Capítulo 4.

Cerré los ojos brevemente y respiré profundo. Sí, no había caído en la cuenta, pero realmente era una situación que ameritaba usar lo que fuera necesario para salir bien parada. De manera que me despedí de Sir Kanzaki y me encaminé a los aposentos de su majestad.

-debo irme Sir Kanzaki –me enderecé, respiré hondo y salí del salón.

-espere, ¿sí va a ver a su majestad? ¿le va a pedir ayuda? –él continúo siguiéndome aun cuando ya me encaminaba para ver a su majestad.

-así es, tienes razón, solo su majestad puede ayudarme, quizás sea hora de aceptar sus bondades.

Sir Kanzaki se llevó una mano al pecho y continúo siguiendo mis pasos mientras expresaba un monologo a veces sin sentido y del que yo no ponía atención. Sentía las palpitaciones de mi corazón en los oídos y como algo me provocaba vértigo en la boca del estómago ¿Qué seria? ¿emoción? ¿era emoción? Quizá sí, me sentía emocionada ante la perspectiva de que pudiera contraer nupcias de una forma legal, plena y absoluta con la dama de mis pasiones.

Al llegar a los aposentos de su majestad, Sir Kanzaki guardó silencio y se puso rígido mientras que yo tenía las comisuras de mi boca hacia arriba, siéndome imposible ocultar mi sonrisa, una sonrisa que nadie, por fortuna, podía ver. Los guardias que custodiaban a su majestad se enderezaron aún más al verme y por supuesto no tuvieron problemas con que yo tocara la puerta, segundos después, su majestad dio su permiso para entrar, sabía que era yo, ya que, como todas las mañanas, venía a recogerla para custodiarla hasta la sala de audiencias. Abrí la puerta y Sir Kanzaki corrió a esconderse a lado de uno de los guardias para que no fuera visto desde el interior; por alguna razón, Sir Kanzaki temía a su majestad. Pienso que, ya que era un hombre obsceno, se sentía apenado y perturbado ante la mirada pura de su majestad.

Al ingresar a los aposentos de su majestad, la encontré aun mirándose en el espejo, comprobando su apariencia, siempre lo hacía cada día, era importante para ella no tener un solo cabello fuera de lugar, su aspecto debía ser siempre impecable en presencia de sus súbditos, siempre decía que era uno de sus deberes.

-buenos días, su majestad –le dije, deteniéndome a unos metros de ella.

-buenos días, puntual, como siempre –dijo mientras se examinaba algo en su rostro.

-su majestad… -comencé, de una vez por todas –el día de hoy… -no sabía cómo empezar, así que me quede mirando su pequeña espalda mientras pensaba brevemente -nunca le he pedido nada a cambio, pero hoy necesito de su favor –mientras, con las manos les dije a las sirvientas que se retiraran de la habitación.

- ¿Cómo? –al instante se volteó, con una sonrisa pícara – ¿Me estas a pidiendo algo? –de pronto se notaba animada -todos mis súbditos quieren algo de mí, pero mi más leal servidora, quien más lo merece nunca me ha pedido nada, comenzaba a creer que eras rara.

-bueno su majestad, la situación lo amerita –ella se quedó callada con las cejas fruncidas –yo he… tengo un interés… en el sentido de que… estoy dispuesta a contraer matrimonio… de ser posible… -dije lo último en voz baja pero me parece que ella escuchó, después de todo dibujó una "O" en su boca y retuvo el aliento, me sentí momentáneamente avergonzada –o algo así, pero la situación era difícil y… el otro día escuche decir a Sir Kanzaki que un caballero podía robar a una dama que sea de su interés y…

- ¿robaste…? no, ¿secuestraste a una mujer? –bueno, si lo decía con esas palabras se oía, ciertamente, muy feo. Tensé la boca, subí la mirada, tragué saliva y contesté.

-básicamente, sí, su majestad –ella se quedó en silencio con los ojos bien abiertos, incrédula de mis palabras.

-quítate el casco, quiero ver si esto no es una broma –decía mientras hacia un puchero.

-por favor no, su majestad, no soportare el escrutinio de su mirada… -al mismo tiempo me tapaba el rostro con las manos por encima del casco.

-tenía que ser Sir Kanzaki quien te diera una idea tan boba, ese obsceno y depravado hombre, haré que lo cuelguen de… -entonces, repentinamente se oyeron unos pasos metálicos alejarse con prisa -…zoquete –ella exhalo un suspiro - ¿Y? ¿Quién es la mujer? Si fuera una plebeya no estarías aquí –pronto comencé a sudar frio, pero me mantuve firme.

-sucede… sucede que la conoce, su majestad… -ella frunció las cejas, desconcertada.

- ¿la conozco? –asentí con la cabeza - ¿personalmente? –volví a asentir - ¿Quién?

-su… -exhalé mesuradamente -su prima, su majestad –y sentí como mi rostro comenzó a arder mientras que ella se quedó pasmada.

- ¿la misma que vino hace unos días con su prometido a pedir mi permiso para contraer nupcias? te estas refiriendo a ella, ¿de casualidad? –por como lo dijo, tuve miedo de aceptar, pero finalmente dije que sí, después de unos momentos de silencio ella se llevó las manos a la frente - ¿eres imbécil? –con sinceridad, me sentí muy ofendida.

-sus modales, su majestad…

-entonces… entonces… ¿Por qué…? Te he dicho que te arreglaba un matrimonio con cualquiera en el reino, te pude haber dado doncellas y caballeros por igual, incluso, de haberlo pedido antes, te hubiera arreglado un matrimonio con ella, ¿Por qué esta tontería ahora?

-bueno, su majestad, yo no sabía que estaba comprometida… solo hasta que se presentó hace unos días lo supe, no sabía que más hacer… y ayer yo…

- ¿y la solución era secuestrarla? Eres el caballero más importante del reino, ¿Cómo el caballero más importante del reino hace estas idioteces? ¿quieres que te señalen como una salvaje? Piensa en ti, ¡Piensa en mí!

-no sabía que a su majestad le importaba tanto el qué dirán unos cuantos súbditos –le contesté, fastidiada.

-mis súbditos me dan poder, el padre de la mujer que has robado es muy importante, es uno de mis pilares en la sociedad al igual que el padre del novio, sin mencionar que es mi tío.

-ya veremos quién es más importante cuando llegué la guerra, su majestad… -respondí molesta -los pilares de su poderío somos nosotros, su majestad, su poder militar, su infantería, su caballería, todo su ejército y el ejército soy yo, me obedecen a mí, yo soy quien le da poder, no unos imbéciles que solo saben beber té.

-ambas partes son muy importantes, pero todo habría sido mejor si hubieras hablado antes ¿Qué edad tienes? ¿es que acaso no te diste cuenta que ya estás en edad de casarte, ella tiene casi tu misma edad ¿es que acaso no podías atar cabos?

- ¡Todo sucedió demasiado rápido! –con tantos señalamientos, esa fue mi mejor respuesta.

- ¿y cuando te ofrecía las docenas de candidatos? –decía, molesta, yo no supe que contestar - ¿Por qué rayos nunca le hablaste si te gustaba? –apreté los labios, frustrada y sin saber que contestar.

-está bien, está bien, es solo que creí que no se casaría nunca, igual que yo.

-pues creíste muy mal, para cualquier dama, el matrimonio es el pináculo de su vida, todas desean y ansían casarse, era obvio que ella encontraría no solo un interesado, ¡sino veinte! –luego ella tomó aire y yo baje la cabeza, mientras seguía soportando el regaño –tu habrías sido la mejor candidata.

-la mejor, sí… -admití, con cierto aire pesimista -precisamente por ello no lo hice, pude haber sido la mejor pero no dejo de ser mujer… talvez, no, seguramente me habría rechazado –su majestad entonces se quedó callada, sabía que yo tenía la razón –no voy a negarlo, mi condición sería muy diferente de ser hombre…

-pero… -ella quiso alegar, aunque no había argumento que pudiera usar.

-por ello, majestad, necesitaré de su ayuda –me acerqué más a ella y subió su mirada a verme, pues seguía sentada –tengo la intención de desposarla, pensé que algún día dejaría esta vida en la armadura, pero si quiero a la dama, tendré que permanecer de esta forma y que nadie se entere, de modo, su majestad, que me tendrá para siempre a su servicio –prácticamente estaba firmando un pacto con el diablo, pero estaba dispuesta.

-arrodíllate –me dijo y al instante lo hice, ella entonces suspiró –no seas boba –me dio un leve golpe en el yelmo –tú me rescataste, te debo mi vida, estoy conforme con toda la ayuda que me has dado en estos años, pero no pretendo explotarte, solo que me sigas ayudando de vez en cuando, sin importar la ayuda que te daré.

-claro que sí, su majestad –respondí por obviedad.

Al escucharla sentí algo de culpa, pues no la había salvado por mis maravillosos dotes heroicos, ni porque fuera fiel a la corona, o tuviera un gran corazón, la salve porque dio la casualidad de que mientras huía la encontré, además de que en ese momento razoné que mis padres habían dado su vida salvando a los anteriores reyes, que mi padre se había lanzado a una horda de soldados enemigos sin alguna posibilidad solo para que los anteriores reyes lograran escapar y así continuar su reinado, ¿y qué había sucedido? Ambos habían muerto al igual que los reyes ¿Cuál habría sido el propósito del sacrificio de sus vidas si por lo que lucharon también se había perdido? De modo que, al ver a la sucesora del Rey anterior, tome la decisión de que ella le daría sentido a la inmolación de mis padres, por eso la salvé y la llevé de aquí hasta el fin de la ínsula para protegerla… pero quizás, eso estaba destinado a suceder para que ahora ella me ayudara en estas dificultades.

-bueno, ahora hay que llamar a la canciller Sugiura y habrá que cancelar mis audiencias… -sin embargo, fue interrumpida en ese momento porque alguien tocó la puerta de la habitación.

-su majestad, me envían por un asunto urgente –habló el lacayo desde fuera, tanto ella como yo fruncimos las cejas.

-pasa –musitó a penas su majestad, pero el lacayo, acostumbrado a la voz baja de su majestad, entró y se inclinó ante ella.

-su majestad, su tío ruega una audiencia privada, su hija ha sido raptada en algún momento de la noche –ella respiró profundo mientras me veía.

-que espere, antes tráeme a la canciller Sugiura y a mi secretario, rápido.

-si su majestad -el sirviente se fue casi corriendo y cerró la puerta con igual prisa.

-ah, olvide pedir que trajeran a Sir Kanzaki, necesita un regaño.

-me encargare de eso su majestad –caminé hasta las puertas de la habitación y a uno de los guardias ordené que trajera a Sir Kanzaki. No demoro demasiado y tanto la canciller como el secretario llegaron inmediatamente.

-majestad –se inclinaron ambos al ingresar a la habitación.

-canciller Sugiura, necesito de sus habilidades políticas… -entonces, en los siguientes minutos, su majestad le explicó la situación a la canciller mientras ella ponía una cara de no haber escuchado una sola palabra, aunque ya no era novedad su expresión, parecía desconcentrada, pero en realidad era eficiente.

-no veo cual es el problema su majestad –dijo Sugiura –a su honorable tío no le quedará de otra más que aceptar el matrimonio ahora que su hija ha sido robada.

- ¿de verdad? –pregunto la reina.

-de verdad, puede confiar en mí, si me permite, sería bueno llamar a su apreciable tío una vez que esté escrito y sellado el permiso con su bendición al matrimonio.

-excelente, entonces que se redacte inmediatamente –con una sonrisa en los labios miró a su secretario y con un movimiento de la mano le ordeno comenzar a escribir, por su parte, el secretario se acomodó rápidamente, extendiendo el pergamino, sacando la tinta y mojando la pluma.

-majestad, con su permiso iré por el sello real –dijo la canciller.

El escrito del permiso con la bendición de su majestad estuvo terminado, firmado y sellado en menos de media hora. Una vez que me fue entregado, nos desplazamos a un saloncito privado donde estaba esperando el pariente de su majestad y pronto mi futuro suegro, visiblemente alterado y molesto. En el salón también estaba Sir Yuuichi y Sir Kanzaki, entonces entendí porque no había llegado antes. Al entrar y verlo, su majestad frunció las cejas y él se quedó tieso mirando a cualquier sitio menos a la Reina y sus acusadores ojos.

-su majestad, lamento trastocar su ocupado día, pero la situación… -entonces ella levantó una mano que impidió que él siguiera hablando.

-estoy al tanto de toda la situación honorable tío, ha habido algunas… confusiones y desaciertos, pero ya todo está arreglado –el hombre frunció el ceño sin entender –mi apreciable prima se encuentra sana y totalmente salva en el castillo de mi más fiel servidor –entonces extendió su mano en mi dirección y me incline levemente.

- ¡oh! ¡qué alegría! ¡la rescato! ¡tan pronto! –yo me sentí un poco incomoda.

-no es esa la exactitud de los hechos milord –comento Sugiura –el caballero de su majestad gusta de la dama y en un romántico y desesperado acto la ha robado, sin embargo…

- ¿Qué? –musitó el hombre - ¿la has robado? ¿a mi hija? ¿te has atrevido a seducirla?

-aun no, pero lo hare… -dijo Sir Kanzaki en voz baja en una broma de muy mal gusto que por desgracia todos escuchamos, el comentario estuvo por completo fuera de lugar y por supuesto, su majestad lo fulmino con la mirada –bueno, es lo que yo diría, pero su señoría es un caballero respetable, no le ha puesto un solo dedo encima.

-milord –continuo Sugiura -no tiene de qué preocuparse, el caballero de su majestad proclama amor sincero y devoto por su virtuosa hija y está dispuesto a desposarla en cualquier momento, de hecho…

- ¡Tú! ¡Sucio y…! –el hombre entonces intentó ir sobre mí, pero Sir Kanzaki y Sir Yuuichi lo detuvieron antes de llegar a mí, no tuve que mover un solo músculo.

-recuerde en presencia de quien se encuentra milord, el caballero del reino y su majestad… -le dijo Sir Kanzaki.

- ¡Ella ya está prometida! …Su majestad, ¡usted dio su permiso! –la Reina entonces se llevó un dedo a los labios, pensando unos momentos.

-Sir Kanzaki –el aludido volteó a verla sin dudar -obtendrá mi complacencia e ignoraré sus comentarios inoportunos luego de que traiga a lord Homura y el permiso –entonces Sir Kanzaki recuperó su buen humor y muy servicial respondió a la Reina.

-será un placer, su majestad –entonces, muy animado salió con prisa del salón.

-honorable tío, todo puede llegar a buen fin hablando, estoy segura de que lord Homura no tendrá ningún inconveniente y entenderá la situación a la perfección.

- ¿Cuál sería la situación, su majestad? –preguntó, ya un poco agotado y hasta cierto punto, desesperanzado.

-que sigue en el mercado del matrimonio y tendrá que buscar una nueva esposa.

El hombre entonces bajo la cabeza y se quedó en silencio unos momentos, después me miró fijamente, yo también lo mire a través de la rendija en la visera del yelmo. Me pregunté que estaría pensado, después de su reacción inicial ahora estaba calmado, pero mantenía fijos sus ojos en mi ¿estaría evaluando mi estatus? ¿mi riqueza? ¿mis tierras? ¿mi cargo militar? ¿o estaría preguntándose si dentro del caso había un sujeto desagradable o deforme? Una pregunta que tendría lógica pues nunca mostraba mi rostro. Sin embargo, después de largos minutos de escrutinio, exhaló, parecía resignado.

-si ella ya le ha aceptado, no me opongo, pero forzarla no terminará en nada bueno.

-milord –contesto Sugiura –tenga fe en el amor de su señoría.

-en todos estos años no la convencí de desposarse, y nadie lo hará si no quiere, a menos que ya la haya profanado… -entonces interrumpió Sir Yuuichi.

-su señoría jamás cometería un acto tan atroz, se le respeta por sus virtudes, honestidad y buen juicio.

-milord, reitero –continuó una vez más Sugiura –su señoría no le ha puesto un dedo encima.

-entonces… -el hombre iba a contestar, pero se escucharon pasos y luego tocaron las puertas del salón, los guardias que custodiaban a cada lado abrieron con el permiso de su majestad y entró lord Homura con su hijo, escandalizados; mientras ellos entraban pude notar como el último llevaba un pergamino con el sello de su majestad en la mano. Justo el documento que me interesaba.

- ¿Qué ha sucedido? –preguntó el padre del anteriormente, prometido.

-parece que Sir Kanzaki no le ha puesto al corriente –ambos sujetos miraron a Sugiura –permítame explicar rápida y concisamente –dijo ella, con una sonrisita que denotaba que estaba feliz de estar en medio del cotilleo del siglo. En los siguientes minutos, la canciller explicó detalladamente los sucesos, terminando la aclaración al mostrar el nuevo permiso de su majestad ante los tres hombres, que quedaron perplejos.

- ¡No! –gritó el anterior prometido mientras su padre leía estoico el documento expuesto y desplegado por el secretario de su majestad – ¡No entregare el documento! ¡me niego! –entonces, el pergamino que llevaba en la mano, lo guardo en su chaqueta.

-joven lord, no es una petición… –dijo Sugiura.

-es una orden –terminó la oración su majestad - ¿o acaso no eres uno de mis fieles súbditos?

-su majestad –intervino el padre del chico –no tiene de que preocuparse, es solo una reacción inicial, pero es obvio que comprende que esto es por el bien de nuestro reino y por supuesto que él no está en contra de…

- ¡no padre! ¡me rehúso, ella es mi prometida! –entonces se formó un breve silencio.

-entonces ¿Por qué no un duelo? –dijo la canciller Sugiura, muy divertida, debo agregar -su señoría no dudará en batirse en duelo por la joven dama y si usted gana puede volver a ser el prometido –yo asentí y di un paso al frente, con la mano en la empuñadura de mi espada mientras que el muchacho se ponía más pálido de lo que ya era.

- ¡tendrán que matarme! –y de pronto salió corriendo llevándose consigo el pergamino.

Todos nos quedamos atónitos ante lo que acababa de suceder, estábamos tan sorprendidos por la descarada actitud cobarde y deshonrosa, que nadie salió detrás del chico por un minuto entero, después le hice la seña a Sir Kanzaki y él junto con Sir Yuuichi salieron presurosos del salón. Luego de un muy largo rato Sir Takeda se presentó en el salón informando que los anteriormente mencionados estaban buscando por todas partes al chico Homura. Vaya, no parecía bueno para pelear, pero para escapar era cosa seria…

-que se despliegue tanto personal como sea necesario –ordenó su majestad, irritada ya para ese momento –y tan pronto como lo encuentren…

-majestad, su excelencia, alteza –dijo el padre del muchacho, arrodillándose a pocos metros de la Reina –le ruego su piedad, comprenda al muchacho, no lo castigué tan rigurosamente.

-la falta es grave lord Homura, ha desobedecido mis órdenes.

-lo sé elevadísima eminencia, solo ruego un poco de su piedad…

-si soy blanda con uno de mis vasallos, todos creerán que pueden hacer lo que quieran…

-pero majestad… -ante tanta insistencia, la Reina frunció el ceño.

-bien, no será castigado, ahora pase a firmar la renuncia a su señorío y sus tierras, canciller Sugiura, que preparen el documento inmediata… -pero el sujeto se puso más pálido que el pequeñajo y los ojos casi se le salen de sus cuencas.

-mi señora –la interrumpió -que torpe soy, he sido un necio, es obvio que el muchacho merece un escarmiento, lo he mimado demasiado.

- ¿se lo parece, lord Homura? –respondió su majestad con los ojos entornados.

-definitivamente alteza –contestó el canoso hombre –mi hijo se redimirá con el castigo que usted crea pertinente, por supuesto.

Nadie esperó que la guardia tardara cuatro días en encontrar al petizo, ni siquiera yo, pero así fueron las cosas. Obviamente, al pasar toda la mañana esperando que lo aprendieran, su majestad ya consideraba que había perdido mucho tiempo en ese tema, de modo que por la tarde reanudó las audiencias. Las cosas volvieron en cierta forma, a la normalidad, ya que las audiencias se dieron como de costumbre, pero su majestad estaba muy molesta, paso de ser un incidente insignificante que se solucionaría con dos días en el calabozo, a una afrenta personal en la que el castigo sería mucho más grave. De modo que cuando aprendieron al pequeño Homura, su majestad no recibió más súbditos y las audiencias se suspendieron, Sin Kanzaki y Sir Yuuichi trajeron al renacuajo bien sostenido de ambos brazos, los tres empapados por la lluvia, con el infame mocoso que seguía rebelándose y mostrándose prepotente hasta el último momento en que fue puesto frente a su majestad. Secretamente, esta situación me satisfacía.

- ¿el pergamino? –pregunto su majestad ya sin delicadeza, entonces Sir Kanzaki le extendió felizmente el documento con una reverencia; sin decir más, bajé los cortos escalones hasta tomarlo y guardarlo –señor Nagi Homura –comenzó la Reina, irritada aun –el castigo inicial iba a ser dos días en el calabozo… -entonces se cruzó las manos –pero has desobedecido a tu Reina, a tu estimada y real soberana, la ofensa no puede ser más grande…

-no pienso obedecer a una niña que… -por suerte para él, su padre intervino.

-discúlpelo su majestad, está enfermo –luego puso una mano en la boca del chiquillo para que así no pudiera agravar su situación -no sabe lo que dice –pero a su majestad ya le temblaba un parpado y tenía la boca sumamente fruncida –solo tenga algo de piedad, el muchacho esta ya delirando –en ese momento, la Reina tenía boca y cejas fruncidas a más no poder. La canciller, con esa sonrisa que le caracterizaba se acercó a su majestad y le habló muy de cerca en voz baja, sin perder la expresión de júbilo, se notaba que estaba disfrutando de la situación.

-un mes en el calabozo… -terminó por decir apretadamente, conteniendo su enojo, luego de que la canciller terminara de decirle algo –hágase, antes de que me arrepienta y le dé más tiempo.

-por supuesto su excelencia, gracias por su compasión, gracias, gracias –dijo el padre del chiquillo, el hombre no terminó de hacer reverencias hasta salir del salón de audiencias, aun con la mano en la boca de su hijo.

Al terminar, la reina comenzó a refunfuñar por lo bajo, molesta e irritada, seguramente lo habría dejado hasta un año en el calabozo, pero la canciller siempre intervenía para cuidar de los intereses de su majestad, de no ser así, la reina podía ser fatal en los castigos y eso no sería bueno para ella misma, si eres demasiado duro e injusto con los castigos, puede provocarse una sublevación y no es nada beneficioso. Aunque en realidad, me sentía decepcionada. De manera que, en esta ocasión, la canciller le echo una mano al chiquillo, por mi parte, hubiera deseado mínimo seis meses para cuando menos romper su voluntad, un mes no es suficiente para el ímpetu de la juventud.

Al tener ya el pergamino con el anterior permiso, fui al día siguiente a ver a su eminencia en la iglesia, teniendo el permiso de su majestad en mano, él inmediatamente retiró las anteriores amonestaciones y puso las nuevas sin reparo alguno. Solo para estar segura, lo acompañe a ver como pegaba la nueva hoja en la puerta de la iglesia. Hinché mi pecho, complacida al leer el anuncio, luego giré a verlo.

- ¿Cuánto tendré que esperar? –él sonrió un poco nervioso e hizo cuentas con los dedos.

-bueno, su señoría, yo diría que al menos una semana –asentí, conforme.

-bien, preparé la ceremonia para que sea realizada en dos semanas, en caso de necesitar más días para los preparativos se lo informaré.

-claro que si su señoría, claro que sí, no tiene de que preocuparse, estoy aquí para serle de ayuda –al hombre le falto piso para arrastrarse, era la respuesta común que todos me daban en el reino, no fue una sorpresa, aunque fuera la primera vez que hablara con él.

De una u otra manera, ya habían pasado seis días desde que había ocurrido el suceso y ahora, con todo ya dispuesto, podía regresar al castillo para de algún modo, convencerla. Ya tenía mucho terreno ganado, su padre había aceptado y se mantendría al margen, tenía el permiso de su majestad, Homura estaba encerrado, su eminencia había cambiado las amonestaciones y tenía el anterior permiso concedido a Homura en mis manos, no tendría ninguna excusa para no aceptar el matrimonio, sobre todo porque de no casarse seria señalada y su castidad se pondría en tela de duda, aunque no haya sucedido nada en absoluto… la cuestión era ¿Qué estrategia debía usar? ¿debía ser contundente presentándole todas mis ventajas? ¿o debía ser flexible y transigente con ella, como si fuera una negociación? Aunque sabía que tenía todas las de ganar… pero quizás, si le presentaba el panorama donde le daba a elegir, talvez podría ganarme su afecto más fácilmente…

Aquel día estuve muy meditabunda en el tema, casi no puse atención a las audiencias y me mantuve como un adorno casi hasta el final. Cuando finalmente se cerraron las puertas del salón de audiencias, hablé privadamente con la Reina, pedí permiso para tomarme unos días y regresar a mi castillo. Su majestad accedió y dejé a mis más fieles vasallos a cargo de la protección de su majestad, a Sir Kanzaki y Sir Yuuichi. Después de delegar la responsabilidad, regresé a mi residencia donde le pedí a mi escudero que mandara un mensaje a la señora Sanada, informándole que llegaría al día siguiente. Posteriormente tomé un largo y lento baño, con mis doncellas tallándome el cuerpo. Al terminar me vistieron y me trajeron una botella de sidra, estuve unas horas en el sofá frente al hogar, con un libro en las manos que no logré leer, con los pies desnudos y extendidos por la alfombra, a la hora de cenar las doncellas me trajeron la comida, cené con lentitud y al terminar me metí a la cama, pero no podía dormir, aun cuando me gustaba dormir oyendo la lluvia.

Pase largas horas dando vueltas en la amplitud de la cama hasta que en algún punto pude dormir, a pesar de que no iría al palacio al día siguiente, no pude dormir demasiado y me levanté justo al amanecer, como todos los días. Luego de levantarme y sonar la campana, las doncellas entraron con todo listo, el desayuno y la armadura por igual. Una hora después ya estaba sobre el caballo saliendo de la ciudad, dejando a mi emberrinchado escudero a cargo de mi residencia, pronunciando el hechizo que centuplicaba la velocidad del caballo para llegar mucho más rápido.

Me detuve una vez que llegué a los llanos que rodeaban las murallas de la ciudadela, alcanzando a ver las murallas a lo lejos, sentí como el corazón comenzó a palpitarme intensamente. Cálmate, me dije, respiré hondo y cerré los ojos, cálmate, repetí, todo saldrá bien. Respiré un par de veces y por gracia del destino mis ojos encontraron una flor purpura, desmonté brevemente del caballo y tomé la flor. Aun no sé qué hacer, pero en cuanto la vea lo sabré, estoy segura.

Reanudé el viaje hasta cruzar las mojadas praderas y llegar a las puertas de las murallas, donde nada más verme levantaron el rastrillo. Subí las calles en un trote suave y regular, a medida que avanzaba la gente comenzaba a saludarme, aquí podía quitarme el yelmo tranquilamente, después de todo, todos los que aquí residían me habían jurado su lealtad, así que les había brindado ayuda, protección y comodidades, a todo cuanto pude le di casa nueva y tierra, con contratos decentes e impuestos moderados, de los que, aunque no eran excesivos, me daban suficiente para mantener a toda mi fuerza militar holgadamente y aun así tener suficiente para lujos y comodidades, eran tierras ricas, después de todo. Debido a eso, me quité el yelmo y por primera vez en mucho tiempo sentí el aire ondear mi cabello, me dio una sensación relajante y llegué en un mejor estado anímico al castillo.

-buenos días su señoría –al llegar a la puerta principal del castillo, ya estaba el mayordomo y la gobernanta para recibirme.

-buenos días señor Ishigami, señora Sanada, necesito asearme ¿está lista la dama para verme?

-en poco tiempo su señoría, ahora mismo están subiendo su baño –yo asentí mientras la escuchaba.

-que pongan esta flor en su desayuno –le extendí la flor purpura a la señora Sanada que miro la flor con los ojos ligeramente más abiertos mientras la tomaba en su mano.

-si su señoría… y, ahorita mando para que le ayuden con su aseo.

-bien –entonces desmonté del caballo y un lacayo se lo llevó al establo.

Entré con pasos pesados y presurosos, crucé con celeridad el largo salón y los pasillos, subí las escaleras hasta llegar a mis habitaciones, dentro ya estaban las doncellas esperándome, me retiraron la armadura y solicité que la llevaran al salón de armas, mientras otra buena parte de las doncellas me limpiaban el sudor y me vestían. Debido a que siempre iba de un lado a otro con la armadura, siempre llevaba camisas y pantalones ligeros, no aptos para ver a alguien, por lo que en esta ocasión solicité usar un tabardo y sobre él, un cinturón de cuero, botas y la espada se quedó en la habitación. Cuando terminaron de perfumarme, pedí que llevaran a la dama la biblioteca, pensé atenderla en un lugar bonito, pero algo no tan presuntuoso daría una sensación más cómoda. Después de quedarme sola unos momentos y respirar profundamente para calmarme, fui a la biblioteca y esperé… y esperé… esperé un rato considerable hasta que me asomé por el pasillo por el que debería llegar y encontré a Akane, una de las doncellas, esperando con apuro en el marco de la puerta perteneciente al salón de armas. Al verme se puso más nerviosa e iba a comenzar alguna explicación, pero en cambio puse un dedo en mis labios para que guardara silencio y me asomé un poco al salón.

Ahí estaba ella, mirando curiosa cada arma y armadura, las contempló con evidente interés y detenimiento, verla me despertó un sentimiento de orgullo, satisfacción y curiosidad, quizás yo no le resulte tan desagradable si le interesan las armaduras, ya que, si le gustaban, significaba que al menos yo tenía algo que a ella le pudiese gustar. La dejé inspeccionar un buen rato, hasta que llegó a mis recientes adquisiciones y, por último, se encontró con la armadura templada que había alcanzado el tono azul celeste, entonces noté como se petrificó.

-el caballero de su majestad, la Reina… -la escuché decir, no es extraño que conozca al "caballero de su majestad", pero si me parecía interesante que identificara la modesta armadura que había usado en muy pocas ocasiones. Aproveché su sorpresa y lo distraída que estaba para acercarme a ella, escuchando aun sus palabras -es que es… el caballero… el caballero del reino… -entonces yo pensé en lo que decía ¿le parecería poca cosa? ¿le parecería que no estoy a su altura? de alguna forma, sus palabras me inquietaban, ¿no era suficiente con ser el caballero de su majestad?

-si eso no te complace, pediré algún título honorifico… -entonces ella volteó a verme, sorprendida, como si la hubiera encontrado en un lugar prohibido.

- ¿Quién…? ¿Quién eres?

-la dueña de las armaduras, del castillo, de las tierras… como tú lo has dicho: "el caballero de su majestad, la reina" –momentáneamente se puso pálida y yo me sentí… un tanto ofendida ¿es que acaso soy tan desagradable a la vista? ¿o simplemente no esperaba ver a alguien como yo?

-no puede ser cierto… -respondió, llevando una mano a la boca - ¿tú me secuestraste? – ¿Por qué usaban esa palabra? Era muy desagradable y nada exacta, lo hacían parecer demasiado grave… e incómodamente adecuada…

-sí… -terminé aceptando –vine a buscarte porque tardabas demasiado y me he encontrado con…

- ¿Por qué? –ahora tenía el ceño fruncido, se veía molesta y yo me sentí mal – ¿porque me secuestraste? –ante sus cuestionamientos me sentí pésima, apreté los dientes y miré al suelo, avergonzada de mí misma.

-me enteré de que ibas a desposarte con –iba a decir "enano", pero preferí ser educada -el joven lord Homura… no iba a permitirlo –y sigo con la idea, me faltó decir.

- ¿no ibas…? ¿Como…? es que… ¿acaso… tú y él? –al momento de oírla y entender lo que sugería me sentí muy ofendida.

-jamás en mi vida –respondí de inmediato, no tengo tan malos gustos.

-entonces ¿Por qué? No estoy comprendiendo nada… -respiré profundamente mientras buscaba en mi tabardo, ya que estábamos compartiendo unas palabras y notaba su actitud recelosa, quizás debía usar una táctica más sutil y transigente, hacerla sentir segura, al menos un poco. Segundos después tuve el sobre en mis dedos -esta es una carta que te manda su majestad la reina… -y finalmente, el documento más valioso –y este… es el permiso de su majestad… para… -respiré profundo y deseé que el calor que estaba sintiendo en el rostro no fuera visible –para que contraigamos nupcias.

- ¿Qué? – ella se quedó momentáneamente en silencio, pero después… - ¿Qué me estas queriendo decir? ¿Qué me desposarás? ¿es eso?

-sí, básicamente, sí –ella estaba por demás sorprendida y yo sentí que los colores paseaban por mi rostro, ojalá ella no lo note.

-no, todo esto está mal… ¿ya te miraste al espejo? – ¿acaso me estaba ofendiendo? –no podemos, la iglesia y las leyes… -entonces comprendí.

-eso no importa, tengo el permiso de su majestad, nadie puede oponerse…

- ¿Cómo que nadie? ¿y las amonestaciones? Además, su majestad ya había dado su permiso para que Homura y no nos desposáramos –al escuchar nombrar a ese renacuajo sentí la molestia quemándome el estómago y no pude evitar esta vez ser un poco agresiva.

-las amonestaciones se han retirado, ahora corren nuevas a nuestros nombres y el permiso de su majestad…

-no puede contradecirse, su majestad ya otorgó su permiso y Homura lo tiene así que… -estaba ya más molesta de lo que quería, así que quise aplastar todas sus réplicas de un tajo; planeaba mostrarle el anterior permiso de una forma más grata, pero ahora simplemente lo saqué y se lo mostré.

- ¿te refieres a este permiso? –ella clavó los ojos en el documento -bueno, este permiso… -volví a enrollar el pergamino -ya no existe –y con un hechizo sencillo que no necesitaba palabras invoqué llamas en mis dedos que hicieron desaparecer el documento en tan solo un momento, sentí una satisfacción malsana al ver como sus esperanzas en el anterior permiso habían sido aplastadas. Fue tan impresionante para ella que se quedó mirando como caían las cenizas al suelo.

- es que… es que… ¿acaso no lo entiendes? –respondió después de unos momentos –no podemos desposarnos…

- ¿Por qué? –cuestioné, molesta, pues le había mostrado que ya no había motivos para no hacerlo.

-yo necesito un heredero para el señorío que heredaré… -la miré fijamente a los ojos, no la conocía suficiente como para saber si lo que decía era lo que de verdad la detenía.

- ¿te preocupa la descendencia? ¿o te preocupa que el resto se entere de que soy mujer? –pareció pensárselo unos momentos.

-la descendencia, por supuesto, mi padre… -insistió en aquella postura y no supe si creerle o no.

-no tienes de que preocuparte –si de verdad era eso lo que la detenía… había una manera.

- ¿Cómo? ¿a qué te refieres?

-eso no importa, solo te digo que no hay nada de qué preocuparse –hechicería, pensé mientras la miraba fijamente.

-pero… -una vez más volvía a objetar, ¿Por qué? ¿tanto quería desposarse con ese petizo? ¿le gustaba? ¿sentía amor por él? En mi mente no había una sola cosa de él que fuera atractiva, pero en realidad, ¿Qué podía saber yo de sus gustos y sentimientos por el chiquillo?

- ¿amas a Homura? –le pregunté, sin querer con una voz más grave de la que hubiera querido - ¿es por eso que no quieres casarte conmigo? -si ella sentía amor por el enano y por ello había aceptado el anterior matrimonio, entonces debía negociar con ella y poco a poco convencerla, después de todo, no olvidaba las sutiles advertencias de su padre –si es así, te propongo un trato.

- ¿un trato? –enseguida me miro curiosa; y ahora… ¿Qué podía ofrecerle? Pensé por unos segundos, le ofrecí un trato sin antes pensar en uno… pero… ahora que recordaba… ¿Qué tal si aprovecho la guerra? El reino al otro lado del mar tiene sus ojos puestos en nuestro reino, pronto el desastre se acerca cada vez más, el inevitable desastre… hacía poco tiempo pensé que, de salir con vida, me confesaría de una vez por todas, pero ahora…

-cásate conmigo por unos meses… -no planeé demasiado el trato pero salió de mi boca precipitadamente –se aproxima una guerra –solo entonces pareció mirarme con seriedad –el reino al Oeste, al otro lado del mar, está planeando atacarnos, no sé cuándo con exactitud pero queda poco tiempo… cuando sea el momento tendré que partir y luchar esa guerra, las dimensiones del ejército enemigo son titánicas, tal vez no sobreviva, de ser así, tú quedaras viuda, te quedarás con mis tierras y podrás volver a casarte –se quedó en silencio, lo que dije no era un trato en realidad, era simplemente una de las posibilidades.

- ¿y si eso no sucede? No puedo desear tu muerte, eres el caballero más importante del reino… -escuchar eso me hizo feliz, aunque fuera un poco.

-bueno, el trato es… si no estás feliz conmigo de aquí a que estalla la guerra, moriré o al menos, fingiré mi muerte, desapareceré del reino –algo que no sería difícil de lograr, después de todo, nadie me reconocería sin la armadura, podía colocarle mi armadura a cualquier sujeto y fingir.

- ¿Por qué harías eso? ¿Por qué fingirías tu muerte si no estoy feliz contigo para entonces? –tomé aire y me quedé pensando, no soy el tipo de persona que gusta atormentar a la dama que ama, las mujeres necesitamos libertad, necesitamos poder decidir y no sufrir ataduras, aunque pareciera que me estaba contradiciendo debido a mis horrendos actos, pero no deseaba mantenerla a toda costa a mi lado.

-bueno… al menos lo habré intentado y de no haber funcionado, no me quedaré para hacer de ti una infeliz… piensa el trato, tienes dos días –después de todo, creo que esta era la mejor manera de hacer las cosas, si simplemente no logro que me ame, desapareceré y me iré a otras patrias en el norte, nada quedará aquí para mí. Le entregué la carta y el pergamino mientras aprecié muy de cerca los irises de sus ojos, hermosos y encantadores me dije, después, ya en la entrada del salón, hallé a la doncella de antes -Akane, sigue encargándote de ella e informa a la señora Sanada que la dama tiene total libertad en el castillo.

-claro que sí, su señoría… -le di una última mirada y me retiré a mis habitaciones.

Mientras caminaba, recordaba detalladamente la conversación, ¿había tomado la decisión correcta? ¿hice bien en dejarle el pergamino del permiso? ¿lo destruiría? Bueno, puedo conseguir otro igual, así que no había problema, el único problema aquí era mi inseguridad en los pasos que había dado, ¿aceptaría el trato? ¿Qué debería hacer si no aceptaba? ¿Qué sucedería? Muchas personas en la capital sabrían ya el chisme, seguramente no era una noticia a nivel oficial, pero no podía confiar en la discreción de la canciller, además, no sabía si el padre de ella o su familia habían hablado del asunto y en caso de no haber dicho una palabra, aún estaba la boca de lord Homura, lo que si era seguro, es que la noticia se sabría a voces y en ellas la reputación de la dama ya estaría mancillada, por lo que, socialmente, no le quedaba opción, o se desposaba conmigo o se quedaba soltera, aunque no me sorprendería que esa lapa de Homura aun la buscara a pesar de todo…

De ser así, de rechazarme y volver con él… ¿puedo aceptarlo? Había hecho todo esto para evitar su matrimonio, pero al final ¿será que ese es el destino? ¿mi futuro es el desamor e infortunio? ¿la soledad? Había llegado ya a mis habitaciones y me senté pesadamente en una orilla de la cama, que al instante comenzó a oler a flores. Pase una mano por la colcha, suave al tacto y aromática… No. Un día la tendré en esta cama. Debo confiar en que ella es inteligente, verá mis virtudes y beneficios, además, con este trato no tiene nada que perder y mucho que ganar. La idea me fastidia, pero si aún quiere ser la esposa de ese petizo puede serlo después de que sea mi esposa. Ese será el único consuelo que me quede…

Para despejarme de las situaciones vividas y olvidar la ansiedad que generaba la espera de la respuesta, decidí reunirme con el administrador y le pedí cuentas. De cierta forma, era beneficioso llegar y hacer una auditoria sin previo aviso, me aseguraba que el administrador no se preparara modificando los documentos, de forma que, al hacer cuentas, todo cuadraba perfectamente. Nos tomamos todo ese día y parte de la tarde revisando las cuentas, ya era bastante noche y llovía cuando terminamos de revisar los registros, fue cuando me retiré al castillo. Al llegar, una doncella me notificó que la cena ya estaba lista.

-excelente, infórmenle a la dama –le dije a una de ellas. Entonces fui directamente al comedor, donde todo ya estaba dispuesto. Jamás tomaba la cena en el comedor, ninguna comida de hecho, no tenía razón alguna que solo yo ocupara el enorme comedor, pero esta vez era diferente, esta vez había alguien que si podía acompañarme. Me senté a la cabeza de la mesa y esperé brevemente mientras todo era dispuesto, un par de minutos después, ella apareció en el marco de la entrada, con la doncella tras de ella. Me levanté brevemente y luego nos sentamos al mismo tiempo. La cena fue silenciosa, pero no me sentí incomoda, al menos yo, siempre había querido mirarla de mucho más cerca y ahora podía hacerlo, podía contemplar la belleza de la piel de su rostro, de sus pestañas, de sus labios, de su cabello cayendo en sus hombros, del brial ajustado y moldeando su cuerpo, sus perfectas líneas curvas… entonces noté algo… no llevaba ninguna joya. Una mujer de su estatus necesitaba cuando menos una gargantilla… pero ¿cómo esperas que luzca alguna alhaja si cuando la robaste solo llevaba sus ropas interiores?

Reprimí un suspiro y continúe con la cena. Ella terminó la comida antes que yo, pero por norma no podía levantarse antes que yo, ni siquiera podía terminar de comer antes que yo, aunque no me atreví a decirle una palabra sobre eso, quizás con ese acto deseaba apresurarme, o simplemente, imponerse, una mujer fuerte, denoté una vez más. Comí con lentitud intencional y sentí sus ojos sobre mí, no era la primera vez que sentía la presión de alguien, pero si la primera vez que sentí que me sonrojaría, sin embargo, aguanté lo más dignamente. Al terminar y dejar los utensilios en la mesa, ella se levantó, dio las gracias y se retiró.

Quizás fuera mi imaginación, pero ¿estaba molesta? Sentí que había manejado la situación de forma adecuada, un trato es mucho mejor que la imposición de algo ¿no? Una vez más dudé sobre mis propios actos. Me quedé unos momentos en la mesa y luego me retiré, las doncellas al instante entraron a remover y limpiar todo. Fui a la biblioteca y casualmente, la encontré viendo la estantería donde solía dejar mis obras literarias más escandalosas. Me quedé sin aliento y no supe si continuar o seguir adelante. ¿Por qué miraba esos libros? ¿no le parecerían pecaminosas obras del diablo? Vi como extendió el brazo para alcanzar uno de los libros, entonces yo salí de la biblioteca y me escondí tras de una puerta cercana. Me escondí el rato suficiente como para escuchar que sus pasos se alejaban por el pasillo. Cuando todo estuvo silencioso volví a la biblioteca y miré el mismo estante, faltaba un libro, pero no sabía cuál. Tal vez, si a ella le interesa este tipo de literatura, tenga una oportunidad.

Estuve un largo rato en la biblioteca sin poder leer una sola línea, al final, era ya bastante tarde y me retiré a mis habitaciones, las doncellas me asearon con una tina de agua bien caliente y aromática, me vistieron y pude así acostarme en la cama. Hacía mucho tiempo que no había tocado la esponjosa y enorme cama que tenía en el castillo, siempre estaba yendo de un lado a otro con prisa, a veces parecía que tenía mi habitación de adorno y ahora estaba ahí, esperando una respuesta… cerré los ojos, pensando en multitud de posibilidades hasta que me dormí. Al día siguiente me levanté con renovadas energías y me presenté con puntualidad al comedor para así compartir el desayuno. Ella llegó tarde, pero lucia mucho más guapa en las primeras horas del día, con tanta luz a su alrededor; reprimí los suspiros pues con tanto silencio a nuestro alrededor, me pondría en evidencia.

Luego de terminar el desayuno salí del castillo y en la ciudadela visité al mejor artesano que tenía, le pedí una gargantilla, de momento, solo una joya para para adornar el pecho de la dama… pero terminé comprando eso y pendientes, un anillo, dos brazaletes, un broche y un colgante, todo a juego. Nunca había comprado tantas joyas, de hecho, yo nunca usaba joyas, siempre había considerado el gasto una excentricidad absurda, pero ahora… si pensaba en ella y que estas joyas iban a adornarla, las imágenes de ella usando cualquier alhaja brotaban sin cesar, quería todo lo que viniera bien, y por desgracia, todo le iba a sentar de maravilla, así que tuve que contenerme…

Ya que estaba en la ciudadela, aproveché para visitar a mis habitantes, muchas de las personas que vivían en la ciudadela habían llegado ahí porque las había rescatado y traído, les di tierras y facilidades para abrir negocios, de esta forma el dinero fluía, todos contribuían a todos gastando y comerciando entre ellos, ver que todo florecía me hacía sentir complacida, en unos años más habría tanta gente en la ciudadela que habría que hacer nuevas murallas. Lo mejor sería comenzar a hacer los planos, siempre hay que adelantarse.

Pasé el resto del día fuera, comí e incluso pasé la cena en uno de los locales, la dueña había insistido en tratarme como reina, invitarme a cenar y si quería algo más… acepté la cena, pero me retire al terminar. Al regresar al castillo me encontré a la señora Sanada en la entrada, estaba molesta porque no le dije que faltaría a la comida y a la cena, de modo que se había servido sin mi presencia.

-lo siento señora Sanada, no era mi intención –igual que muchas otras personas, había conocido a la señora Sanada en una situación difícil y le ofrecí llevarla lejos, darle tierras y la oportunidad de tener un negocio, pero no tenía las ambiciones del hombre, dijo, así que solo quería un empleo honorable.

-mientras lo tenga en consideración, está bien, ¿hay algo que desee? ¿vino, sidra…?

-tráigame sidra, señora Sanada, estaré en la biblioteca.

Ella se marchó con el pedido por un pasillo y entonces me pregunté, si contraigo matrimonio con una mujer ¿Qué pensarán mis ciudadanos? ¿seguirán respetándome? ¿seguirán en la ciudad? ¿me abandonaraán? Como señora de las tierras mi voluntad simplemente se hace, a veces pareciera que las personas me pertenecen como me pertenecen los objetos, pero la realidad no es así, el humano tiene una fuerza interna que lo lleva a liberarse de cualquier situación si llega a ser avasallante, si mis ciudadanos no están de acuerdo con mi matrimonio o si no lo ven bien ¿me abandonarían? Si decidieran irse, a la larga, los recursos que obtengo con su estadía podrían ir mermando hasta serme imposible mantener el ejercito que poseo… la cuestión era ¿lo aceptarán por solidaridad? ¿por conveniencia? ¿o no lo aceptarán?

-aquí tiene su señoría –sorprendentemente, quien me había traído la sidra, había sido la misma señora Sanada.

-señora Sanada, quédese un momento –ella ya se disponía a irse, pero regresó, tuve que señalarle que se sentara, sino se quedaría de pie.

- ¿en qué puedo ayudarle su señoría? –terminó preguntando después de un largo silencio.

-sé que las doncellas para este momento ya habrán abordado la noticia por completo y que incluso usted la habrá escuchado –ella permaneció en silencio sin negar o afirmar –la noticia de que le ofrecí matrimonio a mi invitada…

-no puedo controlar sus bocas del todo, su señoría –yo negué, restándole importancia.

-señora Sanada… me preocupa… me preocupa si esta decisión, egoísta y codiciosa… está mal y que por ello se arruinaren las cosas en mi señorío… ¿Qué piensa, señora Sanada? –ella me miró con sus ojos azules por unos momentos, inquisitiva.

-señoría, he sido siempre devota a los dioses y a las palabras que los hombres dicen en nombre de los dioses… pero los hombres también comenten los pecados que los dioses condenan, incluso en sus nombres… el hombre condena y otorga en favor de su propio egoísmo, trastornando la voluntad de los dioses… de manera que ¿Qué es bueno y que es malo? Todos aquí, doncellas, vasallos, siervos, comerciantes, tenderos, lacayos, ciudadanos en general, creen fervientemente en que ha traído a milady porque la ha rescatado, igual que a las demás señoritas, y por eso va a desposarse con ella, deje que lo crean si con ello estarán en paz, si está mal o no lo que hace su señoría, solo los dioses juzgaran, pero tengo fe en que los dioses miraran la plenitud de su alma, encontrando las grandes bondades que alberga dentro de sí, su señoría… no tema por su gente, al menos no ahora –yo respiré profundo y traté de no suspirar.

-las mentiras nunca son buenas, señora Sanada… -es lo único que pude decir después de todo eso.

-no es mentira si usted nunca aclara nada, después de todo, es la señora de las tierras del norte, usted no tiene por qué dar explicaciones y la gente lo sabe, ellos sacan sus propias conclusiones para justificarla, deje que lo hagan –me desinflé en mi sofá con un suspiro. Sabía que no tenía por qué dar explicaciones, pero fueron reconfortantes las palabras de la señora Sanada.

-gracias señora Sanada… ¿gusta de una buena copa con sidra?

-muchas gracias su señoría, pero debo negarme, si no, no podré dormir –yo asentí, mientras tomaba la botella y me servía –puede retirarse si así lo desea señora Sanada.

-buenas noches, su señoría, las doncellas siguen esperándola en su habitación para asearla.

-bien, por cierto, dele esto a mi dama invitada –extraje de mis ropas un estuche y se lo di en la mano a la señora Sanada.

-claro que sí, su señoría, que descanse.

Al día siguiente, en el desayuno, encontré mi regalo adornando el cuello de mi apreciable invitada, no dijimos mucho en el desayuno, más que los buenos días, pero me sentí feliz de ver que mostraba mi regalo tan inmediatamente. Era una buena señal. Al terminar el desayuno, quedamos de vernos en la fuente que está en el jardín interior este, al medio día; pues se cumplían ya los dos días de plazo para darme su respuesta. Confirmó la cita y se retiró en silencio, tal parecía que iba a utilizar hasta el último minuto para hacerme esperar, quizá quería probar mi paciencia y perseverancia, con ello en mente, en lugar de desesperarme, me di los ánimos para ser más firme.