Para cuando Lily empezaba su cuarto año, su profesor de Pociones, Horace Slughorn, le pidió que pasara a formar parte de su Club. Según él, tenía excelentes cualidades de toda persona que domina el arte de las Pociones. La verdad era que Lily tenía mucha facilidad para ellas, y no entendía cómo Peter Petigrew no lograba hacer una sencilla poción adormecedora.

Cuando le contó a Érica lo que le había dicho Slughorn el día anterior, ella reaccionó como era de esperar:

- ¡Ay, no! ¡Qué aburrimiento! ¿De veras vas a ir?- le dijo, mientras bajaban las escaleras camino a las mazmorras.

- No sabría cómo rechazarlo…

- ¡Dile que tienes entrenamientos de Quidditch!

- ¡Pero si yo no juego al Quidditch!- le replicó Lily extrañada.

- Vamos, no debe tener ni idea de eso… ¿Crees que se nota la diferencia entre tú y Sirius Black cuando éste está en un partido sobre la escoba?- Lily resopló. Estaba segura de que ella, Érica, sí la notaba. Aunque no lo admitía y criticaba a todas las chicas que, como ella, estaban enamoradas de Black, Lily ya la había descubierto una noche pronunciando su nombre en sueños-. Bueno, entonces creo que lo único que tendrás que hacer es pedirle a la bibliotecaria ser su ayudante de tiempo completo…- concluyó la rubia, ante el silencio reprobatorio de la pelirroja, con aire dramático.

Caminaban hacia el aula de Pociones. Desde primer año que tenían esa clase con los Slytherin, algo que opacaba un poco el cariño que le tenía Lily a la materia. Pero aunque también era muy buena en Encantamientos, sin dudas adoraba Pociones, y nada, ni siquiera la presencia de las crueles serpientes, le impedía hacer lo que quería.

Llegaron al aula con el tiempo justo, pero por suerte Slughorn al verlas dijo alegremente:

- ¡Señorita Evans! Por fin, ya empezaba a temer que no vuelva más a mi clase- dijo balanceándose de atrás para adelante, con las manos juntas en el pecho y un horrible sonrisa de sapo pintada en el rostro, ignorando completamente a Érica.

Lily sonrió forzosamente y arrastró a su amiga a unos de los primeros bancos, cerca del profesor para no perderse una letra de la clase. Se inclinó para dejar la mochila en el piso como siempre, pues estaba acostumbrada a ello. Claro que la malvada profesora de Historia de la Magia se quejaba siempre de ello porque cuando se paseaba por el aula podría sufrir un "desgraciado accidente" al trastabillar con la "roñosa" mochila de Lily. Pero ahora no estaba en la clase de la profesora Lucretia Prewett, y podía dejar la mochila en el piso.

Pero, ¿podía?

Ya había otra en su lugar, y de mochila sólo tenía la función. Era una especia de portafolios muggle negro, con una larga tira para colgárselo al hombro. Estaba tirado en medio del pasillo entre una fila de mesas y otra, ocupando el espacio que solía ser el de la mochila roja de Lily.

Molesta, empujó aquella valija negra a un lado y ocupó el suelo con SU mochila. Entonces levantó la mirada y vio que el dueño de la valija no era nada menos que Snape. Los ojos verdes, puros y brillantes de Lily se encontraron con los negros, opacos y vacíos de Snape. Ella, aunque se había quedado inmóvil unos instantes, reaccionó rápido haciendo lo primero que se le vino a la cabeza: dirigió una sonrisa burlona y antipática al niño (no ya tan niño, pensó Lily) pálido y furioso que la observaba. Por su parte, Snape sólo la miró con odio muy intensamente. Lily le sostuvo la mirada, sin atreverse a pestañear, durante lo que le parecieron horas. Pero aquella mirada era peor que cualquier otra. Le calaba los huesos y se sentía completamente desnuda ante ella. Cada rincón de su cerebro parecía lleno de esa negrura que absorbía su alma…

- ¡Lily! ¡Pss, Lily!

Érica le estaba tirando repetidamente de la túnica.

- ¿Qué quieres?- preguntó Lily entre dientes, cortando finalmente el contacto visual. Miró a su amiga echa una furia, sin saber bien por qué, ya que la verdad era que agradecía haber sido rescatada de aquellos glaciares negros.

La rubia no contestó, sino que hizo un gesto con la cabeza hacia la derecha, donde se encontraba el profesor Slughorn dando la clase.

- Lo siento-, susurró Lily, volviendo en sí.

- Como les iba diciendo, el filtro de la paz no se ve hasta el quinto curso- un murmullo de miedo recorrió el aula-, pero confío en que esta clase está lo suficientemente preparada…- miró disimuladamente hacia el lugar del aula donde estaban Lily y Snape- para lograr hacerla.

- ¿Qué hacías hablando con ese Snape?- le susurró Érica en el oído a Lily.

- Shh… Déjame escuchar- le reprochó Lily, apresurada tomando notas de lo que iba diciendo el profesor.

- Agregan polvo de ópalo y remuevan tres veces en sentido contrario a las agujas del reloj…- recitaba como de memoria Slughorn.

- ¡Vamos, Lily! Ahora escribirá la receta en el pizarrón y además está en el libro. ¿No me puedes contar qué pasó?- insistió Érica con impaciencia.

- …Dejar hervir a fuego lento durante siete minutos y…- seguía Slughorn.

- ¡Ya cállate, Érica!

- De acuerdo… Pero no creas que por eso no me vas a contar- le replicó la rubia, pero esta vez había olvidado de susurrar. Sin darse cuenta, habían hablado en voz alta y el profesor había detenido su explicación.

Lily lo miró, nerviosa.

- Señorita Blondip, siéntese aquí-, señaló un asiento, también en la primera fila, al otro lado del aula-. Trabajará con el señor Lupin. Evans, haga pareja con Snape-. La rubia miró a la pelirroja, con cara de entusiasmo. Remus Lupin era uno de los codiciados merodeadores. Lily resopló por lo bajo y se sentó junto a Snape. "Por algo estará solo", pensó. Luego Slughorn se acercó con cara de tristeza y en voz baja le murmuró a Lily-: Es una decepción, señorita Evans…

Lily, muy cohibida por haber hecho "semejante papelón" en su clase preferida, apenas habló durante el resto de la clase. Claro que irremediablemente tuvo que largarle unos bajos ladridos a Snape.

- Son dos gotas de jarabe, no una- recuerda que le había gruñido sin mirarlo, mientras hacía más polvo al ópalo. Pero tenía que admitir que era innecesario: Snape era tan o más excelente que ella en pociones y aunque realizó algunas cosas con sus métodos (obviamente a escondidas de Lily pues ésta no lo habría consentido) seguía las indicaciones de la poción a la perfección y sin necesidad de releerlas a cada rato.

Terminaron el trabajo antes que el resto de la clase y el profesor Slughorn, como premio, les dio media poción del filtro de la paz a cada uno.

- Qué suerte que tengo esto… No podría aguantar otra clase más con ESO- dijo refiriéndose a Severus Snape- sin un poco de tranquilizante- le dijo a Érica cuando salían del aula.

- Oye, no nos fue tan mal, ¿sabes?- Lily la fulminó con la mirada- Bueno, es cierto que nos reprendieron pero… Remus es muy simpático.

Y se fueron al Gran Comedor para reunirse con Michelle, Lily de muy mal humor y Érica con una pícara sonrisa soñadora en la boca.

La pelirroja de Griffindor fue ese viernes por la noche a su primera reunión del Club Slug. Para su disgusto no sólo eran todos alumnos de los años superiores, sino que Snape ya estaba allí.

Cuando entró al despacho de Slughorn lo primero que notó fueron las luces verdes que florecían en la oscuridad. Pero luego se dio cuenta de que eran tres calderos llenos de una poción verde que no logró identificar (pero olía a algo así como pus de blimbetona) los que daban aquella iluminación a un cuarto sin una sola vela encendida.

- ¡Lily Evans! Te estábamos esperando- la saludó Horace Slughorn, acercándose a ella y poniendo una mano en su hombro para invitarla a avanzar-. Lo siento, esto está un poco oscuro- encendió unas velas con la varita y siguió, dirigiéndose al resto de los alumnos del Club, cuyas siluetas ahora se recortaban más que claras, dijo-: Ésta es Lily Evans, como ya sabrán. Es una de las mejores estudiantes que he tenido y consideremos que recién está en cuarto año.

"¿Tienes que recordárselo?" pensó Lily algo irritada, viendo a los presentes con detenimiento. De los Slytherins había siete alumnos: tres chicas y dos chicos de séptimo año, uno de sexto y Snape. También estaba cierta Ravenclaw que Lily no reconoció y dos Hufflepufs.

Ella era la única Griffindor.

Tratando de ignorar este último hecho, se sentó en un almohadón junto a la chica de Ravenclaw.

- Lily…- susurró la chica a su lado.

Lily se sobresaltó y miró bien.

- ¡Michelle!- chilló ella, y se abrazaron emocionadas-. Al menos no tendré que estar aquí sola. ¡No me contaste que formabas parte del Club!

- Shh…- dijo severa Michelle con un dedo en los labios y vigilando a Slughorn, que por suerte estaba hablando muy entretenidamente con uno de los chicos de séptimo de Slytherin- Era una sorpresa.

La pelirroja la miró con cara de ofendida, pero luego rió y pensó que sería fantástico compartir más momentos con Michelle. Miró a Slughorn algo más animada, mientras éste decía:

- Bien, creo que estamos todos. ¿Comenzamos con la reunión?

- No fue tan aburrido como creía, honestamente- le contaba Lily a Érica.

- Tuvo lo suyo- dijo con aires de misteriosa Michelle.

- Vamos chicas, acéptenlo. Deberían haber hecho lo que hubiera hecho yo- e, imitando la voz de una niña estudiosa y verdaderamente dolida, hizo como si le dijera a un Slug invisible-: "profesor Slughorn, lo siento, pero en el horario de las reuniones su Club tengo lecciones para fabricar circuitos eléctricos muggles…"

Era sábado. Érica, Michelle y Lily estaban en los terrenos del colegio, a orillas del lago, disfrutando que casi todo el colegio estaba en Hogsmade. Los tibios rayos del sol de otoño calentaban sus ya bastante fríos rostros, mientras que un leve murmullo del viento en las hojas de los árboles complementaba el silencio de aquella hora muerta de la tarde.

Las chicas rieron. La verdad era que la reunión no había sido exactamente un partido de Snap Explosivo, pero comentaron varias cosas interesantes que valieron la pena. Aunque de todas formas, Lily había estado bastante distraída. Sus pensamientos se perdieron en cierto momento de la reunión y recordaba que se había quedado en un estado "vegetal" (como lo llamaban sus amigas) durante un rato, con la mirada fija en el pelo de Snape.

Pero luego reaccionó y apartó la mirada de aquel punto para volver a prestar atención a Slughorn.

- ¿Al menos van chicos lindos?- preguntó (N/A: ¿quién más?) Érica.

- ¡SÍ, SÍ!- gritó agudamente Michelle. Lily la miró asombrada- ¡Hay uno! ¡Es hermoso! Creo que seguiré yendo al Club sólo por él…

- Perdón, ¿de quién hablas?- inquirió.

Michelle la miró como si estuviera loca.

- ¡Es obvio! ¡SNAPE!

Lily se quedó unos segundos sin reaccionar. Mientras tanto Érica y Michelle comenzaron a revolcarse de risa en el fresco pasto. Después rió ella también, aunque algo extrañada.

- ¿Por qué lo dices? Hay peores- cesaron las risas. Ahora la rubia y la castaña la miraban como si Lily fuera un ovni-. ¡En serio! Vamos Michelle, tú los viste… ¿Qué me dices de Mathiew Homiltog?

- ¡Ese es un bombón al lado de Snape!- gritó Érica, algo histérica.

- De hecho sí lo era, considerando que se sentó junto a Snape…

De nuevo estallaron las risas. Lily las seguía mirando, algo rara, sin saber bien si reír o gritarles e irse corriendo.

- Tienen razón- concluyó, algo más aliviada-, no sé en qué estaba pensando.

- Regresó- le dijo en tono solemne Érica a Michelle.

Las chicas siguieron charlando y hablando de todo y nada durante el resto de la tarde. Al fin y al cabo, habían pasado solo dos semanas de clases y aún no tenían la suficiente cantidad de deberes como para dejar de divertirse un sábado.

Pero no todos pensaban igual. Había otra persona en los exteriores de Hogwarts, a las orillas del lago. Había alguien más que no había ido a Hogsmade, y aunque quisiera, no hubiera podido ir. Su madre no se ocupaba mucho de él, y a duras penas le daba algo de dinero para el material de colegio. No había visto a su padre en todo el verano, pero de todas formas no le importaba. Él y su hijo se despreciaban mutuamente.

Aquel hijo estaba ahora bajo la sombra de un árbol. Siempre elegía ese lugar para hacer sus deberes o simplemente para estar alejado del ruido un rato, pues el espeso follaje del árbol en el cual se apoyaba le permitía estar a salvo de los molestos rayos del sol y las insoportables burlas de sus compañeros. Se esforzaba para que su vida se basase en eso: evitar estar a la vista de los demás. Tampoco era que los demás quisieran verlo; lo hacía para no tentarlos. Él prefería que todos aquellos ineptos e inútiles adolescentes le fueran indiferentes. Sólo eran un medio para cumplir sus fines, si eso era necesario.

Por un momento se había distraído de sus deberes, y estaba ahora con la mirada perdida. Recorrió con sus ojos negros la silueta de las montañas más allá de los terrenos y bajó la vista hasta la superficie lisa del lago. Una quietud hermosa lo adormilaba. El murmullo traicionero de las hojas al compás del viento fresco le produjo un estremecimiento. Era como si una madre cariñosa le estuviera acariciando la espalda, en su lecho, para que duerma, en la noche…

Cerró los ojos con fuerza.

Los abrió de nuevo.

Captaron la imagen de tres chicas a unos veinte o treinta metros de él. Reían. Aguzó la vista y observó que una de ellas era rubia. Su cabellera arrancaba destellos del sol. Otra de ellas parecía muy alta, y su pelo era oscuro. Otra estaba recostada en el pasto, con la cabeza apoyada entre las manos, algo rezagada de las otras dos. Tenía el pelo rojo sangre…

Unos minutos después agachó la cabeza, y se ensimismó de nuevo en su trabajo.