¡Hola a todos!
Sin duda me he pasado de la hora...pero bueno, creo que valdrá esto. ¿De qué hablo? Bueno, para quién no lo sepa, este mes de septiembre, se ha celebrado el mes de Aoko (se cree que su cumpleaños cae en este mes, yo en su defecto creo que también puede ser a finales de agosto), y el mes del KaiAo, entonces...tenía que subir algo. Entonces, aprovechando, quería empezar esta cosa/reto que llevo tiempo haciendo, aunque no he avanzado mucho. Esto trata de treinta historias subiditas de tono de una otp, en mi caso, Kaito y Aoko. Cada historia, tiene una palaba o situación ligada y así va.
Las historias tienen un orden, entonces, en mi caso, tengo escritas algunas, pero salteadas, entonces, esto va a ir lento, pero lento. Aunque bueno, si me salen todos así de largos, creo que vale la pena un poco.
Las historias, en su mayoría, y hasta el día de hoy, a menos que la palabra lo impida o que me de en alguna por AU porque he tenido una buenísima idea, serán partiendo del canon. Además, algunas historias estarán enlazadas, aunque haré que no haga falta leerse la anterior para llegar a esa.
Por otra parte, esta historia esta basada en un drabble propio, que realicé para un evento en un foro, aunque claro, a estas alturas poco tienen que ver, pero quería comentarlo.
Creo que eso es todo sobre las historias.
Por último, y antes de empezar a leer, repito, esto es un reto, por lo que, cualquier mejora o ayuda, o corrección, lo que sea, es más que bienvenida. Siempre lo es, pero ahora, más aún. Lo que ya me leéis, ya sabréis que el lemon no es algo que abunde, si no que pocas veces es explícito, entonces, soy más novata en este estilo. ¡Un reto es un reto!
Ahora, sí, espero que os guste.
Dislaimer: Los personaje de MK no me pertenecen, sino esto no se emitiría en el horario que se hace, a menos no creo.
1. Abrazo
A la fuga
Nadie, ni siquiera en el más extraño de los escenarios habría imaginado el desenlace que observaban frente a sus narices, ella más cerca que otros, maldiciendo a todo lo posible la situación que presenciaba frente a ella, y que, quizás en otra circunstancia, habría celebrado por todo lo alto.
— Te dije que no saldría libre de aquí — susurró a su lado aquel detective de cabello claro, con una sonrisa triunfal en su rostro, a diferencia de muchos oficiales, que, como los espectadores, aún no creían que el ladrón frente a ellos hubiera hecho su último truco.
Pero no, no era una mentira, ni una ilusión. En esos momentos, estaban presenciando la captura del ladrón de guante blanco más famoso de todos los tiempos. Kaito Kid estaba acabado, esposado en manos de la justicia, con el inspector Nakamori frente a él, dispuesto a poner fin a una era, en la que él había luchado incansablemente para atrapar a ese ladrón.
Todos observaban la escena, impacientes, deseosos de saber cuál era el verdadero rostro de ese maestro del disfraz. Sin embargo, ella no. Ella ya conocía su rostro, y también muchos de los allí presentes, solo que aún no eran conscientes de ello. Su cuerpo temblaba, mientras sus ojos azules buscaban sin parar una salida para aquella circunstancia. Si su máscara caía, sería el fin. Es cierto que también le mintió a ella, que desde el descubrimiento de su identidad ella misma se distanció de él, que sucesos posteriores la habían dañado aún más…Pero eso no significaba que lo quisiera tras unas rejas, porque no sería capaz de soportarlo. A pesar de ello, sus plegarias no eran oídas, y las manos de su padre ya se aferraban al monóculo y al sombrero de Kid.
— Por fin, sabré quién eres — la voz del hombre de bigote llenó el ambiente, haciendo que todos contuvieran la respiración, mientras lentamente el rostro de aquel ilusionista quedaba al descubierto.
Muchos de los presentes abrieron los ojos, al reconocer a aquel muchacho, primeramente, el inspector. Otros, como Saguru Hakuba solo sonreía triunfal, sabedor de la identidad del ladrón, aunque en el fondo le apenara que aquel chico acabara así. El inspector Ginzo parpadeó reiteradamente, viendo el rostro caído de aquel muchacho que había visto crecer.
— Tiene que ser una máscara — se intentó autoconvencer, mientras con ansía tiraba de sus mejillas con fuerza, pero nada, esa era su verdadera piel — Kaito…No puede ser.
El ladrón lo miró con dolor, viendo como la decepción se pintaba en su rostro. Podía ver que ese hombre estaba herido ante el descubrimiento que acababa de hacer. Cerró los ojos, le gustaría disculparse, decirle la verdad, pero hacerlo, era condenarlo. No podía jugar más vida más de lo que ya había hecho exponiéndole en sus robos.
— Kaito, habla, dime algo. No puede ser. Tiene que ser un truco, o haber alguna explicación. Solo habla, dime por qué vistes el traje de Kid — pidió desesperado, sacudiendo el cuerpo del mago, que se mantuvo callado sin mirarle.
La ira se acumuló en Ginzo. Se sentía engañado, manipulado y burlado por ese niño que había estado bajo su cuidado. Ese pequeño que en su día consoló cuando su progenitor murió. El hombre que había oído todas sus quejas y planes, y al que incluso pidió consejo en su día.
Finalmente, lo soltó, dejándolo en manos de la policía. Su mirada ya no era tierna como siempre lo fue, ahora mostraba asco. Miró a los agentes que lo custodiaban para evitar cualquier escape — Lleváoslo de mi vista — ordenó, con tono duro y dándose la vuelta para no verlo más — Que se pudra en una celda hasta que el juez decida que hará con él.
Aoko observaba todo desde la distancia, queriendo intervenir, pero sabedora de que no podía hacerlo. Se sentía tan impotente.
— ¿Estás bien? — inquirió Saguru a su lado.
Ella sonrió irónica, enfrentando su mirada curiosa — ¿Sería posible estarlo después de esto? — preguntó, con voz ronca, conteniendo las ganas de llorar que sentía. Estaba siendo testigo del peor momento de su vida, sin poder cambiar los sucesos. Era imposible que estuviera bien.
— Desde hace tiempo, sospeché que lo sabías. Por eso estabais tan distanciados, no me cabe duda — articuló el detective, volviendo a mirar a su rival, que en esos momentos los observaba, o más bien, observaba a aquella mujer a su lado. Sonrió sin poder evitarlo al ver la ira en sus ojos, seguramente fruto de los celos que sabía que provocaban las compañías masculinas que estaban junto a Aoko — También creo, que él jamás te contó sus motivos para todo esto.
— ¿Tú los sabes? — preguntó esperanzada, agarrándose a la camisa con fuerza — Por favor, dímelos. Necesito saberlo. Te lo suplico.
El mago, que no apartaba su mirada de ella sintió agujas clavarse en su pecho ante ese acto, interpretándolo erróneamente. Sonrió con pena, mientras se dejaba guiar por los agentes hacia el exterior, para ser trasladado en una de las patrullas hasta la cárcel.
— Lo siento, pero no los sé — se disculpó, viendo como la desilusión se pintaba en sus facciones — Pero, sí te puedo asegurar que los tiene, y, apuesto a que deben estar más que justificados.
— Nada justifica un delito — recitó ella como tantas veces su padre había hecho delante de ella. Ese había sido su aprendizaje, y nunca lo había cuestionado hasta ese momento.
— Según la teoría, es cierto — aceptó, sonriendo irónico — Pero en la práctica, se aprende que como humanos que somos, hay veces que hay que romper las reglas para vivir — articuló mirándola, ella estaba sorprendida con que él dijera algo así — Te pondré un ejemplo bastante simple. Un padre con niños no tiene dinero para poder si quiera alimentarlos. No consigue trabajo y nadie puede ayudarlo. En esa tesitura y desesperado entra a un supermercado y roba alimentos para sus hijos. Ha cometido un hurto, un delito. ¿Acaso debería haber dejado a los niños morir de hambre? — inquirió alzando una ceja.
— No, la vida está sobre eso, a mi parecer — respondió Aoko al final tras un pequeño silencio — Pero sí que tenía que haber otras opciones.
— Puede ser, pero cuando hay desesperación, las soluciones disminuyen — sentenció seguro. Él mismo había presenciado esas escenas, y sabía que muchas emociones producían ese efecto — Te repito que no sé los motivos de Kuroba, ni tampoco lo he conocido antes de que fuera Kid, pero apostaría todo a que los tiene y son grandes. Puede ser que tuvieran otra salida, pero seguramente nunca la pensó como adecuada por algún motivo.
— ¿Por qué no nos los ha contado a nadie? Mi padre le ha preguntado, yo le pregunté...Me prometió decírmelos ese día — Saguru la miraba, ella sabía que él no sabía de lo que hablaba, qué quizás no debería decirlo, pero no podía parar. Los ojos empezaban a escocerle. Deseaba gritar, soltar toda la rabia que tenía dentro. Coger a Kaito del cuello y obligarlo a hablar — Pero jamás tuvo intención de hacerlo.
— Puede que no quisiera hacerte cómplice, o que algún peligro le hiciera replanteárselo— propuso, mirando hacia el exterior, donde los fans del ladrón armaban un gran jaleo, interfiriendo en las tareas de los policías — Kid tiene enemigos Aoko, y algunos demasiado poderosos. Siempre he creído que alguien va tras él, y que él lucha precisamente contra ellos — desveló su teoría, para después suspirar — Aun así, si quieres saberlo, debes encararlo a él. Todo lo que yo diga, son solo suposiciones. Tú eres la que decide.
Aoko iba a responder que ya no podía hacer nada, cuando el castaño se le acercó, abrazándola. La ojiazul pensaba preguntar, cuando sintió que, aprovechando los ángulos muertos, deslizaba algo en su mano. Abrió los ojos con sorpresa al sentirlo. Sabía lo que era, notaba su forma.
Saguru se separó, y con una sonrisa y un gesto de cabeza, señaló hacia el exterior — Tú padre no ha salido — le informó — Ahora tú sí puedes decidir.
Iba a hablar, pero se contuvo al ver como el detective negaba. Apretó el objeto entre sus manos. ¿Qué debía hacer? Algo dudosa y con sus piernas temblando, caminó hacia el exterior ante la atenta mirada de su compañero, que solo esperaba que hiciera lo correcto para jamás tener que arrepentirse de ese día.
Al salir, pudo ver como la policía había conseguido contener a la multitud, dejando un pequeño camino por que el habían hecho pasar al mago, que sujeto por dos policías esperaba a que lo introdujeran en el coche patrulla.
En un momento, el mago giró la cabeza, uniendo su mirada a la de ella, haciéndola tragar ante su intensidad. No, se negaba a creer que era un criminal, a que los había engañado por nada. Debía tener un motivo, tenía que tenerlo.
Se mordió los labios al ver como los policías daban el visto bueno y uno de ellos se dirigía a abrir la puerta trasera de uno de los coches.
Sin pensar más, salió corriendo hacia el ilusionista, que aún la miraba, ahora con sorpresa. Nadie la interrumpió. Todos sabían quién era, solo el público la miraba extrañado, pero a ella ya no le importaba.
No tardó en estar frente a él, que aún la miraba, sin entonar palabra. Todo se paró para ella, ya no escuchaba las voces a su alrededor, solo lo observaba. Ya no había vuelta atrás. Tomó la corbata del mago, tirando de ella, haciéndole bajar la cabeza, quedando sus labios a su altura, y sin duda, los unió a los suyos. El mago no correspondió en un inicio, debido a la sorpresa, pero ella no le dio importancia, moviendo sus labios sobre los suyos, hasta que sintió que le correspondía. Rodeó su cuello con sus brazos, y mordió su labio inferior, haciéndole abrir la boca para juntas sus lenguas.
Solo se dedicó a sentir esos labios, a saborearlos, dejándose llevar por él, por Kaito y todo lo que provocaba en ella. Sería la última vez que lo besaría, que lo vería. No tenía dudas de ello. Quería llorar ante la mera idea de alejarse de él, pero ella no era la que decidía en todo eso. Él también decidió en su día, y pensaba respetar esa elección.
Se concentró en memorizar aquellas sensaciones, aquel olor, su piel, sus labios…Todo él. Siguió jugando con su lengua, igual que aquella noche, que parecía tan lejana y a la vez era tan cercana.
No quería acabar, pero viendo que el aire se acababa, se vio obligada a terminar aquello. Sus labios se separaron, y entonces volvió a ser consciente del resto del mundo. El jaleo había aumentado y las cámaras no dejaban de enfocarlos. Estaba claro que lo que había hecho la perseguiría siempre, pero no le importaba.
Miró al mago a los ojos, que seguían fijos en ella, esperando algo.
Ella sonrió con pena, sabedora de lo que se le vendría encima, ahora sin él a su lado — Solo he hecho lo que sentía que debía hacer — murmuró, para que solo él pudiera escucharla. Su rostro estaba impasible, aunque sus ojos le decían lo sorprendido que estaba. Seguramente pensaría que estaba mal de la cabeza o demasiado enamorada para hacer todo aquello después de lo que había pasado entre ellos. Respiró profundo. Era ahora o nunca — Kaito, yo…te quiero — confesó, sintiendo un peso menos en su cuerpo al decir aquella verdad que llevaba tanto tiempo ocultando y que, tras su descubrimiento, la había llenado de agonía.
Kaito no hizo nada. Ninguna señal, ni una palabra...Ella lo sabía, pero no pudo evitar una gran desazón al comprobarlo por sí misma.
No hubo tiempo de más. La policía esta vez sí metió al mago al auto sin importarle su presencia, solo acusándola con la mirada. Se lo merecía, lo sabía, por eso no intentó hacerles más caso. Se dio la vuelta, y huyó de allí, antes de que nadie pudiera detenerla. Todo había acabado.
Kaito la había observado en todo momento, cómo huía de aquel lugar. Hacía bien, pues estaba seguro de que la prensa, después de lo vivido, no dudaría en abalanzarse sobre ella, algo que no le hacía ninguna gracia.
Se alejaba del lugar, montado en aquel coche, aún con la sensación de esos labios que tanto había ansiado probar, aunque siempre lo hubiese negado a todo el que lo pensara. Adoraba a aquella chica de ojos azules, tanto que su rechazo durante esos últimos tiempos le había dolido más que nada. Deseaba estar con ella, aunque fuera discutiendo, pero ella impuso una distancia que él cumplió, era lo mínimo que le debía después de tanta mentira. Verla cada vez más lejos de él era un suplicio, pero no se merecía más.
— Sin duda, has jugado con todos Kid — dijo de pronto uno de los policías, haciendo que el mago dejara de mirar por la ventana, para verle por el espejo retrovisor — Especialmente con esa niña.
Le jodía que pensara así, pero cualquiera podría pensarlo. No pensaba entrar en su juego. Al menos, no debía hacerlo por su bien.
— Sin duda, la hija de Nakamori tendrá problemas por un tiempo con lo que acaba de hacer — articuló su compañero, que manejaba el vehículo — Aunque se lo merece, el inspector no.
Recordar a ese hombre que tanto lo había cuidado y su rostro de decepción era como si le clavaran un puñal. Quería haberle dicho todo, pero si lo hacía delante de tanta gente, en ese lugar, lo estaría condenando a morir. Prefería pasar sus días encarcelado o que lo mataran, que ser libre con esa culpa sobre sus espaldas.
Era su destino, lo había asumido…Hasta que ella apareció, trastocando todos sus planes como muchas veces había hecho. Esos ojos que lo volvían loco, esos labios que se había permitido degustar, esas palabras que tanto había querido escuchar…Y la llave para su libertad.
El coche giró hacia la izquierda, era el momento. El vehículo frenó de golpe cuando el conductor vio otro coche obstruyendo el paso.
— ¿Qué demonios hace ese coche ahí? — inquirió uno de ellos, cuando una idea fugaz pasó por su mente. Giró su cara completamente, enfocando al mago, que mantenía una sonrisa en los labios — ¿Qué estás planeando?
La sonrisa del ladrón aumentó — Resulta que tengo mucho que hacer todavía, así que no puedo dejarme encarcelar aún — respondió, a la vez que mostraba sus manos desnudas, ya sin esposas — Os deseo dulces sueños.
No tuvieron tiempo para replicar, pues pronto notaron somnolencia, imposibilitándoles movimientos, a la vez que veían como el mago salía por la puerta.
Los policías no tardaron en quedarse dormidos, mientras el ilusionista, fuera se apoyaba en una de las paredes de esa calle. De uno de sus bolsillos sacó entonces una llave, esa que le había librado de las esposas y le había permitido realizar ese truco de escapismo. Sonrió como un bobo al recordar la sensación del metal en su boca, guiado por la lengua de aquella mujer. Sin duda, lo había sorprendido por partida doble.
— Señorito Kaito — la voz de aquel anciano que tanto había pasado junto a él, lo sacó entonces de sus cavilaciones. Giró su rostro, encontrándose con un emocionado Jii, que apenas era capaz de retener las lágrimas.
Sonrió conmovido, abriendo sus brazos para aquel hombre — Tranquilízate, Jii. Todo está bien.
El hombre no dudó en abrazarse a aquel, al que adoraba como a un nieto, y por el que tanto miedo había pasado al ver como lo capturaban sin ases bajo las mangas. Creía que era su fin, y él no podía hacer nada, solo mirar y buscar formas de ayudarlo.
— ¿Cómo lo ha conseguido? — inquirió más tranquilo cuando se separó de él, buscando hasta encontrar una llave en su mano.
— Ahora eso no importa — sentenció. No había tiempo de explicaciones. Era un prófugo. Debían moverse rápidos para evitar su captura, y, especialmente, para ocultar al máximo su posición.
— Lo más seguro es huir — expuso el mayor, entendiendo a su protegido. Ya habría tiempo de explicaciones — El extranjero en su mejor opción. Exceptuaría Las Vegas, porque podrían buscarlo allí por su madre. Quizás Europa…
— No, Jii. No me iré. No aún — negó Kaito, dejando extrañado al anciano. Suspiró. Sabía perfectamente que era una locura no irse, pues en poco tiempo lo estarían buscando — Jii, hay algo que me retiene aquí. No quiero ni puedo irme, no así.
Jii no necesitó explicaciones. Sabía bien a lo que se refería aquel joven. No era tonto, y tampoco era ignorante de lo ocurrido minutos después de su detención con cierta muchacha de ojos azules que conocía muy bien.
— ¿Cuál es su plan? — inquirió únicamente, con una sonrisa, haciéndole entender que tenía su apoyo.
Volver a casa había sido un suplicio. Después de aquel beso, tuvo que aprovechar el desconcierto general para correr antes de que la atraparan. Hakuba fue de gran ayuda en eso. Si él no la hubiera llevado, seguramente estaría atrapada en medio de miles de periodistas.
Era consciente de lo que había hecho. Sabía que lo tendría que enfrentar. Pero aún era demasiado pronto. Su padre, sus amigos, Japón entero…Estaba asustada. No quería verlos aún. Sin embargo, su suerte duró poco. Nada más entrar en su hogar, se encontró con su padre, quién llevaba una carpeta entre sus manos.
— Hola, papá — saludó, sintiendo su garganta seca. No sabía si él sabría ya de su acción, esperaba que no.
— Aoko — nombró su progenitor, enfrentando sus miradas — He venido a por unos documentos que necesito. Esta noche no volveré. Hay mucho papeleo que resolver.
En su interior, se sintió feliz, aún habría tiempo para concienciarse — Ten cuidado, no te sobresfuerces.
Ambos avanzaron, ella en dirección a la escalera, y él hacia la puerta. La mano del inspector rozaba el pomo, cuándo volvió a girarse — ¿Por qué lo hiciste?
Aoko quedó paralizada en el sitio. El color se marchó de su rostro, mientras sentía un nudo en el estómago. Su padre lo sabía, y ni ella era capaz de contestarle algo coherente. Cambio su posición, enfrentando su mirada, llena de decepción y dolor. Era la segunda vez en el día que se sentía traicionado, lo sabía.
— ¿Sabías qué era Kid? — inquirió de nuevo, avanzando un par de pasos, buscando respuestas. Su dolor era palpable — ¿Eras su ayudante?
— No — negó con fuerza ante esa última pregunta. Suspiró, le debía la verdad. Kaito no pudo decirla, pero ella no mentiría, demasiado había ocultado ya — Yo…Sí sabía que era Kid, pero no hace mucho, apenas un mes y poco más — empezó a explicar, diciendo todo lo que tanto le había costado guardar — Me enfadé con él, por eso últimamente se negaba a cenar aquí. Me preguntaba una y otra vez por qué hacía esto, si era solo un juego para él — expresó, sintiendo de nuevo aquella sensación de traición, la que ahora él debía sentir — No sabía que hacer…Era Kid…Pero también era Kaito. Por mucho que lo pensé, jamás fui capaz de confesártelo. Me sentía perdida — confesó, su padre seguía mirándola fijamente, y notaba como asentía, entendiendo su duda — Kaito se mantenía alejado, sin embargo, más de una vez se acercó para saber cómo estaba, ya fuera como él o como Kid — explicó, pues no podía contarle sobre aquella noche, la que en un principio le aclaró las ideas — Con el paso de los días, me decidí a hablar con él, a exigirle explicaciones a como diera lugar. Sin embargo, me decidí demasiado tarde.
— Lo atrapamos — terminó el inspector, aún serio — Pero eso no explica lo que ha pasado hoy.
— Kaito tienes sus motivos, lo sé.
— Se los exigí hoy, y no dijo nada — replicó su padre. La rabia se notaba en sus palabras. Pocas veces lo había visto así.
— No podía dártelas. Kaito tiene miedo de algo o alguien — articuló, sorprendiendo a su padre — ¿Sabes? Hakuba siempre sospechó de él, y cuando estábamos allí, viendo como caía, me lo dijo. Si Kaito no habló, fue por ciertos motivos. Si alguien le obliga a ser Kid, si hay gente peligrosa tras él...Si hubiera confesado nos hubiera condenado a todos.
Su padre parecía meditarlo. Era lógico, ella lo sabía y él también.
— Aoko...Puede que tengas razón. Yo tampoco quiero creer que él nos haya engañado por nada, pero, aun así, también pienso que puede que tu...enamoramiento por él, te pueda confundir.
El silencio se instaló entre ellos. Aoko no sabía que decir ante eso. En cierto modo, podría ser. Su cariño hacia Kaito podría estar nublándole el juicio, pero no quería creer eso.
Aquella quietud se vio cortada con el sonido de un móvil, el de Ginzo. Lo cogió al momento, cambiando su cara en pocos instantes, mientras indicaba que iría de inmediato. Nada más colgar, la miró — Se ha escapado — comunicó, haciendo que el aire abandonase los pulmones de la mujer — Después continuaremos esta conversación.
Sin más palabras, Ginzo abrió la puerta, marchándose y dejándola sola.
Las horas habían pasado, siendo casi media noche. Aoko se mantenía despierta, sin saber muy bien que hacer, pasando de estar sentada en la cama a la silla, de la silla a estar de pie, y así varias veces. No podía dormir, no cuando no tenía noticias de nadie. Miraba cada dos por tres las noticias recientes, en búsqueda de alguna actualización, pero ni siquiera la prensa parecía saber de la huida del mago.
Suspiró, sentándose por undécima vez en la silla. Su ventana se mantenía abierta, quizás con la esperanza de que el ilusionista apareciera por ahí, una creencia que en esas horas había quedado en el olvido.
Él no iría. Lo más seguro era que hubiera huido en cuanto fue libre.
El solo pensamiento le hacía daño. Era una realidad que había aceptado, pero su corazón seguía doliendo solo al pensar en no volver a verle jamás.
Harta de tanto pensar, sintiendo el frío que entraba, decidió rendirse, levantándose decidida, dispuesta a cerrar esa maldita ventana. Kaito no iría, y a ese paso iba a resfriarse a lo tonto.
Caminó hacia ella, a la vez que el reloj marcaba las doce de la noche. Apenas cuando solo la separaban tres pasos, una figura vestida de blanco ingresaba a la habitación.
Sus ojos se encontraron en aquel silencio que ninguno podía ni sabía cómo romper. El viento seguía soplando, moviendo la capa blanca del mago, que no separaba la mirada de ella.
No podía entenderlo, ¿qué hacía él allí? Estaba en el lugar más peligroso. Su padre podría volver en cualquier momento, y encontrarlo allí no sería bueno para él. Sin embargo, una parte de ella no podía evitar alegrarse de volver a verlo, de que la hubiera buscado, todo era igual a aquella noche...Esa noche que él parecía haber ignorado.
— No deberías estar aquí — la rabia ante ese pensamiento la hizo pronunciar esas palabras llenas de resentimiento.
Kaito parpadeó confundido — Tienes razón, debería estar en la cárcel, para ser sinceros — expuso clavando su mirada cerúlea en ella — Sin embargo, cierta persona me dio la llave para escapar, a la vez que se declaraba ante miles de cámaras — recordó dando dos pasos hacia ella, que retrocedió uno — Llámame loco, pero creía que te alegrarías de verme.
Ella calló. Él tenía razón, y claro que se alegraba de verle, pero no quería caer ante él tan fácilmente, como aquella vez — ¿Las mujeres suelen alegrarse mucho cuando apareces en sus casas, Kid? — inquirió divertida, aunque en el fondo estaba celosa al pensar en esas escenas.
Él suspiró, al parecer intentando ser paciente, algo que no se le daba demasiado bien — Eres la primera mujer a la que visito de esta manera — murmuró, a la vez que se retiraba el monóculo y el sombrero.
Sus cejas se alzaron, era la primera a la que visitaba de esa manera…Vamos, que las había visitado para otras cosas. La idea la enfurecía, aunque no debería, porque, a fin de cuentas, no eran nada — Y, ¿de qué manera es esta? — inquirió, quizás siendo demasiado obvia en sus sentimientos, aunque poco importaba teniendo en cuenta que ya se los había dicho. Él la miró en silencio, tirando lejos el monóculo y el sombrero, que cayeron en su cama.
Él no respondió, al menos, no con palabras. Sin que ella lo esperara, Kaito avanzó hacia ella, y en cuestión de segundos la tomó por nuca y la besó, dejándola sorprendida. Notaba como movía sus labios sobre los suyos, a la vez que buscaba profundizarlo aún más. Quizás no era lo correcto, pero era algo que deseaba y necesitaba en esos momentos. Tiró lejos su intención de permanecer fría, porque no era capaz. Sin demora, correspondió al beso, aferrándose a la chaqueta del ladrón mientras él rodeaba su cintura, afianzando su agarre.
Sus labios se separaron tras notar la falta de aire, aun así, el mago no se alejó mucho, permaneciendo pegado a ella. Sus halitos chocaban mientras sus ojos volvían a conectar. Kaito sonrió — De esta manera — susurró, para después volver a besarla.
Aoko no lo entendió en un principio, presa del encanto que el mago presentaba. Esa era su respuesta a la pregunta que antes le había hecho. No quiso pensar más, solo dejándose llevar por esos besos que el mago no paraba de darle, dejándola una y mil veces sin respiración.
No supo cuánto tiempo había pasado cuando el mago se alejó de ella de nuevo, dejándola respirar por unos instantes. La sonrisa no se borraba de sus labios, que amenazaban con volver a atacarla, algo que ella mismo anhelaba, pero él se mantuvo separado unos minutos.
Aoko, ¿no vas muy fresquita para este temporal? — cuestionó alzando una ceja. Sin duda, eso era lo último que ella hubiera esperado que dijera.
Ella se paró a pensar, bajando su mirada para encontrarse con su escasa vestimenta. Sus ojos se abrieron mientras sus mejillas se teñían de rojo. Esa noche llevaba una camiseta de tirantas muy ligera y unas bragas de dibujos. Vamos, que no era una imagen que le agradara dar.
Lo miró roja de rabia y vergüenza mientras él seguía sonriendo divertido. Iba a soltarle alguna palabrota, pero él volvió a besarla, aunque esta vez fue un contacto corto — No he dicho que no me guste que estés tan fresquita — comentó, introduciendo sus manos bajo su camiseta, acariciando su espalda, poniéndole la carne de gallina ante su toque — Estás demasiado provocadora. No sé si eres consciente de lo que quiero hacer…
Sería de tontos no saber lo que quería de ella en ese momento. Sus ojos, sus gestos y sus palabras dejaban claro lo que deseaba. Y lo peor, era que deseaba lo mismo que ella, al menos en cierto sentido.
— Podrías obtenerlo de cualquier otra mujer — musitó conteniendo lo que le provocaba aquel pensamiento. Lo miró directamente — ¿Por qué pareces quererlo de mí?
El mago la miró en silencio, esta vez sin ninguna sonrisa de por medio. Por primera vez esa noche, la seriedad se reflejaba en su gesto. Respiró profundamente, mirándola con una intensidad que la hizo temblar — No hay otra para mí, nunca la ha habido.
Su susurro se repitió en su cabeza una y otra vez. Sabía que no era mentira, y no le hacía falta nada más. Subió su mano a su mejilla, acariciándola con dulzura. Kaito la miraba como si ella fuera lo más valioso del planeta. Sabía todo lo que se jugaba, lo que traicionaba con aquel sentimiento, pero no podía permitirse traicionarse a sí misma, no cuanto tenía una segunda oportunidad.
Sonrió levemente, a la vez que se ponía de puntillas, volviendo a rozar sus labios. Ambos se miraron, y sin más demora, volvieron a unir sus bocas, esta vez con pasión, mientras las manos del mago acariciaban toda la piel de la espalda de la muchacha. Sin embargo, no se conformaron solo con esa parte, empezando a tantear también en la zona del vientre.
Aoko sabía que estaba siendo cuidadoso, y esperaba sus señales para continuar o detenerse. Kaito no pensaba obligarla a nada, jamás haría algo sin su consentimiento.
Se separó de su boca — Kaito, quiero esto — aseguró mirándolo fijamente.
— ¿Estás segura? — podía ver la preocupación en sus ojos azules cuando pronunció esa pregunta.
— Sí, no podría estarlo más — afirmó con una sonrisa al sentir su inquietud. Kaito con esa pregunta le estaba mostrando la importancia que le daba a su seguridad.
No era tonta, sabía lo que significaba eso. Kaito era Kid, y no le había dado razones de ese tema. No solo eso, ya lo había rechazado una vez, aquella noche, aunque después quiso darle una oportunidad, Kaito la rehuyó, y ella solo se cabreó más. Se arrepentía de no haber arreglado las cosas en su momento, de no haber hablado los problemas y de haber rehuido su presencia. Sabía que se arrepentiría si no se dejaba llevar esa noche. Sabía que Kaito la quería, que tenía motivos para ser Kid, que era importante para él y lo deseaba.
— Kaito, deseo hacer el amor contigo — pronunció, viendo la duda en sus ojos. Él la miró y pudo notar el deseo en sus orbes. Él deseaba eso tanto como ella, pero se sentía culpable.
— Yo también — suspiró finalmente, volviendo a tomar su boca, haciendo ver a la mujer que no pensaba resistirse más.
Aoko sintió como el mago tocaba con más seguridad su cuerpo, rozando ahora sus pechos por debajo de esa maldita camiseta que a ella ya le empezaba a estorbar. Estaba ansiosa por sus caricias, deseaba más contacto. Con ese pensamiento, dirigió sus manos a su corbata, desanudándola lo mejor que podía mientras los besos continuaban, cada vez más pasionales.
Kaito, notando sus intenciones, la ayudó con el nudo de la corbata, lanzándola lejos y dejando que la chica comenzara a retirarle la chaqueta y la camisa. Más confiado por sus acciones, dejó los roces sutiles para acariciar por completo los pechos de su amante, masajeándolos hasta escuchar un suspiro placentero, arrebatándole una sonrisa que ella sintió.
Siguieron así varios minutos en los que Aoko se deshizo por completo de las prendas superiores de él, acariciando con sus dedos toda la piel expuesta. Estaba nerviosa, y no sabía muy bien que hacer para complacer a Kaito, aunque por sus gestos, notaba que no hacía nada desagradable.
Kaito, harto de acariciar por debajo de la prenda, tomó los extremos de esta, y separando su boca de la de ella, se la sacó cuando Aoko alzó los brazos. Sonrió gustoso al verla solo con su braga, acercándose a su oído — Preciosa — murmuró, enviando un escalofrío por su cuerpo, comenzando a besar su cuello, mientras una de sus manos seguía en su seno, y la otra, empezaba a aventurarse hacia aquella zona aún cubierta.
Sus piernas comenzaron a temblar al sentir como el mago del mago se acercaba a su parte baja con suaves caricias. Él pareció sentir su nerviosismo, deteniendo sus dedos en la parte baja de su vientre, separándose de sus labios — ¿Quieres que pare? — cuestionó en voz baja, con un tono que detonaba preocupación.
Sus ojos volvieron a encontrarse, como tantas veces esa noche, y como seguiría pasando. Sonrió, aún con nervios, pero segura respondió — No, no quiero que pares. Quiero más, pero...
— ¿Tienes miedo? — preguntó en un susurro, delineando con sus dedos el rostro de ella, sonsacándole un suspiro de placer ante aquella suave caricia.
— Es lo normal, ¿no? — inquirió tímida.
— Si te soy sincero, yo también estoy asustado — confesó, viendo la sorpresa en su rostro. Le sonrió — Aoko, no quiero arruinar esto. No quiero hacerte daño, y creo que solo con mi presencia te estoy dañando.
Kaito tenía miedo, lo había notado, pero era en ese momento cuando entendía que no tenía miedo por él, sino por ella, por su bienestar, ese que había mandado a la basura ayudándole, y que seguía rechazando al estar con él. Al menos, eso era lo que él creía — Escúchame, Bakaito — lo llamó, segura de lo que iba a decir — Me harías más daño si no estuvieras a mi lado. Si te hubieras ido sin más, ignorando todo…todo lo que ha pasado. Soy la primera que sabe que no he hecho las cosas bien, pero, estaba asustada, furiosa y triste. No sabía cómo enfrentar esto, no quería que dijeras que nuestra amistad fue falsa, que jamás sentiste ni el más mínimo afecto por nosotros, que me en realidad me odia... — los dedos del mago taparon su boca antes de que pudiera acabar su frase mientras la miraba con ternura.
— No sabes cuánto me alegro de oír eso — musitó, abrazándola con fuerza, la necesitaba cerca, lo más posible. Sentir que no era una ilusión de su mente fruto del sufrimiento, tenía que saber que era real — En todo este tiempo, jamás te he culpado por nada. Sé que yo tuve la culpa, y acepté que necesitarías un tiempo para digerir mi secreto.
Se separaron lo mínimamente necesario para volver a mirarse a los ojos. No necesitaban más palabras. Al menos no por el momento. Lentamente, acercaron sus bocas de nuevo, ansiosos. Se volvieron a fundir en un beso, mientras sus manos, con confianza se paseaban por el cuerpo del contrario. Nada los separaba, en ese momento, estaban juntos. No sabían qué ocurriría más adelante, por eso, solo querían disfrutar de ese momento, de ellos, sin máscaras ni nadie que pudiera interferir.
Cuando se separaron, el mago deslizó su boca, besando la piel en su descenso, deteniéndose algunos minutos en su cuello, sonsacándole risas y suspiros a su amante, para después, seguir hasta llegar a sus pechos, alejando sus manos de ellos para tomarlos con su boca, mientras Aoko arqueaba su espalda, agarrándose del cabello del ilusionista, cuyos dedos volvían a estar en su zona baja, acariciándola, enviando oleadas de placer por todo su cuerpo.
En un momento dado, el mago la aupó en sus brazos, haciendo que Aoko rodeara su cadera con sus piernas, mientras sus bocas volvían a encontrarse, y Kaito se acercaba a la cama, donde acabó recostando a la chica. Teniéndola debajo de él, se dedicó unos instantes a observarla. Su cuerpo casi desnudo era iluminado únicamente por la luz de la luna que entraba por la ventana. Solo aquellas bragas la cubrían, y sin dudarlo, volvió a mover sus dedos por su cuerpo, hasta llegar a esa prenda, que sujetó, y tras mirarla a los ojos y no ver oposición, las deslizó por sus piernas, para después tirarlas lejos de su posición.
Ahora te toca a ti — musitó la muchacha, algo avergonzada, pero con una voz que a Kaito se le hizo de lo más seductora.
Sin dudarlo, el mago se quitó el pantalón blanco, para después hacer lo mismo con sus calzoncillos, relegándolos al olvido, estando ambos en igualdad de condiciones.
Ambos se detallaron con la mirada. La chica analizó todo el cuerpo del mago, que antes no pudo observar con tanto detalle. Vio marcas en su piel, que no dudó en tocar con sus dedos, delineándolas, hasta que el mago, sorprendiéndola, sujetó su mano, obligándola a enfrentar su mirada.
— ¿Son heridas…de Kid? — inquirió, sin saber muy bien si se habría explicado con exactitud.
— Eso no importa — replicó, intentando que lo dejara pasar, aventurándose a su boca, pero ella movió el rostro — ¿Me acabas de hacer una cobra?
— Y tú me acabas de ignorar — afirmó, intentado no reírse por la mueca que había puesto ante su rechazo. Él resopló — ¿Cómo te hiciste esas heridas?
— Te he dicho que eso no importa — reiteró desviando la mirada.
— A mí me importa — sentenció la morena, tomando su rostro para que la mirara — ¿A caso no ves que me preocupas?
Él mago suspiró, sin saber muy bien que contestar, pero ante su mirada no pudo negarle más una respuesta — Ser el ladrón más famoso del mundo tiene desventajas. Pero ninguna fue grave, te lo prometo — aseguró, y Aoko le creyó. Veía que no estaba mintiendo.
— Sabes que quiero saber más, ¿verdad? — preguntó, volviendo a tumbarse, atrayéndolo hacia ella, a lo que él aceptó complacido.
— Sí, lo sé — respondió, tentado de volver a besar esa boca que cada vez tenía más cerca — ¿Ahora?
— Creo que no importa esperar un poco más — articuló segura, a lo que él sonrió, volviendo a besarla con ímpetu.
Libres de cualquier prenda que separara sus pieles, volvieron a pasear sus manos por todo el cuerpo contrario. Ambos delineaban cada parte del otro, intentando sacarle, aunque fuera un pequeño suspiro de placer. Pronto, el mago se separó de su boca, y volvió a descender por su cuerpo, dejando un reguero de besos y caricias en su bajada, para después de llegar a aquella parte del cuerpo de la mujer, volver a subir a su boca, mientras sus dedos exploraban con cuidado, arrebatándole algún que otro gemido.
— Aoko, te necesito relajada — murmuró, dispuesto a comenzar. Vio el miedo en sus ojos — Sé que tienes miedo, pero te juro que no te haré daño. A la mínima que te moleste, detenme.
Ella asintió, confiaba en él, así que intentó relajarse, y solo concentrarse en la satisfacción que le proporcionaban las caricias del ilusionista. Sintió como acariciaba su zona baja, para después introducir uno de sus dedos en su vagina, ante lo que se tensó.
— Aoko, debes relajarte — repitió, intentando tranquilizarla al sentir su tensión, volviendo a tomar su boca, mientras sus dedos se movían en su interior — ¿Confías en mí?
— Idiota, si no confiara en ti no estaríamos así — respondió ella con un mohín, ante lo que el mago solo pudo sonreír y besar su frente.
— No sabes cuánto me alegra escuchar eso — musitó, con una sonrisa que le llegó al corazón. Esa era la sonrisa de su Kaito, una sincera que pocas veces había visto últimamente. Sin juegos ni burlas.
Sus bocas volvieron a unirse, mientras el ilusionista seguía preparándola, introduciendo progresivamente sus dedos en su humedad, mientras ella intentaba no tensarse ante cada nuevo intruso, dejándose llevar intentando pensar solo en los besos que el mago repartía por su cuerpo para el mismo cometido.
En un momento dado, extrajo sus dedos. Aoko lo miró, y supo que era lo que tocaba. Tomó de nuevo su rostro, volviéndolo a atraer a ella, uniendo sus labios.
— ¿Lista? — cuestionó el mago, dándole la última oportunidad de retroceder. Pero ella asintió, y él no pudo evitar volver a sonreír.
La besó, agradecido en el alma por ese amor y confianza que ella le estaba demostrando. No se lo merecía, no después de tantas mentiras, y aun así, ella seguía ahí, a su lado. La quería tanto.
Con un truco de dedos, hizo aparecer en sus manos esa protección necesaria. Vio su rostro de sorpresa, ese que adoraba provocarle ante cualquier truco. Rompió el envoltorio y se lo colocó, para después, situarse entre sus piernas.
Sus manos se unieron, mientras él se introducía en ella con una lentitud pasmosa. No quería dañarla en lo más mínimo. Veía sus muecas, como cerraba sus ojos con fuerza y sentía como apretaba más sus manos.
— ¿Duele? — inquirió, tras tantas señas que podían afirmarlo.
Sus ojos azules se abrieron para unir sus miradas — Molesta, pero es soportable. Sigue — ordenó, ante lo que el mago no podía desobedecer.
Siguió introduciéndose, hasta que toda su virilidad estaba dentro de ella. Una vez dentro, pudo respirar tranquilo. Se acercó a los labios de su amante, besándolos con cariño, mientras sus manos seguían unidas y sus cuerpos se rozaban por el movimiento. A los pocos segundos, Aoko movió sus caderas. Una petición silente que Kaito entendió a la perfección, cumpliéndola inmediatamente.
Ambos empezaron a mover sus cuerpos, en busca de un placer mayor. El vaivén iba en aumento, mientras los gemidos de ambos empezaban a llenar aquella habitación, seguros de que nadie sabría lo que allí sucedía.
Aoko se aferraba con fuerza a él, hundiendo sus dedos en su alborotada cabellera y rodeando con sus piernas su cadera, mientras su boca era robada por el ladrón, que con una de sus manos acariciaba su clítoris, deseoso de conseguir más gemidos de su compañera.
La lujuria los poseía, mientras el calor se hacía cada vez más intenso. Sus manos tocaban cuanto deseaban, a la vez que sus cuerpos se dejaban llevar por el placer. No había palabras, no las necesitaban, no en esos momentos.
Kaito llevaba el control, pero eso no duró mucho más. Con un movimiento, Aoko acabó siendo colocada sobre él, marcando ella el ritmo tras un acuerdo silencioso. En un principio, se movió lentamente sobre él, hasta que se adaptó a la nueva postura, aumentando el ritmo hasta el frenesí, mientras Kaito se dedicaba a degustar con su boca toda la piel que estaba a su alcance.
Ambos sabían que no quedaba mucho, pero no querían terminar, pues cuando eso pasara tendrían que enfrentarse a una verdad. Sin embargo, ese anhelo no podía ser cumplido. Finalmente, el mago volvió a tomar su posición inicial, penetrando con fuerza a la chica, sintiendo cerca su orgasmo, y a juzgar por sus gestos, también el de ella.
Siguió el movimiento hasta que sintió como el cuerpo de Aoko se curvaba dejando salir un último y más fuerte gemido, para después, tras varios empellones más, acabar él mismo, saliendo de su interior y colocándose a su derecha en el colchón, bocarriba al igual que ella.
Sus respiraciones sonaban con más fuerza de la normal, intentando tomar todo el aire posible que habían perdido durante el ejercicio. Estaban agotados, pero plenos y felices. Aunque no podían decir que lo estuvieran del todo, no cuando sus conciencias no tardaron en recordarles por qué aquello no estaba bien, no de esa manera.
Tenían que hablar, lo sabían, pero necesitaban un respiro antes. Disfrutar de esa sensación unos instantes más.
— ¿Todo bien? — inquirió el mago, tras varios minutos de silencio intentando recuperar sus alientos. La chica asintió como respuesta, pero no pronunció vocablo. Kaito insistió — ¿Segura?
— Sí, tranquilo. Todo está bien — pronunció respirando entre palabras.
El silencio inundó la sala unos minutos, los suficientes para que las respiraciones se hubiesen tranquilizado.
Ambos querían alargar esos minutos, esa tregua, pero no podía ser eterna.
La mujer se incorporó sentada, mirando al mago, que le devolvía la mirada. En ese momento, sitió vergüenza ante su situación, algo irónico después de todo lo que habían hecho esa noche. Sin embargo, intentó que no se notara — Creo que tienes mucho que contarme, Kaito — articuló, viendo como desviaba sus ojos y se instauraba su cara de póquer. Algo le decía que iba a mentirle, así que, jugó antes que él — Sé a lo que le tienes miedo — soltó, viendo como su máscara se rompía unos instantes.
— ¿A qué le tengo miedo, según tú? — inquirió burlón. Kaito temía meter a Aoko en todo aquello. Ese era su problema, y nunca quiso involucrarla. No había ido esa noche con el pensamiento de hacer lo que había hecho, ni de contarle la verdad. No podía arrastrarla a aquella vida, y menos, permitir que la matarán. Esas palabras podía ser un farol, o podían no serlo.
— A que nos hagan daño — soltó, confiando en las palabras de Hakuba, sabiendo que se la estaba jugando. Pero pudo ver que había acertado. El rostro de Kaito se puso blanco, y se levantó de golpe — Sé que has estado en peligro, y que…Por eso mismo hoy no contestaste a mi padre — manifestó, dejando al mago con los ojos abiertos — Pero Kaito, aquí nadie escucha, solo estamos tú y yo. Por favor...No hagas que me arrepienta de lo que he hecho y de confiar en ti — pidió, sabedora de que había jugado sus cartas. Kaito era el que faltaba.
Su rostro no dejaba entrever ninguna emoción, pero ella lo conocía lo suficiente como para saber que estaba preocupado. Si lo que había dicho representaba de alguna manera su realidad, no era para menos. Él estaba en peligro, y temía arrastrar a todos a esa vida, pero ella la tomaba consciente. Quería a Kaito, y no lo dejaría solo en algo así.
— ¿Desde cuándo lo sabes? — inquirió aún con cara de póquer, pero con los ojos llenos de terror.
— Investigué después de…ya sabes, ese día — respondió, improvisando al ver que su mentira estaba funcionando. Kaito parecía creerla, y lo entendía. Ella y la mentira nunca habían sido amigas.
Kaito permaneció en silencio. Parecía estar asimilando toda aquella información. En cierta medida, sentía pena por el mal rato que le estaba haciendo pasar, pero era necesario si quería que él confiara en ella.
— Sé eso, pero me falta saber más — añadió después de un tiempo en silencio, en el que él ni siquiera la miraba.
Él conectó sus ojos — Es una historia algo larga — advirtió, haciéndola sonreír al verlo dispuesto a contarla.
— Tenemos todo el tiempo del mundo — aseguró, tumbándose, invitándolo a hacer lo mismo a su lado, aceptando él encantado, fundiéndose en sus brazos.
Pasaron mucho rato ahí, tumbados, mientras Kaito narraba todo lo sucedido desde aquel día en que descubrió el traje blanco que su padre usó en un pasado. La historia transcurría mientras ella acariciaba al mago, que entre sus brazos dejaba salir todo lo que hasta ese día había ocultado de ella, por miedo a su odio, a su rechazo y a su seguridad por encima de todo. Aunque aquella historia transmitía dolor, ella no podía evitar sentirse aliviada y contenta al saber al fin la verdad, y que nunca se equivocó con el mago.
— Aquella noche, ¿ellos estaban? — inquirió ella, cuando él acabó su historia, haciendo referencia a la noche en que descubrió la verdad.
— Sí…Si no hubieran estado no hubiera sido tan descuidado. Estaba tan preocupado de que no me encontraron que se me olvidó que tú podrías estar aquí — explicó, con una mueca de tristeza al recordar aquel momento, en el que la vida de ambos dio un horrible vuelco.
El silencio se asentó unos minutos, pero no era incómodo. Pareciera que ambos buscaban que decir, mientras navegaban por sus recuerdos de esas últimas semanas. Finalmente, Kaito se movió del refugio de sus brazos, uniendo sus miradas, para después acercarse a sus labios sin impedimento alguno, besándola con calma, saboreando ese momento.
Se separaron con renuncia. Aoko abrió los ojos, sonriéndole. Se sentía plena, al fin segura de todo en lo que había creído, y feliz de tener al mago junto a ella — Ya no estás solo Kaito. Ahora que sé todo esto, estaré aquí, para ayudarte en todo — aseguró acariciando con mimo su mejilla.
El mago, sin embargo, tomó su mano, deteniendo aquella caricia, a la vez que suspiraba. Algo iba a ir mal, Aoko podía presentirlo por su gesto — Aoko...No quiero meterte en esto. Tú no eres mi cómplice. Al venir aquí solo quería decirte que tenía razones para ser Kid, que te agradecía tu ayuda, que siempre estaré en deuda contigo por haberme liberado y que…
— ¿Quieres decir que te arrepientes de lo que acaba de pasar? ¿De decirme la verdad? — cuestionó desilusionada, retirándose del toque de mago, mientras lo miraba. Esa cara de póquer volvía, y la odiaba. Volvió a pensar en su situación, en sus primeras creencias, y la pregunta salió antes de que pudiera pensarla más — ¿Acaso vas a marcharte? — inquirió la muchacha tras escucharle. Pasaron unos segundos, pero él no respondió. Estaba rabiosa y las lágrimas estaban a punto de salir. No entendía nada, después de todo lo que había pasado no esperaba de pronto ese alejamiento — ¿Nada de esto ha significado nada para ti? ¿Tan poco importante soy para que no te importe dejarme atrás?
— ¡Ni siquiera pienses eso! ¡Es al contrario! ¡Si me quedo os estaré poniendo en peligro! — estalló el mago al ver como sus ojos empezaban a humedecerse. Él también estaba confuso. Los acontecimientos de las últimas horas eran demasiados — Eres demasiado importante como para que permita que algo te pase por mi egoísmo. Tengo enemigos Aoko, Kid siempre los ha tenido, y permanecer aquí es hacerles ver mi talón de Aquiles. Deseo quedarme, estar a tu lado, pero hacerlo es condenarte, si es que aún no lo he hecho — explicó, pero ella negaba con la cabeza a la vez que intentaba tapar sus oídos en un gesto algo infantil, pero lleno de dolor. No quería escucharlo — ¡Joder, Aoko, te quiero! ¡Entiéndelo! — exclamó alterado, sujetándola de los hombros, a la vez que volvía a unir sus miradas — ¡Estoy enamorado de ti! — con esa frase ella dejó de resistirse — ¡Te quiero, y por eso, debo de irme!
— ¿Me quieres? — preguntó ella con los ojos como platos, sorprendida por esa confesión e incrédula. Él asintió — ¿No es una mentira?
El mago negó reiteradamente con el ceño fruncido. ¿Cómo podía pensar que mentía en algo así? — Idiota, si no te quisiera no habría venido esta noche — articuló, intentando sonar tranquilizador, soltando su agarre, para rodearla con sus brazos. Estaba alterada, y la entendía. Eso estaba siendo demasiado para ambos.
Ella cerró los ojos, hundiéndose en su abrazo. El mago sintió como aún estaba tensa, y pensó que lo mejor sería cambiar de tema, al menos unos instantes. Acarició sus hebras morenas, mientras pensaba y pronto recordó algo. Quizás no era el tema más ameno, pero sin duda, se alejaba un poco de todo el asunto de Kid.
— Por cierto, Aoko, tengo una duda que lleva dándome vueltas en la cabeza desde esta tarde — empezó diciendo, logrando que la muchacha alzara la vista, aún con los ojos llorosos. El mago la miro con pena, y antes de seguir intentó limpiar con sus dedos las gotas que aún estaban en su rostro con caricias dulces, después, continuó — ¿Cómo es que besas tan bien?
La morena abrió los ojos con sorpresa. No se esperaba algo así — Está de broma, ¿verdad? — preguntó, creyendo que el mago estaba burlándose de ella, pero en sus ojos vio seriedad, y también algo que no sabría describir — ¿Acaso no lo recuerdas?
— ¿El qué debería recordar? — inquirió extrañado, ante lo que la mujer empezó a reír — ¿Puedo saber que te hace tanta gracia? — a pesar de que la duda lo llenaba de curiosidad, y en cierto modo, lo enfadaba ante las ideas que se presentaban, admitía que verla reír le tranquilizó, y supo que había logrado su tarea.
— Me rio, porque creo que empiezo a entender muchas cosas — dijo, abrazándose a su cuello, poniéndose a su altura — Hace dos semanas, cierto ladrón entró a mi habitación, suplicándome perdón una y mil veces, hasta que finalmente claudiqué — empezó a relatar, ante la mirada incrédula del ilusionista — Después, sin que lo esperara, se me declaró. No me lo podía creer, pero la felicidad me embargó, aunque no pude responderle porque antes de hacerlo ya me había besado, y yo me dejé llevar, hasta que paré cuando sus intenciones ya no eran tan inocentes — rio ante la cara de Kaito, que tenía la boca abierta. Le dio un casto beso, y siguió — No estaba lista, y pedí que quedáramos al día siguiente en la torre del reloj, teníamos mucho que hablar. Aceptó, y se fue, pero al día siguiente no apareció — recordó, no sin cierta tristeza — Después, al día siguiente de ese plantón, te vi en el instituto, pero ni siquiera me mirabas, y creí que todo había sido una treta, y me enfadé, muchísimo. Creí que todo había sido una mentira, que solo querías…no sé, quizás solo llevarme a la cama, y que, al no dejarte, pues…
— Eso no es así — saltó el mago, incapaz de seguir escuchando callado.
— Lo sé — aseguró, mirando sus ojos, tan claros y sin mentira alguna — Ahora lo entiendo todo, o creo entenderlo.
— Hace dos semanas, en uno de mis robos, aspiré droga. Una brillante idea del pomposo, por cierto — señaló ante la mirada de su amiga — Cuando me desperté, estaba en el bar de Jii. Ese día soñé contigo, lo sentía cómo un sueño, jamás imaginé siquiera que…
— Lo imagino, tranquilo — lo relajó, acercando sus frentes — Ahora todo está bien.
— No lo entiendo, ¿por qué no me reclamaste nada? O aún más, ¿cómo hiciste todo lo que has hecho hoy creyendo que yo...ya sabes? — preguntó, no contento con dejar la cosas así. Necesitaban que todo quedara claro entre ambos de una vez.
— Porque quería creer que tenías motivos para no haber ido aquel día, que no buscabas aprovecharte. En el fondo, sabía y sé que eres incapaz de hacer algo así — explicó, aunque el mago aún parecía inconforme — Es estúpido creer en los presentimientos, pero realmente sabía que todos estos años no podían haber sido una mentira.
Kaito asintió. En el fondo la entendía, y se alegraba de que, a pesar de todo hubiera creído en él.
— Kaito — lo llamó ella, después de otro silencio, que se estaban haciendo demasiado comunes ese día — ¿Realmente... — paró, tenía su atención, pero tenía miedo de preguntar — te irás?
La respuesta no llegó de inmediato, haciéndole suponer lo peor. Iba a hablar, pero Kaito la cortó — Debería — articuló, dañando sin quererlo a la mujer — Pero después de todo esto no quiero hacerlo — completó, sonriendo levemente, aliviando a la mujer, que sin dudarlo se lazó a sus brazos, haciéndolo reír a carcajadas — Tranquila, tranquila.
— Promételo — pidió, aferrándose con fuerza a él — Prométeme que no te irás, que te quedarás y lucharemos juntos contra esto.
— Te lo prometo, Aoko. Mientras pueda, me quedaré — accedió, aunque Aoko no se quedó contenta con ese añadido, cosa que Kaito notó, aunque decidió no nombrarlo — Debo hablar con tu padre en cuanto pueda. Le debo una explicación, y, además, necesitaré su ayuda.
— ¿Qué planeas? — cuestionó algo preocupada.
— Planeo hacer lo que debía hacer desde un principio, confiar en vosotros. No puedo seguir solo. Puede que tu padre no capture a Kid, pero le ayudaré a dar caza a esa maldita organización — sentenció, sonriendo confiado, ante la incredulidad de la chica.
El alba se acercaba. Sin duda, la noche había sido larga, y el día no sería corto tampoco. El ladrón más grande se había escapado. Nadie sabía cómo ni a dónde, pero lo que sí sabían es que no se escaparía fácilmente. Habían bloqueado toda salida posible, tanto de la ciudad de Tokio como del país entero. Kid no podría huir, no sin ayuda.
El inspector suspiró mientras aparcaba cerca de casa. El solo pensarlo hacía que su dolor de cabeza aumentara. Habían pasado demasiadas cosas en pocas horas. Descubrir que alguien tan querido había estado engañándote no era agradable, ver cómo tu hija le declaraba su amor frente a todos los medios y creía firmemente en él tampoco era algo de lo que alegrarse y encima, el tener a toda la policía riéndose y hablando a sus espaldas sobre ello lo empeoraba todo.
Salió del coche dando un portazo. Estaba cabreado, herido y cansado. Solo quería acostarse en su cama y despertarse y ver que todo había sido una pesadilla. Pero eso era real para su desgracia.
Alzó la vista hacia la ventana de su hija, intentando aplacar su ánimo. Puede que se hubiera equivocado en sus acciones, pero no iba a torturarla por ello. Sabía su estado, y lo entendía. Kaito era especial para ella. No le extrañó comprobar que conociera su identidad y que lo hubiera ocultado, pues en el fondo, él sabía que hubiera hecho lo mismo, por lo menos hasta saber que no tenía motivos para ello.
Abatido, se dirigió hacia la puerta, abriéndola con sigilo, creyendo a Aoko dormida, pero nada más abrirla, la vio a pocos metros. A pesar de su rostro serio, se notaba por el movimiento de sus dedos lo nerviosa que estaba, haciéndolo sospechar.
— Creía que estarías dormida. Es muy temprano — comentó, paseando su vista por todo lo que podía ver desde la entrada, sin resultados — ¿Ocurre algo?
— Tenemos que hablar, es importante — contestó la morena, instándole a entrar efusivamente.
— Tenía planeado echarme a dormir. Ha sido una larga noche, y estoy cansado — intentó disuadirla, ahora creedor de que quería hablar sobre el muchacho, algo de lo que no tenía ganas.
— Por favor, es urgente — reiteró, haciéndole suspirar. Era tan cabezona como él, así que asintió — Vayamos a la cocina.
Ella caminó hacia la cocina, seguida por él. Ninguno dijo palabra hasta que él mismo se sentó en una silla, cansado.
— ¿Te preparo algo? — preguntó preocupada, y con cierto arrepentimiento por lo que iba a pasar a continuación.
— No, solo dime rápido lo que sea. Quiero descansar.
La chica tragó saliva, preparándose mentalmente. A las espaldas de su padre, por la puerta acababa de entrar aquel joven que tenía a toda la policía en jaque en aquellos momentos, esta vez dispuesto a decir la verdad. Sabía que se lo jugaban todo, pero confiaban en su padre, y eso les daba ánimos.
— El que tiene que hablar esta vez soy yo, inspector — ella fue testigo de cómo los ojos de su padre se abrieron como platos, llenos de incredulidad y enfado, girándose en cuestión de segundos, dejando caer la silla al suelo, encarando a aquel ladrón — Y esta vez, diré toda la verdad, si es que aún quiere escucharme.
— ¿Sabes lo que te juegas al venir aquí? — preguntó con ira Ginzo, echando la mano a su arma, apuntando a su cabeza, ante la mirada aterrorizada de Aoko y la apenada de Kaito.
— ¡Papá, no hagas una locura! — exclamó la morena al ver la escena, con miedo de lo que podría ocurrir.
— Aoko, sal de esta habitación — ordenó el mayor sin mirarla, con su vista aún fija en el ladrón.
Ella iba a protestar, no pensaba irse, pero el siguiente en hablar fue el mago — Hazle caso Aoko, es lo mejor — aseguró, serio y seguro a pesar de tener una pistola en la sien.
— ¡Yo me quedo! Soy parte también de esto, no me pienso ir — se negó, enfadada de que quisieran echarla.
— Aoko, es una orden, sal de aquí — reiteró Ginzo con una voz autoritaria que nunca había usado con Aoko.
Pensaba en volver a negarse, cuando el mago fijó su mirada en ella, con súplica, lo que finalmente la hizo acceder, y no sin miedo, salió, quedándose a pocos metros para escuchar lo que ocurriera, pero cerraron la puerta y se quedó allí, sola y sin escuchar nada.
Nada más salir la chica, le tendió unas esposas al mago, que entendiendo su orden se las colocó. Después, el inspector separó la pistola de su cabeza y cerró la puerta, instando al chico con un gesto a que se sentara en una de las sillas. Tenían mucho que hablar.
Kaito no dudó en hacerlo, quedando al final frente al inspector, que aún mantenía su pistola en la mano, si es que intentaba escapar.
— Tienes cinco minutos, empieza a hablar, si es que realmente tienes algo que decir — articuló serio. Ver allí a Kaito lo había sorprendido. En el fondo, deseaba que realmente le contara la verdad, pero prefería no guardar esperanzas.
— En primer lugar, quiero pedirle perdón. Sé que no he hecho bien, pero fue lo único que se me ocurrió hacer en aquel momento — comenzó a decir. Ginzo escuchaba atentamente — Hace alrededor de un año, descubrí que mi padre había sido Kid cuando aún estaba vivo, y posteriormente que fue asesinado por ello. En un principio, solo quise saber quién era el culpable, pero no había solo una persona, sino toda una organización peligrosa detrás del crimen. Esos hombres buscan una joya concreta, y mi padre se puso en su camino, como ahora hacía yo. Robaba para obligarlos a salir de su escondite, a la vez que buscaba la joya que ellos ansiaban, para destruirla y acabar con todo — explicó, resumiendo todo lo más posible. Si le creía, ya habría tiempo de explicar los detalles, de cara a crear un plan. Paró a analizar su expresión, pero seguía sin cambios. Suspiró — Sé que no tengo excusa, que debí contárselo y no jugar a ser un criminal, pero en un primer momento solo se me ocurrió esa opción, y después todo se complicó. No quería poner a nadie en peligro.
— Si lo que me dices es cierto — habló al fin, tras escuchar su historia, aún con la seriedad en su rostro — ¿Por qué has venido a esta casa esta noche? Eso es ponernos en peligro, especialmente a Aoko.
El mago calló. Él tenía razón, pero… — Porque no podía irme sin más, no…no después de lo que pasó — dijo, recordando su escape y la declaración de la chica.
Ginzo suspiró. El alivio había llegado. Sabía que no le mentía, lo veía, y creía en él. Se alegraba de que su hija tuviera razón, pero aquello suponía muchos peligros. Kaito no debía mantenerse cerca, o si no, estarían en peligro. Aoko ya debía estar en el punto de mira, al igual que él — Pero ahora debes hacerlo — su voz sonó dura, aunque en el fondo solo quería no mostrar la tristeza que eso le provocaba.
El ilusionista abrió los ojos, mientras apretaba los puños sobre la mesa — No quiere que esté cerca de Aoko…Lo entiendo, pero, inspector, yo…
— Lo que no quiero es que nadie salga herido — corrigió, mirándolo con cariño — Ni tú, ni Aoko ni nadie que nos rodeé. Si te quedas, estás exponiéndote y exponiéndonos inútilmente. La policía te busca, y la organización de la que me has hablado seguramente también. Entiendo que no te quieras ir, pero, por el bien común, debes hacerlo, al menos de momento. Ahora mismo la vista de la prensa estará en nosotros, y quedarte sería riesgoso.
Kaito cerró los ojos con pesar. Entendía al inspector, pero no podía irse, no ahora, no después de todo lo que había pasado. No podía dejarla sola ahora.
Ginzo vio su indecisión, y creía entender su origen — Aoko lo entenderá — musitó apaciblemente.
La única decisión posible era una, aunque sin duda el mago aún tardaría en claudicar.
Los nervios se la comían. Seguía fuera, esperando, sin poder oír nada de lo que ocurría dentro, por mucho que intentara agudizar su oído.
Tardaron más de media hora en abrir la puerta, saliendo su padre, que al pasar junto a ella se paró — Tenías razón, tenía sus motivos — le sonrió, aunque el cansancio era cada vez más visible — Ahora entra, tenéis que hablar.
Con una sonrisa, se lanzó a sus brazos, feliz de que los hubiera creído. Después de abrazarlo se dirigió hacia la cocina, dónde el mago seguía sentado en el mismo lugar dónde había estado desde el principio, aunque ya sin esposas. Entró sonriente, pero al ver su expresión supo que algo no iba bien.
Al escucharla llegar, el mago alzó la vista, uniendo sus mirada — Aoko, esta tarde me marcho de Japón.
Su cara se volvió blanca al oírlo, la garganta se le secó y pronto sus ojos se humedecieron.
Su pequeño mundo había vuelto a arruinarse en cuestión de segundos.
El mago, al notar el cambio no tardó en levantarse y refugiarla entre sus brazos. Él era el primero que odiaba tener que alejarse de ella — No quiero irme, pero si quiero tener esperanzas de un futuro, debo hacerlo. Si me quedo, lo más seguro es que me encuentren y me maten, y sepan que lo sabéis todo. Eres lo más importante, y si te pasara algo jamás me lo perdonaría — habló, sintiendo su tristeza, notando al fin que aceptaba su abrazo. Sonrió con pena — No sé cuánto tiempo tendré que alejarme. Sé que no tengo derecho a pedir nada, pero quiero que…
— Ni se te ocurra decir que te olvide y siga adelante — interrumpió, apretando su agarre, entre hipos — Porque no te lo perdonaré.
— En realidad, iba a decir que quiero que me esperes — articuló, alegre de escucharla, separándola un poco para mirar sus ojos azules, mientras sus dedos borraban las lágrimas que aún caían — Te quiero, Aoko. Sea donde sea que esté, quiero que sigamos en contacto.
Ella asintió, incapaz de poder pronunciar nada más. Quería quejarse, pedirle que se quedara, recordarle la promesa de haca un par de horas, pero no era tonta. Entendía el riesgo en el que estaban. Él, igual que ella solo pudo acercarse a sus labios, y besarla, sabiendo que pasaría mucho tiempo antes de volver a estar juntos.
Ese mismo día, después de aprovechar al máximo esas últimas horas juntos, Kaito se marchaba disfrazado, para irse fuera del continente, a esconderse de aquellos que los amenazaban.
Ella, intentando no derrumbarse lo despedía, sin saber muy bien si realmente podría volver a verlo. Tenía miedo a que la olvidara lejos, pero, aun así, mientras agitaba su mano diciendo adiós, sonreía, dispuesta a confiar en él y esperarle, aunque por dentro sintiera la mayor de las agonías.
Cuando se quedó sola, esperó de pie unos minutos frente a la puerta, deseando que volviera a entrar y le dijera que no se marcharía, pero no pasó.
Destruida, subió a su habitación, donde se lanzó a su cama mientras el llanto se abría paso, dejando salir toda la rabia y dolor que sentía, quién sabe cuánto tiempo, hasta que se durmió de tanto llorar.
Cuando despertó, el sol ya se estaba poniendo. No tenía ganas de nada, pero aún así se obligó a levantarse, dispuesta a irse a la ducha, sin embargo, antes de eso algo llamó su atención.
Sobre la mesa, pudo ver una rosa azul, y junto a ella un pequeño sobre blanco. Sin dilación, corrió a cogerlo, maldiciendo a sus dedos por temblar tanto, impidiéndole sacarlo.
Cuando al fin lo logró, no tardó en leerlo. Pudo distinguir perfectamente la letra, aunque tampoco le hacía falta eso para saber de quién era. Además, también pudo ver su sello, aunque era algo diferente, podía ver como en las mejillas del monigote había rayas rojas, imitando al rubor, y como su boca lanzaba un beso. Se rio sin poder evitarlo, para a continuación, leer esa nota.
Ni estando en otra galaxia, podría olvidarte. No sé cuánto tiempo tendré que estar lejos, pero cada segundo de este castigo valdrá la pena en el futuro.
No quiero que llores, ni que estés triste. Quiero que sonrías, y que sigas viviendo feliz. Estoy seguro, de que pronto podré ponerme en contacto contigo, y aunque no pueda tocarte, besarte o abrazarte, oírte y verte me conformará por el momento.
No me arrepiento de estar enamorado de ti, de que seas mi debilidad ni de nada de lo que ha ocurrido entre nosotros, por más mala que haya sido la situación. Solo espero poder repetir pronto esta noche en mejores circunstancias.
Aoko, te diré algo, soy un ladrón, pero no soy el mejor, porque tú, sin ser una ladrona, has robado todo mi ser.
Te quiero, niña azul.
Pronto tendrás noticias de mí.
Atentamente, y tuyo,
Kaito Kuroba/Kaito Kid
Nada más leerla, la abrazó con fuerza, sonriendo, para después volver a releerla una y mil veces más.
Lejos de ella, montado en un avión, el mago observaba las nubes, imaginando que habría encontrado su nota. Pensar en la chica lo hacía sonreír, y más aún, cuando pensaba que esa distancia, a fin de cuentas, era una prueba, para al final, tener la esperanza de un futuro juntos.
Aviso, este tendrá su segunda parte. No los puedo dejar así.
