Capítulo 3. Natsuki Kuga's Point of View.
"Donde las flores nacen de los juncos" era el nombre del libro que acababa de leer. El título hacía referencia a donde conoció el protagonista a la mujer que amaba, una mujer prohibida, una mujer casada con el señor de las tierras del cual era vasallo; en el libro, el protagonista se dedicaba a susurrarle palabras de amor a su amada. Suspire profundamente mientras extendía las piernas y dejaba mi cuerpo hundirse en la esponjosidad del sofá. Que sujeto tan audaz, me decía recordando las situaciones leídas, no sé si podría hacer lo mismo, después de todo… bueno si, sí había alguien…
La había conocido hacía ya unos años en una de tantas celebraciones en el palacio, estaba vinculada por parentela con la familia real. En un principio solía pensar que era bonita, con el tiempo acepté que era una belleza sin igual y llegado cierto punto, cuando la Reina me sugirió ya contraer matrimonio, la primera persona en aparecer en mi mente fue ella… entonces que pensé si ella alguna vez también pensaría en el matrimonio y lo mal que me sentiría si ella se desposara con alguien… fue de esa forma que me di cuenta de mis propios sentimientos… sentimientos que parecían camuflajeados con la sensación de admiración que me recorría cada que la veía… cuando la veía a través de un salón, solo podía pensar en que era tan guapa y que tenía una sonrisa tan esplendida, tan lustrosa, tan brillante, tan iluminadora, una sonrisa que la hacía lucir aún más hermosa de lo ya hermosa que era… su sonrisa me hacía feliz, verla sonreír me llenaba, pero instantáneamente me ensombrecí cuando pensé en que ella sonriera por y para alguna otra persona… eso me haría muy… muy infeliz… supe así que me había enamorado de ella, la deseaba, la quería para mí, pero ¿Qué hacer? Sin embargo, me tranquilicé cuando eso no sucedió, cuando comenzó a pasar el tiempo y ella no se comprometía con nadie, la amada era esquiva, quisquillosa y muy selectiva… eso de cierta forma me complacía, pero al mismo tiempo me hacía pensar que no sé si ella voltearía a verme de ser yo alguna de sus pretendientes, además, estaba ese detalle… el detalle de ser mujer.
-me gustaría verte casada –me dijo una tarde su majestad, luego de dar sus bendiciones a una pareja y el salón de audiencias estuviera vacío después de la última audiencia del día –dime ¿hay alguien que despierte tu interés? –su rostro, una vez más, apareció en mi mente al instante.
-majestad… -lo pensé demasiado tiempo y luego contesté –por ahora las cosas están bien, aún hay mucho que hacer en el reino.
-si estuvieras casada me sentiría mejor… sabes que puedo darte a quien quieras, ¿verdad? –yo me sentí un poco nerviosa –ya sea hombre o mujer…
-si su majestad, lo sé… -su majestad era generosa, pero su generosidad no provenía de su gran corazón, provenía de su deuda conmigo, una deuda de vida, una deuda implícita que no me complacía cobrar, de hecho, me incomodaba.
Al norte del vasto territorio que conformaba el reino, había tres casas que se repartían las tierras norteñas y que gobernaban en señoríos, las tierras que pertenecían a mi familia estaban en el oeste más extremo de la ínsula. Mi familia no era cercana a la reina, de hecho, al tener las tierras más lejanas estaban muy desvinculados con la corona, pero de vez en cuando el líder de la casa y señor de las tierras era convocado ante el rey, fue en uno de aquellos llamados cuando acudí con toda mi familia a la capital y ocurrió el desastre que se llevó la vida de los anteriores reyes. El reino al otro lado del mar Oeste realizó un ataque contundente que llegó hasta la capital, el ejército fue mermado casi en su totalidad, el rey y la reina anteriores murieron en el ataque, así como mis padres, y por más casualidad que lealtad, rescaté a la heredera al trono en medio del caos; tomé la espada que pertenecía a mi padre y atravesé a tantos enemigos como pude, tomé a la heredera como un bulto bajo mi brazo y corrí tanto como pude, olvidándome de cualquier comodidad.
Huimos del palacio, sorteamos a los enemigos tanto como pudimos y atravesé a algunos con la espada hasta poder salir de la capital. De una forma inédita y que aún me resulta asombrosa, logré montar un caballo con la chica y correr a todo galope hasta el castillo de mi familia en las orillas del mar noroeste. Pero no fue tan fácil, hubo enemigos que nos siguieron y lograron llegar al castillo, intentaron sitiarlo para finalmente fracasar, pues estaba custodiado por guardias fieles al señor de las tierras, es decir, mi padre. Gracias a ellos los últimos enemigos que nos seguían fueron eliminados y la invasión no tuvo éxito, aunque perdimos el castillo. Junto con los vasallos llevé a la heredera a la capital, donde ya había disputas por quien tomaría el trono, disputas que fueron sofocadas al llegar la heredera. Dos días después de la llegada se dio la coronación y empezó la restauración de la capital y el reino, pero su majestad no confiaba en ninguno de los vasallos de su corte, vasallos que anteriormente estaban peleándose el trono, así que los despidió a todos y apegada a mí por los últimos eventos, me pidió a mí hacerme cargo.
No accedí en un inicio, después de todo no creía posible que los nobles del reino además del resto de nuestros ciudadanos, seguirían las ordenes de una mujer de tan poca edad y experiencia. Sin embargo, la solución fue propuesta por Sir Sakomizu, de modo que, para no despertar sublevaciones a causa de mi imagen, comencé a usar una armadura de cuerpo completo que me brindó de poder, respeto y honor. Simplemente, lo necesario para que la gente acatara mis órdenes sin pensárselo dos veces. Mi juventud al igual que mi imagen y prácticamente mi nombre, fueron escondidos u omitidos para así servir a su majestad, a cambio, ella destinó todos los recursos que solicité para levantar el más esplendido castillo en las tierras de mi padre, pues en el asedio el castillo quedó en ruinas.
Su majestad me dio suficientes recursos y me cedió las tierras de los señoríos que se quedaron sin herederos, finalmente, todas las tierras norteñas pasaron a ser mías, en ellas venían incluidos los recursos y los trabajadores que me permitieron construir el castillo a una velocidad atroz. Con el tiempo gané popularidad, visualmente hablando; siempre estaba con su majestad, siempre estaba en compañía de mis caballeros (y vasallos) más leales y poco a poco comenzaron a llamarme: "El caballero del reino" o "El caballero de su majestad", una estrategia conveniente que hizo que mi nombre se olvidara aún más de lo perdido que estaba. Sí, en un principio los nobles exigían saber mi nombre y la casa a la que pertenecía, las primeras veces mencionaba el nombre de mi casa y para no entrar en detalles aludía a la lealtad a la reina, después, simplemente ignoraba a los prepotentes.
- ¿y tú quién eres para mandarme? –solían decir algunos, entonces daba una señal con la mano y mis caballeros lo encerraban en el calabozo del palacio unas cuantas semanas, luego era presentado ante su majestad, después de eso casi siempre suplicaban perdón y cuando menos se mostraban arrepentidos, aunque nunca faltaba alguno que no se doblegaba y tenía que pasar encerrado unos meses más. Se tenía que gobernar con mano dura y sin vacilación, solo así el reino se recuperó.
Tan solo tres años después de aquellos fatídicos sucesos la conocí. Era la primera celebración con bombo y platillo del reino, donde el tema principal de la celebración era la conmemoración de los caídos en el asedio de hacía ya tres años. El reino ya podía darse el lujo de pagar una celebración sin ser mal vista por los ciudadanos, más aún cuando el motivo eran los fallecidos. Debido a eso y porque quizás todos en el reino tenían a alguien que habían perdido, la celebración fue un éxito, tanto así que se convirtió en un festejo nacional.
Mientras que por la tarde hubo comercios y la concurrencia gastaba en comida, por la noche las tabernas estaban llenas, al mismo tiempo que en el palacio hubo un modesto brindis donde finalmente me encontré con ella frente a frente. Cada señor a cargo de tierras vino al festejo con sus más cercanos familiares, algunos venían de lejos y otros ya estaban en la capital, cuando su majestad apareció para iniciar la celebración, todos le dieron un saludo con reverencia a su majestad, y es ahí cuando la admire, llevaba un vestido que se le ceñía al cuerpo y destacaba su exquisita compleción juvenil, toda su figura parecía haber sido cincelada por el más fino y exquisito arte de nuestros mejores escultores. Me robó el aliento cuando sentí que sus ojos se clavaban en el visor de mi casco. Sabía que nadie podía verme ni los ojos, pero aun así me sentí nerviosa, incluso temí tropezarme con mi armadura.
Después de aquel primer encuentro, hubo algunos más, después de todo, era familiar de su majestad y en aquellas veces me dije: bueno, es bonita. Pero lo bonito duraría poco, no quería admitir su belleza porque sería como confirmar mi gusto por ella, pero finalmente, después de un año lo pude aceptar y con ello comenzó el desenfrenado y obsesivo romance por la dama.
Ahora, han pasado tres años más después de aquel encuentro y supuse que la doncella no contraería nupcias, pues de una forma u otra su majestad solo hablaba de sus temas personales conmigo, y los temas que solía comentar es que estaba cansada de escuchar las suplicas de su tío que le rogaba un buen prospecto para su hija, su majestad solía hartarse, pero yo aprovechaba la información.
Viviremos así por siempre, solía pensar, en nuestra soledad, el amor lejano, el deseo ardiente que se aviva cada noche en silencio, un silencio frio y solitario, pasaran los años y yo te recordare, con dicha, con afecto, con el recuerdo del amor que cubrió toda mi existencia, un amor único para una persona única, un amor añorado y negado, pero al mismo tiempo mágico e impoluto, carente de las manchas que deja el egoísmo humano, así será nuestro amor. Lejano, muy lejano, solo el viento se llevará mi amor en los susurros que levan tu nombre y será mi cómplice en este ardiente anhelo, el anhelo de lo imposible y por eso mismo tan deseado.
Muchas veces, había días en los que me despertaba y al ver los rayos dorados del sol, me era imposible no recordarla, pues su sonrisa iluminaba tanto como el sol, ver su sonrisa me hacía feliz, ella es un deleite que los dioses me han concedido en esta vida, y solía pensar que con esa situación me conformaba y aun así… ese "sabes que puedo darte a quien quieras…" resonaba en mi mente en los días en que mi deseo resultaba doloroso, sin embargo, me negaba, un día reuniré valor y lo haré, aún hay tiempo me decía, así que con ese pensamiento podía continuar.
-mi señora… -el día de hoy, había pasado todo un día de audiencias a lado de su majestad y tenía ya lo pies cansados, solo deseaba llegar a mi habitación, quitarme la armadura y perder el conocimiento, pero ahí estaba Sir Kanzaki fastidiando.
-te he dicho que no me llames así –le dije, mientras poco a poco nos alejábamos de los aposentos de su majestad.
-los guardias que están ahí son de confianza –Sir Kanzaki también era de confianza, era el hijo de un vasallo de mi padre, de mí misma edad y que había crecido en mis tierras –después de todo este tiempo aun es extraño llamarte Sir o su señoría.
-no le des mucha importancia, un día de estos acabaré con eso…
-no a tiempo para casarte, eso seguro –iba a replicar una vez más porque llevaba mucho tiempo insistiendo con el tema, más exactamente, desde que él se desposo el pasado año –antes de que digas nada, ¿quieres venir a la taberna?
-no tengo ganas de tratar con ebrios.
-su señoría, por favor, insisto –y sonrió ampliamente mostrando todos sus dientes. Si no accedía se pondría insoportable.
La única razón para tanta insistencia, es que él aprovechaba mi prestigio como líder de los caballeros de la guardia real y comandante del ejército, es decir: "El caballero de su majestad está conmigo", para así no tener que pagar en la taberna, beber hasta embrutecerse sin importar los destrozos y acostarse con cuanto hombre, mujer o cosa se le pasara por enfrente, deslumbrados por verme, o más bien, ver las lujosas armaduras que solía llevar. Suspire sabiendo qué me esperaba. Sin embargo, luego de llegar a la taberna y sentarnos, le lancé una pequeña amenaza.
-si haces alguna idiotez que me avergüence, hare traer a tu esposa, no le va a gustar viajar por tres días estando encinta.
-no harías eso –me dijo, por primera vez asustado.
- ¿es eso un reto? –la chica que servía nos trajo la cena y bebidas más grandes a lo que habíamos pedido, cortesía del tabernero, dijo. Más tarde, se nos unió Sir Takeda, quien rápidamente se puso melancólicamente ebrio ¿la razón? Una joven doncella.
-mira, ¿Por qué estas así? –le decía Sir Kanzaki -pides su mano y ya.
-oh no, no es posible, su padre no aceptara, quiere un yerno que no tenga un oficio peligroso.
-tonterías –replico Sir Kanzaki –sin duda se sentirá alagado.
-no, no, sé que no lo permitirá –Sir Takeda ahora sonaba necio mientras yo bebía con calma mi sidra.
-oh vamos, esto es muy fácil de arreglar –decía con cierto tono de diversión -sube a su balcón, tómala en tus brazos… y róbatela como todo un caballero –yo casi escupo mi sidra al tiempo que cayó el visor de mi casco.
-no, no podría hacer eso, ya lo he pensado, pero… -yo me recuperé de la impresión y tomé otro sorbo de sidra, acomodándome el casco nuevamente.
-pamplinas, es lo más romántico que se hace en estos tiempos, ella caerá a tus pies y a su padre no le quedará de otra.
- ¿de verdad eso cree, Sir Kanzaki? –preguntó con verdadero interés.
-claro que si Sir Takeda, ¡un acierto total!
Tenía ahí a un par de imbéciles. Como si con ellos dos no fuera suficiente, casi inmediatamente apareció Sir Yuuichi, se sumó a la reunión y al instante apoyó la moción. Yo me quedé en silencio oyendo a los tres compaginando sus opiniones únicamente en pos de su conveniencia… ¿caballeros? Aquellas conductas no eran propias de un verdadero caballero. Resoplé y bebí mi sidra.
-su señoría –dijo Sir Kanzaki - ¿me equivoco al sospechar, que no está de acuerdo? –dejé mi bebida en la mesa al incluirme en la conversación.
-no se equivoca Sir Kanzaki, no estoy de acuerdo.
- ¿Por qué no está de acuerdo, su señoría? –esta vez fue Sir Yuuichi –yo me robé a mi esposa y me ha ido muy bien –yo refunfuñé mentalmente, pero contesté con serenidad.
-no es la manera correcta en la que actúa un caballero –terminé por decir. Los tres se quedaron callados momentáneamente.
-pero todos lo hacen –respondió Sir Yuuichi.
-de no ser así, no habría matrimonios –afirmo Sir Kanzaki –los padres son demasiado exigentes y eso también es por conveniencia, míralo de este modo ¿no te gustaría que un noble caballero te llevara en sus brazos y te desposara? –dijo, planteando un idealizado escenario.
-no –apreté un puño –mandaría a cortarle las manos después de un largo tiempo en el calabozo.
-debes tener en cuenta que su señoría es especial –le dijo Sir Yuuichi a Sir Kanzaki y este último rio.
-bueno, tal vez tú lo odiarías, pero la gran mayoría de damas no.
Apoye el mentón en una mano y la otra repasó los dedos por la mesa ¿será posible? Ellos continuaron charlando sobre el mismo tema mientras yo hice lo mismo, ahondando sobre el tema en mi mente. Obviamente yo no permitiría que ningún imbécil me llevara, pero hay varios puntos que evitarían que eso sucediera, en primer lugar, nadie es tan osado como para acercarse a mí, por lo que un cortejo esta fuera de las posibilidades; el ser la mano derecha de su majestad, así como la autoridad que ejerzo, intimidan a muchos en el reino. En segundo lugar, y suponiendo que se pueda dar un acercamiento… le cortaría la garganta antes de que me pongan una mano encima. En definitiva, tal como lo ha dicho Sir Yuuichi, soy un caso excepcional. De modo que… si dejo a un lado mi perspectiva personal, ¿otra mujer accedería a ser robada? Lo pensé unos minutos mientras bebía lentamente mi sidra… definitivamente no.
Llegada cierta hora de la noche, estaba cansada tanto de mis actividades y el arduo trabajo que es acompañar a su majestad, como de escuchar a tres grandes imbéciles mientras absorbían cerveza como esponjas y se embrutecían cada vez más. De modo que me puse de pie, dejé unas monedas en la mesa y me despedí vagamente. Replicaron para que no me fuera, pero finalmente los dejé atrás. Al salir, mi escudero y dos de mis sirvientes estaban esperándome con mi caballo a la mano. Cabalgamos hasta mi humilde residencia. En la capital tenía una modesta casa, suficientemente grande para el servicio y mis necesidades personales. Inmediatamente de llegar ordené la tina y agua caliente mientras dos doncellas me ayudaban con la armadura.
Después de un rato el baño estuvo listo y pude deslizarme en el agua caliente mientras una de mis doncellas llevaba mi espalda. En mi experiencia, ninguna mujer a la que le impongan un destino es feliz, lo aceptan con resignación y si tienen suerte llegaré yo para sacarla de esa situación, como ya he hecho muchas veces, porque sé que no son felices. Probablemente, de haber sobrevivido mi padre, ese sería mi destino, quizás, ya a esta edad estaría casada y con hijos, pero las cosas no fueron de ese modo y ahora estoy aquí, como ama y señora, libre de compromisos forzosos. Seguramente me quedaré así, guardando mi amor solo para mí, y como dice en aquel libro: "la distancia aviva el amor", entre más lejano e imposible, más ardiente y terco es este sentimiento por ella… suspiré, que desdicha.
En los días siguientes, viviendo la misma rutina una y otra vez, olvidé el tema. Ya habían pasado largos y tempestuosos años de trabajar en la recuperación del reino, ya habían pasado los años donde salía trabajo de cada rincón posible, se habían apagado revueltas, se habían capturado ladrones, escoria extranjera, estafadores y esclavistas, se habían refinado las viejas leyes y creado nuevas direccionado recursos a lo largo y ancho de la ínsula, para así embellecer el reino, ahora, solo tenía que ir y estar de pie junto a su majestad unas semanas más y me tomaría un descanso.
Solo unas semanas más, me dije, mientras acompañaba a su majestad a una audiencia inusual, en calidad de muerto viviente, o más bien, en mi apatía usual con el resto de la población que venía a hacer peticiones absurdas, últimamente había muchas de esas, "excelencia, solicitamos recursos para hacer más grande nuestra iglesia", "su majestad, el presupuesto para las festividades de este año son muy modestas", "alteza, queremos proponer una nueva festividad en su honor", "majestad, proponemos justas", todo el mundo quería más y más dinero para cosas innecesarias… ¿Qué se les contestaba? "mandaremos a un delegado a hacer una valoración".
De modo que no esperaba algo diferente de lo usual, lo único diferente es que su majestad iba a atender la audiencia en un salón privado. Le seguí los pasos con cierta apatía hasta que al entrar me encontré al objeto de mis pasiones, acompañada de su amiguito de siempre y sus padres. Una vez que ayudé a su majestad a sentarse, me situé a su lado con la espalda bien derecha mientras secretamente apreciaba la belleza de sus facciones.
-su majestad –después de la presentación de su majestad, el pequeño amiguito de tan hermosa dama se apresuró a hablar –estoy aquí presente, para rogar su real perdón y suplicar su favor, el motivo de esta audiencia es pedir su consentimiento para desposarme con la dama aquí presente –al instante de escuchar semejante exigencia casi caigo sobre mis asentaderas, por suerte pude mantener la dignidad y corregir mi perturbada postura.
-concedo mi permiso para el matrimonio –al instante sentí bajar algo por mi estómago un vértigo muy desagradable ¿Qué barbaridad estaba diciendo su majestad? - ¿y porque ruegas mi perdón?
-cometí el error de comenzar las amonestaciones antes de su permiso, su majestad –miré a su majestad, rogando que lo mandara al calabozo en ese instante, al ver que pasaban los minutos y no decía nada, yo albergué la esperanza, sin embargo -solo por esta vez lo dejare pasar, único heredero de la casa Homura, ya que tenía conocimiento de la noticia mucho antes –me vi forzada a no girar la cabeza ¡¿Cómo que ya sabía de esto?! ¡¿En qué momento?!
-apreciamos su grandiosa misericordia, su majestad –contestaron todos, yo me sentí ensombrecida por la furia y frustración.
-pueden retirarse, tengo más audiencias el día de hoy –entonces su majestad los despachó y de un brinco bajó de su silla.
Le seguí los pasos con pesadez, mientras por medio del visor del casco le di una última mirada a ella, todos sus acompañantes comenzaron a hablar animadamente, lo último que escuché antes de salir del salón es que harían una celebración privada. Apreté los dientes, comencé a respirar rápidamente por el enojo y me forcé a mí misma a tranquilizarme, pero en mi mente solo había unas cuantas palabras: "¿Cómo? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!" simples preguntas que cada vez causaban más irritación a pesar de que deseaba estar tranquila, el resto de las audiencias fueron un suplicio. Tuve tiempo suficiente durante las audiencias para pensar en el corto intercambio de palabras que había acontecido. Conque ya habían hecho correr las amonestaciones he, eso tenía que verlo ¿Cómo dijo su majestad que se llamaba? Enano del demonio…
Por ello, lo primero que hice al despedirme de su majestad, fue ignorar tanto a Sir Yuuichi como a Sir Kanzaki para ir directamente a la iglesia. Prácticamente los hice a un lado mientras a pasos raudos salía del palacio. No me importó dejarlos con la palabra en la boca y molestos, más molesta estaba yo y más molesta me puse al confirmar las amonestaciones. ¡Demonios! ¡Diablos del infierno! Estuve a punto de tomar la hoja de amonestaciones y despedazarla, pero en su lugar regresé caminando hasta mi residencia, estando ahí las doncellas se apresuraron a quitarme la armadura y nada más ver mi rostro se esfumaron de la habitación. Las siguientes horas las viví como una bestia enjaulada, moviéndome en círculos ansiosamente, hasta que los pies me dolían tanto que me senté en el sofá frente al hogar.
Entonces suspiré y me hundí en el asiento… se va a casar… creí, erróneamente, que ella sería similar a mí, que jamás encontraría a alguien suficientemente bueno, pero ¿Qué clase de broma era esa de en la mañana? El muchacho apenas y tenía la edad mínima para casarse… ¿o simplemente era enano? Quizás es muy rico, susurró una voz interna… de ser así, ¿ese era el requisito? ¿eso era todo lo que ella deseaba? ¿dinero? Creí que valoraba otras virtudes, darme cuenta de ello fue decepcionante, o talvez estaba saltando a una conclusión precipitada debido a mis sentimientos… talvez.
Volví a suspirar… recordé las amonestaciones, recordé el permiso de su majestad, supongo que he estado luchando todo el día contra el hecho de que ya es una certeza o más bien, prácticamente un hecho que ella desposará al muchacho… y lo odio. ¿Debería retarlo a un duelo? Esta más que claro que lo vencería sin esfuerzo, pero, ¿Qué hay de ella? ¿si yo gano ella ya no se casaría? Incluso podría ser todo lo contrario, además ¿su majestad consentiría esa conducta? ¿ir en contra de las ordenes que ya ha dado? No, sería demasiado…
Aquella noche casi no pude dormir y en los siguientes días me sumí en una nube de pesadumbre, repitiéndome casi todo el tiempo: "la belleza de mi amor se encuentra en lo inalcanzable", asumiendo y asimilando la idea que tanto tiempo me había repetido. Comencé a tratar de animarme al pensar en las historias que solía leer, animándome al pensar que incluso estando casada talvez pueda seducirla, así como hacían los caballeros de los libros… talvez… podría así abrirse una nueva posibilidad y ahora si pueda acercarme a ella… aunque… ¿te has te has dado cuenta que, estarías tocando lo que el enano ya manoseó? Además de que, hacer eso me colocaría en un estatus inferior al del enano… rechiné los dientes y apreté las manos, ¡No! Dije finalmente, me niego a verla casada con ese enano y hacer cosa alguna que rebaje mi posición y mi linaje, pero la reina, las amonestaciones, la apropiada conducta de un caballero… ¿será posible?
Era ya el segundo día después de la noticia y reacia a aceptar el destino, seguía hundida en mis asfixiantes pensamientos, aun cuando estaba en las audiencias de su majestad; entonces recordé la conversación entre Sir Kanzaki y Sir Takeda… ellos estaban acompañándome el día de hoy, curiosamente, los miré y recordé las palabras: "róbatela como todo un caballero". Perdí la compostura por unos momentos y luego volví a erguirme derecha en mi sitio. Pase el resto de las audiencias planeando, imaginando, había muchas complicaciones, pero todo podía resolverse con facilidad si utilizaba mi más secreto recurso, la carta de triunfo, solía decirle, o más bien, cartas…
Al terminar las audiencias regresé sin escalas a mi residencia, hice que mi caballo galopara por las ruidosas piedras de las callejuelas, piedras muy secas, pensé, para ser verano ha habido muy poca lluvia, pero vamos a arreglar eso. Mientras galopaba con mi escudero siguiéndome los pasos, comencé a pronunciar en voz baja uno de aquellos pasajes secretos de mi familia, mi escudero no escucho una sola palabra, pero si sintió el resultado, una fina brisa y después una torrencial lluvia, llegamos empapados a la residencia antes de que comenzaran los truenos a azotar el cielo, con furiosos vientos azotando ventanas, fustigando los oídos. No estaba molesta en absoluto por estar tan mojada, estaba complacida, la lluvia parecía una manifestación de mi molestia interna. La hechicería era un secreto bien guardado en mi familia que solo utilizábamos en situaciones muy específicas, aunque a veces, como en el caso de mis padres, no puede salvarte del destino.
-Takumi, manda un mensaje a la señora Sanada, dile que prepare una habitación para un invitado y que espere mi llegada por la madrugada, para cuando yo llegue, quiero que esté todo dispuesto.
-si su señoría –mi escudero salió y las doncellas se apresuraron a quitarme la armadura y la ropa mojada.
-Senou, Harada, en cuatro horas quiero un caballo resistente y descansado, mi armadura de prácticas, un saco y una soga.
-si su señoría –tanto ellas como todo el personal de servicio era de mi mayor confianza, sabía que no dirían una sola palabra sobre mis movimientos.
-saldré por la noche, solo en caso de que su majestad me busque le dirán que regresé al castillo, de no ser así, ni una explicación a nadie, ni a Sir Kanzaki o Sir Yuuichi.
-si su señoría –tras tanta práctica, tardaron solo unos minutos más retirando la armadura.
-manden al infierno a cualquier atrevido que sea molesto.
-si su señoría –posteriormente, salieron de la habitación.
Fue entonces cuando me dejé caer en un diván cerca del fuego y extendí los pies sobre la alfombra de tonos rojos y dorados. Mientras poco a poco se secaba mi cabello comencé a planear cada movimiento, quizás la lluvia no sería suficiente. No debía haber un solo testigo, iría por ella y la llevaría a mi castillo, simple y sencillo, perfecto. En mi mente el plan era perfecto, de ese modo evitaría que una joven y bella mujer se desposara ante insignificante aspirante, él no estaba a su altura, ni física ni mentalmente, quizás lo había aceptado en un momento de desesperación; muchas mujeres suelen angustiarse al ver pasar el tiempo y que no encuentran un pretendiente que cumpla sus exigencias, entonces, impacientes, llegan a aceptar a cualquier gañan que les endulza el oído. Eso debe haber sucedido, me dije, mientras apretaba un puño, aun molesta.
Horas más tarde comencé a vestirme y llamé a las doncellas, que estaban ya listas con la armadura que había solicitado. Me colocaron la desgastada armadura con rapidez y exactitud, unos minutos después ya estaba colocada por completo y solo colocaba mi espada en el cinturón de cuero. Bajé las escaleras, presurosa, y en la puerta ya estaba el caballo que había solicitado, rápidamente al montar vi como mi escudero se preparaba para acompañarme, pero lo detuve y le ordené que se quedara, iría sola. Al salir de la residencia la lluvia comenzó a empaparme, la noche era ligeramente cálida y el viento refrescaba el ambiente. No quería que por alguna razón alguien me descubriera rondando la residencia, así que luego de recitar un hechizo, se desplego una concentrada neblina blancuzca.
La neblina era tan intensa que debía cabalgar muy lentamente para no chocar contra algo o alguien, fue molesta hasta cierto punto, ya que también me dio mucho tiempo para acostumbrarme a la lluvia, a los sonidos, al caballo y como conocía bien la zona por la que estaba transitando, me dio cierta seguridad. Cruce las calles y a mi alrededor se notaba una que otra luz en el interior de las casas, sin embargo, para cuando llegué a la residencia de la dama de mis paciones, ya era suficientemente tarde como para que nadie estuviera despierto. Bajé del caballo y utilicé un hechizo que me concedió mayor fuerza por un tiempo moderadamente limitado, mi especialidad eran los hechizos de resistencia, pues los usaba todos los días, pero con los de fuerza no me iba tan mal tampoco, podría levantar dos caballos fácilmente. Después, escalé una pared y caí en un jardín, era amplio y con arbustos podados, caminé unos metros y entonces vi un balcón, ¿será posible?
Medite unos minutos ¿forzaba la puerta o buscaba entrar por ese balcón? Claro que entrar por ese balcón no me garantizaba que ella estuviera ahí, pero, bueno ¿Qué perdía con intentarlo? Me puse a mirar entonces las paredes que estaban hechas, como todas las del reino, de piedra y tenía que fijarme bien donde ponía los pies. El hechizo fue muy útil, de no haberlo usado ya habría caído al menos unas tres veces al suelo. "Sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero, sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero…" me decía mientras escalaba la pared con la lluvia golpeándome el yelmo y mojándome cada parte del cuerpo, unas más profundas que otras… después de un rato terminé de escalar y pude asentar bien los pies en el balcón, solo entonces me asomé por la ventana, no veía nada hasta que un relámpago iluminó lo suficiente como para ver a través del dosel una figura en la cama, parecía ser solo una persona.
Me lo pensé unos minutos y luego abrí la ventana, que estaba, casual y afortunadamente, sin asegurar. Al instante de ingresar, el ruido de la lluvia contra la armadura se acabó y escuché como el agua caía a gotas en el interior de la habitación, mojando la alfombra. Mucho ruido, pensé escandalizada, luego un trueno cruzo el cielo en la lejanía y la persona en la cama no se movió. Sueño profundo, pensé. Entonces me acerqué, corrí el dosel y ahí estaba ella. El ruido del agua quedó en la lejanía mientras la contemplaba dormir. Su cabello estaba esparcido por la almohada y en el ambiente estaba su aroma personal. Sentí la emoción vibrar en el pecho, me pude haber quedado ahí para siempre hasta que un relámpago volvió a iluminar la habitación. "Sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero" me volví a repetir, pero sabía que ella no se iría en mis brazos así como así, de modo que levante la fina sabana que la cubría y ate sus pies con la soga, aprovechando que estaban juntos, al terminar ella no despertó.
Aproveche mi suerte y tome sus manos, justo cuando terminaba de atarlas ella despertó y casi después un relámpago me exhibió ante ella, me miró y no le di tiempo a nada porque la amordacé, el corazón me latió rápidamente en nervios, así que me di prisa y aprovechando su conmoción le tapé la cabeza, después pensé rápidamente, ¿bajaba por la casa o por el balcón? El balcón es más rápido me dije, así que la levante y la puse en mi hombro, abrí ambas puertas de la ventana, y me quedé de pie en el borde del balcón, viendo al jardín del piso de abajo mientas sostenía bien sus piernas con un brazo. "Sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero, sube a su balcón, tómala en tus brazos, y róbatela como todo un caballero…" me dije mientras afianzaba un pie en el borde del balcón, puedo hacerlo, será sencillo, me decía mientas el temporal me azotaba el yelmo. No pienses, no te quejes, solo continua, me dije, entonces salté al piso de abajo, aterricé pesadamente con ambos pies sobre la hierba y no se sintió tan mal, de no haber el ruido de la lluvia, sin duda habría llamado la atención.
Segundos después, corrí hasta la pared y salté para agarrarme al filo, debido al impulso y la propia fuerza del hechizo, fue muy fácil saltar el muro, con un solo brazo sostuve ambos cuerpos y salté al otro lado, donde me esperaba el caballo. Bendito hechizo, me dije, de no haberlo usado no habría llegado ni al balcón. La coloqué justo frente a la montura, subí al caballo y salí a todo galope con la esperanza de no chocar contra ningún objeto al correr a ciegas. Estaríamos a mitad de la ciudad cuando ella comenzó a retorcerse, así que tuve que sujetarla con firmeza de modo que no hubo ninguna complicación para cruzar la ciudad y salir de ella sin que nadie lo notara.
Ella se cansó al poco rato y cuando estuvimos a una considerada distancia de la ciudad la levante para ponerla en una posición más cómoda, una donde literalmente estaría en mis brazos, pero volvió a revolverse, estaba justificadamente molesta, entendía su posición, pero no por ello iba a echarme para atrás en esta decisión, la regresé a la misma incómoda posición, como si fuera un simple equipaje que sujete con fuerza y firmeza, luego, ya bien asegurada la carga, pronuncié un hechizo que decuplico la velocidad del caballo, de modo que los tres días que normalmente me haría de viaje hasta el castillo, los hice en casi cinco horas. Atravesé campos y praderas con rayos que latigueaban el cielo, subí y bajé montañas sin vacilación, a veces los relámpagos ayudaban a ver mejor el camino y aunque había truenos que se sentían muy cerca, sabía que ninguno golpearía contra mí, pues había sido yo quien los había creado.
De hecho, el viaje habría sido sumamente cómodo aun con la lluvia si no fuera porque ella gustaba de retorcerse cada cierto tiempo. Era bastante incómodo y frustrante, aunque eso me hacía admirarla, tiene un espíritu de lucha, no se resignaba ante la situación, una mujer fuerte. Eso me gustaba.
Cuando llegamos a lo alto de la última colina pude divisar mi castillo a lo lejos, cruzamos las llanuras muy rápidamente y tuve que jalar las riendas del caballo para que se detuviera justo en la entrada, en ese momento retire el hechizo del caballo al tiempo que me quitaba el yelmo y los guardias me abrían al ver que era yo. Los salude brevemente con la mano y continúe mi camino. En un trote más ligero atravesamos las calles de la ciudadela hasta llegar al verdadero castillo, en el centro, donde el rastrillo siempre estaba levantado, así que pase sin más e ingresé hasta llegar a las puertas del edificio principal, donde salió el mayordomo a recibirme, seguramente ya informado por la señora Sanada.
-mi…
-shhhh… -le dije para que guardara silencio.
Aun no sabía que me esperaría con ella ni que pasaría después así que lo mejor era ser precavida. Bajé del caballo y luego me la lleve en el hombro, tal y como había pedido, ya estaba preparada una habitación para mi invitada, aunque por la cara del mayordomo, creo que no esperaban que fuera una invitada en estas condiciones. Siguiendo los pasos del señor Ishigami llegamos hasta la habitación que ocuparía. Él fue hasta el hogar en la otra estancia y lo encendió rápidamente gracias a una antorcha, al terminar dejó un candil muy cerca y se retiró con rapidez, estando ya a solas le quite el saco que le había puesto, su cabello estaba mojado y revuelto, además la mordaza se veía muy apretada, no quería que gritara así que libere sus manos primero, después le quite la mordaza, quedando así su rostro libre, la tenue luz iluminaba sus finos rasgos a través de la penumbra, di unos pasos atrás y la admiré, a pesar de estar mojada, sucia y despeinada, lucia arrebatadoramente sensual…
Aunque el sentimiento de culpa no tardó en aparecer, mire sus muñecas y como la mordaza le había enrojecido algunas partes del rostro. Soy una bestia, no debí hacer esto, pero… ni siquiera estas magulladuras silenciaban su belleza, quise ponerle una mano encima, darle una caricia, pero me retuve, di media vuelta y salí de la habitación apresuradamente.
- ¡No! ¡Espera! ¡No! –grito ella cuando cerré y atranqué la puerta. Fuera estaba el mayordomo mirándome con los ojos bien abiertos.
-llama a alguien que custodie la puerta, quiero guardias en cada esquina, organiza turnos, no quiero que pase un solo momento del día sin vigilancia.
-si su señoría –entonces bajamos las escaleras hasta llegar al salón principal donde ya estaba encendido el fuego y la señora Sanada acomodaba unas cosas.
-señoría, espero que los preparativos le hayan complacido.
-desde luego señora Sanada –entonces me senté en una silla de madera cercana, aun chorreaba agua así que me quedé fuera del tapete –como ya le dije al señor Ishigami, quiero guardias en cada esquina del castillo, literalmente en cada esquina, que ni una mosca pase sin ser vista.
-si su señoría –respondió Ishigami, muy complaciente, a decir verdad.
- ¿Quién es la joven, señoría? –pero la señora Sanada a veces podía no ser tan dócil, que barbaridad, la he consentido demasiado. Sin embargo, me crucé de brazos y lo pensé unos momentos. Me llevaba bien con la señora Sanada, lo suficiente como para a veces compartirle alguna de mis cosas, pero no estaba segura de qué decir en esta situación ¿mi futura esposa? ¿eso debía decir? Era complicado de explicar dada la situación y, sobre todo, no quería dar explicaciones, de modo que simplemente cambie de tema.
-señora Sanada, aun no sé bien que tengo en las manos… así que quiero discreción y que la señorita no mire el castillo –la respuesta no pareció convencerla, pero sabe bien que no tiene por qué replicarle a su señora.
-si su señoría –entonces me puse de pie, dejando la silla mojada.
-proporciónele inmediatamente un baño caliente para que no se enferme, trátela como mi mejor invitado, pero no la deje salir –en ese justo momento me pregunté qué tan bueno sería que ella no pudiera salir de su habitación, quizá no sería muy saludable… –ella no puede ir más allá del corredor, asígnele una doncella, consiga ropa y zapatillas, todo lo que pueda necesitar, confío en que sus eficientes manos harán lo propio hasta mi regreso.
- ¿se va, señoría? –asentí en silencio, era ya muy tarde y debía regresar a la capital para no levantar ninguna sospecha.
-así es señora Sanada, trataré de regresar cuanto antes, mientras trátela bien, ahora, llame a las doncellas para cambiarme la armadura y que me preparen otro caballo, de ser necesario llame a un médico, si es que ella enferma.
-pero señoría, está diluviando allá afuera…
-lo sé perfectamente bien, cumpla lo que le he dicho -después de aquello la señora Sanada salió presurosa al igual que el mayordomo. Obviamente quería cambiarme la armadura para que en caso de que alguien, quien quiera que fuera, que me hubiese visto robar a la dama, no pueda relacionar ni la armadura que vestía al momento del robo, ni al caballo, de forma que cuando regresará, no habría relación alguna, siempre hay que ir un paso adelante. Incluso llegué a pensar en mandar a fundir esa armadura vieja, no se perdería demasiado, es mejor no dejar cabos sueltos, nunca se es lo suficientemente precavida. Estaba pensando en eso cuando las doncellas llegaron, tardaron solo unos minutos en aparecer para quitarme la armadura.
-su señoría, ¿Qué armadura desea ponerse? –preguntó una de ellas.
-la que sea… la de bronce, rápido –entonces otras doncellas que habían llegado salieron corriendo, regresando justo cuando habían terminado de quitarme la última pieza, de modo que al instante llegaron a ponerme la armadura de bronce. Ellas, al igual que el servicio que tenía en la capital, estaban perfectamente familiarizadas con las armaduras así que fueron igual o incluso más rápidas en ponerme la armadura –limpien la armadura de practica y déjenla en el salón de armas.
-si su señoría –respondieron todas.
-debo irme, señora Sanada, vea que se cumplan mis órdenes.
-si su señoría –respondió luego de una levísima reverencia.
Con aquello ultimo me despedí de la señora Sanada y el señor Ishigami, salí del salón una vez más a la lluvia, donde me esperaba un caballo perfectamente descansado, tomé las riendas, monté y salí a todo galope en dirección a la ciudad capital. Una vez que estuve en las llanuras que rodeaban las murallas, pronuncié un hechizo aún más poderoso que centuplicaba la velocidad del caballo, aunque era una maravilla, era en igual medida peligroso. Tuve mucho cuidado en el trayecto y de esta forma, sobre todo por las precauciones, tardé una hora en llegar a la capital, donde la neblina aún permanecía estancada.
La neblina y la lluvia sirvieron para que pudiera llegar hasta mi residencia sin que nadie más hubiera notado mi ausencia. Al instante de entrar al edificio, el lacayo que hacia la guardia nocturna fue a avisar a las doncellas, que aun con el camisón fueron a quitarme la armadura mientras un baño caliente se montaba en la misma habitación. Usualmente, mientras me aseaban, también tallaba algunas partes, pero esta vez me deje lavar y secar, estaba cansada. Con la bata puesta me deje caer en la cama y dormí un par de horas hasta que entró una de mis doncellas a preguntarme si iría a presentarme con su majestad. Me levante con los ojos cerrados y me deje vestir, pero mientras colocaban el desayuno se me fue quitando el sueño que enturbiaba mi mente, recordándome lo que había sucedido.
A estas horas ella debe estar aún dormida… en mi castillo. Apreté los labios y luego me dije ¿Qué he hecho? Bueno, la robaste, ahora… ahora… ¿ahora qué? Me lleve una mano al mentón mientras la comida frente a mí se enfriaba… bueno, supongo que debemos casarnos, pero… ¿Cómo? ¿Dónde?
No pude comer apropiadamente hasta que llegó una de las doncellas a colocarme la armadura, solo entonces me enfoqué en el desayuno, se me hacía tarde. Aun contra todo lo agitado de la noche y con la neblina sumamente espesa, estuve puntualmente a la hora en que se tocan las trompetas en el palacio. Su majestad la Reina, tardaría una hora más en bajar a atender las primeras audiencias así que busque a Sir Kanzaki. Lo busqué por un rato hasta que lo encontré flirteando con una mucama de su majestad, esta última al verme se paralizo unos momentos y sin decir nada huyó del lugar, entonces Sir Kanzaki volteó a verme.
-ah, te encanta espantarlas a todas… -dijo con un suspiro y una sonrisa en los labios.
-tienes esposa… y lo peor, esta encinta -él se encogió de hombros.
-solo es algo de diversión, ¿Qué le trae por aquí? –entonces, en un acto nervioso, yo me crucé de brazos y me pase una mano por donde debería estar mi barbilla, aunque estaba tocando en realidad, una parte del yelmo; me aclaré la garganta antes de decir lo que pretendía, de hecho, me aclaré la garganta una vez más, dándome algo de tiempo.
-bueno, quería preguntar… -él alzo una ceja, curioso -en referencia a la plática del otro día… -volví a aclararme la garganta una tercera vez - ¿Qué se hace después de que robas a la chica? –él se quedó callado con la boca en una pequeña "o", luego frunció las cejas y miro al techo, después a su izquierda y finalmente volvió a mirarme.
- ¿te refieres a lo que comentaba con Takeda la otra noche?
- sí, sí… justo esa ocasión… -entonces cerró la boca lentamente mientras me miraba fijamente, de no tener el casco puesto, él habría notado las particularidades de mi expresión facial, sí, estaba nerviosa.
- ¿Qué…? –dijo, con una expresión ahogada, después, una vez más - ¡¿Qué?! ¿no me diga que…?
-bueno, era una emergencia, así que lo hice –le respondí, justificándome.
- ¡Pero…! –se llevó una mano a la frente –a ver, a ver, espera… relájate –dijo más para él mismo que para mí mientras se pasaba una mano por el cabello. Luego, dio un par de vueltas en su mismo sitio y finalmente regresó a verme –exactamente ¿Qué hizo, su señoría?
-bueno… -di un par de pasos, pensando cómo empezar –había una chica… bueno, exactamente, se podría decir que hay… es decir, en tiempo presente… bueno, como sea, está esta chica que… -me lleve la mano a la frente como si él pudiera verme a través del casco –digamos que… me enamoré de ella desde hace un tiempo y… hace unos días me enteré de que se iba a casar…
-una señorita en edad de casarse, está bien… es… una ¿plebeya? O será acaso… ¿noble?
-bueno… su padre tiene un señorío… así, chiquito –le dije con los dedos, tratando de restar importancia; sorprendentemente él continúo sereno.
-sabes… un caballero cualquiera puede hacerlo, puede robarse a una mujer para hacerla su esposa, no es tan malo… si la mujer es una plebeya… pero la mujer es de la nobleza y… tú… tú eres el caballero de su majestad la Reina, el caballero a cargo de toda la guardia, de todo el ejército de su majestad… ¡Y demuestras tanta estupidez en esto! –me le quedé mirando fijamente unos segundos sin decir nada, sentí un repentino tic nervioso en el ojo derecho.
-no sea insolente Sir Kanzaki, conozca su lugar, su padre se avergonzaría de su manera de hablarme.
- ¡Es que…! ¡Debió preguntarme antes! ¿Qué vamos a hacer? Esto es un problema, un verdadero problema ¿Qué haremos si sus padres se enteran? No, ¿Qué pasa si los demás nobles se enteran? No, no, definitivamente esto es un problema, un problema monumental, ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Qué…? No, ¿Que va, USTED, a hacer? –me dijo, apuntándome muy groseramente con su dedo.
- ¡Eso es lo que venía a preguntante, imbécil! –le respondí, finalmente perdiendo el control.
Pero Sir Kanzaki no fue de mucha ayuda, pasó casi una hora quejándose de lo que había hecho, señalando todos los contras y los porqués no debí haber hecho lo que hice, un poco tarde, debo decir; en mi defensa, él no había sido muy claro, solo dijo: "róbatela como todo un caballero" y en esa sencilla explicación no había mucho que mal entender, simplemente era lo que era, bien, quizás actúe impulsivamente, quizás. Después de la larga perorata de Sir Kanzaki, finalmente llegamos a una conclusión, esto era un asunto demasiado grande para nuestras insignificantes manos, no podríamos arreglarlo nosotros mismos y que yo quedara intacta. O desaparecía con ella del reino, dejando nuestras tierras y riquezas, o la regresaba a su casa "como si nada hubiera pasado", conservando todos nuestros bienes para que después de unas semanas ella retome el compromiso con ese sujetillo, PERO, como no estaba dispuesta a permitirlo, debía recurrir a una entidad más poderosa.
-tal vez… tal vez si acude con su majestad, ella pueda solucionarlo –me dijo Sir Kanzaki casi al final, volviendo a alisarse el cabello que se le había despeinado –es su única opción si quiere quedarse con la dama y aun mantener su estatus, su señoría.
Pero recurrir a su majestad la Reina era lo último que deseaba hacer. Su majestad me tenía en alta estima, podía pedirle lo que quisiera y me lo daría, así de magnifico era su esplendor y generosidad, sin embargo, al mismo tiempo no deseaba pedirle alguna cosa, porque, en primer lugar, ninguna de las cosas que había hecho por ella las había hecho por interés y, en segundo lugar, solía pensar que debía usar esa petición para algo realmente importante… entonces, como si mi mente se hubiera iluminado, razoné y llegué a una conclusión, ¿no era ésta una situación realmente importante?
