Algo que te haga sonreír.

-¡Puja! -escuchó con una voz estrambótica que apenas si entendió. Las cosas en la habitación estaban cubiertas de una bruma negra a sus ojos, no tenía fuerzas, no quería hacerlo, sólo quería dormir.

-Resiste cariño-le susurraron al oído, esa voz la reconoció de inmediato. El general estaba agazapado a su lado, sosteniendo firmemente su mano y peinando su frente-. Sólo un poco más.

Fueron muchas horas, las cosas no empezaron bien. Cuando Neflyte llegó a la habitación con ella Makoto ya estaba pálida, casi incapaz de decir palabra o de mantener los ojos abiertos. Amy llegó corriendo aun en pijama, el resto de los habitantes se levantaron alarmados por los gritos de auxilio de la peli azul que requirió de todas las mujeres en el palacio para atender de primera instancia la situación.

Como no lograron frenar la crisis, Neflyte no dudó ni un instante en aparecer en la casa de Andrew, quien tampoco había despertado. No se molestó en tocar, sino que lo sacó de la cama con todo el salvajismo del que fue capaz. El rubio al principio muy molesto y ofendido, sólo requirió ver los ojos ahogados en desesperación del general para darse cuenta que era el momento, y que algo andaba mal. Se alistó rápidamente y tomó sus cosas, con el corazon en la garganta y las manos frías y sudorosas.

Cuando ambos aparecieron en palacio, las cosas habían empeorado. Makoto no tenía fuerzas para expulsar a la niña y Amy, en el parcial conocimiento que tenía, puesto que no se le permitió seguir ejerciendo la medicina en cuanto Tokio de cristal se fundó, hacía todo lo que podía, pero no era suficiente. Andrew tomó cartas en el asunto, con toda la entereza y voluntad que pudo recoger de su preocupado ser.

-¡Ya la veo! - exclamó el rubio muerto de nervios, pero haciendo todo lo posible y hasta lo que no, para traer al mundo a su propia hija.

-Tiene que pujar de nuevo—dijo Amy preocupada, dirigiéndose al general que parecía ser al único que ella escuchaba.

-Una vez más mi amor, puja de nuevo.

-Ya no puedo. - susurró ella, mientras agarraba con poca fuerza la mano de Neflyte.

-Te prometo que sólo lo harás un par de veces más a lo mucho—dijo él tratando de animarla. La chica sonrió levemente. Sus ojos se fijaron en esos orbes marrones que siempre la habían observado con anhelo. Por un instante olvidó que el verdadero padre de la niña estaba a poca distancia, contemplando a medias la escena.

-¿Me lo prometes?

-¿Cuándo te he quedado mal?

La senshi del trueno hizo acopio de las pocas fuerzas que quedaban en ella. Pujó con decisión, conteniendo un grito de dolor que luchaba por escapar entre sus dientes. El momento había llegado, todos lo supieron cuando de la nada, una fuerte llovizna se hizo presente, acompañada de relámpagos y truenos.

Unos cuantos minutos después, para alivio de todos, el llanto de un recién nacido gobernó el silencio, haciendo sonreír incluso a Haruka, que estaba parada lejos del grupo.

-¡Amy ven! -exigió Neflyte a la peli azul, que estaba por revisar a la pequeña cuando fue requerida por el general

-Espera, tengo que ver algo...

-¡No hay tiempo! ¡Ven aquí de inmediato!

La regente del hielo corrió un poco confundida, necesitaba observar el brillo del símbolo de Júpiter en la frente de la pequeña para dar fe de su nacimiento como la próxima heredera, pero la fuerte voz del general y la urgencia que se notaba en ella, la hicieron optar por acudir a él. Cuando llegó, su amiga castaña estaba desmayada, completamente pálida y apenas respirando.

-¡Perdió mucha sangre! ¡Andrew te necesito!

El rubio doctor estaba terminando de revisar a la pequeña. Su corazón saltaba eufórico al saberse cargando a su primera hija, pero también sentía una inmensa rabia de tener que ocultarlo. El general le había dado un par de instrucciones antes de salir de su casa, cosa que pensaba pasar de largo, pero la premura de la peli azul por ayuda para volver en sí a la madre de su hija, terminó por convencerlo.

-¿Qué es este brillo? - preguntó tapando a la niña de la vista de Amy, ella giró un poco en su dirección, pero Neflyte la tomó del brazo, trayendo su atención de vuelta.

-El símbolo de Júpiter- respondió el general con rapidez. No es nada, es normal que lo tenga.

-Ya no está- mintió Andrew, cumpliendo con las líneas del libreto.

-Nefllyte, toma a la niña tenemos que atender a Mako-chan.

Andrew caminó hacia él, con la pequeña Haru en los brazos, cubierta en una cobija de un color verde pastel que se había comprado exclusivamente para ella, cortesía de Mina y su obsesión con el código de colores. Todo pareció ir en cámara lenta, el castaño había tomado varias veces a las demás niñas, pero ésta era diferente, era tan pequeña, tan indefensa, tan ajena y suya a la vez.

Andrew sintió lo mismo, no quería soltarla, quería salir corriendo con ella en los brazos y pensaba, hasta cierto punto que podía conseguirlo, pero no. Cuando Neflyte lo miró directamente lo supo, esa niña estaría mejor con él, aunque le pesara el alma. Se acercó lo suficiente, sintiendo cada latido de su acelerado corazón, consiente de cada respiración, de cada vello de su cuerpo.

Extendió sus brazos con la pequeña en ellos y Neflyte, completamente absorto en aquel diminuto ser que lo necesitaba simplemente lo tomó, de manera automática y silenciosa.

Lo demás fue un espejismo, sabía que Makoto estaría bien pero no dejaba de preocuparse por ella. Por otro lado, tenía en sus brazos a la pequeña que ya era propia desde que lo pateó por primera vez. No quería engañarse, pero cayó, porque estaba convencido que todo lo que viniera de ella, él lo amaría y así fue, hasta el final de sus días.

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Actualidad

Al quinto día del golpe, tres hombres llegaron al castillo. El aun monarca caído en desgracia venía con la mirada en alto, porque había aprendido a no bajarla, aunque el mundo se le viniera encima, al menos así fue hasta que vio a la joven de cabellos negros y ojos que emulaban los suyos mirarlo con desprecio.

Detrás de él y agarrándolo por sus amarres, un joven rubio de ojos amatista y sonrisa traviesa caminaba altivo, porque se sabía importante y lo era. El segundo hijo de la senshi del fuego y el general del este, el único general que seguía con vida.

Más atrás, con las manos en los bolsillos del pantalón y la capucha aun puesta, un joven que si traía la mirada por el suelo los seguía de cerca. Venía callado y muy quieto, lo que hizo que las demás chicas en el palacio se agolparan para averiguar de quién se trataba.

-¡Raeden! - gritó Haru desde el fondo del pasillo, la castaña se fue encima del chico sin mediar más palabra y sin contener su emoción.

Más de una se sorprendió. Estaban acostumbrados a ver a Haru como una chica muy alta a pesar de ser la más joven de todas, pero Raeden era otra cosa, según les contaron debía tener catorce años y con facilidad pasaba la altura de cualquiera de ellas, a excepción de Yune y Mirai que por herencia eran muy imponentes.

-Contrólate, me apenas- respingó el chico, cubriéndose aún más el rostro. Ares reía enfrente con descaro.

-¿No te gusta que tu hermanita te abrace? -se burló.

-¡También te extrañé, tonto! -exclamó Enya revolviendo el cabello del rubio, apenándolo de inmediato.

-¡Y yo hermanito! -gritó Nerea, jalándolo hacía ella.

La senshi del fuego y la del mar se vieron a los ojos por un momento, mientras cada una tiraba del hermano que compartían. Darien, quién no tenía la más mínima intención de luchar para salir de ahí, aun cuando nadie lo vigilaba, miró aquello con curiosidad.

-Dejen de dar un espectáculo, los hermanos estorban nada más- sentenció Mirai de mala gana, trayendo la atención hacia ella.

-¡Vamos Mirai no seas aguafiestas! -resopló Asahí-, Que la tuya sea una tonta insoportable no hace que las de las demás también. Vas a herir el corazón de tu papá.

La nueva regente del tiempo se acercó con aire maligno, la senshi del amor, que siempre había sido muy osada y de pocos pelos en la lengua, se arrepintió por un momento de aquellas palabras.

-¡Necesito hablar con usted, rey! -exclamó Freya detrás del monarca, atrayendo la mirada de todos y agarrando de nuevo las ataduras que le hacían llevar las manos a la espalda-. Y contigo Ares.

-Ya te dije que mi corazón es de otra—dijo mirando a Haru, la castaña frunció el ceño y giró hacia otro lado-. Pero vamos a ver que se te ofrece.

-Déjate de tonterías, quiero tu jadeita- gruñó la chica.

-Mejor pídeme un beso, porque no te daré a mi padre- soltó altanero, encogiendose de hombros con cínismo.

-No te lo quitaré, quiero ver al mío y necesito todas las gemas, y a este hombre desde luego.

Darien sonrió en un gesto confuso, una mezcla entre satisfacción y un toque de soberbia. No esperaba que alguna de ellas hubiera rendido su voluntad a un deseo tan sencillo como ver a sus padres, pero lo entendía. Secretamente él había pretendido hacer lo mismo, quería verlos y hablar con ellos, aunque sea una última vez, quería decirles tantas cosas.

-¿Quieren verlos?

-¡Eso no es posible! -gritó Haru, que seguía agarrada del brazo de su hermano. Raeden miraba en silencio toda la escena-. No hay manera que los traiga de vuelta.

-No los puedo revivir, pero podrían verlos.

-¿A nuestras madres también? -preguntó Nerea, sus ojos brillaban emocionados.

-No. Los cristales de sus madres responden al cristal de plata, ese no lo tengo yo.

-¡Me bastará con mi padre por el momento! -dijo Freya tirando de Darien, el hombre se removió con un poco de dolor-. Danos el cristal dorado y podrás irte, tu y esa hija tonta tuya.

-Ninguno de ustedes puede manejarlo, yo seré quién lo haga si eso quieren.

-¡No se dejen engañar! ¡No puede hacer eso! -volvió a gritar la castaña, dispuesta a todo y avanzó, pero ahora fue su hermano quien tiró de ella hacia atrás.

-Déjalo que lo intente—susurro el chico.

-Pero Readen...

-Él sabe lo que hizo... sabe que no puede traerlos si no están los cuatro.

-¡Pero lo están! ¡Aquí están las cuatro gemas! ¡Denme la nefrita! -insistió la senshi del hielo, un poco más alterada.

-¡Sobre mi cadáver! -gritó Haru enardecida.

-Eso se puede arreglar-agregó Asahí, uniéndose a la rebelión.

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15 años antes.

-Vaya, vaya- exclamó la señora Katsumoto mientras observaba a su vecina, la chica castaña y seria, sonreír como una colegiala en el portal de su propia casa. No había que ser un genio, ella también estuvo enamorada alguna vez-. Veo que las cosas van mejor, el deseo de Haru funcionó.

-Buenos días señora Katsumoto- contestó la joven un tanto avergonzada-. ¿El deseo? ¿Usted sabe lo que pidió?

-Quería verte feliz, a ti y a su padre, es una niña muy dulce y considerada- respondió-. Y por favor llámame Yaori.

-Sí Yaori, Haru es una niña demasiado tierna en ese sentido, es una lástima el mundo en el que vino a nacer. - respondió la mujer, desdibujando un poco su alegría.

-Pero ustedes huyeron, están buscando un lugar mejor y aunque este pueblo es humilde, debe ser mejor que la prisión de plata en la que estaban.

-¡Lo es! -contestó alegre-. Si él nos trajo aquí es por alguna razón, yo confío en él.

-¿Y dónde está ese hombre tuyo? -preguntó con la travesura en el rostro-. No lo vi en el mercado hoy.

-Fue a la ciudad, necesitaba algunas cosas que no encontró en el mercado—dijo sonrojada, pensando que, entre las compras para el pequeño festejo de Haru, el coqueto general había insinuado que conseguiría algo para ellos únicamente. Para su vecina no pasó desapercibido aquel gesto-. Volverá por la noche.

-¿Y que sería eso? -preguntó curiosa.

-¡Ah, pues bueno! Es que... Haru cumplirá años pronto, quiere hacerle una sorpresa. Además, es tiempo que hablemos con ella sobre... tú sabes.

-La gente que la busca-completó la mujer sin descaro-. Lo último que ha llegado al pueblo es que siguen tras la protectora de Saturno, la recompensa es enorme por entregar a la niña con la frente marcada. Por cierto, nunca he visto la marca en la frente de Haru.

-El símbolo de Júpiter-respondió rápidamente, tan segura como lo había dicho siempre, aunque fuera una vil mentira-. No lo has visto porque no lo tiene- susurró -. Ella no nació con poderes- terminó por sincerarse.

-Él no es su padre biológico ¿Cierto? - Makoto asintió con la cabeza, apenas en un movimiento perceptible-. Lo sabía.

-¿Lo sabía? ¿Cómo es eso posible? -preguntó asustada.

-Vamos, sus rasgos son demasiado fuertes y la niña no se parece en nada a él, salvo en el carácter, pero ese lo aprendes—dijo con todo el conocimiento que su experiencia le daba-. Pero, aun así, es muy difícil notarlo. ¡Me imagino lo que será cuando tengan uno propio! -agregó con alegría, Makoto se sonrojo.

-Eso no es posible, una hija nuestra sufriría más peligro que Haru. No podemos arriesgarnos.

Yaori sonrió débilmente, mientras toda la idea pasaba por su mente. Dejó el canasto con fruta que solía comprar el general para la familia en el suelo y volvió a mirar los ojos esmeraldas que se habian quedado en pausa tras su cambio de expresión.

-Es una lástima- masculló con pesar-. Pero no deberías descartar la idea, esa clase de genes no es algo que se deba extinguir tan fácilmente.

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-No hay necesidad de eso- agregó Raeden, quitándose al fin la capucha. Sus cabellos marrones, del mismo oscuro que los de su padre, colgaban al costado de su cabeza amarrados en una baja coleta. No eran tan largos como los del extinto general, pero el estilo era el mismo.

-Si interfieres niño, te detendremos a ti y a tu indefensa hermana. Somos más que ustedes. - amenazó Asahí de nueva cuenta, haciendo gala de su vanidad.

-De hecho, yo estoy con ellos—intervino Ares, adoptando una posición defensiva.

-Yo también- agregó Enya.

-Bueno, seguimos siendo más quienes queremos ver a nuestros padres—dijo Freya, mirando de reojo a Nerea y Yune.

-Como dije, no hay necesidad de pelear entre nosotros. ¿Quieren intentarlo? Hagámoslo.

-¿De qué hablas? -preguntó Haru algo consternada.

-Dame la nefrita Haru, acabemos con esto de una vez.

La chica obedeció sin objetar aquella orden, ante la mirada atónita de todos los presentes que. desde que llegó al palacio seis meses atrás, no habían dejado de ver como aquella castaña revoltosa daba órdenes a diestra y siniestra, encontrando poca objeción al respecto, pero poniendo todas las trabas posibles para obedecer a alguien más.

Readen caminó con la gema de su padre en la mano y llegó a Ares, quien sacó de su bolso la jadeita sin necesidad de que se la pidieran. Entonces fue él quien sacó de entre su chamarra las otras dos piedras y las colocó frente a Darien y Freya en el piso, con bastante separación entre cada una de ellas.

La regente de mercurio soltó al rey, un tanto sorprendida pero mucho más esperanzada en ver aparecer frente a ella a su padre, aunque fuera en una visión incorpórea que no pudiera abrazar. Había olvidado su voz, su aroma. Sólo le quedaban fotografías de una familia feliz que no conoció, algo que para ella no era real.

-Hágalo majestad, llame a sus hombres si es que aún lo son.

-¿Qué gano yo con eso? -preguntó directo a ese para de ojos esmeralda que lo veían con una inmensa calma. Era como ver a Neflyte y su paciencia, en los ojos de Makoto.

-Si los trae, a los cuatro desde luego, lo dejaré ir. A usted y a su hija.

-¿Y si no lo hago?

-Nos dará el cristal dorado.

-¡Tú no puedes manejar ese cristal! Ninguno de ustedes -bufó con gracia mientras miraba los rostros atónitos del resto de los presentes. Algunas chicas parecían estar a punto de reclamar, pero la oferta era tan interesante que la mismo Mirai, que había regresado a su distancia, se acercó para observar.

-No se preocupe por eso majestad, si no podemos usarlo no debería ser un problema por usted.

-¡No hablas por mi! -resopló Yune que salía de detrás de Nerea-. Yo no estoy de acuerdo con ese trato. ¡Quiero a este hombre muerto, muerto y enterrado!

-Confía en mí, sailor Urano-respondió el castaño. La chica de mirada mística se sonrojó involuntariamente, retrocedió un paso. El chico le sonrió levemente agradeciendo que haya cedido a su petición-. ¿Acepta usted? -preguntó rumbo a Darien.

-Acepto Júpiter, tienes un trato.

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19 años antes

-¿Neflyte? -preguntó en un hilo de voz, apenas audible. Pero el general que vivía básicamente para ella lo escuchó perfecto, se acercó a la mujer en la cama, o a lo que quedaba de ella. -¡Mi niña! -exclamó un poco más fuerte.

Él sonrió y se giró antes de llegar a ella, de un bambineto sacó un pequeño bulto envuelto en una cobija, una criatura aun de un tono rojizo, con la piel un tanto arrugada y un par de mechones cobrizos en la cabeza.

-Aquí tienes, te agradará saber que no debemos inventar una infidelidad—dijo el hombre, acercando a la niña. Ella sonrió apenas, lo que su desgastado cuerpo le permitió.

-Mi niña- dijo mientras la acunaba, Neflyte se acostó junto a ella, conocedor que no podría sostenerla el tiempo suficiente.

-Es perfecta, como su madre—Ella sonrió.

-¿Todo está bien? ¿Qué pasó? -preguntó mientras miraba a la niña, absorta en su belleza.

-No te fue muy bien, perdiste algo de sangre y estás débil. Pero ya te revisaron y te pondrás mejor, siempre que comas y descanses. Luna prohibió que vinieran a vernos, seremos nosotros tres por un buen tiempo.

-Neflyte... yo...

-Él estuvo aquí, la cargó antes que nadie—dijo sonriente, removiendo la cobija para ver también a la niña. La revisó y dijo que estaba muy bien, que está sana y perfecta. Es un engreído. -Ella volvió a sonreír-. Tuvo que irse, lo corrieron en cuanto recuperaste un poco de color, pero logré que viniera cada tercer día a verlas.

-¿Hiciste eso?

-Tengo mis trucos- respondió con orgullo.

-Engreído.

El general soltó una ligera risa, no fue suficiente para despertar a la pequeña.

-Makoto... - Ella lo miró al escuchar su nombre, el hombre estaba tan cerca, acostado junto a ambas. Lo sentía tan real que se asustó, se asustó de estar a punto de creer su propia mentira-. Makoto yo... todas mis promesas, todas están en pie contigo, con ella.

-Neflyte...

Estaba por decirle algo, cuando la puerta se abrió sin previo aviso. Luna y Artemis entraron a la habitación con calma, pero con absoluto descaro.

Ella los miró recostados juntos, con la pequeña en brazos de la senshi. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, pero no era alegría lo que la trazaba, sino gloria, una egoísta y un tanto cruel.

-No estoy de acuerdo con que irrumpan así en mi casa y molesten a mi familia.

-¿Tu familia general? ¿Se te llena la boca de orgullo al decirlo no es así?

-¡Por supuesto! Las dos mujeres más bellas del universo son mías, estoy pensando en tener un par más.

-Bastará con ella—dijo acercándose a la pequeña, Neflyte desapareció y apareció frente a Luna, cubriendo el camino a la cama con los brazos extendidos.

-Como lobo a su manada.

Luna retrocedió, Neflyte sonrió victorioso y no lo disimuló. Sabía que podía darse el lujo de enfrentar a esa mujer, después de todo ella quería algo que sólo él tenía, ese don que estaba estirando al máximo, lo único que lo mantenía con vida.

-Bienvenida pequeña Haru, larga vida a la regente de Júpiter- dijo con todo el sarcasmo que pudo.

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15 años antes.

Un hombre de medios cabellos castaños, recogidos en un pequeño chongo a la altura de su nuca, unas gafas oscuras y una actitud bastante calma, caminaba por las calles de una de las pequeñas ciudades de la provincia de Kii. Llevaba un bolso con algunas compras, entre las que figuraba un paquete envuelto en papel de regalo de color rosa y un lazo verde, el cual había comprado para su pequeña hija.

Pasó con notoria alegría por el conjunto de puestos de la gente que venía de las montañas y que solía instalarse en la plaza de la ciudad, donde fue reconocido por algunos de los vecinos a los que solía saludar en la mañana y que, habían viajado con él en el transporte que comunicaba ambas localidades.

Iba de regreso, apenas era medio día, pero salió tan temprano de su hogar con el firme propósito de estar de vuelta lo más pronto posible. No le gustaba dejar solas a su mujer y su hija, a pesar que sabía que ella podría defenderse sola, pero estaba tan unido a ella, que la sola idea de no verla le provocaba un poco de angustia, un vacío que no podía explicar.

Dio vuelta dos calles antes de llegar a la central de autobuses, donde tuvo que atravesar por un callejón un poco abandonado. Se metió en él y caminó hasta el fondo, donde una puerta oxidada y vieja marcaba la entrada un misterioso lugar.

No necesitó tocar, simplemente jaló la perilla y en un segundo estaba adentro, caminando entre un estrecho pasillo y unas escaleras que lo llevaron a un sótano. La única luz que entraba era la que dejaba pasar una ventana rota y la de un foco amarillo y opaco por el polvo.

-General- escuchó a sus espaldas, una voz suave pero imponente llamó su atención.

-A sus órdenes- respondió él, girando hacia donde había sido requerido y haciendo una pequeña reverencia, la figura frente a él respondió igual. Neflyte sonrió satisfecho.

-Me alegra verlo, debo admitir que tenía mis dudas.

-Nunca dude de mí, soy un hombre de palabra.

-¿Trae lo que le pedí?

Neflyte asintió con la cabeza y caminó hacia un pequeño mostrador polvoriento. El lugar parecía estar lleno de antigüedades olvidadas, cosas roídas y guardapolvos, baratijas inservibles que juntaban alimañas pero que, a la vez, parecían pequeños tesoros.

Limpió con el dorso de su mano una parte de la madera y sacó de entre sus ropas una pequeña bolsa de tela, que atesoraba como su vida. Deshizo el nudo y vació su contenido en su palma antes de ponerlo sobre el lugar que había limpiado. La zoicita y el cristal de mercurio, opacos y grises como piedras cualesquiera cayeron de inmediato.

La persona frente a él caminó hasta donde estaban las gemas y las tomó con cuidado, observándolas con detenimiento por un largo rato.

-Ah sido una pena que tuvieran que irse- musitó con tristeza.

-Hay cosas peores que la muerte- respondió él, estaba seguro de sus palabras, pero no por eso no le dolían. Sus manos manchadas de sangre le picaban por las noches, el recuerdo de sus amigos no lo dejaban dormir de vez en cuando.

-¿Las dejarás aquí?

-No puedo llevarlas siempre, si pasan mucho tiempo con Makoto y conmigo comenzaran a reaccionar, será más fácil localizarnos. No le dejo las nuestras porque las necesitaremos pronto.

-No será pronto-respondió-. Lo sabe ¿No? - Neflyte asintió con la cabeza -. Buscan a saturno, las fuerzas de todos están reunidas en su localización, podrían toparse con ustedes y su orden es dejarlos pasar. Espero que eso no sea un golpe a su orgullo.

-Sobreviviré. - se burló.

-Ese es el objetivo, general Neflyte.

-Bueno, debo irme tengo que … - pero aquella persona no dejó al hombre terminar su frase, acercándose con lentitud a él lo tomó del hombro y lo presionó con fuerza.

-Lo siento, no puedo dejar que se vaya en este momento- El hombre abrió los ojos sorprendido, no estaba en sus planes una interrupción mayor-. Necesitamos aclarar algo más acerca de este descabellado plan que tiene en manos.

-Salvar a mi familia no tiene nada de descabellado—dijo él, soltándose del agarre.

-Lo tiene general, tiene un toque de locura, pero lo peor de todo, tiene un precio, ¿Está usted dispuesto a pagar?

-Con mi vida, si es necesario. -respondió sin dudar.

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Flashback

El humo que despedía el cuerpo de aquel hombre tirado al suelo, no era más que la evidencia del terrible daño que había sufrido. Estaba a punto de desmayarse, su pecho subía y bajaba con suma dificultad y sus ojos marrones, parecían despedir el último brillo de un condenado a muerte.

Centró su atención a lo lejos, un fuerte rayo caía en aquel llano, el suelo se estremeció bajo él. Comenzaba a llover, sintió las primeras gotas pegar en su rostro herido y sangrante, aunque pudiera tratarse también de su llanto, o una mezcla de ambos.

-Neflyte - escuchó frente a él -. Mi amigo y hermano.

-Darien- respondió en un pesado susurro, casi inaudible.

-Esto no debió terminar así, no puedo creer que hayas asesinado a todos por defender tu punto- reclamó el moreno, realmente consternado.

-No hubiera sido necesario si hubieras tenido pantalones para defender lo que tú mismo anhelas.

Darien se agachó hacia el moribundo hombre. Él también estaba golpeado y con heridas de mucha consideración, pero el castaño llevaba claramente las de perder. Neflyte se sentó, recargándose en el tronco de un árbol que ya solo era la mitad de su tamaño original.

-No olvido que te debo un favor, pídemelo, dime que los perdone y volverán a palacio, yo intercederé por ustedes.

-Hay cosas peores que la muerte—dijo él, en un agónico susurro-. Pero te pediré algo.

-Bien, soy un hombre de palabra.

-Mis hijos y Ares, que es como si lo fuera.

-¿Qué hay con ellos? -preguntó frunciendo el ceño, su mirada clavada en él.

-Si los ves, déjalos ir.

-¡Imposible! Quizá podría hacerlo con los niños, pero tu hija...

La frase del monarca fue interrumpida por una intensa tos del general, que lo hizo escupir sangre y gritar de dolor. En un acto reflejo, el pelinegro se arrodilló frente a él y lo ayudó a detenerse, era su enemigo, sí, pero también era el último de sus amigos con vida.

-Si ves algo en ellos- continuó casi muerto-, algo que te haga sonreír. Déjalos ir. Promételo.

-Te lo prometo, te doy mi palabra- respondió sin dudar.

CONTINUARÁ...

Muchas gracias a todos por leer.

Ando algo corta de tiempo, pero saben que siempre leo sus comentarios y me encanta, los aprecio mucho en verdad.

LitaKino1987, Ladi Júpiter, Jovides1, Minako992, Genesis, Abel y lectores anónimos, gracias por su preferencia.

Saludos.