El corazón de un General.
-Mamá dejó de escribir por mucho tiempo—dijo Haru cerrando el diario y dejándolo sobre la cómoda. Andrew lo tomó y dio un vistazo rápido por casi todas las hojas.
-¿A partir de dónde?
-De que Amy y Zoycite murieron- bufó melancólica.
-No me extraña-dijo llegando a la hoja en cuestión-. Fue una terrible época para ella.
-¿Cómo lo sabes? -preguntó extrañada-. Pensé que no la veías.
-Hablábamos, desde luego. - Andrew se puso de pie y dio una vuelta más por la habitación. Había intentado no tocar nada en ella, pero las fotos de Makoto, sus padres y aquellas donde salían ella, Haru y Neflyte le llamaban terriblemente la atención. Al fin se decidió por una de éstas últimas, tomó una donde el general sostenía a Haru casi recién nacida, sus ojos se enfocaron con un poco de rudeza-. ¿Alguna vez viste a Neflyte molesto?
-¡Por supuesto! -exclamó extrañamente alegre—. Una vez yo...
-No. -la interrumpió de inmediato-. No hablo de esa clase de molestia. Si no del enojo que no te haría sonreír al recordarlo.
Haru lo pensó por un momento, por supuesto que había visto a su padre enojado muchas veces, sobre todo cuando ella hacía alguna que otra travesura, aunque Neflyte siempre terminaba de regañarla con una ligera sonrisa en los labios, la señal de que todo estaba bien. Pero en verdad fúrico sólo lo había visto una vez, por fortuna no con ella ni con su madre, pero si era ese uno de los últimos recuerdos que tenía de él. Antes de eso, el general había sido un hombre amable y cariñoso, aunque vagamente recordaba aquella vez cuando tenía cuatro años y dormían en cuartos separados, supuso que de eso hablaba Andrew.
-¿Qué pasó durante ese tiempo? -preguntó al fin, movida por la curiosidad.
-No lo sé todo, pero puedo comenzar por contarte que pasó aquella noche.
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15 años antes.
El silencio reinaba en aquella noche fría y tremendamente oscura. Makoto seguía de rodillas donde antes estaban los cuerpos de Amy y Zoycite, no podía dejar de llorar, mucho menos ponerse en pie. Neflyte también se veía afectado, pero luchaba para que su rostro fuera lo más inexpresivo posible.
Pasaron así varios minutos, hasta que Reika guiada por Shadow volvió a la casa, tremendamente asustada y aferrando a Haru a su cuerpo con tanta desesperación que difícilmente alguien podría quitársela. Sin embargo, la niña al ver a su madre luchó para soltarse y correr hacía ella, asunto que los otros tres adultos observaron con detalle. La pequeña la abrazó por el cuello, Makoto la recibió con las ansías y el miedo a flor de piel.
Andrew se puso en pie como pudo y a saltos salió de su escondite, Neflyte lo vio y decidió ayudarlo, no sin antes recoger el cristal de mercurio y la zoicita que habían quedado tirados en el suelo. Los tomó con mucho cuidado y los guardó en su bolsillo, suspirando profundamente.
Efectivamente el general ayudó al rubio a acercarse de nueva cuenta a la casa, Reika los observó con cuidado y con bastante temor, aunque su mente le decía que no podía ser una amenaza si estaba ayudando a Andrew, pero siempre fue muy precavida.
-¿Quién eres tú? -preguntó Neflyte a la mujer cuando llegaron a ella. La castaña se sonrojó.
-Reika Nishimura-contestó con rapidez, preocupada.
Neflyte la miró con detenimiento, sus ojos verde oliva llamaron la atención del general, que con todo el descaro del mundo la observó sin tapujos.
-Es una amiga de muchos años-interrumpió Andrew, abrumado por la incomodidad del momento.
Neflyte volvió en sí, saludando con la cabeza.
-Te agradezco que hayas cuidado a mi hija.
-¿Tu hija? Pero yo creí que...
El general volvió a lanzarle una mirada, pero esta vez un tanto severa. Andrew le hizo un gesto a la castaña que, confundida, prefirió guardar silencio.
Neflyte dejó a Andrew con Reika y caminó rumbo a Makoto y la niña, que seguían en el mismo sitio, abrazadas. En cuanto Haru lo vio se soltó de su madre y corrió hacía él. El castaño la alzó en brazos y la atrajo a él, con añoranza y cariño.
-Me avergüenza admitir que es más de él que mía-susurró el rubio a su compañera. Ahí fue cuando Reika lo comprendió.
-Deja de llorar- ordenó con frialdad a la castaña en el suelo. Makoto lo miró entonces, apática y destruida-. Nos vamos, puedes venir o quedarte, realmente no me importa.
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20 años antes...
El invernadero era su lugar especial, donde solo ella y a veces Darien, solían pasar el tiempo sin pensar en nada más. En uno de esos memorables privilegios, Luna le había mandado instalar una banca ahí, donde podía sentarse por horas para ver sus flores y contemplar el jardín casi completo. Debido a la poca movilidad que se le permitía, aquello había sido como un oasis en su desierto.
Neflyte siempre la acompañaba, siempre. Rei le llamaba a eso marcaje personal, algo un tanto excesivo, pero extrañamente adorable. Aquella tarde, una de las últimas del invierno no fue la excepción. Ella estaba sentada, haciendo acopio de toda su paciencia mientras el general recorría la redondez de su vientre con los dedos, con la piel expuesta.
Makoto lo dejaba hacerlo, por una parte, se decía a sí misma que era lo menos que podía hacer por él, después de todas las atenciones dadas. Por otra, lo disfrutaba mucho también. Neflyte recorría aquella barriga de casi siete meses, con los dedos, como si estos fueran pequeñas piernas de una criatura diminuta. Yune, que estaba con él en ese momento, miraba con atención aquel juego y se sorprendía casi tanto como él, cuando el pequeño bebé adentro estiraba la piel de la castaña.
Michiru estaba también ahí, jugando en el suelo con Nerea y Mirai que ya caminaban. Era lunes, así que pronto debería retirarse para acudir a la reunión que Luna las obligaba a sostener para ver los pendientes de la semana, Makoto no tenía que ir, gracias a una concesión para que permaneciera lo más tranquila posible.
Todo estaba en relativa calma, hasta que un par de hombres entraron en la escena. Kunzite y Jadeite llegaron puntuales, nerviosos como siempre pero muy emocionados.
-Hola chicos- saludó Michiru mientras se ponía en pie y se alisaba la ropa. Neflyte y Makoto los miraron en cuanto escucharon el saludo.
-Señorita Kaío- regresó el gesto Kunzite, con la formalidad que siempre lo caracterizaba. Ella le sonrió cálidamente, tomando a Nerea en los brazos.
Cuando al fin llegó a donde ambos estaban de pie, Michiru le entregó directamente a Jadeite a la pequeña del mechón azul. El rubio general la tomó con alegría, atrayéndola hacía él.
-No le des tantos dulces o te la llevaré a que la duermas tú- le dijo Michiru a Jadeite mientras le guiñaba un ojo. El hombre, que siempre había resaltado por meter en aprietos a todos con sus comentarios, se ruborizó como un adolescente, teniendo que girar hacia otro lado para esquivar la mirada divertida de la mujer con quién compartía una hija.
-De acuerdo. -respondió con toda la seriedad que pudo.
Para ese momento, Kunzite ya tenía la vista puesta en Yune, que seguía en brazos de Neflyte. El castaño se alzó al sentirse apurado por su líder y le entregó a la niña.
-Te lo agradezco—le dijo mientras disfrutaba la mirada hermosa y particular de su otra hija, a la que no podía ver tanto como quería. Neflyte le hizo un gesto con la cabeza, dándole a entender que no era nada.
Los dos hombres caminaron con sus respectivas hijas y se sentaron sobre la manta donde momentos atrás la regente del mar había estado y, dónde Mirai esperaba por sus amigas de juegos, con toda la seriedad que le caracterizaba.
-Esto que haces por ellos, cualquiera diría que si tienes corazón- dijo Makoto al castaño que volvía a sentarse a su lado.
-Claro que lo tengo, a mi conveniencia desde luego—Neflyte volvió a su juego personal y Makoto le sonrió con agrado-. ¿Verdad que sí, pequeña Haru? Dile a tu madre que tú eres mi corazón. Cuando estés aquí, jugaremos con ellos.
La castaña se abochornó de inmediato, sabía que los hombres a unos metros estaban al pendiente de ellos y por eso no dijo nada, aunque una parte de su corazón se estremecía al escuchar hablar al general como si el bebé con quién tanto jugaba fuera de él. De vez en cuando le recordaba que no era así, ganándose la mirada de desaprobación y un suspiro de molestia. Esta ocasión decidió dejarlo pasar, conmovida por todo lo que sucedía a su alrededor.
Las caricias de Neflyte alborotaban a la niña que brincaba sin parar, la ojiverde también se alteraba un poco. Él estaba tan cerca, su aroma a roble le inundaba el alma, el calor que despedía era tan reconfortante, más de lo que le gustaría admitir. Casi sin darse cuenta, su mano se hundió en su larga melena marrón, peinándola un poco.
Neflyte se sorprendió, pero vio una oportunidad que no iba a desaprovechar. Se acercó a ella con cautela, pegó su frente con la de Makoto y la miró a los labios, los cuales se moría por probar. Ella no retrocedió en absoluto e hizo lo mismo, atraída por un impulso que no supo de dónde venía y que en ese momento no le importó. Al final, fue la misma oji verde quién lo besó, con calma y delicadeza, algo a lo que él supo responder. Fueron besos cortos pero plagados de realidad, los primeros que venían del corazón y no de un acto premeditado.
Estaban disfrutando del dulce sabor de aquel momento que los tomó a ambos por sorpresa, él por fin se animó a tomarla del rostro, dirigiendo el beso en fuerza y velocidad, poco le importó si sus amigos los miraban o no, o al menos así fue hasta que una presencia cercana y una voz conocida los hizo abandonar ese desliz.
-Hay niños cerca—dijo Darien, su voz era seria, pero su rostro mostraba aquel gesto de burla que tanto solía usar antes, mucho tiempo atrás.
-No creo que pueda dejarla más embarazada-salió Jadeite a su defensa, aunque más bien se unía a la burla.
Makoto se sonrojó tanto que hundió su cabeza en el pecho de Neflyte, ocultando su rostro de todos los hombres presentes.
-Caballeros, les recuerdo que no están en posición de avergonzar a mi mujer, ustedes tienen más que perder-soltó con malicia mientras abrazaba de manera reconfortante a la castaña.
El mismísimo rey se sintió atrapado por aquella sutil, pero muy importante amenaza, así que un poco cohibido decidió unirse al grupo de hombres que estaban en el piso, acompañando desde luego a la niña de cabellos negros y ojos azules.
Makoto sacó la cabeza de su escondite, movida más por la curiosidad que por el deseo. Sus ojos se centraron en aquellos hombres que estaban ahí, evidentemente a escondidas, compartiendo con sus hijas. No pudo evitar sentir un nudo en la garganta, pensar que ninguna de esas criaturas tenía la culpa de lo que estaba sucediendo y recordar, que la que ella llevaba en su vientre estaría en la misma situación, le estrujó el alma. Al menos tenía el vago consuelo que a diferencia de Rei, Mina y probablemente Serena, cuya posición de negación era imbatible, Neflyte parecía ser más comprensivo. Después de todo, el general le daba unos minutos a solas con el rubio doctor cuando éste venía a consultarla.
-No te preocupes—dijo Neflyte a su oído, adivinando sus pensamientos.
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15 años antes.
Makoto se puso en pie, secando sus lágrimas con el dorso de la mano. Ésta le ardió de inmediato, tenía muchos golpes y raspones, al igual que el general.
-¿Y bien? -insistió él.
La castaña se acercó a Neflyte y a la niña, acariciando el cabello de ésta última y tomando al hombre del brazo, con suavidad. Sus ojos se fueron hacia Andrew que era sostenido por Reika. La mujer se ruborizó al verse observada por aquel par de guerreros, sus miradas eran grises, carentes de algún sentimiento que pudiera describir con palabras.
-Makoto... -comenzó Andrew. La senshi del trueno lo miró inquisitiva, callandola con un ligero movimiento de su rostro.
-Me voy. —dijo sin mirar a Neflyte, pero era evidente que hablaba con él.
-Mi auto está a la vuelta, el de Andrew debe estar inservible—dijo Reika-. Vamos a mi casa, ahí tengo otro auto que se podrán llevar.
Dos horas después, los cuatro estaban refugiados en casa de la arqueóloga, la que por suerte gozaba de mucha privacidad al haberse mudado a una zona no muy poblada de la ciudad. Las noticias ya anunciaban el ataque repentino que había acontecido a las afueras esa tarde, aunque no daban por menores de lo sucedido.
Neflyte tuvo que destruir algunas casas más alrededor, para evitar que se notara que fue sobre el patrimonio de los padres de Andrew el verdadero conflicto. Eso les daría un poco más de tiempo a los dos científicos de buscar un lugar donde esconderse.
Neflyte y Makoto se cambiaron de ropa mientras aprovecharon para curarse un poco las heridas y que, a su vez, la pequeña Haru pudiera comer algo y descansar. Mientras las mujeres estaban en la habitación, los dos hombres parecían sostener una pequeña conversación en la sala.
-Cuídalo por favor—dijo al fin Makoto, después de un largo y un tanto incómodo silencio. Reika asintió simplemente-. No tengo como agradecerte lo que has hecho por mí y por ella.
-No hace falta y no te preocupes, guardaré el secreto de todo esto.
-Él nunca te olvidó- Reika se ruborizó ante aquella declaración-. Gran parte de esto ha sido culpa mía y mi necedad.
-¡Esto no es culpa de nadie! -se apresuró a decir. Sus ojos bajaron a la niña que dormía sobre la cama-. Él siempre quiso hijos, yo le dije que no era mi prioridad—Su mano removió el cabello de la frente de Haru-. Ahora creo que no es tan malo.
-Sé que la quiere, pero también sé que renunció a ella al poco tiempo que nació- Reika la miró sorprendida-. Pero lo hizo por amor, lo sé. Ella no es como nosotros, es una niña normal sin ningún poder. No puedo culparlo, supongo que siempre supe que lo que había entre él y yo era una mentira que se nos salió de las manos. Yo buscaba la rebeldía y cumplir mi amor de adolescencia fue lo más insubordinado que se me ocurrió. Andrew busca todavía venganza, por sus padres, por como quedó Unazuki, por Azanuma. Supongo que siempre supe que no me quería como yo lo quise a él.
-Te quiere, y puedo apostar que ama a Haru.
-No sé hasta qué grado hizo una conexión con Haru pero, aunque no lo creas, ha sido Neflyte quién se empeñó en que Andrew pasara tiempo con ella. Supongo que tiene sus razones y no soy yo quien deba contártelo, pero deben ser buenas.
-Hora de irnos—se escuchó detrás de la puerta, Reika iba a ponerse en pie, pero Makoto la sostuvo.
-Es probable que no volvamos a vernos nunca Reika—dijo fríamente-. Y quizá no esté en posición de pedirte esto, pero necesito que me hagas un favor.
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22 años antes.
Había una habitación especial en el palacio donde se respiraba una mezcla entre humo de cigarro y vagancia. Un cuarto que las chicas solían llamar "la cueva" a modo de burla desde luego, donde los generales, acompañados muy de vez en cuando por Darien y Artemis solían esconderse y pasar el rato juntos.
No era nada especial, una barra con muchos licores diferentes, una mesa de billar y una de póker. Algunas lianas en la pared, llena de dardos que se amontonaban en el centro y un tubo que Jadeite había instalado ahí, solo para molestar. Un bar cualquiera al alcance de sus manos.
Alguna vez Mina intentó entrar, pero cuando Neflyte le dio el pase, ésta se había puesto tan nerviosa y alterada por el tubo en cuestión, que encendida en vergüenza dio media vuelta y se fue.
Una tarde cualquiera los cuatro hombres del rey estaban jugando cartas, incluso Zoycite se había dignado a aparecer, porque él solo lo hacía para leer el periódico en alguno de los sillones mullidos que disfrutaba, y eso únicamente si Amy estaba muy ocupada para hacerle compañía. Sin embargo, como asunto del destino aquel día todos estaban a la mesa, con una mano de cartas y un trago cada uno.
-Caballeros- saludó Darien con seriedad, ninguno de los hombres lo miró. El moreno, ante aquella falta de atención carraspeó un poco.
-Si te oímos-dijo Jadeite-. Pero esto es importante.
-¿Kunzite? -preguntó el oji azul, indignado pero divertido a la vez.
-Danos unos minutos- respondió el plateado.
Cuando todas las cartas se bajaron y Zoycite se proclamó ganador, con todo y los gritos de objeción entre los cuales estaba una acusación de contar cartas salida por parte del otro rubio y el castaño, fue que Darien volvió a la mesa, con una botella en las manos.
-Tenemos que hablar—intervino de nuevo. Otro juego se estaba barajeando.
-Sabemos a lo que vienes-contestó Neflyte-. Comprenderás ahora porque te ignoramos.
Darien se apenó un poco, pero después de un hondo suspiro intentó recuperar el control de sus pensamientos. Él tampoco quería aquella conversación, pero ya la había pospuesto varias veces.
-Tendrán que verlo hoy conmigo, o será Luna quién vuelva la próxima ocasión.
-¿Y qué hará esa loca? ¿Obligarnos? -gruñó Jadeite, alzando sus cartas.
-¿Por qué no lo haces tú? Si es tanto tu interés. Entre tú y Artemis podrían …
-¡Neflyte! -gritó Darien, el aludido lo miró de reojo-. Sólo hacen falta dos.
-¿A quién van a sacrificar? -preguntó Zoycite, acomodándose las gafas.
-Por lo pronto Plut y Saturno están fuera de esto. —Ahora fue Kunzite quién miró a su rey, Darien sostuvo aquel gesto con toda la seriedad que pudo.
-Ahí lo tienes, dos para dos.
-¡Esto no es una broma! -refutó el moreno, golpeando la mesa con fuerza. Zoycite se puso en pie, soltando sus cartas abiertas sobre la misma.
-Una broma es lo que tu pretendes aquí. Tengo una mujer y una hija que viene en camino, no seré parte de esto. No haré que Amy pase por esto, ¿Lo comprendes? - los ojos verde olivo brillaron con coraje-. Si quieres algo de mí, tendrás que matarme primero.
El hombre de largos cabellos rubios lanzó una mirada fulminante al oji azul, y sin esperar respuesta alguna salió azotando la puerta.
Neflyte estuvo por pararse también, pero el moreno lo devolvió a su asiento tomándolo del hombro.
-Ya no quiero hablar más de esto. Hemos discutido muchas veces la importancia que se haga de esta manera. Las chicas lo saben, ustedes lo saben, es un maldito asunto médico, no van a revolcarse con nadie.
-Si eso era una plática motivadora, no cuentes conmigo—se burló el rubio. Neflyte que estaba por estallar volvió a incorporarse, esta vez con éxito.
-Tu eres quién menos puede negarse Neflyte, estas muy lejos de cumplir al menos con lo básico. -lo hostigó con severidad.
-¿Básico? ¿Le llamas básico a un hijo? Que a ti te tengan programada la vida no te da derecho de hacer con la nuestra lo mismo. El día que yo tenga un hijo con Makoto, porque te aseguro que lo tendré, será porque lo hemos decidido no para que tú me aplaudas.
Kunzite que hasta el momento había estado observando, se puso en pie para llamar la atención del castaño, que en plena rebeldía había obligado a Darien a retroceder un poco, amenazándolo directamente.
-Aquí hay más en juego de lo que ustedes conocen—dijo el pelinegro, mirando desafiante los ojos marrones que lo increpaban.
-Basta Neflyte, siéntate- ordenó el platinado. Neflyte sopesó un segundo la orden antes de ceder.
-Esta noche requiero su respuesta o dejaremos que alguien más decida por ustedes. Te espero en dos horas en mi despacho Kunzite.
Darien también salió sin decir nada más.
Los tres hombres restantes se miraron inexpresivos, todos sus sentimientos estaban agolpados en su mente, bajo la mesa sus manos tiesas reflejaban lo que sus ojos no querían decir.
-Lo haré yo-bufó al fin Neflyte mientras se pasaba una mano con desesperación por su cabello-. Pero no puede ser con Urano, Júpiter jamás me perdonaría.
-¿Perdonarte? ¡Rei va a matarme! Me quemará y me arrojará aun encendido a la chimenea—dijo preocupado-. Y no hablemos lo que la senshi del amor le hará a nuestro amigo—un puño frente a su boca ocultó una mueca de dolor-. Porque podrá estar embarazada pero las hormonas no le estan sentando bien.
-Sólo podemos arreglar esto como lo hacemos siempre. —intervino Kunzite que no había abandonado su posición imperturbable a pesar de la descripción tan ofensiva pero realista que había hecho el rubio de su mujer.
-¡No estarás hablando en serio! -exclamó el castaño.
Los tres volvieron a mirarse, comunicándose sin palabras.
-Piedra, papel o tijeras. Muerte súbita-sentenció Kunzite con seriedad.
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15 años antes...
Fue una despedida seca y corta. Andrew prometió a Makoto que contestaría las llamadas y ella le aseguró que no volvería a buscarlo. No había más que decir, todo quedó tan claro y en su lugar que la oji verde no pudo refugiarse en un deseo, un recuerdo, cualquier cosa que la hiciera creer que la familia que soñó de joven sería con él, con el dulce dependiente del centro de videojuegos. Ese chico amable había muerto junto con sus padres en aquel ataque, disfrazado de accidente. Ahora era un hombre diferente, uno que se había equivocado demasiado.
Tomaron un viejo auto que Reika tenía guardado y en él se fueron rumbo a su nuevo escondite. Un pueblo pesquero de los que ya quedaban pocos, de nombre Ena, en la península de Kii. Llegaron también al anochecer, dejando el auto algunos pueblos antes para despistar al enemigo. Durante todo el trayecto Neflyte apenas habló con Makoto lo suficiente para no levantar sospechas, pero era evidente que algo no estaba bien.
Era una casa mucho más pequeña que la anterior, enclavada en una montaña que tenía vista directa al pueblo y sobre todo al mar, mucho más cerca de la gente que la vez anterior.
Cuando entraron a la casa Makoto buscó de inmediato donde recostar a Haru, así es como se dio cuenta que había de nueva cuenta dos habitaciones, bastante más pequeñas pero cada una tenía una cama. No tuvo que pensar mucho para entender que el general reclamaba su propio espacio.
Una vez que acostó a la niña, tomó valor y volvió a la sala, donde Neflyte se encontraba buscando algo en los cajones de un viejo mueble.
-Neflyte... yo...
-Calla. -dijo frio y distante, no se dignó a mirarla.
-Por favor, déjame hablar contigo.
-No quiero escucharte, hoy no.
Al fin logró sacar una botella vieja de uno de los compartimientos y le sacó el corcho con facilidad. Makoto lo miró mientras se empinaba la misma, en un largo y profundo trago. Ella permaneció en pie, quieta y silenciosa.
-Lo primero que pensé fue que se las habían llevado-exclamó después de un rato en silencio-, imagina mi desesperación. - Neflyte caminó hacia ella, lucía amenazante y molesto.
-Perdóname.
-Ahora imagina... - El general había llegado a ella, con su mano acunó su rostro. Sus mejillas se enrojecían bajo el yugo de aquellos dedos que la apretaban de apoco-. Imagina mi sorpresa cuando leí aquella nota. Ese corazón que tanto bromeas que no tengo, si existe, ¡Claro que existe Makoto! Y tú le pasaste por encima—sus ojos marrones se cristalizaron, aunque su mirada mostraba un profundo rencor-. Puedo entender que no me quieras, puedo vivir con eso. -suspiró-. ¡Pero te llevaste a mi hija! ¡Por un carajo Makoto! ¿Cómo pudiste? -el dolor en su voz era evidente, luchaba con todas sus fuerzas por controlarse.
-Neflyte... -dijo casi en un susurro, su voz atrapada entre sus labios.
-Puedes irte, eres libre para irte cuando quieras, pero no te llevarás a Haru. ¡No es ella quién les sirve! ¡Eres tú! ¡Aun eres tú la única regente de Júpiter! Si tu vida no te importa a mí tampoco, pero a mi hija, ¡Por qué esa niña es mi hija! ¡Mía! A ella no la volverás a apartar de mí, ¿Lo comprendes? Ella es la única inocente en esto.
Makoto asintió con la cabeza, apenas en un movimiento perceptible. El dolor que le provocaba el fuerte agarre de Neflyte no era nada comparado con el corazón rompiéndose en su interior.
-¡No vuelvas a hacer esto! ¡Te doy mi palabra que jamás te perdonaría si lo vuelves a hacer!
-Lo siento...
-Te lo digo una única vez Makoto, si algo le pasa a Haru por qué has vuelto a hacer algo así ¡Yo mismo te llevaré al palacio! -estas últimas palabras fueron la estocada final que terminó por derrumbar la muralla de emociones que estaban contenidas en sus ojos. Makoto lloró, pero él lo hizo primero.
Neflyte la sostuvo un poco más, sus ojos tenían aún mucho que decir a pesar que sus labios se habían cerrado. Todo su rostro era un poema al dolor y a la furia contenida, a esa que ella nunca había visto pero de la que todos habían hablado alguna vez. El general del norte, la fiera sin escrúpulos que fue capaz de acabar con buena parte de la gente en la Luna en aquella batalla olvidada de un tiempo muy lejano.
Cuando al fin la soltó se dio la vuelta y salió azotando la puerta. El ruido despertó a Haru que chilló por su madre, Makoto tuvo que ir, sobándose el rostro tratando de aliviar un poco el dolor.
Ahí empezó una nueva etapa en la relación, una fría y distante que se extendió como la mala hierba por más de medio año. Seis meses que vivió sumida en el silencio, una pesada soledad y una sequía tan grande, que no hubo más flores silvestres en su florero.
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Actualidad.
Pisadas ligeras y escurridizas que apenas si se marcaban en los charcos de lluvia, único rastro de la tormenta que se había desatado unas horas atrás. El eco de aquel avance solo hacía que la figura siniestra y artera que lo producía se regocijara de sí mismo, bañado en la gloria temprana de lo que estaba por hacer.
Brincaba con mucha gracia, como un cazador experto al asecho de su presa y eso le hacía arder la sangre. Era joven, sí. Era un tanto inexperto, quizá. Pero era tenaz, valiente y decidido, atraparía a aquel infeliz, aunque le fuese la vida en ello.
Cuando al fin lo encerró en aquel callejón supo que el juego había terminado. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro, un gesto que le iluminó el pálido rostro que ocultaba bajo la capucha.
Frente a él, el hombre que había comenzado todo aquello. Un sujeto alto y enjuto de carnes, lo miraba derrotado, con los brazos caídos y el semblante digno de un mal perdedor.
-El rey maldito, ¿Qué hace usted tan sólo y tan lejos? -preguntó con cinismo. Darien torció un lado de sus labios en una mueca despectiva pero suavizada.
-¿Debería conocerte? -cuestionó en el mismo tono, estaba dispuesto a morir ahí antes que ser más sobajado.
-Deberías, podrías, quizá... realmente no es importante, tendremos tiempo de calidad próximamente.
Darien suspiró, al final se recargó sobre la pared que le cortaba el paso, herido y cansado no podría seguir corriendo más.
-¿Y cuál es tu plan? -el hombre sacó una cigarrera y se dejó caer para sentarse entre la inmundicia, en un acto tan natural como si de viejos amigos se tratasen le ofreció un cigarro a su captor.
-Por favor, no tengo edad para eso—rio a carcajadas. El moreno se sorprendió por primera vez, una fracción de segundo antes de comprender lo que sucedía, de reconocer aquella voz.
-Eres igual a tu padre, pensé que tomarías uno.
-No me halagues, igual te llevaré y en cortesía por lo que hiciste hace años será por las buenas, claro... si cooperas.
-Eras tan pequeño, te veías tan asustado. Y tus ojos... - Darien dio una bocanada profunda, el humo salió con fuerza-. Tus malditos ojos te salvaron ese día. ¡Los ojos de todos!
-¿Son bellos no? - El chico se bajó la capucha que le cubría el rostro, sus cabellos rubios se removieron con la ligera brisa de la noche, que se antojaba fresca y vigorizante.
-¿Y qué tal los míos? -dijo una voz desde otra esquina del callejón, un joven más alto con el rostro igualmente cubierto se unió a la conversación. El rubio lo miró de reojo, su expresión se tornó con más seriedad.
-Es como ver a sus madres en ustedes. Perturbador y reconfortante a la vez.
-Me alegra que te reconforten, porque de aquí en adelante las cosas se van a poner realmente difíciles para ti- agregó el recién llegado. Darien se levantó y tiró el cigarrillo al piso, apagándolo con su pie. Se desperezó un poco, moviendo su cabeza en varias direcciones para soltar el cuerpo y el estrés, estaba listo, se los dejó saber al extender sus brazos hacía adelante en señal de rendición.
Aquellos ojos amatista se cruzaron con los orbes esmeralda por un solo instante. Estaba hecho, era hora de volver al palacio, se dijeron sin hablar.
CONTINUARÁ...
Agradecimientos:
LitaKino1987, Minako992, Lady Jupiter, James, Genesis y todos aquellos que no dejan review pero si leen, muchas gracias! Espero que les haya gustado este nuevo capítulo, como veran actualizo rápido porque la historia me tiene atrapada y estoy super inspirada. Ya vimos un poco de que pasó con los generales al momento de cooperar jajajaja, que los chicos si quieren a sus hijas y el porque Andrew es como es... aunque aún faltan cosas por descubrir.
De nueva cuenta muchas gracias por sus comentarios, disfrutó mucho leyéndolos y básicamente esa es mi paga jajaja me hacen muy feliz.
Saludos.
