Error tras error.
15 años antes.
Pasaron tres días antes que Makoto decidiera rendirse y dejar de insistir con las llamadas hacía Andrew. Por fortuna, Neflyte si había podido comunicarse con Molly y ésta le había comentado que el rubio estaba bien, pero para desagrado del general, también le informó que no se habían ido de la ciudad, muy por el contrario, Andrew continuó su vida normal, alegándole a Molly que, si se iban en ese momento, podrían levantar sospechas.
Aceptó la idea a regañadientes, con la explícita promesa de la pequeña mujer castaña de que se cuidaría mucho, incluso que dejaría de trabajar en el consultorio con Andrew, pues éste seguía tan metido en el movimiento opositor del reino de plata, que temía por la integridad de Molly.
Makoto no lo tomó de buena manera, el rubio no respondió las llamadas ni los mensajes. Estaba dolida, sobre todo por la poca preocupación que aquel hombre había demostrado por el bienestar de la niña, aunque ese tema no era para nada nuevo en su relación. La quería, eso era indudable, pero de una forma u otro, no estaba tan apegado a ella.
Por el contrario, el hombre de cabellos castaños y mirada siniestra estaba completamente entregado a la pequeña de ojos verdes. Vivía únicamente para protegerla, velaba por ella y sin duda alguna hacia todo para cubrir sus necesidades. Últimamente, esas necesidades involucraban entrenarla, algo que se le estaba dando muy bien.
-Ven aquí-le dijo una mañana a Makoto, quién salía en busca de ambos para desayunar. No había neblina, razón por la que aprovecharon para entrenar afuera. La castaña siguió al hombre hasta más allá de la entrada de la pequeña cabaña y tras una seña de él con el dedo, permaneció en silencio-. Llámala.
La senshi comenzó a llamar a su hija con todos los nombres y sobre nombres lindos con los que se refería a ella. Asustada al no tener respuesta, comenzó a gritar con temor.
-No vendrá, está escondida—dijo el general con una amplia sonrisa en los labios-. Llámala de nuevo, sobórnala, llora si es necesario.
Makoto intentó todo aquello, aunque llorar fue algo que no pudo hacer, sin embargo, Haru seguía sin volver.
-¿Dónde está?
-No puedo decirte, pero es un buen lugar, resistirá ahí lo suficiente si nos atacan.
-¿Y cómo piensas que va a salir de ahí? ¿Qué hará si sale y no nos encuentra?
Neflyte le sonrió divertido mientras tomaba a Makoto de los hombros y la hacía girar, quedando él a sus espaldas.
-Saldrá cuando sea necesario, ella sabe qué hacer si sale y no estamos, buscará ayuda.
-¿Y cómo la hacemos volver si todo está bien? -preguntó nerviosa.
-Eso es fácil, nosotros solo debemos decir las palabras mágicas.
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Aquel día fue muy extenuante para los tres castaños. Makoto quedó más tranquila de saber que Haru se estaba comportando a la altura, aprendiendo a ocultarse y ponerse a salvo para cuando fuese necesario. Eso descargó en ella un poco del miedo y ansiedad que llevaba pero, sin embargo, le estrujaba un poco más el corazón.
Cuando por fin cayó la noche, Haru cayó también aunque no sin antes llevarse a su padre con ella para que le leyera el acostumbrado cuento. Makoto los miró desde la puerta, llena de nostalgia y enojo. Quería que esos momentos fueran eternos, que nunca tuvieran que luchar contra nadie y que pudieran llevar al fin, la vida tranquila que tanto deseaba, como familia... pero esa no era precisamente la familia que tenía en mente.
Un choque de rencor le atravesó el cuerpo, Andrew estaba siendo un patán, seguramente le estaba siendo infiel con la dueña de aquella molesta risita que seguía haciendo eco en sus pensamientos. Él y sólo él había faltado a su promesa. Apenas podía creerlo, después de tantos años de esperarlo, de no bajar el dedo del renglón para conquistarlo, de soportar el momento de depresión que el joven doctor pasó al terminar su relación de tantos años con Reika y sin mencionar los problemas en el palacio para ocultar su amor. Herida y traicionada era poco para describirla en ese momento.
-Al fin duerme—dijo Neflyte en voz muy baja, sacándola de sus pensamientos. Makoto suavizó su semblante y caminó hacía él, poniéndose también junto a la cuna.
La oji verde no pudo apartar la vista de la silueta del general a su lado. Sus ojos marrones resplandecían con la poca luz que entraba por la ventana. A pesar de que ella lo miraba con insistencia, él no apartaba la vista de la niña que dormía profundamente.
-Neflyte, —dijo en susurro casi agonizante. Él giró tan lento, atraído por su nombre, que esta vez sonaba tan diferente en unos labios que lo habían pronunciado tanto.
-Dime.
Pero Makoto no dijo nada, en su lugar posó una mano en la mejilla de Neflyte, que se restregó en ella sin dudarlo, sus ojos se cerraron, dejándose llevar por la caricia.
La mujer sonrió ante el gesto, aquel hombre fuerte y reacio, que se había comportado seco y errante los últimos días, parecía sucumbir con solo un leve toque de su mano. Fue cuando ella lo entendió todo. Neflyte era Neflyte, un hombre fuerte, un hombre de guerra. No estaba cansado de luchar, no tenía miedo a enfrentarse a quién viniese a buscarlos, no. Se sentía solo. Debió haberlo visto en los ojos marrones cada vez que colgaba la llamada con aquella mujer, pero prefería ignorarlo.
A la mente de Makoto llegaron todas aquellas veces que él mismo hombre le había dicho que tomarla de la mano, abrazarla, besarla e incluso, dormir en la misma cama, no era más que contacto físico normal entre seres humanos y que, no debería sentirse avergonzada o si quiera, prestarle mucha importancia, mientras no hubiera sentimientos de por medio, ambos estarían bien. Esas palabras se movían en su mente, se grababan en su memoria.
Ella dio un paso hacia él y acortó la distancia. Neflyte parecía sorprendido, pero por instinto posó una mano en aquella pequeña cintura de mujer y la atrajo hacia él. Sus miradas se cruzaron segundos que parecían eternos, hasta que Makoto cerró el trato y lo besó en los labios. Fue un beso intenso desde un principio, falto de timidez y de dulzura. Sus lenguas se enlazaron con rapidez, como solo una vez había sucedido, para aparentar desde luego. Pero esa noche estaban solos, no eran vigilados y no eran obligados. El beso fue entonces tormentoso y exigente, comenzó a levantar oleadas de sensaciones que se apoderaban de ambos cuerpos.
Neflyte subió la intensidad y la tomó en brazos, abriéndose paso entre sus piernas. Giró apenas para dejarla caer con suavidad en la cama e inmediatamente, unirse a ella. Makoto sentía las manos del general recorrerla por completo, con hambre, con sed, con deseo. Sus labios comenzaron a bajar por su barbilla, luego por su cuello, mientras ella gemía extasiada, eso sí, en voz baja para no despertar a Haru.
La respiración del general comenzó a agitarse y su deseo se sentía firme y contundente contra la piel de Makoto, que no pudo evitar darse cuenta, mientras ella también se encendía por dentro. El castaño se deshizo con destreza de la blusa de la chica, sacándola por encima de su cabeza. Aquel hombre quedó cautivado por el paisaje de la hasta entonces suave y desconocida piel, de sus curvas de mujer cubiertas apenas con su ropa interior. Probó con calma aquellas formas, con su lengua y sus labios disfrutando cada dulce y tibio centímetro de su ser.
-Neflyte- volvió a jadear su nombre mientras el hombre sobre ella le tomaba las muñecas contra la cama, haciéndola humedecer de inmediato, para su sorpresa.
-Makoto- contestó él entrecortadamente, mientras sus labios recorrían la clavícula de la chica. -. Te amo- agregó en un susurro casi inaudible, casi.
-¿Qué dijiste? -preguntó ella asustada.
Neflyte dejó la piel blanca de la castaña y alzó su cabeza para verla a los ojos. La mirada esmeralda reflejaba un miedo intenso mientras sus orbes estaban abiertos en toda su magnitud. Él la contemplo con seriedad unos instantes, mientras sus respiraciones se normalizaban un poco.
-¡Lo siento, discúlpame! —dijo al fin, notoriamente consternado mientras se ponía de pie y se giraba rumbo a la puerta.
-¡Espera!, ¿A dónde vas? -preguntó por instinto, aunque sabia la respuesta.
-Dormiré en la sala, he sido un imbécil, discúlpame por favor.
No se molestó en llevarse una cobija o una almohada, como lo había hecho la primera noche. Simplemente salió y cerró la puerta tras él de un moderado golpe. La niña balbuceó un poco, pero volvió a dormir.
-¡Maldición! -exclamó por lo bajo mientras se cubría el rostro con una almohada, que para su mala fortuna olía a él-. ¿Qué has hecho Makoto? -se preguntó ahogando su voz en la tela de la funda.
La mujer había pensado erróneamente que el general, y también ella hasta cierto punto, podrían tener un desfogue sin compromiso. Una idea bastante tonta que no consideró con calma. Ahora estaba ahí, tirada en la cama, sola y con el sentimiento de haber estado a punto de engañar al padre de su hija. Por otro lado, un vuelco en el corazón le decía que el hombre del otro lado de la puerta había sido sincero. Ella escuchó bien, él le dijo que la amaba. Era momento de admitir que siempre lo supo, pero nunca quiso reconocerlo.
El sonido de la puerta exterior abrirse y cerrarse casi de inmediato la volvió en sí. Makoto se puso sus sandalias y corrió hacia la sala, Neflyte estaba parado afuera, mirando hacia el cielo.
-Perdóname, fue mi culpa—dijo mientras se unía a él, en la oscuridad. Neflyte la escuchó sin voltear a verla-. ¡Mírame, por favor mírame Neflyte- suplicó angustiada!
Aquel hombre bajó su mirada apacible y contemplativa, la centró un momento en los orbes esmeraldas que parecían estar a punto de derramar cientos de lágrimas, y le sonrío. Una mueca apenas, plagada de falsedad y vergüenza.
-Será mejor que lo olvidemos—dijo al fin, volviendo a poner su atención en el cielo.
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Dulce Haru:
Tenía dos meses de embarazo cuando me enteré que venías. El golpe fue duro y seco, no voy a mentirte, el primer mes después de que me enteré ha sido de los peores de mi vida. Sabes que todo lo que tiene que ver con aquellos oscuros sentimientos hacia tu concepción, solamente fueron por el miedo que me daba que nacieras en el cautiverio que todos los demás viviamos, en aquella jaula de oro, o de plata, mejor dicho.
Esa tarde, cuando le dije a Neflyte que estaba embarazada, fue la segunda vez que vi la desolación en su rostro. No podría describir su mirada, ni el sonido del golpe seco de su cuerpo contra el suelo, cuando se sentó frente a mí, como analizando la situación. No lo vi, porque no pude levantar mi rostro por mucho tiempo, pero sé que me miraba fijamente, inmóvil y callado, como una roca.
Algún tiempo después y sin decir nada, se puso de pie y se encaminó a la salida, fue ahí cuando por primera vez lo detuve tomándolo de la mano. Él se giró un poco hacía mi, sin dar señales de que volvería a sentarse.
-¿A dónde vas? -pregunté asustada-. Por favor quédate.
Sin embargo, no lo hizo, solamente se acercó a mí y plantó un beso en mi frente. Fue un beso largo y profundo, como el que da la gente cuando se despide. Se soltó de mi mano y salió de la habitación, no lo volví a ver en un buen tiempo.
Sabía que Amy no diría nada, aunque fuese su obligación reportarlo. Siempre fue una chica dulce y considerada, que podía guardar muy bien un secreto. Le dije que quería darle yo la noticia a Neflyte (el supuesto padre) y que lo más probable es que decidiera junto con él, el momento de darlo a conocer. Le dije que me diera unos días para procesarlo en pareja, que después podría contárselo a Luna.
Esa noche Neflyte no volvió, tampoco lo vi por la mañana del día siguiente. Amy me trajo el desayuno y me dijo que el general había salido del palacio muy temprano, llevando consigo una lista de medicamentos y cosas que ella le había encargado para mí. Una punzada me atravesó el corazón, creyendo que quizá iría a buscar a Andrew, me dio miedo pensar en para que.
(Nota de papá: Si lo hice, pero no tuve el temple para hacer lo que quería. En su lugar, me dirigí con Molly, la única persona que logró hacerme entender lo que estaba sucediendo).
La siguiente vez que vi a Neflyte estaba en la azotea, su lugar favorito. Desde ahí podía contemplar el cielo sin que nada se lo obstruyera. Supuse que hablaba con las estrellas, así que me quedé lejos y lo observé un tiempo. tenía sus manos detrás de su cabeza y una pierna cruzada por encima de otra, su largo cabello castaño estaba desparramado por el suelo, moviéndose levemente con el viento.
-No deberías estar aquí, sino en cama—me dijo sin mirarme, sus ojos seguían en las estrellas.
-Tenía que hablar contigo, supuse que estarías aquí.
Llegué a él y lo miré en silencio desde arriba, con toda mi altura entre él y yo. Sus ojos se clavaron entonces en mí, pude sentir como miraba fijamente a mi vientre. Lo hacía sin tapujos, sin sentir vergüenza o algo similar, por el contrario, fui yo quien se abochorno y me giré para evitarlo. Ante esto, él se levantó y me extendió su mano, para sentarnos en una banca que se había puesto específicamente para él.
-Antes que nada—dije con falso valor, algo que notó de inmediato-. Quiero que sepas que no te involucraré en esto. Lo he pensado y creo que les diré que tuve una aventura, que no sabías nada.
-¿Una aventura con quién?
-No les diré, no tienen por qué saberlo.
-No funcionará, es una mala idea- exclamó fríamente.
-Bueno, ese será mi problema y no el tuyo. Si lo analizas, tú has sido el ganador en todo esto—dije sin pensar, todavía me ofendí como si creyera que tenía razón.
-¿Cómo exactamente es que gano yo con esto? - Neflyte acarició su cuello, por primera vez pude percibir el cansancio en su voz.
-Bueno, con este bebé estará completo el ejército que buscan y tú has salido con las manos limpias de esto. Seguramente dejarán que te vayas y podrás estar con... ya sabes.
-Dudo que sea tan fácil, hay más posibilidad de que me maten a que me dejen libre-respondión con frialdad, su voz baja atravesó mi corazón.
-¡Pues lo siento! -grité cansada-. ¡Lo siento tanto! ¡Lo arruiné para todos! - por mis ojos comenzaron a correr las lágrimas que luché por contener. Él no me detuvo, no me consoló como tantas otras veces, me dejó llorar, me dejó gemir inconsolable hasta que no pude más.
Pasó mucho tiempo antes que mi respiración se normalizara y mis ojos pudieran enfocar de nuevo, aunque estaban tan irritados y húmedos que no hice el intento por ver hacia ningún lugar en particular. Aun con eso, el silencio se extendió un poco más, como si tanto llanto no hubiera sido suficientemente incómodo. Mas debo decir, que no había nada que me preparara para la forma en que Neflyte terminó con aquel momento.
-Cásate conmigo.
-No estoy para tus bromas-respondí molesta, aun jalando aire con dificultad.
-Es una propuesta seria, cásate conmigo.
Mi atención se clavó en él, su rostro inescrutable no me daba señales que fuera una broma o una verdad.
-No-contesté sin dudar, él no se inmutó ni un poco.
-Si te casas conmigo, yo seré un padre para esa criatura, las cuidaré a ambas, nos iremos de aquí y te prometo que nunca les faltará nada—Su voz no dudaba, su semblante era firme, me hablaba en serio.
-¿Si sabes que este hijo no es tuyo verdad? Tiene un padre.
-Eso es algo que sólo sabemos nosotros dos. Él tampoco lo sabe en estos momentos, podemos decir que es mío, él estaría a salvo, todos lo estaríamos.
-¡Jamás! - le grité molesta-. Mi bebé tiene un padre y no eres tú, que te quede bien claro.
Neflyte se puso de pie y se dirigió a la barandilla, se recargó en ella con los brazos extendidos, ignorándome de nuevo.
-Tienes dos meses, se hará oficial hasta el tercero. Lo que te da un mes para pensarlo. No me importa que crean que hay problemas entre nosotros, así que no insistiré contigo—dijo con frialdad-. Búscame si decides que tu vida y la de la criatura son más importantes que ese tonto ego que te cargas y, por cierto, si yo fuera tú no escaparía con ese imbécil, te buscaran y te atacaran, perderás a ambos.
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15 años antes.
Había pasado un día completo en el más incómodo de los silencios. El general se paseaba por ahí, con la mirada fija en cualquier cosa que no fuera ella, e incluso había optado por abandonar una habitación cuando ella entraba. La situación era como un enorme elefante en un pequeño cuarto que no les permitía convivir.
Aunado a eso, la senshi del trueno estaba sumergida en la angustia de no tener información de confianza sobre Andrew, algo que cada día le molestaba menos, pero que no dejaba de doler del todo. Estaba molesta con él, molesta por no responderle las llamadas ni los mensajes, enojada porque a pesar que tenía el número de aquel celular desechable, tampoco se había preocupado por preguntar al menos por la niña. Estaba furiosa con la amplia posibilidad de cosas que pudo significar aquellas risitas fastidiosas. ¡Ella era sailor Júpiter, la más fuerte de las sailors inners, la hija del dios del trueno, del mismísimo Zeus!, un simple humano no le haría tal desplante, aunque ese humano fuera Andrew, su eterno amor de adolescencia.
Por otro lado, se le caía la cara de vergüenza con el hombre que deambulaba como alma en pena por la casa. Él, que siempre alardeaba de no tener sentimientos, ahora parecía un perro regañado en busca de un lugar donde esconderse. Y la situación no estaba para menos. El implacable general se había visto expuesto en el más profundo de sus sentimientos, en aquel amor que Makoto no necesitaba que le profesara, no en ese momento. Y no es que ella no lo supiera, todo el mundo le había dicho lo evidente que era, y el mismo general, no lo negó nunca. Él la quería, la amaba en verdad, se lo demostró cada día durante los últimos cuatro años. Era realmente una lástima que ella no pudiera corresponderle.
-Saldré un par de horas—dijo Neflyte desde la puerta, atrayendo la mirada de la mujer hacía él.
-¿A dónde vas?
-Al pueblo, ¿Estarás bien?
Ella asintió con la cabeza mientras lo miraba fijamente. Neflyte estaba a punto de salir cuando dio vuelta sobre sus pasos y se acercó a ella. En un rápido y fugaz movimiento plantó sus labios en la frente de Makoto, un beso fuerte y cargado de sentimientos, como el que le había dado aquella tarde cuando ella le dijo que estaba esperando a la hija que ahora sostenía en su regazo.
La niña tiró de la camisa de Neflyte, haciendo que su rostro bajara un poco, pero con destreza dirigió sus labios hacia la pequeña, repitiendo el mismo gesto que había hecho con su madre.
-Cuídense, volveré en unas horas.
Salió de casa con un gesto esquivo, una mueca entre pesar y coraje. Makoto corrió a la ventana para verlo perderse en el horizonte.
-Pues bueno Haru—dijo volteando hacia la niña-. Somos de nuevo, tú y yo contra el mundo.
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Actualidad.
Había pasado un día desde la gran batalla en el palacio. Era realmente una fortuna que las noticias no reportaran a ningún civil herido, aunque ciertamente no había mucha información sobre lo que realmente había pasado aquella mañana.
Cuando la gente de Tokio, sobre todo los que vivían en las cercanías de aquel prado donde se había erigido el palacio, vieron las luces y los destellos de colores invadir el cielo, pensaron que era uno de los espectáculos que el gobierno de la reina Serena daba con algún motivo vano, pero no.
Poco después, las columnas de humo y fuego comenzaron a verse incluso desde muy lejos, sin contar las luces que asemejaban rayos de diversos colores, proyectarse contra todos los edificios del complejo.
La gente comenzó a decir, que la senshi del trueno, aquella joven mujer de ojos esmeralda y carácter voluble, la que había huido del castillo junto con su esposo, el general castaño y siniestro, llevando consigo a la pobre y pequeña niña de ambos, estaba de regreso. Si era así, las cosas se pondrían mal, ellos eran enemigos públicos del palacio, asesinos sanguinarios incapaces de sentir piedad por nada ni nadie. Eran esas bestias infernales, los que dieron muerte a todos sus compañeros, y que presumiblemente habían muerto también a manos de los reyes.
Los conocedores salieron en defensa de la antigua senshi del relámpago, asegurando que ninguno de los poderes presentes en aquella extraña batalla, pertenecía a ella. La regente de Júpiter estaba muerta, el general del norte y su hija, otra desalmada asesina también.
Más no todos creían esa historia, había un pequeño grupo de ciudadanos que no aceptaba tan de buena gana la información que el palacio daba como cierta. Así que ese puñado de gente se acercó al castillo cuando todo parecía más calmo.
Se horrorizaron con la destrucción, aunque no pudieron evitar sonreír. Los más audaces se adentraron por los jardines, portando armas humanas, que en todo caso serian inútiles si se topaban con alguna guerrera preparada para pelear, pero debían hacer el intento.
Un par de valientes por no decir ingenuos, iban enfrente del grupo. Las capuchas negras cubrian sus rostros, aunque sabían que, si la joven de cabellos negros y con el llavero en la cintura los descubría, de nada serviría ocultar su identidad. Rodearon el palacio, entrando por uno de los edificios abandonados, esos cuartos que antes funcionaban como guarida para el grupo de hombres que habitaba el palacio. En su trayecto trataron de no hacer ruido, pero había tantos escombros y cristales rotos que era una misión imposible.
El más robusto de aquel par de personas se agachó con la intención de recuperar del suelo un brillante trozo de metal color de oro, algo extraño que llamó su atención, sobre todo porque lo único dorado en el sitio debía pertenecer al rey. Cuando logró recoger el objeto, se levantó la capucha, dejando al descubierto sus ojos avellana y una sonrisa perturbada y divertida.
-Parece una medalla, si es del idiota del rey seguro valdrá una fortuna-. El otro individuo se paró para mirarlo, molesto y apurado.
-Le recomiendo que me entregue eso señor, por favor y gracias—dijo la voz de una chica que estaba sentada sobre una de las jardineras-. Ese objeto no es del rey, se me ha caído a mí por error.
-¿Que estás haciendo aquí niña? ¿No sabes lo peligroso que es este lugar? -preguntó el otro sujeto, un hombre alto y de voz tranquila.
-¿Si es tan peligroso que hacen ustedes aquí? -insistió la chica, sin apartar la vista del sujeto con la medalla.
-Este no es lugar para alguien como tú, las guerreras pueden venir y no estarán contentas de verte. Si buscas un autógrafo, no es el momento.
-Pero señor-dijo ella tiernamente, clavando sus ojos verdes en el hombre más alto-. Yo nací en este lugar, básicamente usted ha venido a mi casa. Serian ustedes los que deberían irse, no yo.
El hombre no dudó ni un instante, desenfundó con mucha pericia su arma, apuntándole directamente en el rostro a Haru. La chica sonrió con un poco de malicia, sus ojos brillaron como joyas.
-¿Quién eres? Tú no eres una senshi, las conozco a todas y no encajas con ninguna—gritó el hombre alterado, blandiendo el arma con el dedo en el gatillo.
-¿De verdad no le recuerdo a ninguna, señor? -preguntó divertida, acercándose un poco más a ellos-. Quizá la capucha no lo deje ver muy bien, suele pasar con la edad, debería retirársela.
Los dos hombres se miraron fugazmente sorprendidos. El que tenía su arma en la mano terminó por aceptar la sugerencia, y de un tirón, sin bajar el arma, se deshizo de su disfraz.
Pero la chica era rápida, en un parpadeo estaba frente a él mirándolo fijamente a sus ojos azules. El rostro maltratado y ligeramente envejecido del hombre cambió de expresión a una de sorpresa y desconcierto. La chica amplió un poco más su sonrisa, sus dientes asomaron entre sus labios.
-¿Eres... eres tú? -preguntó incrédulo.
-Hola papá, ¿Cómo has estado?
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Horas después...
El indómito general Neflyte, comandante de las fuerzas del norte, hombre recio, decidido y audaz, aquel que había vuelto de la muerte dos veces y que tenía, al parecer, un plan para todo, dejó caer la bolsa con las compras que había hecho en el pueblo. Sus ojos marrones circularon por toda la habitación, analizando cada objeto, cada detalle, cada partícula de polvo a su alrededor.
Su rostro se ensombreció con dolor y unas chispas de rabia que le recorrían la piel, erizando los vellos de su cuerpo. Una curva siniestra y maldita se asomó por sus labios, muriendo de nuevo con el dolor que le quemaba por dentro.
Caminó con firmeza hasta la mesa de la sala, justo debajo del artesanal florero donde esa misma mañana había cambiado las cosmos marchitas por unas nuevas, una nota doblada por la mitad asomaba impaciente.
"Lo siento, gracias por todo"
Decía cruel y secamente.
Con la mano derecha arrugó aquel papel y lo aventó a la chimenea, que todavía humeaba un poco. Por el calor que se sentía, consideró que debió haber sido apagada un par de horas atrás, donde la mujer y la niña estuvieran, para ese entonces sería muy lejos, muy tarde.
Comenzó a sentir frío, uno cruel, húmedo y profundo que lo hicieron temblar un poco. Con la vista aun clavada en la chimenea, recordó que la puerta de la casa se había quedado abierta, así que no le sorprendió ver la neblina entrando en ella.
-Es un lindo lugar, debiste invitarnos a tomar el té un día-dijeron a sus espaldas. La voz clara y apacible de Zoycite se escuchó en toda la cabaña.
-Ya están aquí, ¿Les gustaría un poco?
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CONTINUARÁ...
Gracias a todos por leer, que sepan que estoy tan motivada y con tanta inspiración que por eso los subo tan seguidos, además, intento entretener un poco a LitaKino1987 para que no se vuelva loca en su casa, no es bueno andar metiendo la pata eeeh ajajajaja
Agradecimientos a todos quienes me dejan sus comentarios, disculpen que no los etiquete, traigo un poco de prisa.
Saludos.
