72 horas

19 años antes.

No podía esperar. Ciertamente nunca había sido tan feliz como esos tres días en los que, por decisión propia, él se había vuelto padre de una bella y saludable niña de ojos esmeraldas, los cuales lucían realmente impresionantes en una criatura tan pequeña.

Así que cuando los otros tres generales acudieron aquella mañana al jardín de juegos con sus respectivas hijas como era su costumbre, se llevaron la grata sorpresa del hombre castaño, con la sonrisa más radiante que le habían visto en su vida, sosteniendo entre sus brazos a lo que ellos estaban seguros, era su pequeña hija.

Jadeite fue el primero en acercarse a verla, igual de sonriente y feliz.

-Eres un maldito afortunado, no se parece en nada a ti—dijo con alegría, Neflyte se sintió un poco pero no dejó que lo notaran-. Es tan bella como su madre.

-Realmente lo es- contestó él, lleno de orgullo.

-¿Cómo está Makoto? -preguntó Kunzite en cuanto dejó a Asahí en el arenero y volvió hacia el resto.

-Mejor, ahora está el doctor con ella, saqué a la niña para que no los molestara—El hombre plateado hizo un fugaz gesto con la ceja, algo que no pasó desapercibido por Neflyte.

-Esperemos que pronto se recupere- agregó Zoycite, destapando un poco a la criatura para verla-. Será una niña alta, se ve.

-Mírennos aquí, hablando como si supiéramos—se mofó el castaño, preocupado por la expresión de su comandante.

-Ahora sabrás lo que sentimos cada vez que venías a increparnos con tus sueños de rebeldía.

-Si, desde luego—dijo para salir del paso, pero la realidad era otra. Mirar esa pequeña niña que parecía tan indefensa solo le alentaba a buscar una salida, más que nunca antes.

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15 años antes.

Estaba aterrada. No dejaba de dar vueltas por la casa revisando cada ventana y cada puerta. Neflyte no estaba, tenía un día sin venir y ella simplemente quería volverse loca.

Se obligó a si misma a mantener la cordura. Después de todo, Haru no dejaba de verla como exigiendo una explicación y tenía que controlarse por ella. Además, habían hablado de esto muchas veces, la posibilidad de que él desapareciera, porque para llegar a ella, pudieran usarlo.

Neflyte le había dicho que le diera tres días de ventaja. Si algún día él fuera atacado, setenta y dos horas bastarían para liberarse o morir. Le pidió que lo esperara ese tiempo, fuera de ahí debería tomar a la niña y correr, podría hacerlo sola, sólo era cuestión de enfocarse y no rendirse jamás.

Pero no quería, recientemente había logrado recuperar su confianza y tenerlo de vuelta para ella, a pesar de las múltiples veces en que ella le había fallado, él seguía ahí. Irse y dejarlo, aunque ese fuera el plan, se sentía como traición, y no quería traicionarlo más. Lo amaba, profundamente lo amaba y no quería perderlo otra vez.

-¿Has sabido algo? -preguntó a Yaori, que era quién se enteraba de las últimas noticias con mayor facilidad. La mujer negó con la cabeza, nada en las noticias, nada en los rumores.

-Él estará bien, ya lo verás. Puedes dejarme a Haru si quieres salir a buscarlo.

La oferta le resultó tentadora pero no, él le dijo que lo esperara y después huyera. Debía hacerlo.

-Él vendrá, me prometió que volvería y jamás me ha fallado- sentenció preocupada pero con la esperanza de que sus palabras se hicieran realidad.

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Actualidad.

Freya desató a Darien y éste, se sobó las muñecas en el acto. Las demás chicas se transformaron antes de eso, bajo la amenaza de atacar sin piedad ante cualquier movimiento del antiguo monarca.

Raeden se paró frente a Haru, que de igual manera buscó como mirar por un costado de su hermano, estaba asustada pero intrigada de lo que pasaría a continuación.

-Cuando esté listo señor- lo instó con cortesía, demasiada para un chico de su edad. Darien asintió con la cabeza y comenzó a reunir energía en su mano derecha. Después de un tiempo, hizo un movimiento en dirección a las gemas,

Los cuatro pedazos de cristal comenzaron a brillar, ante la mirada atónita y emocionada de la mayoría de las personas reunidas. Haru tragó saliva, el corazón le latía desaforadamente. Raeden miraba tranquilo, sus labios un poco separados, su respiración demasiado pausada.

La zoicita, la kunzita y la jadeita comenzaron a emanar una especie de humo que crecía en forma de columna. Los hijos de estos tres generales no pudieron evitar sonreír, todos tenían el anhelo de verlos de nuevo, aunque no todos lo expresaran. La nefrita seguía ahí, brillando en el suelo, pero nada más.

Fue mucho esfuerzo, pero la situación no avanzaba Darien se cansó después de unos minutos y todas las gemas volvieron a lo mismo, como si fueran cualquier piedra dejada por ahí.

-¡¿Pero que rayos?! -preguntó Freya molesta, sus ojos azules parecían estar a punto de derramar lágrimas sin control.

-No lo entiendo- murmuró Darien, decepcionado y triste.

-Requiere a los cuatro para hacerlo, ¿No es así? -preguntó Haru desafiante. Todas las miradas se clavaron en ella.

-¡Eso es! ¡Esa no es la nefrita! -gritó Asahí, corriendo hacia la gema en cuestión y tomándola en su mano. La revisó, ante la objeción dibujada en el rostro de la castaña, pero si era, la rubia lo comprobó y su mirada volvió a la insatisfacción. Tomó la kunzita y las otras dos piedras y se las entregó a Raeden, quién solo tuvo que extender la mano para recibirlas.

-Son ellos.

-Son las gemas, señor. Y quizá lo hubiera conseguido, pero usted parece no recordar lo que hizo aquella tarde, hace cinco años.

Flash back.

Darien se levantó y se retiró un poco para ver, por última vez a su amigo entrañable, ese hombre al que nunca comprendió del todo pero que si lo comprendía a él. El revoltoso del grupo, el hombre coqueto que gustaba de sonreír a cuánta mujer se pasara por enfrente pero que nunca tuvo ojos para nadie más, nadie que no fuera la senshi del trueno, su también amiga y confidente, la que entendía su soledad.

El seguía respirando, sus ojos castaños miraban a lo lejos, donde la tormenta eléctrica hacia acto de presencia y engalanaba el cielo con su luz y poderío, después de todo, esa noche era su noche, en la que estarían juntos por siempre.

Realmente no lo quería, pero no había otra salida. Alzó su mano dispuesto a dar la estocada final y terminar con el sufrimiento, porque ese cuerpo tirado frente a él moría de a lento, pero seguro. Estaba por despedirse cuando una voz a sus espaldas llamó su atención.

-¡Détente! -gritó desgarradoramente. La voz de Makoto retumbó como trueno en aquel bosque que había sido disminuido a nada.

-Makoto- susurró Neflyte, con las pocas fuerzas que le quedaban.

La regente del trueno estaba mal herida, su rostro tenía llagas y golpes que opacaban su belleza, sus ojos estaban tristes, vencidos y asustados. Sin embargo, traía fuertemente agarrada a la princesa, un brazo por su cintura y el otro por los hombros, estaba lista para deshacerse de ella si no cumplían sus demandas.

-¡Serena! - gritó Darien cuando vio a su esposa presa de su compañera.

-Es un intercambio injusto, pero necesario- gruñó.

-¿Injusto? -preguntó Darien, dándole la espalda a Neflyte. Él no era un peligro, lo verdaderamente peligroso era aquella mujer.

-Te daré a Serena, y tú me darás al hombre que amo.

No era un secreto que Darien no amaba a Serena, su corazón se había entristecido la tarde en que Setsuna desapareció para no volver. Pero la quería, después de todo era la madre de su hija menor, la pequeña dama a quien si amaba con locura.

-Tómalo, no le queda mucho tiempo.

Darien se movió y terminó con el poder que tenía acumulado. Makoto y Serena miraron sorprendidas, la castaña no estaba convencida que no fuera una trampa. Sin embargo, lo necesitaba. Caminó hacia él y con fuerza arrojó a Serena a sus brazos, mientras corría rumbo al general, que estaba a una nada de dar su último suspiro.

-Mi amor, mi querido Neflyte, eh llegado por ti. —le susurró con los labios pegados a su frente, mientras se arrodillaba junto a él. El general le sonrió apenas, luchaba por abrir sus ojos.

-Es el día- dijo vagamente, su voz apenas audible.

-Es nuestro día- contestó ella, ante la mirada impactada de los monarcas que pensaron que seguiría luchando-. No hay nadie con quién deseara más pasar mis últimos momentos.

-Ni yo. —Neflyte volvió a toser sangre, sus ojos marrones se cerraron por última vez mientras Makoto lo acunaba en sus brazos. La transformación de ambos se deshizo, ella sostuvo tanto el cristal de Júpiter como la nefrita en su puño, el cual apretó con fuerza y llevó a un lugar estratégico entre el corazón de ambos.

-¡Ay tan tiernos siempre! Casi me hacen pensar que su lucha valía la pena.

Luna se acercó detrás de ellos, la mujer también estaba herida pero considerablemente menos que la princesa incluso. Pero solo los monarcas voltearon a verla, Makoto seguía besando constantemente el rostro de su amado, el que se apagaba de a poco.

-Vámonos de aquí, no les queda mucho tiempo—Dijo Darien, girando con Serena en los brazos. Pero la mujer de cabellos negros les cortó el paso, obligándolos a detenerse.

-No puede quedar rastro de ellos, destrúyelos ahora.

-No es necesario Luna, es todo, Serena y yo nos vamos.

-¡Ellos mataron a sus amigos! No mostraron piedad por ninguno, ni por el niño ese.

Darien recordó entonces las palabras de Neflyte, el general le acababa de confiar la vida de sus dos hijos y de Ares. Sólo él sabía que los tres estaban con vida, escondidos seguramente cerca y quizá, hasta viendo la escena. Todos creían que el hijo de Rei y Jadeite había muerto con ellos en la batalla hacía tres años atrás, pero el hombre de cabellos negros los vio, cuando el general los hizo escapar.

-¡No lo haré! Yo no soy un asesino y Serena tampoco lo hará.

La rubia lo miró compungida, pero aliviada de que interviniera para evitar que ella tuviera que acabar con su amiga, a la que seguía estimando demasiado.

-Lo haré yo entonces- sentenció la antes gata -. Siempre supe que no tenías los pantalones necesarios para hacer las cosas importantes.

-¡No Luna! -chilló Serena entre llantos-. ¡Déjalos ya, no están transformados, perdieron a sus hijos, no pueden sufrir más! Déjalos morir juntos en paz.

-No quiero un mundo sin mis hijos y sin el hombre que amo—dijo Makoto sin mirarlos, sus ojos clavados en el general con devoción fueron motivo de envidia para la rubia, que nunca había sido mirada así-. Si ellos no están, mátenme también. Serena...

-¿Si Makoto?

-Soy la guerrera de la lealtad y la valentía, déjame morir como tal, leal a mi familia.

Unos minutos después, el cielo se iluminó de un cálido blanco, un rayo fulgoroso y espectacular hizo la noche día por unos segundos, por el instante en que dos esencias desaparecieron de esta tierra, juntas y eternamente enamoradas.

Fin de flashback

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-Los borraron, no sólo se deshicieron de ellos como mis padres de sus compañeros, ellos fueron borrados del universo.

-Yo no... -Darien abrió sus ojos tremendamente impactado, estuvo ahí y lo vio, dejó que pasara. Sabía que había sido excesivo, todo manipulado por esa mujer y su sed de venganza-. Me fui de ahí porque él me lo pidió.

-Borrados... - murmuró Freya. Tuvo que retroceder presa de un amargo sabor a tristeza y desolación. -Usted nunca podrá llamar a los generales, sólo hay tres de los cuatro- insistió Ares, con el rostro encendido en furia.

-Aun así- intervino Haru saliendo de detrás de su hermano y caminando rumbo al rey, estaba abatido y con la mirada clavada en el suelo, donde antes estaban las gemas-. Aun así, usted nos salvó y es por eso que no le haremos daño.

-¡Pero Haru! -gruñó Asahí, que también estaba consternada-. Él les hizo a tus padres algo peor que la muerte.

-Él cumplió la última promesa de mi padre, por eso Ares, Raeden y yo estamos aquí- la castaña tomó al hombre por el brazo, como quién abraza a un ser querido. Darien no pudo evitar notar el aroma a rosas, el que siempre tenía su madre-. Lo llevaré con su hija Chibiusa, será nuestro rehén hasta que Luna venga, después dependerá de usted.

Darien se inclinó un poco y besó a la chica en la frente, unas traicioneras lágrimas rodaron por sus mejillas, conmovido por aquel recuerdo que había tratado de ahogar los últimos años. Caminó con ella sin objetar, como si lo hubiera hecho muchas veces antes.

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15 años antes.

Los tres días pasaron, lentos, irónicamente rápidos, pero mucho más angustiosos. Makoto no había dormido ni una sola de las noches, sus ojos llevaban las ojeras producto de su desesperación y del llanto contenido, aquel que no podía liberar para no asustar a Haru que no dejaba de preguntar por su padre.

Hizo la maleta, estaba junto a la puerta aguardando la madrugada, la hora indicada para salir. Se despidió de la señora Katsumoto, agradeciendo sus atenciones y asegurándole que, de salir victoriosa, volvería a visitarla. Suplicándole también que, si por azares del destino, Haru volvía sola o sabía de alguna forma que ella andaba por ahí a la deriva, la recogiera como propia y le contara de ellos, que le hablara de lo mucho que sus padres la amaban. La posibilidad era minúscula, pero en su corazón necesitaba encargarle a su hija a cualquiera con la humanidad para recibirla.

No había dejado de llover, sabía que el clima estaba coludido con ella y su estado de ánimo. Algunos truenos y relámpagos cortaban el pesado silencio que se cernía sobre la última noche en las montañas. Su corazón latía frenético, mientras le pedía a cada deidad conocida que trajera de vuelta a su hombre, al dueño de su corazón.

Se quedó dormida en medio del sillón, con la chimenea encendida y las rodillas recogidas en su pecho. El llanto le ganó toda vez que se vio sola, toda vez que recordó aquellas veces en las que ella, consciente o inconscientemente le había roto a él su corazón. Todo ese tiempo desperdiciado, pero no, recapacitó y se dio cuenta que sólo fue medianamente desperdiciado porque, aunque lo de Andrew era un espejismo de amor, de ahí había salido la persona más importante en su vida, la pequeña que dormía tranquilamente en la otra habitación. No dejó de pensar en cuanto aquel hombre amaba también a su hija, a una niña que no era físicamente de él, pero sí de su corazón.

Así que lloró, lloró por el hombre que la amó desde siempre, lloró por la hija que se quedó sin padres después de tener dos, lloró por Amy y Zoycite, por Freya, lloró por ella y lloró, por la vida que ya deseaba y que parecía que no iba a tener. Lloró por todo eso, incluso después que el sueño la venció.

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19 años antes.

Volvía a su habitación después de pasar un tiempo con la niña y sus amigos. Era feliz, más feliz de lo que había sido nunca. En sus brazos atesoraba lo más valioso que tenía, una niña que, siendo parte de ella, era parte de él.

Entró de golpe, emocionado y dispuesto una vez más a decirle a la chica de ojos verdes y brillantes que la amaba, que ella y su hija eran todo para él. Pero lo que vio, cambió su semblante en cuestión de una fracción de segundo.

En la cama, acostada aun convaleciente, la razón de su alegría. Sentado a su lado, con sus labios puestos en ella, el rubio hombre padre de la criatura que sostenía.

-¡Neflyte! - exclamó asustada, Andrew giró lentamente, un poco asustado también, pero más que nada feliz.

Neflyte adoptó el gesto serio e inquebrantable que siempre lo caracterizaba. Cerró la puerta tras él, estoico, aunque estuviera sangrando por dentro.

-Deberían cerrar bien la puerta, pudo ser cualquiera y no yo.

-Quiero sostener a mi hija—dijo Andrew mientras se ponía en pie frente a él, exigiendo a la niña.

Neflyte lo miró desafiante, luego miró a la pequeña. Todo volvió a su lugar en un parpadeo, le entregó a la niña mientras clavaba la mirada en la senshi del trueno. Ella parecía pedirle perdón con la mirada, pero él decidió esquivarla, dolido y humillado.

-¡Mi hermosa niña! - dijo Andrew meciendo a la pequeña, estaba absorto en ella, no se dio cuenta del daño que hacía.

-Estaré afuera, cuidando—dijo antes de salir por la puerta, azotándola fuertemente.

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15 años antes.

La despertó una caricia en el rostro, una cálida sensación que realmente la asustó en primera instancia. Tardó en enfocar, estaba profundamente dormida y aquello vaya que, si la pilló de sorpresa, aún más cuando vio aquel rostro sereno y varonil que tenía una enorme sonrisa en él.

-¡Por todos los kamis! -chilló emocionada-. ¡Creí que te había perdido! - dijo entre llantos.

-Mientras esté vivo, volveré siempre a ti—le dijo él, besándole la frente.

-¿Dónde has estado? ¿Qué te pasó? Yo estaba por...

Makoto lo besaba en todo el rostro entre cada pregunta, él apenas pudo notar la maleta en la puerta, sonrió aún más al saber que ella iba a seguir su instrucción.

-Es una larga historia, quiero bañarme y te cuento todo.

Makoto seguía echada en el sillón, apenas sentada lo suficiente para quedar a la altura de él, que estaba con una rodilla en el suelo. Neflyte la tomó del rostro para controlarla, buscó sus labios y los besó con dulzura. La posición era incómoda, así que Makoto lo apartó un poco para ponerse de pie.

-Vamos, ve a bañarte mientras te hago algo de comer, ¿Seguro que estás bien? —le dijo mientras lo tomaba de la mano y lo guiaba por la sala. El asintió con la cabeza y entró en el baño, ella seguía suspirando mientras iba a la cocina. El corazón le había vuelto al pecho, estaba muy feliz y no podía dejar de llorar.

Poco tiempo después estaban ambos sentados a la barra. Ella lo miraba con mucha devoción mientras comía, cada gesto y movimiento le parecían únicos, encantadores y fascinantes. Se reprochó a sí misma por esperar a sentir que lo perdía para apreciarlo como es. No era perfecto, era arrogante y vanidoso, un hombre frío y meticuloso en muchos aspectos, pero siempre había dejado claro que era de ella, con todos los defectos y virtudes.

-Creo que es momento de que hablemos del futuro—dijo mientras terminaba con lo último de su plato. Ella se sobresaltó un poco-. Espero que no creyeras que nos esconderíamos toda la vida.

-No eres de los que huyen, según entiendo- él sonrió glorioso.

-No lo soy, quiero llegar a tener un solo hogar y envejecer ahí- dijo muy seguro-. Así que lo que estoy por contarte, es el plan para los siguientes años. Tú, Haru y yo podremos hacerlo si nos apegamos a él.

-¿Haru? Pero ella no tiene poderes.

-No los necesita, seguramente será fuerte como tú y yo le enseñaré lo que sé. Así que pon mucha atención, esto es algo que no puedo repetir muchas veces. Confía en mí.

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Tardó un tiempo en procesar toda esa información, él sabía que era demasiado para una sola noche así que no la presionó, en su lugar fue a revisar a la niña que dormía en la habitación mientras ella daba vuelta a todo en su mente. La dejó unos minutos y volvió, esperando responder algunas dudas.

-Dime, ¿Quieres que hablemos de algo?

-No, todo está claro ahora—dijo solemne. Neflyte se sorprendió-. Eres un... no sé lo que eres-remató con una sonrisa.

-Vaya, nunca me había topado con alguien que no pudiera encontrar un insulto para mí.

-Debería estar enojada por traerme hasta aquí sin decirme todo esto antes. Pero tuviste razón, hace unos meses hubiera creído que eres un demente.

-Soy un loco, eso es verdad. Un loco que quiere una vida tranquila y feliz para ti y tu hija, y de paso también para mí por supuesto. Lo quería para todos, pero no fue posible convencerlos.

-Quizá alguno...

-No, no guardes esperanzas sobre eso- sentenció tajante-. Vendrán por nosotros como Amy y Zoycite, se verán normales, pero no serán ellos mismos, no se pondrán en nuestro lugar—Ella lo miró con tristeza -. Pero aún faltan muchos años, tendremos una ventana de tranquilidad según las estrellas.

-¿Así que podríamos hacer lo que quisiéramos? -cuestionó la chica.

-¿Qué tienes en mente? -preguntó travieso.

-No puedo esperar, me debes algo y esta noche lo quiero- sonrió insinuante.

-Qué clase de hombre sería si no pagara mis deudas ¿No crees? -contestó siguiéndole el juego, con esa mirada juguetona que le había valido la fama de don juan.

Caminaron hasta la alcoba donde cerraron la puerta apenas unos instantes antes que ella saltara sobre él, comiéndoselo a besos.

-Espera mujer, hablamos de esto- alcanzó a decir cuando los labios de ella se fueron sobre su cuello, jadeaba complacido, pero aún tenía la mente fría para aquellos temas.

-¿Sería tan terrible? -preguntó viéndolo a los ojos, él la cargaba tomada por las piernas.

-¿Hablas en serio? -dudó él, traidoramente emocionado, su meticulosidad amenazaba con abandonar el lugar, pero una vez más logró controlarse-. No te mentiré, he deseado un hijo propio desde hace mucho. Pero Haru lo es, la siento mía como si fuera mi sangre.

-Y entre todos tus planes, ¿No le diste un lugar a una sorpresa como esa? - respondió ella mientras volvía a besarlo, desarmándolo por completo.

No estaba seguro, no había estado más asustado en su vida. Pero aquella persona con quién había estado los últimos días le había confirmado lo que él ya sospechaba, venían un par de años tranquilos para ellos, si quería ser padre biológico alguna vez, quizá ese era el momento, su corazón saltaba desaforado ante la idea.

-Cuando esto acabe. Cuando hallamos vencido. —le susurró al oído-. Que el universo hable.

Ella asintió con un "de acuerdo", apenas audible, mientras él comenzaba a recorrer su cuerpo de nuevo con sus dedos finos pero poderosos. Quería disfrutarla al máximo, quería llenarse de ella por primera vez de forma física, por milésima vez de forma espiritual. Porque puede que ella no lo supiera, pero para él, ya habían hecho el amor muchas veces. Cada que ella le sonreía, cada que lo besaba fingido o no, porque ella pudiera decir que eran besos acordados, pero él los sabía reales desde aquel día en el invernadero.

Se deshizo de su blusa con suma facilidad, arrojándola de inmediato al suelo. Fue seguida por la sudadera del general, y después su propia playera. Besar esa piel salada por primera vez era su gloria, el bálsamo de su alma para tres terribles días donde creyó perderlo. Y es que nunca antes se había sentido tan lejos de él, ni siquiera cuando lo dejó unos meses atrás, cegada por sus propios caprichos.

Tocó aquel pecho firme y trabajado, con el que había soñado antes pero no lo había admitido. Lo besó con deseo y añoranza, alegrándose con sus pequeños gemidos de placer. Él la amaba, sí. Pero él ya había hecho suficiente por ella, esta noche era para el general, para demostrarle que era más que correspondido, era deseado y necesitado no como un salvador, sino como un hombre que lo merecía.

Lo tumbó en la cama y se montó sobre él, dejándolo apreciar sus pechos desnudos después que él se deshizo del sujetador. Sonreía, porque estaba feliz, feliz y extasiado. Makoto lo sujeto de las muñecas contra la cama, él se sorprendió demasiado y tuvo que contener una risa traviesa para no avergonzarla, pero la expresión en su rostro no tenía precio y ella simplemente lo adoraba. Lo besó con mucha fuerza, con todo el deseo contenido de tantos años juntos. Bajó por su barbilla de nuevo, hasta el cuello y luego a través de sus pectorales hasta llegar a su cadera, donde al fin se detuvo.

-Cariño, no pensé que tuvieras esos gustos.

-¡Cállate tonto! -rio ligeramente abochornada.

Brincó un poco hacia atrás para poder desabrochar sus pantalones, él tuvo que ayudarle, era evidente que ella no era una experta en eso, pero a él no le importó, agradecía el esfuerzo. La castaña aprovechó para deshacerse ella misma del resto de su ropa y volvió a él, dispuesta a entregarse por completo.

-¿Estás seguro? - volvió a preguntar cuando sintió su humedad uniéndose a la de él, a su latente y firme anatomía.

-Estoy seguro de amar lo que tengo ahora, y luchar por lo que venga después.

Ella dio oportunidad para que Neflyte fuera por la protección que había conseguido y volviera corriendo a su lado. No necesitaba más, el mismo lo había dicho, ella y Haru eran su familia y eso bastaba. Aunque algo en ella deseaba regresarle tanto de lo que él le había dado todos estos años.

En cuanto volvió recuperó el lugar donde estaba delirantemente aprisionado, la tomó de la cadera y la dirigió hacia el punto exacto, entrando en ella con un poco de dificultad, pero con mucha necesidad. Los ojos de Makoto vagaron hacia el cielo, sintiendo la firmeza del general cada vez más dentro de ella, cada vez más al fondo, cada vez más suyo. Neflyte también gimió perdido en su calidez, abandonado a ella.

Sus movimientos comenzaron a intensificarse, aumentando la velocidad y dejándose arrastrar por el deseo. Eran el uno del otro desde hacía mucho tiempo, pero lo carnal también era importante y por fin habían conseguido tenerse y disfrutarse. Eran uno, lo más fuerte que estaba sobre la tierra en ese momento.

Se amaron hasta el amanecer y todavía después de eso, en todas las formas, posiciones y ritmos que se les ocurrieron, no hubo necesidad que no cubrieran, centímetro de piel que no fuera besado esa noche. No pararon hasta que se hubieron saciados uno del otro, al menos por ese día.

El general no tuvo ningún reparo en terminar en ella cuantas veces fue necesario, refugiado en la tranquilidad de estarla cuidando, aunque sabía que no era seguro del todo. ¿Tenía miedo? Si, ponía en peligro todos sus planes futuros, pero ¿No habían sido ellos quienes le robaron el derecho en primera instancia? Le crearon una necesidad que no había podido satisfacer por no darles un arma, una heredera. Pero él la quería, quería una hija de su carne y no es que no amara a Haru con todo su corazón, tenía tanto amor que dar que una niña más, como era el plan original cuando quería traer a Yune con ellos, no estorbaría. Después de todo, ¿Qué podría salir mal?

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Cuando por fin despertó, la hermosa castaña de ojos verdes que tenía en sus brazos apenas pasaba el metro de altura. El general sonrió al verse timado, pero era usual que Haru fuera a acostarse con él apenas despertaba, la traviesa volvía a dormirse si era demasiado temprano.

Salió de la cama con calma para no despertarla y se dirigió a la cocina en busca de su mujer. Ella no estaba ahí, pero afuera llovía con fuerza, así que sabía dónde encontrarla. Se había prometido a sí mismo no preguntar a las estrellas por su futuro como familia, después de todo no buscaban otro hijo en ese momento, habría tiempo de sobra, al menos eso esperaba, cuando hubieran derrotado al mal.

Ella estaba afuera, como cada día de tormenta. Su camisón empapado por la lluvia se ceñía a su cuerpo, el que apenas había conocido por primera vez anoche.

Era una obra de arte, un espejismo y un sueño. La miraba llamar a los rayos sobre ella sin que un cabello se moviera. Sus ojos en otro tiempo verdes y brillantes ahora eran blancos y llenos de luz, estaba en su elemento, recobrando aquellas fuerzas que iba a necesitar en un futuro. Esa era su mujer, lo sabía de cierto.

Sonrió al pensar que el peor error que el reino de plata pudo cometer fue unirlos, porque juntos dominaban el cielo, dentro y fuera de la tierra y ahora eran uno sólo, y lo serían hasta el final de sus días.

CONTINUARÁ...

Agradecimientos:

Pues bien, otro capitulo más de esta historia que me roba el sueño, espero que ustedes estén tan emocionados de leera como yo de escribirla.

James, thank you!

LitaKino: Yo sé que te hago cambiar de opinión por algunos personajes, a lo mejor les quedo debiendo que pasó en el semi secuestro... pero eso lo sabremos más adelante, si les doy todo ahorita les arruino el final jajaja. Pues Mako ya se dio cuenta, dejó de llorar por ella y ahora llora por él, ya abrió los ojos y las piernas jajaja... en fin, que viva el amor.

Ladi Jupiter, Ares y Raeden son bien divertidos jajaja aunque anden serios... Serán un buen problema ahora que ya hablemos más de la actualidad puesto que ya se está por terminar la historia del pasado más vieja. Traer a los generales pues no... Darien no puede... veamos que pasa más adelante.

Genesis: Pues sí, Mako ya se rindió ante el general, que lo aproveche antes que las cosas se pongan mal.

Minako992: Ay... si eran amigos... .bueno no jajajaja. Ya cruzaron la linea de no retorno, pero se veía venir... como no se iba a enamorar de él si es un encanto? Por cierto, ya viene la siguiente parejita... ahí anda rondando, espero te guste.

Jovides1: Bueno, ansiosa de tus comentarios! No estuvo tan intenso su encuentro, pero el fic no es tan romántico ni pasional como el otro... pero ahí va y no, aquí no fabrican a Raeden... más adelante aunque no mucho jajaja.

Lector anónimo, muchas gracais por leer... Espero sus comentairos!