¡Hola a todos! Feliz Navidad.

Aquí estoy de nuevo con mi tradición de subir siempre algo el 24 de diciembre, aunque esta vez he ido bastante apurada sin tiempo para ponerme a escribir hasta hace un par de días, por ello, os traigo la continuación de este reto que en este 2021 aún no había tenido actualización.

Siento estar tan ausente, y espero poder ponerme al día con todo en las vacaciones, y seguir escribiendo tanto en este reto como otras historias.

Muchas gracias por todo y espero que os guste.

Dislaimer: Los personas no me pertenecen, yo, en este caso, solo los uno y hago que tengan momentos + 18 como dice el reto.


Día 2 - Beso

La boda

Ese era el gran día, uno que había soñado innumerables veces de mil y una maneras diferentes. A pesar de eso, aún no era capaz de creerlo del todo, no hasta que lo viera ahí, esperándola, con esa sonrisa algo traviesa que siempre solía esbozar.

No había sido fácil llegar hasta ahí. Habían pasado muchas cosas entre ellos que no considerarían su relación como fácil, y, sin embargo, habían llegado, luchando juntos por ese futuro que ambos deseaban. Todo el que los observaba, veía la imagen de la perfección en una pareja: jóvenes, con trabajos prometedores, dinero y amor. Aun así, ella bien sabía que la idílica imagen era muy diferente a la realidad, y lo mejor, es que, para ella, la realidad era mucho mejor. Nada era fácil en sus vidas, tenían que trabajar a diario para mantener su lugar en sus respectivos trabajos, ella como inspectora y él como mago principal de una gran compañía. No eran pocos los competidores de ambos, pero ellos seguían adelante como siempre, con trabajo duro y esfuerzo, apoyándose mutuamente.

Pero ese día no era para pensar en eso, ni mucho menos. Ese día era de ellos, para disfrutarlo al máximo. Era de esos días especiales de la vida. Era su boda. Esa celebración en la que su novio no había dudado en decirle una y mil veces que no escatimara, que podían permitírselo, y que, solo quería que ella fuera feliz. Aun así, al final ella eligió una ceremonia íntima, solo con aquellas personas importantes para ella, sin prensa ni invitados indeseados.

Y allí estaba, frente a un tocador, mirándose. Su vestido de un blanco inmaculado, con un escote atrayente, a pesar de que no tuviera un pecho protuberante, un recogido que dejaba escapar algunos mechones con elegancia, el maquillaje natural, destacando su belleza innata y su ramo de rosas azules en las manos. Sus ojos azules no se separaban de su reflejo, incapaz de creer que realmente estuviera allí.

Ese día debía de ser perfecto. Sin ningún "pero", sin embargo, no era así. Y se sentía egoísta al pensar en ello, porque era feliz al casarse con el único hombre al que había amado, el cual le correspondía y se desvivía por ella. Por ello, intentaba quitar ese pensamiento indeseado de su cabeza.

Dos toques en la puerta de la estancia la avisaron. Por la puerta entró su amiga Keiko junto a su padre, ambos con los ojos llenos de emoción al verla. Ella les sonrió, dejando atrás todos los pensamientos que tenía hacía pocos segundos.

—¿Estás lista? — preguntó su amiga, acercándose a ella, hasta colocarse detrás, mirando su reflejo — Estás preciosa.

— Gracias – pronunció, mirando también hacia el cristal. Ella jamás se había creído muy hermosa, pero sin duda, era cierto. Estaba preciosa —¿Cuánto queda para irnos? — inquirió, desviando su vista al reloj de la pared, que marcaba las 12:00.

— Todo está preparado, y el novio está esperando en el altar, así que, cuando veas que le has hecho esperar lo suficiente — contestó su amiga, haciéndola reír — Sería divertido ver su cara mientras va pasando el tiempo. Igual se cree que te has echado para atrás.

— Ambas sabemos que me conoce lo suficiente para saber que eso es imposible — rio. Aunque sí que es cierto que iría cada vez a más impaciente.

Las dos amigas rieron felices, hasta que la tos ronca del único hombre de la habitación las hizo parar. Ambas enfocaron sus miradas en él, que las observaba sonriente también.

— Keiko, ¿podrías dejarnos solos un momento, por favor? — inquirió, ante lo que la muchacha asintió al momento.

— Iré a avisar al coche para que esté listo. Si necesitáis algo me llamáis — informó, para después salir, dejando a padre e hija en completo silencio.

Ginzo Nakamori no se consideraba alguien excesivamente emocional, pero era imposible no serlo cuando tenía a su pequeña delante, a punto de dar un gran paso. Aoko Nakamori se levantó, dirigiéndose hacia él, quedando cara a cara, ambos sonriéndose.

— Sin duda, el tiempo pasa rápido — dijo el hombre — Parece que fuera ayer cuando ibas corriendo tras Kaito para regañarle por cualquier cosa. Y ahora, os vais a casar…

Aoko sonrió levemente, con algo de pena. No era un secreto para nadie que, el que peor llevaría su boda sería su padre. No porque no le gustara, sino por lo que conllevaba. Ese día, sería definitivo el hecho de vivir fuera de la que era la casa familiar. Ginzo Nakamori viviría solo, y eso era lo que más había llevado a Aoko a retrasar ese momento. Si es cierto que Kaito y ella habían vivido juntos, pero de manera intermitente, cada uno con su casa y únicamente juntándose durante un tiempo determinado.

— Pero, ya era la hora — continuó, con los ojos húmedos, pero sin derramar ni una lágrima — Ya estabais tardado mucho en casaros. Ahora tenéis la edad perfecta para disfrutar juntos, antes de que queráis tener hijos, si es que queréis, claro – siguió. La miró a los ojos y acarició sus mejillas — Me alegro mucho de poder vivir este momento contigo y te deseo toda la felicidad del mundo, mi pequeña — finalizó, fundiéndose ambos en un emotivo abrazo — Sé que te he fallado muchas veces, que no te he acompañado todo lo que debería…Pero necesito que sepas que aquí me tienes, pase lo que pase y que estoy orgulloso de ti y la mujer que eres.

— Gracias, papá — aseguró cariñosa, abrazándose a su padre, feliz.

— No, soy yo el que te las tiene que dar, por apoyarme siempre y permanecer a mi lado. Sé perfectamente que has retrasado este momento por mí, para que no me sintiera solo. Que no te has independizado por lo mismo. Es mi culpa haber dependido tanto de ti. Pero eso ha terminado, y, aunque te echaré de menos — comentó, viendo los ojos de ella llenos de emoción — Te tengo al lado e iré a visitarte muchas veces. Además, aún compartimos lugar de trabajo, así que no me perderás de vista tan fácilmente — rio, abrazándola.

Aoko correspondió el abrazo, sin poder pronunciar palabra. Si lo hacía, lloraría, y ese no debía de ser un día de lágrimas.

—¿Crees que ya lo has hecho esperar lo suficiente? — le preguntó al separarse, frotándose los ojos, también llorosos.

Aoko asintió, porque sentía que no podría decir nada.

— Entonces, vamos. Vaya a ser que el novio empiece a tener un a taque de pánico — sonrió, haciendo que la mujer soltara una carcajada, dejando también escapar una lágrima, que su progenitor capturó rápidamente — Y, ahora, sonríe. Hoy es un día muy feliz para todos.

Juntos marcharon hacia abajo, donde el coche ya los esperaba junto a una emocionada Keiko. Una vez dentro, Aoko dirigió su mirada hacia el cielo, que hoy estaba completamente soleado, tal como habían deseado. Estaba nerviosa, pero a su lado, su padre al notarlo, tomó su mano. Ella le sonrió. En pocos minutos, estaría en el altar con su novio, y no podía esperar.


Estaba nervioso, moviendo sus pies pocos pasos cada pocos segundos, a la vez que movía los dedos. Su madre, a su lado lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja, divertida por sus nervios.

¿Y si no venía? ¿Y si lo había pensado mejor y no quería casarse con él? Mil "y si…" se creaban en su cabeza, todos completamente lógicos y posibles para él.

— Relájate, Kaito. Ella vendrá, solo se hace esperar, como todas las novias — le dijo su madre, después de reírse mucho a su costa — Si sigues así, vas a destrozar el suelo.

Kaito miró las losas que pisaba, para después, revisar el lugar donde se encontraban. El precioso jardín primaveral resplandecía luz y color. Frente a él, estaba el camino había el altar, junto al cual se colocaban hileras de sillas, todas ya ocupadas por los invitados, todos solo personas cercanas a ellos. Nada de prensa o compromisos indeseados. Sin embargo, ese lugar solo sería el del enlace y poco más, después se irían a un salón en un gran hotel para el banquete.

Observó la primera fija, en la cual Jii estaba colocado, con los ojos llorosos y pañuelo en mano. Estaba muy emocionado, y eso que la boda no había empezado. Tras él, estaban Saguru Hakuba y Akako Koizumi, ambos amigos de Aoko y él, aunque tuvieran un inicio complicado. Siguió mirando, viendo como mucha de las sillas estaban ocupadas por parte del cuerpo de policía, detectives, inspectores, e incluso parte de organizaciones de seguridad pública…Todos en la boda del ladrón más buscado de todos los tiempos. Sin duda, era irónico.

Respiró profundo, mirando por milésima vez su reloj de pulsera. Ya habían pasado veinte minutos de más. Sin duda, Aoko lo quería hacer sufrir, como le había dicho que haría. Ya se encargaría él de hacérselo pagar esa noche con creces. Sonrió ante la imagen que se creó en su cabeza.

— Al fin te veo sonreír hoy, aunque no sé yo si esa es precisamente buena — comentó su madre al verlo.

Kaito iba a replicar, pero el sonido de la muchedumbre lo detuvo, al escuchar como a gritos exclamaban por la llegada de la novia. Cerró los ojos, mirando al frente, como debía ser, aunque en realidad deseara girarse para verla.

— Esta preciosa — escuchó decir a su madre, girándose para mirarla. La emoción se reflejaba en sus ojos.

A los pocos segundos, sintió la mano de un hombre sobre su hombro. No tenía que pensar, pues sabía que era el que en pocos minutos sería su suegro. Se giró, enfocando la mirada en su rostro, viendo como sus ojos estaban semejante a los de su madre, e incluso creyó vislumbrar rastro de lágrimas.

— Te dejo a mi mayor tesoro, cuídamela — pidió el hombre.

— No tiene que decirlo, inspector — aseguró.

— Espero que dejes de llamarme de esa manera ahora — articuló sonriendo — Siempre has sido como un hijo para mí. Desde hoy, lo serás de verdad.

Kaito se emocionó ante esas palabras, estrechando con fuerza la mano que le ofrecía. Tras ello, Ginzo alargó su mano hacia la mujer que estaba tras él, permitiendo que el mago pudiera verla al fin.

Le costó su trabajo no quedarse con la boca abierta al verla así, tan bella como él sabía que era, con ese vestido blanco que tan bien se ajustaba a su cuerpo. Su rostro, lleno de dulzura, con esos labios tan dulces y los ojos, capaces de quitarle el aliento. Y su cabello, siempre revoltoso, recogido en un moño.

Ginzo tomó las manos de ambos, uniéndolas, para después, retirarse hacia su lado, dejando a la pareja junta, mirándose mutuamente.

— Ya creí que te habías echado para atrás — habló, rompiendo ese silencio, en el que solo eran capaces de mirarse.

— Sabes que no podría hacerlo, aunque, te advertí que no sería precisamente puntual — le recordó divertida, mirándolo de arriba abajo con todo el disimulo que podía.

—¿Te gusta lo que ves? — cuestionó Kaito con una sonrisa ladina, al percibir su análisis.

— No está mal — contestó, viendo como el mago alzaba la ceja — Está bien. Estás muy guapo.

— No tanto como tú, eso seguro — contrarrestó, haciendo sonreír a la joven —¿Estás lista? — inquirió, viendo como el juez se colocaba frente a ellos para celebrar la ceremonia.

— Siempre lo he estado — aseguró, sin soltar su mano, girándose ambos para comenzar la ceremonia.

El acto duró varios minutos, llenos de emoción y nerviosismo, en los que la pareja y testigos iba realizando todas las instrucciones que les daban. Estuvieron con sus manos unidas en todo momento, salvo en segundos contados en los que requerían de las dos manos, como el intercambio de anillos, uno de los momentos más sentidos de la ceremonia. Donde cada uno dijo sus votos sin apartar la mirada del contrario. Finalmente, el juez los declaraba unidos en matrimonio, ante los vítores de todos.

Estaban oficialmente casados.

Todos aplaudieron a la vez que ellos, unían sus labios con anhelo. Fue un beso corto, del que rápidamente se separaron, dejando sus frentes pegadas ante los aplausos de todos.

— Te amo, Aoko Kuroba — declaró el joven, usando por primera vez ese apellido que ahora también era de ella.

— Y yo a ti, Kaito — correspondió la mujer, uniendo de nuevo sus labios.

La ceremonia transcurrió tal y como habían deseado. Sin gente indeseada ni prensa, solo personas cercanas y con las que mantenían un lazo. Sin duda, había sido un día estupendo, lleno de emoción y cariño.

Pero eso ya había acabado. Alrededor de las tres de la mañana habían decidido dar por finalizada la fiesta. Ahora, la pareja se encontraba en su habitación de hotel, donde habían realizado el convite. Al fin solos.

El hombre se encontraba tumbado en la cama, solo cubierto por su bóxer, mientras que su traje de boda se encontraba en una silla. Estaba allí, a la espera de que su mujer saliera del baño, tras batallar para retirarse el vestido, puesto que no deseaba ninguna ayuda. Mientras, él se dedicaba a imaginar su atuendo, cada cual más atrayente que el anterior. Era la noche de bodas, y aunque lógicamente no era su primera vez, no significaba que no fueran a hacer nada. Llevaba todo el día deseando tenerla para él solo, y pensaba aprovecharlo.

Escuchó como la puerta del baño se abría, incorporándose hasta sentarse para verla.

La mujer apareció, dejando al mago con la boca abierta por la sorpresa, pero no por lo que cualquiera hubiera pensado. Aoko estaba vestida con un pijama de verano, como cualquier otro día.

Kaito pestañeó varias veces. Podían llamarlo tonto, pero esperaba algo diferente para ese día. Pero no importaba, sonrió mientras desarropaba su lado de la cama, para que la mujer se sentara.

Aoko le sonrió, colocándose a su lado — Ha sido un día largo — comentó, tumbándose, imitando él la acción.

—¿Lo has disfrutado?

— Por supuesto. Ha sido ideal. Y como quería, sin nada de…

— Cámaras — terminó él, ante lo que ella asintió — Bastantes cámaras vemos en el día a día como para tenerlas en nuestra boda.

— Eres un mago internacionalmente conocido y clasificado dentro de las revistas del corazón como uno de los hombres más atractivos. Con todo ese currículum es normal que tengas a tantos paparazis persiguiéndote — le recordó ella, acariciándole el rostro.

— Nadie digo que la fama era fácil, ¿no? — cuestionó, dejándose mimar, para después, acercarse a besarla – Lo bueno es que tú sigues aquí, a pesar de que sea un hombre tan problemático.

— Que idiota eres — dijo ella, haciéndolo reír, para después mirar la hora — Es bastante tarde, será mejor que vayamos a dormir — comentó al ver que ya eran pasadas las cuatro.

—¿Perdón? — inquirió extrañado —¿Cómo que dormir?

—¿De qué te extrañas? — cuestionó alzando la ceja — Te recuerdo que mañana trabajas, y no precisamente tarde. —¿Acaso lo has olvidado?

Kaito parpadeó reiteradamente —¿Y qué? Sigue siendo la noche de bodas — articuló sin entender que una cosa quitara la otra.

— Tienes un espectáculo muy importante, y tienes que estar descansado. No quiero que tengas un accidente o algo. ¿Acaso no recuerdas que por ese espectáculo retrasamos la luna de miel? — preguntó poniendo sus brazos en jarras.

El mago la miró unos segundos, parpadeando hasta que la risa que pugnaba por salir lo hizo con fuerza, viéndose obligado a sujetarse el estómago mientras la mujer lo miraba sin entender nada.

—¿De qué te ríes tanto? — inquirió tras varios segundos, inflando las mejillas

— De ti, por supuesto — pronunció entre risas, cabreando a la chica. Tras unos segundos más consiguió parar - ¿Sabes? Ni mil espectáculos mañana podrían evitar que te quiera hacer el amor esta noche — le dijo, acercándose a ella, acariciando su rostro, uniendo sus frentes.

— No deberías – repuso, aunque ella era la primera que deseaba acostarse con él.

—¿Segura? – inquirió, rozando sus labios.

Ella asintió, pero las palabras fueron incapaces de salir de su boca. El mago acariciaba en esos momentos su cuello, mientras sus labios seguían tentando a los suyos. No podía negar que deseaba eso, solo que se había convencido a sí misma de que Kaito lo pospondría. Siempre se iba a dormir temprano el día antes de un espectáculo, así como tampoco se acostaban. Es más, eso era algo que la había tenido descontenta todo el día, el saber que no solo no se irían de viaje pronto, sino que tampoco tendría una noche de bodas normal. Pero eso, parecía que iba a cambiar.

— Llevo todo el día imaginando que hacerte, cariño — comentó el mago, deslizando sus manos por su cuerpo, retirando las tirantas de su camiseta de pijama, dejando que la prenda se deslizara por su cuerpo hasta dejar su torso desnudo.

— Yo…yo llevo todo el día asimilando que no querrías hacer nada — confesó — Y eso, no me tenía muy satisfecha.

— Cariño — pronunció divertido ante esa confesión — Te puedo asegurar que esta noche acabarás completamente satisfecha.

Con esa promesa, ambos sellaron sus labios. La joven rodeó con sus brazos el cuello del que ahora era su marido, a la vez que él la tumbaba en la cama, colocándose sobre ella.

— Más te vale — susurró finalmente, pintando una sonrisa en los labios del ilusionista.

Con lentitud, el mago se dedicó a besarla y acariciar cada parte desnuda de su cuerpo con sus dedos, sin que su boca abandonara la de ella. Poco a poco, sus manos llegaron a la parte inferior de su cuerpo, deshaciéndose sin esfuerzo de su pantalón, y, con el de sus bragas, dejándola completamente expuesta a sus caricias. No tardó en acariciar su clítoris, haciéndola suspirar y gemir. Su boca se deslizó mientras por su cuello, mordisqueando y lamiendo toda la extensión de su piel, mientras oía complacido el placer que le provocaban sus caricias. Llegó hasta su pecho, escuchando su corazón latir rápidamente. Sonrió y se dedicó a acariciar sus pechos con la lengua.

Aoko estaba solo dedicada a disfrutar, con la cabeza recostada y los ojos cerrados, centrándose en sentir todo ese placer que solo Kaito podría provocarle. Su ahora marido acariciaba con maestría su cuerpo, conocedor del mismo. Pero deseaba más, lo necesitaba.

— Kaito — lo llamó, tanteando con sus manos hasta colocarla en la cabeza de él — Quiero más.

El mago sonrió ante su petición —¿Ya quieres que acabemos? — inquirió, sin detener sus manos.

— Solo estamos empezando — replicó ella, sonriendo.

— Tus deseos son órdenes, mi querida esposa — aceptó el ilusionista, incorporándose para tomar su boca, a la vez que sus manos se encargaban de deshacerse de su única prenda.

Estaban completamente desnudos, listos para esa noche que, como ella había dicho, solo empezaba. Sin mucha dilación, el mago la penetró con los dedos, preparándola para recibir su miembro, a la vez que con el dedo pulgar seguía acariciando su clítoris, realizando circunferencias. Su otra mano tomó su pecho izquierdo, y su boca continuó besándola, perdiéndose sus gemidos en su boca. Al sentirla lista y notar como ella movía las caderas, buscando más, retiró su mano, se colocó un condón y sin dilación, la penetró, gimiendo ambos con esa intrusión.

— Te amo — pronunció él, haciéndola sonreír contra su boca.

— Y yo a ti, mago ladrón — contestó, soltando un gemido al sentir como se movía dentro de ella.

Kaito se movía lento dentro de ella, saboreando ese momento y todo lo que ella despertaba en él. Esa mujer que llegó a su vida cuando él aún era un niño, y que ahora se había convertido en su esposa. Se sentía pletórico, con ganas de gritarle al mundo lo feliz que era, de decirle a todos que esa mujer tan increíble era su esposa, y se encargaría de que siempre lo fuera. Porque ella era la única para él, y él solo quería hacerla feliz todos y cada uno de los días de su existencia.

— Kaito, más rápido — pidió la mujer entre suspiros, abriendo los ojos para verlo.

Rodeó sus caderas con sus piernas, a la vez que se agarraba a su espalda, dejando sus uñas marcadas. Ese día había sido maravilloso, todo lo que ella había soñado, y, sin embargo, la idea de verse privada de esa intimidad la habían tenido disgustada. Le había jodido no irse a su viaje soñado con él, alejándose de todo, para ser solo ellos por una semana, pero creer que tampoco estaría así con él le había molestado más. Porque lo deseaba, y bastante le dolía no poder contar con él todas las noches por su empleo. Pero ahora, todo eso había quedado atrás, no importaba. Solo se había dejado llevar por ese hombre al que tanto amaba, y con el que tanto quería vivir. Habían vivido ya mucho, y le encantaba saber que esas vivencias solo eran el inicio de su vida juntos.

Sintió como se acercaba al final. No le gustaba, deseaba estar más, estirar ese momento, pero su cuerpo estaba en el límite. Y, a juzgar por su ritmo, él tampoco estaba mucho más lejos.

— Aoko…Estoy cerca — informó el hombre, sintiendo como pronto se correría.

— Y-Yo también — respondió la mujer, siguiendo sus movimientos con sus propias caderas.

Los gemidos aumentaron el volumen en esas últimas penetraciones, hasta que ella se vino, arqueando su espalda ante ese placer, en el que él le acompañó tras pocos segundos.

Kaito cayó sobre ella, apoyando la cabeza entre sus pechos sin aplastarla. Aoko, llevó su mano a su cabello, acariciando su cabeza. Ambos normalizaron sus respiraciones, en silencio, sin querer romper ese momento.

A los pocos minutos, el mago abandonó ese lugar, colocándose a su lado tras darle un beso corto.

—¿Qué te ha parecido? — inquirió, ante lo que ella soltó una risita.

—¿Enserio tengo que decirlo? — preguntó divertida, alzando una ceja ante la obvia respuesta — Me ha encantado.

— Me alegro, aunque, esto no es nada comparado a lo que te queda — aseguró, incorporándose levemente, para llevar su mano a la mesita de noche, abriendo el cajón, aunque ella no lo observaba.

— Ya, me lo imagino — aseguró divertida — Ahora, sería mejor que nos durmiéramos. Mañana tendrás que madrugar — comentó ella, recordando el espectáculo, mirando hacia el techo.

— Tienes razón. Pero antes, debo decirte algo — articuló haciendo que la muchacha dirigiera su mirada a él — Espero que guardes energías para los próximos días.

—¿Por qué? — cuestionó extrañada.

El mago le extendió entonces el sobre que acababa de coger, instándola a abrirlo.

La mujer lo tomó confusa, abriéndolo para encontrarse con dos billetes de avión, abriendo la boca por la sorpresa al ver el destino y la fecha —¿Qué significa esto?

— Significa, cariño mío, que tendríamos que dormir si queremos llegar a tiempo al avión – contestó, sonriendo ante su desconcierto — Eso claro, si deseas que vayamos a nuestra luna de miel.

— Pero, ¿no tenías…?

— Intentaron que lo tuviera, pero con mi increíble labia conseguí hacer un trato — confesó — Yo tampoco quería renunciar a esto. Y luego, decidí darte una sorpresa. Todo está preparado. Me he encargado de hablar con tu padre para que arreglara todo en tu trabajo, así que, ¿quieres venir de luna de miel conmigo? — propuso, ante lo que ella se lanzó a sus brazos al momento.

—¡Por supuesto que quiero, idiota! — aceptó sin dudarlo.

El mago sonrió feliz de provocarle esa alegría, correspondiendo su abrazo.

En sus mentes, se crearon mil y un escenarios durante esa semana que, de seguro sería inolvidable.


No hace falta decirlo, pero bueno, este también tendrá segunda parte.