Capítulo 5.
Pasé las horas en la biblioteca, conté los minutos hasta que llegaron a faltar solo diez para la cita, entonces sentí las palpitaciones en mi pecho y algo revolviéndome el estómago. Respiré profundamente una y otra vez, hasta que me sentí lo suficientemente bien como para salir. Necesitaba mostrarme como la gran señora de las tierras, con elegancia y porte, sin mostrar atisbo alguno de mis inseguridades y nerviosismos. En realidad, el lugar de la cita no estaba tan lejos, debía cruzar todo el jardín interior oeste, el comedor, un tramo más y estaría ahí, así que conforme me acercaba, sentía que caminaba demasiado rápido y esto me daba un vértigo, así que aminoré la velocidad, lento, más lento, respira. De esta forma llegué puntual a la cita en la fuente, solo unos segundos después ella apareció por el otro lado del jardín, el lado que daba a las habitaciones donde ella se alojaba.
En el centro de todo el jardín, en medio de los arbustos y flores, había una fuente, rodeada de cuatro bancas de piedra tallada, quise decirle que nos sentáramos, pero sentía algo colgando de mi garganta, sentí que la voz me saldría temblorosa, pero pasaron los segundos y seguíamos de pie, frente a la frente, con el sol calentándonos la piel suavemente y el aire moviendo suavemente nuestros cabellos. Respiré profundo y me aclaré la garganta, me parece que, si yo no empiezo, ninguna dirá algo.
- ¿Qué ha pensado sobre mi trato, milady? –milagrosamente mi voz salió perfecta.
-su señoría –escucharla hablarme así fue extraño, como si pusiera distancia –he decidido aceptar su trato –escuchar su respuesta me hizo tan feliz que fue imposible que mis labios no se curvaran en una suave sonrisa.
-gracias –contesté feliz y tomé su mano -no te arrepentirás –miré sus ojos, y aunque me mantenían la mirada, logre notar una sombra de confusión, duda, tal vez, quizá notaba eso porque ella no sabía qué esperar de nuestro matrimonio y hablando con sinceridad, en esta situación era comprensible –como no sabía si aceptarías no tengo un anillo de compromiso, aún, pero tengo un regalo para ti –solté su mano unos breves momentos mientras llevaba mi mano a un bolsillo, posteriormente saqué un brazalete que le extendí, lo tomó curiosa, al ver que lo observaba con interés saque cada pieza que había comprado para ella, pero al final ella puso especial atención al colgante, era una cadena de oro que cargaba una piedra preciosa, pero se le quedo mirando mucho tiempo - ¿no te gusta?
-oh, no es eso su señoría, es hermoso, gracias.
-debo ser sincera –entonces me miró atenta –nunca he comprado joyas…
-entonces, las guardaré con mayor aprecio, su señoría –yo terminé asintiendo en silencio –disculpe mi rudeza, pero ¿Cuándo planea que sea la boda?
-cierto, casi lo olvidaba, ya he hablado con su eminencia y se ha fijado en que la ceremonia ocurra en unos once días, su eminencia es complaciente y si quieres tomar más días, no tiene ningún problema.
-entiendo, me gustaría regresar con mis padres y saber los detalles para la fiesta de la boda… ¿o planea no dejarme volver a salir?
-los detalles, si –bien, no había pensado en nada de la fiesta, solo había pensado en la ceremonia –por supuesto que volverás, de hecho, esta tarde salimos a la capital, solo estaba esperando tu respuesta.
-entonces, en el momento que indique, su señoría, estoy lista.
-claro, claro, iré a preguntar si ya están listos los preparativos –claro que no tenía listo nada, pero fingí que sí –nos vemos más tarde, milady.
Personalmente, no disponía de un carruaje adecuado para una dama como ella, pero aun así acudí con la señora Sanada y el mayordomo, que se vieron en la difícil tarea de conseguir al menos, un carruaje, ya sin importar que fuera adecuado para una noble dama como ella. Los maleficios de siempre usar solo un caballo y no un carruaje. Tardaron más o menos una hora en conseguirlo, lo que agilizó las cosas fue que quien lo requería, era la señora de las tierras, ya fuera porque de verdad querían encontrarme un carruaje o por simple conveniencia, pero la gente dio mucho de sí para proporcionarlo. Una vez que estuvo listo el carruaje, se subieron un par de baúles con ropa además de ella y las doncellas. Para terminar los preparativos, las doncellas me colocaron la armadura y entonces todo estuvo listo para salir. Partí con diez guardias custodiando el carruaje, tres doncellas acompañado a milady y yo al frente de la comitiva.
Este va a ser un viaje largo… pensé, mientras salíamos a la ciudadela. Naturalmente, jamás hacia el viaje a una velocidad normal, siempre hacia el viaje en una hora, centuplicando la velocidad para así no perder tiempo, pero lo podía hacer únicamente conmigo, no usaba la hechicería frente a nadie, después de todo, sería muy peligroso que cualquiera pudiera enterarse, la hechicería no era mal vista, pero tampoco era algo exactamente bueno, tenía un papel muy complicado en la sociedad, algunos la usaban para cosas buenas o cosas malas, en secreto, en las sombras, igual que yo. Mis más fieles sirvientes nunca pedían una explicación de mis cortos tiempos fuera, porque sabían que a veces es bueno no hacer demasiadas preguntas, por fortuna, me tenían en gracia y eso apostaba más en mi favor que lo que significaba la hechicería.
Sin embargo y, en resumen, pasaría los tres días de viaje y yo odiaba pasar tanto tiempo viajando. Mientras llevábamos el trote suave, sentía el concomitante impulso de instar al caballo a una cabalgata a todo galope, pero entonces volteaba a ver al cochero que dirigía el carruaje y volvía a calmarme. Al anochecer, mientras nos azotaba la lluvia, comencé a preguntarme donde habría una posada para que todos tomaran un descanso, pero al nunca hacer una parada, no tenía idea y me pondría en evidencia si se lo preguntaba a uno de mis guardias. Por suerte, alrededor de una hora después…
-su señoría –dijo uno de los guardias que iban justo tras de mi –hay una posada cerca ¿querrá que descansen las damas ahí?
-por supuesto Sir Kurauchi, es lo que planeaba hacer.
Llegamos a la posada que estaba a un lado del camino y pedí habitaciones para todos. Dos doncellas se hicieron cargo de mi armadura y me ayudaron a asearme, mientras que una ayudó a milady. Por aquella noche tuvimos suerte y todos dormimos en habitaciones diferentes. A la mañana siguiente retomamos el camino de la misma forma en que lo habíamos hecho el día anterior, pero fue aún más aburrido, traté del ver el lado positivo, así podía ponerle atención a las tierras que me pertenecían, mucha más atención, fue bueno tener ese optimismo, aunque me durará solo por ratos. Me era molesto tener que parar a cada rato, la mayoría de las veces hacíamos parada para que alguien hiciera sus necesidades, las otras veces eran para el almuerzo, la comida, una merienda o estaba lloviendo demasiado, y las pausas más largas eran cuando pasábamos la noche en alguna posada. De una manera que aún me resultaba increíble, resistí todo el viaje sin una queja, ni siquiera resoplé, y no pude estar menos que feliz cuando divisé la ciudad capital con el palacio en su centro y con sus banderas ondeantes en las torres más altas. Después de aquello, el viaje trascurrió muy rápido y entramos a la capital ya avanzada la tarde.
Y, si bien estaba feliz por llegar, también estaba inquieta, porque significaba que debía llevar a la dama de mis pasiones a la residencia de sus padres, es decir, que ella saldría de mi control y no sabía si una vez fuera de mi dominio ella respetaría el trato, ¿Qué tal si al llegar hablaba con sus padres y decidía que siempre no quería desposarse conmigo? No quería desatar una revuelta, pero sabía que no me quedaría de brazos cruzados, por lo que, conforme cruzábamos la ciudad hasta su residencia, apretaba cada vez más las riendas del caballo, nerviosa.
Cuando por fin llegamos a la residencia, inmediatamente salieron sirvientes de la casa y momentos después, los padres de milady, que me nada más verme, no me despegaron su mirada, especialmente mi futuro suegro. Mis guardias bajaron uno de los baúles y lo llevaron a la puerta del edificio, siendo recibido por los sirvientes, mientras yo bajé del caballo y con pasos lentos abrí la puerta del carruaje.
-hemos llegado –le dije en voz suficientemente alta como para que ella me escuchara –le dejaré en la residencia de sus padres hasta el día de la ceremonia –entonces extendí mi mano para ayudarle a bajar –le doy total libertad para planear la fiesta, no se corte en ningún detalle ya que todos los gastos los cubriré yo –ella asintió y tomó mi mano para bajar –le veré en una semana, milady.
-sí, gracias su señoría… -una vez con sus dos pies en el piso, solo la acompañé hasta donde sus padres, ambos la recibieron con un abrazo. Luego de la escena emotiva me despedí con un gesto de la cabeza.
-Sir Kurauchi –me acerqué al hombre para hablarle de cerca al oído -que dos guardias se queden en la puerta de la residencia y otros cuatro en los alrededores, más tarde enviare hombres que los sustituyan y puedan descansar del viaje.
-sí, su señoría –entonces él dispuso de los cinco mientras se apostaba a un lado de la puerta, no logré subir al caballo sin que antes ella me llamara.
-su señoría –me llamó mientras se acercaba, con su padre tras ella - ¿Qué significa que los guardias…? –entonces tuve que acercarme a hablarle muy cerca de su oído, cuidando que su padre no escuchara mi voz, siempre para ocultar mi verdadera identidad.
-se quedarán para cuidarla, milady –entonces me alejé para tomar mi caballo.
- ¿no confía en mí, su señoría? –la miré unos instantes, no podía tener una conversación normal frente a sus padres, además ¿Por qué tendría que darle tantas explicaciones? ¿Qué si confiaba en ella? Quería confiar en ella, pero aún era demasiado pronto, así que los guardias se quedarían quisiera o no, no estaba sujeta esa orden a su complacencia. Subí al caballo y sin volver a mirarla emprendí el camino a mi residencia. Quería complacerla, pero tampoco debía de olvidarse quien mandaba.
Al llegar a mi casa pedí que me prepararan un baño y la cena lo más rápido posible. Estaba harta de haber pasado tres días aseándome miserablemente en las posadas y la lluvia, la maldita lluvia era un fastidio, quería usar un hechizo, pero no quería que nadie pudiera escucharme y sospechar. Al final de mi cena, mi escudero me paso un reporte muy corto con ninguna noticia importante, los guardias que restaban fueron asignados a habitaciones, las doncellas que llegaron saludaron a las de la casa y se sumaron a la ayuda. Mientras cada quien trabajaba, mandé a pedir guardias que reemplazaran a los que estaban en la casa de mi ya, oficialmente, prometida. Aquel sencillo pensamiento me hizo sonreír y tuve muy buen humor el resto de la noche. A la mañana siguiente me presenté en el palacio y recogí a su majestad de sus habitaciones, reemplazando a Sir Kanzaki y Sir Yuuichi, el primero más aliviado de verme que nunca.
-no te alegres demasiado –dijo la Reina –al terminar la fiesta de su boda se ira un mes de vacaciones ¿y quién crees que se quedara protegiéndome?
-majestad, será un honor –dijo Sir Yuuichi y Sir Kanzaki, momentáneamente, pareció más envejecido de lo que era.
-ahora cuéntame –habló ella - ¿Qué te ha respondido? ¿todo salió bien? –asentí levemente.
-ha aceptado y por eso la he traído para dejarla con sus padres hasta la ceremonia, le he dicho que prepare la fiesta como más le guste.
-que bien, por cierto, ya se lo he dicho a sus padres, tienen el palacio entero para la fiesta.
-oh su majestad, no podría aceptar tal honor –ella hizo un gesto con la mano como si estuviera espantando un bicho.
-ya está hecho, sus padres han aceptado, además, he pedido que le hagan otro vestido, me parece adecuado cambiar el vestido si el "novio" va a cambiar ¿no lo crees? Ahora mismo deben estarle tomando medidas –yo asentí mientras escuchaba – ¿ya tienes lo que te pondrás?
-mmm… pues… -me quede pensando un poco –he mandado a traer la armadura más nueva de mi colección, después de todo, no puedo aparecer en público sin armadura –ella asintió.
-bien, pero asegúrate de portar algo extra.
¿Algo extra? Estuve a punto de preguntar que podría ser eso algo extra, pero guardé silencio y medité detenidamente durante mi compañía en las audiencias, después de todo, con tanto tiempo haciendo lo mismo, había adquirido ya la habilidad de permanecer como estatua a lado de su majestad, dejando que mi mente volara lejos. Siendo así, me pregunté que podía ser eso algo extra ¿debería hacer que el yelmo llevara un plumero más grande? ¿en rojo se verá bien? ¿o tal vez azul? Azul parecía una buena opción, ¿o quizá debería llevar también mi escudo? Estuve horas meditando, entre las cuales mi mente escapaba al futuro momento de la ceremonia, donde echaba a volar mi imaginación de como seria, que diría, como me conduciría, como luciría ella… al mismo tiempo, también recordaba el regalo que le había hecho. Decidí entonces, al terminar mi compañía con su majestad, ir a comprarle un obsequio y un anillo de compromiso, por supuesto.
Cuando al fin terminaron las audiencias, salí del palacio con urgencia. En compañía de mi escudero visité a algunos artesanos y lo que iba a ser un simple detalle, se convirtió en todo un pequeño tesoro de joyas. No solía gastarme el dinero de esta forma, pero no me importaba, creo que al fin había encontrado un pasatiempo. También me tomé el trabajo de visitar a un carpintero que ya me había hecho unos cuantos trabajos y pedí que hiciera lo más pronto posible un carruaje digno de la que sería mi esposa, no importaba el costo, le dije al hombre, pero quería un trabajo de calidad con suficiente lujo, podía integrarle una cama o una casa, no me importaba, el hombre se vio apurado, pero aceptó el trabajo. Mientras aún estaba visitando los comercios, compré flores, decidí que le enviaría las flores con un obsequio, por supuesto; sin embargo, al momento de colocar unos pendientes en una caja, recordé que faltaba el anillo de compromiso, al momento me congele, ¡como pude olvidarlo!
Regresé entonces con el artesano y le manifesté mis necesidades, al instante me dijo que tenía lo que requería, varias piezas, a decir verdad, cada una diferente y exclusiva. Fue una elección difícil, había piezas de plata, de oro, con piedras o sin piedras, lizas o con diseño, tuve que utilizar cierta lógica para descartar, por un lado, deseaba lo más bello, pero por otro lo más costoso, aunque también la pieza la usaría solo unos días y después la guardaría… bueno, pero eso no importaba, ella lo valía todo, así que tomé la pieza más bella que pude notar y también la más costosa, era una alianza que parecía entrecruzar varios anillos, un trabajo verdaderamente difícil.
Cuando terminé de decidir estaba muy complacida, le pagué al buen hombre y éste dejo la pieza en una pequeña caja de madera que pasó de mis manos a las de mi lacayo, la felicidad me brotaba cuando lo mandé a entregar el anillo con las flores, luego medité… ¿será apropiado simplemente mandárselo? No… quizá debería dárselo en persona… me giré a buscar al muchacho, pero él ya se había ido, no sabía que fuera tan rápido. Por un momento me debatí en si salía corriendo o no tras él… pero, bueno, ella ya aceptó, la boda será en unos días, ¿realmente es necesario? Lo que de verdad vale es el anillo que le entregue en el altar y puedo garantizar que no hay nada igual.
Me encogí de hombros, me despedí del artesano y seguí mi camino, me sentía feliz y ardía en curiosidad por saber qué pensaría o como reaccionaria al ver mi regalo ¿será que está acostumbrada? ¿le parecerán joyas simples? ¿le importarán? ¿aquel sujeto habría tenido los mismos detalles? De ser así, mandaré flores y joyas todos los días, y… y… ¿Qué más puedo obsequiarle? Entonces miré a mi alrededor ¿vestidos? ¿zapatos? ¿libros? ¿un caballo? ¿una espada? Claro, apuesto que aquel chiquillo jamás habrá pensado en obsequiarle una espada.
Fui entonces con mi herrero predilecto y encargué una espada adecuada para una dama de su talla, con joyas decorándola, pero no sería simplemente ornamental, quería que tuviera un filo impecable. El herrero me juró que la tendría antes de la ceremonia, así que salí de la herrería bastante complacida, más tarde, cuando el lacayo volvió de la entrega le pregunté los pormenores del mandado, pero él contestó que el mayordomo había recibido el regalo y que no pudo dárselo personalmente, de modo que no sabía cuál había sido la reacción de ella. Fruncí las cejas, molesta.
-mañana iras con mi clara instrucción de entregarlo personalmente, de no ser así, no regreses –el muchacho asintió apenado y nervioso, haciéndome reverencias se despidió jurándome que haría tal y como había pedido, por lo que, al día siguiente, cuando volvió de la entrega, volví a cuestionarlo - ¿Cómo te fue? –le dije, impaciente.
-se lo di directamente en sus manos señoría, tal como lo pidió.
- ¿Qué te dijo? ¿Cuál fue su expresión?
-bueno, me agradeció con mucha amabilidad y luego me despacharon, su señoría, nada más –eso no me dejo muy complacida.
- ¿notaste si estaba molesta? ¿Feliz? –él lo pensó unos momentos.
-definitivamente no estaba molesta, quizá un poco sorprendida, recuerdo que sonrió mientras tomaba la caja y las flores, su señoría –eso debía ser una buena señal.
-bien, muchas gracias, puedes retirarte.
De manera que, todos los días, hasta el día de la ceremonia, mandé regalos, en los que siempre había flores y una joya. Unos de días después, cuando mandaba el quinto regalo, llegó la señora Sanada y, mientras enviaba las flores y el obsequio con el lacayo, me preguntó:
- ¿no piensa ponerle una nota? –entonces me congelé, no había pensado en eso… estaba tan complacida con la situación que había olvidado decirle algo, sin embargo ¿Qué podía decirle? Me apenaba escribirle notas de amor, siendo ya el quinto obsequio que le hacía… así que me encogí de hombros y respondí.
-no señora Sanada, no lo veo necesario, ella ya debe saber de mi amor y devoción por su persona.
-bueno… solo asegúrese de decírselo alguna otra vez…
-por supuesto, el día de la ceremonia no lo olvidaré, claro que sí, por supuesto que sí, en absoluto, por cierto ¿Cómo estuvo el viaje? ¿todo bien?
-teóricamente bien su señoría, pero hay que invertir en mejorar los caminos de su señorío.
-tiene razón señora Sanada, lo he notado, por favor, mande una nota al administrador y que comience a hacer la proyección del presupuesto, para mañana ya quiero una estimación, de ser posible, me gustaría que el camino ya tuviera un buen tramo compuesto para cuando regrese con mi futura, además, quiero que las posadas mejoren su calidad, me daba terror salir de ahí con pulgas, dígale al administrador que les ofrezca alguna alternativa decente.
La señora Sanada había llegado unos días después con la armadura que usaría para la ceremonia, además, como decía ella, no deseaba perderse la oportunidad de verme contraer nupcias. El mayordomo también había querido venir, pero prefirió cumplir con su deber al encargarse del funcionamiento del castillo, le daré un bono. Sé que a todos mis vasallos y siervos les haría felices estar presentes en la ceremonia, pero ya es tradición que, si los contrayentes tienen un estatus igualitario, debía ser la boda en la ciudad capital, en presencia de su majestad. Sin embargo, cuando regresemos al castillo, organizaré una gran fiesta.
En los días siguientes mantuve mi rutina, acompañando a su majestad a las audiencias. Dejé que la señora Sanada se hiciera cargo de los recibos que mandaban los padres de la novia, que debo señalar, no fueron muchos, ya que como había dicho su majestad, la fiesta se celebraría en el palacio y, por consiguiente, su majestad absorbió todos los gastos, incluyendo el del vestido, solo tuve que pagar decoraciones e invitaciones, además del carruaje más esplendido que había solicitado y los múltiples obsequios. Aunado a esto, todos los días le mandé flores y un obsequio, el día anterior a la ceremonia mandé un conjunto de pendientes, brazaletes, anillos y un colgante constituido por varias finas cadenas entrecruzadas con diamantes. Sin duda había guardado las más ostentosas joyas para el ultimo día con la intención de que las usara en la ceremonia, aunque no le mandé ninguna nota para que ella eligiera qué usar por sí misma.
Los días pasaron demasiado pronto, tenía ganas de ir a visitarla, de llevarle yo misma los obsequios, pero me restringí, pronto vivirá conmigo, pronto pasaremos todos los días juntas, muy pronto, unos días más no harán la diferencia, además los guardias que dejé aún continuaban custodiándola y ella seguía ahí, manteniendo su palabra, le daré su espacio y más pronto de lo que parece ella estará conmigo, no necesito apresurarme, con estos pensamientos, más rápido de lo que imaginé, llegó la tan esperada fecha.
Aquel día, me aseguré que no lloviera y estuviera por completo despejado para que todo saliera perfectamente, ya que había habido lluvias intermitentes en los días anteriores. A primera hora de la mañana mandé a mi escudero a buscar la espada que había encargado. El herrero me la mandó en una caja de madera gravada con el interior aterciopelado. La espada era de hoja más delgada y por supuesto pesaba mucho menos pero aún mantenía una delgada acanaladura, la guarda y el pomo eran de oro mientras que la empuñadura era de un rojo escarlata, con pequeños rubíes ornamentando toda la guarnición, extendiéndose hasta la funda. Asentí satisfecha y la volví a guardar. No se la enviaría inmediatamente, se la daría cuando iniciara la fiesta, junto con el brindis.
-consigue un cinturón adecuado, Takumi –él asintió –se la daré cuando sea el brindis, así que estate atento, no quiero errores –él negó insistentemente y se marchó apresurado. No tuve ninguna interrupción hasta tres horas antes de la ceremonia, pase todo el tiempo en mi cuarto, sentada en un sillón, con la luz del sol atravesando portentosamente las nubes blancas, haciendo que la luz que cruzaba las ventanas fuera blanca e inmaculada. Estiré mis pies desnudos por la alfombra, una vez más tuve que restringirme de beber sidra, me sentía nerviosa y ansiosa. Obviamente, no podía leer para distraerme, no tenía ganas de caminar o salir a algún sitio, solo quería que los apresurados latidos de mi corazón se calmaran y que fuera ya la ceremonia de la boda. Cerré los ojos para calmarme una vez más y tocaron la puerta –pase -era la señora Sanada con un escuadrón de doncellas, cada una llevaba de una a tres piezas, utensilios o prendas en las manos.
-su señoría, ha llegado el momento –sentí rápidamente como las palpitaciones en mi pecho se hicieron más fuertes.
Asentí mientras respiraba profundo, poniéndome de pie. Primero me lavaron a profundidad, luego me colocaron prendas ligeras y sobre ellas el revestimiento de cuero en el pecho, posteriormente las partes que llevaban cota de maya, la armadura, la túnica, los cinturones, la capa y finalmente, una piel de pelaje blanco en los hombros. Sentí que esta vez la indumentaria era mucho más pesada de lo que acostumbraba a llevar, tuve que recitar un hechizo de fortaleza más potente, entonces todo se aligero. Moví los hombros, respire profundamente y dejé que me acomodaran el grueso medallón de oro que me regalará su majestad hacía ya unos años; cuando estuvo colocado, tomé las espadas que llevaría, la espada de mi padre y la espada que me obsequió su majestad, y las coloqué en los cinturones.
- ¿Qué hora es señora Sanada? –le pregunté cuando me pusieron el yelmo, negándome una vez más al casco de cuero.
-es el momento justo de ir a la iglesia, su señoría.
-llame a Sir Kanzaki –la señora Sanada se demoró casi nada para traer a mi vasallo –Sir Kanzaki –le dije, una vez ya a unos pasos de mí –llegado el momento, usted me entregará el anillo –él alzo las cejas, sorprendido al ver cómo le extendía una minúscula caja de madera tallada.
-me honra su señoría –entonces extendió las manos.
-era de mi madre, no lo vaya a perder, o considere que también perderá su vida.
-claro que no, claro que no.
-bien, marchémonos –le dije a todos.
A las puertas de mi residencia, ya estaban enfilados los caballos, con todos mis vasallos esperando por mí. Mi caballo, al frente de la formación, estaba bien peinado y con la armadura del mismo acero templado de la armadura que llevaba yo, todo a juego, después de todo, había pedido esta armadura para cuando marchara a la guerra, pero no imaginé que la usaría antes. Subí al caballo y luego de dar el primer paso, toda la comitiva se movió tras de mí. La iglesia no estaba demasiado lejos, así que llegamos moderadamente rápido, ahí, ya estaban todos los invitados de alta clase, además de vasallos y siervos curiosos. Desmonté y uno de mis lacayos tomó las riendas. Entré con mi sequito de fieles vasallos tras de mí, junto con mi escudero.
Mis pisadas, normalmente metálicas, fueron amortiguadas por la alfombra, manteniendo silenciosa la iglesia. Caminé hasta el fondo del edificio donde ya estaba su eminencia esperándome. Al quedarme de pie junto a su eminencia, Sir Kanzaki tomó su lugar a mi lado y posteriormente, Sir Yuuichi y Sir Takeda, luego, toda la concurrencia entró a la iglesia, entró tanta gente como pudo, sin importar que se quedaran de pie y apretados unos contra otros. Respiré profundo y entonces esperé, ella pronto debía llegar.
Los minutos fueron asfixiantes y agonizantes, sentía las palpitaciones de mi corazón retumbándome los oídos, de pronto el aire en mi pecho parecía no ser suficiente y que la armadura me apretaba hasta dejarme sin aire ¿Dónde estaba ella? ¿me había dejado plantada? Gire levemente a ver a Sir Kanzaki, pero él se notaba tranquilo, luego mire al gentío frente a mí, todos me miraban y murmuraban cosas: "¿no piensa quitarse el casco?", "¿está bien que la ceremonia sea así?", "¿no está ya retrasada la novia?", el ultimo comentario me puso más nerviosa ¿Dónde está? ¿Dónde está ella? ¿Dónde? Respiré profundamente, sentí un pitido en mis oídos y todo de pronto se quedó en silencio, mi corazón golpeaba fuertemente contra mi pecho y entonces, a lo lejos, el sonido de varios caballos tirando de un carruaje. Sentí que algo se derramó en mi pecho y cayó hasta la punta de mis pies, algo caliente y frío. El sonido de los cascos de los caballos contra la piedra se comenzó a hacer más fuerte, hasta que inevitablemente el carruaje apareció en la entrada de la iglesia. Pude respirar entonces, no me había dado cuenta que había estado aguantando la respiración.
Vi a lo lejos como un lacayo abrió la puerta del carruaje y salió un hombre, fue inevitable que frunciera las cejas, posteriormente el hombre se giró y extendió la mano, entonces vi una mano visiblemente más delicada rodeada de una orilla de tela blanca; conforme salía el cuerpo, notaba como el brazo también estaba forrado en blanco con dorado, después noté el cabello brillar bajo el sol, con una corona de flores y una tela en los alrededores, entonces, ahí estaba el rostro de milady enceguecido por la potente luz del sol, por tan solo unos segundos. Caminó unos pasos y la luz del día hizo que los diamantes en su pecho centellaran. Toda ella estaba envuelta en una aura blanca y dorada, reluciente, en un fulgor solo equiparable a la luz del sol en su día más esplendido. El tiempo continuó y ella comenzó a caminar en mi dirección con un discreto ramo de flores en una de sus manos, la luz del día se quedó afuera y a pasos lentos pero continuos ella se fue acercando más y más. Sentí algo derramarse en mi pecho mientras la veía venir, quizá fuera mi corazón derretido cual cera. Llevaba el cabello suelto, cayéndole como cascadas sobre sus hombros y con la joyería que le había dado, el colgante sobre su pecho, dos brazaletes en cada brazo, uno en la muñeca y otro por encima del codo, los pendientes asomaban por su cabello y en sus manos brillaban varios anillos, dejando solo un dedo vacío; los diamantes brillaban a cada movimiento suave y lento de ella, además, llevaba un cinturón de oro que le rodeaba las caderas, sujetándose al vestido y este último se aferraba a su cuerpo, ciñéndose y demarcando cada línea de su figura, podía imaginar como la tela le acariciaba la piel en cada movimiento. Sentí que mis latidos iban tan lentos como sus pasos y a la vez retumbantes.
Me pareció una espera lenta y gratificante hasta que se detuvo a mi lado, entonces su padre, que la llevaba del brazo, me extendió su mano. Momentáneamente me quedé pasmada y luego la tomé en la mía, enfundada en el guantelete de acero templado. Entonces, con ella sujeta a mí, nos giramos para ver a su eminencia.
-con el permiso de su majestad, la Reina Mashiro Kazahana, soberana de Fuuka, hija del alba que gobierna sobre el cielo, la tierra, el mar y más allá de lo que los ojos alcanzan a ver, comenzaré la ceremonia de matrimonio.
-proceda, excelencia –contestó la Reina, desde algún lugar que no había visto previamente y no volteé a ver para no parecer grosera.
-su señoría –me gire para ver a su eminencia -Sir Kuga, de la venerable casa Kuga, señores de las tierras en el norte, caballero líder de la guardia real y fiel caballero personal de su majestad la Reina, ¿promete respeto, fidelidad y amor eterno a Shizuru Fujino, de la honorable casa Fujino, señores de las tierras surestes, hasta que llegue el fatídico día en que la muerte se lleve su alma? –asentí con la cabeza en respuesta -su señoría, lady Fujino, de la honorable casa Fujino, señores de las tierras surestes y vasallos leales a su majestad, ¿jura lealtad, aceptación y entrega a Sir Kuga, de la venerable casa Kuga, grandes señores de las tierras del norte, hasta que llegue el momento en que las divinidades recojan su alma?
-lo juro, su excelencia –contestó ella y sentí como algo apretó mi estómago, entonces Sir Kanzaki se aproximó con el anillo que le había entregado anteriormente, lo tomé con las puntas de mis dedos, tomé su mano en mi mano izquierda y deslicé la sortija suavemente, era del tamaño adecuado, la joya y el metal precioso brillaron en conjunto y subí a mirar sus ojos que me observaban directamente, intentando atravesar el yelmo, sentí que me sonrojé inmediatamente. Entonces, Sir Kanzaki se retiró. Esperaba que ahora continuara su eminencia, pero él se detuvo, giré a verlo y su mirada estaba en otra parte, seguí la dirección y vi como una mujer rubia se acercó con un cofre en las manos, lo abrió y ahí estaba un anillo dorado en medio del terciopelo azul, ella se giró, soltó momentáneamente mi mano para tomarlo, le dio el ramo a la rubia para tomar mi mano y… y yo tenía el guantelete puesto… llevé mi mirada a sus ojos en una pregunta silenciosa, y aunque sabía que ella no podía verme, me regresaba la mirada… ¿Por qué? Solo ella debía recibir un anillo, ¿Por qué ella traía un anillo para darme? ¿sería porque, después de todo somos iguales? ¿cree que yo también merezco una sortija? ¿quería también enlazarme? ¿Qué yo le perteneciera? Me le quedé mirando fijamente mientras una corriente recorría mi cuerpo, sin importar que la mirada de su eminencia me estuviera atravesando al igual que la de la concurrencia y su majestad, después de todo, solo veía la profundidad de sus chispeantes ojos carmesí.
-Sir Kanzaki –susurré, con el corazón retumbándome y sin apartarme de sus ojos ni un momento –ayúdeme con el guantelete.
-si su señoría –entonces él se apuró a quitar las correas y dejarme la mano desnuda, pudiendo así ponerme ella el anillo, después, inmediatamente Sir Kanzaki colocó el guantelete de nuevo y pude tomarle la mano adecuadamente. Sir Kanzaki y la rubia se retiraron, y ante la inesperada interrupción, su eminencia se aclaró la garganta y continuó.
-por el poder que me confieren las sagradas deidades supremas, declaro a los contrayentes, unidos en virtuoso e inmaculado matrimonio –"virtuoso matrimonio" repetí en mi mente, con algo estremeciéndome el pecho… oficialmente nos hemos desposado, la cúspide de la vida de una mujer ahora la he alcanzado… lentamente exhalé un suspiro mientras nos girábamos a ver a la concurrencia que comenzaba a aplaudir y felicitarnos.
- ¿estas feliz? –dijo ella a mi lado, mientras aun seguíamos de pie frente a su eminencia, yo giré a verla, escuchando los leves roces del yelmo con la armadura; al girar encontré su suave y sonrosada piel llamándome, pero sus ojos miraban persistentemente la afluencia frente a nosotras, entonces me incliné un poco y le hablé más cerca.
-más feliz de lo que alguna vez soñé que estaría… -no sé si lo que sentía en el pecho era felicidad, no estaba del todo segura, pero así quise asumirlo.
- ¿aunque sea solo por unos meses? –volvió a cuestionar, tenía una expresión seria que distaba mucho a mi felicidad, pero talvez…
-aunque fuese solo por unos días… -le contesté, con la intención de que entreviera mis sentimientos, aunque ella no dijo nada.
