voló mientras bebía y dormitó volando hasta que llegó a París justo cuando la ciudad se sumergía en una suave y cálida serie de luces.
Un cliché, lo sabía, pero no había tenido el valor de mantenerse cerca de ella por más tiempo.
No cuando vio la fecha en el calendario y los preparativos de su madre.
No iba a estar en paz, pero al menos, no estaría tentado a aparecer y arruinarlo todo. Si ella tenía razón en algo, es que siempre parecía arruinarlo todo.
Quizá se quedaría un tiempo aquí, en el palacio de los Malfoi, renunciaría a su estúpido trabajo del Ministerio y finalmente se dedicaría a lo que deseaba: finanzas.
Porque sí, porque podía, porque se pudría en dinero.
A la mierda el trabajo, el cual, por cierto, había conservado más de lo establecido según su contrato de condena obligatoria sólo por Granger. A la mierda el Ministerio y los niños que intentaban generar una conexión con el mundo mágico.
A la mierda Gabriel que le mandaba dulces todos los años agradeciéndole de haber pagado el proceso de su padre en San Mungo para curar su sordera y apelar su caso por ser un muggle. A la mierda Anne que le tejía horrorosas bufandas cada año por haberla ayudado a sobrepasar la tensión inicial del mundo mágico cuando le contó lo idiota que solía ser de niño. Y a la mierda Hermione que se empeñaba en hacer un mural con las fotos de todos los niños que habían logrado adaptarse exitosamente gracias a ellos dos. A la mierda todos.
Y principalmente, Nott.
Terminó otra botella y la arrojó desde su altura, una metáfora ridícula sobre soltar o algo así, pero Draco no se sintió mejor; se sintió estúpido.
Porque en esos mismos momentos, Hermione estaría preparando todo para su estúpida fiesta a la cual sólo asistiría un estúpido invitado, porque el estúpido de Draco recogió todas las invitaciones, incluida la de Comarc-estúpido-McLaggen, excepto la del estúpido Theodore Nott, pues en su proverbial estupidez, se dejó dominar por los sentimientos y se fue, estúpidamente.
Se frotó la cara mientras imaginaba la escena de este año: Hermione con un hermoso vestido rojo borgoña que la haría lucir seria y exquisita arreglando una serie de platos con canapés. Su cabello caería en ondas, quizá luciría esa hermosa diadema dorada para despejar los rizos de su cara. Y luego, estarían sus zapatos altos que levantarían su trasero y la harían lucir tan estilizada. Y entonces daría la hora y Theodore aparecería por la puerta y Hermione le sonreiría y beberían alguna cosa ridícula y rosada y luego los ánimos se calentarían.
Nadie más iría a su casa, sólo serían ellos dos y entonces las luces bajarían y ella cerraría sus ojos y Theo la besaría y Draco desaparecería completamente de su vida.
Estúpida y cursi fiesta que el estúpido de Draco había convertido en una cita.
El aire se había calmado para cuando Draco terminó la tercera botella y la convirtió en una paloma antes de arrojarla.
La vio partir y tampoco se sintió bien. No estaba dejando ir ni una mierda. Sólo se sentía peor.
Pero la auto miseria era parte del proceso, se dijo.
No tendría por qué regresar a Londres, le escribiría a su madre y la convencería de venir aquí, iniciarían una nueva vida.
Quizá podría contactar a Astoria.
Alguna francesa pelirroja lacia y tez tan pálida como la suya o tan oscura como la de Blaise. ¿Asiática? ¿Brasileña?
Gimió de nuevo.
La ciudad se veía tan preciosa, llena de luces cálidas que contrastaban con el cielo azul limpio por el reciente viento. Podía ver todo y en lo único que pensaba, era en Hermione y su vestido borgoña.
Miró su mano, todavía usaba el anillo plateado. Conteniendo un suspiro, lo deslizó de su dedo y lo observó antes de decidir en qué convertirlo.
Siete años enamorado, siete años intentando ser mejor para ella. Tan convencido que no habría nadie más después de la bruja más linda de su vida.
Tan convencido que la esperaría el tiempo que fuera necesario, pero no importaba cuánto tiempo pasara, él nunca sería adecuado para ella.
Movió su varita, pero no se atrevió a transfigurar el anillo.
Se sentía tan definitivo.
—¿Draco?
¡Muchas gracias por el amor que le han dado! Lo sé, es mucho drama y yo les prometí más pegajosidad, pero eso no significa que no se las vaya a dar...
Todo mi amor a Fran, JessRo y Zarytha por su eterno amor.
Un beso,
Paola
