No se siente real.
Un sollozo de Makoto equivalió a un grito de verdadero dolor de Minako, al menos en la nublada mente de Neflyte eran penas que se pagaban las unas con las otras, por eso maltrató a la rubia y ésta gimió incontrolable llamando la atención de Kunzite.
El comandante giró bruscamente, dejando caer a Makoto a sus espaldas.
-Te he dicho muchas veces que no toques a mi mujer. - gruñó con mucha pausa, arrastrando cada sílaba de manera intimidante y molesta. El general no estaba dispuesto a repetir esa frase nunca jamás.
Makoto miró a Neflyte con el rostro enrojecido por el llanto, suspiró profundo anhelándolo con desesperación. Quería que la sacara de ahí, pero también quería que se fuera y recuperara a los niños y huyeran. No podía tenerlo todo.
-Suéltala. - ordenó Kunzite,
Neflyte volvió su atención a su comandante, que con los ojos bañados en sangre lo miraba enérgicamente. Sonrió con el descaro que siempre lo caracterizó mientras hacía que Venus se retorciera de nuevo, con una ligera descarga de energía.
-Dame a mi mujer, te devolveré a la tuya.
Kunzite miró a la rubia, no estaba transformada y su semblante denotaba el dolor del que era víctima. Tener cierto nivel de control era algo que funcionaba tanto en su favor como en su contra, su corazón se estrujó al ver a la madre de una de sus hijas en esa situación.
Giró en torno a Makoto y le ofreció la mano, ella la aceptó un poco vacilante. La ayudó a ponerse en pie y guio para que saliera de detrás de él. La castaña, descalza, herida y apenas cubierta con su incipiente bata y la capa del comandante, comenzó a caminar rumbo a Neflyte. Antes de soltar por completo la mano de Kunzite volteó a verlo. Sus dedos se agarraron de los de él en una caricia añorante y desesperada. El general afianzó el agarre por un instante.
-Vengan con nosotros, haremos un plan y liberaremos a las niñas y al resto. -suplicó en un susurro. Kunzite la miró fijamente, pero negó con la cabeza.
-Ven conmigo Makoto, -contra ofertó-, yo te cuidaré, pero si me sueltas, seremos enemigos.
-Lo sé.
Makoto volvió sus ojos a Neflyte y Mina, quienes los vigilaban con aparente serenidad. Después desvió su atención a la mano del platinado, sus dedos acariciaban los de ella en el último intento por detenerla, pero la castaña lo sabía, ninguno de los dos estaba dispuesto a ceder ante la oferta del otro. Así que dio un último apretón a aquel hombre que, en otros tiempos, había sido un poco más que su amigo y con una sonrisa melancólica, se despidió de él. Caminó hacía el padre de sus hijos sin voltear atrás, Mina también fue soltada e hizo lo mismo.
Ambas chicas se encontraron a la mitad, a unos tres metros de distancia entre cada hombre. Makoto miró a su amiga, las dos en sus estados más vulnerables e infelices. Ya no eran aquel par de chicas enamoradizas y risueñas, que fácilmente se alborotaban ante la visión de un hombre guapo, como los que tenían a sus lados. La castaña sonrió débilmente, la senshi del amor no devolvió el gesto, no lo esperaba de todas formas, su alma estaba contaminada ahora.
Neflyte estaba seguro que cuando Luna poseía al resto de los chicos, dejaba un resquicio de espíritu en ellos con la única intención de herirlos tanto a él como a Makoto, porque seguían teniendo algunos comportamientos normales y eso dificultaba verlos como máquinas asesinas. Lo confirmó cuando vio a Mina ser abrazada protectoramente por el hombre de cabellos plata. Ella se refugió en él, con su baja estatura y exquisito cuerpo que se perdía con facilidad en el altivo comandante.
Luego vio a su diosa, a la ojiverde desgastada por el dolor y el frío. Seguía siendo hermosa y realmente deseaba abrazarla y besarla, calmarla y hacerla sentir bienvenida. Pero la mirada de ella pedía otra cosa, por eso cuando la recibió y se inclinó para besarla, ella giró su rostro y los labios del general se estrellaron contra su sien. No la culpó, él no sabía que había sucedido con ella en la última hora, le dolía solo de imaginarlo, pero tendrían que hablar de ello más tarde, suponiendo que salieran vivos de ahí.
Lo que sí hizo fue tomar su mano y discretamente, entregarle su cristal. Ella cerró su puño y caminó tras de él, pegándose a su espalda, urgida de protección y consuelo, aunque a su manera.
La sintió transformarse, y como él era un caballero y un hombre justo, arrojó el cristal de Venus que fue recibido por Kunzite. Éste se lo entregó a Mina y ella hizo lo propio, preparándose para la verdadera pelea.
-Déjamelo a él- susurró el castaño. Ella presionó su brazo en señal de aceptación-. ¿Makoto?
-¿Si?
-Mina sabe de Raeden—los ojos esmeraldas se abrieron con sorpresa mientras esas palabras se repetían una y otra vez en su mente. Parpadeó un par de veces antes de tragar saliva y tomar el valor de decir lo que tenía que informarle al hombre.
-Y Kunzite sabe que no eres el padre de Haru.
Neflyte miró a Makoto sobre su hombro, ella recargó su mano en él, diciendo sin palabras que entendía todas las implicaciones de aquello. Se movió hacia su derecha, donde se puso en posición de ataque. Frente a ellos, sus contrincantes hacían lo propio.
-No podemos permitir que salgan con vida, son ellos o nuestros hijos.
Makoto asintió con la cabeza mientras un halo de energía se formaba entre sus manos.
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22 años antes.
Si había algo que hacía reír a todos en palacio, eran los momentos extraños y un tanto bochornosos protagonizados por Minako Aino. La mayoría de ellos eran producto de los, hasta cierto punto fallidos, intentos de la senshi por ganar la atención del general Kunzite, comandante de los shittenou, quien era un hombre serio y un tanto frio, muy al contrario de lo que la atrevida rubia era.
Rei había invertido buena parte de su tiempo en tratar de controlarla y hacerle ver, que su desgaste tanto físico como emocional, no la llevarían a nada, que el general podía no solo no fijarse en ella, sino llegar a cansarse. Pero había algo que la sacerdotisa no sabía y la senshi del amor sí, ella recordaba casi a la perfección al general, a todos de hecho, y sabía que, aunque aquel era un hombre tosco y aparentemente seco, tenía un lado tierno y romántico que ella lograría despertar una vez más.
Así que nunca se rindió, siguió buscándolo con toda la coquetería que podía y con las ganas renovadas cada día, porque "el corazón quiere lo que quiere" se decía a sí misma frente al espejo, y aunque al principio vaciló un par de veces y quiso rendirse, cada noche se iba a dormir, siendo él su último pensamiento y el primero al despertar.
Una tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse y los rayos que quedaban brillaban con un intenso tono naranja, dibujando medias lunas por el suelo pulido del pasillo principal del palacio, Minako iba distraída mirando fijamente sus zapatos al andar. Su mente se iba en algunas palabras que Luna había pronunciado poco tiempo atrás sobre la necesidad de que comenzara a ejercer su papel de líder e hiciera que las demás senshis siguieran sus instrucciones. La mujer de cabellos negros criticó duramente su desempeño, haciendo hincapié en que la rubia no pensaba en otra cosa que no fuera sus propios intereses o su ya extinta carrera de idol, la que tuvo que abandonar para dedicarse a la vida en Tokio de Crystal. Lo peor de todo, es que aquel reclamo fue en presencia de Darien, Serena y Kunzite, Mina no pudo sentirse más incómoda.
Se detuvo al pie de un conjunto de escalones que la llevarían al jardín interior, donde a esa hora extrañamente no había nadie, ella lo agradeció. Posó una mano en el enorme pilar de la escalinata y suspiró profundo, tratando de contener las lágrimas que aquellas crueles palabras habían provocado, lo último que quería era que la vieran llorar.
-Hago mi mejor esfuerzo—dijo en un lastimero susurro mientras el aire escapaba por un pequeño hueco entre sus labios-. Nadie entiende lo duro que es. - agregó.
-Yo te entiendo.
Los hermosos zafiros de la chica se abrieron sorprendidos al escuchar aquellas palabras pronunciadas con esa voz fuerte y varonil que conocía. Rápidamente secó un par de lágrimas con su antebrazo y mediante un ligero suspiro, recobró las fuerzas y el buen rostro para girar y enfrentar a su acompañante.
Ahí estaba él, el general de cabellos plata, mirada de acero y tez morena, mirándola con tanta calma que ella no tuvo más remedio que calmarse también.
-Todos tenemos derecho a mantener un sueño e incluso, a trabajar para hacerlo realidad.
Mina sonrió.
-¿Lo dices por lo que dijo Luna? -cuestionó con seriedad-. ¡Eso no me afecta para nada! -respondió de inmediato, con una enorme mueca de alegría y fingiendo estar bien, un intento muy mal ejecutado.
Kunzite se acercó a ella, con una mano acunó el rostro de la senshi del amor. Su tacto era cálido y gentil, un gesto que ni en los mejores sueños de Mina se sentía tan bien. Con el dedo pulgar, el general corrió una lágrima que no se había secado del todo. La rubia no pudo evitar inclinarse a su toque, entregándose por completo al gesto más bello que alguien había tenido con ella en toda su vida.
-Lo digo, porque si ese sueño es suficiente para hacerte sonreír como siempre lo haces, yo estoy a tus órdenes para ayudarte a cumplirlo.
Y por primera vez en mucho tiempo, Mina vio una ligera sonrisa en el rostro del hombre que para ella era el amor de todas sus vidas.
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Júpiter lanzó una poderosa centella justo a los pies de Venus y Kunzite, obligándolos a separarse. En cuanto Mina tomó su camino, ella se fue detrás de su antigua líder, con la intención de alejarla lo más posible del comandante. Neflyte lo sabía, así que aguardó a que ambas estuvieran lejos para centrar su atención en su oponente.
-Nunca has podido ganarme.
-Siempre hay una primera vez para todo.
Los dos hombres invocaron sus espadas y tomaron una posición que les funcionara. Neflyte centró su arma frente a él, con el filo puesto para atacar, mientras Kunzite apenas había sacado el seguro de su sable, un poco de filo se asomó por la funda.
No hubo más palabras, el castaño se fue con toda su fuerza sobre su líder, con un desgarrador grito saliendo de su garganta. El plateado sacó su espada y cruzándolas, detuvo el ataque. De ahí en adelante ninguno dio tregua, las cuchillas golpeaban con ferocidad y sed de sangre, en lo que claramente era un despliegue de destreza y una lucha a muerte.
Aquellos golpes eran suficientemente fuertes como para provocar ondas de choque, mismas que Makoto y Mina podían sentir desde su distancia. Ellas eran tremendamente parecidas, incluso con la posesión de la rubia el latente amor que sentían por sus respectivos hombres las hacía girar de vez en cuando en su dirección. Makoto aprovechó esto último para atacarla, azotándola con fuerza contra un conjunto de árboles que se quebraron tras su choque.
-¡Vamos Mina! Sabes que no podrás conmigo.
La rubia se obligó a sonreír de manera molesta y retorcida. Sabía que su compañera tenía razón, pero eso no la detendría, Sailor V no cedería ante nadie, mucho menos ante la oji verde.
-Tendrás que matarme y ni así te dejaré tranquila.
-¡No quiero matarte! Kunzite dice que...
-Bla, bla, Kunzite dice- gimoteó-. Él dirá todo lo que quieras oír con tal de llevarte a la cama. ¡Es un maldito hombre con exceso de testosterona, al igual que Neflyte. ¿Sabes? Hace un momento estuve sobre él y pues... ¡uf! Puedo entender por qué te dejaste hacer otro hijo. - Mina se puso de pie y se sacudió un poco el polvo y los restos de vegetación que la cubrían-. Ellos son así, sobre todo los nuestros. No me trago que no se hayan revolcado con las outers para preñarlas, ¿No te parece que Mirai se parece un poco a Neflyte?
-¡No sabes lo que dices!
-No cariño, eres tú quién no sabe nada de la vida. Bueno, bueno eso de Mirai es mentira, todas sabemos que esa bastarda es producto de la calentura del Rey Endimión, ¡Bah! Bonito rey infiel y poco hombre. Pero, ¿Qué hay de Saturno? Esa sería la segunda mujer de tu querido general, piénsalo un poco. ¿Acaso tú sabes dónde está? No, claro que no... Pero seguro él sí.
-¡Centellas relampagueantes de Júpiter!
una serie de pequeñas descargas se proyectaron sobre la senshi del amor, quien no pudo evitar soltar un grito de dolor bastante fuerte. Aquel alarido llamó la atención del hombre platinado, quien, sin mediar palabra, dejó el ataque que tenía destinado a su segundo y se desapareció, apareciendo de nuevo a un costado de la regente del trueno, embistiéndola con fuerza. Makoto salió proyectada hacia su izquierda, estrellándose de lleno contra una pared de roca, de donde colgaba una hermosa enredadera.
Kunzite no esperó ni un instante, en cuanto se cercioró que Venus estaba bien, remontó contra la castaña con la espada lista para partirla en dos. Júpiter estaba en el suelo, con visibles raspones en el rostro y un brazo mal herido, sus ojos se fueron contra el general que venía dispuesto a darle muerte, esos ojos grises y serenos ahora eran rojos y brillantes.
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Minako solía ser la persona que siempre se enteraba primero de todo lo que pasaba en el palacio, ya fuera algo relevante o el simple cotilleo de un grupo de personas sin nada que hacer en épocas de paz. Si algo se rumoreaba, ella lo sabía y lo que era mejor, lo investigaría, porque después de todo ¿No era el trabajo de una líder estar enterada de todo lo que pasaba en su equipo? Quizá no de esa manera, pero no le importaba.
Movida por su curiosidad un día dio con Makoto y Kunzite en la cocina, de más está decir que su corazón se fracturó en ese momento, a pesar que solo apreció a dos personas conviviendo amenamente, pero la mano del comandante acariciando con dulzura los dedos de su compañera, era algo que no se borraba de su mente.
Sin embargo, también notó que aquel hombre serio y tenaz comenzaba a acercarse a ella de manera más informal y frecuente. El general empezó a visitarla en su alcoba y la invitaba a pasear por la ciudad o en su defecto, por los jardines del castillo. No entendía lo que estaba sucediendo, pero estaba obteniendo lo que siempre había querido, después de todo nunca había visto ni a Makoto ni a Kunzite demostrarse algo más que no fuera un poco de cariño extra al que sentían por los demás miembros del equipo.
Una mañana, un poco antes que todos comenzaran sus actividades matutinas, Mina se apresuró a llegar a la puerta de aquel hombre para darle un obsequio que mandó a pedir directamente de Francia para él y que había llegado por la noche. En la mano llevaba una taza de café que se había robado de la cocina y escondido entre sus ropas, la caja con una fina corbata de colección de muy alto valor.
-Buenos días Minako, ¿Qué haces despierta tan temprano? - preguntó el apuesto hombre, con una expresión de sincera curiosidad.
-Buenos días Kunzite- sonrió-. Quería verte temprano porque te he traído un obsequio.
El hombre la miró expectante y la estudió un poco. La chica parecía algo sofocada y respiraba con dificultad. Era realmente adorable parada ahí, en una hora tan desconocida para ella y con una humeante y exquisita taza de café que parecía oler a canela.
-¿Es café con canela? - preguntó señalando la taza en la mano de la chica. Ella se aturdió un poco, pero alcanzó a responder que sí con la cabeza. Kunzite tomó la taza ante la mirada exceptiva de la rubia, se la llevó a los labios y le dio un sorbo. De nuevo su expresión se relajó en lo que ella llamaba un nueve en la escala de felicidad del general. Lo degustó con la lengua y finalmente tragó, dando un ligero suspiro al terminar.
-Te lo agradezco tanto Minako—dijo dándole un beso en la frente. Ella se quedó sin habla, su otra mano soltó el paquete que en realidad llevaba para él. Kunzite siguió su camino rumbo a su oficina, ella no dijo nada hasta que después de un par de metros, él se detuvo y giró hacía ella-. Minako, ¿Estarás libre esta noche? Me gustaría pagarte este café con una cena.
Ella sonrió y meneó su cabeza efusivamente de arriba a abajo. Kunzite le dijo que la buscaría a las seis y se fue con un gesto de mano como despedida. Realmente ella había robado el café de la barra y sabía que era de Makoto, la vio servirlo y dejarlo para atender una llamada. Era para ella, se lo bebería para despertar, pero Kunzite lo recibió con tanto cariño que una parte de la rubia se ofendió, incluso sin proponérselo la castaña seguía teniendo un punto más que ella en todo. Sin embargo, ahora tenía una cita y esa era la oportunidad de oro que necesitaba para convencerlo que él sería mucho más feliz con ella.
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Neflyte apareció justo a tiempo para detener a Kunzite y evitar la tragedia. Su intervención fue tan precisa que el plateado se vio obligado a retroceder para retomar la compostura. Sonrió con malicia, seguro de que ellos se llevarían la victoria.
-Tu pelea es conmigo, ¿Acaso lo olvidas?
El castaño blandió de nuevo la espada y su comandante se defendió. Durante su intercambio, varias plantas y flores del hermoso lugar quedaron reducidas a nada, llenando el ambiente de aroma a hierva recién cortada, pétalos y humedad. Era hipnótico el danzar de las plantas por el aire y como estas caían en los cabellos de aquellos hombres, tan diferentes y tan iguales.
-¡Beso de amor de Venus!
Un enorme rayo salió rumbo a Júpiter, sacándola de su ensimismamiento. Apenas logró saltar antes que el poder le pegara de lleno. Aquella enredadera se partió en ínfimas partes que crearon una cortina multicolor de pétalos.
-¡Basta Mina! ¡Piensa en Asahí!
-¿Asahí? ¿Me pides que piense en mi hija cuando tú no eres capaz de pensar en tu gente? -preguntó con burla en su voz, su lengua remojó aquellos labios delgados mientras pasaba sobre ellos.
-¡Claro que lo hago! ¡Todo lo que Neflyte y yo hemos hecho ha sido por nuestros hijos!
-¿Ah sí? ¿Y que tienen tus hijos de especial que el resto no? ¿Acaso Freya no merecía crecer con sus padres?
Aquella última pregunta descolocó a Makoto por completo. Ella misma se reprochaba por la muerte de Amy y Zoycite pero esta era la primera vez que alguien más, alguien que los conocía a todos, le echaba en cara aquella fatal decisión que había dejado sin vida a dos de sus mejores amigos y sin padres a una pequeña. Neflyte pudo sentir como su mujer se quedó quieta, impactada y a merced de aquel luminoso ataque que se fue sobre ella sin poder evitarlo. Júpiter se retorció ante el choque eléctrico que la envolvió.
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Ella no podía creerlo, los días anteriores habían sido realmente maravillosos. El comandante estaba de pie frente a ella, cortándole el paso con todo ese cuerpo sublime y esculpido con el que tanto había soñado. Ya no era una niña después de todo, deseaba averiguar cómo sería aquel hombre en todos los aspectos, el sabor de sus labios, de su piel, la textura de todo su cuerpo. Y ahí estaba, con aquel hombre inclinado sobre su altura, con su boca tan cerca de ella que podía oler su aliento a café y vainilla.
-Kunzite... yo... -dijo apenas con la respiración entre cortada, una fracción de segundo antes de que él la acallara con un beso suave y tierno. Ella cedió de inmediato y se dejó llevar, tomándolo del cuello y profundizando aquel beso hasta donde su pasión la llevara.
Y la llevó muy lejos, esa noche aquel hombre durmió en su cama y descansó en su pecho. Ella estaba confundida, algo le gritaba que las cosas estaban sucediendo de maneras muy extrañas. Minako era la senshi del amor y a ella no le hablaban de esas cosas, era la experta, la maestra que impartía la lección. Aunque esta parecía ser una que no conocía.
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Makoto cayó de rodillas, envuelta en humo y adolorida de pies a cabeza. Estaba jadeante y herida, todo por haberse dejado llevar por las mordaces palabras de Mina. Sí, ella había acabado con dos de sus amigos, pero era por salvar a su familia, lo mismo que ellos intentaban solo que estuvieron del lado perdedor.
-¡No quería hacerlo! -gritó con el rostro viendo el suelo y sus puños cerrados. Se le dificultaba ponerse de pie, pero mientras tuviera a Mina hablando, podría ganar tiempo.
-¡Sí, sí! La pobre Makoto, la huerfanita que es la mujer maravilla. Fuerte, lista, bella y ama de casa experta. La que tiene a todos los hombres a sus pies, ¡Claro que no querías! - gritó la rubia mientras se acercaba a ella, sus ojos carmesí relampagueaban con furia-. Como tampoco quisiste robarte a mi hombre, como no lo sedujiste con tus grandes atributos, con tu talento culinario y sepa cuales más ¡A otro perro con ese pescuezo!
Y Makoto tuvo que reprimir una pequeña risa que amenazaba con salir de sus labios, Minako tenía un talento para no acabar con las frases de la manera correcta. Minako Aino, esa rubia adorable que era su compañera de juerga favorita, juntas salían de bar cuando eran tan jóvenes y aunque rara vez conseguían a un hombre, la diversión nunca les faltaba.
-Yo no robé a tu hombre, Kunzite siempre ha sido tuyo y de nadie más.
-¿Me vas a decir que nunca lo has besado? -la increpó con dureza. Makoto no dijo nada y eso fue un sí muy claro.
-No es lo que piensas.
-¿Me vas a decir que nunca dormiste con él?
-¡Estás mal interpretando todo! -gritó.
Neflyte pudo ver una sonrisa siniestra en el rostro del hombre frente a él. Sus caras estaban tan cerca, con solo las espadas de por medio. Kunzite estaba siendo blando y lo sabía, parecía entretenido con la pelea de las chicas.
-¿Dormiste o no con él? -insistió.
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Y un día se despertó con todo y que casi no había podido dormir. Estaba exhausta pero feliz, no cabía tanta alegría en aquel pequeño cuerpo de mujer. Se sentó en su cama y miró colgado a un lado su hermoso vestido de novia, aquel traje con una cola de dos metros y tapizado de cristales de excelente calidad. Listo para usarse ese día, para ser fotografiado y recordado como el vestido de bodas de la diosa del amor.
Era su día y, sin embargo, algo seguía sin cuadrar. Sabía que el evento sería televisado y emitido a nivel mundial, una boda mucho más pomposa que la de la misma Serena y Darien. Secretamente estaba feliz y orgullosa por ello, pero algo andaba mal, algo no se sentía real.
Vio su reloj en la mesa de noche, apenas eran las cinco de la mañana y ya no podía estar más tiempo en cama. Se levantó para ver si se veía tan terrible como pensaba, pero no había ojeras en su rostro, estaba perfecta y radiante. Intentó recostarse de nuevo y tratar de descansar, pero tampoco funcionó, así que decidió dar una vuelta por el jardín, tratando de calmarse.
Apenas había avanzado unos cuantos metros, pasando por la habitación de Rei y la de Amy cuando unas voces en el fondo del pasillo llamaron su atención. Rápidamente se refugió entre las jardineras, un lugar que siempre le había servido de trinchera para ese tipo de escándalos. Por un momento sonrió pensando en que esos debían ser Rei y Jadeite volviendo de esas noches que pasaban fuera, disque a escondidas de todos, pero su sonrisa se desdibujó en cuanto vio a ese par de altos guerreros. Ella venía tomada del brazo con él, con la mirada clavada en el suelo y un gesto triste en el rostro. Él venía como siempre, altivo y majestuoso viendo al frente, bajando su vista únicamente para mirar a la mujer a su lado.
Avanzaron un poco más ahora en silencio hasta dar vuelta e internarse en el ala del palacio donde estaban las habitaciones de los shittenou, Minako obviamente los siguió. Cuando se detuvieron frente a la puerta de Kunzite, Makoto lo soltó y se separó de él para verlo a la cara.
-Te he traído a salvo, ¿Contento? -susurró ella con una sonrisa en los labios.
-Debería ser yo quién diga eso frente a tu alcoba.
-Sabes que no puedes ir ahí, no sería propio.
-Tampoco que tu estes aquí conmigo a estas horas el día de mi boda.
-Bueno, pero si los chicos me ven aquí seguro guardaran silencio, aunque Neflyte puede que muera de un coraje, algo por lo que estoy dispuesta a arriesgarme—Kunzite sonrió ampliamente, Mina nunca lo había visto sonreír así-. En cambio, si las chicas te ven frente a mi puerta, la que muera seré yo.
-Nunca permitiría que te hicieran daño.
Kunzite despejó la frente de la castaña y plantó un cálido beso en ella. Makoto se ruborizó.
-Ah, ah..sin besos, ya no más.
-¿No me concederás el último? -preguntó con el primer gesto de picardía que le había escuchado jamás.
-¿No te lo he dado ya? -respondió ella enarcando una ceja-. Basta, deja de coquetear conmigo y descansa, en unas horas vas a casarte y será el mejor día de tu vida hasta ahora. Mina estará hermosa en su vestido y tan radiante que olvidarás todo esto y serás muy feliz.
-Eh sido feliz desde hace un tiempo, gracias a ti.
Y aunque habían establecido no más besos, Kunzite alzó la mano de la castaña y se la llevó a los labios. Makoto se sonrojó una vez más y con la mano libre acarició su mejilla.
-Ella tiene suerte de tenerte, si Neflyte fuera un poco como tú, yo...
Pero de nuevo Kunzite faltó a su palabra y calló aquel discurso que para nada quería escuchar con un beso ligero y tierno en los labios de la ojiverde. Mina miró todo aquello, sorprendida de no estar sorprendida. Sabía, siempre lo supo que algo más pasaba ahí y en cierto momento había dejado de importarle. Era algo con lo que tendría que vivir, eso no sería más fuerte que ella. No más.
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-El día de mi boda, ¿Durmieron juntos? -insistió la rubia con odio en su voz. Makoto la miraba desde el suelo, aun a gatas, incapaz de responder.
-¡Déjala en paz! - gritó Neflyte a un par de metros de distancia, la fuerza de Kunzite lo había hecho retroceder aun con los pies clavados en el suelo. Sus botas resbalaban sobre la tierra suelta del jardín.
Mina giró a verlo, regocijada en su sufrimiento. Makoto estaba casi vencida y Neflyte a una estocada de caer. Sería Kunzite el encargado, alzó su barbilla con suficiencia mientras curvaba sus labios con toda la arrogancia de la que era capaz-. Claro que sí, esa noche dormimos juntos.
CONTINUARÁ...
Bueno bueno, me tarde pero aquí está! Disculpen pero anda de vagaciones y no habia tenido tiempo y la verdad si me puede porque adoro esta historia y quién me conoce sabe que es mi favorita hasta ahora. Así que aquí estoy, cargando mi lap por tres aeropuertos porque primero el descanso y mientras tanto el vicio jajaja.
Muchas gracias a todos por leer, les debo responder sus reviews pero ya saben que todos los leo y que me motivan a seguir escribiendo. Sé que este capítulo es algo … extraño, pero en el siguiente se explica o al menos esa es la intención, por cierto... obvio habrá muertes en el siguiente así que háganse a la idea jajaja.
Saludos!
