Calisto.

5 años antes.

El monarca, aquel hombre de ojos tristes y azules y semblante desencajado. El patético sujeto que se había quedado sin sus amigos, sin sus compañeros, sin el amor de su vida, decidió dar una última vuelta por las ruinas del bosque donde había enfrentado su última batalla.

Cada que parpadeaba miraba por un instante ese par de ojos esmeralda que se extinguieron frente a él, aunque estaba muy lejos de ser lo último que ellos vieron. Porque tanto Makoto como Neflyte decidieron ignorarlos, se miraron a los ojos. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el general logró enfocar su vista en ella y ella en él, así que murieron mirándose, abrazados fuertemente.

Y los envidiaba, le hervía la sangre pensando que hubiera dado todo por morir de esa manera. Valiente, decidido, agarrado con todas sus fuerzas de la mujer que amaba, de aquella alta morena de cabellos largos y oscuros que se extinguió una tarde, hace más de quince años. Pateó entonces con coraje una roca a sus pies, ésta se estrelló contra un árbol y ante sus ojos, el tronco se partió.

Asustado fue hacia el lugar y levantó la roca, completamente intacta, perfectamente redonda. ¡El cristal de Júpiter! Creyeron que se había desintegrado junto con Makoto. Regresó unos pasos hacía atrás y buscó entre los humeantes escombros, ahí estaba la nefrita también, más pequeña y exquisita pero perfectamente definida. Tomó ambas y las guardó en su pantalón, serían unas piedras comunes ahora, pero las guardaría para sí, para recordarle su cobardía.

Se adentró aun más, tenía que sacarse la espina del corazón y no se detendría hasta que hubiese peinado toda la zona. Estaba por amanecer cuando vio el hueco de un tronco más grande que lo normal, un roble en medio de la nada, viejo y quemado. Apenas dio unos pasos cerca, un crujir en su interior llamó su atención.

Ahí fue que los vio, dos pequeños castaños y un rubio. Los tres abrazados con todas sus fuerzas, quietos como rocas, completamente aterrados.

-Chicos. - los llamó. Los tres se sobresaltaron. Ambos niños se movieron, tratando de ocultar a la chica que era más grande, pero ésta no se dejó y los empujó hacia atrás, cubriéndolos con su cuerpo.

-¡Atrás! ¡Sé pelear! ¡No se acerque señor! -gritó con decisión, Darien le sonrió divertido.

-¿Haru? ¿Ares? -preguntó. El chico rubio se asustó al escuchar su nombre.

-¿Quién es usted? - preguntó ella.

-El rey. -respondió Ares asustado, apenas tenía nueve años, era muy pequeño para pelear, pero tragando saliva, se zafó de la protección de Haru y salió del tronco, dispuesto a pelear.

Darien no pudo evitar mirarlo a los ojos. Un par de orbes amatista identicos a los de Rei, su madre. Recordó entonces a la sacerdotisa, esa dulce chica de fuerte carácter pero de alma noble, con la que salió en la adolescencia. Sonrió involuntariamente, la extrañaba tanto, siempre tenía la palabra justa para ponerlo en su lugar, cuando sentía que se iba a las nubes con su rol de monarca.

Además, el niño era idéntico a Jadeite, ese rubio barbaján que le sacaba risas al por mayor. Un general muy joven, de alma libre y carácter alegre, que siempre andaba metido en aprietos por su temperamento tan liviano, molestando a todos, pero alegrándoles el día a la vez.

Detrás de él salieron los dos castaños. La niña era identica a su madre, aunque llevaba el cabello corto y suelto, un flequillo asimetrico en la frente. ¡Estaba enorme! Ya no era aquella pequeña de tres años que fue sacada del palacio para garantizar su vida feliz, al menos esa era la intención. Un poco más atrás, otro niño de cerca de ocho, ojos esmeralda como la madre, facciones identicas a Neflyte, su padre.

-¡Déjelos ir! ¡Yo iré con usted! - exclamó Haru, fuerte y decidida.

-¡No! Yo iré- dijo Ares, tembloroso pero dispuesto.

Darien los miró de vuelta. Una joven de catorce y dos niños de cerca de nueve, eran tan indefensos, tan identicos a sus padres. Sonrió de nuevo.

"Si ves algo en ellos que te haga sonreir, dejalos ir" Eso fue lo que dijo Neflyte antes de morir y él aceptó. ¡Ese maldito bastardo! Pensó a sus adentros, sabía que esos niños tenían algo especial, justo como las demás chicas en el palacio. El general fue listo, incluso agonizando.

Darien metió la mano en su bolsillo y los tres chicos retrocedieron asustados. Sacó las piedras, el perfecto cristal redondo ahora petrificado y la nefrita, opaca y sin vida. Las miró un momento más antes de extender su mano hacia ellos y ofrecerles las gemas.

-Tomen y váyanse, no le digan a nadie que me vieron. - Haru lo miró a los ojos, dudosa y desafiante-. ¿Tienen a dónde ir?

-Sí. -respondió dura-. ¿De verdad nos dejará?

-Este es tu cristal, está muerto. Tus padres también murieron, lo saben ¿No? -ella asintió, unas lágrimas lucharon por salir de sus ojos, pero las secó en el acto-. ¿Quieres venir conmigo Ares? Enya y Nerea están en el palacio, están bien y te extrañan mucho.

-Ve. - le apremió Haru, el niño se rehusó-. Ve con él, tus hermanas creen que estás muerto, se alegraran de verte.

-¿Y ustedes?

-Estaremos bien, iremos a casa, papá nos dejó lo suficiente para sobrevivir un tiempo.

-Ellos ya no tienen poderes Ares, sus gemas están muertas, no los perseguirán te lo prometo—Dijo Darien, quién le extendió la mano al chico para que viniese con él, Haru ya tenía las piedras en su poder.

-¡No! Quiero ir con ellos, por favor.

-¿Darien? - se escuchó en el fondo, el monarca se asustó un poco.

-¿Seguro? - insistió.

-Sí, ellos también son mi familia- exclamó el chico decidido.

-Haru, toma esto—El hombre le ofreció de nueva cuenta la mano a la chica, en ella había una bolsa pequeña con algunas monedas. La chica frunció el ceño-. No me mires así, tómalas y no seas orgullosa como tu padre, después de todo, yo le debía este dinero.

Pero fue Raeden quién estiró la mano y tiró de la bolsa, ante la mirada divertida del monarca. Estaba por decir algo, pero de nuevo Serena lo llamaba a la distancia.

-Váyanse, busquen un hogar y quédense ahí. No vuelvan.

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Actualidad.

Esa espada rompía el viento de forma magistral, se sentía al estar cerca y se veía si ponías mucha atención. Ella lo sabía, por eso la blandía con toda la gracia de la que era capaz, y era bastante para ser un arma que apenas manejaba de seis meses a la fecha.

-Es maravillosa. - escuchó a sus espaldas. La joven de ojos bicolor y cabello plateado se sobresaltó.

-¿Qué quieres aquí?

-Andaba por aquí y te vi, ¿Puedo quedarme? - la chica frunció el ceño, pero no dijo nada, sólo giró y siguió practicando, tratando de fingir que nadie la veía.

-¿Puedo? -preguntó Raeden después de un tiempo de observarla. Para su sorpresa, Yune le dio la espada sin objetar.

El joven tomó aquella pieza con mucho cuidado y aún más respeto, era un arma exquisita y de un poder indescriptible, tal como le había contado su madre. La sacudió un poco y no hizo ni la mitad del trabajo que había hecho en manos de la chica, él sonrió. Después la detuvo frente a sus ojos y miró la afilada cuchilla, estaba impresionado.

-Es perfecta. -dijo Yune orgullosa.

-Lo es, letal y perfecta, como era tu madre- susurró.

Yune se cuadró al escuchar sobre aquella mujer. No había tenido una buena relación con ella nunca. Haruka siempre fue fría y distante con su hija, todos lo sabían y en su mayoría, trataban de solventar el hecho con sus propias atenciones, pero nunca eran suficientes, nadie era lo verdaderamente constante como el general Neflyte y, obviamente Michiru, aun así, él la abandonó una noche.

-¿El general te enseñó? -preguntó con cierto desprecio, el chico no pudo evitar notarlo mientras le entregaba la espada de vuelta.

-Me enseñó todo lo que sabía, a mí y a Haru, desde luego.

-Mamá Michiru me habló de él, me habló mucho y diario—hizo una pausa para deshacer su transformación, la espada se esfumó con ella-. Lo apreciaba mucho, me contó tantas historias, todas falsas.

-¿Por qué dices eso? - su voz era queda, manteniendo su neutralidad.

-¡Por que un hombre así no puede ser un asesino! ¡Era un despiadado! ¡Un maldito traidor que mató a … mi madre Michiru y a Haruka! Y a mi padre desde luego, ¡Otra bestia igual que él!

-¿Realmente crees lo que dices?

Yune lo miró impactado, ese chico era bastante curioso, apenas debía tener catorce años según contaba y aunque era casi de su altura no dejaba de ser un adolescente que se comportaba como un hombre hecho y derecho, algo encantador y aterrador al mismo tiempo.

-¿Quién eres tú para cuestionarme? Vienes aquí, tu y ese Ares, con un porte de hombre fuerte, pero son solo unos chicos y es bien sabido, por esta comuna al menos, que los hombres son mucho más débiles que las mujeres.

-No vengo aquí a pelear contigo, vengo a terminar el trabajo de mis padres- sentenció inmutable-. Y estoy aquí contigo, porque papá hablaba mucho de ti, de lo mucho que te quería y lo mucho que le dolió tener que dejarte.

-¡Mientes! -gritó.

-¿No te lo dijo la señorita Kaio? ¿No te lo dijeron todos? Él intentó sacarte aquella noche junto con Haru y mi madre, pero lo sorprendieron, no logró llegar a ti.

-¡No es verdad!

-Cada noche preguntaba a las estrellas por ti, yo estuve ahí cuando lo hizo.

-¿Tú puedes...? - Raeden asintió-. ¿Cómo sé que es cierto? Tú y tu hermana vinieron a romper el mundo en el que vivíamos, con historias que dicen que nuestros padres fueron timados y los suyos unos héroes, ¡Hasta el momento nada la comprueba!

-¿Qué pruebas necesitas? Si puedo te ayudaré.

Yune volvió a guardar silencio, no esperaba que su reto fuera aceptado tan de buena gana. Sí, había escuchado las miles de historias sobre el general castaño que solía fugarse con ella por el palacio, que pasaba sus ratos libres con ella y la pequeña Haru en el jardín cuando el comandante Kunzite no podía. Recordaba vagamente su aroma, de hecho, le brincó el corazón cuando aquel chico se acercó y detectó el mismo olor en él. Pero ese hombre también había sido, a ciencia cierta, el verdugo de la mujer a la que llamaba madre y también el de la mujer que físicamente lo era.

Tenía edad suficiente para entender cuando ambas no volvieron al palacio. Eran la esperanza de todos, las vengadoras que traerían a los criminales a enfrentar su juicio, en su lugar se quedó esperando en la entrada por varios días, ansiosa de ver los largos y ondulados cabellos color turquesa de la hermosa mujer del mar, y ¿Por qué no? La mirada azul y penetrante de la otra senshi, la que no convivía con ella, pero que, de alguna forma u otra, aprendió a amar.

Historias, solamente historias y nada más.

Historias.

-Se cómo puedes convencerme—dijo con una sonrisa que de a lento se dibujaba en su rostro. Raeden también sonrió-. Escuché las historias de tu padre, de tu madre, de las mías y de las de todos aquí, sé todo lo que necesito y creo lo que mi corazón me dice, pero hay una en particular, una llena de secretos que tú puedes desvelar.

-Saturno. - Yune asintió entusiasmada.

-¿Qué quieres saber?

-Dime donde está, cuéntamelo todo.

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15 años antes

Unos minutos atrás ella había estado lavando los trastes de la cena y él, como era su costumbre, se acercó para secarlos. Estaban inmersos en esa práctica tan cotidiana que cuando el general le pidió que salieran a pasear por el bosque la tomó por sorpresa. Haru estaba jugando en casa de los vecinos más cercanos, así que tomaron una cobija, una botella de sake y subieron montaña arriba, hasta una pequeña saliente donde se sentaron a ver las estrellas.

-¿Cómo aprendiste a hablar con ellas? -le preguntó mientras le acariciaba el castaño cabello ondulado. Makoto estaba sentada, con la cabeza del general sobre las piernas.

-Nací con el don, cada una de las veces. Cuando era niño pensé que estaba loco y que escuchaba voces, pero solo ocurría de noche. Con el tiempo, y con la afición que tenía por ver las estrellas fue que me di cuenta que ellas me hablaban o, mejor dicho, me respondían.

-¿Te responden todo lo que preguntas?

-Todo, pero debo preguntar bien. Les gusta gastarme bromas.

Makoto enarcó una ceja un tanto confundida, no comprendía como un astro pudiera tomarse el tiempo de su fulgurosa vida para bromear con un hombre en la tierra-. ¿Qué clase de bromas?

-Alguna vez les pregunté si me querrías, dijeron que sí pero no cuando.

-¡Ay vamos, me tomas el pelo! -rio la chica divertida-. ¿Cuándo fue eso?

-La noche en que nos vimos por primera vez- contestó seriamente.

Makoto dejó de reír e hizo cuentas mentales de aquella ocasión, habían pasado más de siete años.

-¡Bromeas! -exclamó entre divertida y sorprendida, con un dedo le dio un ligero golpe en la frente. El general le sonrió.

-Soy un hombre de guerra, resistir es la clave.

Estuvieron un rato más contemplando las estrellas, era una cálida noche de verano sin ninguna nube cerca. El hombre de ojos marrones volvió a sentarse para abrazar a su mujer, a la dueña absoluta de su corazón. Estaba dispuesto a vivir con ella de esa manera el tiempo que le quedara, algo que desconocía en cantidad puesto que era una de esas preguntas que no se atrevía a hacer a sus contactos.

Las estrellas le ayudaron a llegar ahí porque, aunque sabía hablar con ellas desde joven, siempre fue intenso y orgulloso, las cosas las deseaba a su ritmo, a su antojo total. Pero conocer a esa mujer fue un asunto diferente, una historia que difícilmente podría terminar como hasta ahora si no fuera por las circunstancias atenuantes. La senshi de Júpiter fue un desafío a su paciencia, a su audacia y a su ego, el cuál rindió al pasar del tiempo, porque si algo era cierto es que la quería desde el principio, pero no la amaba. Lo que tuvo con la dulce Molly fue algo real pero no tan fuerte, fue cierto hasta que la guardiana lo besó en el jardín, ahí entendió que sí, que el destino existía y que estaba frente a él.

-¿En qué piensas? -preguntó ella al verlo perdido en la nada.

-En qué esto es tan real que asusta, me aterra perderlo- soltó sin dudar, su voz un susurro que el viento arrastró a las montañas.

-Neflyte, hay algo que quiero decirte—Makoto giró hacía él con un poco de dificultad, el hombre la tenía sentada frente a su cuerpo con la espalda recargada en su pecho.

-¿Y que puede ser? -cuestionó, Neflyte tenía la manía de hacer esa pregunta de esa manera. No era un cliché, era una forma en que él se obligaba a pensar en todo, algo útil a la hora de consultar las estrellas.

-Te amo.

-Yo te amo mucho más.

Flashback

-¿Qué quieres apostar? -cuestionó el hombre castaño con la sonrisa propia de alguien que se siente ganador.

-¡Tú dime! Eres tú quien perderá después de todo.

Neflyte metió las manos en sus bolsillos y sacó algunos yenes, los suficientes para gastar en un día ajetreado.

-¿Dinero? Creí que sería algo más interesante—se burló el monarca. Neflyte se encogió de hombros divertido.

-Es todo lo que poseo en este momento, ¿Quieres otra cosa?

-Está bien, no quiero estafar a mis amigos. ¿Cuánto es? -Neflyte contó con cuidado, era lo suficiente para una buena comida, lo guardaba para llevar a Makoto por un café, claro si ella aceptaba.

Los dos hombres pactaron un acuerdo, algo que pudieron apreciar Jadeite, Kunzite y Zoycite que llegaban en ese momento a su encuentro.

-¿Ahora que están apostando? -preguntó el platinado, consiente que no podía ser nada bueno.

-Este hombre dice que puede derrotarlos a todos, ¿Están ustedes de acuerdo? - Los recién llegados expresaron su sentir con un gesto muy particular cada uno, siendo el del comandante el más significativo pues en su siempre serio semblante, una risa se abrió paso entre sus labios.

-¿Y quieres comprobarlo de una vez? ¿O te veo a la salida? -cuestionó Jadeite, quitándose el saco que vestía, pero Darien lo detuvo justo a tiempo.

-¡Este no es el momento! Es una boda, compórtense todos-gruñó el castaño con una sonrisa en los labios-. Habrá mucho tiempo para demostrarlo, las chicas me matarían si los hago entrar a la boda del rey con un ojo morado.

-O si convertimos el evento en tu funeral-sentenció Zoycite.

-¿Entonces será después? -preguntó Darien, acomodándose de nuevo la corbata, en espera de ser llamado al altar, escoltado por sus caballeros.

-Habrá tiempo—insistió Neflyte-, Podrás pagarme cuando lo veas más conveniente.

Fin de flashback

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15 años antes.

Se dejó llevar por las caricias de esas manos fuertes y oportunas que sabían cómo hacerla estremecer, como si se hubieran dedicado todos esos años a estudiarla y conocer sus debilidades. Él lo era, el más traicionero de sus puntos delicados, porque esos brazos fuertes y esculpidos, ese pecho duro y salado, de color apiñonado como el resto de su piel, sus ojos marrones, que brillaban azules en algunos momentos y esos labios, lo peor de todo él, los que le robaban el aliento y la dejaban pidiendo más cada vez, todo eso junto o por separado le hacían perder el piso y la razón.

-¡Por favor! - le suplicó arqueándose hacia él, sus cuerpos estaban desnudos, no pudieron evitarlo.

-No he venido listo, no soy el vago que crees—le susurró al oído, mientras se frotaba en ella también llevado por el deseo. Era una parte de las montañas a las que un humano normal no podría llegar, así que dieron rienda suelta sin reparo.

-No me importa, sólo esta vez—le pidió jalando su rostro hacia ella, en los labios le plantó la ansiedad que la senshi desbordaba.

El general lo dudó por un breve periodo de tiempo, pero ella no estaba dispuesta a aguardar, se movía bajo él buscándolo, incitándolo a entrar en ella. Nadie podría decir que no se resistió, pero como siempre, su voluntad doblegada por esa mujer hizo que su buen juicio saltara por el risco. La tomó una vez más, como casi cada día desde la primera vez, esta ocasión era la adrenalina corriendo por las venas, la sensación del peligro en su piel, esas estrellas burlonas diciéndole que quizá, tal vez quizá la había liado bien.

Se amaron en la naturaleza, la que ella gobernaba, cobijados bajo el manto del universo, el que él sabía leer muy bien. Estaba perdido en ella, hundido hasta el cuello en la abrumadora sensación de pertenencia que le daban sus firmes y fuertes brazos de mujer enredados en su cuello. Ella estaba ahogada en su aroma a roble, el que siempre admiró y que se rehusaba a aceptar. Estaba extasiada en el vaivén de sus poderosas caderas y la manera en la que la embestían, con pasión, con ímpetu, con esa necesidad que tenía por decirla suya, suya y de nadie más.

Quizá si no hubiera estado tan enfocada en ella, en sus placenteros gemidos y sus uñas clavándose en la espalda. Si no se hubiera dedicado a comerse esos labios rosas, esa piel tan clara y suave, esos pechos perfectos y generosos, hubiera notado que en el cielo brillaba con ansias Calisto, la luna de Júpiter que solo podía anunciar una cosa para ellos: un abrupto, inesperado, pero secretamente deseado por ambos, cambio de planes.

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18 años antes.

Habían pasado varios meses desde el nacimiento de la heredera de Júpiter, la última de las niñas que vendrían a enfrentarse a la guerra que amenazaba con llegar, algún día.

La regente actual se vio obligada a integrarse de nuevo a sus responsabilidades, motivo por el cual, el celoso padre de la niña de ojos esmeraldas se dedicó con fervor a vigilarla día y noche, porque no había lugar donde la pequeña estuviera que el general no.

Así pues, una tarde del invierno de ese año, donde la nieve cubría la gran parte del país y el frío calaba en los huesos, el hombre que hablaba con las estrellas dormía plácidamente en la habitación que compartía con una mujer que claramente no lo amaba. Sobre su pecho, una pequeña criatura de ocho meses también descansaba, arrullada por la respiración del general que siempre la protegía.

Estaban cobijados por la chimenea, el fuego chispeante que calentaba aquella alcoba lo tenía absorto en un sueño, porque el hombre solía dormir mucho en las épocas que el cielo nublado no lo dejaba consultar las estrellas. Podía hacerlo de cualquier modo, pero le gustaba hacerle creer a todos que no.

La puerta crujió a su derecha, pero estaba tan cómodo que no volteó, ni agudizó sus sentidos como lo haría en cualquier otro momento, solamente se aclaró un poco la garganta y siguió en lo suyo.

-Digno de fotografía- escuchó en la melosa voz de la mujer de largos cabellos negros y ondulados, esa pequeña señora que aterraba a todos con una mirada. Fue entonces que reaccionó y apretó con más fuerza a Haru contra su pecho.

-¿Qué quieres aquí? ¿Qué no ves que estamos descansando?

-Puedo verlo mi querido general, me da gusto ver que eres un padre ejemplar entre todos. Esa niña debe sentirse afortunada por estar entre sus brazos.

Quiso ponerse de pie pero algo se lo impidió, una fuerza invisible y brutal que lo hundió en la cama. Sus ojos se fueron sobre la niña, pero pudo ver como seguía durmiendo con calma, así que lo que fuera aquello, sólo le afectaba a él.

-Diga lo que viene a decir y váyase por favor- susurró con pesadez, su cuerpo dolía.

Luna rodeó la cama hasta su lado y se paró a cerca de él, rozando con un dedo el castaño cabello de la niña. Lentamente ese dedo salió de ella y comenzó a moverse por el pecho del hombre, subiendo de a poco por su cuello, su garganta y su barbilla, llegando a sus labios. Él no apartó la mirada de la mujer, serio y desafiante.

-¿Ahora sabes lo que quiero? -preguntó insinuante.

-¿Y quién será la afortunada? -bufó-. Mis servicios se cobran bien, no soy barato como los otros.

-Ni tan prudente- contestó extrañamente alegre, él se asustó, pero lo disimuló muy bien. -. Quiero tu don, y me he dado cuenta que esta pequeña no es de fiar si es criada por ustedes dos. ¿Crees que no he notado que esa mujer no te ama? ¡Todos lo notamos! ¡Sólo te usó como la semilla para esta niña! Aunque no la culpo, eligió muy bien.

-¿Es una propuesta acaso? - masculló intranquilo.

-Es una sugerencia, una invitación quizá... - Luna se acercó a él, bajando su rostro tan cerca que esos ojos magenta se clavaron muy profundo, lo suficiente para ver los tintes azules de los orbes del general-. Eres un hombre de guerra, un hombre con necesidades que supongo no te han de cubrir, un desliz lo tiene cualquiera, ¿Quién podría juzgarte? ¡Ni siquiera se han casado y dudo mucho que lo hagan!

-Me gusta esta cama y a la terca mujer que me diste, pero gracias. Si cambio de opinión te lo haré saber.

-Cambiaras, general Neflyte, por supuesto que cambiarás- La antes gata se acercó aún más, dándole un beso fugaz al general directamente en los labios. Él se quedó inmóvil, no dispuesto a aportar nada al evento.

Se fue de la habitación, él pudo volver a moverse en ese momento.

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15 años antes.

Para finales de otoño, cuando las hojas de los árboles de aquellas montañas ya pintaban una mezcla entre marrón y naranja y caían sin tope al suelo, el mundo cambió.

El general daba vueltas en la sala con los brazos cruzados al frente, echando miradas furtivas al baño. Cada crujir de las maderas lo alertaba, era de nuevo aquel joven inquieto y desesperado que necesitaba que todo ocurriera a su ritmo, a su tiempo.

Sonreía y dejaba de sonreír con suma facilidad. Avanzaba hacia la puerta y de regreso, tomaba la perilla y la soltaba. Quería brincar, quería correr y gritar, pero no, solo aguardaba, en silencio y tratando de bajar la velocidad de su respiración.

Entonces, la puerta del baño se abrió y Makoto salió de él con un semblante que no era fácil de leer. Neflyte se aprontó frente a ella y la miró, un poco hacia abajo porque él seguía siendo mucho más alto que ella, cosa que adoraba la senshi desde siempre.

Él quiso adivinar en su rostro, pero ella no ayudaba, simplemente estaba ahí, viéndolo en silencio sin mover un músculo de su cara, ni uno, hasta dos minutos después.

Sacó de detrás de su cuerpo sus manos, sostenía en ella un pequeño tubo de color blanco que levantó con miedo hasta la altura de sus ojos. Ahí fue cuando se abrieron hasta el tope, el tiempo suficiente para procesar la información.

-¿Y bien? - preguntó después de esperar a que ella hablara sin éxito.

-Pues...

El carraspeó desesperado.

-Neflyte, vas a ser papá.

No pudo disimular la sonrisa, era su dicha demasiado grande para ser callada como si fuera una maldición. No estaba en los planes, no. ¡Pero los planes debían cambiar! ¡El mundo debería cambiar!

El posó su mano en el vientre de la mujer, como lo había hecho tantas veces antes cuatro años atrás. Lo sentía igual, igual de fuerte, igual de emocionante. Su primera hija fruto de su ser, la segunda fruto de su amor.

CONTINUARÁ...

Agradecimientos:

Como siempre a mis lectores fieles que me dejan sus comentarios y sus likes, muchas gracias Genesis, Litakino1987, Jovides1, Lady Jupiter, Minako992, James y los anónimos, que aparecen de pronto pero que al menos leen, me doy por bien servida y un gusto enorme que me sigan.

Aquí ya vimos que el arroz ya se coció... pero también se acabó el momento de tranquilidad. Las cosas empiezan a ir más rápido a partir del próximo capitulo.

Espero con ansias sus comentarios y sus pm, gracias por leer.

Saludos.