Amor en el aire.

12 años antes.

Sonrió contra los labios de su amada toda vez que por su mente cruzó aquella imagen de Jadeite tratando de sostener tanto a Nerea como a Enya, antes que la segunda gritara con toda la fuerza de sus pequeños pero potentes pulmones. Dos hijos era tarea complicada. Lo sabía ahora que, después de una tarde de corretear a Haru para bañarla y de conseguir que Raeden durmiera, Neflyte había encontrado el tiempo suficiente, al menos eso creía, para perderse en los dulces besos de su mujer, que estaba mucho más cansada que él.

Pero nada le impediría volcarse en ella ahora, él era un general, uno fuerte y valiente que no menguaría su energía y sus deseos por culpa de dos niños traviesos que eran la mitad de su corazón ciertamente. Al menos eso creía hasta que el llanto desaforado de su retoño lo obligó a dejar su faena y retroceder.

Makoto lo miró divertida, al ver la frustración en su rostro.

-Es por eso que no hemos tenido más hijos—dijo ella mientras se acomodaba la ropa para ponerse en pie y atender el llamado.

-¿Quieres más? -preguntó seductoramente, ladeando un poco su cabeza.

-No existe manera que me convenzas de ello, así que no lo intentes.

Makoto estaba por ir a la recamara cuando él la detuvo del brazo y la hizo sentar. Decidió que se encargaría del asunto personalmente.

Cuando entró a la habitación, Haru estaba de pie junto a la cuna mirando fijamente al bebé.

-¿Todo bien por aquí mi amor? -preguntó cariñosamente, aunque su instinto le decía que algo había pasado.

-¿Vienes a verlo a él? - Haru, que para entonces ya tenía seis años, lo miró molesta.

-Vengo a verlos a los dos, no es hora para que estén despiertos. ¿Quieres contarme que pasó?

La niña suspiró profundo, algo demasiado serio para su corta edad, así que el hombre decidió levantar al pequeño para que se calmara mientras se sentaba al lado de la niña en la cama.

-¿Quieres más a Raeden que a mí? - preguntó directa y sin titubear.

-Los quiero a ambos por igual, son la razón por la que sigo aquí.

-Pero a él debes quererlo más, después de todo yo no soy tu hija.

Tenía una elocuencia innata, herencia segura de su padre que, incluso cuando no tenía la razón, guardaba la calma y la compostura como si no hubiera más que verdad en su boca (bueno, menos con el general). También tenía la mirada decidida de su madre, aquella que escaneaba a las personas para sacar lo que había dentro de ellos, quisieran o no.

-Eres mi hija, la razón de todas mis decisiones. Antes que nacieras yo ya te amaba y no me importa si tuve o no algo que ver en tu creación.

-Pero él es tu bebé, el heredero. ¡Yo no tengo ningún poder! —aquella última frase salió con tanto pesar, que su pequeño puño se cerró con fuerza.

-No quieres ese poder cariño, sé lo que te digo. - El general la atrajo hacia él, mientras Raeden parecía comenzar a dormir en el otro brazo-. Raeden y el resto de las chicas en ese palacio, del que ya te hemos hablado, están marcados por el destino. Tienen una responsabilidad más allá de quien los gobierne. Deben arriesgar sus vidas para salvar al planeta, tú no.

-¡Pero yo quiero ayudar! -resopló. El bebé se movió un poco.

Neflyte se paró y depositó al niño de vuelta en la cuna, donde lo arropó antes de volver su atención a la niña.

-Hay muchas formas en las que puedes ayudar. El poder y la fuerza no lo es todo—le dijo mientras se inclinaba para alzarla en brazos-. Hay estrategas, yo soy uno de ellos.

-Pero tienes poder y fuerza.

-E inteligencia. Soy el caballero del conocimiento y la paciencia. —Haru sonrió.

-¿Cómo te hiciste caballero?

-Bueno, en primera tuve que estudiar mucho, leer, investigar, aprender y entrenar por supuesto. - la castaña frunció el ceño, eso le parecía chantaje-. Y lo hice no por ser caballero, sino porque me gusta.

Pero la niña era terca, terca como su madre y comprometida como su padre. Luchó por bajarse de los brazos y con una mirada acusadora se dirigió al general, que no pudo más que sorprenderse de su actitud.

-Lo dices para manipularme, pero no tengo por qué obedecerte, ¡Tú no eres mi papá! ¡Quiero ir con él, llévame con él!

Salió de la habitación dando un portazo, de manera que la puerta se cerró y se abrió de nuevo por tanta fuerza. Raeden lloró. Neflyte fue hacia él y volvió a tomarlo en brazos para calmarlo. Makoto lo miró desde la sala con la pena dibujada en su rostro. Había escuchado todo.

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Actualidad.

-¡No sé qué hacer! - gritó con frustración Nerea mientras sostenía frente a ella el espejo de Neptuno. Mirai y Yune hacían lo mismo con su respectivo talismán.

Las chicas intentaron de nuevo nombrar cada artículo y lo único que lograban era que estos destellaran, pero de Saturno nada. Fue por el quinto intento cuando todas se desesperaron y voltearon a ver a Haru, quién se encogió de hombros para darse a entender que no tenía idea tampoco.

-¡Esto es inútil! -refunfuñó Mirai-. De cualquier manera ¿Para que la necesitamos?

-Es mejor que estemos todos- respondió Raeden, el chico había permanecido en silencio con la capucha puesta y las manos en los bolsillos.

-¿Y tu papi no te dijo como llamar a esa mujer? -insistió Asahí, acercándose al joven. Aunque la senshi del amor era mucho más grande que el regente de Júpiter, igual tuvo que ponerse de puntillas para siquiera aspirar a entrar en su campo de visión.

-¿Te han dicho que para representar al amor eres bien salvaje? - rio Ares con descaro.

-¡Uy, uy, el generalito ha hablado! Todas escóndanse porque el hombre que viene por nosotras me está llamando la atención y siguen ustedes.

-¿Siempre has sido así? -preguntó el castaño, mirando fijamente a los ojos de la rubia platinada que no se había apartado de su lado-. Porque eres muy linda para ser tan enojona.

Asahí se ruborizó de inmediato, ante la mirada incrédula de todos los presentes. Por una fracción de segundo, una sonrisa dulce atravesó su rostro, pero solo Raeden logró captarla. Después frunció el ceño y resoplando, se alejó de él.

Haru miró a Raeden y los dos se comprendieron.

-Cambió mucho después de que … ustedes saben- susurró Enya a los hermanos.

-No fue fácil para nadie- contestó Ares, uniéndose más al grupo.

Asahí, que los escuchaba apenas, de cualquier forma comprendió que era de ella de quien hablaban. Así que después de una ligera pataleta, algo inmaduro para sus más de veinte, encaminó rumbo a su habitación y se perdió de vista.

-Debe ser difícil fingir amor o si quiera simpatía por los hijos de quienes mataron a tus padres.

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5 años antes.

Pasó un mes de que los chicos llegaron a su puerta y francamente él quería morir. Raeden y Ares eran un par de niños amables y traviesos, sí, pero bastante razonables. Haru en cambio...

Había visto entrenar a Makoto muchas veces, ella y Haruka solían dar demostraciones en uno de los dojos de la ciudad cuando eran mucho más jóvenes y el gobierno de Tokio de Cristal aún no se fundaba, así que no se asustaba de ver golpes tan fuertes que él no hubiera podido resistir. Pero ver a Raeden golpear a Haru con ese nivel de poder simplemente era demasiado para él

-¡Basta! -gritó cuando la chica voló por los aires hasta el árbol más cercano. Raeden bajó los brazos y Haru, recobrándose del aturdimiento, lo miró con fiereza.

-¡No te detengas Raeden, no le hagas caso! -gruñó.

-Tú no puedes con eso, ¿Por qué insistes?

Y de nuevo sintió la ira de esos ojos esmeralda, aquellos que habían sido su perdición hacía más de quince años y que aún no lograba superar. Haru se levantó, se acercó a él y lo enfrentó con arrogancia.

-Usted no es mi padre, no lo fue y no lo será.

Quiso debatir, pero ella no le dio oportunidad y se marchó. Volteó para ir tras ella, y lo hubiera hecho si no fuera por una voz conocida que lo detuvo.

-No la obligues, debes entender que su vida no ha sido fácil.

Andrew volteó, aquella voz tan familiar lo sorprendió, después de todo habían pasado años sin saber de ella.

-Molly.

La pequeña castaña caminó hacia él, seguida muy de cerca por Reika. Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro cuando en su camino, se detuvo a ver a Raeden que parecía conocerla, aunque no.

-Tan guapo como tu padre. -le dijo con tanto cariño mientras acariciaba su cabello revuelto. El chico se apenó, agradeció y se fue corriendo.

-Me da gusto verte, pensé que ya no vivías en Tokio.

-Vivo en Isumo- confirmó-. Pero cuando Reika me habló y me explicó que … bueno, esto... yo tuve que verlo con mis propios ojos. Debo decir que estoy tan feliz que los chicos estén bien—Molly hizo una pausa, mirando de reojo a Haru que estaba en la ventana, observando atentamente-. Fue horrible enterarme de lo que pasó con ellos.

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Poco más de una hora después, los tres adultos estaban sentados en la mesa de la cocina, compartiendo un café y una larga plática con respecto a todo lo acontecido. Reika le explicó a Molly que poco a poco habían podido llevar una dinámica familiar más amena, aunque los chicos no dejaban de expresar su deseo por internarse en el palacio y armar una revolución. Por supuesto que Andrew no estaba de acuerdo, a pesar que todo el trabajo de su vida se enfocaba en ello. No quería que los niños se arriesgaran, no quería que Haru saliera herida.

-Andrew... - dijo Molly después de un tiempo de reflexión. Él sabía que ella estaría de acuerdo que aquello era muy peligroso., así que la animó a seguir-. Ese es su destino.

-¿Qué? ¡No puedes estar hablando en serio! ¡Son solo unos niños, Haru ni siquiera...!

-Tienes que dejar de actuar como si tu deber fuera cuidar de ella.

-¡Es mi hija! ¡Por supuesto que es mi deber! Él no pudo...

-Él hizo todo cuanto estuvo a su alcance, y no creo que esten en derecho de decir lo que pudo o no pudo hacer- arremetió Reika que estaba un tanto harta de escuchar las necedades de su esposo.

-¿Tú también? ¿Es que acaso no entienden? ¡Soy su padre y quiero lo mejor para ella! Mi deber es educarla para que pueda irse de aquí y estar a salvo en...

Molly se puso de pie y golpeó la mesa con sus dos manos, los ojos de Reika y Andrew se abrieron con sorpresa haciendo que la mujer se abochornara ante su exabrupto, pero aun así, tragó saliva y continuó.

-Haru podrá no tener poderes, pero eso no quiere decir que sea como tú o como yo. Es una guerrera y una estratega, fue criada para sobrevivir sin tu ayuda y para seguir sus instintos. Si ella y los chicos quieren ir, lo único que podemos hacer es ayudarles.

-¿Tú que sabes Molly? -preguntó el rubio con enfado.

-Sé que ninguno de esos niños necesita un padre que lo eduque para huir o para pelear... vinieron aquí para tener a alguien que los cuidara y amara y los educara en eso, en amor y comprensión... ¡Para que no terminen siendo unos huérfanos como Makoto! Solos y manipulables.

-¡No sabes lo que hablas! ¿Le harías eso a alguno de tus hijos? Esas niñas podrían destrozarla en cualquier momento, tienen años entrenando y... Raeden y Ares son tan pequeños, Raeden apenas puede transformarse y es muy complicado para él, ellos lo dijeron, ¿Vas a entrenarlos acaso? ¿Conoces a alguien que pueda? - bufó.

-Si.

-¡Tonterías! Tú no podrías entrenarlos, todos quienes pueden están en el palacio o enterrados por todo Japón.

-Hay alguien.

-¿Quién? - preguntó rabioso y desafiante. Él había estudiado todo durante años, no había un solo guerrero con las habilidades necesarias para estar de su lado. Makoto y Neflyte se habían deshecho de todos, ellos mismos habían muerto a manos de los reyes.

-Saturno, yo sé dónde está Saturno.

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12 años antes.

Makoto le pidió que saliera a pasear con Raeden para ella poder hablar con Haru a solas. No había estado de acuerdo al principio, no había necesidad... aunque por dentro estaba triste por la reacción de la niña. Él la amaba, era su hija y eso no cambiaría sin importar la sangre que corriera por sus venas.

De regreso se topó con la amable vecina, quien se ofreció a cuidar a los niños para que él y su mujer pudieran pasar un rato a solas, no lo dijo así, pero era evidente que esa era la propuesta. Él le dijo que le agradecía y que otro día aceptaría su oferta, en ese momento solo quería volver a casa y ver a su hija para hablar con ella.

Lo sorprendió un agradable golpe con olor a canela que emanaba de la casa. Si las chicas horneaban era una buena señal que todo estaba bien. Además, era canela, su sabor favorito.

Cuando abrió, Haru se fue a él y se agarró a su pierna con tanta fuerza que esta vez, si estuvo a punto de caer, pero logró recomponerse.

-¡Papá! ¡Lo siento tanto! - chilló la niña mientras se aferraba con más fuerza al general. Él le entregó a Makoto al pequeño que ya venía dormido en sus brazos y después procedió a alzar a Haru para poder verla a los ojos-. Tú eres mi papá y te quiero, perdóname por favor.

-No hay nada que perdonar mi niña, yo también te debo muchas explicaciones y te las daré, solo quiero que sepas que si tú quieres algo, yo te ayudaré siempre a lograrlo, ¿Entendiste? -ella asintió-. No necesitas poderes especiales para derrotar un imperio, al menos no uno como este. Solo debes ser mucho más lista que ellos, y yo te enseñaré como, ¿Quieres hacerlo?

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-¿Y bien? - preguntó él cuando estuvieron por fin a solas. Pasaba de media noche y los niños ya dormían, ellos se preparaban para hacerlo.

-¿Qué? -preguntó risueña, sabía lo que el general buscaba entender, pero le gustaba torturarlo. El la miró con recelo-. Le conté un cuento, de una princesa que trató muy mal a un rey y como este al final, resultó ser lo mejor de su vida.

-¿Le contaste todo?

-Le escondí los detalles pecaminosos, por supuesto. -sonrió.

-¿Ah sí? ¿Cómo cuáles? - Neflyte sonrió desde el lado de su cama, sus brazos fuertes y duros estaban cruzados detrás de su cabeza que ya estaba contra la almohada-. No recuerdo que esa historia tuviera alguno.

-Es porque no estabas ahí- se burló.

Neflyte hizo ese gesto molesto con los ojos y ella se rio aún más. Y él amaba verla reír así. Se sentó para alcanzar y la jaló hacía él, dispuesto a retomar el asunto pendiente de esa tarde.

Fueron años de felicidad, años en los que lo peor que les había pasado fue cuando los niños se resfriaron al mismo tiempo. Y no podía creer su suerte y lo bello que era vivir. Esa era la vida que había buscado desde un principio, el fin de su guerra y la recompensa por su esfuerzo. Valia la pena, cada momento de incertidumbre, claro que valía la pena, ¿Acaso el palacio se había rendido con ellos? No. "Eso sería demasiado pedir" pensó. Pero al menos tenía una tregua, y rogaba a las estrellas porque durara mucho más tiempo.

Estaba por reclamar a su mujer cuando unos ruidos en la sala llamaron su atención. Ambos saltaron con agilidad, el miedo subió a ellos con más fuerza que la pasión que sentían unos segundos atrás. La puerta se abrió con lentitud agudizando sus sentidos. Respiraron lento y se vieron fugazmente, tratando de enlazar sus pensamientos.

-¿Papá, Mamá? -se escuchó en voz suave e infantil-. ¿Podemos Raeden y yo dormir aquí esta noche?

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Actualidad.

-Lo intentaremos de nuevo mañana - sugirió Haru después de ver la frustración brillar en los ojos de las tres senshis externas. Ya había caído la noche sobre ellas y aun no lograban convocar a sailor Saturn. Aunque debía reconocer la persistencia, o la terquedad de las guerreras.

-¿No sería mejor llamarla cuando Luna y los demás ya estén aquí? Como en las películas, ya saben –dijo Ares con esa sonrisa natural, tan fresca como si no se hubiera pasado el día entero en ese lugar.

-Debemos tener un plan, y debemos estar todos los involucrados- gruñó Haru, Ares sonrió altivo ante la atención de la castaña.

-De cualquier forma, es mejor que vayamos a descansar. Lo intentaremos de nuevo mañana, sino se logra, empezaremos la cacería de los demás en cuarenta y ocho horas. -sentenció el castaño de ojos verdes, nadie se atrevió a objetar.

Así que el grupo comenzó a dispersarse al amparo de las luces mercuriales del palacio. La mayoría de los escombros ya habían sido limpiados y aquella parte del edificio que se mantenían en pie por albergar las habitaciones, ya estaba mucho más iluminada. Caminaron en silencio hasta el jardín interior, donde Asahí estaba parada con la vista fija en la fuente.

-Asahí, ¿Estás bien?

La rubia platinada miraba impactada hacia el frente, atrayendo la atención de todos al punto en cuestión. Lo que vieron no se lo esperaban.

Sentada en la orilla de aquella maltrecha fuente, la muy delgada y casi traslucida figura de una mujer de coletas y vestido blanco podía verse a la perfección. Todos tuvieron que parpadear para saber que no estaban alucinando.

Se pusieron en guardia, pero Mirai los detuvo con el orbe.

-¿Qué pasa Mirai? ¿Qué no ves lo que vemos nosotros? - preguntó Yune con la rabia en el rostro.

-La veo, - susurró-. ¿Pero quién es esa otra persona?

Y es que la luz que la reina irradiaba era tal, que ver la sombra parada a un lado de ella era una misión casi imposible, pero ahí estaba. La silueta de alguien más, completamente vestido de negro y encapuchado, opacaba un poco del cegador resplandor.

Yune apartó el orbe y con paso firme pero lento se acercó un poco más.

-Alto ahí por favor. - pidió la sombra y todos supieron que era una voz masculina, una joven, pero poderosa.

-¿Quién eres y que haces aquí con ella?

-La traje, ese era mi trabajo- sentenció-. Y me decepciona un poco que no sepan quien soy.

-Dioné.

Los ojos de todos giraron hacia Raeden, incluyendo a Haru que no había considerado la posibilidad hasta que escuchó aquel nombre. Él era Dioné y estaba ahí con la reina.

-Creo que nos hemos perdido de algo importante- gruñó Freya, exigiendo una explicación.

-¿Eres amigo o enemigo? - insistió Yune, quien ya se había acercado un poco más.

-Soy amigo de ustedes, enemigo si se meten en mis planes.

-Deja de ser un arrogante. -gruñó Haru-. Ustedes son iguales. -bufó.

-¿Ustedes? ¡Ya basta y sean más claros!

Entonces Serena, quien había escuchado todo aquello en completo silencio, se puso de pie. Dioné se movió un poco y la siguió de cerca. Yune se apartó del camino mientras la soberana caminaba con paso firme hacia el centro del pasillo.

Todos quisieron actuar, pero había algo innegable. Serena tenía el poder de provocar calma y paz en donde estuviera, y aunque su carácter guerrero siempre fue débil, activar su campo de energía era básicamente innato, involuntario y completamente... aterrador.

La miraron hasta que se detuvo justo a un lado de Raeden, a quien no había visto nunca antes.

-¿Así que tú eres Raeden? ¿El guerrero Júpiter? - él asintió-. Debo decir que fue una sorpresa cuando me contaron sobre ti, casi no lo creo, pero ahora que te veo... -sonrió. Serena pasó una mano por la mejilla del chico que no pudo evitar sentir la calidez en su toque. Ella era todo lo que sus padres les habían contado, y quizá más.

-¡Basta majestad! - gritó Nerea tratando de recobrar el sentido común, era difícil no caer en la calma en la que todos parecían haberse sumergido-. ¿Qué hace aquí y quien es él? -preguntó.

-Bueno...- carraspeó el hombre que había sido señalado mientras se bajaba la capucha, dejando al descubierto sus cabellos azabaches y esos ojos violeta que ninguno había visto antes, salvo Raeden.

-Mi nombre es Dioné, y yo soy el regente de Saturno. Hubiera venido antes pero no dejaban de llamarme, y tenía otras cosas que hacer.

-¡Eso no puede ser! ¡Saturno murió y debió reencarnar en una mujer! - gritó Yune, convencida que era imposible que ese joven que debía tener unos veinte años pudiera ser la reencarnación de la senshi de la muerte.

-Eso es, sailor Urano porque yo no soy una reencarnación, soy un heredero.

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12 años antes.

Y después de varios días de intentarlo sin éxito, el general al fin se rindió y terminó por pedirle a su vecina que llevara a los niños a pasear por el pueblo. Era una mañana un poco fresca y nublada, pero de cualquier forma tanto Raeden como Haru apenas si se despidieron cuando pasaron por ellos, los guerreros se sintieron un poco heridos, pero pronto encontraron como consolarse.

Así que aquel hombre disfrutó de un día entero en la cama con la senshi del trueno y la tormenta, que como buena regente llamó a su elemento cuando todas sus emociones se desbordaban en torno a su general, a ese tipo arrogante y embustero que había hecho todo por llegar ahí y ahora se extasiaba en el fruto de su esfuerzo.

Amaba recorrer aquella espalda suave y pálida con la punta de sus dedos, porque se erizaba con intensidad y para él era todo un espectáculo digno de apreciar. Se dejaba perder en el aroma a rosas de su cabello, en la suavidad de su piel desnuda y ligeramente bañada en sudor debido a él.

Era su senshi, la ninfa de la naturaleza de ojos verdes como la vida y cabellos cobrizos como la tierra fértil. Era su mujer, la madre de sus hijos y su diosa personal que no pensaba volver a compartir con nadie que no llevara su sangre al menos.

Y la deseaba tanto que no pudo evitar sentir un poco de nostalgia y abandono cuando Makoto se levantó de la cama, se enredó en una ligera bata que apenas si la cubría y se enfiló rumbo a la cocina por un poco de agua. La hubiera alcanzado para seguir amándola en otra parte de la casa, pero ella le aseguró con un largo y profundo beso que volvería pronto, que descansara mientras tanto.

Así que Neflyte se tumbó en la cama, apenas cubierto por las sábanas y con los brazos cruzados tras de su cabeza, mirando al techo y sonriendo incluso con los ojos, porque era un hombre feliz. Y pensó una vez más en lo maravilloso de la vida, en sus hijos que tanto amaba, en que quizá querría tener más cuando todo acabara, cuando dejaran de ser perseguidos por un gobierno infame y restrictivo, cuando sus amigos se dieran cuenta... cuando reinara la paz... cuando...

Miró por la ventana y la luz entraba sublime como solo en los bellos días de primavera solía hacerlo, los pájaros cantaban afuera, los cerezos que Makoto plantó tenían brotes y la habitación olía a canela... Solo que no era primavera, solo que unos minutos atrás caía una ligera llovizna y hacía frío, y su mujer no estaba horneando, únicamente había ido por agua a la cocina y ya se había tardado demasiado... demasiado.

Neflyte se puso en pie y se calzó unos pants para no salir completamente desnudo. Abrió la puerta de la habitación hecho un verdadero demente, cualquiera se hubiera asustado al verlo. Pero ellos no, no el hombre parado frente a él.

Ese moreno de ojos acerados y cabellos platinados lo recibió con una perversa sonrisa en los labios, mientras recorría con su nariz el cuello de la castaña aprisionada entre sus brazos. Makoto colgaba víctima de ese abrazo aterrador, después de todo Kunzite sería el único capaz de levantarla del suelo con esa facilidad.

Neflyte lo miró desafiante, consumido por un intenso odio ante el atrevimiento de su comandante.

-Esa no es manera de tratar a la mujer de otro. - le espetó con furia. Kunzite detuvo su posesivo movimiento y lo miró de lleno, satisfecho de la ira que causó.

-¡Vamos general Neflyte! -dijo una dulce voz a su costado-. Hay lugar para uno más en esta fiesta.

CONTINUARÁ...

Muchas gracias a todos por leer... ya me había tardado lo sé, pero es que tuve algunos problemas y una enfermiza obsesión por terminar otro fic y pues bueno, aquí estoy de vuelta.

Traigo prisa como toda la vida pero saben que adoro sus comentarios, así que ustedes no me digan lo mismo y si déjenme uno jajajaja.

Saludos.