Ella
Nuevamente oigo la llamada. Poder que los hombres anhelan y sólo los dioses dominan. Unos me temen y otros me esperan. Mas mi nombre no suele ser bien recibido.
Hades ha renacido dispuesto a rendirme un ampuloso tributo. Athena viste la égida lista para la batalla, como siempre. ¿Se darán cuenta alguna vez los mortales del juego del que forman parte? Supongo que no. El descubrimiento de su libre albedrío les extraviaría. Es mucho más cómodo ser una marioneta del destino. Como esos jóvenes que puntualmente se reencarnan cada dos siglos para comenzar una lucha eterna. Y todo esto¿para qué? La ausencia de una respuesta es la propia respuesta. Pero no lo ven.
Mientras, yo vuelvo a ser invocada. Alejada de mis quehaceres diarios en el conflictivo mundo moderno, los Hados me traen de vuelta al ciclo mítico. Una nueva tragedia, un dolor infinito, un círculo que nunca se cierra… Y un nuevo rostro. Maat lo sitúa en el camino de todos ellos cada vez que comienzan las luchas… y nunca lo ven. Como el cordero destinado al sacrificio, el yin y el yang unidos, la noche y el día, el amor y el odio. Todo es uno y distintos son los nombres que recibe. Alone, Shun… ¿Quién será el siguiente?
Aún espero que se rompa esta cadena; que los humanos olviden a los dioses para hacerse dueños de su destino. ¿Cuánto tendré que esperar? Tal vez no importe.
Ahora debo afilar nuevamente el filo de mi hoz. Un arduo trabajo me espera y un joven, esta vez de facciones orientales, me presiente.
Diez años pasaron. Un joven castaño, sentado a la orilla del mar, se perdía en sus propios pensamientos. Las luchas habían terminado y, sorprendentemente, ninguno de sus hermanos había desaparecido. Gracias al gran sacrificio de los santos dorados, el mal había sido desterrado de nuevo. Aunque entrecomillado, se podía considerar que fue un final feliz para la tragedia en la que habían transcurrido sus cortas vidas. O eso se suponía que debía de ser. Porque allí, acompañado únicamente de su propia soledad, Shun seguía sintiéndola, fría y eterna, primitiva y constante. Y es que, desde lo profundo de su ser, Ella seguía llamándole.
Fin
